Quedamos en el hotel Riazor de La Coruña, donde Donato se concentró tantas veces. Albergó tantos sueños. Fue campeón de Liga y, sobre todo, uno de los mejores futbolistas del Deportivo los diez años que estuvo en el club, en los que nunca dejó indiferente a nadie. Su nombre es parte de la historia desde que aterrizó en Europa, en el Atlético Madrid, en el verano de 1988. Hoy, es un hombre de 61 años que tiene un nieto de 18 y que en ningún caso piensa en la jubilación. «Tengo proyectos en mi vida», asegura Donato (Río de Janeiro, 1962).
Con 88 años tu padre sigue jugando al fútbol
Ahora mismo, no. Está enfermo. Fui a Brasil a verlo. Pero hasta hace dos meses y medio estaba jugando martes, jueves y sábado, tres partidos a la semana, sí. Cuando viene a visitarme a Coruña baja a la playa de Bastiagueiro a jugar pachangas de dos horas. Nunca vi a nadie más hambriento por el fútbol que mi padre.
Era electricista.
Trabajó mucho. Recuerdo a mi padre haciendo horas extra para darnos una vida mejor a sus hijos. Éramos tres: dos hermanas mayores y yo que soy el pequeño de la casa. Mi padre fue un buen electricista. Pero a mí eso nunca me gustó por los calambres (risas). Tengo mucho respeto a esta profesión.
Pero a los 14 años ya estaba trabajando. Veía la necesidad en casa. Siempre quise ayudar. Si quería tomar una Coca-Cola, quería pagármela de mi dinero, no pedírselo a mis padres. Hice de mensajero en una empresa entregando panfletos en la calle, luego en una tienda de ropa, llegué a vender paraguas, que fíjate tú los paraguas en Río de Janeiro con lo poco que llueve… Pero lo que te quiero decir es que desde el principio estuve ahí.
Trabajaste también de cerrajero.
Sí. Arreglaba cerraduras, hacía llaves. Abría puertas. Trabajaba con Pedro, que era mi jefe y que tenía un equipo de fútbol en el que yo jugaba. Luego, cuando apareció el América, estaba con él por la mañana y por la tarde entrenaba. Hay mucha gente que no lo sabe, pero mi primer viaje como profesional a España fue con el América al Trofeo Naranja. Tenía 19 años. En mi primer partido tuve que marcar a Kempes. Jugué de lateral derecho.
Luego en el 83, cuando fiché por el Vasco da Gama, volví al Teresa Herrera. Jugamos la final ante la Roma donde estaban Falcao, Conti…. Yo estaba en el banquillo. Aún tengo una foto en el vestuario con el escudo del Deportivo en la taquilla. ¿Cómo iba a pensar entonces que mi carrera se iba a desarrollar en este club?
Tu ídolo era Pelé.
Me aficioné viendo el Mundial de México 70 con esa selección que me sabía de memoria, con Gerson, Rivelinho, Tostao, Carlos Alberto, Jairzinho, que fue el pichichi del torneo, y, por supuesto, ahí estaba Pelé. Pero yo jugaba desde niño al fútbol gracias a mi padre que me llevaba a jugar con personas mayores. Recibía patadas, pero aprendí mucho.
Por eso siempre digo que Pelé fue mi ídolo, pero de quien más aprendí fue de mi padre, que no llegó a ser profesional porque estaba preocupado por el trabajo, pero si lo hubiese deseado…
Mi padre tenía un temperamento fuerte. Yo siempre le digo: «Todo lo que yo he vivido en el fútbol (la política, las presiones…), tú no lo hubieses aguantado». Mira, él jugó tres años en los veteranos del Vasco da Gama, donde preferían poner a los amigos a jugar, no a los mejores. Y esto mi padre no lo toleraba. Él, que era mediocampista, decía, «yo no vine aquí a aprender a jugar, sino a jugar».
Una vez dijiste: «Cuando conocí a Pelé en un teatro me acerqué a darle la mano y él sabía quién era yo, tenía esa cultura en la que no se le pasaba nada».
Pelé es mi ídolo como jugador y como persona. Nunca le vimos hacer anuncios de alcohol, de tabaco, de nada que perjudicase a la salud. Y, sí, cuando le saludé me llamó por mi nombre y me pregunté a mí mismo: «¿Quién le habló de mí?». Fue algo inolvidable, igual que cuando jugué contra Maradona en el Sevilla.
