No está en la naturaleza de Roger Esteller (Barcelona, 1972) ocultar nada, no teme a la verdad. Desde sus inicios demostró que era alguien con las ideas muy claras, valiente y con personalidad, intimidarle no era una buena opción. Este barcelonés del barrio de Sants, apodado ‘El tigre de Sants’, nunca se rindió ante las adversidades, era todo fuerza y coraje, uno de esos jugadores con los que podías ir a la guerra, sabías que no te iba a fallar.
Por eso siempre ha sido muy querido en todos los equipos en los que ha estado y muy idolatrado por todas las aficiones de los clubes donde militó. No nació con un don especial para jugar al baloncesto, tuvo que trabajar muy duro para convertirse en uno de los mejores nacionales de los noventa en su posición, en una época en la que destacaban nombres de la talla de Alberto Herreros, Jordi Villacampa, Alberto Angulo, Xavi Fernández o Epi.
Con una altura de 1,91 m, podía jugar tanto de escolta como de alero, era un jugador completo que se adaptaba a las mil maravillas a lo que el equipo necesitaba de él. Si tenía que bajar el culo y defender al mejor exterior del otro equipo, lo hacía, tampoco le temblaba el pulso si había que jugarse el último tiro. Practicaba un baloncesto que transmitía, tenía carisma, algo que enganchaba, rugía en la cancha y eso contagiaba a los demás.
En una época en la que decir la verdad es un acto casi revolucionario, Roger Esteller nos ha regalado más de dos horas de honestidad, un charla sincera en la que no tiene nada que esconder.
En nuestra última conversación me comentaste que habías sufrido una lesión en la pierna. ¿Qué tal estás?
Jugué un partido benéfico a principios de julio y me rompí el Aquiles. No me tuvieron que operar, pero llevé una bota ortopédica un tiempo y ahora ya me la han quitado, solo tengo que llevarla por protección. En principio ha enganchado bien el tendón, el tejido, y no tendrán que operarme, así que ya es un descanso no tener que pasar por el quirófano con mi edad. Es un fastidio por la época en la que fue, empezando el verano… pero vaya, estoy bien.
Cuéntanos a qué te dedicas en la actualidad.
Tengo una consultora deportiva y empresarial, y me dedico a asesorar a clubes, empresas, jugadores jóvenes promesas, y también deportistas profesionales. Básicamente lo que hago es eso, como fuente principal de mis ingresos. Luego también doy conferencias, hago talleres a empresas, también hago coach ejecutivo con altos directivos, y bueno, hago un poco esa función de asesor, tanto en la empresa como en el deporte, desde dos vertientes principales.
Básicamente, una está basada en mi historia como deportista profesional, y la otra es una herramienta, un software que he creado, que tiene garantías psicométricas de la facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona. Esta herramienta es Switch On Sports, Switch On Company, en la vertiente deportiva y en la vertiente profesional, y ese software me permite analizar de una manera más… con un rigor más científico, más empírico la motivación de los deportistas, de los clubes, de las empresas y a partir de aquí actuar en consecuencia.
No estoy solo, sino que tengo la colaboración de multitud de psicólogos con los que trabajo, con los que tengo diferentes acuerdos de colaboración, y eso también hace que mi trabajo se enriquezca. Esta parte de asesoramiento es la más importante, pero también tengo otros proyectos en los que invierto… también he traducido mi herramienta a varios idiomas, el software, y estoy contento, no me falta trabajo.
Y vaya, no me voy a hacer millonario, pero trabajo para mí y esa es la parte más bonita, el poder administrar mi tiempo y no tener jefe, digamos mi jefe soy yo, lo cual hace que trabaje mucho más, pero que también me lo pase mucho mejor.
Veo que no has parado desde que te retiraste. ¿No se ganaba tanto dinero en tu época como para vivir ahora un poco más relajado, sin trabajar tanto? ¿O es que te gusta este ritmo de vida tan frenético?
Creo que más que el hecho de tener más o menos dinero es bastante relativo, porque ahora se gana más que entonces, evidentemente, pero el nivel de vida era distinto. Además, hay que contar las necesidades de cada uno, la frase de «no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita», creo que es muy cierta. Pero vaya, para mí es muy importante el hecho de poder estar activo, más que de estar activo, el poder hacer otras cosas.
Saliendo de lo que era el deporte profesional como jugador, nunca quise seguir en el mundo del baloncesto profesional, o sea, nunca quise ser entrenador, aunque tengo el título. Nunca quise, digamos, enfocar toda mi vida profesional a hacer otra vez lo mismo, aunque fuera de otra manera.
Así que… soy una persona inquieta a nivel cultural, a nivel académico, y quería hacer otras cosas totalmente diferentes que me motivaran, y esta era una de ellas. Tengo el Máster de Administración de Empresas Deportivas, y de hecho, sí que trabajé de lo que me formé, estuve dirigiendo un par de empresas, pero veía que no era lo mío, que lo que quería yo era reencontrar mi camino.
Me costó porque a todo el mundo le cuesta después de retirarse, pero ahora hago lo que quiero desde hace bastantes años, y además me hace aprender muchísimo, que es de lo que se trata, de poder vivir, de poder aprender, de poder divertirse, de poder ganar dinero, pero priorizando unas cosas. No me veía sacándome el título de entrenador, entrenando a un equipo, yo que sé, de EBA, y poder ser director deportivo… no.
Aunque durante el transcurso del tiempo he tenido bastantes posibilidades de ello, o no han acabado saliendo, como fue el caso en el Barça en el 2015 con las elecciones, en las cuales iba de director ejecutivo de la sección, o no han sido interesantes. Así que, pues bueno… Me veo capacitado para otras cosas que no sean solo continuar en el baloncesto profesional.
Vamos con tus comienzos en el baloncesto. Te ficha muy jovencito el Barcelona, pero también estuviste, en estos inicios, en el Grupo IFA.
Empecé en el Barça en categoría cadete. Jugaba en el colegio y después estuve en otro club de mi barrio, de Barcelona, en Sants, y me fichó el Barça. Y estuve un año en el Barça, ganamos todo, fuimos campeones de Cataluña, campeones de España, y era titular, o sea, tenía todo, estaba bien, no es que no jugara, todo lo contrario, además con una importancia en el equipo grande, y siendo campeones.
Me acuerdo de que, a los tres meses de estar en el Barça, ese mismo año que había fichado por ellos, le dije a mi padre cuando volvíamos de un partido: «La temporada que viene me voy». Mi padre, claro, cuando te ha fichado un club como el Barça, se quedó un poco, diciendo… Imagínate que, con 14 años, a tu hijo le ficha el Barça y a los tres meses dice que se va cuando está jugando minutos.
Y mi padre, que era una persona maravillosa, que en paz descanse, me dijo: «Vale», no me dijo nada. Creo que el tío me vio que era de piedra, pero me dijo: «Solo te pido dos cosas, una, que acabes el año, y la siguiente que vayas a tope, cien por cien, o sea, lo que hagas, hazlo a tope, y después vete a dónde quieras». Y así lo hice, respeté todo, no le dije nada a nadie en el equipo, fui al cien por cien, ganamos todo.
La verdad es que fui una pieza muy importante de ese éxito en esa temporada, de ganar todo, y al acabar le dije al club que me iba. El club quería que yo continuara, y yo dije que me iba. Fue un poco un drama en categorías inferiores. Me dijeron: «De aquí no se va nadie», y yo: «Bueno, pues seré el primero que se va». Y me fui y no tenía equipo, de hecho, no había buscado equipo, sencillamente me quería ir, y la razón era porque no me lo estaba pasando bien, yo siempre pensé en pasármelo bien jugando. Para mí, estar allí y no divertirme del todo, no era lo que yo quería.
¿Y por qué no te divertías?
Pasé a un club, que era un club grande, como podía ser Barça, Madrid, o en esa época Joventut también, con una exigencia mucho mayor, y no quería tener ese tipo de exigencias. Yo era una persona que lo que quería era jugar, me gustaba mucho el baloncesto, y lo que quería era divertirme. Y cuando estás en ese momento en que ya no es diversión, sino que es ganar (resopla) pues… soy una persona competitiva, al menos cuando juego al baloncesto, pero no veía que fuera lo que yo quería hacer.
Quería volver al barrio, donde fuera… Entonces, cuando se enteraron de que me fui, vino el Grupo IFA enseguida, el Grupo IFA Unipublic que era entonces, y fiché. De hecho, fui ahí, me lo pasé mucho mejor, pero al principio empecé y no jugaba, es curioso. Entrenaba Moncho Monsalve al primer equipo, hace muchos años de eso, el 88 o 89.
Al final, acabé jugando todo y fuimos subcampeones de Cataluña y subcampeones del Torneo de Hospitalet y subcampeones de España, por encima del Barça, además. Estuve allí muy, muy bien, fíjate que hace más de 30 años de eso y seguimos viéndonos todos los jugadores de ese equipo, saliendo a cenar cada dos meses máximo, y tenemos una relación fantástica, fue un año maravilloso.
Me quería quedar en el Grupo IFA Unipublic, lo que pasa es que se trasladó a Granollers. Yo tenía 16 años y me acuerdo de que le dije a mi padre: «No voy a Granollers». Era un buen estudiante y quería estudiar, me lo estaba pasando bien… Y al final, pues el Barça me quería recuperar.
Yo no quería tampoco volver, pero quería seguir compitiendo, quería seguir estando bien, y al final hablé con Juan Montes, que era el entrenador de ese equipo juvenil, y me convenció para que fuera.
Fuiste un jugador muy importante en categoría cadete, juvenil y júnior, y en la temporada 90/91 llegas al primer equipo del Barça, con Boza Maljkovic de entrenador y con la exigencia de ganar la Copa de Europa. ¿Cómo asimila un chaval de 17 o 18 años todo eso?
Bueno, ahí creo que di un cambio muy grande ese año juvenil, cuando volví al Barça. Hasta entonces, creo que no tenía tanta seguridad en mí mismo, o no había dado el cambio físico tan bestia. En el segundo año de juvenil pegué un cambio físico muy grande y dominaba.
En mi categoría juvenil, quedamos campeones de España de todo, ganamos el torneo de Hospitalet de 60, la final del campeonato de España la ganamos de 50, quedé mejor jugador, MVP, en Hospitalet, máximo anotador del equipo, MVP de todos los torneos a los que fuimos… Al final ahí me di cuenta de que tenía algo más.
Tu segundo año de juvenil, ¿no?
Sí, pero nunca pensé, incluso teniendo esa suficiencia en mi categoría, que me iban a llamar al primer equipo, de hecho, fue una sorpresa, y ahí tuvieron mucha importancia Juan Montes y Miguelito López Abril, que en paz descanse. Miguelito era una persona que confiaba mucho en mí, incluso cuando era juvenil me llevaba con el júnior, me acuerdo de que me llevó a un torneo júnior cuando era juvenil y metí 30 puntos de media.
Miguelito y Juan tuvieron mucho que ver para que Maljkovic, que no me conocía de nada, me llevara al primer equipo. Tengo muy buen recuerdo de Maljkovic, muchas anécdotas, es una persona maravillosa, que quiero muchísimo, que fue muy duro conmigo, con todos, pero que me ayudó muchísimo a entender mejor el baloncesto profesional.
Ahí me entró todo de repente, porque cuando te llega Maljkovic en su primer año en el Barça y estás en un equipo que es favorito a ganar la Euroliga, y que además empiezas jugando minutos, y bastantes, pues la verdad es que fue un choque muy grande, entre un sueño y una pesadilla (risas).
