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Iturriaga: «Cuando Petrovic escupió a Fernando Martín se enrarecieron mucho los Real Madrid-Cibona»

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Juanma López Iturriaga

Al poco de empezar Jot Down su andadura no tardamos en darnos cuenta del placer que era escuchar a los viejos jugadores de baloncesto. Habían vivido una época privilegiada en los 80, cuando todo cobró velocidad y el deporte llegó a estar casi a la par con el todopoderoso fútbol. Se gestaron montones de leyendas, nombres como Petrovic, Fernando Martín, Sabonis… o equipos como los yugoslavos que llevan implícitos leyendas, épica, anécdotas e historias de todo tipo. Además, los jugadores de baloncesto por lo que fuera no estaban encorsetados por la presión mediática cuando hablaban, podían ser sinceros y opinar de todo sin miedo. Lo dicho, escucharles era un placer. Juanma López Iturriaga, que apareció en el Jot Down número 4, lo fue y ahora recuperamos esta entrevista de 2013. 

Es uno de los jugadores de baloncesto más carismáticos y recordados de los 80. Juanma López Iturriaga (Bilbao, 1959) Integró dos equipos inolvidables, la selección de las platas del europeo de Francia y los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, y el Real Madrid que chocó de bruces contra ese tren expreso que fue Drazen Petrovic. Todavía le hierve la sangre cuando recuerda los enfrentamientos con la Cibona de Zagreb. Después, paulatinamente, se fue convirtiendo en periodista.

Ha llegado a ser un rostro habitual en la parrilla televisiva, un columnista de baloncesto bastante nutritivo en las páginas de El País y también colabora en la radio. Está solicitado. Al menos, la pantalla de su iPhone, completamente destrozada, da buena cuenta del uso que hace de ella. Le robamos un par de horas para recordar una época en la que el baloncesto era el deporte épico y romántico por excelencia.

Siempre que hablamos con jugadores del Este les preguntamos por su infancia y adolescencia en el socialismo real. En tu caso viviste la dictadura franquista, el nacionalcatolicismo.

Viví lo que pasaba en esta época más a través de mis hermanos mayores, que les pilló en la universidad. Ellos me contaban lo que ocurría, yo les escuchaba, pero el abuelito murió en el 75 cuando yo tenía 16 años. Corrí delante de los grises, pero de forma fortuita. No me las voy a dar de activista político porque no lo era.

Aunque sí me encontré casualmente en situaciones en las que te dabas cuenta de lo que había, como cuando ibas por la calle y de repente veías que la gente te pasaba corriendo por los lados porque detrás venía un pelotón de grises con la porra levantada. Para evitar males mayores me tenía que meter en el primer portal que veía, no fuera a ser que me confundieran, porque yo tenía el problema de que era muy alto y a pesar de tener cara de niño podían confundirme.

Estaban además los toques de queda. Una vez en la plaza de Indatxu estábamos en una barandilla cuatro o cinco amigos despidiéndonos y vino un policía a decirnos que nos disolviéramos, porque no podías estar en grupos de más de dos o tres.

También recuerdo el campeonato de minibasket de Almería, cuando tenía 13 años. Decidieron que a esa edad no podíamos competir y lo que antes era el campeonato de España lo convirtieron en una convivencia. Nosotros, que nos pasábamos todo el año compitiendo, que hubiéramos ganado, nos plantamos en Almería, en Aguadulce, y lo que había era un campamento de la OJE (Organización Juvenil Española, N.d.R) con tiendas de campaña y todas las mañanas se izaba la bandera y teníamos que cantar el Cara al sol.

Mi entrenador, que era un tío de armas tomar, se negaba en redondo. Decía «¿Yo cantar el Cara al sol? ni de coña, vamos», y no sé cómo pero al final se las arregló para que no lo hiciéramos. Supongo que los demás pensarían: «ya están los vascos». En aquella época, en fin, había una asociación directa promovida desde el poder y por ciertos medios de comunicación de que todos los vascos éramos simpatizantes de ETA e independentistas, un estereotipo que tardó mucho en irse y que noté luego mucho cuando fui a Madrid.

Pero en los tiempos de Franco yo con el baloncesto y el colegio ya tenía suficiente. Y también con las chicas, más en perseguirlas que en realmente conseguirlas, porque Bilbao era un lugar muy tradicional y no era fácil. Ya sabes el topicazo de que en Bilbao follar no es pecado, sino milagro.

Eso, mi educación jesuítica, sí que influyó en mí más que la situación política. Me marcó mucho más que el hecho de vivir en un sistema aborrecible como fue la dictadura de Franco. A esa edad, pasarte nueve años de tu vida escuchando que el sexo es malo, que la mujer Eva incitó al pecado a Adán.

Además, en colegios unisex, como eran todos. Ahora veo la educación que reciben mis hijos y no hay color. En ese aspecto sobre todo, en las relaciones hombre-mujer, nuestra sexualidad estaba absolutamente reprimida. Vivíamos en una España reprimida sexualmente hasta extremos vergonzantes. Lo de las excursiones a Perpiñán ahora lo ves y dices ¡qué lamentable aquello! Autobuses fletados para ver pelis porno. Pero era la única posibilidad que tenías de ver un cuerpo desnudo.

Nosotros una vez fuimos a jugar a Grenoble, con unos 15 o 16 años. Después de entrenar nos dieron la tarde libre y habíamos oído tantas cosas de los cines porno franceses que nos fuimos directos a uno. Llegamos con la sesión ya empezada y recuerdo como un shock entrar y ver una orgía montada en un pantallón enorme. Vimos la película y cuando acabó, imagínate, estábamos que no nos podíamos ni levantar del empalme que llevábamos.

Entonces, cuando se encendieron las luces, nos encontramos con que ahí había también unas cuantas estrellas del baloncesto español sentaditos haciendo lo mismo que nosotros. Estaban los cadetes, los juveniles, los junior… Para los más mayores también era una oportunidad y una novedad.

Los jesuitas también tenían el rollo de los negritos, esa mirada condescendiente hacia otros lugares o a gente menos privilegiada. Aunque académicamente sí estuvo muy bien, el profesorado era muy bueno, luego no tenías ningún problema para aprobar la selectividad y hacer una carrera, pero la parte ideológica… los curas eran lo que eran y la sociedad era lo que era. Nos criamos en una dictadura muy apoyada y muy bien engrasada con la Iglesia.

