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The Superstars, un programa de TV en el que deportistas de elite competían en deportes que no eran los suyos

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Kevin Keegan se cae de la bici en la edición británica de Superstars

Euroliga y la FIBA negocian un acuerdo para fusionar torneos. El proyecto de la Superliga sigue amenazando a la UEFA Champions League. La federación de atletismo del Reino Unido está atravesando una de las mayores crisis financieras de su historia tras el pinchazo de la Diamond League. En España tratan de asentarse la Kings League y la Queens League. El deporte profesional es un negocio y, como en cualquier tipo de entretenimiento, el cambio de formatos y su viabilidad es una constante para conservar o aumentar su rentabilidad.

Las competiciones que conocemos en la actualidad, Juegos Olímpicos incluidos y la Copa de Europa de fútbol, en su día también fueron ocurrencias y frikadas, hasta que se establecieron y ahora son hitos en el calendario. Eso no quita que el mundo del deporte esté lleno de muchas ideas que se quedaron en el armario, otras que tuvieron su auge y su declive y algunas que resultan difíciles de creer, como el caso del programa de televisión de la ABC estadounidense, The Superstars, donde se echaba mano de deportistas profesionales, pero para que compitieran en disciplinas ajenas.

Suzy Chaffee, capitana del equipo olímpico estadounidense de las olimpiadas de invierno, en la prueba de bolos del Superstars estadounidense.

Enero de 1975, Karen Logan firma un autógrafo a un niño delante de un periodista del New York Times. Cuando el chaval se va, confiesa: «A veces tengo la tentación de decirle al niño que el autógrafo no vale nada, no sabe quién soy». Era la número uno de una disciplina deportiva, el problema era que se trataba de baloncesto y de que ella era una mujer. «¿Cómo me puedo sentir bien siendo la número uno, cómo puedo estar satisfecha si nadie ve mi deporte?». Sin embargo, la televisión, los platós, le dieron el empujón que necesitaba.

Antes de eso, había viajado por todo el país con las All-American Red Heads en una furgoneta, no ganaban mucho dinero, pero les daba para sobrevivir. Jugaban contra equipos masculinos y su show contenía elementos de comedia, era una especie de Harlem Globetrotters. Se dice que Peter Maravich pudo cogerlas algún truco. Y todo aquello había servido para que acabase en televisión jugando al tenis contra una esquiadora, Kiki Cutter. El programa contaba con varias disciplinas, como un decathlón, y había natación, prueba que le supuso un trago espantoso al boxeador Joe Frazier.

Frazier había sido campeón de peso pesado un año antes y era la gran expectación del concurso. La piscina tenía 25 metros y saltó al agua junto a Bob Seagren, saltador con pértiga; Jean-Claude Killy, esquiador, y Peter Revson, piloto de carreras. Solo había un problema, no sabía nadar. Le dijo a un periodista: «Cómo iba a saber que no podría nadar si no lo intentaba?». Solo pidió algo para agarrarse y tenía la corchera que separaba los carriles. Sus imágenes nadando sin saber nadar causaron un gran impacto en todo el país. El gran triunfador en el cuadrilátero, literalmente, se hundía en el agua de una piscina enana.

La idea de este programa se le ocurrió a Dick Button, medallista olímpico. Una experiencia le había marcado cuando estaba en el instituto. Compitió en patinaje artístico en St. Moritz, Suiza, y ganó una medalla de oro. Luego, en su país, le dieron el premio Sullivan al mejor atleta aficionado. Nunca pudo superar el síndrome del impostor, sabía que era el peor en gimnasia de su clase.

Esta incongruencia le estuvo rondando la cabeza toda su vida y, cuando montó la productora Candid Productions, empezó en los 60 a intentar vender a las cadenas nacionales un decatlón de deportistas profesionales. Pensaba honestamente que así se vería quién era realmente el mejor. Nadie le hizo ni caso hasta que ABC perdió la NBA, al mismo tiempo que en el país se había desatado una fiebre olímpica tras los juegos de Munich, con huracanes como el de la soviética Olga Korbut, que marcó a generaciones enteras.

La primera edición se emitió en un solo episodio de dos horas. Se celebró en la isla de Rotonda, Florida, y los ganadores se llevaban tierras de la ínsula como premio. Ganó Seagren, que participó en muchas más ediciones y llegó a embolsarse un cuarto de millón de dólares de la época.

Bjorn Borg y Raymond Poulidor en el Superstars francés (Foto: Cordon Press)

A partir de 1974, fueron 48 atletas divididos en cuatro grupos. El motorista Gene Romero, ganador de las 200 millas de Daytona, causó una gran sensación consiguiendo cero puntos. La edición femenina llegó en 1975, junto a Los Superequipos (donde los protagonistas de la última Super Bowl volvían a enfrentarse en una revancha, pero en este terreno), y, tres meses después, se hizo otra edición más con famosos ajenos al deporte. El ganador fue el actor Robert Duvall, que venía de rodar El Padrino. Y por ahí estaban Peter Benchley, autor del best seller Tiburón, y el cantante de country Kenny Rogers.

El programa aguantó en ABC hasta 1984. La NBC cogió el testigo en 1985 y luego volvió a la ABC hasta 2009. No obstante, en 1975, la ABC lanzó Almost Anything Goes, en el que competían concursantes anónimos y se enfrentaban pueblos entre sí: El Grand Prix del verano, efectivamente. En 1978, llegó The Rock’n Roll Sports Classic con los músicos del momento. Es increíble cómo se entregaba Rod Stewart.

