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Juan Sabas: «Mi primer día en el vestuario, Aguilera dijo: ‘No me lo puedo creer, eras taxista y ahora eres futbolista’»

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Juan Sabas

Iba de pequeño al Vicente Calderón junto a su padre y terminó convirtiéndose en uno de los jugadores más queridos de un Atlético de Madrid donde llegó a compartir vestuario con algunos de sus ídolos e incluso un Carlos Aguilera al que llevó en su taxi apenas un par de años antes. Porque la historia de Juan Sabas (Madrid, 1967) es un ejemplo de superación. La de llegar a la elite desde los campos de tierra, compaginar fútbol con trabajo para ayudar a salir adelante a su familia y mantener intacto ese carácter accesible de quien sabe que hay vida después de este deporte.

Ganó dos Copas del Rey, tuvo a seis entrenadores en una sola temporada en el Atlético de Madrid con Jesús Gil como presidente y en el Real Betis coincidió con Manuel Ruiz de Lopera. Inmerso de lleno ahora en su etapa como entrenador, el de que también fuera jugador de Rayo Vallecano repasa con nosotros una carrera profesional en la que no logró sacudirse la vitola de «revulsivo» pero supo ganarse a todas las aficiones de los equipos en los que estuvo.

Nos citamos en la Plaza de Navalcarnero para encontrar a un futbolista auténtico y, sobre todo, a una persona real apenas unas semanas antes de que se confirme su fichaje por el Zamora como nuevo técnico.

¿Qué tal es tu vida en Navalcarnero?

Llevo aquí bastante tiempo. Y vivo por esto (abre los brazos para mostrar la plaza). Me encanta la cultura de pueblo. Personalmente, no tengo la necesidad de coger el coche todos los días e ir a Madrid, por lo que aquí vivo de escándalo. Tengo mucho campo alrededor y esta misma mañana he hecho diez kilómetros caminando nada más levantarme. A mí bola, tranquilo. Muchas veces viene mi mujer, pero hoy se ha quedado en casa. Ella tampoco trabaja, así que estamos muy bien aquí, aunque siempre con la maleta preparada por si sale algo de fútbol.

Si cierras los ojos, ¿cuál es el primer recuerdo de fútbol que viene a la memoria?

Mi primer recuerdo en un campo de césped es en el Vicente Calderón. Mi padre era atlético, muy forofo, iba a los partidos y recuerdo subir de su mano las escaleras para ir a la grada y la primera impresión fue increíble: ver ese césped perfecto, tan bien cuidado y tan distinto a lo que veías en los barrios, donde no había campos de césped natural. ¡Luego tuve la suerte de poder jugar ahí años después y en el equipo del que yo era aficionado desde pequeño! Lo cierto es que aquella primera vez me impresionó muchísimo.

¿Toda la familia era futbolera?

Éramos cuatro hermanos. Pedro Javier era el mayor y también jugó hasta Tercera o Preferente; el pequeño, Gabi, lo hizo en la cantera del Real Madrid creo que once temporadas y mi hermana Gloria fue gimnasta, campeona de España un par de veces, estuvo con Carballo en el INEF, en la selección…

Mis padres eran dos señores humildes que habían venido de un pueblo de Ciudad Real y desde un primer momento nos apuntaron a todo tipo de deportes para que estuviésemos el mínimo tiempo posible en la calle, pues en barrios tan humildes había situaciones que no querían. Y es verdad que los cuatro hermanos hemos sido muy deportistas.

Pierdes a tu padre cuando eres apenas un chaval.

Mi padre fallece con cuarenta y siete años, cuando mi hermano mayor tenía diecinueve o veinte años, yo tenía apenas dieciocho y los otros dos eran pequeños. La vida nos dio un palo muy grande. Mi madre, que era ama de casa, se queda viuda, la pobre, con cuarenta años y tuvo que ponerse a trabajar y sacarnos a todos para adelante.

Tuvimos la suerte de que mi padre nos dejó una herramienta de trabajo que era el taxi, mi hermano mayor ya había empezado a trabajar en eso y entre él y mi madre nos sacaron adelante. En poco tiempo me saqué yo también la cartilla y compaginé mi pasión, que era el fútbol, con salir a trabajar, pues había que llevar un sueldo a casa.

Él os inculcó el sentimiento atlético.

Mi padre era de una familia de tahoneros en un pueblo de Ciudad Real, Fuente del Fresno. Mis abuelos y mis tíos eran panaderos, pero él no ejerció, se marchó a Madrid a hacer la mili, se sacó los carnets y trabajaba en el taxi. Mi padre nunca había hecho nada de deporte, pero le encantaba el Atlético de Madrid.

No sé por qué, no lo recuerdo, o no se lo pregunté nunca, pero ese amor por los colores nos lo inculcó, sobre todo a mi hermano mayor y a mí desde chiquitillos. Como te comentaba antes, me acuerdo perfectamente de que iba todos los domingos a los partidos y nos llevaba de pequeños. De ahí mi vena atlética de siempre.

Soy un privilegiado en la vida, porque al final he tenido la suerte de defender los colores del equipo de mis sueños durante cuatro temporadas. He compartido vestuario con gente que eran mis ídolos. Iba al Calderón a ver jugar a Julio Prieto, Marina, Abel Resino, Tomás Reñones, Mejías… y todos fueron compañeros míos. Para mí fue un sueño. Cuando entré en el vestuario, la primera persona de la que me acordé fue mi padre, pues me habría gustado que me viera: hubiera sido el hombre más feliz sobre la faz de la tierra.

Empiezas a jugar al fútbol en Zarzaquemada, Leganés.

Sí, aunque lo hice tarde, porque en el barrio todos nos iniciamos en el balonmano en la liga escolar debido a la trascendencia que tuvieron varios jugadores muy buenos de allí como Papitu, que pasó por el Atlético de Madrid y FC Barcelona. Además, el seleccionador de Leganés era Manolo Cadenas, y su mujer creo recordar que era la entrenadora del femenino, que siempre estaba en las máximas categorías.

Lo cierto es que había una gran afición y de chavales le dábamos más al balonmano hasta que con trece o catorce años estaba un día jugando al fútbol en la calle, se acercó un señor de estos que se solían parar para ver cómo lo hacíamos y me dijo que si quería jugar en el Rayo Fátima. Es un club que ahora no existe, pero por aquel entonces tenía su sede en un bar, te hacían ficha y jugabas. Así, mis inicios en fútbol once fueron en los campos de tierra de toda la vida con esta edad, muy tarde.

Tampoco había escuelas, por lo que para jugar al fútbol o estabas en alguno de los clubes que fundaban los padres de los niños en los bares o lo practicabas en la calle. En aquellos años estaba el Rayo Fátima, donde yo jugaba, y el Zarzaquemada, donde lo hacía Caminero, que es de mi edad y también del mismo barrio.

Los dos equipos eran de Zarzaquemada y eran partidos de máxima rivalidad, pero curiosamente, recuerdo enfrentarme a él de niño antes, pero en la liga escolar de balonmano. Yo a él lo conocía del barrio, porque siempre te fijabas en quien jugaba bien, había muchos, y él era uno de ellos. De hecho, a él enseguida lo ficha el Real Madrid y se va a su cantera, pero es cierto que antes de todo eso jugamos al balonmano.

En las inferiores del Real Madrid, Caminero jugaba de extremo.

Era alto ya desde niño y tenía un físico que llamaba la atención. Es cierto que en el barrio era extremo y en el Castilla lo he visto jugar en esa posición. Luego ya recicló el puesto, pero creo que Caminero podía jugar de todo. Para mí era un futbolista tan completo que podía jugar maravillosamente en la banda, de pivote defensivo o central debido a sus condiciones físicas. Y además tenía mucha calidad.

¿No crees que este fútbol de calle se está perdiendo con la proliferación de escuelas y someter a los niños a un patrón?

Se ha perdido totalmente. El futbolista de barrio, listo, ratonero, te le encuentras más en el fútbol argentino y brasileño, en los que se practica más en la calle. Ahora, el fútbol ha perdido mucho talento, es más mecanizado, de laboratorio. Y los chicos juegan muchísimo menos en la calle, yo no los veo jugar.

Ahora los padres llevan a los niños una hora o una hora y algo a entrenar a una escuela dos días a la semana y para de contar: se meten en casa y están con la Play. Ese futbolista de los que había antes, sobre todo los regateadores, se está perdiendo. En el barrio éramos un montón de gente acumulada en un espacio muy pequeño y tenías que regatear porque era necesario.

¿Cuáles eran los referentes de Juan Sabas?

En ese tiempo, el futbolista que destacaba más, goleador y hábil era Butragueño. Pero a mí me encantaba Pedraza, del Atlético de Madrid. Como yo ocupaba esa posición me fijaba en este tipo de jugadores. También Rubio. Ellos son más mayores y luego ya estaban retirados, pero he podido jugar con ellos en los partidos de las leyendas del Atlético de Madrid.

En todos esos extremos hábiles y rápidos del Atlético de Madrid siempre me he fijado. También Paco Llorente, que lo hizo muy bien o Paulo Futre, que para mí fue todo un ídolo, luego fuimos compañeros y fue maravilloso compartir vestuario con él…

¿Cómo son esos inicios en el Rayo Fátima?

Yo no había jugado nunca en fútbol once, estaba acostumbrado a hacerlo en las pistas de fútbol sala y balonmano de los colegios del barrio o imaginando un campo en la calle con dos piedras a modo de porterías, y es verdad que notaba que las distancias eran muy diferentes. Al llegar sí que es cierto que vi que había cuatro o cinco chicos que eran bastantes mejores que yo, pero en dos temporadas que estuve allí noté que había evolucionado más que ellos.

