En un fútbol dominado por la economía de mercado y, lo que es peor, por el deporte, en el que ya solo compiten verdaderos atletas, hay muchos fenómenos de otros tiempos que son absolutamente irrepetibles. Quizá el más paradigmático de todos ellos sea el extraño caso de Jorge «Mágico» González. No solo porque hoy se habría tolerado menos la indisciplina de la que hizo gala durante toda su carrera o porque sus salidas nocturnas, por obra de las redes sociales, habrían sufrido marcajes más duros que sus internadas en el área, sino porque hoy día resulta imposible de imaginar, incluso de concebir, un futbolista que, pudiendo situarse fácilmente entre la élite europea, pasa de todo porque ser millonario no está entre sus prioridades y, según sus palabras, tampoco le gusta mucho destacar.
Dicen los testigos presenciales de sus hazañas y fechorías que no se puede entender a Mágico González viendo YouTube nada más. Hay un contexto, hay un espíritu, hay una ciudad, Cádiz, que hay que conocer previamente para hacerse a la idea de la dimensión que alcanzó el salvadoreño.
Enrique Alcina Echeverría, que reunió en su libro La leyenda (Editorial Dayla, 2015) todos los detalles que configuran el universo «Mágico», se quejaba de que «el fútbol a cámara lenta es una estafa inmobiliaria». Fue este periodista, veintiséis años en el Diario de Cádiz le contemplan, que acuñó el término «submarino amarillo» para describir el legado de un equipo que todavía, en 1991, con la salida de Mágico y el debut de Kiko, se aferraba a la primera división encomendado a fuerzas que no eran de este mundo, quien más ha investigado la figura del personaje en cuestión.
El primer punto a tener en cuenta en sus páginas no es que haya cambiado el fútbol, sino los espectadores. En los ochenta, al estadio Ramón de Carranza acudía un público que se caracterizaba, digámoslo educadamente, por su exigencia.
Eran muy críticos e incluso crueles. Si el equipo no jugaba, se le coreaba «cubatas, cubatas». Solo animaban con banderas y otro tipo de cánticos las Brigadas Amarillas, pero también tenían marcado su signo de los tiempos. En sus propias palabras, citadas en el libro: «Éramos como los hooligans ingleses, pegábamos a todo bicho viviente que se pusiese por delante, fueran catalanes, vascos o lo que fuesen. Con la edad hemos madurado».
Las que se liaban podían acabar con intervenciones policiales a gran escala. En una, tras un partido contra el Castellón, un peatón perdió un ojo por el impacto de una pelota de goma. Y era el día a día, Cádiz en la época aludida estaba sumida en los conflictos de los astilleros. En la lucha de miles de familias por su supervivencia.
Mágico aterrizó en el aeropuerto de Jerez de la Frontera un 27 de julio de 1982. En su primera aparición ya marcó la diferencia. Bajó las escaleras del avión con un enorme radiocasete estéreo de alta fidelidad en el hombro.
En sus dos primeras temporadas, ganó la liga española el Athletic de Bilbao de don Javier Clemente Lázaro. Triunfó la entrega sobre la técnica y el dinero que acumulaban los grandes. Alcina explica que nada de aquello recuerda al fútbol actual, con jugadores que se mueven como si estuvieran teledirigidos. Antes ni siquiera estaba permitido que el entrenador se pusiera de pie a dar instrucciones, tenía que permanecer todo el encuentro sentado en el banquillo.
Mágico provenía de la colonia Luz, uno de los barrios más pobres de San Salvador, un lugar lleno de chabolas. Se crio con su abuela en una pequeña habitación, dormía en un catre tirado en un suelo de tierra. Con siete u ocho años ya fumaba marihuana.
En la escuela no se enteraba de prácticamente nada y le querían echar, pero el director del centro lo impedía por el bien del equipo de fútbol del colegio. Mágico llegó a la escuela con todo lo que necesitó saber en su vida aprendido fuera de ella: «Nos hacíamos futbolistas en terrenos baldíos, en plena calle».