Pero bueno, al menos lo viví, además, tuve la gran suerte de compartir vestuario y posición con mi ídolo de la infancia, que fue Epi, y que además te ayude… para mí fue un sueño. Tenía dos pósteres en la habitación, que eran el de Loquillo y el de Epi, y al final han acabado siendo dos de mis mejores amigos.
Eso es algo que muy poca gente puede decir, soy muy afortunado. Para mí, vivir eso fue maravilloso, pero eso son las luces, porque también hay sombras, ya que tienes que aprender muchas cosas. Y yo, por suerte o por desgracia, y digo por suerte o por desgracia porque a veces es una condena, no nací con un talento como podía haber nacido, no sé, Doncic, Juan Carlos Navarro… todos estos grandes cracks, tuve que aprender muchas cosas que con esa edad no sabes.
Y fue duro, porque además aprendes a base de hostias. Tuve que lidiar con muchas situaciones que no son tan bonitas como la gente puede pensar. Dices, de repente ves a Doncic con 17 años allí, es fantástico, bueno…
¿Qué es lo menos bonito de aquello? ¿Qué fue lo más duro, a nivel mental, a nivel físico…?
No, a nivel físico fue muy bien porque, además, creo que mejoré muchísimo, me exigía mucho para poder jugar. Me acuerdo que cuando empecé a entrenar con el primer equipo, en la temporada 90/91, ya era júnior de primer año, aunque todavía no tenía los 18. En el primer entrenamiento, a los cinco minutos, pensé: «Yo aquí puedo jugar tranquilamente».
Es curioso porque después me costó mucho, pero la confianza que tenía en mí mismo era tal que pensaba: «Aquí puedo jugar, aquí es fácil jugar». A veces la percepción de cada uno es distinta, pero desde el primer momento tuve clarísimo que podía jugar, y más en un equipo que era campeón, favorito a ganar la Euroliga, no era un equipo cualquiera de ACB. Lo tenía absolutamente claro.
Lo duro fue tener que lidiar con situaciones en pista, a veces por errores propios, a veces porque, digamos, realmente eres un júnior, y los júniors tienen que tragar con ciertas cosas jugando: que el árbitro no te pite las faltas, que el entrenador te meta broncas tremendas cuando muchas veces no son culpa tuya. Y bueno, no soy una persona que le guste mucho que le metan broncas, pero a veces tienes que tragarlas. Tengo un carácter un poco complicado (risas), no es el mejor carácter del mundo para gestionar desde el punto de vista del entrenador. Esas cosas para mí fueron duras.
Me costaba mucho que me dijeran lo que tenía que hacer, la disciplina nunca me gustó. Soy una persona muy autodisciplinada para mí mismo, pero no me gusta que me digan lo que tengo que hacer. Allí aprendí que el baloncesto profesional implica que te digan lo que tienes que hacer el 90% del tiempo, y eso para mí fue un choque muy grande. Hasta entonces, más o menos, hacía lo que quería.
Además, fíjate que cuando fiché por el juvenil del Barça, después de volver del Grupo IFA, fui a la reunión con el Barça y me dijeron: «Queremos que vuelvas, te vamos a pagar tanto». Me acuerdo que era mucho dinero en aquella época, yo hubiera ganado más que mi padre. Sin embargo, renuncié a cobrar. Me dijeron: «¿Por qué no quieres cobrar?». Y yo les contesté: «Porque si tengo un examen importante, no voy a ir a entrenar, me quedaré a estudiar. Si me pagáis, tendré que venir a entrenar. Yo juego por divertirme».
¿Renunciaste a tu primer sueldo en el Barça?
Renuncié siendo juvenil. Prácticamente todo el equipo cobraba, menos yo, pero precisamente por eso, por decir: «Voy a hacer lo que yo quiera». Siempre prioricé mi libertad y el poder hacer lo que yo quisiera. Lo aceptaron, y si tenía un examen, no iba a entrenar.
Ellos me dijeron: «¿Y si después no juegas por no ir a entrenar?». A lo que yo respondí: «Bueno, pues el entrenador decidirá, yo no tengo problema, yo priorizo mi carrera académica». Era un buen estudiante y tenía buenas calificaciones, así que quería hacer una carrera.
¿Estabas estudiando lo que por entonces era COU?
De ahí viene la segunda parte, que era como pasar a otro planeta. Llegas aquí, estás en júnior, empiezo a ganar dinero y entreno también con el primer equipo. Entre el primer equipo y júnior, sobre todo con el primero, así estuve casi todo el año. Y ahí tienes que hacer lo que te digan. Para mí, ese choque fue muy fuerte, eso fue lo peor.
Lo mejor, sin duda, fue la gente. Los maravillosos júniores que tuve ese año: Galilea, Angelito Almeida —pobrecito, que en paz descanse—, José María Pedrera, Lisard González, Edu Bonet, Óscar De la Torre… Me dejaré a muchos, pero fueron personas fantásticas. Luego, los cracks: Epi, Audie Norris —que es vecino mío en Castelldefels—, Nacho Solozábal, Juanito De la Cruz, con quien tuve la suerte de jugar cuando fichó por unos meses, Andrés Jiménez… Todos ellos, gente majísima, de quienes aprendí muchísimo, tanto a nivel de baloncesto como a nivel humano.
Sobre todo, aprendí de Epi. Para mí, Epi es Dios, o mejor dicho, era Dios. Cuando lo conocí, fue Dios al cubo. Fue maravilloso, además estaba en su misma posición, y al principio jugaba yo más que él. Después, acabó jugando él todo, lo normal, pero incluso cuando yo jugaba más que él, me ayudaba. Para mí, eso es la grandeza de una persona.
Se quedaba conmigo después de los entrenamientos, y eso es jugar limpio, era un tipo que te ayudaba. Luego, en la cancha te pegaba de hostias que te dejaban morado, pero aprendí muchísimo de Epi a todos los niveles. Es una persona a la que adoro. Venero a Epi.
¿Cómo era Epi en el día a día de los entrenamientos? ¿Entrenaba mucho el tiro?
Llegaba el primero y se iba el último. Más que entrenar el tiro, que en nuestra época lo tenía muy mecanizado y sabía perfectamente qué hacer, lo que hacía sobre todo era calentar mucho antes. Me acuerdo de verlo dar vueltas por la pista para calentar bien, estirar bien. Luego, al acabar el entrenamiento, se ponía hielo en las rodillas y se quedaba un buen rato. Era un profesional como la copa de un pino.
Llegaba el primero porque ya tenía 30 o 31 años, y sus rodillas empezaban a resentirse un poco. Sin embargo, nunca tuvo una lesión fuerte porque se cuidaba muchísimo. En su última etapa ya estaba algo mermado físicamente, pero jugaba tan bien que seguía siendo muy eficiente. Tenía una mano increíble desde todos los lados y, aunque a veces se quedaba más en la cancha, no era tanto por mejorar su tiro.
Nosotros, por ejemplo, le llamábamos Robocop porque era un tipo muy rígido, y se lo decíamos en broma. Él se descojonaba y aguantaba las bromas como un campeón.
¿Todos le llamabais ‘Robocop’?
No, no todos, solo los chicos jóvenes. Por ejemplo, cuando pasaba corriendo, hacíamos como si fuera una máquina, imitando el ruido de un robot, y él se reía. Aguantaba las bromas sin problemas. Y también se metía con nosotros, no tenía piedad. Las bromas eran mutuas, y cuando los veteranos atacaban, lo hacían con todo.
Recuerdo que venía antes a entrenar, sobre todo por las rodillas, que ya le empezaban a fallar. Él lo veía venir, pero supo cuidar muy bien su cuerpo mientras jugaba. Y lo que es más, también ha sabido cuidar muy bien su negocio después de retirarse, porque le va fenomenal. Tiene una empresa que funciona maravillosamente.
Es un tío muy inteligente. Creo que eso es lo que más destaca de él. No solo tenía muchísima calidad como jugador, sino que también era muy listo, tanto dentro como fuera de la pista.
¿Qué nos puedes contar su característico pisotón cuando se preparaba para lanzar los tiros libres, que parecía que estaba matando cucarachas?
No, no lo sé con certeza, pero bueno… cada uno tiene su ritual. Me acuerdo que me contó que el Barça lo fichó por su hermano. De hecho, su hermano era más alto que él, y Epi vino un poco como un «regalo» por fichar al hermano. Eran de una familia muy humilde en Zaragoza, y al fichar al hermano, se lo llevaron a él también, vamos a decirlo así.
Epi era un tío que tenía muy claro el trabajo que debía hacer. Al principio no tenía muy buen tiro. Me dijo que tuvo un entrenador que le cambió completamente la mecánica de tiro, y que a él le debe el poder tirar como lo hacía. Ese entrenador era Eduardo Kucharski. Creo que a Matraco Margall también le pasó lo mismo. Kucharski les enseñó a tirar, y se quedaba horas con ellos. La verdad es que Epi aprovechó bien esas lecciones (risas). Es curioso que alguien de una época mucho más lejana le enseñara a tirar así.
En cuanto a su ritual de tiro libre, supongo que todos tienen alguna manía. Él tenía lo de «matar a la cucaracha» y ya está.
Por lo que tengo entendido de otros jóvenes que se iban incorporando a sus primeros equipos, no era muy normal que fueran tan bien acogidos por los más veteranos. Este no fue tu caso por lo que me estás contando, ¿verdad?
Todos los jugadores júniores que estuvimos ese año tenemos un recuerdo maravilloso. En otros equipos no pasaba lo mismo, porque hablábamos con gente de nuestra edad y nos contaban sus experiencias… No voy a decir nombres, y menos de otros equipos, pero es verdad que en algunos había situaciones complicadas, incluso malas.
A nosotros nos metían mucha caña, sobre todo porque jugábamos minutos, te estabas jugando la vida. Cuando cometíamos un error, nos lo señalaban, pero luego nos ayudaban muchísimo en todo. Picu (Piculín Ortiz) era muy duro entrenando, muy exigente. Quizás era el que más broncas te metía; si le pasabas mal la bola, te liaba una tremenda. Pero después era maravilloso. Nunca pagué nada cuando salía con ellos, incluso ahora, cuando los veo, me siguen invitando.
Se portaban muy bien con nosotros en todos los sentidos, y creo que tuvimos mucha suerte, porque en otros clubes no era así. Coincidimos con gente fantástica. Nacho Solozábal, el capitán, era una persona súper centrada. Sabía perfectamente cuál era el límite de una bronca, cuándo algo estaba mal, y manejaba las situaciones con mucha sabiduría. Y todos los demás, digamos, eran personas muy legales.
Has dicho que tienes un montón de anécdotas con Boza Maljkovic.
El método de entrenamiento era salvaje (risas), literalmente. Veníamos de un viaje de ocho horas, creo que de Moscú, y al llegar al aeropuerto, sin previo aviso, Boza decía: «A entrenar todos». Nos metíamos dos horas y media de entrenamiento y terminábamos con 20 líneas (sprints). Claro, con 17 o 18 años aguantas lo que sea, pero hubo muchos lesionados.
Han pasado casi 35 años, pero aquello era brutal. Acababas tirado en el suelo, muerto. Eran 20 líneas de campo a campo, pero eso era para finalizar, después de haber pasado dos horas y media corriendo como un animal. Y para rematar, las líneas, una verdadera salvajada. El adjetivo sería ese: salvaje.