Nunca he estado en ninguna cantera importante, siempre lo he hecho en equipos de barrio, y cuando me fui del Rayo Fátima lo hice ya siendo juvenil al Montilla de Villaverde, que era otro bar. Allí tuve dos temporadas muy explosivas en las que marqué muchos goles, alrededor de cuarenta, y en mi último año de juvenil, el Leganés sube a División de Honor.

Me llamaba mucho la atención esa categoría, tenía amigos en ese equipo y hablé con mi padre, porque él conocía a alguien del Leganés, un directivo o similar, para que me hicieran una prueba. Estuve una semana o dos entrenando con el División de Honor y no me cogieron. Es la única prueba que he hecho en mi carrera futbolística, pero veía que iban pasando los días, no había mucho interés en mí y no volví más.

A partir de ahí, en el Montilla metí un montón de goles, jugué en el primer equipo en Segunda Regional y me vio Antonio Seseña, que trabajó muchos años en la cantera del Atlético de Madrid y por aquel entonces era entrenador del Tomelloso, en Tercera División. Así, pase de jugar en Segunda Regional, en diciembre, a hacerlo en Tercera con el Tomelloso.

En realidad, él es mi descubridor. También es verdad que yo creo que trabajaba en la antigua fábrica Standard Eléctrica que estaba en Villaverde, mi padre también estaba ahí y seguro que él le comentó que tenía un hijo y que fuera a verme. Lo hizo y enseguida me firmó.

Vaya salto.

Jugué dos temporadas y media en Tercera División: la segunda mitad de aquella en la que llego al Tomelloso desde el Montilla y dos más. Cuando acaba esa primera temporada es el verano en el que fallece mi padre, yo era sub’20, el Tomelloso desciende de categoría y vino de entrenador Emilio Cruz, lo hizo con su equipo hecho y a los que estábamos de la temporada anterior nos dijeron que no continuábamos.

Estaba siendo un verano muy duro, yo en mi casa llorando la pérdida de mi padre e incluso le dije a mi madre y a mis hermanos que ya no quería jugar, que no tenía ilusión. Fue ahí cuando me llamó con una oferta Fernando Sierra, entrenador mítico de Madrid, al que conté lo que había pasado con mi padre y que me lo iba a pensar.

Al final, entre mi madre y mi hermano mayor me convencieron para que aceptara y me marchara al Valdepeñas, donde jugué un año tras el cual me fui al Pegaso junto al propio Fernando Sierra, que había fichado un poco antes y es el que me lleva. Es difícil que un chaval joven, que no ha pasado por canteras ni por equipos importantes en su carrera, se tire tres años en Tercera División.

El Pegaso es el equipo más influyente en mi cambio futbolístico, pues hasta ese momento yo era un extremo de Tercera División, jovencito y con unas cifras de cinco o seis goles por temporada. Y ese año, Fernando Sierra dice que va a cambiarme el puesto metiéndome de mediapunta y exigiéndome menos a nivel defensivo porque así voy a ver más portería.

Él fue el que provocó que yo me fuera a veintidós goles en una temporada y fuéramos campeones en ese Pegaso que era increíble, un auténtico equipazo en el que estaban Caro y Angelín, que jugaron en Segunda A o Alfredo Santaelena, con el que luego jugué en el Atlético de Madrid. Es ahí donde lo conocí y el lugar donde nació nuestra amistad.

Después de ese ascenso, hubo varios equipos importantes de Segunda B que me quisieron, pero me tenía que operar del menisco porque me lo había roto y tanto el doctor como el propio Pegaso me facilitaron tanto las cosas para operarme y me dieron tanto cariño que decidí quedarme pese a ser el equipo con menos presupuesto de toda la categoría.

Recuerdo que eran dos grupos, había un nivelazo increíble y no sabía si iba a ser mi techo, pues yo era ambicioso y después de llegar a cada categoría y dar un paso, quería más. Además, notaba que evolucionaba más que el resto. Esa segunda temporada en el Pegaso, ya en Segunda B, vuelvo a repetir las cifras goleadoras con veinte o veintiún tantos y eso ya me catapulta para que en verano me quisieran equipos de nivel.

Nada menos que el Rayo Vallecano.

Me senté a hablar con el Castilla en el Santiago Bernabéu y me querían firmar dos temporadas. Y prácticamente saliendo de las oficinas del estadio, me llamó el Rayo Vallecano, que en ese momento estaba en Segunda División y asciende con los últimos tres partidos, que los gana.

De hecho, a mí me firma el Rayo en Segunda División y el último partido en el que se logra el ascenso contra el Deportivo de la Coruña yo estoy en la grada invitado por el club porque ya estaba fichado. Firmé por el Rayo Vallecano para jugar la temporada siguiente en Segunda A, pero inesperadamente el equipo logra el ascenso a Primera.

En un año paso de compartir un trabajo y jugar a un nivel semiprofesional a entrar en un vestuario con futbolistas de un nivelazo increíble en el Rayo y ya dedicándome profesionalmente al fútbol. Compaginaba el taxi con jugar en el Pegaso. Por las mañanas estaba trabajando con el coche y por las tardes entrenábamos en Ciudad Pegaso, que era cerca de donde está ahora el Metropolitano, en Canillejas, y había un campo.

Además, cuando llegué a Vallecas lo hice en un momento de forma espectacular y me comía el mundo. De hecho, pensaba que después de verano me iban a ceder al ser un chaval joven y haber ascendido el equipo a Primera División, pero hice una pretemporada increíble con Felines, me quedé en el equipo y fui titular todo el año.

El Rayo Vallecano fue el equipo que me dio a conocer en el fútbol profesional. Recuerdo que me presenté en el Trofeo Vallecas, que jugamos en verano ante Nacional de Montevideo con el estadio hasta arriba, hice un partidazo y al salir a la calle después iba paseando para reunirme con mi familia y escuchaba los comentarios de la gente, que ni me conocía: «¡Jo! El Sabas ese juega bien».

Yo estaba a lado de toda esas personas que hablaban de mí pero ni me reconocían, no sabían cómo era mi cara. En Vallecas tuve un año espectacular y Jesús Gil fue el impulsor para firmarme y el que me llamó cuando Javier Clemente era el entrenador del Atlético de Madrid, aunque cuando llegué ya no estaba él en el banquillo, sino Peiró.

Hablamos de una explosión tardía. ¿Pudo afectar que la muerte de tu padre fuera cuando tenías tan solo dieciocho y eso la frenara en el tiempo?

No. Mi padre era un hombre que iba a ver el fútbol, pero la influencia que pudiera tener en un futuro hubiera sido para acompañarte a unas oficinas. Antiguamente, tampoco había representantes y al final tú te ves solo en el mundo del fútbol. Y eso es lo que a lo mejor echas en falta: te encuentras en un mundo que es de mentira, porque al final es irreal lo que vives.

Eres joven, con dinero, famoso… y luego con treinta y cinco la vida te pone con los pies en el suelo y te encuentras con la necesidad de tener que reciclar la mente, pues esa vida de antes no era real. Más que irreal, es que estás viviendo el sueño de cualquier niño en su infancia. Y el fallecimiento de mi padre, para mí es un golpe terrible, como un tsunami de sensaciones negativas, tristeza todos los días, llorar… es la pérdida del cabeza de familia, el líder.

Mi padre ejercía de líder total en mi casa y a mí me costó muchísimo. El año que fallece mi padre, es cuando te hablaba antes que firmo en el Valdepeñas con Fernando Sierra, creo recordar que marcaría cuatro, cinco o seis goles durante la temporada y cada vez que lo hacía me ponía a llorar.

Miraba a la banda y sólo veía a mi madre. Allí estaba ella arropada por mis abuelos, por mis tíos… pero la mujer estaba ahí sola, sin mi padre. Me pegaba unas lloreras terribles y tú no puedes jugar al fútbol y que cada vez que marques un gol te entre tristeza, tiene que ser al revés: debe darte alegría y revolucionarte el sistema nervioso. Ese año fue realmente duro para mí.

¿Cómo es el Rayo Vallecano que te encuentras al llegar?

Era el Rayo Vallecano de Hugo Maradona, que falleció hace poco, el noruego Jan Berg que era muy bueno, Soto que era el goleador o Botella, un extremo rapidísimo y buenísimo que enciscaba a los rivales y luego ellos me pegaban a mí (risas). Esos son los futbolistas con los que me encuentro. Y son los que creo, cuando me siento en el vestuario, que van a jugar antes que yo.

Lo que pasa es que en pretemporada empecé a meter goles y Felines me puso de titular desde que llegué. Estar con él, era tener como entrenador al ídolo del barrio. Felines y Potele eran los nombres que se escuchaban más del Matagigantes. Además, también habían sido jugadores bajitos, hábiles, rápidos… a mí me acogió de una forma fantástica y me dio mucho cariño.

Me trató muy bien y pese a ser un jugador joven y que venía de una categoría más baja lo hizo con mucha igualdad y me dio la confianza de ponerme en muchos partidos como titular. Muchas veces, cuando eres joven y llegas a un sitio como ese en el que es tu primer año como profesional, que suceda esto provoca que quieras estar a un nivel increíble para devolver esa confianza con gratitud. Para mí es un referente y un entrenador que me hizo crecer como futbolista, como profesional y, sobre todo, como persona.

Luego hay unos meses en que coincides con Emilio Cruz. ¿Nunca salió la conversación acerca de por qué no contó contigo cuando llegó al Tomelloso?

