Marcha

Ya no hay marchadores de largo aliento en los Juegos Olímpicos

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Marcha en Stuttgart 86 (Foto: Cordon Press)

Plat du jour es un concepto bastante amable que nos encontramos los turistas ibéricos en ese vagar por París. Lo asociamos al menú del día español y con esa aparente tranquilidad en lo fundamental (o sea, comer) seguimos visitando bulevares y parterres, que son dos palabras muy de la España bien aunque que nos fueron dejadas en herencia por esos amados vecinos nuestros, que venían con la idea de decapitar a Fernando VII.

En los bares parisinos también encuentras una cosa llamada formule, una incorporación a cómo llamar a los platos combinados que, en fin: los años noventa. En mi barrio había un yonqui al que le llamábamos el Fórmula porque caminaba con esa urgencia que solamente entiende el cerebro de un yonqui enfadado. Todos los fórmulas del mundo caminan a esa frecuencia digna de un desfile legionario, a ciento veinte pasos por minuto. Marchadores de la calleja, del parque y de los pasos subterráneos de las estaciones, yonquis entrañables míos.

No me han venido a la cabeza mis toxicómanos del barrio, pobrecitos míos, más que por esa capacidad de ir marchando a altas velocidades mañana, tarde y noche. Y, a huevo como me lo han puesto, he de mencionar algo aquí y ahora: de los Juegos de París 2024, los libros del futuro sin libros dirán que hubo un enésimo intento de aniquilar la marcha atlética del apretado calendario olímpico. No les cabe en la abigarrada parrilla en la que se incluyen especialidades que dan mucho más juego en Youtube. Los Jueguitos Olímpicos de los Tres Minutos.

Y es que la especialidad más primigenia del sobreesfuerzo humano de larga duración, la marcha, es el ejemplo de la exageración entre las capacidades humanas, muy por encima del estadio, del dólico o del lanzamiento de disco clásicos, y que genera momentos de agonía, de vaciado. Pues se la cargan porque desajusta esa manera de hacer televisión de recortes y picaditos.

La marcha atlética, de la que los cuñados hacen chistes mientras ven de reojo a titanes como Perseus Karlstrom o Antía Chamosa en la televisión del bar, muy por encima de las expectativas de medalla de las que ya hemos escrito aquí, de vivir una nueva era dorada o no, está en el punto de mira de las reformas de World Athletics, el órgano de gobierno del atletismo mundial que de toda la vida se llamó Federación Internacional. Las reformas han suprimido la distancia de 50 kilómetros, lo que es una herejía de dimensiones globales, y de la que responderán sus ejecutores ante las crónicas de la Historia del deporte.

Si usted ha llegado hasta este texto desconociendo dicha Historia, decirle que ya hubo un Campeonato de España de 50 km marcha en 1922, en Barcelona. Unos años antes, entre 1880 y 1990, las competiciones de marcha atlética podían ser perfectamente el deporte con más público en las grandes ciudades como Londres o Nueva York. Había pabellones abarrotados de espectadores viendo a los antiguos predecesores de nuestros Álvaro Martín o María Pérez en competiciones de doce y veinticuatro horas así como las pruebas de Seis Días que luego saltaron al ciclismo de velódromo.

¿Entonces?

Pues entonces nada. Ya no hay marchadores de largo aliento en los Juegos Olímpicos. Lo más parecido a los flâneurs baudelaurianos, esos enérgicos paseantes urbanos que atravesaban durante horas las avenidas, esos pedestrians anglosajones que apostaban sobre recorridos de mil kilómetros, son dos pruebas en el calendario: la distancia larga se queda en 20 km y, luego, equipos de relevos mixtos que completan la distancia de maratón, demostrando que a algunos dirigentes se la pela el relato histórico de su propio deporte y mezclan churras con merinas.

Sobre un circuito de dos kilómetros los atletas irán y volverán a una velocidad endemoniada, superior a los dieciséis kilómetros por hora (prueben), y arriesgarán a marchar con una técnica al límite de la amonestación, hecho que en la distancia de 50 quedaba mitigado por la fatiga natural que supone exprimirse en un deporte de fondo. Comentar, de paso, que los propios sufridores, la familia marchadora, ven como un proceso que pone esta especialidad deportiva en riesgo de desaparición. Tiren de hemeroteca y lo comprobarán.

Por supuesto, con medallas olímpicas o no, la prensa volverá a titular eso de A España le va la marcha. Sí: es algo que demostramos a diario desde el siglo XVI.

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