También cantabas misa en euskera y en latín.

Más bien lo intentaba. Nos obligaban. Es sabida la relación que tenían los curas y los jesuitas con el nacionalismo vasco. Había muchos nacionalistas dentro de los jesuitas. Nosotros teníamos un cura, don Juan, que era un terremoto de tío y, claramente, era nacionalista vasco. Estaba siempre con el orgullo de ser vasco, con el euskera.

En clase estábamos practicando canciones para luego cantarlas en la iglesia y, si lo hacías mal, tenía una mano que se le iba y te metía unas hostias que te ponía… levantaba el puño con las llaves y nos amenazaba gritando «¡Por mis ocho apellidos vascos!».

Es que íbamos a misa y rosario todos los días. No me extraña que acabase de presentador de Supervivientes porque soy un superviviente. Fue muy duro estar en misa todo el santo día, de lunes a viernes y luego el domingo otra vez. Aun así, no sé muy bien por qué, a mí me dio un momento el punto de que quería estar en el coro del colegio.

No sé si porque te saltabas alguna clase o algo así. Fui al despacho de don Juan y me hizo una prueba ahí mismo. Me dijo, canta el Adeste fideles, y en medio minuto me interrumpió: «Nada, nada, olvídate». Realmente nunca he tenido habilidad para cantar.

En el Real Madrid al que llegas a finales de los 70 también había unas estructuras un tanto tradicionales, con una jerarquía basada en los veteranos donde se controlaba hasta cuándo y qué coche debías comprarte.

Eran reglas no escritas. No te las decían. El ideólogo de todo aquello era Raimundo Saporta, que es un personaje imprescindible para explicar lo que fue aquel Madrid. Su filosofía era que las cosas te las tenías que ganar. Así veía él cómo tenía que funcionar un equipo. Había detalles más importantes que el hecho de ser mejor o peor que otros.

Teníamos una jerarquía basada en el tiempo que llevases en el club. Si llevabas mucho tiempo en el equipo era porque te lo merecías y había que recompensarlo económicamente, con poder y con estatus. Saporta tenía mucho cuidado de que no se te fuese la cabeza, algo que era muy fácil porque llegabas con 17 o 18 años, de repente eras internacional y, claro, te podía dar por comprarte un deportivo con el carné recién sacado.

Estas cosas había que irlas consiguiendo, por eso no estaba bien visto que tuvieras un cochazo mientras que los que llevaban cuatro o cinco años tenían un coche más normal. Todo este sistema, evidentemente, cuando llegó Fernando Martín no es que saltase por los aires, pero ya no se podía seguir manteniendo.

Pasamos al «yo soy muy bueno y me tienes que pagar y considerar como tal». Pero gran parte de esa filosofía era muy beneficiosa. Primero, por el respeto al veterano, al que lleva muchos años. Y luego, por que los jóvenes vayan paso a paso, que no se vuelvan locos con los cuatro primeros duros que ganaban.

Por eso te llegaba Saporta y te decía, con tu primer dinero, cómprate un coche de segunda mano porque necesitas moverte por Madrid e ir a entrenar. Luego, ya más adelante, un coche nuevo. Y a determinada edad, invertir y comprarte un piso. Todo dentro de una serie de pautas o pasos que te ayudaban a centrarte un poco. Eso estaba bien, pero luego había otras cosas que ahora mismo serían impensables.

En la primera Copa de Europa que gané yo, en el año 78, como era junior no salí en la foto. En aquella época en las fotos del equipo solo salían los seniors. Y yo, aunque en la segunda temporada llegué a ser titular, no aparezco. Tampoco en la crónica de esa final porque no metí ningún punto, pero no sacarme en la foto…

Era ponerte la zanahoria en plan: «No, tú eres junior y cuando seas senior de pleno derecho y tengas tu contrato, entonces saldrás en la foto». En mi caso yo entrenaba, viajaba y jugaba con ellos pero se marcaba esa línea en detalles como ese u otras cosas, como la historia del puro. La mujer de Walter Szczerbiak había dado a luz y él nos regaló a todos un puro. Y Lolo Sainz no me dejó cogerlo. Me dijo: «Cuando seas senior fumarás puros». Había cosas que los junior no podíamos hacer y los senior sí. Parecía injusto, así lo sentí yo, pero pensándolo bien tenía su sentido. Eso te ayudaba de alguna manera.

Juanma López Iturriaga

Luego a Bernabeu no le gustaban tus pelos.

Bueno, hablamos de Saporta, pero Bernabeu… Ya hay que irse a una mentalidad y unas ideas que imagínate… ¡hijo de su tiempo! En aquella época no solo eran mis pelos largos, tampoco dejaban llevar barba. No sé si el primero que pudo fue Sánchez Barrios, pero no dejaban.

Bernabeu pensaría que las barbas no daban buena imagen, preferiría a la gente con la cara limpia. Aunque luego te permitía unos bigotes… alguno llevaba bigotes terribles. De todas formas, lo del pelo largo todavía se mantiene, el que lleva melenas de algún modo está siempre bajo sospecha. Para Bernabeu el problema era que los melenudos eran los Beatles y eso no encajaba en su cabeza. Por eso dijo de mí: «Este chico está bien, pero lleva el pelo demasiado largo».

Imagina que me ve años después, cuando me dejo una barba que casi no se me ve ni la cara. De todas formas, le dijo aquello a Lolo, pero nadie me obligó a cortarme el pelo.

A la hora de describir tu forma de jugar hay demasiados lugares comunes o tópicos, con lo del palomero, los contraataques, que si el típico jugador listo de los 80. Pero tengo un amigo, socio del Madrid, que me ha hecho una descripción que se sale un poco de la norma, a ver qué te parece: «En la pintura era un hijo de puta de primera pese a no ser un peso pesado».

(Risas) Yo siempre tuve alma de pívot por una cuestión física. Me hice alero, llegué a jugar de escolta y en algunas situaciones de base, pero desde el colegio hasta que llegué al Madrid era pívot. La primera vez que fui a la selección, al preeuropeo de Grecia, tuve que jugar de pívot porque no sé quién estaba lesionado e hice buenos partidos.

Tenía buenos fundamentos jugando de espaldas a canasta y me movía bien. Nunca fui un tirador tipo Chechu Biriukov o Herreros, tiraba y tenía buenos porcentajes, pero no era lo que se dice un tirador, por eso me sentía muy cómodo jugando debajo del aro. Me alegra oírlo porque rara vez se habla de estas facetas de mi juego.

