Acaba de terminar el Giro de Italia. Con su tragedia, con su suspense, con sus tres semanas de bostezo antes del truco final. Con esas cosas. Enhorabuena a Roglič, eh.
Acaba de terminar el Giro, y entre Roglič y Thomas, campeón y sub… catorce segundines. Solo catorce segundines. Que piensen ustedes, sí, lo que son catorce segundos. Calculen qué son capaces de hacer en catorce segundos. Y luego reflexionen sobre palmar una de las mayores perlitas de la bici… en esos catorce segundines.
Ay.
Sucede que no es extraño. O no tanto. Que a veces imaginamos el ciclismo como si fuera un París-Dakar, y se le pone cara de kartings con más frecuencia de lo que ustedes creen. Vamos, que hay pocas distancias. Y no es de ahora. Acompáñenos el lector por este recorrido de frustraciones y cagonoses, por estos días finales como para dormir regular.
Y echen sus cálculos…
Es curioso, lo del Giro.
Porque tú piensas en el Giro y… bufff. Épica, cumbres nevadas, los puertos más complicados del Planeta Bicis, tíos arrasando, tíos arrastrándo(se), hundimientos, bersaglieri, fuego, terror. Y, oigan, sí. Claro que sí. Pero también lo otro. Lo otro. Diferencias cuchufleteras, suspiros, un ay, un fiu, un suspirín que te desdibuja honores y te manda hasta el fondo de las historias. Pobrucos.
Desde bien pronto, además. Porque 1921 es bien pronto, eh, que en 1921 faltaban catorce años para la primera Vuelta a España. Así, como dato. Y eso, que en 1921 tenemos un Giro… joder, un Giro infartante. Un Giro con todo… con dominios, con caídas, con duelos al sol, con traiciones, con mercenarios. Bueno, esto último lo imaginamos, pero como mercenarios siempre hay… Digamos que lo llevaba ventiladísimo Girardengo (Costante Girardengo), porque ganó las cuatro primeras etapas. Ojo, que fueron al sprint, y, doble ojo, que estaban los cinco de cabeza en nueve segundos, pero Costante es Costante.
Pasa que Costante cae, que no se levanta, que hereda el rosa Belloni, pero a Belloni le casca un par de minutos Brunero en Livorno, y están así, en segundines, hasta las dos últimas etapas. Que las gana Brunero, las dos últimas etapas. La décima, Vigorelli, que sube a Ghisallo, es especialmente representativa, porque llegan los dos primeros juntos, escapadetes, y Brunero mete hombro, mete codo, mete todo lo que se puede meter dentro de la decencia, pero no gana, y cuarenta y un segundos. Después de ciento veinte horas debe deprimir, eh, debe deprimir… Dos años más tarde Brunero chupa de su propia medicina, y Costante le ventila el Giro por solo treinta y siete. Uno imagina a Belloni en su casa, acariciando lentamente un gato, sonriente…
Vale… Coppi. Menuda forma de palmar, Coppi. Vean, vean, lo que les cuento de Coppi. O, más bien, de Magni. Fiorenzo Magni (igual les suena… feo, calvo, fascista, hijoputa), que ganaba Corsas por menos segundos de lo que tardas en decir «Ven para la Piazzale, Benitín, que vamos a hacer el pino puente».
Me distraigo.
Coppi.
A ver, Fausto Coppi palmó por un nah sendos Giros. Sendos Giros. Sumen otro que se retiró después de celebrar liderato con champán y ostras (imaginen), sumen la Segunda Guerra Mundial, sumen que ganó cinco…. estuvo tres lustros el paisano con opciones, y eso ya es increíble. Como fue increíble lo de 1946, el Giro de la Rinascitá, que se celebra diez meses después del final de la Segunda Guerra Mundial, el de Trieste, el de las carreteras que no son, el de la locura. Quién querría hacer algo así, quién no querría hacer esta cosa… Miren, en lo deportivo… pues un bluff, una carrera que se decide por menos del minuto, por caída, por pinchazos. En lo deportivo un bluff, pero es que importa tan poco lo deportivo. Primero Bartali, segundo Coppi. Primero Bartali, segundo Coppi, pero gana Italia.
(Solo que ganó Bartali, y bien que le jodió a Coppi).