El periodista Rosalio Hernández le bautizó años después con el apodo de Mago, pero cuando el salvadoreño disputó el Mundial de España, nuestros compañeros le pusieron Mágico, con una explicación filológica que el jugador, en el programa de Ángel Casas de TVE, reconocía no haber llegado nunca a comprender. Ni nosotros.
A nuestro torneo llegó El Salvador llevándose por delante al México de Hugo Sánchez en la última liguilla de la CONCACAF en Tegucigalpa, Honduras, país con el que habían tenido un conflicto armado en 1969 llamado precisamente «guerra del fútbol».
De la magnitud del logro da cuenta que su selección no pudo ganar a Cuba y afianzó el segundo puesto tras vencer a Haití por la mínima. Una alegría inmensa, pero El Salvador vino al Mundial de Naranjito y salió escaldado.
Hungría les metió 10-1 en la mayor goleada de todos los tiempos en este torneo. Sin embargo, el detalle de calidad para la posteridad lo dejó Mágico yéndose de dos defensas para meter el balón al área del que saldría el único tanto salvadoreño.
No fue lo único que hizo, jalonó la errática travesía de su equipo con un catálogo de controles y regates fuera de serie. Eso sí, no se enteraron las masas, porque entonces no se retransmitían todos los partidos. No obstante, como ahora en los tiempos de YouTube, aquello lo vio todo el mundo. Concretamente, toda Cádiz.
Alcina explica que al llegar a la bahía Mágico quiso ser lo que todo gaditano aspira a ser: alguien que hace lo que le da la gana en cada momento. Hay una frase lapidaria del delantero que lo certifica: «Yo no pienso, yo tengo música en la cabeza».
Su comunión con la ciudad sureña fue instantánea. Cuando quiso ficharlo el Atalanta italiano, preguntó, confiesa Kiko en un documental de ESPN, que si allí había pescado frito porque en caso contrario no querría ir.
Hizo una prueba en Bérgamo, en Lombardía, norte del norte en Italia, pero jugó mal a propósito. Lo confesó años después. No se quería ir de Cádiz. Cuando le hablaban de pasta, contestaba: «Dinero, ¿qué es el dinero?».
Lo mismo le ocurrió con el PSG, dejó plantada a su directiva en un hotel cuando estaba todo listo para firmar. Les dejó tirados. Confesó en este caso que París estaba «muy lejos». La lección que dio es bien conocida en Cádiz. En palabras de Alcina: «la felicidad no reside en el futuro».
La gracia es que en el Cádiz no se hizo rico, no porque cobrara poco, sino por las multas que le pusieron por indisciplina. Dice Mágico que al final del año no le quedaba «ni para calcetines». Y no exageraba. En su segunda temporada, en octubre, enero y marzo le cayeron tres multas de un millón de pesetas cada una. Pero era incorregible. Le tenían que poner sanciones en el club hasta por abandonar el hotel de concentración para irse de juerga.
Llegó a quedarse hasta tal punto sin dinero que en una ocasión la plantilla tuvo que organizar una comida con sus mujeres con la única intención de que el Mago comiera caliente al menos un día. Lo subraya Alcina: uno de los mejores jugadores de Europa del momento «no tenía para comer».
Y tampoco es que fuera de buen yantar: un día, invitado a comer en casa de su compañero Alfonso Castro y su mujer, se presentó a la hora del aperitivo, picoteó unos cacahuetes, unas aceitunas y se marchó del tirón, diciendo que ya había comido suficiente.
Lo que sí que nunca se le había ocurrido comprar era ropa de invierno. Se la tenían que dejar sus compañeros, revelan en el documental de ESPN, y a los pocos días veían que el chaquetón en cuestión o el abrigo lo llevaba otra persona. No le costaba nada regalar ni lo ajeno ni tampoco lo propio:
Una tarde el gitanito Botigas se quedó prendado de los zapatos que lucía el Mago y este, sin conceder respiro, se los quitó, se los regaló del tirón y se marchó descalzo.