En una parada por una falta se acercó a mí y me preguntó: «¿Qué tal? ¿qué tal va tu familia?». Y eso es porque en algún momento había escuchado que para mí la familia era muy importante. Luego, las veces que me encontré con él, me veía, me daba la mano y me abrazaba. Y, para mí, eso es muy bonito porque significa reconocimiento a tu carrera.
Muy merecido, además.
Es como cuando un jugador, al terminar un partido, se acercaba a ti y te decía: «Donato, quiero tu camiseta». Recuerdo que Seedorf lo hizo cuando estaba en el Milan. Pero cuando jugué frente a Beckham me enteré de que solo cambiaba la camiseta conmigo. Son cosas que te marcan y no se te olvidan. Recuerdo que fue en Manchester. Beckham estaba muy enfadado porque habíamos ganado.
Yo quería cambiar la camiseta para regalársela a mi hija pequeña, que había cumplido años. No soy de pedir para cambiar, pero esa vez… Hoy, me parece bonito contarlo. Y en el siguiente partido frente al Manchester se la pedí, esta vez dedicada para mi hija.
Un día marcas el gol que nunca marcó Pele desde 52 metros.
Fue ante el Athletic en Riazor. Tenía pensada esa jugada. Pero para hacerlo tuve que hacer una trampa para que el portero le diesen ganas de salir. Y cuando lo veo, entonces golpeo a la portería. De todos modos, el portero era Aranzubia, que era amigo mío. Para meter un gol así el portero tiene que ser tu amigo (risas).
Ahora, en serio, no es la distancia, sino lo que programé en la cabeza. Para hacer un gol así hay que saber leer los partidos. Hay muchos jugadores que juegan muy bien, pero no saben leerlos. Yo hablaba con Scaloni cuando le decía: «Lionel, hay que hacer trabajo productivo, no puedes subir 20 veces y solo dar dos o tres balones buenos. Tienes que elegir, controlar el tiempo. No desgastarte sin necesidad».
Y esto era aplicable a mí. Con 40 años, yo no podía hacer una línea de fuera de juego en el centro del campo, porque, si salía mal, te cogía un Fernando Torres, un Piojo López…, que estaban empezando y te derrumbaban. Tenía que saber leer los partidos para aguantarlos. Si sabes leer los partidos parece que no te desgastas.
En eso el mejor creo que fue Baresi.
Baresi controlaba como nadie la línea de fuera de juego, sí. Para mí, el fútbol es una escuela. El que quiera aprender puede hacerlo. Yo aprendí cada día para jugar hasta los 40 años. Pero tenía claro que si yo fallaba iba a entrar otro. Nadie me lo iba a perdonar. Y, además, tenía un entrenador como Irureta, que estaba más preocupado por mi edad que por mi rendimiento.
¿Qué pasaba con Irureta?
Me decía que estaba mayor y yo le contestaba: «Si no estás de acuerdo con mi rendimiento, me marcho». Pero lo que no podía decirme cada vez que me quitaba de titular es que era por la edad. Yo le insistía: «Quíteme porque él otro es mejor, pero no me ponga de razón a la edad». Y, mira, hoy puedo tomarme un café con Irureta, pero hay cosas que hay que dejar claro. El último año en el Deportivo tenía que si jugaba el 50% de los partidos renovaba. Pero Irureta y Lendoiro no me facilitaron las cosas. No tenían interés en que renovase. Por eso el último año fue triste hasta que dije «ya no puedo más».
Vivías enfadado entonces.
No, solo te relato las circunstancias. Pasé por temas muy complicados en el fútbol. En Brasil no jugaba porque había un entrenador que le gustaba más otro jugador. Y tienes que aceptarlo. Es más, ese entrenador hoy es amigo mío. Pero lo que no entendía es que en el final de mi carrera me tratasen como un juvenil. Llegué a viajar con el Deportivo a Milán a un partido de Champions y no me convocaron. ¿Para eso me haces viajar? ¿Para quedarme en la grada? Eso no se le hace a un tío de 38 años. Para mí, fue una falta de respeto.