¿Recuerdan lo de los segundines y Magni? Pues ventila un Giro a Coppi después de atacar, bien juntos, en la última etapa. Los veteranos que luchan frente al advenedizo Nencini, ese que los está dejando en ridículo, ese que no permite ni migajas. Entonces… pues ventajuca magra, pero entente cordiale, así que ni cuenta. Lo de 1948 sí, porque en 1948 anda Fausto remonta que te remonta, y sube los Dolomitas como solo Coppi podía subir los Dolomitas, y resulta que saca poquita ventaja a Magni, qué raro, lo de Magni, y luego se entera de que Magni ha tirao Pordoi arriba sin dar pedales, porque obreros de la Wilier (Magni corre para la Wilier, analicen lo que significa la Wilier, analicen lo que significa la Wilier en 1948… es que cuentas la historia de Europa con estos dos paisanucos matándose en bici) han pillado autobuses para ir hasta el Pordoi, y hacen cadena humana, y qué de trampas y empujones, y Coppi se retira, y Magni gana en Milán por solo once segundos sobre un tal Ezio Cecchi, que no se volvió a ver en ninguna de esas nunca jamás de los jamases…
¿Recuerdan al tal Nencini? Sí, hombre, el de «nos follamos a Nencini por irrespetuoso». Pues también tuvo beneficios por margen escaso. Y luego reincidió en las pérdidas. Una locura de vida, la de Nencini. Gastone conquista el Giro 1957, pero es que ese Giro de 1957 (segundo Bobet, a diecinueve segundos) tiene tela de narices. Sobre todo por Gaul. Y por la vejiga de Gaul. Gaul que para a mear camino a Trento, Gaul que está allí, tranquilamente, silba que te silba, y creo que he bebido más de cuarenta cervezas hoy, Louison Bobet que ataca. Cero falsa caballerosidad, cero compasión. Gaul pierde Giro y gana apodo: Monsieur Pipi. El día siguiente lo pasa tirando como loco de Nencini para que Bobet (ese Bobet, cerdo Bobet, que diría Kübler) no trincase Giro. Diecinueve segundos. Eso por sinvergüenza.
Tres años más tarde a Nencini no le basta el Gavia (no le basta Jacques clavado, no le basta Jacques sufriendo, no le basta Jacques queriendo morirse) para remontar el menos de medio minuto que lleva Anquetil. No le basta, otro suspiro.
Último ejemplo. Todos antes de 1980, ya ven, para que no les cuenten sobre distancias cortas y modernidades vacuas. El mejor Giro de siempre, el quinto de Merckx, el viejo rival y el joven cachorro que aprietan. Pero, protagonismo absoluto… apoteosis de Fuente. Cinco etapas, exhibiciones cada vez que hay cuestas, aguantando en Forte dei Marmi, la caraja gordísima de San Remo. Fuente como nunca, Fuente a lo grande. Jamás nadie (sí, jamás nadie) domeñó una Gran Vuelta con tanta superioridad en passos. Jamás. Ni siquiera subió al pódium. Y Lavaredo. Sobre todo Lavaredo. Cuando Baronchelli, cuando Gimondi, cuando Tarangu diciendo que eso no es duro, que para qué veintitrés dientes. Cuando Merckx gana postrera maglia. Doce segundos a Gianbattista, treinta y tres al añejo Felice. Luego, ronda helvética. Luego, Tour. Meses más tarde completa la primavera más victoriosa que jamás haya visto ciclista alguno.
Ese era Merckx.
Que también ganaba por poco.
La Vuelta es la Vuelta.
Paradójico.
La Vuelta a España, que ha tenido a lo largo de su historia recorridos como para que ganase Falete, no cuenta con tantos finales magros como la Corsa Rosa. Influye, claro, que muchas ediciones de la Vuelta fuesen (se viene metáfora) establecimientos donde las meretrices llevan a cabo intercambios comerciales. Vamos, que nadie controlaba. Vamos, que un sindiós.