Aquel año se llegó a la final de la Euroliga, a la final de la liga, y se ganó la Copa del Rey, pero entrenar era una auténtica locura. Nunca en mi vida he entrenado tanto como con Boza, con nadie. El ritmo era altísimo, la exigencia máxima, y claro, en un equipo que tiene que ganar siempre, eso no me sorprendía demasiado. Ya venía de una exigencia muy alta en las categorías inferiores del Barça, donde en cuatro años creo que perdí solo cinco partidos. Pero lo de Boza era terrible.
Además, trataba a todo el mundo igual. Le daba igual si alguien tenía 32 años o si le dolía algo (risas)… para él, el dolor no existía, el cansancio no existía. Pero el tío sabía mucho. Tuve la suerte de tenerlo otra vez en Málaga, y era un verdadero sabio del baloncesto. Creo que muchos entrenadores en España copiaron lo que Boza trajo al país.
Venía de la Jugoplastika, un equipo increíble, tan bueno que no necesitaban ni hacer faltas, era impresionante. Se adaptó muy bien y creó un nivel táctico y de exigencia que hasta ese momento no se había visto en España. Muchos entrenadores lo imitaron. Tengo muy buen recuerdo de él. Era muy duro, pero también una buena persona.
¿Cómo asimilaron los veteranos del equipo el cambio de Aíto por Boza?
Aíto era el director deportivo y venía mucho a los partidos, así que teníamos una relación muy buena, cercana incluso. Pero los veteranos (risas), imagínate… eran dos maneras totalmente distintas de gestionar el grupo y de enfocar el baloncesto. Ambas eran muy buenas, pero con mecanismos muy diferentes. Para los veteranos creo que fue un choque grande. Para nosotros, los jóvenes, no tanto, porque era la primera vez que empezábamos con el primer equipo y no teníamos con qué comparar.
Pensándolo ahora, es un poco como lo que vimos este año con Jasikevicius y Grimau. Jasikevicius, que es muy parecido a Boza, no sé si entrenaba de forma tan salvaje, tan intensa, pero la manera de comunicar era similar. Luego está Grimau, que era más parecido a Aíto, más calmado, sin gritar nunca. Son dos estilos muy válidos y efectivos, pero claramente diferentes.
Para los veteranos fue un choque fuerte. Sin embargo, al final, lo que un jugador profesional quiere es ganar. Da igual si te toca un entrenador duro, salvaje, mientras te haga ganar. Al final, cada jugador puede sentirse más cómodo con un perfil determinado, pero nadie se quejaba de eso. Lo importante era el resultado.
¿No has visto después ningún entrenador parecido a Boza en su manera de entrenar, en sus métodos de entrenamiento…?
No, no he vuelto a tener un entrenador como Boza. Luego tuve a Aíto, que es totalmente distinto; Manolo Flores, también muy diferente; y Pedro Martínez, que sí entrenaba duro, pero no al nivel de Maljkovic. Después llegaron Salva Maldonado y Manel Comas. La verdad es que he tenido la suerte de trabajar con entrenadores muy buenos. Salva Maldonado es un gran entrenador, y Pedro Martínez es increíble. Pero para mí, el mejor entrenador que he tenido ha sido Aíto.
Si tuviera que hacer una mezcla del entrenador que quiero ser, sería una combinación de Aíto y Pedro Martínez, porque aprendí muchísimo de ambos. He tenido la suerte de contar con grandísimos entrenadores. Al final, no se trata de ser maquiavélico y decir que «el fin justifica los medios», pero sí es cierto que hay muchas maneras de llegar al mismo sitio. No porque un entrenador grite más o sea más vehemente va a tener éxito, ni porque otro sea más tranquilo te garantiza el triunfo.
Creo que lo importante en un entrenador es la coherencia. Puede ser más o menos vehemente, pero lo que necesita es ser coherente. Si alguien hace algo mal, debe haber una consecuencia, pero no puedes castigar 25 veces por el mismo error. Por cada falta, debe haber una sanción justa, y luego se vuelve a empezar.
Los entrenadores que son como Dios manda no necesitan justificarse frente a los jugadores, el club o la prensa. Los entrenadores coherentes, que confían en sí mismos, imponen una sanción justa y siguen adelante. Por otro lado, los entrenadores débiles, que también he tenido, buscan chivos expiatorios y castigan de más, tratando de encubrir sus propios fallos. Lamentablemente, también he vivido eso. Pero, cuando hablamos de grandes entrenadores, de los cracks de verdad, es otra historia. Luego están los que simplemente no están a ese nivel.
¿Has sido muchas veces el cabeza de turco?
No, no, no. Solo me ocurrió una vez, y fue en Lleida, al final de mi carrera. Es la única vez que viví esa parte tan negativa del baloncesto, porque también hay sombras, como te digo. Pero durante mis 15 años como profesional, lo he pasado bien o muy bien, y he conocido a gente maravillosa, o muy maravillosa.
Claro, te encuentras lo que te encuentras algunas veces, que es lo mínimo: algunos personajes que, bueno, están en el mundo del baloncesto porque tiene que haber de todo. Pero al final, cuando analizas tu carrera y piensas en la gente con la que has coincidido, te das cuenta de la suerte que has tenido de vivir esas experiencias. Te digo que la inmensa mayoría de las personas con las que he trabajado se llevan un 10.
¿Te apetece hablar de lo que te pasó en Lleida?
No, está pasado y ya está. Pero, vaya, es el único lunar en mi carrera. El primer año en Lleida fue muy bueno, pero el segundo año fue absolutamente terrible, terrible. No me apetece hablar de esa etapa porque fue la parte más dura de mi carrera, esos cuatro meses hasta que me fui a Gran Canaria, que fue mi último año y donde me retiré. Fue durísimo, de verdad.
Esa es la única parte de mi carrera que no quiero recordar, porque me dolió, me dolió mucho. A veces pasa que recuerdas más tres silbidos que 2000 aplausos. A pesar de esos cuatro meses, que son una parte muy pequeña de mis 15 años como profesional, mi carrera fue buena. Siempre me sentí bien, incluso cuando jugaba mejor o peor, pero esos meses fueron la excepción.
Y has tenido, como me has dicho, entrenadores de todo tipo, entrenadores muy duros como Maljkovic…
Exacto. Esos cuatro meses fueron muy duros, sobre todo a nivel anímico y mental. Yo no entendía nada… hasta que finalmente decidí irme. Sentía que tenía que irme porque aquello no era sano para mí, y fue lo mejor. A pesar de todo, la gente de Lleida es fantástica, el club, los aficionados… personas muy majas.
De hecho, vuelvo allí de vez en cuando, y este año han subido a ACB, lo que me alegra muchísimo. El director deportivo, Ramón Bordas, es una persona a la que aprecio muchísimo, y dentro del club había gente maravillosa. Pero, a pesar de todo eso, lo pasé muy mal. Es una etapa que no quiero recordar, pero que tampoco voy a olvidar nunca.
Durante tu segundo año en Lleida tuviste dos entrenadores, Aleksandar Petrovic y Paco García. Me estoy imaginando quién es…
Bueno, yo no lo voy a nombrar, no creo que ni merezca la pena.
Retomando tu primera etapa en el Barça, ¿cómo se vivía aquella rivalidad contra la Jugoplastika? Tu primera temporada allí sería la de la tercera Copa de Europa consecutiva para los de Split, pero en esta ocasión, vosotros teníais al que hasta entonces había sido su entrenador, Boza Maljkovic.
La Jugoplastika era un equipo que en la temporada regular se le ganaba prácticamente siempre, pero luego, cuando llegaba la hora de la Final Four, pues… entre que nosotros, hablo de todo el equipo pero sobre todo de los que lo habían vivido más, los veteranos, teníamos una exigencia que venía de parte del club y que también era un poco impuesta por nosotros mismos, de… no que teníamos que ganar la Euroliga, sino que no podíamos perderla.
Eso hacía que, cuando salías a jugar una Final Four contra este equipo, que era absolutamente increíble —yo diría que es el equipo con más talento que he visto en mi vida—, no jugaras como siempre.
Tenían a dos bases que, sin ser nada vistosos, sabían jugar a esto como nadie: Sretenovic y Pavicevic. Luego estaban Perasovic, Ivanovic, los escoltas, que jugaban muy bien. Después tenían a Kukoc, que jugaba de 3, un marciano. Y luego estaban Savic, Radja… Por ponerte un ejemplo, el base suplente, el que no jugaba nunca, era Naumoski (risas). Y nosotros, los júniores, cuando lo veíamos, nos reíamos y decíamos: «Este debe ser el malo, porque claro, no juega». ¡Y era Naumoski! Imagínate qué equipazo era para que Naumoski no jugara nada, ¿no?
Al final, tenían un equipo tan bestial, tan sumamente talentoso… Y además, eran ganadores. Era un equipo al que le podías ganar en la liga regular, pero cuando llegaba la hora de la verdad… Jugué la Final Four de París, que llegamos con seis seniors y seis júniores, y ganamos la semifinal al Maccabi, si no recuerdo mal, pero después, en la final, la Jugoplastika nos pasó por encima. Tenían esa facilidad por talento y, si a eso le sumas que nosotros veníamos con una presión añadida enorme…
Me acuerdo que, en la Final Four de París, estábamos a punto de salir a la pista y bajó Núñez (José Luis), que era el presidente, y se puso a llorar. Decía: «Es que tenemos que ganarla…» (imita su voz, llorando). Se puso a llorar (risas), y nosotros diciendo: «Tú no puedes salir a la pista después de que tu presidente baje y se ponga a llorar diciendo que tenemos que ganarla».
Eso fue durante la charla previa en el vestuario antes de la final contra la Jugoplastika.
Claro, tú imagínate con 18 años, pues estás alucinando.
¿Qué comentasteis los jugadores después de aquella anécdota con Núñez?
Hombre… pues claro, yo alucinaba, pero no es la mejor manera de salir a la cancha. Creo que la mejor forma de salir a ganar es hacerlo con confianza, cantando, riendo, diciendo: «Vamos a ganar». Y si pierdes, pues pierdes, pero salir con esa energía positiva. No con tu presidente bajando al vestuario y diciéndote con convicción: «¡Es que tenemos que ganar, no me jodáis que no vamos a ganar!» (resopla).
Era complicado, muy difícil de gestionar. Creo que eso nos castigó a la hora de enfocar esa final de una manera más sostenible, más normal, de tú a tú. De todos modos, creo que no hubiéramos ganado porque este equipo era mejor que el nuestro, sin duda. Para mí, fueron el equipo con más talento que he visto nunca.
Centrándonos en ti, ¿cuáles eran tus defectos y virtudes como jugador de baloncesto?
Creo que mi mayor defecto era, a la vez, mi mejor virtud: no hacía nada de forma sobresaliente. Nunca entrenaba de manera excepcional, y probablemente, si hubiera sido un grandísimo tirador, o si hubiera tenido más estatura o un talento técnico increíble, las cosas habrían sido diferentes. Pero no tenía nada de eso. Entonces, lo que hice fue desarrollar todas las otras virtudes en mi juego para ser un jugador completo en todos los aspectos, y creo que lo conseguí.
Podía pasar, anotar, tirar, penetrar, defender… si tenía que defender al mejor jugador del equipo contrario, me sacrificaba y lo hacía. Podía jugar de 2, de 3, aunque de 1 no, ya lo intentaron (risas). Pero sí que era un jugador completo, y no solo en lo que respecta al juego ofensivo y defensivo, sino también en mi capacidad para adaptarme al equipo en el que estaba, y esa era mi mejor virtud.