Hasta prestaba las llaves de su casa a desconocidos. Luego llegaba de entrenar y se encontraba fiestones montados. A veces, tenía que dormir en el sillón de su propio hogar. Metía a gente en casa, les daba de comer y luego no había quién los sacase de ahí.
A un cartero de Bilbao, José Andrés López, que se ofrecía a los futbolistas para llevarles las maletas y el material deportivo hasta el hotel, Mágico le pidió unas revistas porno. El vasco se las llevó al hotel y, en señal de agradecimiento, el futbolista le invitó a pasar un par de meses en su casa del Puerto de Santa María. Allí acudió. Solo tuvo que abandonarla momentáneamente cuando Mágico llegaba acompañado de alguna mujer.
Prestó, además, mucho dinero. Muchas copas se tomaron a su cuenta, sin él saberlo. Se aprovechaban, pero él también dejaba que se aprovecharan. El año que estuvo cedido en el Valladolid le daba hasta pereza subir a cobrar. Se lo tenían que pedir por favor, que llevaba ahí el dinero no sé cuántos días.
En otras ocasiones fue al revés, pedía que le enseñasen el dinero prometido antes de jugar. Una vez lo tuvo que poner el dueño de un restaurante. Solo para que viese que había billetes, que existían, porque si no se negaba a saltar al campo.
Y quizá en lo que más gastó fue en inofensiva ropa. Tuvo que organizarse para ir de compras acompañado porque se le iba la cabeza y necesitaba que alguien le frenara en esos momentos. Así iba, que parecía sacado de Miami Vice, con sus americanas y sus chupas, que se le acumulaban en casa. Llegaron a ponerle a un chico gay, un tal Juan, de ayudante para que le ordenara las cosas, le lavara la ropa, le hiciera la cama…
Afortunadamente, el único presidente de todo el planeta preparado para tutelar a tamaño personaje había nacido y estaba en Cádiz, era el exbanderillero Manuel Irigoyen. Su relación fue fluida. Por fuerza mayor. Firmaron infinidad de contratos y cláusulas en servilletas, normalmente en la Venta de Vargas, donde Camarón, o en la Venta Los Tarantos.
El presidente tenía que llegar a acuerdos con él casi en cada partido. Y cada vez que le preguntaban a Mágico por qué no se cuidaba más para jugar como él sabía y convertirse en el rey de Europa, esto es, hacer mucho dinero, contestaba siempre algo parecido:
Vengo de un país del que no tenemos dónde caernos muertos. Ahora tengo dinero en los bolsillos, mujeres, amigos y quiero disfrutar de la vida a tope. Mi máxima ilusión cuando cuelgue las botas es trabajar de taxista.
No iba con él cierta tensión competitiva. De hecho, es que ni siquiera cantaba los goles que metía. De su indolencia da cuenta la leyenda urbana de que se durmió en el vestuario del Vicente Calderón mientras recibía un masaje y el técnico daba instrucciones. Para Alcina «caer rendido, como un tronco, ante los masajes de Rovira no era tan raro».
Pero el rumor no era casualidad precisamente. Sabemos que el entrenador argentino Héctor Rodolfo «el Bambino» Veira le regaló un reloj despertador del Pato Donald a modo de indirecta. Y como no sirvió de nada, recuerda, empezó a enviarle orquestas de gitanos a que le tocasen flamenco en la puerta de su casa y se despertara. Un día, comentan por ahí que dijo al abrir la puerta: «Me levanto, pero porque me gusta la música».
Suerte que la oía, en el documental de ESPN explican que para irse a la cama a dormir se anudaba una toalla a la cabeza con la intención de no escuchar ningún ruido ni ver ninguna luz.
Encima, tenía sueño profundo. En una discoteca, escondiéndose del entrenador David Vidal, que salía a buscarlo por las noches, se metió en la cabina del DJ hecho un ovillo en una esquina. Tan bien escondido estaba que se quedó dormido y se lo encontró por la mañana la señora de la limpieza cuando la sala de fiestas ya había echado el cierre.