Lo del palomero se ha quedado para los restos, como lo del contraataque, pero que jugaba bien en el pívot nadie lo suele recordar. Y fue algo que buscamos, metí muchos puntos en esa posición, pero la memoria colectiva tiene sus caminos. Todo el mundo se ha quedado con el palomero, la pelea con Davis y Petrovic.

Antes no estaba nada a gusto con la memoria colectiva hasta que me di cuenta de que no tienes nada que hacer. Por mucho que me ponga a intentar demostrar que hacía otras cosas, al final queda lo que queda y si ha quedado eso, ha quedado eso. Ya sabes, el padre le dice al hijo: «Este corría al contraataque». Y se queda eso.

Solo pueden quedar cuatro o cinco detalles de cómo jugaba cada uno. Al final ya he dejado de pelearme, aunque sí me hubiese gustado que me reconocieran otras cosas.

Es como lo que dijo Biriukov en Jot Down de que Petrovic era un jugador limitado porque solo sabía atacar. A ti te he leído comentar lo mismo, que en otras facetas era «flojo», escribiste textualmente. Sin embargo, todo lo que ahora no sea decir que era Dios es una herejía.

Bueno, la frase de Chechu no la comparto. Un tío limitado no tiene la carrera de Petrovic y llega a la NBA. Si nos ponemos así, todo el mundo es limitado. Al menos en el sentido de que nadie es Jordan. Si te fijas más en los defectos que en las virtudes se los encuentras a todos. Cualquiera, Pau Gasol, por ejemplo, no defendía como Marc. Pero evidentemente estamos hablando de auténticos talentazos.

Poner en la misma frase Petrovic y «limitado», lo siento pero no. Lo que yo digo es que defensivamente Drazen no se empleaba. Lo que no podías evitar, que te hiciera 40 puntos en un partido, sí lo podías contrarrestar aprovechándote de su debilidad defensiva. Pero sus habilidades ofensivas eran tan mayúsculas que…

Tú le hiciste a Petrovic algunas de las defensas más duras que tuvo en Europa.

No creo que fuesen las más duras, solo las más agresivas. Porque a partir de un primer partido que jugamos en Zagreb, que fue tremendamente desagradable, en el que Petrovic acabó escupiendo a Fernando Martín, se enrarecieron mucho los cruces entre el Madrid y la Cibona. A mí me costaba mucho soportar la derrota, pero me costaba mucho más soportar la derrota y el choteo a la vez.

Petrovic nos sacaba de nuestras casillas y encima en las situaciones de extrema tensión él se manejaba bien. Nosotros no. Estábamos más pendientes de arrearle un zurriagazo que de jugar al baloncesto, con lo cual ya nos tenía ganados. En los dos primeros años que jugamos con él, cuando nos ganaron la final de la Copa de Europa, es que era… te sacaba de rueda… los gestos que hacía… Y no era el único.

El hermano, parapetado en Drazen, era todo un artista de la pista. También el número 13, que afortunadamente se me ha olvidado su nombre, (Sven Ušić, N. d. R.) que te ponía zancadillas. Eran muy sucios jugando, usaban todas las artimañas posibles. Ahora, con todas las cámaras que hay en un partido, no acabarían ni uno, porque en todos había alguna acción de decir «¡Pero bueno!».

Y no era solo con nosotros. Porque luego íbamos a la selección y acabábamos como el rosario de la aurora. Al año siguiente, Sabonis le tiró un balonazo, le expulsaron y perdió la final. O sea, que no era una cosa mía ni del Madrid. Aquellos dos primeros años era el enemigo público número uno de toda Europa.

Ya le habíamos visto en el europeo del 83 y le ganamos por un punto. Recuerdo que me fijé particularmente en él estando en Francia, se había quedado Petrovic jugando un dos para dos y se la empezó a pasar debajo de las piernas de una manera que pensé: «Menudo pavo que tienen aquí estos». Pero como tampoco jugaba mucho ahí se quedó el recuerdo.

Luego en Los Ángeles les volvimos a ganar en la famosa semifinal. Entonces con el Madrid, en el primer partido que jugamos en Zagreb, el de la primera fase —era un grupo de seis, se clasificaban los dos primeros—, contábamos con ganar a la Cibona tranquilamente. Pero fuimos allí y el ambiente del campo era… vamos, me río yo de estos infiernos que dicen por ahí. Era terrorífico.

Y Petrovic estaba absolutamente desatado, al primer triple que metió se fue a la grada agitando el puño. A nosotros todo eso nos cogió totalmente con la guardia baja. El partido era durísimo. Nuestro masajista, Jesús Abadía, se fue a por el público porque le tiraron no sé qué y menos mal que le sacaron porque si no le habrían matado. Ahí empezó todo el lío con este hombre y este equipo hasta que el Madrid lo fichó.

Qué distinto a Mirza Delibasic.

Es que Mirza para los yugoslavos que campaban por ahí en aquella época era un tipo un poco raro. No era como ellos, tan competitivos, tan ambiciosos, con ese punto de juego psicológico, subterráneo. Moka Slavnic, Dragan Kikanovic, es que no se cortaban un pelo para cualquier cosa.

Y luego tenían ese orgullo yugoslavo que fíjate luego la historia dónde les ha llevado. Te miraban casi con desprecio y lo peor de todo es que eran buenísimos. Te ganaban y te ganaban y si podían humillarte, te humillaban. Sin embargo, entre todos esos, estaba Delibasic que era un pedazo de pan.

Tenía su orgullo pero no lo convertía todo en una batalla e iba a humillar al contrario ni usaba malas artes. Él jugaba como los ángeles. Era una auténtica maravilla. Aunque le faltaron otras cosas. Creo que está en el santoral yugoslavo, pero porque le ha aupado su historia personal. En el terreno deportivo todavía le consideran un poco menos que los Slavnic, Kikanovic o luego Petrovic, Toni Kukoc y todos estos.

Tuve la suerte de estar con él de compañero de habitación y era absolutamente fascinante. Muy buena persona. Y en el campo, yo con él me entendía. Vamos, era un pasador que te… Aparte de ese tiro tan estético, tenía una visión de juego tremenda, a mí me gustaba buscar el hueco y él siempre lo encontraba. Cuando tenía el balón yo sabía que aunque no estuviera mirando, si tenía una buena posición el tío me la iba a dar.

