Gimnasia

Olga Korbut, el arma más barata que desarrolló la URSS: una sonrisa

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Olga Korbut (Foto: Cordon Press)
Olga Korbut (Foto: Cordon Press)

Su apodo era El gorrión de Minsk y arrasó en Estados Unidos, puso de moda la gimnasia en todo el mundo y marcó un antes y un después en la imagen de los atletas. Robert Colarossi, presidente de USA Gymnastics, dijo de ella que fue «la primera gran estrella de la era moderna» del deporte. Llegó a ser una celebrity hasta el punto de que la energía que transmitía, su sonrisa y la imaginación que puso en sus ejercicios brilló más que las rivales que quedaron por delante de ella.

Sin embargo, pese a su éxito, pese a que la URSS calculaba hasta el milímetro la propaganda de su imagen exterior, pese a que el deporte soviético estaba orientado totalmente a esa propaganda, la relevancia que alcanzó no formó parte de ningún plan. Y dicho sea de paso, el resto de su vida tampoco contó con ninguna estrategia.

Se colgó tres oros y una plata en Munich y otro oro y otra plata en Montreal. Nunca logró el oro individual, pero no lo necesitó. Se convirtió en un icono de forma casi instantánea con el ejercicio más sencillo: sonreír. Eso sí, sonreía después de dar un salto mortal hacia atrás en la barra de equilibrio por el que le dieron un 9,8. Nunca se había visto tal cosa, ni una atleta soviética que no fuese fría como el hielo ni ese salto, ni un truco que hacía en las barras asimétricas. Fue un cúmulo de novedades, de impactos mediáticos.

Olga Korbut (Foto: Cordon Press)
Olga Korbut (Foto: Cordon Press)

Todo se convirtió en leyenda porque sus ejercicios fueron prohibidos por su peligrosidad. Y también sabía llorar. Hasta entonces en la gimnasia primaba la faceta artística, tenía más que ver con el ballet, los jueces querían ver elegancia, pero Olga llevó los ejercicios al terreno del riesgo. Espectáculo, técnica y peligro. Del ballet al circo. Pero no le salió como deseaba.

Cuando ejecutó el salto que lleva su nombre, quedó segunda. Ganó la alemana Karin Janz y ella se rompió en lágrimas. El gimnasta Bart Conner señaló que se había pasado de las gimnastas soviéticas que eran como «máquinas» a esta «niña vulnerable» a la que «todos querían abrazar».

Lo normal es que hubiese escrito varios libros, ahora se estuviese estrenando su miniserie en Netflix y se la viese en todos los Juegos Olímpicos, ya fuese como comentarista o a pie de pista con algún cargo en la organización y honorífico. Pero no fue así, las noticias más importantes que llegaron de ella tras su retiro fue que en 2017 vendió las medallas que había ganado en una subasta.

Tenía 61 años, vivía en Arizona y estaba en bancarrota. Colocó tres medallas, ropa con la que compitió y revistas autografiadas por un total de 217.000 euros. No era la única vez que su situación económica llegaba a la prensa. El diario ruso Gazeta dijo que la venta la había «salvado del hambre». Los rusos sabían bien el valor de esas medallas, después de lograr el oro en los Juegos Olímpicos de 1972, la medalla desapareció y la atleta se la encontró 46 años después en el Museo del Deporte de Moscú. Se negaron a devolvérsela, era propiedad de la Federación Rusa. Tal vez por este tipo de detalles prefirió vivir en Estados Unidos.

Olga Korbut (Foto: Cordon Press)
Olga Korbut (Foto: Cordon Press)

Pero nunca le fue bien. Quince años antes de la subasta, en 2002, cuando tenía 46 años fue acusada de robar higos, especias, te, queso y almíbar por valor de 19,32 dólares en un supermercado. Su excusa fue que se había olvidado el monedero en el coche. Mucho menos inocente era otra operación simultánea que llevaba a cabo el Servicio Secreto de Estados Unidos (USSS) tras haber encontrado 30.000 dólares en billetes falsos en uno de sus domicilios en el que vivía su hijo.

Ciertamente, sí que había intentado hacer algo después de dejar el deporte. Fue entrenadora en una cadena de gimnasios Gym Elite, pero la despidieron por sus problemas con el alcohol, según publicó el New York Times. Ahí se puede trazar una línea que llega hasta su padre, un ingeniero retirado, que sí que era alcohólico, y vivía de su mujer, que se mataba a trabajar por la familia.

