Atletismo

Cien años de Hakone Ekiden, un deporte perfecto para Japón, moderno pero a la vez tradicional

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Hakone Ekiden 2015 (Foto: Cordon press)

Es la mañana de un dos de enero y ciento veintiséis millones de japoneses están haciendo sus cosas de día festivo. De fondo, ametrallando las palabras, aúlla un equipo de comentaristas de televisión henchido de emociones desde la hora del desayuno. En la pantalla están retransmitiendo atletismo en ruta, un deporte más bien lineal y, si ustedes quieren, soso. En la pantalla de la NK1, los laterales son un potaje de caracteres, códigos de colores, infografías en definitiva que parecen sacadas de una serie de anime y corredores que pugnan y aprietan los dientes.

Según ratificarán las audiencias en unos días, en este momento uno de cada tres espectadores nipones ―¡uno de cada tres!― está viendo, oyendo o pasando por delante del aparato para seguir una emocionante carrera que se celebra cada año desde 1920.

¿Es un maratón o algo? No. Se trata de la edición 100 de la Hakone Ekiden. Esta prueba se celebra por el sistema de relevos. A lo largo de unos 108 kilómetros repartidos en cinco etapas, los atletas van desde el centro de Tokio hasta el lago Hakone, camino del Monte Fuji, y regresan al día siguiente. Es un evento restringido a atletas universitarios, varones y no profesionales.

¿Qué tiene de especial esta antigualla para, literalmente, paralizar el país durante los días 2 y 3 de enero? Es más, ¿por qué gritan tanto los comentaristas?.

Todo tiene algo que ver con una pasión desmedida por los ídolos juveniles y también con esos principios sociales heredados del sintoismo, religión oficial del comienzo del siglo XX en el país del Sol Naciente. Sobra comentar lo primero aunque luego volveremos al asunto. Sobre lo segundo, el sintoísmo predicaba el trabajo en equipo, la colaboración, la paciencia, la diligencia y la perseverancia.

La prueba, en 1960 (Foto: Cordon Press)

Buena parte de culpa es del arranque de los 1900. Fueron años de una apertura económica y social de Japón a la velocidad del rayo: la era Meiji había roto en 1868 con el viejo imperio. El nuevo emperador quiere abrir a Japón hacia la modernidad y traslada la capital de Kioto a Tokio. No les ha ido nada mal en la Iª Guerra Mundial y el país acelera. Subidos a una nube de algodón patriótico, en 1918 y para conmemorar el 50º aniversario de la nueva capital imperial, organizan el primer evento del estilo. Unirá mediante relevos los quinientos kilómetros largos que hay entre ambas ciudades. Se celebraría corriendo a lo largo de las 53 estaciones de postas de la Tōkaidō, la Ruta del Este de los sistemas de correos medievales a pie: los Gokaidō.

Aquello resulta un éxito tremendo. La apasionada acogida de la población japonesa encendió la bombilla en la cabeza del poeta Zenmaro Toki, quien bautizó aquellas pruebas como Ekiden (la transmisión). Y un antiguo maratoniano de nombre Shizo Kanakuri, que había participado sin mucha suerte en los Juegos de Estocolmo 1912, llegó a pensar que la mezcla entre las carreras de relevos y la educación universitaria podía fraguar entre el ambiente atlético.

En aquel momento el joven estado japonés estaba desarrollando el deporte como medio de atender a una población muy joven, llena de estudiantes de toda edad. Así que, tras convencer a las autoridades, aunque reducido a las universidades del distrito de Kanto (región de Tokio, para entendernos), se organizó una carrera de varias etapas de unos veinte kilómetros, que unen simbólicamente el centro de la nueva capital imperial con el monte que todo lo simboliza: el Fuji. Es decir, ir y regresar recorriendo el Tōkaidō en sus diez primeras etapas, hasta Hakone-juku, el collado que mira a la cumbre nevada del monte sagrado de Japón.

Hakone Ekiden 2015 (Foto: Cordon press)

Es innecesario afirmar que Kanakuri, efectivamente, sacó a toda la gente posible a animar desde las aceras en aquella prístina edición de 1920. La industrialización del país, que había aprovechado la situación de guerra en Europa, estaba haciendo posible la modernización. Las ciudades de la región de Kanto, Tokio, Kawasaki o Yokohama, crecían a lo largo de las viejas rutas de comunicación. El deporte moderno, fomentado desde el gobierno imperial, desperezaba al ciudadano japonés en el momento justo. Hay un consenso académico en que, incrustados en ese marco social, los Ekiden encarnaban a la perfección los ingredientes del nuevo estado nipón: el atletismo era un deporte moderno pero, a la vez, tradicional.

