Ajedrez

La reciente consagración de Gukesh D. reavivó la polémica sobre el número de campeones de la historia del ajedrez. ¿La entidad federativa mundial se está desconociendo a sí misma?

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Gukesh, el nuevo campeón mundial de ajedrez (el vigesimosegundo de la historia). (Credit Image: © Seshadri Sukumar/ZUMA Press Wire)

Cuando en 2023 el chino Liren Ding se consagró campeón mundial, la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) lo presentó en tanto decimoséptimo de la nómina, en lugar de mencionarlo como el vigesimoprimero. En ese momento, el autor de este trabajo advirtió de la situación a la entidad y presentó en este medio un estudio pormenorizado esclareciendo la cuestión. Sin embargo, ahora mismo, tras el reciente éxito del indio Gukesh Dommaraju, el flamante campeón, la FIDE persiste en su error al asegurar que estamos en presencia del decimoctavo titular del mundo, en vez del vigesimosegundo.

Queda claro que es dicha Federación, entidad creada en 1924, la única que puede establecer las condiciones para ser campeón mundial en cada momento. Por ende, la nómina de quienes llegaron en cada momento a la cima debería responder exclusivamente a quienes se consagran en competencias organizadas bajo su amparo. En este contexto, estamos ante situaciones del todo objetivas, formales e indubitables. Cualquier otro escenario, debe considerarse como excepcional y, por ende, materia de análisis e interpretación, más no de sacralización.

Al decir esto, no se nos escapa que en el pasado hubo situaciones algo difusas. Por caso, hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, los campeones mundiales solían fijar las condiciones para ser desafiados, sin que existieran ciclos clasificatorios para determinar a los desafiantes bajo normas preestablecidas. También es preciso aclarar que, como la FIDE nació recién en los años 20, de hecho, aceptó como campeones del mundo, en forma retrospectiva a Wilhelm Steinitz y a los dos que lo siguieron en la secuencia; el prusiano Emanuel Lasker y el cubano José Capablanca.

Para tiempos posteriores, ya con una organización debidamente constituida, la cosa no debería arrojar duda alguna sobre una cuestión tan central como a quién le corresponde la condición de ser el campeón del mundo. Y, sin embargo… Con el triunfo de Gukesh a fines de 2024, se ha regenerado un inoficioso debate sobre el número que le corresponde al nuevo titular en la egregia nómina. Echemos una breve mirada a hechos del pasado para intentar comprender, aunque desde luego no aceptar, los motivos por los cuales algunas miradas están confundidas sobre una cuestión que debería ser palmariamente clara.

Hacia 1993, y por el curso de un periodo que solo fue definitivamente cerrado en 2006, se generó un cisma, aunque quizás fuera más preciso caracterizar al periodo como el de la interpelación al poder constituido, por conflictos entre la entidad y algunos de los principales ajedrecistas del mundo, derivando en la creación de otras instituciones, de efímera existencia, que no respondían a los mandatos de la FIDE. Los enfrentamientos entre jugadores y dirigentes son idiosincrásicos dentro del universo del ajedrez. Ya en los propios inicios de la actividad, en tiempos previos a la creación de la FIDE, hubo tensiones entre esos dos sectores los que, reiteradamente, casi como una letanía, se repiten de vez en vez; con mayor o menor intensidad.

En este caso, el protagonista de la disidencia fue el ruso Gari Kaspárov, por entonces el campeón, y el mejor jugador de ese tiempo (y quizás de la historia) quien, tal vez añoraba el poder omnímodo que otrora habían tenido sus colegas excampeones mundiales, quienes pudieron en su tiempo imponer las condiciones sin más. A esa postura algo arrogante se sumaron defectos propios de una cuestionada dirigencia de la FIDE generándose, a la postre, una situación que derivará en un periodo de tiempo en el que coexistirán sendos ajedrecistas a quienes se los pudo reputar como campeones del mundo.

Kaspárov quiso imponer condiciones a la entidad madre en los sucesivos mandatos del filipino Florencio Campomanes y del ruso Kirsan Ilumzhinov, presidentes de FIDE, quienes no estuvieron exentos de cuestionamientos. En rigor, podría asegurarse que la mayoría de quienes ocuparon el principal puesto de la entidad, por motivos diversos, siempre estuvieron (están y estarán) en el ojo del huracán. En algunas ocasiones, las cosas se complican, y mucho, cuando se suman personalidades, a ambos lados de las grietas que se generan, caracterizadas por excentricidades, megalomanías o la tendencia a asumir conductas autoritarias.

