Balonmano femenino

¿Qué es el deporte? El deporte es Nora Mørk

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Qué es el deporte sino las historias. Qué es sino ese popurrí de viajes, dramas, triunfos y derrotas, de auges y caídas, de gente que se convierte en ejemplos a seguir, a no seguir, a olvidar; sino una fábrica de relatos que, he ahí lo importante, nos hacen sentir. Algo, un poco o un mucho, lo que sea, pero sentir.

Qué es pues el deporte sino Nora Mørk (Oslo, 1991), estrella rutilante del balonmano femenino mundial, cuya vida parece redacta por guionistas de la HBO, primados por cada premio Emmy que saquen con esta biografía. Porque ella, cinco veces campeona de Europa y dos del Mundo con la selección noruega, ganadora de seis Champions League con tres equipos diferentes y en busca de un séptimo título con un cuarto club en este 2023; ella, que ha atravesado las tinieblas de las lesiones, la depresión y la enfermedad antes de volver a ver las estrellas; ella, pese a todo lo que ha logrado y perdido, ha dejado un reto para el final. Como quien quiere que no nos desenganchemos de su relato hasta el último capítulo. Un cliffhanger, que dirían.

Esa cita tiene lugar y fecha: Paris, 2024. Quizás la última oportunidad de Nora para conseguir su primer y ansiado oro olímpico. Sería la muesca final para un currículum que, de otra forma, lo tiene todo. Para bien y para mal. Esa medalla, sin embargo, se quedaría en eso —en un primer puesto en unos Juegos Olímpicos, en otra victoria más, en otro éxito más, en otro cacho de metal más— si no fuese por la historia que la acompaña. Porque solo el viaje que habrá llevado a Nora Mørk hasta ahí, hasta el verano del año que viene, nos puede hacer entender que París 2024 será simplemente otro episodio. ¿El último? Puede, pero es que los finales están sobrevalorados. Y dará igual que caiga en esa final, o que no llegue a disputarla, o que se luzca como siempre lo ha hecho. Porque lo que contará será la historia. Y para contarla al completo, nada como empezar por su penúltimo capítulo, el que se cerró hace unos meses (como casi siempre) con victoria.

El último recital

20 de noviembre de 2022, Arena Stozice de Liubliana, Eslovenia. Faltan minutos para que comience la final del Europeo femenino.

A un lado, Dinamarca. Equipo joven, sorpresa agradable a estas alturas de torneo. Un conjunto sólido en defensa, pero alegre con el balón. Las aspirantes. Al otro, propios y extraños esperaban a Francia, deslumbrante durante casi toda la Euro gracias a su mezcla de físico, calidad y profundidad de plantilla. Hasta que en su camino aparecieron las de siempre, las noruegas. Sollberg en portería. La joven Reistad, a la postre MVP del torneo. Y, sobre todo, las dos grandes estrellas nórdicas, Stine Bredal Oftedal y Nora Mørk; coetáneas, amigas y compañeras desde que ganaron Europeo y Mundial júnior entre 2009 y 2010. Entre la central y la lateral derecho anotaron 15 de los 28 goles de su selección en la semifinal ante Francia, tumbaron a las favoritas y pusieron rumbo a la final. Buscan ampliar el dominio de su país sobre los Europeos del siglo XXI: siete de los diez campeonatos que se habían disputado hasta 2022 llevaban escrito el nombre de Noruega.

Ahora, spoiler, son ya ocho de once.

No importa que la final haya comenzado así asá para Noruega, como en un clima de anticlímax. Oftedal no acaba de entrar al partido, la defensa no carbura, las extremos no aciertan ni acertarán, y Dinamarca abre huecos. 2-0 para empezar. 9-4 al rato. La cosa se va a un 11-7. En cada arranque de las danesas, parece que la final está a punto de romperse. Que se viene un cambio de ciclo, que la hegemonía noruega sobre los Europeos puede quedar en cosa del pasado. Y podría haber sucedido, de no ser porque apareció, quién si no, Nora Mørk.

