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Nils van der Poel: cómo ganar haciéndolo todo al revés

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Nils van der Poel

Probablemente no hayan escuchado su nombre en la vida, aunque es posible que haya pasado fugazmente ante sus ojos durante los últimos días. Podría ser un personaje de Marvel más, otro tiarrón con superpoderes embutido en elastano de colores pero, a diferencia de Lobezno o el Capitán América, existe en la vida real. Se llama Nils van der Poel.

(Antes de seguir, avisamos de que este es un artículo sobre la muy noble disciplina de recorrer largas distancias sobre el hielo y del hombre que más rápido lo hace).

Únicamente dos rivales miden sus fuerzas en un óvalo de hielo de 2800 metros cuadrados aunque, en el caso de Van der Poel, es él contra su propia sombra: el pasado 11 de febrero lo veíamos colgarse su segunda medalla de oro en las olimpiadas de Pekín tras batir su propio récord en los 10 000 metros (12:30,74).

La participación olímpica de este sueco de veinticinco años planteaba todo tipo de incógnitas porque hablamos de un chaval que colgó los patines hace dos años para alistarse en el ejército y luego dedicarse a los ultramaratones. Estamos seguros de que Nils se habría embarcado con Shackleton en su misión suicida a la Antártida o en la Soyuz de Gagarin, pero la épica es un valor escaso en estos tiempos de Instagram y se tiene que conformar con el skydiving o las travesías más extremas por tundras o arenales. El año pasado pedaleó desde el circulo polar hasta el extremo sur de Suecia en invierno. Una caída en el hielo le rompió varias costillas, pero insistió en seguir (luego casi le amputan los dedos por congelación).

El patinador sueco de cabello oscuro y apellido holandés (se lo debe a un abuelo emigrado a Escandinavia) ha vuelto al hielo. Si no fuera porque ya corre contra sí mismo, el enemigo siempre fue Holanda. Y es que la victoria en el patinaje de velocidad sobre hielo es una especie de derecho de cuna para un neerlandés. ¿Acaso no han dominado la disciplina con un total de ciento veintiuna medallas olímpicas? Es casi una cuestión de Estado, tanto que la propia federación ha reconocido tener a un científico en nómina que influye para que los países anfitriones de las pruebas se decanten por unas condiciones del hielo favorables a los suyos. Se hace con una mezcla de agua purificada y una pequeña cantidad de la del grifo. Por supuesto, la temperatura también influye y, según dicen, a los holandeses les gusta caliente.

Mark Messer, un canadiense considerado como uno de los tres mejores creadores de hielo que también es responsable del de Pekín tuvo que salir al paso de las declaraciones del sueco diciendo que él no había recibido ninguna presión «ni aquí ni en las cinco olimpiadas anteriores».

«El patinaje de velocidad es una mierda», decía Nils en una entrevista al New York Times, refiriéndose al siniestro lobby naranja del hielo. «Nos falta la libertad que les da su economía, pero tenemos la libertad que nos da nuestra autoridad», remató su declaración. Que un Van der Poel les birlara el 5000 a los holandeses pocas horas después era una jugarreta del destino más vengativo.

Autoridad

En un 10 000, el patinador tiene que llevar su cuerpo y su mente al límite e intentar sobrevivir ahí durante veinticinco vueltas. El dolor es muy parecido al de un ciclista en un velódromo, pero la diferencia principal estriba en que el patinaje es mucho más exigente a nivel técnico: una cuchilla mal canteada, una rodilla adelantada a destiempo, un lumbar que pide clemencia y el desastre está servido. Se trata de patinar «plano», con la precisión de un reloj suizo: el de Nils marca 30 segundos por cada vuelta de 400 metros para bajar al final a 29, y firmar la última incluso por debajo. Luego cruza la meta con las manos cruzadas en la espalda; nadie como él para que el sufrimiento parezca algo absolutamente banal y llevadero.

Lo sabe muy bien Patrick Roest, el holandés que se había tenido que tragar la plata en el 5000 y lo volvía a hacer de nuevo en el 10000. «El margen entre el oro y la plata es extremo», dijo tras su segunda derrota consecutiva. Por supuesto, Roest no espera recibimientos en el aeropuerto cuando vuelva a casa.

Expertos del óvalo de hielo de todo el mundo coinciden en que, además de una capacidad de sufrimiento mastodóntica, uno de los secretos del sueco es la gran cantidad de resistencia aeróbica que ha amasado el chaval con eso de los ultramaratones. Mientras sus rivales hacen intensos entrenamientos de fuerza en el gimnasio, Nils se dedica a correr carreras a pie de más de 100 kilómetros y a despejar la mente por el bosque sueco donde también saca tiempo para construir cabañas en árboles, a 20 metros del suelo. Los holandeses, dice, carecen del tiempo y la libertad para experimentar, para jugar; «reciben salarios magros de sus patrocinadores y que eso les obliga a estar constantemente en la pelea por cada campeonato con apenas unos días o semanas entre medio». Van der Poel piensa «en meses y años», y probablemente sea eso es lo que le da margen para probar cosas nuevas.

Si las leyes grabadas en hielo dicen que hay que evitar la rotación de los hombros, Nils la exagera usando la espalda como un balancín (él no patina solo con las piernas, sino con todo su cuerpo); que si no se puede levantar el pie que descansa hasta ahí arriba, pues Nils más arriba todavía. Y esos pasitos ridículos en las curvas… ¿No habíamos quedado en que hay que expulsar la cuchilla interior con fuerza hacia el exterior? Pues sí, pero no. Es el mundo al revés, como cuando se daba por hecho que un patinador de velocidad sobre asfalto nunca podría triunfar sobre el hielo. Hasta que un tal Chad Hedrick, un tipo de Texas cansado de no poder ir a unas olimpiadas cambió las ruedas por el acero para batir seis récords del mundo en el reino helado. Entre otras cosas, el bueno de Hedrick lega a la humanidad una técnica de patinaje como la del doble empuje. ¿Por qué conformarse con empujar el patín únicamente hacia el exterior si también puedo hacer fuerza hacia dentro? Era tan obvio que nos costaba entenderlo.

Los grandes campeones son también los más intrépidos, los aventureros más indómitos que se atreven a navegar por las latitudes más ignotas. Tras sus dos oros en Pekín, Nils van der Poel habló del «final de un capítulo» insinuando que podría retirarse. Lo ha intentado ya dos veces antes, y la tercera tampoco será la vencida.

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