Su excusa en España fue que El Salvador estaba a diez horas y costaba aclimatarse. Padeció un jet lag de nueve años de duración, por lo visto. Pero en la selección de su país ya se la sabían y por eso le pusieron de compañero a Ramón Fago, con la intención de que le despertara cada mañana a cualquier precio. A veces le echaba agua helada, otras se lo llevaba a rastras directamente: «Se enfadaba mucho, pero yo era tan fuerte que no podía pelear conmigo», explica el salvadoreño.
En la famosa gira norteamericana promocional que realizó con el Barça de Menotti y Maradona, se quedó dormido y perdió el avión que tenía que llevarle con los azulgrana. David Vidal tuvo que recogerle al segundo intento. Nada más verle, Mágico le dijo al de Portosín: «Como hemos quedado tan pronto, he creído mejor no acostarme».
En Estados Unidos siguió en su línea, llenando los estadios y liándola fuera de ellos. Maradona y él congeniaron, qué casualidad, bastante bien. Pero a Mágico le sentenció ante el organigrama catalán un incidente en un hotel. Sonó la alarma antiincendios y el único que no salió del edificio fue Mágico. Estaba en la habitación con una camarera. No obstante, el futbolista asegura que si no llegó a fichar finalmente por el Barça fue porque se marchó Menotti.
En un partido de la AFE, un amistoso entre la selección española y un combinado mundial en cuyo once estaba Mágico, Alfredo Di Stefano entrenaba al plantel de estrellas internacionales. Por supuesto, el Mago no bajó de su habitación a la hora fijada y el astro hispanoargentino le dijo a Chico Linares, su compañero: «Ya puede usted ir a buscar a Mágico. Suba y dígale que no me toque las pelotas, que para un puto partido que lo tengo en mi equipo no me vaya a joder».
La fama le precedía. Se lo dijo a Ángel Casas en su famosa entrevista: «Divertirse es muy importante para desenvolverse, para mantener tus responsabilidades en condiciones», dicho esto con rictus serio y mirada penetrante. La traducción era que en Cádiz los bares cerrados se abrían cuando llegaba él y los que estaban abiertos nunca cerraban hasta que él se fuera.
En el 85, el míster Benito Joanet le dijo a Irigoyen que o Mágico o él. Tuvieron que mandarlo como castigo a Valladolid, a Siberia. Admitió que se merecía el trato puesto que había hecho durante el inicio de esa temporada «todo lo que no es debido».
Como dijo Hugo Vaca, el problema extradeportivo que tenían aquellas plantillas gaditanas era que lo hacían todo a la luz del día. Así, cuando alguien veía a un futbolista en una discoteca, al día siguiente toda la bahía hablaba de que estaba borracho y engrifado.
Pero Mágico iba más allá. Tras un mal partido en el que la afición volvió a entonar lo del «cubatas, cubatas», al término del encuentro se dirigió a la cantina del estadio y delante de los periodistas y todos los presentes se pidió un cubata.
Fumaba y bebía, pero yo no me metía en su vida, Era un infeliz, un incauto, pero también buena persona, nunca alzaba la voz. Lo que pasa es que de treinta días que tenía al mes se entrenaba quince. De repente, se pasaba ocho días sin ir por los entrenamientos. Cuando llegaba, le preguntaba dónde se había metido. Me decía que había tenido muchas cosas que hacer y que no podía entrenarse. (David Vidal)
Todos coinciden, no obstante, en que no era un gran bebedor. Le daba unos sorbos al combinado en cuestión y lo dejaba siempre casi entero. Lo suyo era picotear de flor en flor. Confesó Chico Linares: «Es que no paraba en ningún lado, no estaba tranquilo ni en las discotecas, iba de una a otra para ver cómo estaba el ambiente en todas». Sobre este fenómeno dejó otra buena máxima: «La noche me alucina. Además, se la recomiendo a todo el mundo, aunque también hay que hacer cosas durante el día».
Solo hay una voz discordante en toda la leyenda, la de Pepe de Casa Manteca, un local en cuya trastienda, sentado en una caja de cervezas puesta del revés, Camarón de la Isla hacía lo suyo con las platitas.