Porque ese siempre ha sido el trabajo de la lateral derecho noruega, puede que la mejor de todos los tiempos en su puesto. El de surgir cuando se comienza a escuchar, a rumiar, a sentir, la posibilidad de que las cosas tienen mala pinta. Ahí, en esos momentos, Mørk, cual heroína clásica, les dice a sus compañeras que se tapen los oídos, que no escuchen los cantos que auguran su derrota, que ella se encarga. Y se pone manos a la obra, hasta que convierte la primera mitad en una muestra perfecta de lo que ha sido su carrera. La de una ejecutora infalible, que suple su corta estatura (1,67 metros) con unos recursos infinitos en el pase, el lanzamiento, la finta. La de una competidora como pocas ha habido, líder de raza, por nacimiento, que nunca se esconde.

Todo tiene cabida en el recital. Pum, pum, dos goles de siete metros. Pim, pam, pum, varios pases a las pivotes de auténtico escándalo. ¡PUM! Un lanzamiento estratosférico de cadera con el ataque atascadísimo. Pam, amagos, pam, fintas, pam, penetraciones. Nora anota siete goles, da unas cuantas asistencias y hace que llueva menos para su equipo: Noruega pierde por solo tres goles al descanso, 15-12. Luego, como casi siempre, las noruegas remontan en la segunda parte y acaban levantando el título campeonas de Europa.

Cifras para ilustrar esta última gesta de Mørk hay muchas. Se podrían destacar los 28 aciertos en 29 lanzamientos desde los siete metros durante el torneo. Su tercer título de máxima goleadora en una Euro, sumado a los conseguidos en 2016 y 2020. Que sea cerca peligrosamente a la cifra de 1000 goles solo con su selección. O que Noruega acumula (esta sí es salvaje, ojo) cinco de los últimos siete títulos europeos de selecciones que se han disputado… y que los dos que no logró levantar —2012 y 2018— fueron los dos que Nora Mørk se perdió por lesión. Sin embargo, otra vez, el deporte no son cifras, ni siquiera títulos: son historias. Y nada dibuja a Nora Mørk con trazo tan fino como el relato de su auge, su descenso a los infiernos, su recuperación y esa única deuda pendiente que quizás pueda saldar en París 2024.

El auge de una figura

En los ocho goles que la noruega anotó en la final del pasado Europeo, la celebración fue siempre la misma: puño en alto, sonrisa, carrera hacia el banquillo para hacer el cambio ataque-defensa. Y ahí, en su antebrazo erguido, se podía intuir un tatuaje: «Without the dark, we’d never see the stars». O, traducido, que sin la oscuridad nunca veríamos las estrellas. Y esa frase, que—de manera casual o no— evoca a aquella con la que Dante Alighieri cerró su paso por el Infierno («Y entonces salimos a ver las estrellas»), supone precisamente eso. El símbolo, o el recuerdo, o el cierre del paso de tres años que la jugadora nórdica, entre 2017 y 2020, tuvo por los infiernos del deporte.

Antes de ese descenso al averno, eso sí, hubo muchas subidas en la vida de Nora Mørk. De hecho, todo fueron subidas, numerosas y continuas, como un eterno puerto hacia la estratosfera desde la adolescencia. Hija de entrenadora, competitiva a más no poder, que más de una vez tuvo broncas con su madre por querer sacarla de la pista cuando era niña, Nora siempre apuntó a la estrella rutilante que fue. En 2007, con 16 años, se marchó al Aalborg danés. Regresó a su país a la temporada siguiente para fichar por el Larvik y lo ganó todo con la selección junior noruega junto a Stine Bredal Oftedal o las hermanas Sollberg. Ya en 2010, debutó con la selección absoluta, logró su primer Europeo y, por si fuera poco, en pocos años redondeó su palmarés. Porque, con solo 26 años, ya lo tenía casi todo. Cinco títulos y tres MVP en la liga noruega de balonmano. El Mundial de 2015. Los Europeos de 2010, 2014 y 2016. Una medalla de plata en Río 2016 más el título de máxima goleadora del torneo. Y, quizás, lo más llamativo: la primera Champions League en la historia de un equipo noruego, la de 2011, ganada en una final frente al ya extinto Itxako de Lizarra.

