Historia

La guerra de trincheras se le daba bien a los futbolistas

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El batallón de los futbolistas acudió a la I Guerra Mundial, a la guerra de trincheras
El batallón de los futbolistas

Inicios del siglo XX. Donald «Donny» Bell se ganaba la vida como profesor, era hijo de un obrero de línea y el cuarto de siete hermanos. Le gustaba el fútbol y pasó por varios clubes como amateur: Crystal Palace, Mirfield, Bishop Auckland y Newcastle. Destacó y en 1912 recaló en el centro del campo del Bradford Park Avenue ya como profesional. Peloteando, intercaló su salario con el de profesor y sus labores en la iglesia metodista los fines de semana. Con lo que no contaba Bell fue con que en el verano del 14 mataran a tiros al archiduque Francisco Fernando de Austria y a su mujer, Sofía Chotek, en Sarajevo.

Como es bien conocido, diferentes mecanismos de alianzas desataron la Primera Guerra Mundial después de que Austria-Hungría invadiera Serbia y Alemania hiciera lo propio con Bélgica, que se había declarado neutral. En noviembre del 14, Bell se enroló como voluntario en el ejército británico. Fue el primer futbolista profesional inglés que unirse a las fuerzas armadas de su país.

Su intención era ingresar en el cuerpo de caballería, pero los oficiales de reclutamiento, al ver su profesión, para la que se exige correr y ser rápido, lo dirigieron a la infantería. No hay muchos más datos sobre su vida. Se sabe que no se le tuvo que dar mal la guerra, porque ascendió a oficial en 1915 y que se casó en Harrogate en 1916 tras un permiso de su destino en Francia.

El batallón de los futbolistas en Somme

Como cuenta la profesora Helen Snelson, de la Universidad de York, el quinto día de la batalla de Somme, en julio de 1916, en un asalto a las líneas enemigas lideraba a sus hombres bajo un intenso fuego de ametralladoras. En campo abierto, aprovechó su velocidad llegar hasta el nido de ametralladoras enemigo, lanzar una granada y liquidar a los soldados con su revólver. Una acción de estas características en la Gran Guerra suponía salvar la vida de decenas o centenares de soldados. Por su valor, recibió la Cruz de la Victoria, la condecoración militar más importante.

En una carta a su familia, Bell reconoció: «Tengo que confesar que ha sido pura casualidad, no hice nada, solo les lancé una bomba, pero funcionó». Fue la última comunicación con los suyos. El día 10, en una acción similar, fue abatido. Nunca llegó a recibir su medalla. El rey Jorge V se la entregó a su viuda en el Palacio de Buckingham. En Francia, hay un monumento que recuerda su acción. Ningún futbolista recibió tan alta condecoración, porque el desdichado Bell no fue el único pelotero que se vio con el barro hasta la garganta en una guerra tan odiosa.

Aquello fue un drama. El fútbol ya tenía en los años 10 tanta importancia que los periódicos se llenaron de cartas discutiendo sobre si la liga tenía que continuar o no. El debate llegó a la Cámara de los Comunes, donde se resolvió crear un batallón de futbolistas que demostrara que los jugadores también arrimaban el hombro y que diera ejemplo para que los jóvenes del país sintieran la llamada de la patria y se alistaran voluntarios.

Un editorial de The Times dijo: «Vemos con indignación y alarma cómo los clubes de fútbol se empeñan en hacerlo lo mejor que pueden para el enemigo». Las recogidas de fondos que realizaban los clubes no eran suficientes, se exigían medidas draconianas, como la prohibición de que menores de 40 años pudieran asistir a partidos de fútbol.

En el ayuntamiento de Fulham, el 15 de diciembre de 1914, se invitó a un acto a todos los futbolistas profesionales de Londres. Asistieron unas 400 personas. La idea era crear un batallón que reuniera a 1.350 futbolistas y aficionados. La fascinación que despierta el papel de los ultras en la guerra de Yugoslavia con la formación de grupos paramilitares criminales, como se ve, tiene aquí un antecedente histórico de mucho mayor calado. Aunque ambos beben de una iniciativa escocesa, el Batallón McRae, que envió un destacamento formado por futbolistas de su liga y aficionados.

