Perfiles

Horst Hrubesch, cuando Alemania no quería «un obrero de la construcción» de delantero (y les dio la Eurocopa)

Es noticia
Horst Hrubesch con "Hotti", una cría de león del Stukenbrok Safari Park, de la que era padrino(Foto: Cordon Press)
Horst Hrubesch con «Hotti», una cría de león del Stukenbrok Safari Park, de la que era padrino(Foto: Cordon Press)

La Federación Alemana nombró hace meses a Horst Hrubesch entrenador de la selección alemana femenina de fútbol en sustitución de Martina Voss-Tecklenburg. Estaba en juego la clasificación para los Juegos Olímpicos, que finalmente se ha conseguido y las germanas estarán en el grupo B, donde se enfrentarán a Estados Unidos, Zambia y Australia.

Hrubesch procede de la zona de la cuenca del Ruhr, de la cultura minera, tiene un lenguaje directo, un trato sin rodeos, pero cordial. Además, es una leyenda del fútbol alemán, campeón de la Eurocopa de 1980, trofeo del que fue protagonista, y campeón de Europa con el Hamburgo en 1983. Pero grandes jugadores hay muchos, no es extraordinario que haya futbolistas que destaquen y que luego sean buenos entrenadores. Lo que hay menos son trabajadores que sean capaces de compaginar sus curros con el fútbol.

En el caso de Hrubesch no hablamos de una carrera universitaria, sino de albañilería. Lo fue hasta que cumplió nada menos que 24 años. Tenía que mantener a su familia y era capaz de alternar entrenamientos con andamios y días de partido de tal manera que logró destacar lo suficiente como para, a una edad tan avanzada, finchar por la elite.

Vinicius Junior es dos veces campeón de Europa con 23 años y suena para el balón de oro, de esos Messi con 24 años ya tenía tres. Hrubesch, sin embargo, a esa edad reparaba los tejados de Hamm, una ciudad de 170.000 habitantes en Renania del Norte-Westfalia. Mientras, jugaba en el SC Westtünnen, de cuarta, deporte que alternaba con el balonmano. Metía tantos goles que el Rot-Weiss Essen se fijó en él y apostó por subirlo a la Bundesliga.

Horst Hrubesch con la selección alemana en 1982 (Foto: Cordon Press)
Horst Hrubesch con la selección alemana en 1982 (Foto: Cordon Press)

 

El club descendió en su segundo año. A Hrubesch le salieron varias novias, pero se sentía en deuda con el equipo que le había llevado a la elite cuando era un mero trabajador que se entretenía peloteando y decidió quedarse en segunda. Ahí hizo el récord de goles de la categoría. 41 de 82 que metió su equipo.

Varios equipos de primera quisieron ficharlo, pero el Rot-Weiss Essen tenía que jugar los playoff. Llegó a un acuerdo con el Eintrach de Frankfurt, pero con una condición, que no se anunciara hasta que no jugase el playoff. Era una exigencia sencilla, pero no se respetó, y Hrubesch no lo dudó, rompió el contrato que ya tenían firmado. Eso es lo que le hizo recalar en el Hamburgo con la animosidad de toda la prensa, que creían que no podía tener el nivel viniendo de donde venía y siendo lo que era.

La llegada a la elite de un trabajador manual no fue fácil. Sufrió problemas de sobrepeso para los estándares del fútbol profesional, pero venía de meter 80 goles en 83 partidos. Y esa es la gran verdad incontestable del fútbol y nadie se paró a pensar si se los merecía o si había otro con más expected goals que él. El Hamburgo lo puso al lado de Kevin Keegan. De la obra a la elite al lado del mejor. Pocos habrán recorrido un periplo semejante en tan poco tiempo.

Había nacido en una casa diminuta, en una ciudad arrasada por las bombas, el 60% había quedado destruida. Sus padres se ganaron la vida como taberneros, él, de niño, como pescador. Cogía renacuajos y los vendía por cinco peniques cada uno. La vena del fútbol también le dio pronto, tenía 5 años cuando se enamoró del balón y ya se situó como delantero.