La única ventaja con la que contó era que su padre, héroe de la II Guerra Mundial, fue un buen antecedente para poder entrar en las escuela de elite en la que aprendió este deporte.

Olga tuvo una dura infancia en Grodno, Bielorrusia. La figura paterna pronto fue sustituida por Renald Knish, su entrenador, que si bien lanzó su carrera, también ha sido acusado de abusar de ella y de otras gimnastas, dejándolas secuelas para siempre. Hay gente que, en la vida, siga el camino que siga siempre encuentra obstáculos.

En lo estrictamente deportivo, logró algo impensable. Todo Estados Unidos se enamoró de ella. Podría haber pasado con cualquier atleta, poco después lo hizo Nadia Comaneci, pero la paradoja fue que ella competía por el Ejército Soviético. El salto con el que hizo historia del deporte no era para ella. Su entrenador lo había empezado a entrenar con Larisa Pirogova, pero Korbut alcanzó antes el nivel internacional y fue ella la que lo puso en práctica en un escenario olímpico.

Olga Korbut (Foto: Cordon Press)
Olga Korbut (Foto: Cordon Press)

Aparte de esos movimientos espectaculares, acabó con la tradición del hieratismo soviético. Era muy menuda, apenas medía 1,50 y no llegaba a los 40 kilos de peso. Lo que ahora parece normal en estas disciplinas, que las hagan adolescentes o mujeres con cuerpos de niñas, empezó entonces. Así lo juzgó el público, que se enamoró de ella. Hasta tal punto que la propia Olga llegó a creer que sus puntuaciones venían infladas por cómo empujaba la grada, Darling of Munich acabaron bautizándola.

En esos JJOO de 1972, para salir a pasear tenía que ponerse peluca y sombrero. Se convirtió en un fenómeno. La época era tendente al fenómeno fans, pero en el deporte era una novedad. The Philadelphia Inquirer llegó a escribir que la historia de la gimnasia se dividía en Antes de Olga y Despué s de Olga.

Y eso significaba demasiados focos para lo que la URSS podía soportar en el extranjero. Además, mientras el mundo entero quería saber de ella, cortejarla, Korbut se quejaba de que la expedición soviética viajaba con lo justo. Solo tenían 6 dólares de dieta diaria. Acabó detestando la uniformidad confundida con la igualdad, comparaba a los ciudadanos soviéticos con pollos listos para asar.

A la primera ocasión, explotó. Tras su exitosa actuación en Munich, la llevaron a grabar un anuncio de abrigos de pieles y se negó a devolver en que le hicieron ponerse. Aunque los directivos soviéticos que iban con el equipo recibieron órdenes de arriba de que se las arreglasen para que pudiera quedárselo.

Pero era imposible que no se diese cuenta de los contrastes, en 1973 estaba haciendo giras por Estados Unidos y llegó a meter veinte mil aficionados en el Madison Square Garden, un récord. Aquello era como un concierto de algún teen idol, estaba todo lleno de adolescentes gritando sin importarles mucho lo que veían. De hecho, en esa ocasión, se cayó nada más empezar los ejercicios, acabó retirándose llorando, pero no paraban de caerle rosas y algunas niñas saltaban a la pista para estar más cerca de ella.

Olga Korbut
Olga Korbut

El tour lo patrocinaba Fabergé, una firma de cosméticos y joyas, la URSS cobraba 56.000 dólares por ceder a sus deportistas. Recorrió ocho grandes ciudades estadounidenses y no ocurrió ningún incidente, solo amenazas de la Liga de Defensa Judía, organización de extrema derecha fundada en Brooklyn. Fabergé se vio obligada a contratar un seguro de un millón de dólares por si había algún atentado, pero nunca llegó a producirse.

Más bien, ocurrió lo contrario. En Moscú no cayó nada bien la fiebre estadounidense por Korbut. Aunque la gimnasta no era la única, fue una generación de deportistas al completo la que rozó con los dedos el glamur del éxito y no era para eso para lo que les enviaban a competir. Valery Borzov, que había ganado los 100 y 200 metros lisos en Munich, se fue de gira a Estados Unidos, no compitió al mismo nivel y el público le silbó burlándose de él. Quedó marcado en Moscú por no rendir al mismo nivel.

