Se ha ido Txomin Perurena.
Se ha ido Txomin Perurena sin estruendo, discretamente, como fue siempre él. Se ha ido alguien de aspecto entrañable, uno de esos «tozudos a quienes abrazar» tan de septentrión, una persona que era un pueblo que era una cultura que era todo. Y un ciclista enorme, un ciclista de palmarés alucinante, un ciclista como pocos (poquísimos) encuentran ustedes a la hora de bucear en Gothas y similar.
Un gran desconocido, también.
Txomin Perurena (Oiartzun, 1943) fue rara avis. En aquel ciclismo español entre Jiménez y Ocaña… aquel ciclismo de paisanos pequeñucos, cetrinos, que si llegaban siete hacían el octavo al sprint… aquellos deportistas a medio camino entre la forma física y el hambre vital, con tembleques rodillescos siempre que tocaba llano… aquellos tíos que soñaron con ser Fede, con ser Loroño… y luego estaba él. Porque Perurena, Peru, era sprínter, sí, pero no solo sprínter, no solo embalaba, no solo daba zapatazos como para abrir siete discotecas en los últimos cien metros. Qué va… Es que Perurena, Peru, se defendió divinamente en cotas, subió con los mejores puertos de hasta cinco kilómetros.
Nadie sabía, no, en aquel ciclismo hispano (nadie sabía, no, en aquella España) lo que eran las Clásicas, las carreras de un día, los bergs de Flandes, el Ghisallo. Nadie lo sabía. Esa fue la desgracia de Txomin. Que nadie supo sobre esos sitios donde él pudo hacerse (aun) mayor. Miren, ganar Roubaix o De Ronde… pues no me verán a mí decírselo, porque de cuñaos está el mundo lleno, y andaba esa década como para ir regalando adoquines (tres Eddy, tres Roger, contextualizando), pero al menos hubiese engrosado palmarés y (sobre todo) experiencias. Ojito, que no quedó con poco… a los puros números ni Valverde levantó tantas veces brazos…
Todo eso (la velocidad, la potencia, esa capacidad para superarte puerto chicos y medianos) hizo de Perurena el glotón de la bici a fines de los sesenta y principios de los setenta. Bueno, a ver, el glotón de la bici al sur de los Pirineos, porque menuda época de glotones tuvimos, amiguetes. Fuera… cositas. Etapas. El Giro, Suiza, Dauphiné. Fuera, cositas… en España… En España te pillaba Txomin la racha y terminaba papando dos, tres, cuatro parciales en Itzulia, en Catalunya, en Cantabria, en Asturias. Tenía vitola de imbatible. A ratos.
Lo fue. A ratos.
Ustedes igual solo visualizan a Txomin con el maillot «limón» del Kas. Ese que se ponía color Cantábrico en el Tour. Es tan fuerte la imagen, la correlación. Pero hubo otro Txomin, otro más joven, más bisoño. Fagor, nada menos, archienemigo. Matxain y Urraca, Langarica, todas esas cosas. Allí coincidió con Ocaña, con el debutante Ocaña, con el Ocaña de antes del Bic. Ese al que anduvo remolcando camino del Ballon, Tour 1969. La tarde en que comenzó el «mundo Merckx», la tarde en que casi termina el «mundo Ocaña». Tantas historias. Un jersey manchado de rojo, bermejo por sangre y sudor. Y los compañeros que ayudan.
Siempre dijeron, sí, de Perurena que era buen compi. Fuerte en montaña, poderosísimo en llano, pura potencia por cotas. Y grande, muy grande, espaldas de leñador para pelotones de niños sin confirmar. Apreciadísimo. Tiraban mucho para Peru. Mucho, porque devolvía palmarés y premios. Pero él también jugaba cuando había que jugar. El empujón a Tarangu, aquel día en que Tarangu tornó leyenda. Ataca, Jose, ataca, aunque vaya yo de amarillo. Perurena amaba a Fuente, lo adoraba. Tiene algo de lunático, decía, depende de cómo esté la luna hace una cosa o la otra. Compañeros inseparables. Si hubiese tenido Tarangu la mentalidad de Peru…
(Entonces Tarangu no habría sido Tarangu. Ni Peru hubiera sido Peru).