Si en un equipo tenía que ser el «escudero de lujo», lo era. Si en otro tenía que ser el anotador principal, como pasó en Manresa o cuando jugué en Francia, asumía esa responsabilidad. También podía ser el «perro de presa» que defendía al jugador más importante del otro equipo, o ser quien lanzara el tiro decisivo para ganar el partido. Sabía leer muy bien lo que cada equipo necesitaba.
Nunca me preguntaba: «¿Por qué no juego más?». Mi enfoque era otro: «¿Qué tengo que hacer para jugar? ¿Qué necesita el equipo de mí para que juegue?». Siempre encontraba las respuestas a esas preguntas, y supe adaptarme al rol que me tocaba en cada momento. Creo que esa fue mi mejor virtud.
Mi mayor defecto, por otro lado, es que no tenía nada extraordinario. Había jugadores con muchísimo más talento que yo, pero eso también tiene su mérito: sin un talento excepcional, conseguí tener una carrera larga y exitosa.
Y tan exitosa. También fuiste dos veces MVP de la semana en la Euroliga.
Sí, sí. Otra característica es que yo era un jugador al que le costaba mucho entrenar bien en equipo. Entrenaba mucho por mi cuenta, soy muy autodisciplinado, pero al mismo tiempo poco disciplinado en lo que se refiere al trabajo en grupo. La disciplina de un equipo me resultaba difícil, aunque la cumplía porque debía hacerlo. Pero lo mío era otra cosa: entrenaba mucho, pero lo que yo consideraba necesario. Me iba a tirar por mi cuenta, con los voluntarios, y trabajaba mis aspectos individuales.
A pesar de no destacar en los entrenamientos grupales, era muy competitivo. Competía muy bien, y eso los entrenadores lo sabían. Aunque no entrenara de manera brillante como parte del equipo, a la hora de competir rendía al máximo. Por eso, si te fijas, en todos los momentos complicados de los equipos en los que he estado, en los últimos minutos y en los partidos importantes, siempre estaba en la pista. El entrenador sabía que yo competía cuando era necesario.
Eras un ganador.
Ganador… no lo sé, pero competidor, sí. Luego, puedes ganar o perder. Creo que los que vinieron después de nosotros sí eran ganadores natos, pero nosotros, al menos en mi caso, siempre desde pequeño competía, competía, competía… Siempre daba lo mejor de mí en los momentos más complicados. Esa fue siempre mi mejor virtud: la capacidad de competir, de adaptarme a los roles y a los cambios.
Mi mayor debilidad era que no tenía el talento innato que, por ejemplo, tenía Navarro, que era puro talento. Ojalá hubiera nacido con eso, pero no fue así. Lo mío vino a base de mucho trabajo, análisis y horas de entrenamiento. Me pasaba horas tirando. Cuando era juvenil, apenas tiraba, y cuando empecé como profesional, tampoco lo hacía mucho. Al final, me convertí en un tirador, alguien que lanzaba mucho más de tres que de dos. En Francia, incluso, fui el jugador de la liga que más triples metía por partido. Llegué a ser considerado un tirador.
Para lograr esa metamorfosis, de alguien que apenas lanzaba a ser un tirador, hubo muchísimo trabajo detrás. Y también mucho trabajo de análisis, porque físicamente ya no era el mismo, y entendí que tenía que alejarme del aro. Esa capacidad de adaptación fue, sin duda, mi mejor virtud.
El saber leer lo que necesitaba de ti cada equipo.
Y también saber mis limitaciones: qué no hacía bien, qué necesitaba el equipo y qué tenía que hacer para conseguirlo. Evidentemente, fui adaptándome y mejorando, pero eso no sucede solo. Sin trabajo, no se logra. Así que trabajé muchísimo.
Cuando hablas con muchos entrenadores, algunos te dirán: «Un poco vago…». Bueno, quizás lo fui un poco en los entrenamientos en equipo, no lo niego, y está mal, claro. Pero después, por mi cuenta, hacía más horas que los demás, eso también te lo puedo asegurar. Trabajaba muchísimo individualmente.
¿El tiro sobre todo?
El tiro, sobre todo, es lo que más te condiciona el juego. Si no tienes amenaza de tiro, el juego cambia completamente. Claro, si mides 2,15 y eres Shaquille O’Neal, quizá no lo necesites, pero en mi caso, necesitaba esa amenaza para poder hacer otras cosas. Era muy consciente de eso y tuve que trabajar muchísimo para desarrollarlo, hasta el punto de alcanzar una gran fiabilidad. En muchos partidos llegué a tirar más triples que tiros de dos, e incluso en algunos partidos tiraba solo de tres. Si no tienes tiro, te condiciona el juego, por muy bueno que seas en otros aspectos.
Hay jugadores que no tiran y eso les limita mucho, aunque sean buenos en otros aspectos. Pero en mi caso, con 1,91 metros, si no tiras, estás muerto en la pista. Si te dan un metro o metro y medio, ya no puedes penetrar. Te dicen «tira», te están retando porque no te consideran una amenaza. Cuanto más se te acerque el defensor, más opciones tienes, y eso es lo que conseguí.
Tuve que entrenar muchísimo: trabajando sobre sillas, simulando bloqueos, saliendo de bloqueos indirectos, tirando con bote, triples, tiros saliendo de un bloqueo directo… Hice miles de tiros, diría 50.000, entrenando sin parar. Al final, todo ese trabajo dio sus frutos, pero no fue algo que sucediera de la noche a la mañana.
Eso es a base de trabajo.
Totalmente.
Por el contrario, encontramos otros jugadores que tenían mucho talento y que por falta de sacrificio y de capacidad de trabajo no llegaron tan alto como podían haberlo hecho. ¿Tú has visto muchos casos de estos?
Mira, por ejemplo, jugué en Vitoria con Espil (Juan Alberto), y me acuerdo que las metía todas. Le decía: «Pero Juan, ¿tú no te quedas nunca a tirar?». Y él me respondía: «No, nunca he tirado». Le preguntaba: «¿Cómo que no has tirado nunca? Tienes que haber pasado horas y horas tirando». Y él insistía: «Que no, que no, que tengo puntería». Nunca se quedaba a tirar, ¡nunca en su vida había entrenado el tiro!
Me alegro mucho por él, le doy un beso, un abrazo, lo que sea, pero los mortales teníamos que entrenar. Normalmente eso no sucede, pero Espil decía: «Mi padre también las metía todas sin entrenar». Y añadía: «Es que no entreno, yo llego y las meto». Y yo pensaba: «Joder, qué suerte tienes, tío». Porque yo, en cambio, tenía que estar tirando todo el puñetero día (risas).
Por eso te decía que me he encontrado con gente con un talento increíble que no ha sabido aprovecharlo, y es una pena. El talento te puede encumbrar o te puede hundir. Tener mucho talento no siempre es bueno, porque puedes llegar a pensar que no necesitas trabajar. En mi caso, todo me costó mucho, me costó, y eso también es una parte buena del deporte, porque después lo aplicas a la vida real. Igual que me costó llegar a donde estoy ahora, ese esfuerzo lo trasladé a mi vida.
Has estado hablando de que había algunas partes de los entrenamientos que te costaba acatar más que otras, ¿cuáles eran?
Lo que más me gustaba de los entrenamientos, y de hecho cada vez se hace más, era el 5×5, partidos, situaciones de juego real, incluso el 4x4x4, que también se utiliza bastante. Competir, competir y que el equipo que ganaba no corría y el que perdía sí. Me gustaban ese tipo de retos. Ahí sí que iba al cien por cien, porque eso era pura competición. Pero cuando hacíamos, por ejemplo, juegos reducidos o trabajábamos los sistemas una y otra vez en un 5×0, eso me agobiaba muchísimo, me parecía mucho más aburrido.
Recuerdo, por ejemplo, cuando tuve a Pedro Martínez en Gran Canaria. El entrenamiento consistía prácticamente en un contraataque de 11 y luego 5×5. No paraba demasiado, y eso me encantaba. Pedro es un genio, para mí el mejor entrenador de la liga, sin duda. Te daba unas normas muy claras, pero después se trataba de jugar, jugar y jugar. Eso era divertido.
Me encantaban los entrenamientos con un ritmo muy alto, muy exigente. Pero todo lo que no fuera 5×5 o competiciones como 4×4 o 5×5, me agobiaba y no me gustaba. Tenía que hacerlo, claro, pero no lo disfrutaba tanto como la pura competición.
Otra cosa que no te gustaba demasiado era la disciplina, es decir, te costaba cumplir algunas normas del equipo.
Sí… sin duda, el que más multas pagaba en el equipo era yo. Siempre estaba en el número uno en esa categoría, ahí sí que era el mejor. Al final de la temporada, pagaba la cena de todos y todos me decían: «Roger, gracias, gracias». Soy una persona bastante impuntual (risas), así que solía llegar tarde, y claro, pagaba. Además, de vez en cuando también tenía alguna «cruzada de cables» en los entrenamientos.
No me gustaba que me… bueno, a veces se me iba la cabeza cuando no me pitaban tres faltas seguidas, de esas fuertes. A veces, los entrenadores fomentan el juego duro y dicen a los segundos entrenadores, que son los que pitan normalmente y no son árbitros, que no piten nada. Claro, cuando las faltas eran flagrantes, yo decía: «¿No hay faltas? ¿No?». Y entonces empezaba yo a pegar. En dos minutos, o mejor dicho, en 30 segundos (risas), Aíto o quien fuera me echaba del entrenamiento: «Roger, vete a duchar». Y, claro, multa.
Al día siguiente, todo volvía a la normalidad, no pasaba nada, pero a lo largo de una temporada se te pueden cruzar los cables. Lo que no me gustaba era que me dijeran lo que tenía que hacer: «A tal hora a desayunar, a tal hora con el polo verde…». Eso no encajaba conmigo, muchas veces me lo pasaba, digamos, por el forro (risas), y claro, tenía mis consecuencias, pero las pagaba sin quejarme. Si hacía algo mal, lo asumía y pagaba.
No es que fuera un rebelde por naturaleza, no. Me acuerdo que hace un año tuve una comida con Aíto, y nos llevamos muy bien ahora, aunque cuando me entrenaba no nos llevábamos tan bien, ni mucho menos. Lo respeto y lo admiro. Me preguntó: «¿Por qué no has querido ser entrenador?». Le respondí: «Hombre, es fácil: imagínate que me encuentro a un jugador como yo». Él se quedó un momento pensativo, me miró y dijo: «Pues sí, es verdad» (risas).
Reconozco que era un tipo complicado, una persona difícil de llevar. Pero competía, eso sí. El día a día conmigo era complicado, soy el primero en reconocerlo, y no está bien, no me enorgullezco de ello. Pero también tenía mis cosas buenas: competía al máximo. Por eso, en los momentos difíciles, el entrenador me sacaba porque sabía que iba a darlo todo.
Por un lado, los entrenadores pensaban: «Bueno, tengo que aguantarle en ciertas cosas. Le tengo que castigar, sancionar, y maldecirlo un poco, pero tiene cosas buenas». Mi día a día era complicado, lo reconozco, y era difícil de gestionar como jugador. No me enorgullezco de ello, sé que no es la forma adecuada de ser, pero siempre ponía el bien del equipo por encima de todo. Yo quería ganar, competía, y me sacrificaba en lo que hiciera falta.
Sabía perfectamente lo que se necesitaba para competir al cien por cien y llegaba al momento clave con esa mentalidad. Hay jugadores que entrenan como nunca y juegan como siempre, o que juegan como nunca y pierden como siempre. En mi caso, entrenaba como siempre, pero jugaba como nunca.