A veces incluso con los suspiros (sutil referencia). Año 1956. Loroño a dieciséis segundos de Angelo Conterno. Pero qué dieciséis segundos. Fue aquel final de Vuelta en que Conterno se agarró arteramente al maillot de Bahamontes (según Bahamontes), o Federico remolcó Sollube arriba a Conterno (según Loroño). Fuera como fuese… victoria para un italiano paquete (es muy difícil no hacer chistes con la expresión «italiano paquete») y nuestros dos gallardos grimpeurs que se siguen llevando a matar. Y hasta hoy que dura…
Después Otaño estuvo a medio minuto, más o menos, de hundir en la misma miseria a Raymond Poulidor, porque ir de segundo en la Grande Boucle es una cosa, pero que te pase lo mismo en la Vuelta pues… Pero nada, crono en Valladolid con más kilómetros que mis salidas del sábado, y victoria única para el francés. Diez años más tarde, en 1974, pasó lo de Agostinho. Que fue incluso peor, lo de Agostinho, porque hasta le dijeron que había ganado, a Agostinho, que había recuperado el tiempo necesario en la última crono, Agostinho, que trincaba el maillot, trincaba la Vuelta, Joaquim Agostinho. Pero no, pero qué va, pero sumamos, restamos, me llevo una, añado aquí dos y… oiga, señor Agostinho, que nanai, que ha quedado segundo. Segundo. Segundo por once segundos, qué gracia, ¿eh? Agostinho había estado combatiendo como mercenario en Mozambique, y tenía manos como para amasar secuoyas, así que no quisiera haber sido yo aquel juez (lo imagino calvo, con gafas ahumadas, cierto aire finalfranquista) delante de Agostinho. Ah, la Vuelta fue para Tarangu, a quien recordarán de «qué chiflado está Tarangu» o de «es el mejor escalador del mundo, Tarangu». (Al año siguiente salió peor el asunto para Kas. Ganaron con Fuente, perdieron con Perurena. Nunca una derrota pudo doler tanto… Perdió Peru el maillot tras partir con ventaja la última crono. Ante su gente, ante sus vecinos, casi en su pueblo. Perdió Peru, ganó Tamames. Perdió Peru y lloraron todos).
Y… años ochenta. La Movida, la democracia, que vienen los socialistas, discos horribles, imagen mamarrachesca, nostalgia de quienes eran niños de papá y son, ahora, papás de niños de papá. Ese rollo, seguro que me entienden. Y dos ediciones consecutivas en la Vuelta como para volver locos a plumillas y escritores…
Primera. Año 1984. Un francés desconocido, un tío de pocas palabras y ojos tristes que estaba a punto de marchar.
Yo siempre he pensado que el Tour de 1983 con Alberto Fernández… miren, ganar no, pero estar ahí, en el puesto de Arroyo, mirando París desde escalones altos… Yo siempre pensé eso, porque Alberto Fernández tenía motor, tenía casta, tenía experiencia, tenía una lucha contra Le Blaireu en abril que solo cierto catarro pudo quebrar. Eso pienso yo de Alberto, y eso pensaba él en la Vuelta de 1984. Donde corrió como si fuera el líder, como el capo que siempre fue.
Donde perdió por la diferencia más corta que jamás se haya visto.
Porque atacó en Rasos, porque fue imponiéndose a todo y a todos. Salvo aquel chicuco, el francés, el que lo pilla pasando Espinallbet, el que coge ventaja pero qué importa, si no es nada, si no es nadie, ya cae, ya caerá. Alberto puede con Dietzen, puede con Perico, puede Alberto con los colombianos que trae Teka. Pero aguanta Caritoux, se escapa Caritoux. Seis segundos tras la última crono. Solo seis segundos. Cuenten. Seis segundos. Es menos de lo que tardas en decir «Eric Caritoux y Alberto Fernández». Aun lo intenta el último día, en La Castellana. Hoy le hubiesen silbado, le hubiesen llamado al orden. Pero era otro tiempo, y otro corredor. Alberto no llegó.
Meses más tarde el destino le esperaba en una carretera de Burgos…
Y Guadarrama. Destilerías DYC, Perico y Robert Millar. Ya saben, sí, todas estas cosas. No es que fueran treinta y seis segundos (fueron treinta y seis segundos) sino el cómo llegó a ser. Lo de Recio, lo de Peio estrechando manos y aguantándose la risa, lo de Berland que no sabe ni dónde esconderse, lo de Mínguez sacrificando a Pacho por Perico. Menudo chiste. Menuda historia de fantasía.