En cualquier caso, siempre se recordará con nostalgia a un Max Euwe, excampeón mundial y presidente de la FIDE, que reunía en sí mismo todas las cualidades, la de ser un caballero (nunca se olvidará su heroísmo en tiempos del nazismo) y la de tener un conocimiento del ajedrez profundo, en todas sus facetas. De todos modos, debió lidiar como presidente de la organización con un Bobby Fischer que no le hizo las cosas fáciles en tiempos en que el norteamericano estaba pugnando por ser el campeón del mundo que en definitiva sería.

En el marco de controversias en que se dio el cisma en el ajedrez, el mayor conflicto que se suscitó en la historia reciente del juego, supo crearse una organización, denominada Asociación de Grandes Maestros (GMA, conforme acrónimo en idioma inglés), que venía marcando disidencias severas con la FIDE, las que se profundizarán ulteriormente cuando aparezca la Professional Chess Association (PCA). Esta nueva entidad fue formada inicialmente por solo dos ajedrecistas, Kaspárov y el británico Nigel Short, quienes se aprestaban a enfrentarse por la corona, lo que fue repudiado por la FIDE, que le quitó a aquel su condición de campeón, organizando otro match por la corona mundial en el que se impone el ruso Anatoli Kárpov (archienemigo de Kasparov, para más datos) ante el neerlandés Jan Timman. A consecuencia de esto, surge un primer escenario con dos campeones; Karpov para la FIDE (que es el que cuenta) y Kasparov para la entidad disidente.

A partir de ahí, se verificará un quiebre inédito en la historia del ajedrez, con títulos impulsados por la FIDE y otros por la entidad alternativa nonata, el que solo será resuelto hacia 2006 cuando, el entonces campeón de la FIDE, el búlgaro Veselin Topalov, pierda ante el ruso Vladímir Krámnik, campeón de la PCA, en el match por la reunificación de los títulos. Ese resultado, a juicio de muchos expertos, es evidencia de que los campeones mundiales de FIDE tenían en rigor un nivel competitivo inferior respecto de los dos que ostentó la PCA.

Pero no se trata de nivel ajedrecístico, criterio que siempre resulta tan subjetivo. De hecho, no siempre el mejor jugador del mundo es el campeón. Por caso, ahora mismo, aunque por propia decisión, no es el noruego Magnus Carlsen el titular del orbe. Y esas divergencias entre quien era el mejor y quien era el campeón se dieron en muchas oportunidades en la historia del ajedrez. Ahora bien, más allá de que durante el cisma podría interpretarse, e incluso admitirse, que los campeones mundiales de FIDE quedaron devaluados, aunque entre ellos tenemos figuras tan relevantes como los mencionados Karpov y Topalov, y también el indio Vishy Anand (alcanzó el título en Teherán en el 2000, por lo que se transformó en el primer campeón mundial no ruso desde los tiempos de Fischer), en ausencia de Kasparov y de un Krámnik que supo luego vencerlo, lo cierto y del todo relevante es que en todo momento la FIDE hizo sus propias competencias por el título mundial.

Así se las planteó, así se las promocionaron, así se realizaron. Esa situación no puede ni debe ser ignorada o bastardeada.

Es cierto, dado que se usaron en algunos casos reglas algo diferentes para la selección de los campeones mundiales que las clásicas (Torneos de Candidatos, Interzonales, Zonales y, al cabo de todo, matches entre el campeón reinante y el desafiante), ello implicó que surgieran algunos nombres algo inesperados, como el ruso Aleksandr Jálifman (en Las Vegas, 1999), el ucraniano Ruslán Ponomariov (en Moscú, 2002) y el uzbeko Rustám Kasimyánov (en Tripoli, 2004), quienes alcanzaron la gloria en pruebas realizadas por eliminación directa.

En cuanto a Topalov, el campeón surgido en 2005, su triunfo, se alcanzó en el marco de un fuerte octogonal que se realizó en Potrero de los Funes, Argentina, formato de torneo que no es extraño a la historia ya que, en forma similar, aunque en su momento siendo un pentagonal, el primer campeón mundial de la posguerra, el patriarca soviético Mijaíl Botvínnik, logró en 1948 el cetro que estaba vacante desde la muerte del ruso-francés Aleksandr Alejin.

Es un absurdo, y eso de hecho está sucediendo, que la propia entidad federativa mundial desconozca lo hecho por ella misma en el pasado, quitándole retrospectivamente la condición de campeones mundiales a figuras que legítimamente obtuvieron los títulos en el pasado. Para más, se produce otra situación inexacta, en error que está proliferando en todos los medios de comunicación en ausencia de palabra clara de la FIDE al respecto, la de sindicar a Gukesh como el campeón mundial más joven de la historia. Es que el indio se catapultó a la cima con dieciocho años y casi siete meses, cuando Ponomariov la alcanzó con dieciocho años, cuatro meses y doce días.