Emilio Cruz tiene buena relación con los jugadores a los que ha entrenado y suelen quedar de vez en cuando. Y hace poco, me llamó Mauri, el tío de Sergio Camello y al que conozco de toda la vida, para decirme que estaban cenando. «Sabitas, ¿tú te acuerdas que hiciste la pretemporada en el Tomelloso?», me comenta. «Sí, claro. Y Emilio me echó», le respondí.

Pues me puso a Emilio y él decía: «Qué no, qué no, qué yo a ti no te eché…». ¡No se acordaba!. En esa época, muchas veces los entrenadores tenían un equipo más o menos hecho y venían con casi todos sus jugadores. Estaba la Segoviana o algún equipo por ahí que había hecho un temporadón, llegaba el Tomelloso, fichaba al entrenador y a diez tíos. Tenían su bloque hecho. «¡Qué sí hombre, Emilio, me echaste». Curiosamente, a Emilio lo tuve en el Rayo Vallecano cuando echaron a Felines y luego también en el Atlético de Madrid.

En esa temporada con el Rayo Vallecano hay un 4-4 ante el Atlético de Madrid en el que tiene unos minutos Aguilera, al que precisamente tú habías llevado en el taxi…

Aquel empate fue una tarde magnífica de fútbol. A Aguilera lo conocía porque nos habíamos enfrentado en juveniles y habíamos entrenado en el mismo sitio, pues él es de San Cristóbal de los Ángeles y el Montilla de Villaverde no tenía campo propio y jugaba allí. Hemos compartido tardes en las que ellos entrenaban en una mitad del campo, nosotros en la otra y luego nos enfrentábamos.

Yo sabía que a él lo había fichado el Atlético de Madrid, un día lo cogí en el taxi, estuvimos hablando y le llevé al Vicente Calderón porque había tenido que hacer algún tipo de papeleo y llegaba tarde. No le cobré, por supuesto, aunque él insistía. Esto fue cuando yo estaba en el Pegaso, pasó ese año del Rayo en el que nos enfrentamos y luego ya fuimos compañeros.

Cuando me vio entrar por el vestuario decía: «No me lo puedo creer, eras taxista y ahora eres futbolista». «Pues chico, yo qué sé» (risas), la grandeza que tiene el fútbol. Mi explosión fue tan de repente, sobre todo goleadora, que me puso en Primera División. La verdad es que me siento un privilegiado de haber sido futbolista, pero también de haber sufrido golpes tan duros como el fallecimiento de mi padre y haber aprendido a echar una mano en casa, porque al final eso es una lección maravillosa de vida.

Y lo he llevado a rajatabla: te caes muchas veces, la vida por sí sola te trae los problemas y tú tienes que intentar solucionarlos. Estamos aquí para ser solucionadores de problemas, sobre todo los que te trae la vida. Los que generamos las propias personas por torpes, ya es diferente.

En ese partido tú tienes una incidencia muy importante.

El 3-3 lo hace Juanito transformando un penalti que me hace a mí Patxi Ferreira, que luego fue mi compañero y amigo. Al acabar ese partido me llevé una bronca de Felines porque en rueda de prensa creo que reconocí que no había sido penalti. Me comentó que eso no se podía decir nunca porque si no, no me iban a pitar un penalti más… y me pasó.

Con el mismo árbitro (Jiménez Moreno, ndr), enfrentándonos en la Romareda Zaragoza y Atlético de Madrid tuve un mano a mano con Cedrún y fue la típica jugada en la que él llegó tarde, yo toqué la pelota y fue un penalti claro, pero no lo pitó. Carlos Peña, el delegado, le comentó que había sido un penalti claro pero él respondió que ya le había engañado una vez y no lo iba a hacer más.

Hugo Maradona hizo el 1-2.

Era muy bueno. Un futbolista explosivo, muy rápido, pero tenía la sola de apellidarse Maradona. También recuerdo a Lalo, que jugó en el Granada. Diego Maradona sólo hay uno, era ídolo de ídolos, el mejor futbolista de la historia y eso, al final, provoca que la gente focalice muchísimo y sean inevitables las comparaciones. Y las comparaciones con Maradona son siempre odiosas.

No te puedes comparar con Dios, seas su hermano o no. Para él, su hermano Diego era su ídolo y lo imitaba, tenía cosillas y aunque había una gran diferencia futbolística, Hugo jugaba muy bien. Era un futbolista que en Segunda fue muy importante y aquel año en Primera también fue titular y jugó muy bien.

Wilfred todavía no jugaba.

Durante el año que estuve yo en el club los porteros eran Férez y Villalvilla, y él estaba como a prueba, por lo que no fue hasta el año siguiente cuando le hicieron ficha. Era un fenómeno. Muy buen tipo. Recuerdo que llegó tarde el primer día y salimos sin él. No se me olvida su imagen corriendo detrás del autobús.

Marcas un gol en el Bernabéu de penalti en un 5-2.

Ese fue un penalti ventajista. Cuando vas perdiendo, creo que 2-0 o por ahí, y te atreves a tirar un penalti en el Bernabéu siendo debutante en la Liga es porque dices: «Bueno, si lo fallo no tiene tanta trascendencia…» Mis compañeros me dejaron tirarlo y se lo marqué a Buyo, lo recuerdo perfectamente porque la sensación que tuve en el momento de lanzar es que la portería era muy pequeña con esa grada inmensa detrás.

Hubo un partido ante el FC Barcelona en el Camp Nou en el que me pongo mano a mano con Zubizarreta dos veces y en ambas la tiro fuera porque lo veía como un gigante. Él era grande, pero yo ni veía portería.

Esas ocasiones, las llego a tener con veintisiete o veintiocho años en el Betis y las hubiera enchufado, pero al principio fallé algunos goles claros de los que no erraba en Segunda B. En mi primer año en el Rayo marqué ocho o nueve pero podría haber hecho dieciséis. Y los fallé porque era novato y los escenarios imponían mucho más.

¿Cómo surge la posibilidad de marcharte al Atlético de Madrid?

Firmé un contrato de cuatro temporadas en el Rayo Vallecano y ese primer año empecé a jugar, a destacar, a hacerlo bien y hubo clubes que se fijaron en mí. Me llamaron varios equipos, entre estos estaba el Atlético de Madrid y ante esa posibilidad de marcharte al equipo de tus sueños, del que has sido aficionado, se te abre el cielo y sólo piensas: «Madre mía».

Recuerdo que me citaron en el Club Financiero que tenía la familia Gil en Príncipe de Vergara y donde fue la primera toma de contacto con Jesús Gil. Creo que tuvieron que pagar una cantidad al Rayo y ahí firmé con él. Me pareció una persona que imponía con su presencia: grande y con esa personalidad. Siempre me impuso muchísimo respeto, pero me trataba con un gran cariño. De hecho, la persona que mejor me trató en el Atlético de Madrid fue el presidente, Jesús Gil. Siempre lo hizo de una forma increíble, con un cariño y una cercanía que agradeceré de por vida.

Entrar en esas oficinas, en un club de negocios, y enfrentarte a una persona con esa presencia y esa personalidad… Recuerdo que dijo: «Este chico no habla». No hablé nada, no me salían las palabras y sólo podía agradecer. Agradecer un contrato importante, ya que mi única obsesión era ayudar a mi familia. Para mí, a nivel económico fue un subidón increíble, y a nivel emocional y de sentimientos, maravilloso. Lo que siempre se me venía a la cabeza era la figura paterna: me faltaba mi padre, que hubiera disfrutado de todos esos momentos seguramente como el padre más feliz.

¿Cómo se celebró ese fichaje en tu casa con tu madre y tus hermanos?

Bien (titubea). No hacíamos celebraciones grandes. En mi casa, desde que falleció mi padre, imagínate las Navidades. Se celebran muy poco, vamos con mi madre a Zarzaquemada y estamos con ella, pero desde la ausencia de mi padre no… Con tranquilidad y, sobre todo, con humildad.

Jamás hemos sacado los pies del tiesto, mi madre es una persona humilde y que sigue viviendo en la misma casa. Yo he sido futbolista del Atlético de Madrid y no me fui de mi casa: vivía con mi madre en el piso de mis padres de cincuenta metros. Los periodistas han ido a mi casa a hacerme una entrevista y se quedaban sorprendidos porque pensaban: «Bueno, este chico tendrá un buen contrato para poder comprar una casa mejor».

Le compré a mi madre un chalet, una casa de dos plantas en Leganés, en una zona mejor y ella lo que quería era estar en su casa, en su piso pequeño y dijo que no. Mira, cuando llegas a estos equipos, los veteranos como Tomás Reñones te dicen que inviertas en viviendas, yo tenía veinticuatro años cuando jugaba en el Atlético de Madrid, me compré un par de pisos en Las Rozas y los alquilé porque era consciente de que si me marchaba iba a dar un disgusto a mi madre y no tenía ninguna necesidad de hacerlo.

Además, me sentía a gusto. En mi casa nos ha cuidado siempre muy bien a todos, ha estado siempre pendiente de nosotros y es una persona para la que no voy a tener vidas para agradecerla lo que ha hecho tanto por mí como por mis hermanos.

¿Y no hubo un regalito después de aquella firma de contrato?

Lo repartía con mis hermanos y con mi madre. Siempre. Cuando ganaba primas, llegaba a casa y repartía para que todos estuvieran bien, cómodos y no faltara de nada. En ese aspecto siempre he sido muy generoso con mi familia, te lo pueden decir ellos.