Al equipo de baloncesto soviético también se le acusó de que se le había subido el éxito a la cabeza, no solo era derrotado en estas giras americanas post-JJOO, sino que a la vuelta en la URSS les habían cogido con productos de contrabando.

Olga Korbut.
Olga Korbut.

Y a Olga la señaló la entrenadora Larisa Latýnina en Komsomolskaya Pravda. Dijo que la gimnasta soviética número uno no era Korbut, sino Ludmilla Turishcheva. Latýnina aludió a los pobres papeles que había desempeñado Korbut en sus giras, dijo que una verdadera campeona gana siempre. Y si eso no sucedía, era por una cuestión de respeto, «al deporte y a uno mismo». Otro entrenador llegó a calificarla de «cantante de ópera».

Los palos fueron tan sonados que dieron la vuelta al mundo y el New York Times se llegó a preguntar si era algo normal que las autoridades soviéticas le recordasen a sus atletas periódicamente que son «gigantes con pies de barro». Lo que estaba claro es que el espíritu soviético iba en contra de cualquier tipo de culto al individualismo.

La gota que había colmado el vaso fue que el primer anuncio estadounidense que se iba a rodar en la URSS tenía a Korbut como protagonista. Era un spot para promocionar la Expo 74 en Spokane (Washington, EEUU) en el que tenía que salir hablando en inglés.

En Londres, que había sido la siguiente parada de la gira después de Nueva York, Olga Korbut apareció en la portada de todos los periódicos. Llegó a reunirse con el primer ministro, el conservador Edward Heath, con el que posó para los fotógrafos en un cóctel. Le niña le dijo a los periodistas en inglés: «Me gusta mucho su primer ministro», semanas antes había manifestado que Nixon era «buena gente».

Todas sus actuaciones fueron sold-out. Hubo 80.000 reservas de entradas para verla. Las fotos que se habían publicado de la gira americana eran top glamour, Olga salía con un abrigo de piel de foca negro con unas botas de cuero espectaculares.

Olga Korbut.
Olga Korbut.

La ola provocó que miles de niñas y mujeres de la esfera anglosajona se calzaran leotardos y se pusieran a hacer gimnasia. Muchas, como ejercicio de moda para perder peso, pero la mayoría eran niñas de entre 5 y 12 años que aspiraban a ser las próximas medallistas. En las entrevistas que hacía la prensa a las chavalas todas decían lo mismo, se habían sumado a la fiebre tras ver por televisión el ejercicio de Korbut en Munich. Aparecieron escuelas de gimnasia como setas.

No obstante, con tanto éxito, a ella se le puso mal carácter en la distancia corta, personalidad de celebrity. Hay testimonios que señalan que empezó a insultar a todos los del equipo y staff técnico, a llegar bebida a los entrenamientos, incluso se le acusó de destrozar coches, como a las estrellas del rock. En Australia se negó a salir para ir a encontrarse con el primer ministro, dijo «¿Y ese quién es? Que venga él a mí».

Esos desplantes eran cosa suya, pero poco después se presentó a una recepción en el Kremlin con un pantalón de flores y sandalias de plataforma, se negó a llevar el traje oficial. Tenía los brazos de pulseras que no paraban de tintinear, montó un número impresionante y parecía gozarlo.

En los JJOO de Montreal todas las miradas se posaban en ella, pero ya empezó a llamar la atención que iba despeinada o que los jueces la trataban con desdén. Aparte, le pasó por encima un tren de mercancías. Nadia Comaneci logró un 10, una clasificación que nadie había obtenido antes. Korbut solo se colgó la plata en barra de equilibrio y se tuvo que conformar con la medalla de oro por equipos.

Olga Korbut.
Olga Korbut.

En 1978, la carrera más sólida de Korbut era en el papel couché. Se casó con uno de los cantantes más populares de la URSS, Leonid Bortkevich, también bielorruso y frontman de Pesniary. Un grupo que, como tantos tras el telón de acero, hizo una mezcla de folk y rock y, al igual que la atleta, también había sido el primer conjunto soviético en realizar una gira por Estados Unidos en 1976.