En Inglaterra, el alistamiento de los futbolistas fue bastante singular. Como la mayoría no eran muy altos, se prescindieron de los requisitos de altura mínima, pero de ahí salió el 17º Regimiento de Middlesex o Batallón de los futbolistas. Eso sí, la respuesta que dieron los profesionales a la llamada a filas fue muy decepcionante. Inicialmente, solo se apuntaron como voluntarios 600 y, menos 35, todos eran aficionados, aunque hay que tener en cuenta que, en principio, solo se buscaban solteros.

Les costó mucho. Vivian Woodward, aficionado del Chelsea, intentó que otros seguidores del equipo como él se unieran al batallón, pero pasaban bastante. Curiosamente, en el ámbito del rugby no era así, las campañas de reclutamiento fueron un éxito.

Los profesionales fueron a parar al Pelotón Número Uno, al mando de Frank Buckley, a la postre entrenador del Wolverhamton Wanderers entre 1927 y 1944. Al final de la temporada, el batallón contaba con 1400 hombres, pero los jugadores profesionales apenas llegaban a los doscientos, la mayoría eran amateurs, utileros, árbitros y aficionados al fútbol que se apuntaban para estar más cerca de sus ídolos.

Un caso fue el de James Ridley, recogepelotas de Stamford Bridge, cuyo máximo deseo era estar junto a sus ídolos y fue a parar con ellos a las trincheras. Cayó prisionero en Cambrai en 1917, pero sobrevivió a la guerra.

Se permitió a los jugadores profesionales del batallón compaginar los entrenos con la instrucción, pero a final de la temporada 14/15, el torneo se suspendió y los mandaron al frente. Nada más llegar jugaron varios partidos que se conmemoraron con medallas, pero en julio del 16 el batallón se dirigió al Somme y entró en combate. Le metieron tal meneo que hizo falta un reclutamiento de 716 hombres para recomponer la unidad.

En noviembre de 1916, el Batallón de los futbolistas entró en combate en la batalla de Ancre. Fue un escenario prototípico de esta guerra de trincheras, con lluvia intensa, barro hasta la cintura y una niebla densa que impedía cualquier tipo de visión a más de 30 metros. Aun así, las bajas no fueron demasiadas. Fue mucho peor un año después, cuando el batallón fue aislado en Oppy el 28 de abril de 1917 y cayeron 11 oficiales y 451 soldados. Los supervivientes fueron hechos prisioneros.

Los alemanes se llevaron a Joe Mercer, del Nottingham Forest, que pasó por cuatro campos de concentración hasta volver a casa en enero de 1919. Nunca más pudo volver a jugar al fútbol, tuvo que ganarse como albañil hasta que murió por problemas de salud relacionados con la inhalación de gas en las trincheras.

Lo del gas fue una tragedia que se prolongaba mucho más allá de los años de guerra. El escocés Bob Mercer, por ejemplo, llegó con unas secuelas con solo 34 años que, en 1924, cuando le convencieron para jugar un partido amistoso, sufrió un infarto fulminante a los diez minutos de partido que le costó la vida.

Entre los ingleses, Charles Abbs, del Norwich City, regresó en la misma fecha con un 30% de discapacidad por disparos recibidos en el pecho y el muslo. El guardameta del Fullham, Wilf Nixon, tuvo más suerte y sobrevivió hasta 1985, murió con 102 años.