Recuerdo que estábamos Naybet, que siempre era titular, y luego éramos otros cinco centrales (César, Pablo Amo, Andrade, yo.) para jugarnos un puesto. Sin embargo, había veces en las que el entrenador llegó a poner a Héctor o a Romero, que eran laterales, para jugar de centrales. ¿Cómo nos quedábamos los demás? Te lo puedes imaginar.
En esa época, Cristiano Ronaldo te pregunta cómo lo has hecho para llegar hasta los 40 años.
Fui a ver entrenar al Madrid. Necesitaba hablar con Kaká. Pero en aquella época estaba prohibido el acceso. Así que hablé con Chendo y Mourinho me permitió entrar. Y cuando Chendo me lleva a ver a Kaká, pasamos por el gimnasio donde estaba Cristiano Ronaldo haciendo pesas y, al verme, se levanta, viene hacia mí y le digo: «Oye, que no vengo a pelearme contigo».
Me dice: «No, no, Donato, quiero que me expliques como jugaste hasta los 40 años». Me decía que él creía que cuando tuviese 32 o 33 años lo iba a tener que dejar y yo le dije «no pienses, cuídate y no pienses. Aprovecha todo lo que puedas». No sé si Cristiano se acuerda de eso. Pero cuando vino a Riazor bajé a verle y cuando salió vino, me abrazó y nos quedamos hablando. Esto para mí es muy gratificante. Quizá sea lo mejor del fútbol.
Llegaste a España en el 88 porque Mazinho se negó a jugar de mediocentro en un Trofeo Ramón de Carranza.
Mazinho era lateral izquierdo en el 87 y ganó el trofeo de mejor jugador. Para nosotros, venir a jugar un torneo en España era la posibilidad de abrir una puerta. Entonces no teníamos representante. Recuerdo que se lesiona José Newton en medio campo. Hacía falta un mediocampista. Hablaron con Mazinho y él se negó: «Yo quiero jugar en mi posición». Entonces yo, que jugaba de central, me ofrecí a pasar al mediocampo con el número 8.
Salgo y me sale un partido fantástico ante el Cádiz. Lo gano todo de cabeza. Y en la final jugamos ante el Atlético y antes de coger el avión de regreso me fichan en el aeropuerto.
¿Y es verdad que Baltazar te dice «tú pide casa y coche, que es algo que te llevas»?
Sí, sí es verdad, yo no tenía representante. No tenía ni idea de lo que pedir. Baltazar me dio una orientación. Le necesitaba. Para mí era un gran contacto. Luego, vi que firmé un contrato muy bajo. No me arrepiento, pero cuando me entero de que soy de los que menos cobro… Pero, claro, yo ya tengo que esperar a la renovación del próximo contrato.
Por eso cuando surge la posibilidad de nacionalizarme, Joaquín Peiró me dice: «Hazlo, esta es la oportunidad de mejorar tu contrato». Los extranjeros entonces éramos Baltazar, Futre y yo. Acepto y ya me igualé a lo que otros ganaban.
Y viene Schuster.
Pero antes se marcha Baltazar. Y, sí, te puedo decir que Schuster es de los mejores jugadores que he visto. Un temperamento frío pero una persona encantadora. Jugué hasta los 40 años con grandes jugadores y Schuster forma parte de los inolvidables como Futre, Rivaldo, Djalminha, Bebeto… Y la realidad es que Schuster ya tenía un desgaste cuando vino al Atlético, pero la visión que tenía de los partidos era impresionante. No hablaba mucho en el vestuario, pero dentro del campo todos éramos de Schuster. Yo robaba el balón y se lo daba a él.
Luis Aragonés.
Para mí, además de entrenador, era amigo. Una persona fuera de lo normal. Cuando estaba para salir del Atlético, le dije: «Si tú te vas de aquí, me voy yo contigo». Porque yo quería estar con Luis. De hecho, cuando se va Luis, le digo a Miguel Ángel Gil que yo ya no quería renovar. No sentía alegría en mi corazón. Estaba triste. Pero entonces Miguel Ángel trajo a Jair Pereira de entrenador, a Moacir, que eran brasileños, para agradarme y que me quedase. Y yo le decía: «No se trata de eso, sino de que no estoy a gusto». Me voy de vacaciones y entonces surge el tema del Deportivo.