Correr hasta reventar se desviste del mito de la soledad del corredor de fondo y se une a una estrategia logístico-militar. Al corredor que enfocan en pantalla le aprieta su equipo en las zonas de intercambio del relevo. Tiene sus datos en el reloj con pulsómetro. Delante y detrás van otros mensajeros-soldado. Al atleta le vigila desde lo inmaterial el espíritu de su equipo. Décadas, siglos de tradición, recayendo sobre sus hombros.

Hakone Ekiden, 1943

Espera otro relevista y los comentaristas se asombran, se emocionan y aprietan en ese idioma que es fonéticamente una locura. Visto desde nuestra perspectiva de europeos resabiados, es verdad que esto de unir el esfuerzo individual con el trabajo en equipo suena a frase para póster en la oficina. Pero quien prueba un ekiden (se celebran carreras por todo el mundo), repite. Según sus ideólogos, este tipo de prueba atlética es bastante más que una carrera: es un modo de entender el deporte en colegios, empresas o universidades. Quizá en el extremo oriente interioricen más la colaboración.

Vivir con ello en la vida real puede ser un poco diferente. Dependiendo a quién preguntes en Japón hoy día, te contará una u otra historia de amor u odio respecto de las carreritas de las narices. Vaya un ejemplo por delante: en los colegios japoneses se celebra el llamado marason, que es poco más que esa carrera que organiza en el patio el profesor de educación física. Para los padres y el personal docente no pasará de una festiva carrera corta al año pero, de manera subrepticia, es otro de esos test de tensión competitiva.

Con tres copas te reconocerán que está genial verlo en televisión pero que muchos odiaron esas carreras del colegio. Echemos la culpa si lo deseamos al sintoismo; éste potenciaba los valores de las artes marciales. Correr es hoy una garantía de vida saludable pero el alumno japonés vive desde hace décadas empantanado en un clima que aborrece el fracaso y prima el valor del honor.

Lo curioso es que, al mismo tiempo de sufrir un día horrendo por la frustración de que tu familia te vea llegar el lugar setenta o el ochenta en la carrera del colegio, todo se torna en armonía primaveral cuando se celebran los undōkai, las jornadas del deporte en equipo. Ese día los niños y los adultos disfrutan en feliz rebaño, multiplicando por cien la idea coral de la sociedad japonesa. Y luego decimos que nuestra herencia judeocristiana es compleja.

Las imágenes de la televisión ofrecen una avenida cualquiera, plagada de espectadores que chillan, con sus globitos, cintas verticales donde se exponen los ánimos a las universidades con más seguidores, Komazawa, Chuo, Aoyama Gakuin, Toyo o Juntendo. Desde que los primeros espadas salen del centro de Tokio y se encaminan por la autovía 15, la Dai-Ichi Keihin, el paisaje es un continuo urbano, costa, industria y cruces, muchos cruces. Alrededor de los veinte corredores participantes van decenas de motos de policía, televisión, unas veces ocupando carriles delimitados por conos y otras la calzada completa.

Shizo Kanakuri

Algo hay de clónico en los cortes de pelo, las camisetas de tirantes y quizá guantes o manguitos, según haya amanecido el día de enero de pelón. El sol da en los ojos apretados de una veintena de atletas prácticamente iguales. En el Hakone un espectador que esté acostumbrado a ver maratones en televisión echa de menos al contingente africano. Es cierto. En el circuito japonés de carreras de fondo hay un pequeño grupo de extranjeros, en su mayoría kenianos, que compiten en los equipos profesionales de las empresas más punteras (que también tienen su propio circuito de Ekiden profesional). Pero las barreras idiomáticas y culturales hacen que los equipos universitarios sean un coto bastante cerrado a la sociedad japonesa.

¿Pero no juega esto en contra de la calidad que pueden alcanzar las carreras de ruta en Japón? Hablemos un momento del concepto de densidad.

Si usted ha seguido en televisión o desde la acera una prueba de asfalto en su país, habrá notado que, pasado el primer grupo de favoritos, hay un adelgazamiento en el número de perseguidores. Incluso pasan segundos de vacío absoluto. Descartado el triunfo individual, muchos primeros espadas buscan otra carrera. Pero en el Ekiden es la suma de componentes del equipo la que cuenta. Los veinte equipos se componen de una quincena larga de corredores, de los que competirán diez. Esto requiere planificar en términos de densidad. Y es donde empieza el show.