Pero, como me has dicho antes, hacías un entrenamiento aparte, o sea, tu propia rutina de ejercicios al margen del entrenamiento grupal.
Cada uno puede considerar lo que quiera, pero yo en ese caso sí que pensaba como muchos: lo que tenía que hacer, lo hacía. Sin embargo, cuando llegas a una determinada edad, ya sabes lo que necesitas como jugador. Claro, no se puede construir un equipo a tu medida, así que tienes que adaptarte un poco a esa situación.
El carácter de un jugador no se puede cambiar del todo, aunque sí se puede moldear en cierta manera. Mi carácter siempre ha sido poco disciplinado, y dentro de esa falta de disciplina, estaba en un equipo que quería ganar, así que algo de disciplina debía tener, porque es fundamental. Pero no podías convertirme en un «cordero» de un día para otro. A veces, sí, me convertía en un cordero por un tiempo, me ponía un poco de lana (risas), pero no podías hacerme una persona completamente obediente y disciplinada de golpe. No era posible.
Tenía que serlo en ciertos momentos y de determinadas maneras, y lo hacía. Pero había momentos en los que mi rebeldía salía a flote: «Aquí tengo que salir…», y explotaba. No digo que esté bien o mal, simplemente formaba parte de un grupo, y lo más difícil en el deporte profesional es unir a 12 caracteres distintos, 12 formas de pensar distintas.
Eso no es fácil, y mucho menos para un entrenador, que tiene que gestionar todo eso. Por eso tengo el máximo respeto hacia esos grandes entrenadores que he tenido, que supieron, de una manera u otra, con sus propios estilos, gestionar esas diferencias… La gran mayoría de los que he tenido lo logró.
¿Qué aficiones tenías durante tu tiempo libre?
Lo que hacía mucho para aislarme del baloncesto, sobre todo cuando ya era profesional, era desconectar por completo. Me gustaba el baloncesto, claro, pero cuando acababa de entrenar, me aislaba totalmente, no quería oír hablar del tema. Incluso cuando jugaba, a la media hora de acabar el partido, no quería que nadie me hablara de baloncesto. Necesitaba salir de ese entorno, así que, en vacaciones, ni tocaba una pelota.
Mi manera de aislarme era leer. Leía muchísimo cuando jugaba, y de hecho, sigo leyendo, aunque menos. Me tragaba tres libros al mes fácilmente. Leía de todo, desde Vázquez-Figueroa hasta Gasca. Me encanta la poesía, y creo que leer es uno de los mayores placeres que existen. Te aísla mucho de ese mundo competitivo que es el baloncesto. Mi hobby principal era leer y aprender.
De hecho, empecé la carrera de Información y Turismo, aunque no la terminé. Ahora estoy estudiando Psicología, y estoy aprendiendo muchísimo. Pero sí, leer era lo principal para mí. Antes no había YouTube ni eBooks, así que siempre estaba con un libro. Si hablas con mis compañeros, te dirán que siempre estaba leyendo, incluso antes de entrar al vestuario para un partido. Llegaba, me sentaba, y los primeros 10 minutos en el vestuario me los pasaba con un libro en la mano, sobre todo en los viajes.
No me imagino ahora a muchos jugadores leyendo en el vestuario antes de un partido.
Me has dicho que también te gustaba mucho la fiesta. Muchos jugadores de tu época me han comentado que antes se salía más que ahora, y que incluso se estilaba después de los partidos el tomarse alguna copa con los rivales, cosas que hoy en día parecen más complicadas. ¿Ha cambiado mucho el baloncesto en este sentido?
Bueno, nosotros salíamos bastante, no podíamos (risas).
Pero supongo que no os pillarían tan fácilmente como hoy en día, que te pueden echar una foto con el móvil en cualquier momento.
Mira, yo siempre digo que los chavales tienen que equivocarse y divertirse. No se trata de si deben divertirse o no, porque claro que deben hacerlo. Lo importante es cómo lo hacen. Es como el fuego: si eres fuego, quemas, pero el tema es que no debes provocar un incendio. Quemar, quemarás, pero sin hacer un desastre.
No puedes decirle a un chico de 18 o 19 años que no salga si tiene ganas. Lo que tienes que decirle es: «Sal, pero con cabeza. Sal cuando sea el momento adecuado y hazlo de manera responsable». No puedes obligarle a quedarse en casa a dormir, porque es normal que quiera vivir las experiencias propias de su edad.
Lo importante es que no salga y acabe volviendo a las 7 de la mañana borracho perdido. Una de las cosas buenas del baloncesto es que hay control antidoping, así que nadie toma drogas, lo cual es fantástico y un gran ejemplo para los jóvenes. Eso es algo maravilloso.
Me gustaba salir, claro. Salía con los compañeros y a veces con jugadores de otros equipos, y me divertía, sí, sin duda. También es verdad que a veces infringí algunas normas, salté la valla cuando no debía, y fui castigado por ello. Se castiga y punto, lo aceptas y sigues adelante.
Sí, de hecho el grito de guerra de la selección española de baloncesto es: “1,2,3… ¡Muro!”, y ya sabes la historia, ¿no?
No.
Sí, en los primeros años de la generación de Gasol y compañía, cuando estaban concentrados en San Fernando antes de las grandes citas, se saltaban un muro para hacer sus escapadas.
No hemos hablado todavía de tus tres temporadas en el TDK Manresa. ¿Qué diferencias te encontraste allí cuando sales del Barça? Coincidiste con el mítico Chichi Creus.
Chichi era increíble, un jugador único. En ese equipo se juntó un club con dos entrenadores fantásticos: primero Pedro Martínez, y luego Salva Maldonado, que es un grandísimo entrenador. Además, teníamos un equipo que tenía muy claro lo que debía hacer, y eso no es fácil de conseguir. Sabíamos cuáles eran nuestras virtudes, cómo debíamos jugar y que éramos un equipo muy incómodo para los rivales.
Nosotros competíamos, teníamos unos escoltas como Peñarroya, Paco Vázquez y Ferrán Laviña, que después todos llegaron a la ACB. Yo también podía jugar de 3, así que había bastante versatilidad. Además, acertamos con los americanos: Linton Townes, Harper Williams, que era increíble, y Tellis Frank, un jugador con una clase fantástica. Luego, el grupo de nacionales era muy unido: Jesús Lázaro, Rafa Vega, Lisard González, Jordi Singla… todos con un papel muy claro.
El secreto de este equipo estaba en nuestra cohesión fuera de la cancha. Después de cada partido, nos íbamos todos a cenar juntos, y cuando digo todos, me refiero a todos, incluidos los americanos. Me acuerdo de Slavko Kotnik, que fue un grandísimo fichaje, y Deon Thomas, que fue número 1 de la segunda ronda del Draft y era encantador. Después de los partidos, íbamos todos con nuestras parejas a cenar.
Cada dos meses nos íbamos a Barcelona y salíamos hasta las tantas, todos juntos, incluidos los entrenadores, incluso Chichi (risas). Le llamábamos «la tradición». Nos íbamos a Barcelona, cenábamos y nos quedábamos hasta tarde. Eso, para mí, era la clave. Teníamos un grupo de 7 jugadores nacionales, y los americanos como Linton Townes, que era un tío maravilloso, un gran jugador y una excelente persona, se adaptaban muy bien al bloque.
Nunca hubo nadie que se quedara al margen del grupo. Incluso si alguien hubiera querido hacerlo, no habría pasado nada, no lo habríamos aislado ni mucho menos, pero todos formaban parte de esa familia. Esa cohesión y camaradería fueron fundamentales para que el equipo funcionara tan bien durante esos años.
Entonces, ¿el secreto de ese equipo era ir todos juntos a cenar después de los partidos y una vez cada dos meses salir de fiesta en Barcelona hasta las tantas?
En esa tradición, nos pasábamos el código interno por el forro, y el club lo sabía, pero es lo que te decía antes: hay que saber cuándo hacerlo. Si sales, sales. Sales un día, te ríes, llegas a las 7 de la mañana y luego entrenas al día siguiente. Esa risa compartida y ese ambiente se reflejaba después en la pista. Ahora bien, si lo haces todos los días, saliendo hasta las 7 y entrenando a las 10, eso ya no está bien (risas). Aunque también lo he hecho alguna vez. La clave es hacerlo con mesura, sabiendo que eso, de vez en cuando, puede ayudar.
Hay una diferencia grande entre ser profesionales y ser máquinas. Cada uno es de su padre y de su madre, y cada uno debe encontrar su propio equilibrio. No podemos ser robots, porque al final lo que cuenta es la persona. Alguien tiene que estar bien consigo mismo, y a veces no sabes lo que puede estar pasando en la mente de un jugador. Quizás ha tenido un mal día, ha recibido una mala noticia, y necesita desconectar un momento, hacer una estupidez. Es ahí donde entra la empatía.
Los buenos entrenadores son aquellos que saben reconocer ese límite, que entienden cuándo permitir una excepción, cuándo decir: «Bueno, va, adelante», y gestionar esas situaciones. Los entrenadores que saben manejar eso, los que entienden a las personas y no solo ven a los jugadores como piezas, son los que realmente valen. Y, afortunadamente, la mayoría de los entrenadores que he tenido sabían hacerlo.
¿Y cómo se organizaba la tradición? Por ejemplo, decíais: “Mañana toca tradición”.
Sí, era así: «Mañana, tradición», y nos íbamos todos. Siempre con la misma frase: «Discreción a discreción» (risas). Pero te aseguro que nadie hacía nada malo, todo era muy tranquilo, aunque la consigna siempre era esa: «Discreción a discreción». Lo que pasaba en Barcelona, se quedaba en Barcelona, pero la verdad es que no pasaba nunca nada grave. Simplemente lo decíamos, y nos lo pasábamos increíble. Era muy divertido, momentos que aún recuerdo con mucho cariño.
Si esto era cada dos meses, no me quiero ni imaginar la que liasteis cuando se ganó la Copa. ¿Cómo se celebró aquello?
Bueno, el día que se ganó la Copa estábamos en Murcia, tampoco tuvimos una gran fiesta, la verdad, cuando llegamos al día siguiente a Manresa sí, en Manresa, bueno, aquello fue… yo creo que fue más bestia que la liga.
Claro, fue el primer gran título que consiguió este club.
A veces la gente de Manresa me dice: «Hombre, como ya se había ganado la Copa, la liga fue increíble, pero claro, la primera que se ganó, que fue la Copa, fue como… ¡buahhhh!». Y es que la primera es como el primer amor. Recuerdo perfectamente ir con los coches descapotados al Ayuntamiento, y había gente para aburrir, toda Manresa estaba en la Plaza del Ayuntamiento. La cantidad de gente que cabía allí era impresionante, la verdad es que fue muy bonito.
Siempre me preguntan cuál es el título que más recuerdo, el mejor de mi carrera, y siempre digo lo mismo. He ganado ligas y otros títulos, pero para mí, el más bonito de todos fue la Copa del Rey con Manresa. Sin duda. Por todo lo que conllevaba: el rival al que ganamos, la gente, la ciudad, la metamorfosis de ese equipo y también la mía personal. Para mí fue el mejor regalo, y la celebración fue increíble.
No fue una celebración de «tradición» como otras veces, sino algo más grande, con toda la ciudad, con nuestras familias, nuestras parejas, todo un poco. Y eso es inolvidable, un momento que siempre llevaré conmigo.
Chichi Creus.