Y eso, que aquella Vuelta… para el asturiano. Anduvo cerquita Txomin, en la ronda hispana. Cuarto, quinto, sexto, doce etapas, treinta días de amarillo. Una puta leyenda, de lo mejorcito a nivel histórico. Y lo de Tamames. Sumen lo de Tamames.
Pero a Tamames volvemos después.
Y luego está el Tour. La montaña del Tour. Ojo, ganador de la montaña en una Grande Boucle. Como Trueba, como Berrendero. Como Bahamontes, Loroño o Julio Jiménez. Como tantos. Y él. Pero ¿no es Peru un sprínter? Pues mire, sí. O no. O no solo. Pasa que en la España setentera si eras rápido pues… zas, adjudicado como sprínter. Lo dijimos más arriba… pena de años, pena de (a)cultura respecto a la bici. Porque Peru subir… lo que se dice subir… pues bastante. A ver, aquel Tour de 1974 (el de Merckx decadente y batiendo récord de etapas, el de Aja atacando en Mont du Chat, el de Poulidor en pódium con años como para estar dirigiendo juveniles) tampoco fue la repera de combatividad y puertos (aunque si lo viésemos hoy diríamos que es la repera de combatividad y puertos), pero oye… el Tour es el Tour. Y este tío ganó la Montaña ¿Puntuando en los cols chicos? Vale, pero también en algunos gordos, también pasó primero por Cantó, Portillon o Bonaigua. Fue una imagen, fue un coscorro. Que Peru también sube, hostia.
(No busquen fotos de Txomin con el maillot flamenca-whatsapp, porque llegó después).
Lo del Tour, qué rico, qué de cosas para contarle a los nietos. Lo del Tour. Pero es que estaba lo otro, también. Lo otro. Ni me lo mientes, ni me lo escribas. Obligado. Yo no quise. Obligado.
La famosa Vuelta.
Última etapa. En casa, casi. Pasando por la puerta de su casa, casi. Con el maillot amarillo. Con Ocaña acechando, con Kuiper que pinta fuerte, con su compañero Lasa ahí cerca. Y Tamames. Qué mal, Tamames, qué disgusto, Tamames. Las cronos, las putas cronos. Y Tamames. Que era un buen ciclista, Tamames, y siempre rendía en la Vuelta, Tamames, pero teniendo ahí a Ocaña o a Kuiper pues nadie andaba mirando a Tamames. Y Perurena con el líder, y Perurena que puede (Perurena que debe) ganar al fin su Vuelta. Después de animar a Fuente camino de Formigal, después de dar al palo en tantas ocasiones. Solo que no. Tour 1989, pero tres lustros antes. Contaba Peru, muchos años después, que ya sabía al entrar en el velódromo de Anoeta que esa victoria no era suya. Por el silencio, fue por el silencio, estaban todos callados. Algunos, seguro, lloraban. Decía también Txomin que décadas más tarde seguía soñando con aquel final. Tan cruel, tan suspiro. Catorce segundines. Seguía soñando con ello. Y luego, claro, toda la noche desvelao.
Y, entre todos aquellos éxitos… dos veces campeón de España. Dos veces. Setenta y tres y setenta y cinco. Me suman ustedes, por favor, ese Campeonato de Montaña tan chulo que había y ya no hacen. Pero, vamos… a lo mollar. Que dos veces con el maillot. Y no uno cualquiera, no uno de manguitas o floripondios en pecho, no. Qué va. Aquella zamarra te rojigualdeaba de trapecio a sacro. Oye, Txomin, y cómo era eso para uno de Oiartzun. Porque vaya tiempos… Y él sonreía. Bueno, a mí es que me conocen todos, así que… nunca tuve ningún problema. Todos saben quién soy.
Cuenta Mathieu Hermans en A contracorriente, autobiografía que publicó hace unos meses la editorial Libros de Ruta, que cuando pasó a profesionales con el Orbea (año 1985, Txomin llevaba el volante de aquello) pudo alojarse en el piso que tenía desocupado el hermano de su director, Bixente Perurena. Que andaba en el norte, en Francia, decía Hermans. Es un error, una falta de info. Estaba desocupado aquel inmueble, sí, pero porque a Bixente lo habían asesinado meses antes de todo aquello. Fue el 8 de febrero de 1984. Hendaya. Bixente y Ángel Gurmindo fueron dos de las primeras víctimas del GAL. Aquello también habría de explicar a Txomin. Si no al ciclista sí, al menos, a la persona.