En el libro, Pepe da el retrato menos romántico de Mágico. No le duelen prendas al revelar: «Jorge se reía mucho. Le gustaba un vaso, pero se moría por un coño (…) le gustaban las risas y se gastaba todo lo que tenía de un tirón (…) Bebía un montón, lo que pasa es que no se le notaba mucho porque apenas hablaba, se quedaba mirando con cara de angelito, le gustaba reírse (…) Tenía muchas novias y algunas novias todos los días». Aún le recuerdan en todas partes rodeado, normalmente, de un séquito de mujeres.
En la propia Venta de Vargas, el recuerdo es más simpático. Rememora Manuel Gallego: «Yo lo he visto en plena juerga flamenca con los labios pintados y con todos los papeles perdidos, bailando subido a los tacones de una mujer». Fue amigo de Camarón. No era raro, ambos se parecían mucho. Genios en sus respectivas profesiones que nunca afrontaron como tales, impredecibles y muy tímidos.
Un aficionado, Bosco, explica que un día paró su coche enfrente de él y un amigo, que se estaban fumando un porro, y les dijo: «Nos lo fumamos dentro». Ahí se desencadenó una noche loca que acabó al día siguiente en el partido, con Mágico en el césped y él en la grada. Pues fue uno de sus encuentros más memorables, pero Bosco pensaba: «Si yo tengo resaca, cómo estará este hombre».
Peor fue en Vallecas. Uno de las Brigadas Amarillas, durante el calentamiento previo al partido, le pidió que si le podía pasar un porro a su primo. Mágico lo cogió delante de un policía, que por lo visto se hizo el sueco, cruzó el campo y se lo dio a su destinatario. No había tantas cámaras, que hubieran sido, la verdad, por una vez muy necesarias fuera del terreno de juego. Cuenta la leyenda que en la discoteca Las Pérgolas le dio mil toques a un limón. Así, hay miles:
Un día en una tasca en Pamplona, el camarero le pidió que ensayara sus toquecitos al aire, los malabarismos, y Jorge se puso a levantar la naranja, se emocionó y pegó tal empalme que la estampó contra un espejo. Le dejó la naranja estrujada delante del mostrador.
Pero todas estas historias pudo taparlas a base de fútbol. De destellos de calidad, pero también de goles y asistencias. El charro que le metió al FC Barcelona arrancando desde el centro del campo es el de Maradona en México, pero dos años antes.
Metió catorce goles esa temporada, algunos como ese, pero bajaron a segunda. Y también hizo el tanto que durante muchos años fue el más bonito de la liga española, cuando no eran normales ciertas cosas. Fue el que le hizo de vaselina al Racing de Santander. El portero, Pedro Alba, se fue andando hasta el centro del campo aplaudiéndole para felicitarle.
Su compañero Onésimo Sánchez González señala que «si le hubieran cogido de pequeño, como a Messi, sería uno de los tres grandes de la historia sin ninguna duda». En los entrenamientos, le anunciaba: «Voy a meter diez goles de córner». Y los metía.
Con su regate, «la culebra macheteada», ponía en vilo al Carranza. La recibía, se hacía el silencio, y todo el estadio esperaba a que la hiciese. Se escuchaba un murmullo «ahora, ahora»… Si lo hacía era más que gol. Parte del público iba solo a ver a Mágico. Si lo cambiaban, abandonaba el estadio. A David Vidal le estuvo dieciocho días sin ir a entrenar, no lo llevó convocado y le sacaron pañuelos por no contar con Mágico.
El técnico gallego elogia la velocidad del salvadoreño, «Se ponía de cero a cien, pero luego frenaba de cien a cero». Aunque le acusaron de hacer carrera gracias a Mágico. Persiguiéndole, intentando meterle en vereda, se logró una fama de tipo duro a su costa. «Lo utilizó para trepar», opina Alcina, «gracias a la polémica le colgaron la careta de “Hombre de hierro”». Pero nunca logró intimidar a Mágico, según palabras del propio Vidal:
Un día me faltó al respeto, «Tú no tienes ni idea de futbol», me dijo. Él nunca decía tacos. Sacó el paquete de Winston y le dio siete, ocho, quince toques al aire, madre mía, hijo puta.