Chichi era un tío súper metódico. Llegaba a entrenar una hora o 45 minutos antes, cuando todavía no había nadie. Me acuerdo que siempre decía: «Yo llegué aquí y no había ni Dios» (risas). La gente llegaba un cuarto de hora antes, pero Chichi ya estaba allí, se vestía, se tomaba un café… Era alguien que se cuidaba muchísimo, físicamente inmaculado, nunca se lesionaba porque se cuidaba mucho, estiraba siempre.
Después de los entrenamientos, solíamos hacer juegos de tiro desde cinco posiciones distintas, y tenías que meter 5 de 6 tiros. A veces empezabas fallando dos y ya te quedabas fuera. Pero cuando jugaba Chichi, metía 25 de 27 (risas), y le decíamos: «Vete ya, no queremos jugar contigo», porque no fallaba. He jugado con tiradores muy buenos, pero para mí, Chichi es el mejor con el que he jugado. No era solo tirador de 3, tiraba increíblemente bien desde cualquier distancia: 3 metros, 5 metros… Si estaba solo, no fallaba, prácticamente nunca. Otra cosa es que estuviera defendido, pero solo, era muy raro verle fallar.
Lo mejor de Chichi era su físico y, sobre todo, su mano. Tenía una mano increíble. No era un gran pasador, ni un gran driblador, ni un gran defensor, pero reboteaba muy bien en defensa, siendo muy listo buscando rebotes largos. Pero su mano, esa era su verdadera virtud, y te daba una seguridad tremenda.
Había jugadores que generaban juego, como yo, Harper Williams o Peñarroya, y muchas veces Chichi se quedaba solo y metía todo. Le dabas la bola solo y sabías que la iba a meter. En la misma Copa del Rey, yo sabía que la iba a meter. La jugada era para mí, pero cuando me hacen la ayuda y le dan dos metros, pensé: «Ya está, para casa, la va a meter», porque era muy difícil que fallara solo.
Chichi estuvo años metiendo un 45%, un 47% de triples, año tras año. No lo podías dejar solo, era muy bueno. No era un gran pasador, ni driblador, no era muy rápido ni una bestia física, aunque tenía fuerza. No saltaba mucho y era bajito, pero tenía un fondo físico increíble, podía haber jugado tres partidos seguidos sin problema. Y su mano, la mejor mano que he visto en toda mi carrera deportiva, sin duda. Y he jugado con muchísima gente, pero te hablo de estar solo, no de generarse su propio tiro, ahí era imparable.
Después de tu etapa en Manresa, vuelves al Barça para jugar otras 3 temporadas allí. ¿Cómo fue tu regreso a Barcelona?
Muy bien, la verdad, tenía ganas… cogí la peor oferta.
Económicamente, ¿no?
Económicamente la peor.
¿Qué ofertas tenías?
Tenía ofertas de varios equipos en ese momento: Unicaja, Baskonia y dos equipos italianos, aunque ahora mismo no recuerdo cuáles eran. Con la Ley Bosman ya en vigor, tenía la opción de irme fuera, pero el Barça, aunque era la peor oferta económicamente, era donde quería ir. Tenía esa espina clavada, quería la posibilidad de triunfar allí.
Recuerdo que en mi primer partido con el Barça, jugamos contra Unicaja en el Palau. En la primera parte no jugué nada, cero minutos, y perdíamos, no sé si de 8 o 10 puntos. En la segunda parte jugué todo el tiempo y lo hice muy bien, y a partir de ese momento empecé a ganarme un poco el puesto.
Tenía delante a un grandísimo jugador, Xavi Fernández, que creo que había sido el MVP del playoff de la liga anterior que ganó el Barça. Aprendí muchísimo de él, era un jugador con un talento increíble, un tirador fantástico, pero no solo eso, jugaba muy bien, era muy inteligente en la cancha.
Competir por el puesto con Xavi me hizo sacar lo mejor de mí. Fueron tres años muy bonitos, llenos de éxitos y de madurez como jugador.
Faltó ganar la Euroliga contra Olympiacos. En la final os destrozó David Rivers.
Sí, nos destrozó Rivers, Olympiacos, y El Pireo… Si hubiera tren por Atenas, también nos habría arrollado (risas), porque jugaron mucho mejor que nosotros. No estuvimos a la altura. La primera parte fue muy igualada, pero en la segunda nos dieron bien. Y hay que saber reconocerlo, no hay excusas. Creo que a ese equipo todavía le faltaba algo. Luego, con la llegada de Navarro, que ya empezaba a entrenar con nosotros, el equipo fue madurando.
Era el primer año de ese equipo, aún no estaba completamente formado. Después, en la temporada 97/98 y 98/99, con Navarro ya en el equipo y Pau Gasol empezando a entrenar también con el primer equipo, el equipo fue evolucionando. Al final, ganamos la liga y fue un equipo ya hecho. El mejor fue el de la temporada 98/99, mi última en el Barça, donde ganamos la liga 3-0, 3-0, 3-0, y también la Copa Korac. Ese equipo estaba súper equilibrado, y con la llegada de Juan Carlos y Pau, estoy convencido de que hubiera ganado más de una Euroliga.
También estaba Roberto Dueñas, que marcaba diferencias.
Sí, Roberto Dueñas, Alston, Gurovic, Rodrigo De La Fuente, Sasha Djordjevic, Nacho Rodríguez, Xavi Fernández… Empiezas a contar y piensas: «Madre mía». Si a todo eso le añades a Pau Gasol y a Juan Carlos Navarro, hubiera sido un equipo impresionante. Evidentemente, Juan Carlos me habría pasado por delante, porque era mucho mejor que yo, sin duda. Al final, habría tenido un rol más secundario, pero creo que hubiera sido campeón de Europa, cosa que nunca logré.
Sasha, Xavi y yo nos fuimos. Si ese equipo se hubiera mantenido, estoy convencido de que habría sido campeón de Europa como mínimo una vez en los siguientes tres o cuatro años.
¿Qué tal con Djordjevic?
Sasha era un jugador increíble, para mí el mejor de Europa en ese momento. Cuando estaba con nosotros, era un líder nato, con una enorme dosis de protagonismo. Siempre lo tenía. Hay jugadores que solo quieren protagonismo cuando el marcador va a favor, pero Sasha lo quería siempre, y no dudaba en jugársela en cualquier momento. A veces absorbía demasiado el juego, y eso resultaba un poco complicado para nosotros. No tanto como Petrovic en su época con Fernando Martín, pero en un formato más pequeño, era un poco así.
Bueno, era serbio, y los serbios tienen ese carácter tan ganador, muy marcado. A nivel de vestuario, no hubo problemas. Sin embargo, al final, con Aíto las cosas se enfriaron y tuvo que salir del equipo. La situación se redujo a elegir entre Aíto o él, y no se le renovó. Fue una lástima, porque el equipo, con Sasha como base, funcionaba muy bien. Además, aunque no defendía mucho, su presencia en el juego era indiscutible.
Defendías tú por él.
Claro, teníamos a Rodrigo y a mí de «guardaespaldas», nosotros siempre defendíamos al base contrario o al jugador más importante, si era el base. Sasha estaba muy suelto, muy libre. Le hacíamos un poco el trabajo sucio, y ahí es donde entra lo que te decía sobre adaptarse a los roles. Él lo tenía muy bien definido. Sasha era el líder absoluto y la persona en la que todos confiábamos.
Recuerdo una semifinal de la Korac contra Siena. Perdimos en su casa por 18 puntos, y en el Palau teníamos que ganar por 18 o más. Al final remontamos y ganamos el partido por 20. En la primera parte, Sasha llevaba un 1 de 11 o 1 de 12 en tiros, una barbaridad, no metía una. Me acuerdo de que falló un triple y se hundió, se quedó allí parado, derrotado.
Fuimos todos a verle y le dijimos: «Sasha, sigue tirando, tranquilo, confiamos en ti». Al final, empezó a meterlas. Era esa confianza que tenía, saber que todo el equipo confiaba en él y que era nuestro líder absoluto. Estaba muy cómodo en ese rol, algo que quizás en otro equipo le hubiera costado más.
En ese equipo no había egos. Todos sabíamos quién mandaba en la pista, y ese era Sasha. Él decidía. No es fácil que en un equipo como el Barça no haya egos, pero en ese caso lo conseguimos. Antes te mencionaba a Petrovic y Fernando Martín, pero allí no había un «Fernando Martín» en el sentido de alguien que quisiera hacerle sombra a Sasha o discutir su liderazgo. Todos sabíamos cuál era nuestro lugar, y eso fue clave para el éxito.
¿Cómo era el trash talking en tu época? Entrevisté recientemente a Anicet Lavodrama y me dijo que si tenía la suerte de entrevistarte, te preguntase por lo siguiente. ¿Te leo el extracto de su entrevista?
Sí.
(Anicet Lavodrama) Roger Esteller es una de las personas que más quiero, uno de los deportistas que más admiro, y jugando un partido en Manresa, obviamente Roger también era de los G.I. Joe, era de los duros, jugaba de 2 y 3. Jugando contra nosotros sus entrenadores le avisaban de que: «Llega Anicet, es bastante duro, hay que intentar intimidarle porque en realidad es buena gente». Entonces Roger intentó intimidarme y… eso. Pero eso se lo tienes que preguntar a él.
(Yo) Se lo preguntaré. Digamos que no le salió muy bien la jugada, ¿no?
(Anicet Lavodrama) (Risas). Lo intentó, porque Roger es bastante duro también, Roger es fuerte, es contundente, pero me hacía más bien gracia que me quisiera intimidar. Me hacía gracia cuando alguien intentaba intimidarme, y eso… Ahí lo dejo.
Bueno, Roger…
(Risas). ¡A Anicet lo adoro! De verdad, es un crack, majísimo. En Manresa, aunque no era mucho de hacer trash talking, sí que me enfrentaba a él de vez en cuando. Anicet era un tipo muy fuerte y muy duro, jugaba siempre al límite, pero sin mala intención. No era como Ken Bannister, ¿te acuerdas de él? Bannister jugaba con una agresividad diferente. Anicet, en cambio, jugaba duro, pero de manera limpia, y eso lo hacía un rival muy respetado en la cancha.
Sí, claro.
Ken Bannister era sucio, jugaba con la intención de hacer daño. En cambio, Anicet no iba a hacerte daño, pero usaba toda su fuerza. Normalmente, un tipo tan fuerte no utiliza toda su fuerza, pero Anicet sí lo hacía. Recuerdo un partido en Manresa contra Ferrol en el que él jugó muy bien. Nosotros hacíamos mucho 2 contra 1 en el poste bajo para molestar a los pívots, y en una jugada hubo una falta, o no recuerdo qué pasó exactamente, y Joan Peñarroya fue a intimidarlo: «¡Eh, qué pasa!», y yo lo agarré rápido.
Anicet se quedó mirándolo como diciendo: «¿Qué me está diciendo este?, si es un mosquito» (risas). Cogí a Joan y le dije: «Joan, ¿estás loco o qué?, que te va a matar». Después Joan me decía: «Gracias, gracias, Roger» (risas), como si le hubiera salvado la vida.
Yo no era de hacer trash talking, pero tampoco me amilanaba. Anicet, cuando hacía una falta, te dejaba el brazo sin sentido (risas), tenías que recolocarlo. Pero me gustaba mucho jugar contra él, porque siempre me han gustado los jugadores duros, los que juegan al límite.