Te escucho y siento cómo ha cambiado tanto el fútbol como los futbolistas en no demasiado tiempo… El contacto con la gente y la conciencia social es cada vez menor salvo contadas excepciones.

Ahora es totalmente diferente, hay redes sociales… el futbolista en nuestra época se relacionaba muchísimo más con la gente de la calle. Soy del barrio, a mí me conoce todo el mundo allí. Era futbolista del Atleti y tenía la obligación de comportarme igual con la gente, pues eran los que me habían visto crecer en el barrio. ¿Por qué cambiar?

Al final, ¿qué cosas cambian en tu vida? Sí, me compré un coche deportivo con la tontería…, aunque, te lo digo sinceramente, a día de hoy no tengo ni coche. Podría permitirme una casa grande, pero vivo en un piso pequeño porque estoy cómodo así, no son prioridades en mi vida.

Entonces, vivía en mi barrio, con mi madre y mis hermanos porque es así como me sentía arropado. Lo único que cambió es que me hice popular por salir en la tele y en los cromos y que cuando volvía de entrenar había treinta o cuarenta niños esperando y mi madre los tenía ahí para que les firmara las fotos.

En alguna ocasión, ya he contado que una vez, al llegar a casa, le dije a mi madre: «Vengo de firmar un cerro de autógrafos cuando he salido del entrenamiento y me tienes aquí a cuarenta niños» y ella me respondió algo que me hizo reflexionar con una cosa muy sencilla: «Bueno, si no quieres firmar autógrafos, ahí tienes las llaves del taxi, lo coges, te pones a conducirlo, así no te conocerá la gente y no tendrás que firmar autógrafos, pero estos niños quieren ser futbolistas como tú el día de mañana y están deseando que les firmes una foto y no te cuesta ningún trabajo».

Y creo que en toda mi vida no he negado ni una foto ni un autógrafo, sino más bien al contrario: lo hago encantado, aunque ahora ya no te conoce nadie o sólo los muy futboleros.

¿Cómo fue la adaptación al Atlético de Madrid desde el Rayo Vallecano?

Te voy a hablar con la mano en el corazón. Ha pasado el tiempo y a toro pasado es más sencillo dar tu opinión, pero es tal la grandeza del Atlético de Madrid que no puede jugar cualquiera. Y yo creo que no tenía el nivel futbolístico como para jugar en un gran club como ese. Te lo digo porque ha habido muchos grandes futbolistas que han brillado en otros clubes pero no han triunfado en el Atlético de Madrid.

La trascendencia, la importancia, la grandeza del club… creo que yo no llegaba a esos parámetros. Estoy orgullosísimo de mis cuatro temporadas en el Atlético de Madrid, de que me sacaran un cuarto de hora, dos minutos o tres y dejarme el alma y que la gente me recuerde con cariño. No hay más. Pero creo que a nivel futbolístico yo no llegaba para ser un jugador importante en la historia del Atlético de Madrid.

En el Atlético de Madrid se te encasilla como revulsivo, algo que luego te acompañó en toda tu carrera. ¿Cómo se asume eso?

Mal. Cuando llego al Atlético de Madrid venía de comerme el mundo, de pasar por la categoría como un titán desde Segunda B a un Rayo Vallecano en el que marco nueve goles entre Liga y Copa siendo debutante. Venía con una gran fuerza y muchísima personalidad, pero me topo con la realidad. Esa en la que Paulo Futre es una estrella mundial, Manolo Sánchez es el Pichichi de la Liga y en la que todos los años se ficha a un delantero que es internacional: uno Rodax, otro Luis García

Esto provocaba que hubiera un nivel increíble. ¿Y qué hago yo? Agarrarme a un clavo ardiendo y jugar los minutos que me ofrecían los entrenadores. A partir de ahí, lo intenté hacer bien, me salió bien, me tenían en el banquillo para entrar como un solucionador de problemas cuando el resultado era malo, cuando tenía minutos le daba otro ritmo y ya se me encasilló y jugué toda mi carrera futbolística como revulsivo.

Mucha gente me conoce: Juan Sabas es el revulsivo. De hecho, es así como me ficha el Betis, como un jugador revulsivo. En ningún momento en la mente de Serra Ferrer está que yo juegue como titular y así me lo dice nada más llegar. Hice una pretemporada maravillosa allí en la que meto un montón de goles y el primer partido de Liga juegan Ángel Cuéllar y el Toro Aquino, que eran los delanteros titulares de ese año.

¿Qué hago? Tengo dos opciones. Una, que si me dejo ir, me tengo que marchar a Segunda División o estar siempre a la búsqueda de más minutos. La otra es quedarme e intentar ser un futbolista muy aprovechable de banquillo y, sobre todo, intentar ser un ídolo entre comillas para las aficiones. ¿Cómo te lo ganas? A base de trabajo, de esfuerzo, de entrega y, sobre todo, de goles. Si te sacan en partidos difíciles, revolucionas el juego, marcas… te conviertes en un jugador muy querido por las aficiones.

Pero a nivel mental tiene que ser jodido…

Sí. Es una lucha que te hace ser un poco más vinagre en el día a día. Es como estar mosqueado con el mundo, enfadado con los entrenadores porque parece que son tus enemigos ya que no te ponen… es un golpe de realidad difícil de aceptar para la mente. Pero peleé al máximo para quitármelo y no pude.

Me fui del Betis al Mérida, que era un equipo más humilde en el que pensaba que iba a disfrutar de más minutos, fui el máximo goleador en Primera División junto a Sinval con nueve o diez goles y era suplente. Entonces, a partir de ahí, intentaba disfrutar de mi profesión al máximo, ya era más veterano y eso me hacía ser un poco más huraño en el día a día y estar siempre enfadado. Y así no se puede estar.

Nadie llega a comprender tu situación y ni tú mismo llegas a hacerlo, pero ya no peleas por salir de ese encasillamiento y te quedas con eso.

¿Quién es el Juan Sabas de ahora?

(Titubea) Ahí me pillas un poco. El fútbol ha evolucionado, muchos equipos juegan tres competiciones y se reparten más los minutos. No hay futbolistas que sean solucionadores y salgan para solventar papeletas complicadas. No sé quién te podría decir. Tal vez, en el Atlético de Madrid, el futbolista que juega menos y sale así es Correa, pero yo no era tan bueno como él, así que no te puedo decir.

Para mí, él es uno de los futbolistas clave en la consecución del último título de Liga, y no sólo por su gol al Valladolid. Hay un punto de inflexión en el partido ante el Real Betis, cuando falla un par de goles y sale del campo abrazado por Simeone, pues después hizo unos número increíbles y es determinante.

¿Después, cuando pasa el tiempo, no pensaste que a lo mejor hubiera sido más positivo quedarte un año más en Vallecas antes de dar el salto a un grande como el Atlético de Madrid?

No tenía esa perspectiva. Yo era un chaval joven al que llama el Atlético de Madrid, que es el equipo de sus sueños. La perspectiva la tengo ahora, que es cuando entiendo que no tenía el nivel para la grandeza de ese club. Mi nivel era de Primera División, pero para otros equipos de un corte de mitad de tabla para abajo.

De hecho, después de mi primer año en el Atlético de Madrid, en el que soy el futbolista número doce porque Tomislav Ivic me pone muchos partidos, a mí me quiso el Espanyol y yo me quería marchar. Prefería irme a un equipo de un perfil como ese para poder luchar, tener minutos y ser más protagonista, pero había llegado Luis Aragonés y no me dejó irme. Y eso que luego fue con él con el que menos jugué, pues tuve menos oportunidades que con Ivic.

Hablando de Ivic, Futre recordaba que casi le causa un infarto porque no quería dejar el campo cuando quiso cambiarlo en un partido.

¡Claro! Fue jugando contra el Burgos, el que el míster me pone a calentar: «Vas a entrar por Futre». Entonces, llamó a Paulo para pedirle que dejara el campo y él se negaba. Ivic se dio la vuelta como loco, casualmente vino una jugada justo por la banda en la que estábamos, un rival dio una patada a Alfredo y el entrenador aprovechó para sacarlo a él y meterme a mí al campo, por lo que Futre siguió jugando.

Futre era el capitán, pero Solozábal también tenía una gran voz de mando pese a su juventud.

Los capitanes eran Paulo, porque era el buque insignia; Tomás, porque llevaba mucho tiempo, y Roberto yo creo que ejercía más de líder. Siempre ha sido un tío muy coherente en sus razonamientos y en el vestuario se le veía así. Además, era alguien que si llegaba Jesús Gil levantando la voz o algo similar, él lo rebatía siempre con buenos argumentos.

Era un tío joven pero que ejercía de líder porque tenía un don, además era culto, había estudiado en Estados Unidos, sabía idiomas… ahora hay muchos más, pero entonces éramos unos cazurros y no estudiaba casi nadie. Te encontrabas con muy pocos compañeros que estuvieran estudiando una carrera a la vez que jugaban al fútbol. Él tenía esa cultura y era capaz de esgrimir más argumentos, pese a su juventud, que los más veteranos. Cuando él alzaba la voz, se le escuchaba.

En esos cuatro años en el Atlético de Madrid vives un trasiego un poco loco de entrenadores.

Pues fíjate: cuando llego estaba Peiró, pero en un Colombino ya lo cesa Jesús Gil y yo pensaba: «No me lo puedo creer». En pretemporada ya nos quedamos sin entrenador y se ficha a Tomislav Ivic, que duró prácticamente toda la temporada pero también fue despedido poco antes de jugar la final de la Copa del Rey.