Con Fernando Redondo en Valladolid fue tres cuartos de lo mismo. Cuando no salía literalmente morado de un entrenamiento por las bajas temperaturas, iba a entrenar con pasamontañas, se negaba a rematar de cabeza porque, se excusaba, «hace daño». Claro que luego se ganaba el respeto subiendo los peldaños de la grada dándole toques al balón sin que se le cayera ni una sola vez. Los compañeros flipaban.
Con quien mejor rindió fue con el uruguayo Víctor Espárrago, que también tenía orígenes humildes y supo entender al jugador:
Tenía la cabecita loca, pero me impactó como futbolista. No supo compaginar la vida deportiva y social, pero aquí se le adora. Era rápido, preciso, tenía salida y freno. Pero el fútbol es mucho más que un deporte, llegas a un estatus de vida muy peligroso si no estás preparado, hay que recuperar los valores (…) Conmigo triunfó, pero también fue suplente. Jamás me dio problemas, era sensible y genial, coqueteó con ciertas cosas pero era muy grande. No le interesaba el dinero. Quería jugar.
El problema de esa temporada, la mejor en la historia del Cádiz, es que, al estar en la zona media de la tabla todo el año, no fue ni dios al campo. Encima Espárrago, si lo veía mal al Mago, prefería no convocarlo porque entonces la gente iba al estadio a pedir que saliera del banquillo.
Su compañero Pepe Mejías, que se consideraba interlocutor entre el equipo y Mágico, amén de que fue el encargado de ir a casa a despertarlo cada mañana, ardua tarea, fue quien mejor conocía e interpretaba su juego:
Mágico y yo llevábamos el peso de los partidos, pero en realidad, cuando él cogía el balón y actuaba de esa forma tan impredecible y genial, todos dependíamos de él; digamos que nosotros, los otros diez, peleábamos como jabatos para mantener la portería a raya a la espera de que Jorge hiciera alguna diablura, un golazo de los suyos o se inventase la jugada individual más hermosa. Una falta, un saque de esquina, qué sé yo. Era así. Jorge fue un jugador emblemático, fuera de lo común, y no le podías pedir que tuviera disciplina de equipo.
También otras palabras atribuidas a Hugo Vaca dan cuenta de un estilo sobre el césped cuyo legado hoy es más oral que otra cosa, por desgracia:
Yo sabía que darle la pelota al Mago era dejarla a buen recaudo y que era tan inteligente que jamás comprometía a un compañero; cuando el balón salía de las botas del Mago hacia un compañero significaba que este tenía todas las ventajas del mundo. A Jorge la pelota le podía llegar sucia, le podía llegar a trompicones, pero él se encargaba de domarla, y cuando salía de sus botas era un regalo o era gol.
Su puesto en el equipo lo ocupó Dertycia, llegado de la Fiorentina, y cuando Mágico se marchó, sin hacer ruido, en 1991, debutaba Kiko. De modo que tampoco se le pudo echar mucho de menos. Llevaba tiempo de capa caída por un incidente que manchó su reputación ahora ya en serio. Ya dijo Pepe Manteca que Mágico «cambió a peor». Lo que pasó es que fue acusado por una mujer de veintidós años de un intento de violación.
Esta fue la versión de lo ocurrido que dio Jorge González en el juicio, tal y como lo reprodujo el diario ABC:
Tras tomar unas copas en una discoteca de Cádiz, decidimos marchar a mi apartamento en El Puerto de Santa María (les acompañaba su compañero del Cádiz Quevedo y otra chica). Una vez en el apartamento, Quevedo y Cristina se fueron a un dormitorio y nosotros nos quedamos en el salón. Le conté mi vida y nos besamos y acariciamos. Le insinué marchar al otro dormitorio y una vez allí, tras varias caricias, hubo un rechazo por parte de ella. Me dijo que tenía novio, pero intenté no creérmelo y entonces hubo un rechazo mayor y la empujé contra la cama, pero no hubo violencia ni la pegué. Ella se marchó para avisar a su compañero (sic) y cuando salí de la habitación ya se había ido a la calle. La llamé desde el balcón pero no hizo caso.