Creo que fui un jugador duro, aunque con Anicet no tenía nada que hacer porque me destrozaba con una mano (risas), pero me gusta llegar a ese límite: ser duro, pero sin ser sucio, sin hacer daño. Jugadores como Bannister iban a hacer daño, y eso es peligroso. Hay algunos jugadores en la ACB que también juegan con la intención de lesionar, y eso es jodido, porque te estás jugando el pan.
Hay que ser duro, pero dentro de unos límites. Además, los niños lo están viendo, no es plan que te vean dando un codazo en la boca de alguien. Se puede ser duro sin cruzar esa línea, y eso era Anicet: jugaba al límite, pero con respeto. A mí me encantaba, me encantaba recibir una buena hostia y no quejarme. Si me pegaban, me levantaba y no pasaba nada. Luego ya se la devolvería, pero nunca me quejaba.
Entonces la anécdota a la que se refiere Anicet es que él se rio cuando tú fuiste a parar a Joan Peñarroya.
Claro, claro, seguramente fue así. Joan se fue directo a por él y yo le dije: «Vas a morir, Joan, ¿cómo te vas a enfrentar a un pedazo de animal como este?». Lo que pasa es que Joan, a veces, no era consciente. Se le iba la castaña mucho, sobre todo cuando protestaba a los árbitros. Era muy buen jugador, pero de vez en cuando perdía los papeles por completo. Yo pensaba: «¡Tío, que es Lavodrama!» (risas), con esos hombros que parecían cabezas, no jodas.
Pero bueno, no solía hacer mucho trash talking. A mí sí que me lo hicieron muchas veces, sobre todo los americanos, y nunca respondía.
¿Y qué te decían?
Pero se lo devolvías.
Yo sí, después sí, pero se lo podía devolver al cabo de… en el partido de vuelta.
Eso mismo me contaba Ramón Rivas.
Se la guardaba.
Sí, en el partido de vuelta veías al otro en el suelo, reventado, y era porque Ramón había decidido: «Bueno, ya te la he devuelto». Es así, en esta vida hay que hacer los menores enemigos posibles (risas), y Ramón no es alguien a quien quieras como enemigo, eso te lo aseguro. ¡Mejor estar de su lado!
¿Recuerdas quiénes eran los americanos que más trash talking te hacían?
Mira, Harper Williams terminó siendo uno de mis mejores amigos en el baloncesto, pero al principio… ¡uf! Cuando él jugaba en Estudiantes y yo a veces defendía de 3, me tocó cubrirlo, y era muy guarro jugando, muy sucio. Al año siguiente lo ficharon para Manresa, y ahí nos reencontramos. En la pretemporada, tuvimos un choque importante porque él no estaba acostumbrado a que le dieran de vuelta, y yo no me iba a quedar callado. Nos dimos y tuvimos unas palabras fuertes. Recuerdo que casi acabamos a hostias en el vestuario, y Joan Peñarroya, que era el capitán, tuvo que separarnos.
Pero, a partir de ahí, las cosas cambiaron. Terminamos llevándonos genial, y Harper acabó siendo como un hermano para mí, mi «hermano negro». Fue un tío maravilloso. Claro, en ese momento yo pensé: «Yo no me puedo acobardar», porque si alguien me intimida en la pista, no pasa nada, pero en el vestuario o fuera de la pista, no lo permito. Además, vengo de barrio bajo (risas), así que no era buena idea provocarme allí. Pero lo solucionamos, y al final terminamos siendo grandes amigos.
¿Por la movida que habíais tenido la temporada anterior como rivales?
Sí, todo venía de la movida que habíamos tenido en ese partido anterior. Él vio que yo no me iba a amilanar, que no iba a tirar para atrás, y ahí fue cuando pensó: «Bueno, dos gallos aquí». Entonces dejó de tocarme las narices, se dio cuenta de que yo era un tío normal. Supongo que al principio pensaba que yo era un cabrón, pero luego vio que no, que no era mala persona. Poco a poco, nos fuimos haciendo amigos, y al final me llevo súper bien con él.
Harper era un encanto de tío, aunque no lo parecía a primera vista. Parecía un ogro, pero luego te dabas cuenta de que era un tipo encantador, y terminó siendo mi hermano negro.
¿Qué tal con la selección española? Fuiste uno de los elegidos en la meritoria medalla de plata en el Eurobasket del 99, pero después renunciaste a la selección, ¿no?
Sí, renuncié, pero lo hice porque, en ese momento, ser escolta en la selección española era muy difícil. Tenía delante a jugadores increíbles. Ser escolta de España es complicado, porque los mejores jugadores suelen estar en esa posición. En aquel entonces, estaba Herreros, que estaba en una forma increíble, y también Alberto Angulo, jugadores muy buenos, mejores que yo, sin duda. Yo venía un poco de relleno.
Me alegré mucho por la medalla de plata, y le doy un valor enorme, pero no tuve un papel importante en esa selección, tuve muy poca relevancia. Al finalizar, hablé con Javier Imbroda, que en paz descanse, y con Lolo Sainz, a quien aprecio muchísimo, un auténtico caballero. Sin decirlo directamente, les comenté que, para ocupar ese rol en el equipo, sería mejor que cogieran a un chaval joven que tendría más ilusión que yo. Pasar todo el verano allí para no jugar o para jugar muy poco era duro para mí.
Mucha gente me dice: «Renunciaste por algún tema en particular», pero no, no pasó nada. Simplemente, no me veía con el protagonismo necesario para estar allí. Después, me fui a Francia y fui el jugador español con mejores números en la Euroliga. Me acuerdo que Nacho Rodríguez me llamó para un Europeo, el de Turquía.
Sí, en el 2001.
Sí, Nacho me llamó para tantearme y me dijo: «Oye, Roger, ¿qué tal?», pero yo le respondí: «Nacho, ¿voy a jugar 25 o 30 minutos?». Y él me dijo: «No, eso no te lo puedo prometer». Yo lo entendía, claro, pero le dije: «Si no voy a jugar esos minutos, prefiero no ir, porque no me veo estando allí en esa situación. Mi cerebro acabaría diciéndome basta».
No era por ningún mal rollo, ni mucho menos, todo lo contrario. Si iba, era para ser un jugador importante, pero tenía gente por delante que estaba jugando muy bien, como Herreros, Angulo, y Navarro, que ya empezaba a despuntar. Aunque en ese momento tenía los mejores números de cualquier español en la Euroliga, no me iban a poder prometer ese rol que buscaba. Ahora, la verdad es que me arrepiento un poco de haber tomado esa decisión.
Te arrepientes.
Sí, porque podías haber estado en el 2001…
Podía haber estado en el 2001, y un poco más adelante, en el Mundial. Podía haber formado parte de muchas cosas, y el hecho de renunciar me privó de muchas oportunidades. Es cierto que en la vida se toman decisiones que en ese momento se ven de una manera, pero, como digo, yo no era un jugador al uso, era complicado de llevar, y lo reconozco.
No quiero dar a entender que hice todo bien, al contrario. Hice muchas cosas mal, y una de ellas fue esa: podía haber seguido en la selección. Además, estar en una selección que ya empezaba a tener éxitos, con ese cambio generacional de la generación del 80, que era (resopla)… la mejor, mucho mejores que nosotros. Eso es algo que pude haber vivido y no lo viví, y me arrepiento.
De verdad, no quiero justificarme, todo lo contrario
Si te arrepientes como me estás contando no creo que renunciases por otros motivos, como se llegó a comentar en su momento.
No, yo creo que había temas de que podía… o sea, se comentó que podía ser un tema político, no, todo lo contrario.
Yo creo que el hecho de que te arrepientas de aquello, descarta que sea por un tema político.
Un honor y un placer jugar con España, un honor y un placer, las dos cosas. Cada uno políticamente puede pensar lo que quiera, pero no fue (risas) por ningún motivo político, créeme, en absoluto, para nada. Lo que pasa es que, claro, cada uno opina libremente.
Yo nunca renuncié, entre comillas, nunca dije que no iba, o que no quería ir, por motivos políticos. En absoluto, te lo puedo asegurar. Y me arrepiento de no haber vuelto, con eso creo que lo estoy diciendo todo, ¿no?
Sí, es lo que te decía, que al arrepentirte lo estás dejando claro.
Totalmente, totalmente, clarísimo, clarísimo.
Después de tu segunda etapa en el Barça, fichas por el TAU en la 99/00.
Al final vino Ivanovic. Tenía a Julio Lamas, que era un entrenador maravilloso, un muy buen tío. Antes había estado Salva Maldonado, también muy buena gente, los dos grandes entrenadores. Después de eso, ficharon a Ivanovic, y me acuerdo que tenía un contrato de cinco años, me quedaban cuatro. En el club decían que Ivanovic no me quería, e Ivanovic decía que era el club el que no me quería. Así que yo dije: «A mí me da igual, decidme qué tengo que hacer y busquemos una solución».
Al final, tenía una oferta de Olympiacos. Mi agente me consiguió un equipo que estaba muy bien y que se hacía cargo de los cuatro años de contrato, o sea, todo perfecto. Pero desde el club (TAU) no querían, no sé si era porque no querían reforzar a un rival directo, no tengo ni idea, pero no fructificó. Así que me dije: «Bueno, me voy a entrenar y haré la pretemporada con Dusko».
Dusko era muy duro, pero muy bien, después me lo encontré en Barcelona cuando fichó por el Barça, y algunas veces nos cruzamos fuera del pabellón, encantador. Jugué contra él varias veces, igual que he jugado con Nikos Galis o contra Corbalán, gente de mucho nivel.
Al final, me surgió la opción de Pau-Orthez en el último momento, estaban interesados. Yo no quería ir a Francia, sabía que no podía ir a España porque quien me podía pagar no estaba en España, tenía que irme fuera. Olympiacos podía pagarme tranquilamente, y ni siquiera habría sido de los mejor pagados del equipo. Tenía un buen contrato en España, pero tampoco sería de los mejores en Grecia. Tenía que irme a Grecia o a Italia.
¿Qué ocurre? Que Francia no era la liga a la que quería ir, sinceramente. Pero al final fui, se arregló todo y, la verdad, lo pasé genial. Cuando llegué a Francia dije: «Quiero ganar la liga y quiero ser MVP».
Y lo conseguiste.
Y lo conseguí: gané la liga y fui MVP. Además, allí el premio lo votan los jugadores y entrenadores, y gané con mucha diferencia. En Francia jugué muy bien, fui MVP de dos jornadas de Euroliga, y también fui uno de los mejores jugadores españoles en la competición. El equipo tenía a Boris Diaw, Mickaël Pietrus, Florent Pietrus… Eran chicos muy jóvenes, pero con un talento enorme. Después, todos fueron a la NBA y algunos, como Boris, incluso campeones.
Me adapté muy rápido a Francia. Aprendí el idioma enseguida. Siempre le decía a la gente que no quería que me hablaran en español ni en inglés, sino en francés, para aprenderlo más rápido. Lo conseguí, y ahora puedo decir que hablo francés. De hecho, cuando hablo con algún francés, a veces me dicen: «No tienes acento español», o incluso me preguntan de qué parte de Francia soy, para que te hagas una idea de lo bien que me adapté al país y a la ciudad.
La gente era muy maja, el presidente fantástico, el entrenador también. Todo el mundo fue extremadamente amable conmigo, y esos dos años en Francia fui muy feliz.
Luego a Unicaja, donde vuelves a coincidir con Boza Maljkovic.