Sin embargo, su padre comenzó a beber y eso complicó la situación financiera de toda la familia. Horst empezó a colaborar con la familia echando una mano en la taberna y yendo a los campos a recoger patatas que se habían quedado sin recolectar en la cosecha, pero todo acabó estallando.

Horst Hrubesch (Foto: Cordon Press)
Horst Hrubesch (Foto: Cordon Press)

Cuando su padre desapareció, Horst se tuvo que encargar de su madre. Lo hizo desde que tenía 13 años. Pasó a hacer todos los duros trabajos del hombre de la casa, como subir y bajar el carbón del sótano, y también pasó a ser el respaldo emocional de la mujer, que se hundía y lloraba con frecuencia desde que se había quedado sola. Los hijos nunca entendieron por qué les abandonó su padre ni él quiso darles ninguna explicación, en 1980 murió sin intentar ningún tipo de contacto.

Así, el deporte fue la válvula de escape de Horst. No iba a misa para jugar al fútbol, lo que le causó problemas con su madre. Estaba tan metido que se quedaba horas después del entrenamiento practicando remates de cabeza, el lance por el que luego sería más famoso. También era bueno lanzando faltas, sus amigos recuerdan que un día rompió el larguero. Pocos querían ponerse en la barrera cuando cogía el balón para tirar una. Y encima añadió en su agenda el balonmano en el Eisenbahner Sportverein Hamm y se apuntó al club de tiro.

En cuanto a los trabajos, primero empezó construyendo vías de tren, colocándolas en el trazado. Le pareció demasiado monótono y en cuanto pudo se pasó a arreglar tejados. Con el dinero pudo ayudar a su madre en lo que ella se dejaba, porque mientras tenía subsidios del Estado se negaba a que su hijo le diera dinero. Lo que sí era bien recibido eran lasmonedas que le daba a sus hermanas para que le limpiaran las botas de fútbol.

La primera vez que quisieron ficharlo, para el DJK Gütersloh, en una división más alta, no aceptó la oferta. Le pagaban 400 marcos brutos al mes y, como techador, se estaba levantando 2.000. Prefería seguir así, en categorías más bajas. Ahorraba todo lo que podía, ni siquiera se sacó el carné de conducir, iba primero en bicicleta y luego en una moto Puch.

Cuando por fin dio el salto al Hammer Spielvereinigung, tuvo una grave lesión por la que casi se retira. Logró recuperarse y marcar 17 goles en la segunda parte de la temporada, pero el club no quiso pagarle lo acordado por haber jugado solo medio campeonato. Además, quisieron prohibirle el balonmano, donde también destacaba. De hecho, ahí le pasó lo mismo. Le fichó el Borussia Höchsten, con 15.000 marcos de prima de fichaje, pero los devolvió en cuanto intentaron prohibirle jugar al fútbol.

Horst Hrubesch con la prole (Foto: Cordon Press)
Horst Hrubesch con la prole (Foto: Cordon Press)

En la 72/73 fichó por el citado SC Westtünnen, de la Kreisliga A. Nada más empezar, se enfrentó a sus ex compañeros del SgVgg y dio una consigna clara: todo balones altos al área. Fue como Terminator. Ganaron 5-0 y él metió los cinco. Tenía un hambre de gol insaciable, salía al campo pensando en hacer el primero y el segundo y, si acaso, ya dejaba el tercero para los demás.

Ese año metió más de cien goles, aunque solo quedaron segundos. La plantilla se renovó en la siguiente temporada con chavales jóvenes, entre ellos el hermano pequeño de nuestro protagonista, y tuvieron dos ascensos seguidos. Tras un gol de cabeza brutal contra el Wuppertaler SV, Jörg Hüls del diario Bild le puso el apodo de Kopfballungeheuer, (el Monstruo cabeceador). Detalle que no gustó a su madre, que cuando iba a comprar la llamaban «la señora Monstruo».

El 1 de enero de 1974 hizo la mili. Quince meses en el Batallón de Transmisiones 7 de Lippstadt-Lipperbruch. En las maniobras, se dedicaba a cargar con un tambor de cable de cincuenta kilos. Un buen entrenamiento para una mole como él. A su regreso, se había corrido la voz y le pretendió Otto Knefler para el Borussia Dortmund, pero no le dejaron fichar a un amateur. El gato al agua se lo llevó el Rot-Weiss, que le ofreció un contrato de 1800 marcos mensuales. Era la mitad de lo que ganaba como techador y futbolista amateur, pero decidió arriesgarse con tal de ser profesional.