Hakone Ekiden, Kanagawa, Japón 2015 (Foto: Cordon press)

Japón no tiene en sus filas maratonianos inconmensurables como Kelvin Kiptum, Yomif Kejelcha o Eliud Kipchoge, balas humanas sacadas de un cruel proceso de selección de los mejores entre los mejores y que pueden correr veintiún kilómetros en menos de 58 o 59 minutos. Pero tienen muchos atletas que se preparan para correr en menos de 62 minutos y otro montón que hace apenas un minuto más. El fenómeno es de tal calado que, sin terminar aún 2023, en mitad de un proceso de clasificación para el Hakone casi homicida, se registraron más de 320 marcas en meta que lograron bajar de 64 minutos, marca que sólo lograron catorce atletas españoles.

El efecto es la retroalimentación constante de los equipos universitarios. Y esto no se repite en otras distancias como los 1.500 metros o las pruebas de velocidad. Sangre nueva accede año a año a un sistema durísimo de selección con forma de pirámide. Es más: empiezan a detectarse las futuras estrellas juveniles en la escuela secundaria. La exigencia a una edad cada vez más temprana. Son innumerables las pruebas de diez kilómetros en las que estos freshmen apuntan alto y son tentados por los equipos de las grandes universidades.

Equipos engranados a la perfección y que rinden culto a esa figura magistral que es el entrenador, el maestro. Figuras veneradas como un Hiroaki Oyagi que llevó a la universidad de Komazawa a su victoria aplastante en 2023. O como el coach Susumu Hara, que encadenó seis victorias para Aoyama Gakuin en ocho años entre 2015 y 2022. Equipos que, al igual que hizo Aoyama en 2022, pueden permitirse dejar fuera de su plantilla de dieciocho corredores de élite a corredores de 61 minutos en medio maratón ―que, como habrán visto a esta altura del artículo, es la unidad de medida en el atletismo en ruta del país.

Así, un ritual centenario se repite durante dos días en las pantallas de, literalmente, medio Japón. En el lateral de la carrera se establece un recinto de meta parcial, escueto: es la zona de relevo. Jueces, motos y griterío rodean la escena. Los relevistas corren hasta la agonía llevando una cinta cruzada sobre el pecho que entregará a su compañero: es el tasuki. El esfuerzo final es máximo. Los chicos se trastabillan, dan gritos de ánimo a su compañero de equipo y entregan la cinta para caer inmediatamente, hechos un trapo.

Shizo Kanakuri

El tasuki no sólo es el testigo de la carrera sino el símbolo de que le transmite la responsabilidad del equipo, la confianza, el espíritu de la universidad que representan.

No es necesario decir que no se escatima nada para transmitir la sensación de darlo todo frente a un tercio de la población de tu país. Tienen veintipocos años. Tienen la atención de una audiencia gigantesca que aprieta los puños mirándolos correr y se saben actores de un acto trascendental. Ese drama, que un joven deportista que corre como el trueno se quede boqueando, tumbado en tirantes sobre el gélido asfalto del invierno de Tokio, alimenta la espiritualidad de la carrera. El público juvenil ve en directo a sus ídolos deportivos caer medio muertos y se alcanza un estado de comunión casi místico.

Esta conexión se multiplicó después de que Shion Miura publicase en 2006 la exitosa novela Kaze ga Tsuyoku Fuiteiru (en inglés Run with the Wind). Está basada en las andanzas de un joven rebelde que alcanza su redención mediante el atletismo y su final participación en el Hakone Ekiden. La novela tuvo una versión en la multitudinaria revista de manga Weekly Young Jump, que en 2008 editaba un millón de ejemplares semanales, y una versión anime fue llevada a la televisión diez años después en una serie de veintitrés capítulos producidos para la Nippon TV.

De todo este escenario se es partícipe si un equipo se clasifica entre los diez primeros. Eso garantiza invitación automática para el siguiente Hakone. Las otras diez plazas son un premio codiciado por decenas de universidades que se ven inmersas en un otoño clasificatorio cuyas enrevesadas reglas y dificultad son, cómo si no, parte de la cultura reglamentaria del deporte japonés. A los demás solamente nos queda enganchar una VPN que nos permita ver el show. Garantizadas tenemos dos noches de lujo para los días 2 y 3 de enero. Ocho husos horarios de adelanto nos separan de la madre de todos los saraos.

Un comentario

  1. Maravilloso artículo!!
    Increíble historia, perfectamente documentada, sobre una carrera que conecta con las claves de una cultura distinta.
    GRACIAS!

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