Queda tanto por saberse…
Ocho segundos, ocho
En el Tour les vamos a citar a ustedes tres ejemplos. Tres. Pero nos valdría con el que están pensando, porque ese, en el que están pensando, es epítome de todo lo que queremos contar…
Primero… Tour de 1964. El mejor de todos, según muchos. El más épico, el más emocionante, el más emotivo. Sí, al menos, para los franceses. El Poulidor-Anquetil perfeccionado. Dos países, dos formas de entender el mundo. Dos que son, encima, algo falsas, que dicen ser lo contrario a lo que realmente resultan. Historias, historias. Y trece segundos sobrantes.
Tampoco me voy a extender, porque un día de estos se lo cuento todo, pero hay aquí magos que te cuentan cuándo vas a morir, hay chiflados como Bahamontes que bahamontean, hay una resaca de la hostia por Andorra, hay ataques, contraataques, retaques. Y la subida al Puy. Al Puy-de-Dôme. «¿Raymond, has ido a reconocer el Puy-de-Dôme?», pregunta el viejo Tonin Magne a su pupilo. Y él que sí, pesao, aunque era que no. Clave. Puso un piñón más chico de lo que debiera, no pudo despegarse de Jacques hasta que faltaban menos de mil metros para el volcán. Has salvado el maillot, has salvado el maillot, sacas catorce segundos a Poulidor, gritan a Anquetil. Me sobran trece, responde, altivo, él. Terminarán a menos del minuto en aquella general grandiosa…
Segundo toque… año 1987. Sí, ya saben lo que viene, ¿verdad?
Fue el gran año de Perico. Bueno, igual el gran año de Perico fue 1989. Desde luego cuando no fue el gran año de Perico es en 1988, aunque ganase el Tour. Así es Perico, que luce más en las derrotas…
Fue el gran año de Perico (por ejemplo), decíamos. El de su lucha con Roche. El de aquella cronoescalada monstruosa al Mont Ventoux, con Bernard (Jean-François) que se viste de Bernard (Hinault). Con el ataque en avituallamiento después, con lo de Alpe, con La Plagne, Loro, aquellos minutos eternos sin ver a Stephen. Joux-Plane y Scheppers. Todo eso, fue. Todo eso y una contrarreloj en Futuroscope que casi llegaba a los cien kilómetros, y luego otra, por Dijon, de treinta y ocho. Veinte segundines para Delgado, antes. Cuarenta segundines contra Delgado, después. Venganza. Volveré más fuerte. Tanto remar (veinticinco etapas, cuatro mil doscientos metros… nunca se volvió a esos números) para acabar así. Tanto…
Doce meses y amarillo.
Otros doce meses y… cuchufleta.
Fue cuando llegó Perico tarde a Luxemburgo. Fue cuando lió la de aquella crono por equipos, fue cuando hizo soñar en Superbagnères. Apoteosis, en el sentido estricto del término. No vean. Pero eso ya lo contamos en algún lado, así que… a lo de Fignón y Greg. Que igualados todo el tiempo, Fignon y Greg. Viniendo desde el mismísimo Hades, ambos, aunque estaba Laurent en un círculo menos profundo. Renacer, triunfo, tragedia. De amarillo los dos, ahora tú, ahora yo. De amarillo ambos, atacando el de Guimard, aguantando el otro. Un manillar revolucionario, una imagen de Star Wars. Cincuenta segundos antes de la última crono. Cincuenta segundos, llegando a París, a mi casa, a mi gente.
Cincuenta segundos.
Ocho segundos.
Recorren la distancia entre Burdeos y Moscú, aproximadamente. Recorren la distancia entre Burdeos y Moscú, en bici. Subiendo Tourmalet, Alpe d´Huez, subiendo Izoard, Galibier y Aubisque. Todo eso. Ocho segundos los separan, sí, al final. Ocho segundos. Reflexionen, cuenten, piensen. Ocho segundos. Calculen lo que pueden hacer, ustedes, en ocho segundos encima de la bici. Echar un trago a la ponchera, cambiar de plato chico a plato grande. Ocho segundos.
Qué cruel.
Nunca, nunca, podrá superarse eso.
Aunque cada vez se ganen más Grandes Vueltas por un suspiro.
Siempre un placer leer tus artículos.
Por muchos mas
Por no recordar el Tour de Contador de 2007, con Rasmussen fuera a 3 etapas del final. Fueron 23 al segundo (Evans) y 31 al tercero (Leipheimer).
Que te lo podía birlar cualquiera de los dos