Los entrenamientos eran en un campo de ceniza negra. «Las botas y los balones se rompían, pero no era nada grave», recuerda. Aun así, lograron ascender a la Bundesliga en la 73/74. En un amistoso de preparación, Horst iba como un cohete, marcó nueve goles, pero eso no le libró de una bronca tremenda con su entrenador, el yugoslavo, Ivica Horvat, por fumar delante de él. Seguía siendo un niño grande.

Cuando por fin debutó en la Bundesliga, delante de 14.000 espectadores un 9 de agosto de 1975, no pudo evitar vomitar delante de todo el mundo. Un cuarto de hora después, marcó el primer gol de su equipo e hizo la voltereta que diez años después inmortalizaría Hugo Sánchez. En el 42 hizo el segundo. En nueve partidos, llevaba diez goles.

Hambuirgo, campeones en 1983 (Foto: Cordon Press)

La prensa, sin embargo, no lo vio igual, le criticaron que solo marcara de cabeza. Decían que eso era porque no sabía jugar con los pies. Quizá por eso, como había tenido que abandonar el balonmano, se puso a jugar fútbol-sala a escondidas los días libres.

En la 75/76 explotó definitivamente. El equipo logró la permanencia sin apuros. Al año siguiente, ocurrió todo lo contrario, el equipo rebotó y quedó último, con Horst lesionado durante cinco partidos. No le faltaron ofertas, pero como se ha explicado, decidió seguir en el equipo que le había dado la oportunidad de ser profesional. Se lo debía.

Y lo que se encontró fue con el peor recuerdo de toda su carrera. Estaban para ascender, penalti a favor contra el Nuremberg, nadie quería tirarlo, se adelantó y se marcó un Djukic. El portero, Manfred Müller, que era precisamente el del Wuppertaler SV al que marcó el gol de cabeza por el que le cayó el apodo de Monstruo Cabeceador, le cedió el lado derecho de la portería, picó y entre el guardameta y el palo el balón no entró. Fue un drama. Y como ya se sabía que Horst tenía contrato con el Hamburgo, la situación fue peor.

El Hambugo no atravesaba una buena época antes de su llegada. Había un cisma en el vestuario y a Kevin Keegan ni siquiera le hablaban los demás jugadores. Cuando se hizo cargo de la gestión Günter Netzer, que había jugado tres años en el Real Madrid y se acababa de retirar, las cosas cambiaron. Echó a los líderes del vestuario y repuso solo con jugadores de segunda división. Entre ellos, Horst Hrubesch.

En el banquillo se sentó Branko Zebec, ex del Bayern, un auténtico dictador. Les hizo la pretemporada en Marsella, a más de treinta grados, y les prohibió beber agua. Además, consideraba que Horst no estaba en su peso ideal y no descansó hasta dejarlo en 84 kilos. Estaba tan agotado que el médico del equipo le pasaba comida por las noches en la habitación del hotel del concentración. Tampoco le gustó que solo se dedicara a rematar de cabeza y le dijo que le iba a enseñar a jugar al fútbol y se dedicó intensamente a trabajar solo con él en cada entrenamiento.

Horst Hrubesch en la concentración en Madrid para el Mundial 82 (Foto: Cordon Press)
Horst Hrubesch en la concentración en Madrid para el Mundial 82 (Foto: Cordon Press)

Medio enfermo por esos entrenamientos –comía yogures a escondidas para no morir antes de las sesiones- empezó como suplente y la prensa le empezó a criticar. Había costado demasiado para lo que se estaba viendo. Aparte del agotamiento, le empezó a dar un bajón anímico, pero Zebec tuvo que explicarle que tal y como estaba jugando era perfecto, que Keegan se hinchaba a marcar goles porque él estaba fijando a los centrales.