Y te vas.
Bueno, me llama Lito, el representante que trajo a Bebeto y a Mauro Silva en nombre del Deportivo para firmar un precontrato y le digo: «Yo precontrato no firmo con nadie, no voy a salir nunca del Atlético por la puerta de atrás. Si queréis, pagar lo que ellos digan y lo hacemos, pero de otra manera no pienso dar un paso adelante».
Y, de repente, me llama Lendoiro, que estaba con Cerezo, y lo primero que les pregunto es si Miguel Ángel lo sabe y me dicen que está de luna de miel, pero que vaya para firmar la rescisión del contrato. Voy y ese día dejo el Atlético. Tenía 31 años y ficho por el Deportivo.
Fue porque tú quisiste.
Creo en Dios. Reconozco que cuando me ficho el Deportivo me entró un poco de miedo. Estaba en Brasil. Sabía que dejaba una afición que me quería y un club grande como el Atlético. Una ciudad como Madrid por una ciudad como Coruña que apenas conocía y un club que acababa de subir a Primera.
¿Es verdad que Gil te impidió fichar por el Madrid?
Cuando me enteré, me quedé alucinado el día que una persona, que es importante en el Madrid, me pregunta: «¿Por qué no quisiste venir al Madrid?». Y le digo: «¿Qué me estás diciendo? Me estás dejando flipando». Yo nunca pude decir ni que sí ni que no, porque nunca me llegó al oído.
Y esa persona me dice que ya estaba todo decidido en el vestuario con los capitanes y con Ramón Mendoza para que yo fuese un fichaje prioritario. Pero la realidad es que nunca me llegó al oído. Me enteré cuando dejé de jugar y Jesús Gil ya había muerto. No sé lo que hubiera pasado, pero ¿qué hubiese pasado si yo hubiese tenido representante?
Hubieses jugado en el Real Madrid.
Pero a mí me gusta que me digan las cosas. Mira, cuando viene Toshack al Deportivo hace una limpieza de veteranos (Voro, Rekarte….) y me dice: «Tú ya has dado todo lo que tenías que dar por el Deportivo y no contamos contigo». Le doy las gracias. A veces la verdad duele, pero hay que oírla. Y, al día siguiente, voy a entrenar como si no hubiese pasado nada hasta que me pueda ir. Y me viene otra vez y me dice: «Pensándolo bien es mejor que te quedes, pero no te prometo que vayas a jugar».
Y le digo, «mira yo si juego es por mi trabajo, no porque el entrenador me lo haya prometido». Y, al final, me quedé. Y Toshack me trataba como si fuese un chaval que había subido del Fabril. Me tenía alejado del grupo. Por eso digo que viví en el fútbol cosas inimaginables para la gente que solo nos ve en el campo.
Pero te quedaste.
Fíjate como son las cosas. La Liga empieza el sábado. Tenemos un partido en Betanzos el jueves. El que juega el jueves teóricamente no va a jugar el sábado. Pero juego y marco un gol desde el medio campo. Y, de repente, Toshack quiere darme el brazalete de capitán. Le tengo que decir que no, que no estoy contento y que en mi situación no estoy para guiar a nadie. Y entonces me dice, «¿quieres jugar mañana ante el Madrid?», y yo pienso que este tío está de coña conmigo.
¿Pero juegas ante el Madrid?
Sí, sí, me entero cuando reparte los petos del equipo titular y estoy yo. Y no me lo puedo creer. Juego de titular. Hago un partidazo, Toshack me dio la mano y aguanto todo el año de titular.
Dios existe.
Por eso te digo. Si hago las cosas bien, Dios me va a ayudar. Es mi forma de pensar. Pero llegó un momento en el que me pregunté a una semana de empezar la Liga: «¿Qué hago yo aquí? ¿cómo voy a imaginar jugar un jueves y luego el sábado ante el Madrid? Para unos fue casualidad, pero para mí fue un milagro. Y jugué. Y Toshack me felicitó.
Lo importante es ir a la cara, como te dijo Luis Aragonés aquella vez que le recriminaste que no erais tan malos como él decía: «Me gustan los hombres que van a la cara».