En él se juntaba esto, un tío que era muy bueno deportivamente, con su faceta personal… en ese terreno le vi hacer tantas cosas magníficas. Incluso queda el detalle de que vino por tres años, el Madrid no quiso que siguiera, y se fue dando la mano y sin ningún problema. Dijo «me voy» y se hizo socio del Real Madrid.

O la integración idiomática y cultural que tuvo con nosotros. Era como si de repente un tipo que había venido de Yugoslavia parecía que era de Chamberí de toda la vida. No he visto una integración en un colectivo tan rápida como la que tuvo él, era uno de nosotros a los 15 días.

Juanma López Iturriaga

¿Llegaste a hablar con él personalmente de cuando tuvo que eludir el cerco de Sarajevo para jugar con Bosnia el europeo de Alemania, una expedición en la que murieron varias personas tiroteadas?

No. Sé las historias porque me las han contado. Tuve conversaciones telefónicas con él años antes de eso, cuando empezó la guerra entre los croatas y los serbios y parecía que se iba a contagiar a Bosnia. Decía: «Cómo va a haber una guerra aquí si en Sarajevo estamos todos mezclados, aquí hay yugoslavos de todas partes, musulmanes, serbios… llevamos un montón de años aquí juntos, cómo vamos a enfrentarnos». Y fíjate en lo que se convirtió todo eso.

A él le parecía imposible que fuese a llegar el conflicto. Las veces que me lo encontré después me impresionó mucho la mirada. La tenía muy vivaz cuando le conocí en el Real Madrid y eso es algo que perdió completamente. Luego creo que morir en Sarajevo, cuando podía haber salido perfectamente de su país y haber venido a España a tratarse, fue una decisión suya. Quiso estar allí y sufrir con su gente hasta que colapsó. Supongo que los cuidados que tuvo no fueron los ideales.

Vuestra otra bestia negra, aparte de la Cibona, fue el Maccabi.

La primera vez que gané al Maccabi en Tel Aviv yo creo que debió ser mi décima temporada. Pasaba como con Italia, que no ganábamos hiciéramos lo que hiciéramos. Jugáramos bien, regular o mal, daba igual. Siempre pasaba algo. La presión ambiental era tremenda. Aparte de que nos freían a pequeñas putadillas. Te apagaban las luces del pabellón a la hora exacta de estar entrenando, o te decían que no podías entrenar porque estaba el Maccabi y luego ibas y era mentira. En cambio, por otro lado, en pocos sitios he visto tanto cariño al Madrid como en Tel Aviv.

Recuerdo la primera vez que fui, mi primer viaje de Copa de Europa, el recibimiento que le hicieron a Wayne Brabender. Era toda una admirada figura nacional. Pero no famoso como llegó a ser Petrovic, al que todo el mundo conocía pero no había simpatía hacia el personaje. Con Brabender era distinto, ibas a Tel Aviv y no paraban de sacarse fotos con él. Luego en el campo es cierto que se olvidaban y te la jugaban siempre.

Nunca tuve la consideración de Brabender o Corbalán, pero al final de mi carrera, cuando me presentaban, me aplaudían. Te reconocían como uno de sus enemigos, como alguien importante. Estaba bien eso. Por un lado ibas y tenías un 95 % de posibilidades de perder, pero por otro lado Tel Aviv siempre nos ha tratado muy bien. Y con los veteranos luego he ido y nos han metido unas ovaciones… Te conocen, te paran por la calle. Y tú: «¡Joder, si hace 20 años que no juego!», y ellos: «¡Iturriaga, qué tal!»

Fernando Martín te caía mal al principio porque era un «típico pijito madrileño».

Fernando tenía un físico insultante. Era un armario de 2,04 o 2,05 m. Era guapetón y exitoso. Solo podías mirarle como diciendo: «¿De qué vas?». Aunque era mutuo. Cuando él llegó al Madrid me cogió en una época de seudointelectualismo, en que hablábamos de libros, íbamos a los cines Renoir a ver películas en versión original… Creo que yo le veía como un pijito madrileño, pero él a mí como un progre. No congeniábamos muy bien, pero pasó el tiempo y tuvimos una muy buena relación.

Era especial. No es que fuera introvertido, era el primer mito del baloncesto moderno, el primer deportista que trascendió un poquito de la esfera deportiva, con sus historias con Ana Obregón y su propio personaje, la NBA y todo eso. Cuando llegas a esas alturas de popularidad no es fácil llevarlo. Es lógico que te protejas. A él le costaba soltarse y mostrar un poco sus sentimientos.

Lo hacía en contadas ocasiones y siempre en ambientes de mucha confianza. Tenía un puntito de recelo hacia lo desconocido, que por otro lado tiene su lógica porque la historia de gente que triunfa a la que han engañado es amplia. Cuando estás en el éxito se te acercan muchos a venderte motos. No es fácil.

Ligar al menos sí que lo tenía fácil, que le bastaba con apoyarse en la pared de Pachá con una copa, ¿no?

Cuando tienes el cuerpo o la cara de Fernando Martín no te hace falta moverte. Te apoyas en la pared y esperas. Claro, nosotros teníamos que dar cuatro volteretas intentando atraer al público femenino, mientras que él se ponía ahí con su copa y siempre había alguien que se le acercaba y, si le caía en gracia, bien. Y si no, ahí seguía y hasta otra cosa mariposa. No necesitaba desplegar grandes encantos verbales, digamos.

Juanma López Iturriaga

Como Larry Spriggs, que llegaba y decía: «Tú».

Era muy de método NBA. Es que cuando vino ya era campeón de la NBA y encima con los Lakers. Él tenía una filosofía de ligue muy directa. Llegaba, le gustaba una chica y le decía «¿te quieres venir a mi casa conmigo?». Era su forma. Pero porque también tenía una limitación idiomática importante.

Una vez, en un torneo que jugamos en Cádiz, de repente me llamó —no hablaba ni una palabra de castellano—, y me pidió por favor que le hiciera de traductor con una azafata, una chica de unos 20 años o menos. Me viene y me dice: «Dile que quiero verla luego por la noche, que se venga a mi hotel y…», bueno, una serie de frases que yo no traduje porque me pareció una vergüenza.