La denunciante negó que hubieran existido ni caricias ni besos, y dijo que no tenía novio:
Quería marcharme a casa, pero ellos insistieron en que fuéramos a tomar una copa al Puerto, ignorando yo que íbamos a casa de Mágico. Cuando estábamos abajo le dije a Cristina que no quería subir, y ella me pidió por favor que subiera porque no quería estar sola con Quevedo. Yo acepté y le dije que tampoco me dejara sola a mí. Tras servir unas copas, Quevedo y Cristina se fueron a una habitación y Jorge y yo nos quedamos en el salón. Me dijo que me iba a enseñar algo en la cocina y me metió en el dormitorio, allí me pegó, me tocó por todo el cuerpo e intentó quitarme la ropa. Grité y llamé a Cristina, pero no me escuchó. Salí corriendo a la calle y una mujer me acompañó a comisaría a denunciar el hecho después de haber tomado el café en casa de su novio.
La amiga de Quevedo negó esta versión:
Yo no le dije que subiera para hacerme compañía y menos por soledad. Sabía perfectamente a lo que íbamos al apartamento. No escuché gritos y cuando salí de la habitación Mágico me dijo que se había ido porque se había puesto histérica.
La médico, que atendió a la denunciante en una clínica en la que trabajaba su hermana como auxiliar, añadió:
En el examen que le hice se le apreciaban hematomas en el ojo izquierdo, hombro, muñeca izquierda y mandíbula.
Y el policía de la comisaría del Puerto que se encontraba de guardia en el momento de poner la denuncia explicó:
Llegó muy nerviosa y con la cara roja, pero no aprecié que tuviera hematomas o que hubiera sufrido daños.
En mayo del 91, el Juzgado de lo Penal número 2 de Cádiz sentenció a Jorge González a la pena de seis meses y un día de prisión menor y una multa de cuatro mil pesetas. No ingresó en prisión porque la pena fue menor a un año y carecía de antecedentes. La multa se la tuvieron que ayudar a pagar sus compañeros.
Siguió jugando hasta los cuarenta y cuatro años de edad en su país. Ahora recibe un sueldo vitalicio y le dieron una casa. Ante las críticas de que había gente que necesitaba asistencia del Estado más que él, pidió un referéndum para que decidiera el pueblo salvadoreño. No hubo más historia.
Tras colgar definitivamente las botas, vagó por ahí.
Me pasé un año sin hacer nada. Me la pasé en Tijuana como ido. Me gasté el dinero. Me quedé a mi rollo. Me regresé a El Salvador a estar en la casa sin hacer nada. Ese año para mí fue fatal, fue horrible, pero lo disfruté.
Pasó por Estados Unidos, donde fue segundo entrenador del Houston Dynamo, y alcanzó su sueño de trabajar de taxista. Sostiene Alcina que en Texas. Luego se reenganchó como asistente técnico de su selección, pero nunca paró de dar sus clásicas espantadas. Una, por ejemplo, en el Mundial sub-20 de Turquía, al que no acudió cuando le esperaban en el avión.
Pero la prueba de que sigue siendo un símbolo legendario en El Salvador es que las autoridades le regalaron al papa Francisco en su visita una camiseta de Mágico González.
Reconozco que no soy un santo, que me gusta la noche y que las ganas de juerga no me las quita ni mi madre. Sé que soy un irresponsable y un mal profesional, y puede que esté desaprovechando la oportunidad de mi vida. Lo sé, pero tengo una tontería en el coco, no me gusta tomarme el fútbol como un trabajo. Si lo hiciera no sería yo. Solo juego por divertirme.
Ya nadie lo hace.
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