Cuando veía a Jesús Gil decía que dejarme marchar del Atlético fue el peor negocio de su vida. Cuando la gente te reconoce que cree que ha cometido un error, esa es la gente en la que creo. Si yo mismo cometo un error contigo te pediré perdón. Mi conciencia me duele. Pero cuando viene alguien y te pide disculpas, encantado de la vida. Yo iba a Madrid y Gil me invitaba a un palco. Recuerdo una vez que fui con un amigo y dije que no quería pasar para no molestar. Y él dijo: «si es tu amigo, tiene que pasar».
Y ya eras jugador del Deportivo.
Me acuerdo de que antes de irme, fui a una reunión de Atletas de Cristo, donde está la tricampeona mundial de karate, que vino y me dijo: «Tengo una palabra de Dios para ti». Abrió la Biblia y, gracias a ella, resolví las dudas de venir a Coruña porque entendí que fue la voluntad de Dios. Me entró una paz en mi corazón. Dios va delante de nosotros. Podemos ir tranquilos. Vine a Coruña. Hice la pretemporada. Mi mujer luego vino sola. Nos encontraron un chalet, colegio, todo fueron facilidades para empezar.
Y llega el penalti de Djukic.
Hay cosas de Dios que no entendemos. Yo había visto la semana anterior el Valencia-Valladolid. Le pitaron un penalti al Valencia en contra. González amaga que se tira a la izquierda y se tira a la derecha y lo para. Y la derecha del portero es mi fuerte. Djukic, Fran y yo entrenamos toda la semana los penaltis, tenía eso en la mente. Pasase lo que pasase, yo hubiese tirado el penalti al lado izquierdo del portero.
Pero el míster, que nunca me había quitado, va y me quita. Faltaban once minutos. Lo tengo en mi cabeza. Cuando vi mi número y que salía Alfredo, me dije: «No puede ser». Salí con un enfado grande. No sabía si ir al banquillo o al vestuario.
Y, bueno, nada más irme, hay una falta que tira Bebeto. El partido anterior ante el Logroñés yo había marcado un gol de falta. Y luego, en el minuto 43, el penalti y tampoco estoy. Yo parecía un loco toda la semana ensayando los penaltis, hasta en el pasillo de la habitación del hotel con un balón imaginario. Pero no podía tirar. ¡Arsenio me había quitado! Intentaba pasar mi pensamiento a Djukic, pero desde la banda no pude decírselo. No pude hacer nada.
Te quejaste de que jugasteis en plan pasota ese día.
El Barcelona perdía 0-2 ante el Sevilla. La afición cantaba: «¡Dépor, campeón!». Había compañeros que decían en la primera parte «nos vale el empate». Yo me desesperaba al escucharlo y le dije a Mauro Silva: «El Valencia no está jugando nada, cómo se pongan a jugar nos van a hacer daño».
Había que hacerse fuertes. Por eso le di una patada a Fernando, que era un gran jugador, para dar un puñetazo en la mesa, porque el Valencia estaba haciendo su trabajo. Nosotros debíamos hacer el nuestro. Si hubiésemos salido como en la final de Copa del Rey del año siguiente, hubiésemos ganado, no empatado. Pero pensamos en pequeño y pasó lo que pasó.
Seis años después, te tomas la revancha ganando la Liga con un gol tuyo ante el Espanyol.
Para mí, fue un regalo de Dios marcar el gol. Pero no fue el único. Makaay también marcó otro. Sí, es verdad que el mío desahogó a la gente, que estaba temerosa en el estadio de que se repitiese lo del Valencia hace seis años. Por eso cuando marqué parecía que el estadio se iba a venir abajo, porque todos nos quitamos un peso de encima.
Fue un gol que habíamos entrenado Víctor y yo miles de veces, incluido el sábado, él y yo solos sin portero. Le gente se marchó, la gente siempre está muy ocupada. Yo no lo entiendo, tú debes tratar de mejorar. Yo veía a Zico quedarse tras los entrenos, coger sus botas de partido y tirar 60, 80 balones a la portería. Yo aprendí eso. Para hacer una cosa debes entrenarla. Para mejorar debes entrenar. Para lograr lo que quieres debes insistir.