El autor de este trabajo, como integrante del Comité de Historia de FIDE, ha alertado de esta situación anómala a poco de oportunamente haber asumido en ese rol. E insistió especialmente en el punto cuando Liren se consagró campeón, y ahora, de nuevo, frente a lo que sucede con Gukesh, sin que hasta el momento la FIDE se pronunciara sobre esta importante cuestión.

De seguirse en la postura negacionista que implicaría, de ser sostenida, como bien sugiere el investigador argentino Juan Morgado, un virtual doble estándar, con campeones mundiales de primera y campeones mundiales de segunda (los que corresponden al periodo cismático), se sacralizará un daño irreparable a la reputación de quienes legítimamente fueron consagrados campeones mundiales de la FIDE en el referido periodo. Esto es particularmente grave en los casos de Jálifman, Ponomariov, Kasimyánov y Topalov que quedarían, en principio, excluidos de la nómina.

Al decir esto, apreciamos una paradoja. En el libro 100 Years of FIDE, producido por Willy Iclicki, el presidente del Comité de Historia de FIDE, les reconoce la condición de campeones mundiales a quienes obtuvieron los títulos en el periodo del cisma, con fotos muy sugerentes y celebratorias de aquellos momentos en que cada ajedrecista alcanzó la gloria.

Con todo, en ese texto, no se presenta una nómina omnicomprensiva de los campeones mundiales y, desde luego, allí se menciona, y eso es muy correcto desde una perspectiva histórica, la coexistencia de los campeones ungidos por la PCA los cuales, sin embargo, no pueden de manera alguna ser reconocidos como titulares mundiales de la FIDE ya que ello resultaría un auténtico contrasentido.

Visto el estado de cosas, es preciso una rápida acción reparadora y de esclarecimiento de hechos que solo pueden ser controversiales para quienes no están dispuestos a reconocer que la entidad mundial única que oficialmente confiere los títulos es la FIDE y que, en todo caso, cualquier controversia del pasado es tema para que los historiadores escriban páginas y no para que una entidad formalmente desconozca lo actuado legítimamente desde su seno. El daño que se está produciendo, no es solo hacia esos prestigiosos jugadores sino, más profundamente, a la verdad histórica. Y también se afecta a todos, especialmente a los organizadores de las respectivas competencias por los títulos mundiales y a los propios aficionados que siguieron con interés sus vicisitudes quienes ahora, retrospectivamente, advierten que se pone en tela de juicio el alcance real de las competencias en las que estuvieron involucrados e interesados.

Otra consecuencia de este proceder errático de FIDE, que sigue sin pronunciarse al respecto, deriva en que, extendiendo el criterio, tampoco deberían reconocerse los títulos conseguidos por Kárpov y por Anand, por lo que deberían ser retirados del palmarés de cada uno de ellos. En ambos casos, como fueron campeones del mundo en otras oportunidades, no se ve alterado su integración en la nómina, pero sí se altera el periodo de vigencia en que tuvieron esa condición. El daño sin embargo también en estos supuestos existe.

Asimismo, podría ponerse en discusión el caso de las campeonas mundiales de ajedrez del periodo cismático. ¿Se las debe seguir considerando como tales, a diferencia del tratamiento de los otros? ¿Se les retirará a ellas el título de Gran Maestro que viene asociado a ese logro? Un absurdo más dentro del absurdo ya consignado. Lo decimos una y otra vez. Y no nos cansaremos de hacerlo hasta que haya una reparación histórica por parte de FIDE. Los campeones mundiales consagrados, siguiendo en cada momento las normas, los reglamentos y los procedimientos de la entidad, son los que oficialmente deben ser reputados de tales. Steinitz es el primero, Gukesh es el vigesimosegundo y último.

Que haya habido un cisma durante un tiempo relativamente prolongado, en todo caso implica que, desde un punto de vista histórico, se le pueda desde la FIDE dar alguna clase de tratamiento a esa situación, pero, de ningún modo, dejar de reconocer lo propiamente actuado. Podría, por caso, hacerse una nómina en donde se apostille la casuística de los campeones de la PCA, como se hace en el listado que se presenta más abajo como corolario de este trabajo. La cosa es bien simple. Toda entidad tiene como base la vigencia de un principio de buena fe, debiendo respetarse lo actuado en el pasado por sus autoridades, más allá de los conflictos y vicisitudes que hubieran rodeado alguna gestión en particular. Es como si una Nación incumpliera con sus obligaciones frente a terceros, solo por el hecho de que un nuevo mandato institucional no comulga con lo realizado por otro anterior.