Este era otro tipo magnífico. Era un crack. Me reía tanto con él. Y era una máquina, se comentaba que salía mucho de marcha, pero si lo hacía era con un objetivo claro, que era irse con una chica a la cama, nada más. Así había veces que a la primera que entraba, si le salía, se iba a su casa o a la de ella, a la una de la madrugada, y otras pues le daban las tres o las cuatro de la mañana hasta que lograba llevarse alguna.

Era un tío muy simpático. Me llevaba muy bien con él. Una vez me salvó. Después de acabar la temporada, salimos una noche y a mí se me fue un poco la mano y me agarré una buena. Tuve que salir del local, el Amnesia en la Castellana, porque estaba mareadísimo.

Entonces, fuera, dos tíos que me vieron empezaron a tocarme las bolas. Que si: «Fíjate el Iturriaga, joder, qué vergüenza». Y yo tan mal que no podía ni responder, ni moverme. Algo más dijeron, algún comentario de una comida grasienta, y me fui a una esquina a potar. El caso es que resulta que alguien le dijo a Larry que yo tenía problemas con dos tíos.

Él pensó que tenía pelea y salió de la discoteca… no han visto en San Fermín salir un toro como ese. Pero en ese momento yo ya estaba con otros dos tíos, dos que sin embargo me estaban intentando ayudar. Los vio y casi les da dos hostias a cada uno… y yo, en mi estado, «¡Tranquilo Larry, tranquilo!».

Era una bestia de la naturaleza para todo. Si hubiese estado más tiempo en el baloncesto español hubiese hecho carrera. Hizo algún partido tremendo, pero no ganamos nada, ni Liga ni Copa de Europa y aquello era una catástrofe. No le dieron tiempo. Pero por ejemplo, David Russel, que hizo un carrerón en el Estudiantes, el primer año no la olía.

Antes no era como ahora, que la adaptación es mucho más rápida. Una pena porque con Larry perdimos a un jugador que tenía un pase eléctrico. Tenía una fuerza en la mano que solo moviendo un poco el brazo el balón salía a una velocidad de vértigo. Corría, saltaba, era un animal. Cuando se metía en el pívot, que era Alfonso del Corral, un tío fuerte, empezaba a recular y lo terminaba llevando a la grada. No había nadie que le parase cuando se ponía a moverse para atrás. Es uno de los tíos más fuertes que he visto.

Tuvo mala suerte. No era un modelo de cuidarse. Y tuvo lesiones porque era un tío tan explosivo que tenía problemas musculares. Luego vino a probar a Bilbao, entrenó un día fantásticamente, pero se volvió a lesionar. Otra vez vino con Magic Johnson y, joder, era un tío siempre con la sonrisa en la boca. Como Magic, con una dentadura blanca, blanca. Era encantador. Es de los americanos de los que mejor recuerdo guardo y fíjate que solo estuvo un año.

Con la selección, en la concentración de los Juegos de Moscú, os aburristeis como ostras.

Se hizo muy larga. Veníamos de un preolímpico, de una concentración anterior. Fuimos una semana antes del comienzo de los Juegos y fue tremendo de aburrido. Los días se te hacían muy, muy largos. No había facilidad para ver cosas. Tampoco podías pasearte mucho. Íbamos a ver a los de balonmano, a la piscina, pero poca cosa más.

Metíamos muchas horas de Villa Olímpica con muy poco que hacer. Al final, claro, terminamos sentados en una terraza dividiendo el edificio de enfrente en una cuadrícula, como en los barcos, para coger los prismáticos y poder mirar cómo se cambiaban las chicas. Entonces nos parecía muy divertido, ahora en la distancia es patético. Pero no había ni Game Boy, ni PlayStation…

Juanma López Iturriaga

Y en Colombia terminasteis durmiendo en cobertizos en una plantación.

En el Mundial del 82 hicimos la fase previa en Bogotá, cuando ganamos a Estados Unidos. Era un hotel de ciudad, un buen hotel. Pero cuando fuimos a la fase que se jugaba en la playa, en la costa, en Cali, tuvieron la idea de meternos en unos barracones de una plantación.

Quisieron que durmiéramos ahí ocho equipos, pero lógicamente la mayoría llegaron, vieron y se fueron. Nosotros llegamos y nos quedamos. Y los soviéticos también. Claro, solo permanecimos una noche. Era imposible dormir ahí. Había unos bicharracos en las habitaciones…

Yo dormía con Juanito de la Cruz y Chicho Sibilio y tuvimos que poner las camas en el centro de la habitación para que no nos cayesen encima los bichos que había por las paredes. Recuerdo (risas) que hicimos una ouija para contactar con los espíritus porque era el sitio ideal. Más que para jugar al baloncesto aquello era idóneo para hacer vudú.

Cuando fuimos a cenar a los barracones, nos cruzamos con Tkachenko y Sabonis que estaban flipando. Tkachenko hacía un gesto con la mano como diciendo «de este tamaño», con la cara esa que tenía. Dije, fijo que se ha encontrado una cucaracha que le ha asustado hasta a él. Imagínate, ambiente tropical, en una plantación, solo los mosquitos ya eran como portaaviones.

No obstante, también vivimos lo contrario. En Francia, en el preolímpico de Los Ángeles, fue un momentazo. En el 84 llevábamos años juntos prácticamente todo el mismo grupo y siempre había muy buen ambiente. Había gente muy bandarra y en las concentraciones lo pasábamos siempre genial. Era un gusto.

Como el equipo de ahora [la España de 2013], más o menos, que lo que les gusta es reunirse, jugar a las cartas y echarse unas risas aparte de jugar al baloncesto. Pues en Francia habíamos jugado muy bien, solo nos ganó la URSS, y nos llevaron a un hotel de 25 estrellas, el Tour d´Argent, un clásico entre los clásicos. Para cenar había que llevar corbata y nosotros en plan vacile compramos pajaritas.

Nos dijeron que igual se pasaba el presidente del Gobierno, pero no hicimos ni caso. Dijimos «pues vale». Fue un comentario al que no le das importancia. Lo que estábamos era alucinando con el restaurante. Los platos tenían número de serie, había botellas de vino en la carta que costaban dos millones de pesetas de entonces. Cenamos ahí y cuando estábamos con más marcha, de repente apareció Felipe González. Supongo que se habría aburrido tremendamente en una reunión con Mitterand.