Cuando termina el partido nos duchamos, nos marchamos. Mi padre estaba aquí y lo primero que le digo: «Si todos los balones fuesen así, me inflaba de marcar goles». Fue el minuto cuatro. Víctor sacó el balón y yo marco el gol que empieza a convencernos de que esta vez sí: vamos a ser campeones de Liga.
El título también fue de Aurelio, un amigo tuyo.
Aurelio es una persona que vive aquí en Coruña y que nunca quiso aparecer. Siempre se mantuvo en sigilo. Pero tiene unas manos, un don de Dios, conoce cada parte del cuerpo humano, y fue una persona que me ayudó a jugar hasta los 40 años. Y ese día me pidió que si yo marcaba un gol, me tapase la cabeza y que, si lo hacía, ya sabía que era una dedicatoria para él.
Pero ese fin de semana, cuando estaba concentrado para el partido, sabía que mi amigo Antonio Orejuela, que había jugado conmigo en el Atlético, había tenido un infarto. Estaba muy mal en el hospital. Cuando supe esa noticia iba para el partido y mi mente estaba pensando en Orejuela. No me lo podía quitar de la cabeza. Estaba a punto de morir.
Fui rezando al campo. Cuando llegué al vestuario y pedí al utillero en el vestuario dos camisetas en los que se pusiese una referencia a mi amigo Orejuela. Y marcó y me tapó la cabeza pensando en Aurelio y a la vez se ve la dedicatoria de la camiseta que llevaba debajo acordándome de Orejuela.
Qué bonito.
En el fútbol somos tratados por los mejores fisios, los mejores médicos. Pero el tratamiento que me daba Aurelio, sin ningún aparato, siempre usando sus manos, sus dedos, el conocimiento que tenía del cuerpo, siempre iba a la raíz del problema. Cuando le conocí tenía un problema en el ligamento y él me hizo un trabajo desde arriba sin tocar la rodilla y me solucionó el problema que venía del sacro.
Yo iba a su consulta en Santa Cristina. Es más, a cualquier compañero, que tenía un problema, le decía: ¿Quieres que te vea un amigo? Y le llevaba a ver a Aurelio, porque para él era sota, caballo y rey.
Recuerdo a Luizao, un brasileño que estuvo aquí, que tenía fecha para operar el pubis. Al verle le dije: ¿Quieres que te vea un amigo? Luizao vino muy desconfiado. Llegamos a casa de Aurelio, le hace bajar el pantalón, la sacroilíaca estaba enganchada, manipuló, le soltó la espalda y acabó con el problema. Me acuerdo como si fuese hoy. Luizao se puso a hacer el estiramiento y se agachó y ya no le dolía nada. Volvió a entrenar y no tuvo que operarse. Es más, trajo a un amigo que tenía un problema para que Aurelio lo viese.
Gran personaje Aurelio.
Y nunca cobró a nadie. Yo le dije de montar una clínica, pero nunca quiso profundizar. Aurelio tenía su trabajo. Pero, mira, mi esposa tuvo un problema. Hicimos pruebas. Teníamos miedo de que fuese grave y nuevamente Aurelio nos lo solucionó. Vi cosas así en él, impresionantes.
Fuiste compañero de habitación de Bebeto.
Ayer estuvimos hablando. Le tengo mucho cariño. Pero es una persona muy ocupada. El mes de febrero estuve en Brasil y no pude verlo. Me envió mensajes de disculpas, porque somos amigos. Nuestra amistad en Coruña fue espectacular. Nuestras esposas se llevaban muy bien. Nosotros siempre estábamos juntos en la habitación. Para mí fue como un hermano, y eso que yo venía del Vasco da Gama y él del Flamengo. Todavía me acuerdo de aquella madrugada que me levanté silenciosamente a hacer pis y cuando volví a la cama me recibió con una máscara que me pegó un susto tremendo.
El año en el que te vas el Depor remonta un 4-0 al Milán en Champions y pierde en semifinales ante el Oporto de Mourinho.
Pero yo ya no estaba. Esa no es una historia que me corresponda a mí. Recuerdo que el día del Oporto comí en un restaurante en el que había muchos portugueses y que luego estuve en la grada que, como el banquillo, es un sitio que nunca me gustó. De dónde estaba en la remontada ante el Milán, sinceramente, no me acuerdo.