Todo ello le supuso un salto directo a la fama. En un país donde el balonmano femenino es deporte referencial, Nora Mørk se convirtió en un personaje mediático. Patrocinio de Red Bull, su propia línea de joyas, espacio en medios de comunicación de todo tipo, cientos de miles de seguidores en Instagram. Una celebrity. Pocos retos con forma de título le quedaban ya en esa fase de su carrera. Un oro olímpico, quizás, Otra Champions, puede. Pero, sobre todo, le faltaba relato, historia. Y, quién sabe, puede que hasta ella misma lo intuyese. Fue así que, en el verano de 2016, Nora se fue de Noruega hasta Hungría para fichar por el mejor equipo de Europa, el Győri que dirigía el canario Ambros Martín. Alcanzó de nuevo el cielo con la Champions de 2017 y fue nombrada por Handball-Planet.com como mejor jugadora del año. Seguía ascendiendo sin parar, no quedaba nada más por cumplir.

¿O sí?

Aunque en ese verano de 2017 todavía no lo sabía, lo que le quedaba era ver las estrellas. Pero, para ello, antes, como le pasó a Dante, le aguardaba un largo viaje por la oscuridad.

El viaje por las sombras

La temporada 2017/2018, su segunda en Hungría, había comenzado de manera inmejorable para la noruega. Su amiga Stine Bredal Oftedal llegaba desde París como nueva incorporación del equipo, eran favoritas otro año más en la Champions League y con la selección aspiraban a revalidar su corona de campeonas del mundo. Todo podía salir muy bien, pero todo eso que su carrera había ignorado hasta el momento en años de éxitos y triunfos, de celebraciones y ascensos, apareció de repente, en tromba, sin darle casi pie a levantarse.

Comenzó, para ella, el viaje por el infierno.

Para empezar, Mørk estuvo a punto de perderse el Mundial de 2017. Unos meses antes, un hacker había robado unas fotos íntimas de su teléfono móvil para hacerlas públicas. Acostumbrada a lidiar con la fama, con el escrutinio simplemente deportivo, la situación la superó. Entró en un proceso depresivo que casi la deja en casa durante el Mundial. Pudo acudir al final, pero Noruega cayó ante Francia en el partido por el título.

A las semanas, toc-toc, tocaron en la puerta las lesiones. En febrero de 2018, quizás por los sobreesfuerzos mal gestionados, quizás por problemas congénitos que ya habían sufrido familiares suyos, Mørk se partió el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha en un partido de la Champions League. Acabará ganando el título, pero lo hará sin disputar ningún partido desde la lesión. La situación tampoco mejoró en la temporada siguiente, la 2018/2019. Se lesiona en las sesiones de recuperación y tiene que pasar por quirófano de nuevo. Ahora, para tratar una lesión en el menisco. Los meses sin pisar una pista aumentan: son ya catorce. La temporada 2018/2019 la pasa en soledad, entre camillas, fisios y gimnasios; sin pisar una pista.

Después de un año y medio sin tocar balón, pensó quizás que le hacía falta un cambio, un nuevo reto, que Hungría ya no era para ella y que el Gyori no la necesitaba. Así, en el verano de 2019 se marchó a Rumanía para fichar por el CSM Bucaresti, otro de los clubes punteros en Europa. Pero en el primer partido oficial que disputaba después de más de un año en el dique seco, Nora se rompió el ligamento anterior de la otra rodilla, la izquierda. Solo pudo disputar un partido oficial en toda la temporada 2019/2020: ese, el de su lesión.

