Arbitraje

¿Hasta cuándo los VAR wokes?

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Un partido dura 90 minutos y comprende sucesivos coitus interruptus por el VAR (Foto: Cordon Press)
Un partido dura 90 minutos y comprende sucesivos coitus interruptus (Foto: Cordon Press)

El gol del RasenBallsport Leipzig tenía que anularse. La explicación estaba más clara que en cientos de penaltis pitados o no que tienen relación con ese misterio teológico de las manos. Sin embargo, podemos hacernos la misma pregunta como aficionados al fútbol mirándonos al espejo ¿Tenía que anularse?

Esto empieza a parecer la diferencia entre la verdad judicial y la verdad periodística. Por una parte, el aficionado sabe lo que es justo y lo que es injusto en un terreno de juego y, por otro lado, va el reglamento profesional que se rige por otros criterios.

Quizá no sea una cuestión de criterios, sino de lupas. La piel de tu pareja puede ser tersa y suave, pero si le aplicas el microscopio te puede dar náuseas, y si el microscopio es electrónico, vas a ver unas criaturas espeluznantes, igual sales con un trauma y no vuelves a tocarla nunca más. Al fútbol le pasa lo mismo, la lupa le sienta regular.

Las pruebas son palmarias. Esas sí que no admiten discusión. Apliquémosle el VAR a una familia que esté viendo un partido. El gol es algo que se canta en dos fases. La primera es el grito de los muditos. Ves que el balón ha tocado la red y te alegras, pero porque podría ser gol, no porque lo sea.

A continuación la vista se va al jugador ¿sigue contento? ¿Sigue celebrando? ¿Y los de alrededor? El primer plano del entrenador ¡rápido! ¿Tiene los puños levantados? Entonces sí, sube la emoción y tu cerebro, como treinta o cuarenta segundos después, asimila la información de que es bastante probable que haya sido gol.

Ya no tienes adrenalina para celebrar nada, ni para gritar por la ventana, ni para saltar o hacerle el amor a un cojín de forma ostentosa delante de tu abuela porque ha marcado tu equipo. A lo sumo, mandas un wasap o un tuit, pero con precaución. Más comedido que el departamento de prensa del Vaticano anuncias una posible alegría por un probable gol, lo cual, sigue el condicional, reuniría las condiciones necesarias para ser feliz estúpida y efímeramente como tradicionalmente se ha sentido uno con un gol.

En esa situación provisional, cuando los jugadores vuelven a su campo para que se saque de centro, cuando ya no te vas a alegrar mucho, pero al menos bien está que haya un gol a tu favor, para eso estás perdiendo dos horas, para eso pagas el contenido de una plataforma, de repente, lo de siempre. Primer plano del árbitro. Hay que esperar. A ver qué dice el VAR.

Para los estudiantes de español como lengua extranjera está muy bien la construcción que repiten sistemáticamente los locutores en estos casos: «Podría haber habido». Y entonces, como en los prolegómenos de una película pornográfica (de las antiguas) empiezan a mostrarse roces, incluso caricias… De hecho, a veces son caricias literales que se pueden interpretar como agresión.

El gol lo habías visto clarísimo, estabas a punto de si no gritar, al menos dejar correr la dopamina por la sangre mientras se reanudaba el partido, pero hay un plano que te ha llenado de dudas. Contacto existe. Sí que lo toca, sí. Y ahora todos a merced de lo que diga el VAR, que tiene la costumbre de mostrarse muy woke con estas cosas.

Todos conocemos la peor versión de lo woke. Una mirada es un insulto; un peinado, una agresión, una palabra, un holocausto. No es ningún secreto que con la coartada de nobles propósitos como la lucha contra el racismo y la igualdad ha habido muchos trepas y gente que quiere simplemente causar daño apuntándose a discursos que, con lupa, encuentran muerte y destrucción en lo cotidiano.

Roces, toques, hombros, milímetros en los fuera de juego… ser, son infracción. Ahora, lo que hay que ver es si ese rigor beneficia al juego. Quizá el reglamento debería introducir algo de flexibilidad para que el fútbol fluya un poco y las alegrías puedan llegar a buen término con cierta frecuencia, si no es mucho pedir que haya algo de alegría en un juego, en un espectáculo.

La descarga de dopamina de un gol, ese estallido de alegría súbito, era lo que merecía la pena del fútbol. Hay un dicho latino muy apropiado para esta situación: summum ius summa uniuria. Sumo derecho, suma injusticia o a mayor justicia, mayor daño. Es decir, aplicar la ley con exceso de celo también es injusto. El problema es que déjale un margen de interpretación a un colegiado y ya sabemos lo que va a pasar. Aunque eso… con el VAR también está pasando.

2 Comentarios

  1. Brutal el acierto del autor describiendo la degeneración del fútbol con algo que tendría que haberlo mejorado. Sin zarandajas ni repelencias, directo y al grano. ¡Bravo…!

  2. Pingback: No es la piratería, Tebas, es el aburrimiento

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