En el frente, en cuanto tenían ocasión, aprovechaban para echar partidillos. Se conoce por cartas como las que envió Jack Dodds, extremo zurdo del Oldham Athletic, a sus familiares:

«Después de unas semanas en la trinchera, llegamos a un pueblo unos días y, por supuesto, en lo primero que pensamos después de un día de descanso fue en echar una pachanga. Nos costaba encontrar un terreno adecuado (…) pero jugamos cuatro o cinco días seguidos (…) a veces hay equipos que intentan sacarnos los colores, pero hasta ahora ninguno lo ha logrado, debemos de haber jugado más de 50 partidos en este país…»

Sobre el aludido oficial al mando, Frank Buckley, de Aston Villa, Manchester United y Manchester City, sabemos lo que le pasó por otra de estas cartas. En una ofensiva alemana, la metralla le perforó los pulmones. George Pyke, del Newcastle, escribió:

«Un grupo de camilleros pasó por la trinchera y preguntó si teníamos a alguien a quien pudieran llevarse, cogieron al mayor Buckley, pero estaba tan gravemente herido que dudábamos de si iba a llegar siquiera a la estación».

Sin embargo, Buckley llegó a hospital militar en Kent donde le operaron y sacaron todas las piezas de metal que tenía incrustadas en el pecho. Sus pulmones quedaron tan dañados que nunca más pudo volver a jugar, pero sí que se hizo entrenador. Pasó a la historia por esa etapa como entrenador en el Wolverhampton Wanderes, donde aplicar tácticas militares. Stan Cullis, el presidente, escribió sobre él: «su estilo de juego era muy similar a su actitud en el ejército, implantó un juego directo que prescindía de pases cortos. Si no te gustaba su estilo, estabas fuera del club».

El batallón remendado con nueva carne humana, en la Navidad de 1917, se comió el contraataque alemán de Cambrai y, en febrero del 18, a falta de más reemplazos, el batallón se disolvió. Los supervivientes fueron trasladados a otras unidades, se estima que solo quedaban 30 futbolistas.

En mayo de 1915, salió otro batallón de futbolistas posterior, el 23 de Middlesex. Este también fue destinado al Somme, donde entró en combate en la batalla de Flers-Courcelette, la primera de la historia en la que se emplearon tanques. Cayeron la mitad de los efectivos, incluido el oficial al mando,  el teniente coronel William Ash, un ex jugador de cricket. Pero todavía hubo tiempo para que atacaran en Messines y en la ofensiva de Passchendaele. Solo 8 oficiales y trescientos soldados salieron ilesos.

El 23 de marzo de 1918, en Pas-de-Calais, en una ofensiva alemana murieron 36.000 soldados aliados, uno de ellos fue Walter Tull, centrocampista ofensivo ex del Tottenham Hotspur y Glasgow Rangers. Un personaje que, además, ha pasado a la historia porque era mulato. Es el primer oficial negro que dirigió en combate a tropas blancas.

Futbolistas en la guerra de trincheras
Walter Tull

Su carrera como futbolista no había sido fácil, le abucheaban constantemente, incluso los locales, pero conforme empezó a demostrar sus habilidades la grada se fue callando y su carrera fue fulgurante. Enrolado en el Batallón de los futbolistas, llegó a Francia como sargento y, en su primer permiso, le diagnosticaron estrés postraumático, aunque eso no impidió que volviera a ser enviado a Francia.

En la ofensiva alemana de Arras el ataque de la artillería alemana fue de tal calibre que el paisaje que quedó parecía un terreno volcánico. Se especula con que murió tratando de impedir una desbandada. Otros casos demuestran las paradojas de esta vida, Joe Webster, portero del West Ham, sobrevivió a la guerra pero murió de apendicitis en 1927.

En el Somme, donde cayeron la mayoría de integrantes del Batallón de los futbolistas, hay un monumento que les recuerda. Se inauguró muy tarde, en 2010, y no es extraño que a sus pies los ingleses acudan a depositar bufandas de sus clubes. La idea surgió de Phil Stant, delantero de clubes como el Reading o el Cardiff, entre una larga lista, que le tocó ir con las Fuerzas Especiales a las Malvinas en 1982.

Se encontraba en el desembarco en la bahía Agradable el 8 de junio de 1982, batalla en la que la fuerza aérea argentina hundió dos buques. Recordaba: «el ataque de los aviones argentinos fue aterrador, cuando has visto cosas así, a gente con las piernas amputadas, vivirás con eso para siempre».

 

2 Comentarios

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