Así que ahí estuvimos, y como nosotros no éramos gente de protocolo y el hombre tampoco, no estuvo nada estirado, enseguida entró al rollo y lo pasamos genial. Pedimos unas botellas de champagne francés y se puso al lado de Andrés Jiménez, que era de Carmona, también sevillano, y empezaron a contar chistes. Fue fantástico. Acabamos como el rosario de la aurora, pero nos lo habíamos merecido.

Luego, cuando ganáis a Yugoslavia en Los Ángeles, me llama la atención que no estuvierais contentos.

Sí estábamos contentos, lo que pasa es que igual no lo estábamos tanto. No éramos plenamente conscientes de lo que habíamos conseguido. Los Juegos ahora están más publicitados que entonces. Teníamos claro que era una competición muy importante, pero no teníamos la sensación de que estábamos entrando en la historia para siempre. Yo al menos no la tenía, porque de hecho me faltaba la información de España, cuando volvimos ya lo vimos todo de otra manera.

Pero en Los Ángeles estuvimos encantados ¡Si estuvimos 24 horas de fiesta! Acabamos con los de balonmano a altas horas de la madrugada. Lo celebramos pero bien. Porque lo que sí que teníamos bastante claro es que los Juegos habían acabado aquel día para nosotros, no teníamos ninguna posibilidad de meter mano a Estados Unidos.

Al menos te queda haber metido una canasta delante de Jordan, o el tapón de Romay.

Tengo el vídeo en casa, lo veo de vez en cuando para cerciorarme de que no es producto de mi imaginación. Y el de Fernando Romay fue un tapón a Jordan, ojo, contra tablero, creo recordar. Ya era muy bueno, pero no sabíamos que estábamos jugando contra el mejor jugador de la historia del baloncesto.

Muchas veces juegas contra equipos con chavales de 20 años que son impresionantes y luego no llegan. Pero aquí sí se veía que tanto el como Ewing iban para estrellas.

Tu último partido fue el del desastre de Checoslovaquia. ¿Qué pasó para que no volvieras? No fuiste el peor aquel día, metiste 15 puntos y los medios le echaron la culpa a Díaz Miguel.

Una de las razones para que no volviera a la selección fue una frase que dije a la prensa al final del partido: «Hemos estado todos mal en el campo y en el banquillo». Fue un mensaje directo a la dirección de Antonio Díaz Miguel. Pero echarle la culpa de la derrota a él me parece ridículo. Yo en su momento se la eché, pero ahora, visto todo con más calma…

Sí que es verdad que él, no sé si nos llegó a meter miedo con los checoslovacos, pero después de Los Ángeles entró en una etapa en la que creo que sobrevaloraba a los rivales. A los checoslovacos les habíamos ganado poco antes por 40 puntos. Había podido con ellos hasta la selección junior. El seleccionador pasó de decirnos durante años que nosotros éramos los buenos, «¡Nosotros, nosotros, nosotros!» a, después de Los Ángeles, repetir «Cuidado con ellos, cuidado con ellos, cuidado con ellos».

Pero, aparte de Antonio, nosotros jugamos muy mal. Él tuvo a Epi demasiado tiempo sentado en el banquillo. Y no sé, no debió tener una buena tarde, pero echarle la culpa, decir que perdimos por él, ni de coña.

La historia es que luego me llamó la atención que me fui a mi casa, a Bilbao, y me encontré al llegar a mi padre viendo la televisión. Antonio García Candau estaba entrevistando a Díaz Miguel. Y le preguntó: «¿Va a volver Iturriaga a la selección?». Lo escuché y pensé «¿Por qué?, ¿por qué no voy a volver? Tampoco he estado tan mal, hemos quedado cuartos, no ha sido una debacle, ¿por qué no voy ir?».

Luego lo entendí. Ahí se empezó a hablar de que si éramos una mafia, de que si yo le hacía la cama, que si me llevaba muy mal con él. Al año siguiente fue la primera temporada que no tuve buen nivel en el Real Madrid y dejé de ir a la selección ya para los restos. Mi ausencia podía ser lógica por esos años posteriores, pero después de cinco años en los que el equipo nacional había funcionado, que me cortes a la primera que sale algo mal…

Me llamó y me dijo que quería llevar un base reboteador, una excusa que me sonó un poquito… Siempre pensé que hubo algo más que un tema deportivo. Le contarían batallas de que estuve en las habitaciones conspirando contra él, o le sentaron muy mal mis declaraciones de ese día. Pero vamos, a mí nadie me quitará nunca de la cabeza que hubo algo más que simplemente una decisión deportiva.

Juanma López Iturriaga

Tuviste una relación tirante con la prensa. Y hay una anécdota descriptiva del desencuentro. En Zagreb te encuentras con Lama, Saucedo, Tello y Luis Gómez en el aeropuerto, te plantas delante de ellos y les dices: «No sé a quién de vosotros desprecio más». Diplomacia pata negra.

Sí, sé que esa no es la mejor forma de provocar que luego se pongan a bien. Ahí, en ese comentario, había una parte de coña. Que estaban Lama o Luis, gente con la que no tuve ningún problema nunca, con la que me llevé muy bien y tuve mucho respeto a su criterio, pero a veces leía cosas en la prensa que me rebelaban contra los periodistas.

Comentarios sin ningún tipo de criterio, de repente te metían un viaje sin venir a cuento. En mi declive en el Madrid me masacraron hasta extremos insospechados. Me atacaban diciendo «¿Este? Estará leyendo a Kafka». Cosas que dices: «¡Pero bueno!». Y por esto, a los que sentía que no me estaban tratando bien, yo tampoco los trataba bien a ellos, no les daba entrevistas, no me paraba a hacer declaraciones después de un partido, si podía ni saludaba.

Evidentemente, luego me lo hacían pagar. No fue muy inteligente por mi parte, la verdad sea dicha, visto ahora.

José María García te tuvo enfilado.

El Butano siempre ha sido de «los amigos de mis amigos son mis amigos, los enemigos de mis amigos son mis enemigos». Tuve problemas con Díaz Miguel y… Pasó de hablar muy bien de mí a, de repente, desde que me puse a escribir en El País con el Mundial, «pim, pam, fuego». Y cuando el Butano hacía «pim, pam, fuego», era un desprecio público constante.

Has deslizado detalles de él en la prensa, como esa revelación del día que le hizo un corte de mangas a la afición del Barça por no llevar banderas de España a la final de la Copa de Europa de Ginebra del 84, al grito de «os jodéis por antiespañoles» tras salir derrotados.