Y faltaba, todavía, la puntilla. En el verano de 2020, a Nora Mørkle comunican que su madre ha sido diagnosticada con cáncer. Para estar cerca de ella, decide firmar por el Vipers Kristiansand noruego durante la pretemporada. Volvía a casa, dispuesta a recuperarse, a reaparecer con su selección luego de tres años de ausencia. Pero sí, otra vez, otra vez más, una lesión en la rodilla la apartó de las pistas cuando se acercaba el Europeo de 2020. Vuelta al quirófano. Era su décima intervención en la rodilla.

En ese momento, había pasado ya casi dos temporadas y medio en blanco. Tres torneos internacionales consecutivos a los que bien no acude —2018 y 2019, por lesión—, o acude de aquella manera —en 2017, tras el hackeo de las fotos—, y en los que Noruega solo aparece en una semifinal. Tiene ya 29 años, las rodillas desgastadas. Y se plantea, claro, si no es el momento para dejarlo. Si no estará ya bien, con todo esto a sus espaldas, si no ha llegado de viajes, de historias, de sufrimientos.

Pero, ¿y qué bien se ven las estrellas cuánto más oscuro esté todo?

Porque sin la oscuridad nunca veríamos las estrellas

No por ser un tópico deja de ser menos cierto: si la historia de Nora Mørk se diese en un deporte más mediático, con más seguimiento, sí, si fuese un hombre, su relato estaría presente en la vida deportiva de todos los países como uno de los resurgimientos más impresionantes que se haya visto. Y es que, tras esos dos años y medio de oscuridad total, Nora, de alguna forma, se recuperó para volver a ser la que era. Se le aparecieron, al fin, las estrellas.

Tras esa décima operación que le planteó si retirarse era la opción más factible, Mørk pudo recuperarse a tiempo para el Europeo de 2020. Asomaron las dudas: a ver cómo llega, a ver si es la misma de antes, a ver qué hace, a ver. Y, oh, sorpresa, apareció para ganar el campeonato y llevarse el título de máxima goleadora. La historia casi se repite en el Mundial de 2021, donde Noruega ganó, pero ella solo fue tercera en la lista de anotadoras. En este 2022, ya dijimos: otro Europeo, otro título de máxima goleadora. Y, de paso, con el Vipers Kristiansand, el equipo al que llegó para refugiarse en su casa, ganó las dos Champions League en las que participó: las de 2021 y 2022.

La segunda fase de su carrera, esta que estamos viviendo, solo ha tenido una pega, un sin sabor: perder ante Francia, otra vez como en 2016, en las semifinales de los Juegos Olímpicos de Tokio. Quizás, a sabiendas de que tienen un pepino entre manos, los guionistas no han queridos dejarnos libres de esta historia. Nos han metido un cliffhanger de tres años, nada menos, hasta París 2024.

Puede que con ese reto en mente, Mørk ha decidido seguir con su viaje en búsqueda de esa última estrella: desde comienzos de esta temporada, milita en el Team Ejsberg danés. Es su oportunidad de conseguir su séptima Champions League con un cuarto club, algo que, quién sabe, puede que sea otro récord más. Aunque, qué más da, en realidad, eso es solo una cifra.

Porque, en cualquier caso, cuando nos acordemos de su historia en la final de balonmano de París 2024, ya casi nos dará igual que Nora Mørk esté allí o no, que se la pierda por lesión o que arrase como siempre hace, o que se retire antes, o que pierda en los cuartos de final. Porque ese será igual su último capítulo. Porque veremos ese tatuaje, o sino, lo recordaremos. Y nos daremos cuenta, ahí sí, que el deporte no son los títulos, los goles, las lesiones, las lágrimas, las rachas, las roscas, los caderazos, las recuperaciones, los récords y las caídas. Que no son solo eso, porque el deporte lo es todo a la vez. Porque el deporte son las historias y lo que nos hacen sentir.

El deporte es Nora Mørk. Y lo seguirá siendo, aunque su viaje nunca acabe por mostrarle la última estrella.

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