Pronto esos goles empezaron a repartírselos entre los dos y el equipo llegó a estar segundo en la tabla. No hacían un fútbol vistoso, pero iban pasados de fuerza y voluntad. Eran pura escuela yugoslava, aunque tuvieron que enfrentarse a un penúltimo contratiempo con su entrenador: era alcohólico. Cuando su mujer estaba en Croacia y él solo en casa, se pasaba el día bebiendo. Luego se ponía unas gafas de sol y daba sus instrucciones sin piedad.

La plantilla se preguntaba si era consciente de las cargas de entrenamiento a las que les sometía con su estado de embriaguez, pero como ganaban, lo aceptaron pese al desgaste físico. A veces los jugadores le veían dando tumbos por la calle, pero no se atrevían a decirle nada porque se supone que nadie sabía nada de su problema y era mejor que Zebec conservara esa ilusión. Aparte, ganaron la liga.

El equipo de picapedreros de segunda montado alrededor de Keegan con un entrenador alcoholizado había dado sus frutos. Ahora solo había que repetir la jugada. Para los siguientes fichajes participó Horst con sus sugerencias. Y el equipo esta vez hizo la pretemporada en unas montañas de Corea del Sur. Zebec les hacía subirlas y bajarlas. Fue, según recuerdan, la peor experiencia de sus vidas.

No obstante, Horst ya estaba plenamente integrado en Hamburgo. Hasta el punto de que el hombre que le vendió su coche un día le preguntó cómo podía poner los azulejos en el sótano y el jugador, uno de los mejores delanteros de Europa en ese momento, le dijo: «ya te lo hago yo». Y así fue. El hombre, un modesto vendedor de coches, no se lo podía creer. También le pasó lo mismo al médico del equipo, Ulli Mann, que Horst le arregló el techo de su garaje.

Horst Hrubeschen un uno contra uno ante Walter Junghans, del Bayern (Foto: Cordon Press)
Horst Hrubeschen un uno contra uno ante Walter Junghans, del Bayern (Foto: Cordon Press)

Siguieron fuertes ese año. Tras la primera vuelta, solo estaban a un punto del Bayern. Los entrenamientos de invierno fueron en la nieve. Zebec siguió siendo especialmente cruel, pero todos creían en él porque les estaba dando resultado. En la Copa de Europa se pulieron al Valur Reykjavik, al Dinamo Tbilisi y al Hajduk Split sin grandes problemas. En semifinales esperaba el Real Madrid.

El equipo de Stielike y Vicente del Bosque era un rival temido como pocos, no quedaban muy atrás sus seis Copas de Europa. El partido de ida en el Bernabeu fue recordado por el juego duro de los blancos, al borde del reglamento de los 70 –lo que hoy sería considerado violencia criminal- y perdieron por 2-0. En la vuelta en Alemania, dio comienzo una pesadilla recurrente del Madrid.

Ante 61.000 personas en el Volksparkstadion, a los diez minutos ya se había igualado el marcador un tanto de Kaltz y un gol de Horst Hrubesch. El Madrid acortó distancias a la media hora con Cunningham, lo que complicaba la situación por el valor doble de los goles. Pero no hubo problema, Kaltz volvió a marcar en el 37 de penalti y Horst lo haría de nuevo en el 90. Total: 5-1 y Del Bosque expulsado en el 84.

Antes de la final, nuestro protagonista traía molestias por una patada en el tobillo contra el Leverkusen. En Madrid, donde se disputó, Zebec le hizo salir del hotel. En un jardín, le hizo correr y saltar. Luego le hizo esprintar hacia él y, cuando estuvo a su altura, el entrenador le pisó el tobillo. Sin mediar palabra, le dijo «vuelve a hacerlo». Horst cogió carrerilla, volvió a correr hacia él y su entrenador volvió a meterle un viaje en el tobillo. Ese ya le dolió más y Zebec sentenció: «te quedas en el banquillo, he visto que te dolía».

El rival era el Nottingham Forest, que venía de ser campeón el año anterior derrotando en la final al Malmö FF. El delantero centro iba a ser Keegan, pero no era lo mismo, a él se le daba mejor llegar desde atrás. Los ingleses se adelantaron y, para cuando salió Horst, ya era demasiado tarde. La única ocasión que tuvo la paró Peter Shilton. Todo el mundo coincidió en que Zebec se equivocó con la alineación. Para colmo, perdieron también la liga.