Es verdad que en el Atlético de Madrid había poca paciencia en aquella época, todo lo contrario de lo que está sucediendo ahora con Diego Simeone, que va a ser el más longevo con diferencia. Merecidamente, por cierto. Antes duraban poco y Simeone es eterno.

¿Hasta qué punto afecta a los resultados?

Nunca se sabe. En mis dos primeras temporadas hubo más estabilidad, fuimos segundos y terceros en Liga detrás del Dream Team de Johan Cruyff y fuimos campeones de Copa del Rey. Es verdad que por aquel entonces no tenía ninguna trascendencia y felicidad ser segundo, algo que ahora es maravilloso, porque te da la oportunidad de jugar la Champions, algo que antes no sucedía.

Luego, ya los dos años siguientes sí que fueron malos en cuanto a clasificación y ambiente. Ahí hubo más ceses, no se daba con la tecla y fueron temporadas complicadas. De hecho, el cuarto año no nos metimos en líos porque en la última jornada le ganamos al Rayo Vallecano en casa por 2-0 con un gol de Kiko, pero fueron dos temporadas en las que estuvimos tonteando con los puestos de la mitad de tabla para abajo, algo que no es lo que merece un club como el Atlético de Madrid. Pero fueron las circunstancias.

Me hablabas de las Copas del Rey. ¿Con cuál de las dos te quedas?

Me quedo con la primera porque juego prácticamente la prórroga y soy el que hace la jugada del gol que marca Alfredo. Fue una apertura a banda de Manolo que yo me juego un uno contra uno, le pego a puerta, Ezaki no consigue atajar y llega Alfredo en carrera y la empuja.

En la otra no jugué, por lo que en la primera me siento más partícipe, aunque es verdad que si tiro de sentimiento rojiblanco, ganarle al Real Madrid en el Bernabéu una final de Copa es lo soñado. Pero si tuviera que elegir, lo hago con la del Mallorca, pues es el primer título que gano. Además esa Copa la disfruté muchísimo.

Aquel Real Mallorca estaba entrenado por Serra Ferrer, con el que coincides años después en el Real Betis.

Ese Mallorca tenía un equipazo. Estaba Álvaro, que ahora es entrenador, Nadal, que era un futbolista impresionante y luego lo firmó el FC Barcelona, el delantero Claudio, también buenísimo, Roberto Simón Marina, que había estado en pretemporada con el Atlético de Madrid y se fue allí…

Tenían un gran equipo y un gran entrenador, pues al final Serra Ferrer no es que lo diga yo: lo ha demostrado con creces. Para mí ha sido una figura muy importante, lo tuve tres años y seguramente sea uno de los entrenadores más influyentes en mí como técnico.

Futre me comentó que en la temporada 1991/1992 hubierais podido ganar la Liga pero lo impide una derrota en el Bernabéu contra el Real Madrid en un partido en el que te hicieron un penalti muy claro con 1-1.

Hay una jugada con Sanchís en la que yo llego antes al balón, él me toca y podrían haber pitado penalti. Pero yo tengo bastante menos memoria que Paulo, que ya veo que recuerda muy bien el tema, y no te puedo decir cómo fue la trascendencia de ese partido.

Es cierto que he vivido victorias en el Bernabéu y también derrotas, como una en la que íbamos ganando 0-1 y nos ganaron 3-2, que creo que es el partido al que él hace referencia. Pero yo no recuerdo si tuvo tanta trascendencia. Yo creo que no llegamos nunca a estar cerca del Barça, que era un equipo que se paseaba por la Liga. Tengo esa sensación, pero tampoco tengo una gran memoria para hablarte con certeza de este tema.

Bernd Schuster.

Futbolísticamente, es el jugador más completo con el que he jugado en mi vida. Le pegaba al balón con las dos piernas, era capaz de ponértela en largo donde quería con la derecha y con la izquierda, en corto te hacía unas paredes increíbles, trabajaba, metía goles de falta, en estrategia lo hacía increíble… para mí, el futbolista más completo.

Lo he dicho y lo diré. Tenía un hándicap: era muy grande y no iba de cabeza, no saltaba… por si le queremos sacar un «pero», porque el alemán era maravilloso. Y eso que yo le disfruté ya veterano, cuando vino del Real Madrid. Si le llego a tener de compañero cuando jugaba en el Barça con veintitantos años, imagínate.

Creo que en el fútbol tienes que estar pendiente de otras cosas, no disfrutando de un compañero, como podía disfrutar yo. Otro era Paulo (Futre), pues no he visto un futbolista que tuviera su velocidad en carrera, controlando un balón. A lo mejor, sin balón no era tan rápido, pero con el esférico, esa velocidad era incomparable. He disfrutado muchísimo de estos dos futbolistas, que eran de talla internacional y he tenido la suerte de jugar con ellos.

En tu segunda temporada, el entrenador es Luis Aragonés: «¡Fraguas!»

Luis me llamaba así en los entrenamientos, porque me comentó que me parecía mucho a Fraguas, que era un futbolista que jugó en la cantera del Atlético de Madrid. Llegó a disputar partidos en el primer equipo, pero tuvo una lesión grave y luego ya no pudo continuar en el club.

Un día de partido estábamos calentando en la banda Gabi Moya y yo cuando Luis me empezó a llamar Fraguas. «Te está llamando», me decía Gabi. «Yo no voy a ir porque no me llamo Fraguas», le contesté. Entonces, él mandó a uno de los utilleros, Ramón Llarandi, que vino corriendo: «Sabitas, que te está llamando».

Fui para allá, se acercó a darme las indicaciones de lo que quería que hiciera dentro del terreno de juego y le comenté: «Míster, ¿cómo voy a jugar algún partido de titular si no te sabes ni mi nombre». ¡Uf! ¡Si ves la furia que salió por esa boca! Es una imagen parecida a la que tuvo con Eto’o: me coge del pecho y se calienta, era un tío con personalidad: «¡Salga ahí y cambie el partido!»… y creo que marqué.

Tenía una buena relación con él, aunque al final es normal que tengas esos rifirrafes, pues te enfurruñas porque te llama por otro nombre y piensas que no te quiere poner, pero luego me tenía cariño. Era una relación de cercanía y de cariño. Luis era un entrenador que si te veía mal o tenías algún problema, no tenías que dudar nunca en llamar a su puerta.

Todas las mañanas, cuando íbamos a entrenar al Calderón, para entrar al vestuario tenías que pasar por el despachito que tenía allí, saludabas, él estaba escribiendo sus cosas y no te contestaba. Hubo un día en el que yo estaba con Tomás y le digo: «Mañana no le voy a saludar». Y él me respondió rápido: «Te equivocarás. Va a haber lío, tú salúdale» (risas). Pues pasé, no le saludé y él pegó un grito: «¡Buenos días! Me cago en…»

Fíjate cómo son las cosas, él no te saludaba pero estaba pendiente. Era una persona peculiar, maravillosa y que cambió la versión de la selección española, que era muy buena, pero no llegaba a ese punto ganador que tuvo después. Era un técnico visionario que estaba por delante de su tiempo y podría estar entrenando perfectamente a día de hoy.

Politehnica Timișoara, en treintaidosavos de UEFA, OFI Creta en dieciseisavos de UEFA… Hubo algunas eliminaciones europeas bochornosas en aquellos años.

Y nos pasó con todos, la verdad. Hubo también un año en el que nos eliminó el Parma, éramos mejores e incluso yo marqué un gol allí en la vuelta. Tenían un buen bloque con Asprilla, que era muy brillante, hizo un gran partido en el Calderón y fue el que decantó la eliminatoria con su calidad.

Es cierto, llegábamos y los arbitrajes no eran los que nosotros pretendíamos, pero al final no tenía esa trascendencia tan grande como sucede ahora. Antiguamente se televisaban muy pocos partidos y, aunque esos sí se podían ver, ahora hay miles de partidos en Europa y tiene más trascendencia. Pero es verdad que teníamos un tope en Europa, no éramos capaces de sobrepasarlo pese a tener equipazos con muy buenos futbolistas y buen nivel.

Precisamente, esa semifinal ante el Parma es lo más lejos que llegasteis en esos años en Europa…

El problema de Europa en aquella época es que eran eliminatorias desde el principio, por lo que un día malo te dejaba fuera. Ahora, en Europa se juega una liguilla, pero antes te la jugabas a doble partido y adiós. A mí, personalmente, la eliminación que más me dolió fue contra el Girondins de Burdeos de Zinedine Zidane cuando yo jugaba en el Real Betis. Nos enfrentamos a ese equipo que tampoco era un gran conocido, Zidane ya era un futbolista internacional, pero no el de la Juventus y el Real Madrid… y nos eliminaron gracias a él.

Habíamos perdido 2-0 en la ida, salimos con la intención de dar la vuelta a la eliminatoria pese a que la teníamos muy complicada y nada más empezar coge un balón, le pega desde el centro del campo y nos marcó un golazo. Es verdad que no tengo un gran recuerdo de Europa porque casi siempre nos eliminaban demasiado pronto.

Zinedine Zidane en 1995. ¿Ya se le veía todo lo que vino después?

Sí. Allí nos ganó el partido él con su forma de jugar y su nivel futbolístico era ya para no estar en el Girondins de Burdeos, sino en la Juve o el Real Madrid, como le pasó más tarde. En esa eliminatoria, nos dimos cuenta tarde porque no se hacía ese análisis profundo del rival como se hace hoy en día, nos pilló por sorpresa y nos embistió.