En Reino Unido compraron el programa para rodar una edición propia y hubo también una europea por países. En la primera, 1975, participó España, pero tal era el nivel de desarrollo de nuestro país en esa fecha que la delegación nacional no pudo encontrar un lugar adecuado para poder celebrar las pruebas (100 metros lisos, levantamiento de pesas, tenis, disparo con pistola, gimnasia, remo, natación, 600 metros obstáculos, penaltis de fútbol y ciclismo) y la jornada que debíamos albergar se celebró en Aldershot, Inglaterra.

También fue un saltador de pértiga el que dominó esta competición, el sueco Kjell Isaksson. Por España, concursaban el mediofondista Mariano Haro, alcalde de su pueblo Becerril de Campos entre 1979 y 2003, a pesar de haber disparado a un hombre en un bar en 1993,  y Ángel Gallardo, golfista, embajador de la PGA European Tour.

Yvan Cournoyer, diez veces campeón de la liga de hockey hielo canadiense, en la prueba de remo del Superstars estadounidense.

Aunque pensemos que los realities y la obsesión por los famosos explotaron en la segunda mitad de los 90, en los años 70 en Estados Unidos ya estaban explotando esta fórmula de forma intensiva. Por la noche todo era entrevistas a famosos y, en las series, siempre se colaban famosos o actores de otras series en un juego de crossovers constante. En este culto a la celebridad, uno de los gremios famosos por antonomasia, el de los deportistas, no tardaría en sumarse a la fiesta con The Superstars.

El morbo se buscaba exactamente igual que ahora. Había que sacarles de su zona de confort y disfrutar con su torpeza o su destreza. Por eso ese país no olvida el efecto que le produjo que el todopoderoso Frazier, una mole asesina, un tío con puños letales, un campeón implacable, casi se ahogase en una piscina ridícula porque no sabía nadar.

No solo eso. Cuando luego llegó la prueba de levantamiento de pesas, se suponía que Frazier iba a arrasar, pero fue superado por Seagren. Esa fue una sorpresa televisiva de primer orden y ver al ídolo caído, el placer máximo de los espectadores, enganchó definitivamente a la audiencia.

De hecho, el deporte no era tan importante. Al principio empezaron con una prueba de golf, pero tuvieron que eliminarla porque el público se aburría, para introducir en su lugar lo que conocemos como efecto Ramón García, una carrera de obstáculos, que fue la sensación.

El beisbolista Reggie Jackson en el Superstars estadounidense.

Uno de los campeones setenteros más notables fue O.J. Simpson, que logró alcanzar los puntos clave para llevarse el triunfo en la partida de bolos. Seagren, el dios del programa, que estaba ganando más dinero en la televisión que en toda su vida con la pértiga, se cayó en la prueba en bicicleta y le cedió el primer puesto.

Aunque estuviera dándolo todo en la tele, Seagren era un deportista absolutamente top, llevaba doce años compitiendo, medallista de oro en los JJOO de México y de plata en Munich 72. Había sido portada de Sports Illustrated, lo tenía todo, menos una cosa: fama. Cuando se paseaba por los aeropuertos nadie sabía quién era. Al entrar y dar la campanada en Superstars le convirtió en una verdadera estrella nacional. Montones de atletas olímpicos empezaron a presionar para que les incluyeran también en el concurso, lo que da una idea de lo ingrato que es el deporte olímpico en tantas ocasiones.

Otro que salió impulsado a la fama como un cohete fue el futbolista Kyle Rote Jr. Ganó en tres ocasiones. Su éxito tuvo tanto calado que, en las pruebas de selección de jóvenes futbolistas, se introdujeron disciplinas como la carrera de obstáculos de Superstars porque era donde había despuntado Rote Jr.

OJ Simpson, ganador de Superstars de 1976

De hecho, que ganase el concurso televisivo sirvió para llenar de orgullo a todos los chavales que elegían el fútbol, que eran considerados unos raritos –desde luego, Shep Messing muy normal tampoco era-. El deporte rey no era verdaderamente americano, se burlaban de ellos y a veces hasta les acosaban los matones de los patios de colegio y de los campus. Toda la generación que jugó en el Mundial de Italia de 1990, se había introducido en este deporte viendo a Rote en Superstars demostrar que, en televisión, era capaz de imponerse a atletas de deportes más populares que el fútbol.

La fragmentación de las audiencias con la llegada del cable en los 80 y el cansancio del público le dieron la verdadera estocada al concurso, aunque hubiera sucesivos intentos de resucitarlo. La huella que dejó fue imborrable, un auténtico terremoto, pero más que por su originalidad, por un contexto tecnológico: solo había tres cadenas nacionales y el UHF era un cajón de sastre de reposiciones de material de los años 50 (quién lo pillara ahora) y noticias locales.

Es gracioso, porque se considera que los setenta fueron los años del exceso, cuando todo, por muy delirante que fuera, estaba permitido, y por eso solo en esa época pudo triunfar Superstars y todos sus spin-offs. Pues, como conclusión, es pertinente una pregunta: ¿qué han sido entonces los años 2000 y 10 en los que el catálogo televisivo se ha ampliado hasta límites escalofriantes.

 

 

 

 

 

 

 

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