 Horst Hrubesch con la Eurocopa de 1980 (Foto: Cordon Press)
Horst Hrubesch con la Eurocopa de 1980 (Foto: Cordon Press)

No hubo tiempo para lamentarse, once días después del último partido de liga debutaron en la Eurocopa de Italia. Hasta entonces, el seleccionador Jupp Derwall había preferido al delantero centro del Shalke 04, Klaus Fischer, antes que a Horst Hrubesch. Era mejor técnicamente y más ágil, pero se había roto la pierna y Horst, con 29 años, era el delantero centro titular de la selección alemana desde los amistosos preparatorios de primavera. Sin embargo, en el primer partido del torneo, contra Checoslovaquia, salieron arriba Allofs y Rummenigge, que hizo el gol de la victoria ante una defensa muy cerrada en un partido plomizo por el juego y el calor.

Tres días después, había que ganar a Países Bajos, la gran rival en el grupo. Esta vez Derwall decidió salir con todo y alineó a Schuster y Horst. A los holandeses les cayó encima una verdadera blitzkrieg. El 1-0 de Allofs llegó después de dos ocasiones claras de Horst y un tiro al palo de Schuster.

Mientras tanto, las ocasiones en contra se chocaban contra el muro de Toni Schuhmacher. En la segunda parte, hubo una exhibición de Schuster que asistió por dos veces a Allofs para que hiciera el 2-0 y el 3-0. Una gamba de un chaval que estaba empezando, Lothar Matthäus, supuso un penalti en contra para acortar distancias, que con otro gol de Willy van de Kerkhof fue el 3-2, pero no hubo más.

En los días de descanso, Horst cree que tuvo una revelación. Ya habían intentado ir a ver la basílica de San Pedro, pero no les dejaron entrar por la ropa ligera que llevaban sus mujeres. Otra vez lo intentaron y justo estaba Juan Pablo II dándose un baño de masas. Horst cree que hizo contacto visual con él y que el Pontífice le hizo el signo de la victoria. Un periodista que iba con él, Gerd Krall, le dijo: «Horst, el Papa te ha dicho que vas a meter dos goles».

Les tocaba jugar contra Grecia el último partido del grupo y fue un soporífero 0-0. Horst le dijo al periodista «el viejo mentía, lo de los dos goles no era cierto». Pero Alemania estaba clasificada, no había semis, y en la final esperaba Bélgica. Era un partidazo, los germanos llevaban 18 partidos sin perder y los belgas, 15. La prensa alemana, en cambio, no entendía que Horst pudiese ser titular. Se preguntaba cómo podía el seleccionador confiar en «un obrero de la construcción».

Derwall repitió la alineación de Países Bajos. Volvía a ir con todo. De nuevo Schuster hizo diabluras, pero esta vez le asistió a Horst para hacer el 1-0. Era su primer gol como internacional y su quinto partido con Alemania. En la segunda parte, los belgas empataron de penati, tras una falta por detrás de Stielike a René Vandereycken.

Horst Hrubesch campeón de Europa de clubes con el Hamburgo (Foto: Cordon Press)
Horst Hrubesch campeón de Europa de clubes con el Hamburgo (Foto: Cordon Press)

Todo indicaba que se iban a ir a la prórroga, cuando, en un córner lanzado por Rummenigge, el Monstruo Cabeceador hizo honor a su mote y metió el 2-1. Se había convertido en el héroe de Alemania vistiendo la camiseta de la selección, cuando hacía muy poco tiempo atrás no se quitaba el mono azul de trabajo. «Todavía no sé exactamente lo que sentí», recordaba el jugador recientemente.

Cuando iban a recoger el trofeo, Gerd Krall le gritaba: «¡el viejo no mentía!». Como gran estrella del día, tuvo que ir a la rueda de prensa y, con tanto jaleo, llegó tarde al vestuario. Ya no estaba su ropa ahí y habían cerrado el estadio. Aunque resulte difícil de creer, tuvo que saltar la valla hacia fuera en chancletas y fue la policía la que los llevó al hotel. Ahí ya siguió una fiesta hasta las seis de la mañana. Era el héroe de Roma para siempre.