De no ser así, se estaría en presencia de una situación de inseguridad jurídica simplemente inaceptable. Se podrían reescribir los contratos, los acuerdos, los compromisos, en definitiva, reescribir la propia historia, en forma sobreviniente, despojando a lo hecho en el pasado de todo marco de certeza. En estas condiciones, lo único que cabe es que la Federación, sin más, como requiriera el autor de este trabajo ante la instancia correspondiente, y así ha sido apuntalado por prestigiosos historiadores de diversas procedencias, se expida en el sentido de sencillamente reconocer lo actuado en el pasado en materia de campeones del mundo con títulos obtenidos en las condiciones fijadas en cada momento por la FIDE.

De hecho, el profesor Uvencio Blanco Hernández, apuntalándose en estas opiniones dadas por el autor de este trabajo, ha presentado recientemente un petitorio en el que termina asegurando:

Valoro que todos los veintidós (22) campeones mundiales del ajedrez han dado aportes significativos al ajedrez como deporte. Es por ello que, que estas medidas no solo fortalecerían la credibilidad histórica de la FIDE, sino que también honrarán la justicia deportiva, enaltecerían la tradición y el legado del ajedrez mundial a favor de la actual y futuras generaciones.

Que en el universo de ajedrez no exista claridad oficial sobre el número de campeones mundiales, debe considerarse una situación insólita, en particular refiriéndose a un juego en el que prima la inteligencia y la búsqueda de exactitud. Es hora de que esa polémica deje de ser tal y no se ponga manto de sospecha alguna sobre la condición de campeón del mundo de Topalov et al. Por cierto, el búlgaro, particularmente afectado por la situación, en reportaje realizado por el periodista especializado Carlos Ilardo para el medio argentino Infobae, expresó:

A lo largo de la historia hubo varias formas de llegar al título, algunos a través del dinero, Capablanca tuvo que juntar lo solicitado por Lasker para desafiarlo, lo mismo le pasó a Alekhine para jugar con Capablanca, o más tarde a Euwe. Mi título, en 2005, fue similar a Botvinnik (allí se enfrentaron round robin, 8 jugadores), y de la misma forma lo obtuvo Anand, en 2007. Por eso creo que todo depende de la división de conceptos, de cómo quieren verse las cosas. Imaginemos por ejemplo que no se quiera reconocer al campeón de ajedrez de Noruega porque Carlsen no participa de la competencia. La FIDE está dispuesta a reescribir la historia, pero sin criterio, ni lógica.

No hay que reescribir la historia sino simplemente reconocerla. Los aludidos ajedrecistas han sido campeones mundiales. Ellos lograron esa condición de legal y legítima forma. Sus méritos no pueden ser puestos en duda, por reinterpretaciones posteriores, del todo amañadas, que lo único que hacen es mancillar la verdad de hechos que son indubitables y que deben meramente ser oficialmente reconocidos por la entidad que rige los destinos del ajedrez mundial.

***

Listado de campeones mundiales oficiales de ajedrez (1886-2024)

1. Wilhelm Steinitz (Imperio Austro-húngaro/Estados Unidos de América): 1886-1894
2. Emanuel Lasker (Prusia): 1894-1921
3. José Raúl Capablanca (Cuba): 1921-1927
4. Aleksandr Alejin (Rusia/Francia): 1927-1935, 1937-1946
5. Max Euwe (Países Bajos): 1935-1937
6. Mijaíl Botvínnik (Unión Soviética): 1948-1957, 1958-1960, 1961-1963
7. Vasili Smyslov (Unión Soviética): 1957-1958
8. Mijaíl Tal (Unión Soviética): 1960-1961
9. Tigrán Petrosián (Unión Soviética): 1963-1969
10. Boris Spaski (Unión Soviética): 1969-1972
11. Bobby Fischer (Estados Unidos de América): 1972-1975
12. Anatoli Kárpov (Unión Soviética/Rusia): 1975-1985, 1993-1999
13. Garri Kaspárov (Unión Soviética/Rusia): 1985-1993 (fue campeón no oficial, para laPCA, entre 1993 y 2000)
14. Aleksandr Jálifman (Rusia): 1999-2000
15. Viswanathan Anand (India): 2000-2002 y 2007-2013
16. Ruslán Ponomariov (Ucrania): 2002-2004
17. Rustám Kasimyánov (Uzbekistán): 2004-2005
18. Veselin Topalov (Bulgaria): 2005-2006
19. Vladímir Krámnik (Rusia): 2006-2007 (fue campeón no oficial, para la PCA, entre 2000 y 2006)
20. Magnus Carlsen (Noruega): 2013-2023
21. Liren Ding (China): 2023-2024
22. Gukesh, Dommaraju (India): 2024 (en adelante)

 

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