O al director. Porque fue director. Y de los buenos. Y en equipos buenos. Y en equipos menos buenos. Y, sobre todo, en equipos vascos. Los más representativos (con excepciones, ay). Empezó por el Teka, donde colgó la bici, que ya no andaba como anduvo y dieron el salto a un tiempo Linares y él (vaya dos percherones, vaya dos gigantes en el setentero pelotón de pezqueñines). Luego… uno de los amores de su vida. Orbea. Con nombres que cambian, con declinar paulatino hasta coloresPaterninescos, que tenían mejor prensa que dinerillos. Siempre las raíces, la tierra. Allí tuvo Txomin sus éxitos más grandes. Que a veces salían por haberlos buscado con tácticas y planificación, como esa etapa de Luz Ardiden que ganó Perico; y otras surgieron espontáneamente, como quien no quiere la cosa, en plan sorpresiva vida, vida, aquella Vuelta de 1985 que el segoviano ventiló a Millar entre Guadarrama y la niebla y el olor a whisky y las mil historias.
(Solo que algunos lo cuentan al revés. Que lo de Francia nadie lo planeó así, que lo de Cotos estaba habladísimo por tantos desde horas antes. Él nunca dijo que esto o que aquello. Porque Txomin no, Txomin nunca tenía palabras de más).
En Orbea coincidió con su gemelo. Bueno, estuvieron antes, en el Teka, y allí hasta se cepillaron la Vuelta del Mundial 82, la de la maquinita, la que fue de Arroyo, la de Navacerrada y los controles. Ganó Marino, ganó Txomin. Luego marchó el Junco a Italia, y volvió, y parecía que Kas, pero finalmente Orbea, y Txomin. Encajaban tan bien, Marino y Txomin. Encajaban tan bien, eran tan iguales. Tan callados, con esa mirada triste el uno, con ese sonreír tímido el otro. Eran tan iguales. Jamás ciclista y director se identificaron tanto entre sí… y con su afición. Porque Marino y Txomin, Txomin y Marino, eran la quintaesencia de lo euskaldun. Con sus virtudes, y sus defectos. Con sus cosas. No necesitaban hablarse, un mirar basta. Solo «lo» del 89 rompió esa relación. Qué fácil resulta imaginar a Lejarreta allí, último del grupo, hablando con su coche, calva reluciente que asoma…
(Ah, también fue el primer director del primer Euskaltel. Sin maillots naranjas, aun, sin Mayo y Zubeldia. Él tenía a Peio Ruiz Cabestany, al jovencillo Laiseka. Fue pionero. Siempre quedará).
Como su carácter. Nadie habla mal de él. Nadie. Qué difícil, eso, en el mundo de la bici. Que nadie hable mal de ti. Eso como persona…
Como ciclista… casi ciento sesenta victorias. No busquen a muchos con más.
Se ha ido alguien enorme, amigos.
Enorme.
Qué artículo tan lamentable, enpleando vocablos absurdos.
Pobre Perurena.
Como tantas otras veces no sabe de quién habla realmente.
Hombre, es muy fácil saber quién habla eh? Es una forma de escribir curiosa y coloquial, muy propia de este autor que suele escribir sobre ciclismo… Pero tampoco es q sea James Joyce… Con un poco de CI da para seguir la lectura…
Se ve que es el primero que lee de este autor. No es absurdo, solo coloquial y hace omisiones y vocablos como del que usa la lengua oral… Es el estilo del autor. Antes de criticar la forma, valoraría el fondo… Este tío sabe muucho de Ciclismo
Aupa Txomin!!!
Beti gogoan!
Alfredo a lo mejor tú eres tan listo y tan buen periodista deportivo que seguro que lo haces mejor.
Es ironía
Excelente como siempre Marcos
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Gran ciclista y gran persona. ¡Qué recuerdos! Me ha encantado recordarlo. Otra buen artículo de Pereda. Enhorabuena.