Además, aquel Girondins tenía buenos futbolistas y no sólo estaba Zidane, aunque él era un jugador con una dimensión de otra galaxia y de gran personalidad. Las pedía todas, las quería jugar, hacía unos controles extraterrestres… un tío que coge el primer balón en el mediocampo, tira y te mete el gol que marca en el Benito Villamarín, lo primero que tiene que ser es valiente, pues ese golpeo si no lo haces perfecto no metes gol y lo normal es que de diez, en ocho le pegues horroroso.

En Atenas hubo una batalla campal contra Olympiakos y cuando te preguntó la prensa respondiste. «En Leganés las he visto peores».

Allí caía de todo. Me puse a calentar y menos mal que había una pista de atletismo, pero por ahí llovían mecheros y de todo. Además, tuvimos una trifulca con una medio pelea en la que pegaron un puñetazo a nuestro fisio Aurelio (Cachadiñas, ndr) y le tiraron las gafas al suelo, también le hicieron algo a Schuster y Solozábal

Fue una cosa de locos, luego me preguntaron a mí que si había tenido miedo en algún momento calentando, porque creo que ni jugué, y me salió así: «Soy de Leganés». Pero no es que hubiera visto cosas peores en Leganés, pues siempre he vivido feliz allí y nunca ha sido un barrio de muchas peleas. Me salió así en ese momento y es verdad que fue una frase que salió en los medios, pero no fue por nada en especial, ya que yo tuve una infancia muy tranquila.

¿Cuáles eran tus aliados en el vestuario? Antes me has hablado de Aguilera, Alfredo…

En el Atlético de Madrid éramos un grupo de gente muy joven y que nos llevábamos muy bien. Estaba Patxi Ferreira, también Alfredo y Toni Muñoz, que había subido al primer equipo desde el B, el portero Diego, Aguilera… todos éramos de veintitantos años y seguro que se me olvida alguno, pero luego vino Gabi Moya. También estaba por allí Roberto Solozábal, que era más jovencito. Éramos un grupo que incluso nos íbamos juntos de vacaciones. Llegaba el verano y a lo mejor nos marchábamos siete tíos juntos.

Alfredo nos contaba que precisamente en unas vacaciones en Acapulco es cuando le hablan de un interés del Deportivo de la Coruña.

Fuimos a Acapulco porque Luis García nos dijo que nos marcháramos todos para allá y él luego se sumaba a la expedición después de jugar la Copa América con México. Iban al torneo por primera vez, no tenían mucha fe, pero acabaron llegando a la final y al final no le vimos en todo el verano. A ese viaje vino hasta Rafa Alkorta, que jugaba en el Real Madrid, pues tenía mucha amistad con Patxi Ferreira. También estaban Aguilera, Moya, Alfredo, Diego, Solozábal, los hermanos Llarandi, algunos amigos, yo… nos juntamos allí alrededor de diez tíos, para que veas la relación que había allí.

Me sorprende que fuera Alkorta. ¿La relación entre Atlético de Madrid y Real Madrid no era tan tirante como parecía?

El pique siempre ha existido, pero era entre aficiones y en el campo. Luego, cuando yo llego a Sevilla, que para mí es el derbi más bonito que se puede jugar, por cómo lo viven allí, nosotros comíamos en un restaurante y al lado podían comer los del Sevilla, sentarte con ellos, saludarte… En el campo te matabas, pero fuera…

Hay una premisa que se llevaba al límite: «Lo que pasa en el campo se queda en el campo». Te puedes dar hostias en el campo y luego tomarte una copa fuera porque te llevas bien con una persona. No es que no hubiera esa rivalidad con el Real Madrid, porque sí que había: Cuando pasó lo de Pizo con Rafa Gordillo, Míchel y Hierro, pues existía ese pique, pero no pasaba del terreno de juego.

Luis Aragonés arengó al equipo para la final de Copa de 1992 con aquello que le pasó a Pizo…

Volvemos a la casilla de salida: yo ahí no tengo esa memoria. Luis Aragonés era un gran motivador. Puede que sí o puede que no, no lo recuerdo, pero es verdad que estaba adelantado a su tiempo como un gran motivador y una persona capaz de llegar con su mensaje al jugador. Pero no había ese pique por circunstancias especiales como lo qué paso con Pizo.

Yo creo que el Real Madrid vive con más intensidad los partidos frente al Barça, pero nosotros los vivíamos como algo mucho más especial. De cualquier modo, el pique está en el campo, en intentar ganar al eterno rival, pero luego en la calle te encontrabas con la gente y era una relación cordial y cercana.

¿Por qué te marchas al Real Betis?

Había firmado cuatro años con el Atlético de Madrid y eso es lo que cumplí. Los dos últimos años no fueron brillantes en cuanto a resultados y creía que mi etapa en el club había terminado. No es que me quisiera ir, desde el club tampoco se mostró nunca interés en renovarme.

Lo vi normal y razonable, pues era un futbolista que no jugaba demasiado. De este modo, mi vinculación acabó y me salieron distintas opciones: estuve reunido con el Valladolid y otros conjuntos, pero me llamó la atención el Real Betis.

No sé por qué. Era un equipo recién ascendido que podría tener dificultades en lo que a mantener la categoría se refiere pero me llamó la atención y fue un acierto, pues viví tres temporadas maravillosas. Creo que el lugar donde mejor jugué al fútbol fue en el Real Betis.

¡Pero vaya delantera de nivel para luchar por un puesto!

Sí. Cuando firmé por el Betis albergaba alguna esperanza de jugar más como titular, pero llega Cuéllar, que venía de la cantera y hace una temporada espectacular, el Toro Aquino marca goles y encima firmaron a Kowalczyk, que en 1992 había hecho unos Juegos Olímpicos maravillosos y había disputado la final contra España.

En esa situación, me encuentro convertido en el cuarto delantero por detrás de esos tres, por lo que tenía que aprovechar los minutos que me dejaran. Pero es que luego se marcha Cuéllar al FC Barcelona y Aquino al Rayo Vallecano y te traen a la versión maravillosa de Alfonso Pérez Muñoz y Pier Luigi Cherubino, que era otro delantero de primer nivel, por lo que vuelvo a ser el cuarto delantero.

Yo intentaba hacerlo bien en las oportunidades que me daban para quedarme en esas plantillas tan competitivas. Entre todos los futbolistas que yo he visto marcar diferencias sobre un terreno de juego está Alfonso del Real Betis: en su segunda temporada mete veintitantos goles y hace un campaña increíble.

Además, era un futbolista que regateaba bien, iba de cabeza, le pegaba con las dos piernas… me parecía un delantero súper completo. De los futbolistas que yo he tenido de compañeros, era uno de los que mejor nivel tenían y demostraron.

Tus primeros partidos contra el Sevilla fueron muy fructíferos.

Cuando llego al Real Betis hubo un torneo de pretemporada en el que jugamos contra el Sevilla y marqué gol. En esa misma temporada creo que hubo un partido en el Benito Villamarín en el que nosotros estábamos terceros, el Sevilla era quinto, les ganamos 2-1 en la jornada 37 y yo hice también un gol.

También hubo un encuentro benéfico en el Sánchez Pizjuán para Ian Reina, un niño de dos años que necesitaba un trasplante de médula, se llenó el campo, fue un partidazo increíble y marqué otros dos goles. Así, si tú llegas y tienes suerte de hacerle goles al eterno rival, al final la gente te quiere más.

¿Cómo se convierte un jugador en ídolo de Atlético de Madrid y Real Betis saliendo desde el banquillo?

He tenido la suerte de sentir a un Benito Villamarín lleno hasta la bandera coreando mi nombre. Es verdad que en un partido de Liga contra el Valencia de Luis Aragonés ganamos tres goles y los tres fueron míos. Además, en Copa, contra el Granada también hice otros tres. He marcado tres hattricks en mi vida: uno al Valencia de Luis Aragonés, otro al Valencia de Lucas Alcaraz en Copa y otro con el Mérida en Segunda División al Real Mallorca B, en el que por aquel entonces estaban Diego Tristán y Leo Franco.

Esos tres partidos son los que más representan a un delantero que quiere marcar goles. Sí marcas tres goles contra el Valencia en el Villamarín, le has dado la vuelta al estadio y te tratan como a Curro en una gran tarde en la Maestranza, te sientes como el gran héroe y estás en la boca de todos. Como he tenido la suerte de hacer eso, donde más siento el cariño y el respeto de la gente es paseando por Sevilla. El aficionado de la ciudad tiene muchísima memoria futbolística y es agradecido.

Me hablas muy bien de Serra Ferrer, pero ¿por qué se enturbia la relación con él? ¿Tuvo algo que ver aquel partido en el que no quieres jugar ante el Valladolid justo antes de la final de Copa de 1997?

No era una relación cercana y de cariño, pero sí de respeto. Es verdad que la culpa, indudablemente, es mía, pues un futbolista nunca se puede negar a jugar un partido. Yo ahí no me sentía capacitado, al final mi cabezonería provocó que me diera con una pared, le dije que no estaba preparado a nivel anímico para jugar un partido y luego en la final de Copa no fui convocado.

Ahí fue el punto de inflexión en el que yo ya dije que al año siguiente no quería continuar. Yo creo que había renovado con el Real Betis y me quedaba un año de contrato, pero también venía Luis Aragonés al equipo la temporada siguiente, yo no había jugado apenas con él en el Atlético de Madrid, pensé que tenía que buscar un solución y me marché.

Y lo hice siendo un futbolista de banquillo pero ídolo de gente. Como un partido se pusiera con el resultado en contra, el público enseguida coreaba mi nombre. Pero es verdad que el culpable en esa situación con Serra Ferrer soy yo.