No tengo muchas historias que contar porque no tuve relación con él. Pero aquel día estábamos Fernando Martín, Romay y Juan Corbalán delante. Habíamos ido a comentar el partido de la final de la Copa de Europa a Ginebra. En el 84 todo el tema del terrorismo o el independentismo estaba muy caliente. Y a Suiza fueron como 8000 aficionados del Barça e iban todos con senyeras. No había una sola bandera española.

No sé si era raro, a mí me llamó la atención, pero cada uno que lleve la bandera que le dé la gana ¿no? Pero al acabar el partido, después de que perdieran, el Butano le hizo a la grada un corte de mangas delante de nosotros y dijo eso de que se jodieran por antiespañoles. Le había sentado fatal que no hubiera banderas de España. Así era.

Lolo Sainz fue un padre para ti, pero te quedaste molesto con que te anunciara que no contaba contigo «en un bar donde se tiraban las cabezas de las gambas al suelo», dijiste. Luego os habéis reconciliado, ¿cómo ha sido, qué os habéis dicho?

Lo de las gambas fue una licencia poética. Y tampoco ha habido una reconciliación en plan reunirnos y firmar la paz. Simplemente, ha pasado el tiempo y evidentemente, en mi caso, he masticado o digerido todo lo que pasó. En aquel momento me enfureció mucho, pero sobre todo porque tenía miedo a irme a otro lado. No me apetecía nada dejar Madrid. Me sacaban de mi confort, de mis amigos, de mi equipito.

De todas formas, si pongo en la balanza todo lo que hizo Lolo por mí, pues todo fue positivo. Tal vez en ese momento, al final, elegir ese escenario, de esa forma, no hubo mucho tacto. Pero ya con el paso del tiempo sería ridículo seguir molesto. Yo, que estuve 12 años con Lolo, que nos quisimos con locura, él a mí y yo a él, que me defendió siempre y me dio bola.

Tuvimos una relación magnífica. Al final hubo un problema de escenario, pues vale. Me duró el cabreo lo que me duró, pero se me pasó. Si no le he vuelto a ver es porque la vida no nos ha hecho coincidir. Yo he estado en mis cosas y él en las suyas. Ayer mismo, precisamente, coincidimos. Estuve con unos alumnos de un máster de Radio, le llamaron y entró en antena, estuvimos hablando. Joder, le tengo un cariño brutal.

Además, esto pasó en el 88 y Lolo fue seleccionador en el 93, cuatro años después, y yo ya estaba de periodista en aquel europeo y le entrevisté. Además, al año siguiente, en Toronto, estuvimos tomando unas cervezas. Desde que se retiró le he visto menos y he pasado un tiempo sin saber de él, pero como a muchos otros, no es un alejamiento voluntario.

Al final de tu carrera, en Bilbao ganaste en dos años más que en toda tu etapa en el Real Madrid.

Hubo un salto en los salarios muy importante. En el Madrid teníamos cierta escala, pero yo llevaba varios años sin renovar. Y coincidió que me dijeron que me fuese en un momento muy álgido del baloncesto, había una apuesta fuerte por este deporte en Bilbao y me permitió casi doblar lo que ganaba.

Pero esto les pasó a muchos, el Madrid no era el sitio donde ganabas más dinero. Luego sí, siempre se dice que nuestra generación ayudó a que la siguiente se forrase, los Chechu, Villacampa, Montero, el baloncesto subió, se empezaron a manejar cantidades diferentes pero a mí ya me pilló de vuelta, en el final de mi carrera.

Juanma López Iturriaga

Una vez retirado, llama la atención, por lo poco frecuente, que hayas hecho un balance de tu carrera en el que dices que no estuviste a la altura del potencial que tenías por falta de determinación, entre otros motivos.

Es cierto. Pero pensaba que había hecho menos cosas que las que luego me he dado cuenta de que hice. Al principio, tras dejarlo, creo que fui demasiado condescendiente, luego demasiado crítico, y ahora estoy buscando el punto medio. Fui una pieza muy importante en el Real Madrid y en la selección, pero mi desarrollo como jugador no estuvo a la altura de las expectativas o el potencial que tenía con 16, 17 o 18 años.

No hay una única razón. No es solo falta de dedicación, entrené todo lo que me dieron y probablemente un poquito más. Fue una falta de foco o de ambición. O de cierta conformidad con donde estaba. Los grandes, una de las características que tienen, es que nunca están conformes, siempre hay algo que les mueve para entrenar más, para conseguir más. Yo no.

Probablemente estaba muy bien y vivía muy bien aquí, tenía todo lo que quería y era feliz. La felicidad a veces atonta un poquito. Luego también estudié una carrera y nunca estuve centrado verdaderamente al cien por cien en el deporte. Pero vamos, no es una cosa con la que me esté fustigando.

Como periodista, llega el enfrentamiento más agrio de toda tu carrera. En El Friki, le llamas «cabezón» a Mario, el de Mario Bros.

(Risas) Era un momento publicitario que te pagaban por cada acción. Era para cinco acciones, llevábamos cuatro y esta era la última. Él salía en mitad del plató y no me acuerdo qué hacía, pero tenía que jugar al basket con él, y le llamé «cabezón» en directo. Tuvo una repercusión… Ahí me di cuenta de lo en serio que se toman estas cosas la gente de publicidad.

Hubo una reunión al día siguiente. Cometí un error, lo reconocí. Y ellos «¡Cómo se te ocurre!». Y terminé diciendo: «Mira, no cobro esta colaboración y punto, lo siento, no sé qué pretendéis, ya lo he hecho y ya está». Fue una pifia de muchas, pero creo que ahí radicaba el encanto de mi personaje televisivo, porque no le daba importancia a estar en televisión.

Si había que bailar con el Fary, pues bailaba con el Fary. Decía lo primero que me venía a la cabeza, eso da cierta frescura que funciona. De hecho, no me fue nada mal en televisión.

Te tocó presentar Supervivientes antes de que se convirtiera en un rollo de famoseo. Yo recuerdo momentos épicos, escalofriantes, de tu edición de 2001, con un anciano matando pájaros a pedradas para comérselos…

Este era Amate, joder, tenía unas ideas… era un poco, en fin, no sé si la palabra es racista —creo que era él, a ver si voy a meter la pata—. Era un tío un poco mayor, pero un superviviente nato. El problema de este programa es que empezamos con el influjo de Gran Hermano. Supervivientes era una ficción real.