Pero, en cualquier caso, esa ya no es mi historia. Mi historia fue porque no pude tirar el penalti en el 94 o porque no pude jugar la final de Copa del Centenariazo en el Bernabéu. El míster no pudo contar conmigo porque me había roto un tendón…
Bebeto, Futre, Rivaldo, Djalminha, Schuster… ¿Cuál es el mejor futbolista con el que jugaste?
Para mí, es complicado. Yo había jugado contra Bebeto en Brasil y era muy inteligente. Si hubiese jugado en Barcelona o Real Madrid se hubiese inflado de goles, porque el Deportivo jugaba con cinco defensas. Aquí no se creaban tantas ocasiones como el Madrid de la Quinta del Buitre. Pero yo también jugué con Romario o con Rivaldo aquí, en Coruña, y Rivaldo ha sido el jugador más productivo que he conocido. Daba igual donde jugase. Daba seguridad jugar con él.
Mauro Silva fue el mejor centrocampista defensivo. Djalminha era un mago del fútbol. Contra el Celta, el Madrid, el Barcelona se motivaba. Los partidos televisados le encantaban. Siempre hacía algo que te dejaba marcado. Fran también es de las mejores zurdas que he conocido. Quizá le faltaba carácter. Pero insisto en que Rivaldo fue el más productivo.
Donato, sin embargo, nunca jugó un Mundial.
Nunca tuvo esa felicidad. Estuve en la Eurocopa de Inglaterra de 1996. Pero un Mundial, no. Tuve posibilidades de ir con Brasil, con España, pero no fue la voluntad de Dios. No entraba en sus planes y me hubiese gustado. Cuando fue el Mundial del 90 yo estaba a tope. Me había nacionalizado, pero podía haber ido a la selección brasileña, porque yo nunca dejé de ser brasileño. Una de las condiciones para nacionalizarme era no perder el pasaporte brasileño. Pero había gente por ignorancia que decía que yo era un traidor.
Cuando vine a España, había ganado títulos en Vasco da Gama. Zico (que, para mí, fue el mejor después de Pelé) no entendía que no me llevase al Mundial de Italia. Yo no fui, no porque no tuviese condiciones. Yo no jugué en Madrid o Barcelona no porque no tuviese condiciones, sino porque no me llevaron y no surgió la oportunidad. Lazaroni había sido campeón conmigo y no me llevó al Mundial de Italia 90. Me gustaría hablar con él y preguntarle.
¿Y cómo ha sido el día después del fútbol?
Fue difícil tras jugar tantos años. No trabajaba en un club ni en nada relacionado con el fútbol. Yo me quedé en Coruña y siempre pensé en quedarme trabajando en el Deportivo. Trabajé en la representación, pero nunca me dieron la oportunidad de encajar un futbolista. Por eso te digo que el día después es difícil. Te quedas como sin rumbo, echas de menos el entrenamiento, es difícil. Pero, claro, la vida sigue.
¿Y cómo entrenador? Trabajaste con Mazinho en Grecia.
Pero de entrenador no me gustó. No es lo mío. Pero, sí, estuve con Mazinho en Grecia. Hicimos un trabajo bonito. Pero, de repente, la política que hay detrás del fútbol que mucha gente no sabe. Te obligan a poner un futbolista. Si no lo pones hay problemas. Y entonces estamos al inicio de la temporada. Están contentos con nuestro trabajo. En la pretemporada hacemos un trabajo nuevo: once partidos, una derrota en Panathinaikos.
Y, de repente, nos critican porque hemos quitado a un jugador del equipo. Por eso te digo yo también tengo un carácter. Y le digo a Mazinho: «Nosotros fuimos jugadores, ahora somos entrenadores, no podemos estar aquí como muñecos a hacer lo que nos mandan». Nosotros tenemos que hacer nuestro trabajo, pero nadie nos puede decir que jugadores son intocables. Eso solo lo podemos decir nosotros como entrenadores. Son cosas que pasan y te entristecen.
Y luego tienes una experiencia en el Viveiro.
Pero era en la Preferente. Mi pensamiento era trabajar en un equipo de Primera o de Segunda, pero, sin menospreciar a nadie, ¿qué pinto yo en Preferente?
¿Y después?