Tú estabas brillando en Copa esa temporada y eras de los máximos goleadores de la competición, ¿cómo te sentiste?

Imagínate: salen pestes de tu boca. Pero te vuelvo a repetir, el culpable y que se autocastigó fui yo. Si hubiera jugado aquel último partido de Liga con el Valladolid y hubiera hecho lo que debe hacer un profesional, no me pasa lo otro. Al final, el castigo fue duro para mí y nos alejó en cuanto a la relación. No era un vínculo muy cercano, pero nos alejó aunque a día de hoy me llevo fenomenal con Serra Ferrer. Además, tengo la decencia de decir que el culpable fui yo en esa situación.

La gran figura de aquel Real Betis era Ruiz de Lopera.

Vinieron futbolistas importantísimos que él trajo como Alfonso, Kowalczyk siendo subcampeón olímpico, Finidi, Jarni, Stosic, Vidakovic, el regreso de Rafael Gordillo… figuras de una talla importante, pero el ídolo de ídolos era don Manuel.

En las presentaciones, lo hicieran con quien lo hicieran, cuando la gente se volvía loca era cuando aparecía él a dar la charla de bienvenida. Además, Lopera era un tipo que comías con él y era súper gracioso. Te contaba anécdotas que te mondabas de risa, y eso la gente no lo sabe. Es verdad que en mi época, el gran ídolo de la afición era él.

¿Y cómo se tomó tu broma de los zapatos?

Yo era un tío atrevido y nada más llegar los veía tan serios que un día en una comida se me ocurrió algo y le comenté a Alexis, que era uno de los futbolistas que mandaban en el vestuario: «Voy a pedir polvos de talco al camarero y les voy a llenar los zapatos». «¡No te atreverás!», me respondía él. «Sí, sí». En este momento estaban a un lado de la mesa y tanto Lopera como Serra Ferrer se encontraban en la otra punta, así que me metí por debajo, fui gateando con los polvos de talco y les llené los zapatos.

Cuando volví a mi sitio, cogí una copa, di unos toquecitos con una cuchara y propuse un brindis: «Vamos a brindar por todos nosotros, por una temporada maravillosa, y porque esta comida la tienen que pagar los que tengan los zapatos más sucios».

Cuando dices eso, todo el mundo se mira los zapatos y menos mal que se lo tomaron bien, porque pensaba: «Como se lo tomen mal, estoy sentenciado nada más llegar». Fue una guasa que lo hacíamos en el Atlético de Madrid, a mí me lo habían hecho, y se me ocurrió hacerlo.

Rafael Gordillo.

Maravilloso. Otra persona que es digna de disfrutarla como compañero. Es cierto que ya tenía treinta y siete o treinta y ocho años y estaba fastidiado con la espalda, pero era un tipo que siempre entraba con una sonrisa, con buen humor y pidiendo ayuda para los más necesitados. Le esperaba allí gente necesitada para que les echara una mano y siempre, don Rafael Gordillo estaba preparado para ayudar a todo el mundo.

Luego, en el vestuario era supergracioso y maravilloso. Yo me sentaba a su lado y pensaba: «Me ponen al lado de don Rafael Gordillo, una eminencia en el Real Betis». Era su último año en el club y había una cosa que me llamaba la atención: jugó poco de titular, apenas cuatro o cinco partidos, pero cuando lo hacía salían diez a calentar y el míster le decía que esperara.

A los cinco minutos era cuando aparecía él y eso era un subidón para el increíble para el público. Lo utilizaba para revolucionar a la grada y que se viniera el público arriba. Como persona y como futbolista, nadie va a discutir el nivel de Rafa Gordillo, pues pocos centros con la zurda ha habido en la historia como los suyos, pero como persona vale todavía muchísimo más.

Te marchas al Mérida y volvemos a la palabra «revulsivo», aunque eres el máximo goleador del equipo con 7 goles en Liga.

Sí, hice los mismos que Sinval, un delantero brasileño que era muy bueno. Aquel equipo estaba entrenado por Jorge D’Alessandro, que contaba más con Biagini y el resto de delanteros y yo me dedicaba a jugar los minutos que me ponía. Allí estuve dos temporadas, una en Primera y otra en Segunda, antes de marcharme al Albacete, que también estaba en Segunda División.

Mérida es una ciudad que ha estado muy poco en Primera División, pero fue una etapa que viví con mucha intensidad y me gustó mucho. Además marqué goles, la gente me quería y fue un periplo en el que viví el fútbol de un modo más cercano, ya que se trata de una ciudad más pequeña en la que mucha gente se conoce y es diferente. Tengo un gran recuerdo y sé que hay mucha gente que me respeta mucho después de mi paso por allí.

Eres protagonista de un auténtico hito: cuatro equipos en una temporada.

En diciembre de mi segunda temporada en el Albacete me marcho a la Balona, pero pronto vi que no era lo que los representantes me habían vendido, pues me dijeron que el proyecto iba a ser un crecimiento en todos los sentidos del equipo y cuando llegué, los chavales no cobraban.

El entrenador era Felines, estuve allí un mes y pese a que había firmado dos años les dije: «Os perdono el contrato, pero yo me marcho». Le pedí a mis representantes que me sacaran y acabé en el Hércules. Allí terminé la temporada y me llamó Quique Pina para jugar el último mes en el equipo que él tenía, el Ciudad de Murcia, que se jugaba la liguilla de ascenso de Tercera División a Segunda B.

La jugué y ascendimos, pero fue un año terriblemente duro para mí: recorrer cuatro equipos la misma temporada, ya tenía mis años, no me encontraba a un nivel futbolístico que me llevara a pensar «voy a seguir más». Decidí volver a mi amado Pegaso y zanjar mi carrera deportiva junto a Alfredo.

En aquel equipo también estaban mi hermano Gabi y su hermano Miguel, que habían coincidido en la cantera del Real Madrid y son amigos. Alfredo y yo nos retiramos ahí, nuestros hermanos siguieron su camino. Es verdad que yo firmé con el Pegaso un primer año como futbolista y el segundo ya me iniciaba como entrenador en el propio equipo, pero ¿qué pasó?: se produjo el despido de un entrenador, le ofrecieron a Alfredo el puesto hasta final de temporada y luego, continuar la siguiente, por lo que yo rompí mi contrato después.

De este modo, Alfredo siguió en el Pegaso como entrenador y yo me marché al Atlético de Madrid, donde me salió la oportunidad de entrenar a la cantera y estuve dos años.

Espero que Alfredo te pusiera todos los partidos…

Sí, sí. Es un choque, aunque yo no iba a complicar a mi amigo en ningún momento. Lo que hicimos fue darle mucho más, implicarte todavía con más fuerza para que el vestuario estuviera unido, a muerte con el entrenador y aunar fuerzas para que la temporada fuera mejor de lo que estaba siendo. Pero es verdad que si me hubiera dejado en el banquillo hubiera sido merecido y no hubiera protestado nada. Ahí empezó su carrera y yo me marché a entrenar a la cantera del Atlético de Madrid.

Ese caso de Alfredo recuerda un poco al de Luis Aragonés…

Es cierto, Luis Aragonés pasó de ser compañero a ser el jefe del vestuario. Por eso pienso que Luis utilizaba mucho la palabra «usted». Quería usar esa palabra para poner distancia con los que habían sido sus compañeros, algunos amigos, y de repente eran sus jugadores. No es fácil pasar de ser futbolista a ser entrenador en una misma temporada. Hay que cambiar el chip y muchísimas cosas en tu mente.

¿Por qué quisiste hacerte entrenador?

¡Yo qué sé! Me entró el gusano este no sé cómo, pero te puedo decir que a lo largo de estos años, aunque no he entrenado mucho, amo mi profesión. No me cuesta visionar al rival setenta partidos como tampoco gestionar el vestuario o meterle horas de trabajo fuera del tiempo de los entrenamientos. ¿Por qué? Pues porque me encanta.

Tras el paso por la cantera, comienzas a entrenar junto a Abel.

Cuando estuve aquellos dos años en el Atlético de Madrid, creo que Abel estaba como entrenador de porteros con Arrigo Sacchi en el primer equipo. Al terminar la temporada, lo llamó Quique Pina para entrenar al Ciudad de Murcia, con el que yo había estado en Tercera División pero que ya estaba en Segunda, por lo que para él era una oportunidad de aparecer en el mundo futbolístico como entrenador.

Me llamó para preguntarme si quería ir como asistente, como segundo, y ahí me tiré muchos años a su lado. Estuvimos en el propio Ciudad de Murcia, Levante, Granada, Valladolid y tuvimos la suerte de volver al Atlético de Madrid, el club de nuestros amores y dirigirlo tanto en Primera División como en Champions.

Fue una experiencia que ayuda a saltar la dificultad de la retirada y te vincula otra vez a lo que te gusta y sabes hacer, que es el mundo del fútbol… o si no te tienes que coger otra vez el taxi (risas), que ya no estoy preparado anímicamente para meterme ocho horas en un coche y trabajar ahí.

En aquel Atlético de Madrid estaba José Antonio Reyes.

Era un futbolista de un talento descomunal, increíble para jugar en equipos grandes, hacer cosas importantes y, además, un gran chico. Era una persona a la que le gustaba estar mucho con su familia, cercano y cariñoso. Le pasó lo del accidente en el Extremadura, que fue el equipo que me dio la oportunidad de desarrollarme al mil por mil como entrenador, pero no lo tuve a mis órdenes, porque a mí me habían cesado en noviembre y él llegó el mes de diciembre siguiente.

