Opinión

El Barça-Real Madrid femenino no es un ejemplo: es un oasis, un espejismo

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Graham Hansen y Olga Carmona en un lance del Barça - Real Madrid de fútbol femenino (Foto: Cordon Press)
Graham Hansen y Olga Carmona en un lance del Barça – Real Madrid de fútbol femenino (Foto: Cordon Press)

Se repite como un mantra que el fútbol femenino está evolucionando. Y es verdad: está evolucionando. Lo malo es que se ha utilizado ese mismo argumento para infravalorar, menospreciar, cuando no tapar o esconder, lo que han tenido que soportar muchas futbolistas en sus clubes.

En el día grande de la Liga F, con casi 39.000 espectadores en Montjuïc presenciando el baño, el 5-0 del Barça al Real Madrid en un partido que podría haber acabado tranquilamente con ese mismo marcador en la primera parte que concluyó con 3-0, pero en la que Aitana, Salma Paralluelo y Graham Hansen estrellaron balones en el larguero, volvemos a escuchar lo mismo: lo mucho que está progresando el fútbol femenino en cuestiones como atención mediática y asistencia.

Y así, todo el mundo contento pese a que hace tres días la RFEF haya propuesto una sanción de dos años sin licencia federativa para el entrenador del Alhama ElPozo, Juan Antonio García «Randri», además de una inhabilitación de un año para Tamara García, directora deportiva y general de la entidad.

El club, ahora en la Segunda División, fue fundado y está presidido por el padre del entrenador, Antonio García Aguila, y Tamara García es su esposa. Todo queda en casa. Incluso el trato vejatorio, despectivo, los comentarios homófobos, misóginos, las presiones, toda una ristra, en fin, de comportamientos deleznables que acabaron con la carrera y la salud mental de algunas jugadoras y empleadas del club.

Futpro anunció el viernes que la RFEF, tras las denuncias presentadas por el sindicato ha determinado que hubo «conductas de trato vejatorio y degradante hacia la mayoría de las jugadoras, afectando su dignidad y creando un entorno laboral hostil». Incluían en el escrito también la difusión de una fotografía del cuerpo técnico en pelotas que compartieron con las jugadoras, una de ellas menor de edad.

El pasado mes de abril, cuando EMundo Deportivo adelantó la noticia, el club aseguró que era falsa. El diario El Periódico también informó en abril que la situación era insostenible, que los comentarios sobre el peso de las futbolistas eran constantes, igual que las referencias a su orientación sexual, y que el control era absoluto, desde entrar en el vestuario cuando le daba la gana a vigilar las publicaciones en sus redes sociales.

La AFE tuvo entonces su lamentable papel en el asunto emitiendo un comunicado firmado por 17 de las 25 integrantes de la plantilla, con sus nombres y apellidos, afirmando que Randri no sólo no era un acosador sexual, sino que «en ningún momento nos hemos sentido acosadas con gestos o hechos que pudieran vulnerar nuestra dignidad e intimidad personal y profesional».

Las que no firmaron quedaban así expuestas, señaladas. Las que sí algún día tendrán que hacer examen de conciencia y un trabajo personal muy serio para identificar la violencia en la que estaban sumidas, lo normalizada que la tenían, lo bien que funcionaron las medidas de presión, el miedo, y la previsible culpa por lo solas que dejaron a sus compañeras.

Este sábado El País publicaba testimonios de jugadoras y ex empleadas en las que detallaban conversaciones, charlas del técnico, vejaciones y las secuelas que han arrastrado desde entonces: abandono de la profesión, falta de autoestima y cuadros de ansiedad. Y se puede leer: «Piden el anonimato por miedo a represalias, a quedar como las conflictivas o a no encontrar equipo en el futuro».

Randri y Tamara García continúan en su puesto de trabajo. Las que denuncian, las que los sufrieron, lo siguen haciendo desde el anonimato, porque fueron las que señalaron un problema y temen ser señaladas ellas como problemáticas y no volver a poder jugar al fútbol en paz. La evolución, en sus casos, es que la RFEF al fin haya tomado cartas en el asunto. Ya era hora, pero qué tristeza.

El caso Santiso

Mientras, Carlos Santiso sigue siendo el entrenador del Rayo Vallecano femenino. Y lo es a pesar de los dos descensos consecutivos que ha firmado y, sobre todo, después de que se hiciera público un mensaje de audio que envió a su cuerpo técnico hace cinco años, cuando era entrenador de la sub-12.

En él, se podía escuchar: «Este staff es increíble, pero nos faltan cosas. Nos falta, sigo diciéndolo, hacer una como los de la Arandina (tres jugadores fueron acusados de agredir a una menor en 2017). Nos falta que cojamos a una, pero que sea mayor de edad para no meternos en jaris y cargárnosla todos juntos. Eso es lo que une a un cuerpo técnico y a un equipo. Mira los de la Arandina, que iban directos al ascenso. Buen domingo, chavales».

Pese al escándalo, no pasó nada. Santiso pidió perdón en un comunicado por su «imperdonable broma machista», pero al parecer tan imperdonable no era porque ahí sigue a pesar de la birria de resultados que ha cosechado desde entonces mientras el Rayo femenino -un histórico de la competición- se acerca cada vez más al abismo de la desaparición. Al presidente, Raúl Martín Presa -que ha llegado a invitar al palco a Santiago Abascal y Rocío Monasterio, por cierto- tampoco parece importarle demasiado el desastre. La evolución en este caso es cero patatero.

Si esto sucede en el fútbol profesional, no está de más preguntarse qué pasará en otros ámbitos del deporte femenino, allá donde los medios de comunicación ni siquiera meten la nariz, donde las estructuras «de siempre» resisten y pasan de generación en generación… de hombres, claro, en las que no hay ninguna perspectiva de género y sí mucho macho suelto con derechos adquiridos.

Podemos, en definitiva, seguir felicitándonos porque hay un montón de gente en el estadio y no se cuántas cámaras para la retransmisión del Barça-Real Madrid y hemos avanzado una barbaridad, pero sería recomendable no perder la perspectiva general, porque más que un ejemplo El Clásico es un oasis, un espejismo. Y esto, lamentablemente, no se ha acabado, no; ojalá. El gran cambio es que algunas ya no se callan; ahora hace falta que el resto esté a su altura.

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