Recuerdo que fui llamado por Jorge Mendes, que me prometió que me iba a llevar a Portugal a trabajar con un equipo. Más o menos como hizo con Nuno, que trabajaba en un equipo pequeño en Portugal y le llevó al Valencia, a Inglaterra…
Me invitó a Madrid a mí y a mi esposa. Me invitó a su palco. Comemos con Pepe y con Cristiano Ronaldo. Yo entonces pensaba que Mendes era una persona seria. Luego, vino el Mundial de 2010 y me dice: «Dentro de mes o mes y medio me llamas»
Y, pasado ese tiempo, le llamo y no coge el teléfono. Le dejó un mensaje y nada. Le pregunto, «¿pasó algo?», «¿por qué no me contestas?», y hasta hoy. No he sido capaz de hablar con Jorge Mendes. Me ha demostrado que no tiene palabra. Yo sólo pido un mínimo de educación. Me bastaba que me dijese: «Donato no te puedo ayudar», porque él fue quien me lo ofreció. Incluso, le di la idea de asegurar a los futbolistas, pero fue totalmente imposible que ese hombre me cogiese el teléfono.
Ahora está en paro.
Tengo proyectos, pero no salieron por ahora. Tengo 61 años y quiero hacer cosas. No puedo estar jugando todo el día al golf. Quiero sentirme útil. Quiero ayudar a la gente. Puedo ayudar a los futbolistas. Pero es difícil. Te tienen que dar la oportunidad y en cuando hablas con cualquiera, la mayoría te dicen «habla con mi representante» y no se trata de eso, tengo que hablar contigo, lo que quiero es hablar contigo.
¿Cómo ayudarías a Vinicius?
¿Consejos? Hoy, vivimos en un mundo en el que la gente ya no necesita de consejos, la gente cree que lo sabe todo. Tú mismo educas a un hijo durante toda la vida y luego ese hijo tiene un bebé y quieres ayudar y te dice que no. A mí siempre me gustó escuchar a las personas, porque siempre hay personas que saben y que te pueden ayudar. Pero en este mundo de hoy….
En este mundo de hoy, apoyaste a Bolsonaro.
Sí, le apoyé como si le tuviese que apoyar hoy. Para mí, es de los mejores presidentes que ha tenido Brasil. Y mira cómo está Brasil hoy. Pero aquí en España la gente quiere hablar de cosas, opina y se dicen cosas… La gente decía que yo estaba buscando un trabajo y me pusieron a parir. Creo que lo mínimo es el respeto. Tú puedes ser de un partido y yo soy de otro. La gente hoy lo que quiere es polémica como cuando tú me has dicho que has pensado en titular esta entrevista con lo que te he contado que me pasó con Jorge Mendes. ¿Eso es justo con todo lo que hemos hablado? Mi vida no se resume con una frase de Jorge Mendes.
Y tú no quieres polémica.
No, no, claro que no. Es como una vez cuando me preguntaron por Simeone y dijeron que si yo acusaba a Simeone… Yo nunca he acusado a Simeone de nada. Recordar que jugar contra él era duro no es acusar de nada, porque era la realidad, él era duro, pero tú también eras duro con él.
Quiero agradecer a Jotdown sport, por la entrevista y dejar aquí un Fuerte Abrazo. Dios tíos Bendiga con fuerzas para vivir 💪🏽
Justo después de asegurar el entrevistado que debemos ir tranquilos porque Dios nos ayuda, le preguntan por el penalti de Djukic. Perfectamente hilado jajaja. Gracias por la entrevista.
Siempre fue un llorón y un quejica. Y no solo apoyó a bolsonaro, pidió publicamente al ejército que diese un golpe de estado cuando perdió. Y soy deportivista, pero es así.
Eres deportivista y algo parvo.
Buena entrevista
Donato era un gran jugador con muy buen tiro lejano, gran pase en largo, buena técnica, pero que sobre todo destacaba por su magnífica colocación en el campo.
Esta persona es un ultra, ultracristiano evangelista e intolerante con los diferentes además de incentivar un golpe de estado en su país cuando Bolsonaro perdió. Aun tiene el papo de pedir respeto. Una mala persona en definitiva.
Pingback: Toni Muñoz: «En el incidente de Pizo Gómez lo raro es que no cogiera el coche y tratara de echarlos de la carretera»
Pingback: El «penalti» de Bebeto