¿Por qué decidiste separarte de Abel y empezar en solitario?

Lo consideró él. Al final hay un desgaste: son muchas temporadas, muchos años, una tensión increíble, cada persona es de su padre y de su madre y la relación entre los dos se fue deteriorando y nos fuimos distanciando, aunque sin llevarnos mal, porque no es así. Creo que fue después de la etapa de Granada cuando él me llama y decide prescindir de mí, así que «encantado, que tenga mucha suerte y voy a intentarlo yo por mi cuenta», pensé.

Tú relación ahora es normal.

Sí, de respeto y cariño. Al final, él ha sido mi jefe, o mi mentor, durante muchas temporadas, hemos vivido muchas cosas y porque decida prescindir de mí no me tiene que enfadar. Es una decisión de él y no hay más. Le tengo un gran respeto y, sobre todo, estoy agradecido de que me diera la oportunidad de adquirir ese aprendizaje que me ha permitido estar donde estoy hoy y donde he llegado como entrenador.

La alternativa te llega en el San Sebastián de los Reyes.

Me llamó Pedro Riesco, que estaba allí como director deportivo y lo intenté. El primer año me encontré con un vestuario muy profesional, tres o cuatro futbolistas veteranos que habían sido profesionales y fue una experiencia buena en la que incluso jugamos liguilla de ascenso, aunque al final no lo logramos.

Me quedé y el siguiente año fue un poco más de choque, pues yo venía del fútbol profesional y el de Tercera de aquella época era distinto, el futbolista tiene su trabajo aparte del fútbol y creo que tienes que plantear los entrenamientos de una manera diferente. Deben ser más lúdicos, porque a un tío que está trabajando ocho horas, meterle una exigencia profesional en el fútbol, puede provocar un choque ahí: cultural, emocional, personal o llámalo como quieras…

Logras el ascenso con el Extremadura.

Cogí al equipo último o penúltimo, hicimos una segunda vuelta espectacular y nos salvamos, pero en pretemporada la dirección deportiva decide prescindir de mí. Iniciaron una nueva temporada en la que invirtieron un dinero para intentar ascender a Segunda A, las cosas van de un modo irregular, pasan tres entrenadores, me llaman a final de temporada y consigo terminar lo que inicié.

Fue algo grandioso. Ascender con un equipo es fantástico, aunque me quedo con la segunda vuelta del año anterior, con la salvación, pues es algo muy difícil ya que éramos el equipo más goleado, el que menos goles metía, necesitábamos una segunda vuelta de equipo de playoffs y lo conseguimos. El ascenso es el final de la temporada, pero es verdad que viví lo mejor: jugar unos playoffs de los antiguos, a doble partido, metiéndote como cuarto y enfrentándote a los mejores de los otros grupos.

Es digno de vivir y, sobre todo, te quedas con la felicidad que transmites con cada paso que das, con cada equipo al que eliminas. Almendralejo es una ciudad pequeña de treinta y tantos mil habitantes, pero muy futbolera, que vive con una intensidad increíble este deporte. Recuerdo que cuando llegué iban, como mucho, mil personas al Francisco de la Hera, empezamos a ganar, a darle a la gente la alegría que buscaba y en el último partido ante el Sanluqueño estábamos once mil personas. Y la siguiente temporada en el playoff, lleno hasta arriba y con un ambiente increíble. La gente estaba entregada y eso es algo maravilloso, no sólo como técnico, sino también como hombre de fútbol.

Y después de Extremadura, Córdoba.

Fue en la pandemia, un año raro y complicado. Estuve solo seis partidos, ganamos los dos primeros, empatamos los dos siguientes y perdimos los últimos. La exigencia del Córdoba por historia, por club, estadio, ciudad y afición es muy alta y decidieron cesarme después de las dos derrotas. Fue una etapa muy corta y con lo que tienes que quedarte siempre es con las cosas bonitas.

Tu última etapa antes de Zamora fue en el Melilla.

En Melilla tengo la sensación de hacer un buen trabajo, pero el problema de los entrenadores es que a veces tienes esa sensación y no se transforma en puntos los domingos. Para mí ha sido una gran experiencia, no conocía Melilla y me ha encantado como ciudad, con una gente muy agradable y cercana. He estado a gusto en un club pequeño, humilde y me da pena dejar un proyecto a medias porque no se han logrado resultados positivos.

¿Y qué jugador de los de ahora te llevarías a tu equipo?

Al jugador que veo diferente y es vital para su equipo es Antoine Griezmann. Si no juega en el Atlético de Madrid, el Atlético de Madrid sufre, pues es un futbolista que conoce al dedillo la forma de jugar de su entrenador y va al límite con sus ideas. Estamos hablando de un delantero que siempre hace goles y además trabaja una barbaridad a nivel defensivo.

Y por si esto fuera poco, cuando le das la pelota, siempre tiene soluciones. Otros clubes como el Real Madrid están plagados de estrellas y si falta uno entra otro, por lo que si tengo que quedarme con un futbolista lo hago con Antoine. A nivel trabajo lo da todo, tanto ofensivamente como desde el punto de vista defensivo. Pero es que además, yo pienso que es el futbolista con más talento a la hora de leer un partido. No hay un jugador en el mundo que tenga esa lectura. Otros serán mejores, pero en eso es insuperable.

¿Se equivocó marchándose al FC Barcelona?

No creo que se equivocara. Sus números en el FC Barcelona no fueron tan malos, pero lo que pasa es que no eran los del Atlético de Madrid. Y al final estás a la sombra de Messi y Luis Suárez, que tenían un nivel goleador increíble. A mí, Antoine me ha encantado siempre, desde que salió en la Real Sociedad, y se ha convertido en la leyenda máxima en cuanto a goles. Eso es increíble. Para un tío que es atlético como yo, está en el Olimpo al lado de Adelardo, Luis Aragonés… o Koke, al que tengo una admiración increíble.

¿No consideras que su salida al FC Barcelona opaca un poco su brillo en la historia del Atlético?

No, porque lo veo como profesional y hago esa lectura. Yo estaba en el Rayo Vallecano y me fui al Atlético de Madrid porque creía que iba a mejorar. Luego no lo hago en cuanto a números, pues en Vallecas jugaba todo y fui de los máximos goleadores y en el Atleti no, pero las decisiones se toman porque crees que vas a ir a mejor. Aunque es normal que a los aficionados les duela que los jugadores franquicia se marchen.

Pero tú te marcharse del Rayo al Atlético de Madrid porque era tu equipo. ¿Si en esa primera temporada en el Atlético de Madrid llegas a marcar 20 goles y te hubiera querido el FC Barcelona te hubieras marchado?

Posiblemente no. Tenía la sombra de mi padre, que era atlético y cuyo sueño era que yo jugara en el equipo de su corazón. Y yo ya no lo tenía conmigo. El mayor ídolo de mi vida es mi padre, y no he podido disfrutar de él, entonces seguramente hubiera pensado que estaba traicionando su memoria. Pero eso nunca se sabe, es muy difícil contestar a esa pregunta.

¿Nunca surgió la oportunidad de jugar en el extranjero?

No, nunca.

Y como entrenador, ¿no te atrae?

Me llama mucho la atención salir fuera, pues pienso que el entrenador español es más respetado en el extranjero que aquí. Pero sigo siendo un cazurro que no sabe inglés y eso te cierra muchas puertas. Y lo entiendo, ya que la figura del entrenador es motivadora en un sesenta o setenta por ciento, por lo que tu forma de hablar y explicar tiene que transmitir, algo que se logra menos si se hace por medio de un traductor.

¿De aquí a cinco años seguirás entrenando?

Sí, si me dan la oportunidad seguiré entrenando. Si no, pues haré otras cosas. Respeto muchísimo el fútbol y sus decisiones. Afronto la vida e intento lidiar lo que viene. La vida es muy bonita, pero también muy dura, te vienen muchos problemas como para estar mal porque te cesen o no te llamen de un equipo. Hay que estar bien y, sobre todo, preparado para cuando te llamen a trabajar: bien formado, conocer las categorías y dejarte la piel cuando tengas una oportunidad.

¿Te queda algún sueño por cumplir?

Tengo cincuenta y siete años, ya no vivo de los sueños, sino de la realidad. Intento disfrutar al máximo de mi profesión, sabiendo las dificultades que tiene estar en categorías más altas. No tengo unos grandes sueños: ¿Me encantaría entrenar en Primera o en Segunda? Pues sí, pero si no lo consigo… yo creo que fracasa el que no lo intenta, pero yo lo he intentado con todas mis fuerzas y lo sigo intentando con todas mis fuerzas. He trabajado para ser un entrenador querido y respetado, lo he conseguido en unos sitios, en otros no tanto, pero sí que tengo la conciencia tranquila porque cuando hago una cosa me entrego al cien por cien. Y eso es lo que estoy intentando ahora.

 

3 Comentarios

  1. Desconcertado

    Una especie escasa de futbolista (exfutbolista en este caso), que reconoce sus errores o limitaciones y no echa la culpa al empedrado.

  2. JUAN MANUEL

    ¡Qué alegría y esperanzas me generaba siemper cuando entraba al campo!

    Gracias por todo Juan y gracias Iván y Fran por la entrevistas y fotos.

  3. Recuerdo a la perfección una jugada de Sabas siendo jugador del Rayo. Se va por la linea de fondo le sale Oscar Ruggeri (Real Madrid) y con el cuerpo le sacó del campo. El cabezón no sabia donde meterse. La típica jugada de futbol de la calle.

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