Una década después, allí fueron a parar ambos. El motivo que adujeron, Chernóbil. En 1991, se instaló en Nueva Jersey, dijo que tenía problemas de tiroides, que en Minsk estaba solo a 290 kilómetros de la famosa central nuclear, aunque parece que nunca necesitó ningún tipo de tratamiento, en su web se las daba de afectada por el desastre. Desde Estados Unidos, trató de ayudar a los niños afectados con la Fundación Olga Korbut y el Centro de Investigación del Cáncer Hutchinson en Seattle.

Eso hubiese sido lo lógico, las actividades benéficas y orbitar alrededor de las grandes competiciones y llevárselo crudo con la publicidad. Pero Korbut entró en una etapa oscura, se habló de adicción al alcohol e incluso a otras drogas. Su segundo hijo nació muerto y tuvo problemas para encontrar trabajo porque su titulación escolar en la URSS se la habían regalado prácticamente. No tardó en divorciarse.

Olga Korbut.
Olga Korbut.

Paul Ziert, de la revista International Gymnast, explicó que los atletas soviéticos era normal que tuviesen problemas pues, tras dedicar toda su vida al deporte, al retirarse, esperaban que el estado se hiciera cargo de ellos, pero la URSS se había desintegrado. En Estados Unidos, mientras tanto, la vida había que ganársela cada día. Nadie les había preparado para eso. Era duro hasta para los propios deportistas estadounidenses.

Pero había algo más. En 1992, Korbut publicó My Story, su autobiografía. En esas páginas dejó una pista del porqué de su inestabilidad. No era por el exceso de ejercicio y disciplina, ni por haber perdido la infancia dedicándose al deporte profesional, como es el caso de muchos juguetes rotos, sino que ella había sido «esclava sexual» de su entrenador, Renald Knish. No solo eso, denunciaba que muchas gimnastas de la escuela soviética eran obligadas a mantener relaciones sexuales con sus preparadores.

En una entrevista en Komsomólskaya Pravda, confesó que tras los JJOO de 1972, Knish se plantó en su habitación con una botella de coñac y la obligó a tomarse varias copas. «Lo que ocurrió después fueron recuerdos terribles que me acompañaron durante largos años». Tenía 15 años. También dijo que la pegaba, que tenía que mentir cuando llegaba a casa llena de moratones y decir que eran porque se había caído en los entrenamientos.

Knish negó estas acusaciones, pero cuatro antiguas compañeras de Korbut también acusaron al entrenador de violarlas al llevarlas a casa de los entrenamientos cuando eran adolescentes. Halina Karcheuskaya sostuvo que no se podía creer que un día se hubiera hecho público que el entrenador abusaba de ellas: «Era un cabrón y se burlaba de nosotras».

Había asumido que tendría absoluta impunidad toda su vida. A ella estuvo a punto de violarla en bosque, logró escapar de milagro, contó. Lyudmila Rabkova, otra compañera, también reveló que sufrió abusos del mismo tipo: «nos acosó a todas las del equipo, seguro, si mis padres se hubieran enterado de lo que nos estaba haciendo; mi padre, que era militar, le habría disparado».

Olga Korbut (Foto: Cordon Press)
Olga Korbut (Foto: Cordon Press)

En 1981, Knisch fue investigado por las autoridades comunistas después de que una joven gimnasta de Hrodno sufriera una sobredosis de nitroglicerina en un intento de suicidio en el que había dejado una nota quejándose de los abusos a los que la había sometido el entrenador. Por lo que fuera, no se consideró que esa nota constituyera una prueba suficiente para condenarle.

En una entrevistas en Sputnik, Knish reconoció que Korbut, como gimnasta, era el mayor logro de su carrera, pero también la mayor decepción. Se arrepentía de haberla seleccionado. Al parecer, fue buscando una niña de su tamaño por todas las escuelas hasta que dio con ella, aunque «era un poco gorda», puntualizó despreciativamente. Reconoció también que «por motivos pedagógicos» le daba bofetadas en público.

Años después, su retiro no fue dorado, precisamente. Se dedicó a la poesía y fue acusado de parasitismo por el gobierno, estuvo a punto de perder la casa que le habían asignado. Pese a que aparecieron más deportistas que estuvieron bajo su mando acusándole de lo mismo que Korbut, ahí se quedó la cosa. Los medios rusos, de hecho, no le hicieron entrevistas muy incisivas, más bien le facilitaban que las insultase. Es una buena imagen simbólica del autoritarismo, un sistema que abusa de los inocentes y difama a los que se defienden.

 

 

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