Me explico, era una cosa que tú grababas durante un mes y, ya con todo el material, lo contabas. Para narrarlo, necesitabas saber el final. Al menos así era el programa sueco en el que nos basamos. Cuando me dijeron que lo iba a presentar Paula Vázquez y que pasaban de mí, dije «joder, qué putada», pero luego me di cuenta de que fue una buena decisión porque llegó un momento en el que ese programa no me gustaba nada.

Lo que hicieron después, tal y como lo querían contar, a mí no me interesaba. Buscar el conflicto, el cómo se llevan, yo como presentador tenía que pincharles… a mí eso no me gusta. Me veía y pensaba: «¿Quién es este tío?». Es para otro tipo de gente. Yo no era creíble en ese papel, sencillamente. Eso sí, la sensación que me ha quedado es de que fueron dos experiencias humanas acojonantes, pero profesionalmente, como trabajo mío, vamos, lo veo bastante lamentable.

Lo fuerte es que cuando fuimos allí, a las Seychelles, llegamos sobre las tres de la tarde, hora española. Estábamos preparando cosas y, a media tarde, como a las cinco, nos habíamos ido a localizar un sitio por ahí perdido, el mar estaba muy bravo y terminamos de agua hasta arriba. Al volver, teníamos solo un teléfono en una cabaña y empezó a sonar. Lo cogimos y alucinamos: que han atacado las Torres Gemelas.

Tuvimos que irnos a casa de un tío, el único que tenía una televisión en toda la isla, y vimos las imágenes. Flipante. Sobre todo porque en ese momento no sabíamos muy bien qué repercusiones iba a tener. La sensación era de auténtica tragedia, no te lo podías creer. Parecía una película, la Jungla de Cristal o algo así. Aun así creo que se pasó más miedo en España, por la que se pudiera liar con el tarado de Bush en la presidencia.

Nosotros allí no terminamos de ser conscientes de todo el movidón que se montó porque no recibimos las dosis de información que le estaban dando a todo el mundo. Fuimos más conscientes al volver. Pero lo curioso es que, cuando todo el mundo sabe qué estaba haciendo cuando atacaron el World Trade Center, pues yo no.

Juanma López Iturriaga

 

Como periodista de baloncesto, fuiste testigo de un cambio importante en este deporte. El paso de hablar de los equipos de Epi, de Fernando Martín, a decir el equipo de Messina, el equipo de Obradovic.

Ha pasado poco a poco. Es un síntoma de los tiempos. Los entrenadores se han apoderado del juego. Antes estaba claro que pertenecía a los jugadores. Se han dado armas para que la intervención del entrenador sea mucho mayor que antes, que había muchas menos interrupciones, si el partido se iba por un lado que no le gustaba, no tenía nada que hacer.

Ahora pueden parar constantemente, marcar cada jugada y tienen una incidencia mucho más directa. En algunos casos hasta obsesiva. Me parece que hay una línea que el entrenador no debería traspasar, que es la línea de dar una cierta libertad a sus jugadores. Porque he tenido épocas muy duras en las que, al final, en lugar de estar viendo un partido de baloncesto, parecía una partida de ajedrez.

Eso parecían los jugadores, piezas que un tío movía. Y me pone de los nervios. Cada vez que van a jugar, que tengan que mirar al entrenador a ver qué jugada tienen que hacer. ¿Qué pasa, que los bases no tienen criterio suficiente como para saber qué jugada pide el partido en un determinado momento? Ahora no, el entrenador dirige desde la banda prácticamente todas las acciones de su equipo.

Entonces, yo que en esto soy un poco más clásico, creo que tiene que haber momentos donde la cosa se vaya un poco de las manos, esto forma parte del espectáculo. Es como el ciclismo con los pinganillos, que lo han matado. Antes se escapaban y no sabían cuánta ventaja llevaban, se pasaban de rosca y les daba una pájara. Ahora es todo mucho más científico y pierde una cierta espontaneidad el juego.

La selección rompió esa tendencia cuando ganó el Mundial de Japón ¿no? 

Sí que es verdad que hay equipos que tienen autor, que el entrenador marca para bien o para mal, y los hay que cambian de entrenadores y no cambian nada las cosas, esa selección fue un ejemplo bastante claro de esto último.

Tiene que haber un equilibrio. Tampoco es que no se necesite un entrenador. Creo que hay entrenadores que se pasan de intervencionismo. Un jugador necesita equivocarse para aprender y para equivocarse hay que tomar decisiones propias. Si los jugadores no pueden equivocarse, si tomas las decisiones por ellos, se convierten en herramientas de un determinado entrenador.

Pienso que los entrenadores tienen que marcar estilo, directrices, dar una serie de ideas básicas de juego, pero luego el jugador tiene que ser capaz de desarrollarlas y tomar sus propias decisiones y así ir aprendiendo. Antes era una cosa habitual y ahora no.

Luego hay otra cosa que me aburre: cuando tienes que mirar a tu entrenador para empezar a jugar y te paras. Una de las cosas que ocurre en el baloncesto actual es que, por ejemplo, en un rebote, la coge el base y en vez de salir corriendo como loco a la otra canasta tiene que mirar al entrenador para ver qué le dice, para ver qué jugada tiene que hacer, y se para.

Tú ves un partido de la NBA y hay un hábito de que en cuanto coges el balón lo tienes que llevar rápido al otro lado, luego ya veremos qué pasa. Vamos perdiendo audiencia y nadie es capaz de sentarse salvo para ver al Madrid o al Barça. Nadie se pone en su casa a ver un partido donde no haya uno de los suyos involucrado.

4 Comentarios

  1. Soy madridista y sufrí las derrotas con la Cibona como el que más, pero Biriukov, Iturriaga y compañía deberían lavarse la boca con jabón antes de hablar de Petrović.

  2. Pingback: Brian Jackson: «Contra la Cibona, Petrovic me pellizcó el culo y me pitaron falta a mí por darle un codazo»

  3. Pingback: Cuando el suplente del suplente del Barcelona nos dio el Mundial de baloncesto

  4. Discreto jugador y aún más periodista y comunicador. Pedante, pretencioso que movido por pensamientos políticos y personales crítica sin razón y porque sí. Un personaje insufrible que va dando lecciones de ética y superioridad moral en todos los órdenes de la vida.

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