Su madre, en cambio, no lo llevó bien. Seguía trabajando, limpiaba las escaleras del ayuntamiento. Después de levantar la Eurocopa, llamó a su madre y le preguntó si lo había visto. Ella le contestó con un «sí» lacónico. No le gustaba ser el centro de atención de nada, tampoco estaba acostumbrada a que un hijo suyo lo fuera.

Al día siguiente, cuando volvió al tajo, un funcionario le dijo: «Tú hijo es campeón de Europa y tú estás limpiando escaleras?» A la mujer esas palabras se le clavaron en el pecho. Cuando su superior vio que estaba humillando a la mujer, le llamó al orden: «¿Cómo le puede decir algo así? ¿A usted le parecería normal que le mantuvieran sus hijos?». Mentalidad alemana de entonces.

Dos años después, perdería la final de la Copa del Mundo ante Italia.  Horst  salió en el 62, pero no logró igualar la situación tras un gran gol de Paolo Rossi. Pero la venganza llegaría en el 83 con el Hamburgo, cuando se proclamó campeón de Europa derrotando a la Juventus de Dino Zoff, Claudio Gentile, Michel Platini, Marco Tardelli y el mismo Rossi, entrenados por Giovanni Trapattoni, que se dice pronto. Esta vez ya no estaba Branko Zebec. En un partido de liga en Bochum, estaba tan borracho que se cayó del banquillo. El escándalo fue tal que su asistente Aleksandar Ristic tuvo que asumir el cargo.

Tras la Eurocopa del 80, Horst Hrubesch con la Bota de Bronce al segundo mejor goleador, Bernd Schuster con el Balón de Bronce, Klaus Allofs con la Bota de Oro al mejor goleador y Karl Heinz Rummenigge con el Balón de Oro al mejor jugador (Foto: Cordon Press)
Tras la Eurocopa del 80, Horst Hrubesch con la Bota de Bronce al segundo mejor goleador, Bernd Schuster con el Balón de Bronce, Klaus Allofs con la Bota de Oro al mejor goleador y Karl Heinz Rummenigge con el Balón de Oro al mejor jugador (Foto: Cordon Press)

 

Horst luego hizo caja jugando dos temporadas en el Standard de Lieja belga y acabó su carrera en el Borussia Dortmund. En 357 partidos como profesional, marcó 234 goles. Con esos números y esos títulos, además de con lo que se dijo de él en la prensa, podría haberse vengado de todos sus enemigos, pero nunca lo hizo. Dijo: «nunca pude permitirme el lujo de ser arrogante, siempre tuve que esforzarme por lograr todo esto». Aunque su frase más recordada es en agradecimiento a las decenas de asistencias que le dio Manfred Kaltz, en referencia al efecto que tomaban sus pases desde la banda, comentó: «Manny plátano, yo cabezazo: gol».

Se hizo entrenador inmediatamente tras una lesión en 1986 que le retiró del fútbol. En el banquillo, sus mayores logros han sido con las categorías formativas de la selección. En 2008 se llevó la Eurocopa sub-19 y en 2009, la sub-21. Podría haber optado por los clubes, en el Hamburgo fue director de la cantera e interino en 2021, pero dio el paso a entrenar en fútbol femenino. Ahí es el gran técnico de la selección. En 2016 consiguió la plata en Río de Janeiro. A ver qué se trae de París, donde es una de las favoritas, con permiso de España.

3 Comentarios

  1. Cojonudo el artículo. Hrubesch fue una esperanza para los jóvenes aspirantes a delanteros que solo contaban con una envergadura de jugador de baloncesto.

  2. Yo leo y pienso «Qué interesante! Qué buen trabajo que hacen como siempre en JotDown!». Luego contrasras datos y ves errores inexplicables… Ejemplo: en la 75/76 el equipo no llegó segundo ni en liga (quedó octavo, el Bayern tercero, ganó el Gladback) no en copa (donde salió en primera ronda, en Agosto).

    • Álvaro Corazón Rural

      Tienes toda la razón MC, el que cae contra el Hamburgo es el Bayern, me imagino qeu por ahí se me ha debido ir la traducción. Ya lo siento.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*