Con Boza en Unicaja empecé muy bien la liga, pero me lesioné el ligamento lateral externo, creo que fue en el cuarto o quinto partido. En ese encuentro había metido 25 puntos y me lesioné en la última jugada del partido. Estuve de baja hasta la Copa del Rey, pero ya no fue lo mismo. Seguía con miedo, tenía el tobillo mal, y la lesión me marcó porque estaba jugando a un gran nivel.
Ese partido, contra Lleida, en el que llevaba 25 puntos, lo estaba bordando, y la lesión me rompió toda la temporada.
Después jugaste en Lleida, que ya has hablado de aquella etapa, y tu último equipo ACB fue Gran Canaria.
Sí, Gran Canaria con Pedro Martínez otra vez. Gran Canaria fue mi último año, mis últimos seis meses. No guardo un buen recuerdo de esa etapa, no por el club, que era fantástico, muy familiar y donde hacían las cosas muy bien. El entrenador, Pedro, era genial, y Himar Ojeda, que ahora es director deportivo del Alba Berlín, también. Pero no guardo un buen recuerdo del equipo.
No sé, me sentía un poco como un pez fuera del agua. Había muchos extranjeros, como Ime Udoka, pero no me sentí cómodo en ningún momento. Con algunos compañeros tuve buen rollo, como con Víctor Baldo o Sitapha Savané, pero con los demás no conecté. Y eso es raro, porque nunca me había pasado. Siempre me he llevado bien con mis compañeros de equipo, y no es que fueran mala gente, ni mucho menos, pero no acabé de conectar.
Además, yo tampoco estaba bien. Venía de Lleida, de una situación muy complicada, como ya he contado, y esos primeros cuatro meses me afectaron muchísimo a nivel mental, fue durísimo. No llegaba en buen estado anímico, y esa falta de conexión con mis compañeros tampoco ayudó. Me sentía muy incómodo.
Aparte, no jugaba, pero era normal, porque el equipo ya estaba hecho y había overbooking. Fui allí y estaba bien, pero no tenía sitio, no sé bien por qué. Era un equipo muy bueno, con grandes jugadores, pero no tenía lugar en él.
Hay veces que algunas situaciones no tienen una explicación clara.
No jugué prácticamente nada en Gran Canaria, estuve en el banquillo el 80% del tiempo. Pedro Martínez me respetó mucho, incluso cuando íbamos ganando por 20 puntos o más y quedaba poco tiempo. Me decía: «Roger, si quieres te saco, si no, quédate en el banquillo, lo que prefieras. No quiero que lo veas como una falta de respeto». Y yo le respondía: «No, prefiero quedarme en el banquillo».
Pedro se portó muy bien conmigo, eso es verdad, le tengo mucho respeto. Guardo un buen recuerdo del club y de la gente, aunque no tanto de algunos compañeros con los que no conecté en absoluto, fue la única vez que me pasó en mi carrera.
Después de esa etapa, llegué a casa y le dije a mi mujer: «Me voy a retirar». Ella intentó convencerme, pero yo lo tenía claro: «No quiero jugar más». Creo que fue una decisión acertada, porque mi mente no estaba en su sitio. Ahora que se habla tanto de la salud mental, ya entonces pasaba lo mismo.
Nos ocurría a muchos. Cuando me recuperé mentalmente y quise volver a jugar, ya era tarde. Cuando paras un año a los 32 años, necesitas ser un superhéroe, un Michael Jordan, para volver al mismo nivel, y yo no lo era. No estaba ni cerca de mi nivel anterior.
Decidí jugar en EBA por diversión. Joan Peñarroya entrenaba a un equipo cerca de mi casa, en Olesa de Montserrat, y me dijo: «Vente a entrenar un día». Al final, acabé jugando tres años allí, por puro placer, para que mis hijos me vieran jugar. Me pagaban la gasolina y me lo pasé muy bien. Vi a Joan en sus inicios como entrenador, y siempre supe que llegaría a un grande. Si miras las hemerotecas, siempre lo he dicho. Espero que le vaya muy bien en el Barça, ojalá.
Pero el deporte se terminó para mí. Hay un momento en el que tienes que aceptar la realidad, y aunque volví a jugar, ya no era lo mismo. Ahí se acabó mi carrera.
¿Qué le veías a Joan Peñarroya por entonces para pensar que iba a ser un grandísimo entrenador?
Gestionar un equipo como el de EBA y darle ese rendimiento a un equipo que era principalmente amateur, motivar a los jugadores y adaptarse a lo que tenía, es algo admirable. A nivel táctico, recuerdo hablar con Joan y pensar: «Este tío sabe mucho más que yo». Tenía una determinación increíble y quería dedicarse a ser entrenador. Cuando alguien tiene esa determinación, está dispuesto a perder cosas, y Joan lo estaba, sin ninguna duda. Aparte, es un gran jugador de póker, así que nunca juegues contra él, perderás seguro (risas).
Joan conectaba muy bien con los jugadores. Fue exjugador, sabe muchísimo de baloncesto y tiene una cosa que otros entrenadores probablemente no tienen: un hambre desmedida. Cuando va a por algo, lo hace al cien por cien, sin medias tintas. Eso lo aplicaba ya cuando jugaba. No era físicamente el más dotado, no era rápido ni saltaba mucho, pero era muy inteligente en la pista y tenía una buena mano.
Aprendí mucho de Joan, quizá sea el jugador del que más aprendí. Por ejemplo, no se hacía mates, algo rarísimo en un jugador de ACB, pero aprovechaba todos los recursos posibles: sacar faltas, hacer puertas atrás… Sabía compensar sus limitaciones físicas con inteligencia y técnica, y como entrenador ha sacado lo mejor de sí.
Cuando estuvo en Andorra, Francesc Solana me llamó porque quería ficharlo, y me preguntó qué tal era. Yo le dije: «Fíchalo, es la hostia y te va a ir bien». Luego lo que hizo en Burgos, Valencia y Baskonia demuestra su calidad como entrenador, aunque esos son clubes complicados, cada uno con su idiosincrasia. En Valencia, Pedro Martínez gana la liga y al año siguiente no sigue; en Baskonia, Neven Spahija gana la liga y tampoco continúa. Esa es la realidad de esos clubes, no siempre lógica.
Joan es un grandísimo entrenador en Lleida, y ahora en el Barça tiene una oportunidad. No va a hacer milagros, no va a llegar y abrir las aguas del Nilo. Si le dan tiempo para construir el equipo, y con más margen para fichar, creo que puede aspirar a todo: competir con el Madrid y luchar por la Final Four. Joan puede construir un equipo ganador, pero ahora mismo tiene un equipo con jugadores de calidad que ya tienen contrato, y el Barça no tiene margen para renovarlo completamente, como ha hecho Panathinaikos, por ejemplo, con Ataman.
Me gustaría ver a Joan con un equipo construido por él. Tiene dos años de contrato, y espero que eso se amplíe, que gane títulos y devuelva al Barça al lugar que le corresponde. Pero, insisto, milagros no hace. El equipo va a jugar bien, va a competir, pero no se le puede pedir que lo cambie todo de golpe
Me has dicho que te llamaron de Andorra para preguntarte por él durante su etapa en Olesa.
Francesc Solana, que es muy amigo mío y es el director deportivo, me llamó para preguntarme: «Oye, Roger, ¿qué tal Joan?». Sí, sí, me acuerdo perfectamente porque yo estaba jugando allí en Olesa. Francesc es de mi año, del 72, y lo conozco desde que éramos cadetes. Tengo muy buen rollo con él y me dijo: «Oye, dímelo en confianza, si tal, porque si no…». Y yo tengo confianza con él y le dije: «Tira p’alante, que este tío va…
Aquella conversación con Francesc Solana pudo cambiar el futuro profesional de Joan Peñarroya, ¿no?
No, hubiera llegado igual. Siempre he dicho que iba a entrenar a un equipo grande, y puedes mirar hemerotecas. En una entrevista que me hicieron en TV3 me preguntaron por los entrenadores, cuando el Barça buscaba entrenador, y estaba entre Lakovic, Xavi Pascual… y yo siempre dije que para mí, Joan, aparte de que es amigo mío, creo que es la mejor opción.
Siempre he apostado por él porque lo conozco desde hace 30 años, porque lo he tenido como entrenador y porque sé que su hambre es absolutamente desmedida. Tiene una ambición enorme y se ve capacitado para hacer muchísimas cosas. Un entrenador así me gusta, además practica un juego muy atractivo, es divertido de ver.
Muchas gracias, Javier, por la entrevista. He descubierto anécdotas de esa época que desconocía, y ahora valoro más al gran jugador que fue Esteller.
Qué maravilla de entrevista tan amena, entrañable y tan “de verdad”, ha sido una entrevista muy personal pero a la vez muy muy entretenida. Gracias por estas entrevistas tan chulas qué publicáis. Javier Balmaseda sabe llegar al corazón y a la esencia de sus entrevistados. Bravo!!!
De las mejores de siempre que he leído en jot down. A la altura de la de Arlauckas y Biriukov.
Felicidades una vez más ➕🔝👆 Javi. Buenísimaaaaaaaa, interesante, Anécdotas, vivencias,curiosidades, aprendizaje. Deseando que llegue la siguiente ⏭️. Imprescindibles para acercarnos a un Baloncesto que vivimos y añoramos.
Siempre se dice como sin pensar, que en el baloncesto se gana más dinero ahora, y en NBA si, pero en Europa se ganaba más antes.
Espectacular una vez más !!
Que grande cosas le sacas al amigo Roger.
Deseando que llegue la siguiente para disfrutarla.
Un abrazo amigo Grande !!
Llevo ya bastante tiempo que me leo todos los artículos deportivos sobre baloncesto vertebrados en entrevistas pilotadas por Javier Balmaseda, pues está garantizado de antemano que se tratará de un informe periodístico de gran calidad amenizado con enriquecedoras e interesantes curiosidades.
Y así ha sido una vez más con esta publicación sobre Roger Esteller (ganador de la Liga de España con el Barcelona y de la Liga de Francia con el Pau-Orthez): la renuncia en su juventud a un contrato profesional para poder seguir priorizando en su vida los estudios; la admiración y respeto por Epi; el reconocimiento de la superioridad en Europa del equipo de la Jugoplastika de Split con Toni Kukoc como estrella; su afición apasionada por la lectura (en especial la poesía); la celebración bestial tras lograr el título de Copa con un equipo de modesto presupuesto: el TDK Manresa liderado por el base Chichi Creus; etc.; etc.
Todo genial, Javier.
Pues Javier, vuelves a sorprender con una gran entrevista, yo diría que casi, casi te daba para otro libro como el de Fernando Martín y además destaco como eres capaz de buscar en tus entrevistas y encontrar a la persona y al deportista, que en unos si. El otro no podríamos enterder a mi tocayo Roger, sin más ha sido maravilloso disfrutar de artículo sobre Roger Esteller
Le falla la memoria en una cosa. La final del 91 la jugó el Barsa contra un Split muy mermado, porque se había ido más de medio equipo. Quedaban Kukoc y Savic para ganarle a un Barcelona que, ciertamente, notó muchísimo la presión y se vino abajo. La última gran oportunidad de ganar la Copa de Europa para Epi, Solozábal y Norris.
Siempre he sido fanático de la escuela balcánica, grande bolza
Felicidades por la entrevista. Desde luego a mí me da sensación de honestidad, no de bienqueda.
Se que soy un rancio, pero como me gustaría una entrevista con Pedro Rodríguez, el pívot del Estu, uno de los fontaneros por excelencia del baloncesto de la época. Igual después resulta que es un soso y no da juego… quién sabe. Desde luego en mi cuadrilla le teníamos cariño.