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«Sympathy for the opponent»: Desde niño me daban pena los rivales

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«Sympathy for the opponent»

El lunes fui a un concierto. ¿Y a mí qué?, os preguntaréis. Pues mira, pues vale, pues bien: antes de entrar en la sala estuve un rato en un bar que caía cerca y pude hacer algo que me gusta bastante. Pude observar en silencio, porque estaba solo, al resto. El concierto era de Explosions in the Sky, best band ever, y aquel bar estaba lleno, claramente, de fans de Explosions in the Sky. Gafas, calvos, canas, camisas a cuadros y millones de barbas. Representantes de la vieja escuela viejaescueleaban.

Durante un rato, hasta que llegó mi acompañante, fui el observador oficial de los fans de Explosions in the Sky. Apunté mentalmente todo esto que luego grabé en un audio y escribo aquí y ahora: «Toda esta gente que está en este bar tan normal, charlando y riendo, en realidad se flipa muchísimo cuando está a solas.

Conduce sin copiloto, por la autopista de madrugada, y se pone a todo volumen First Breath After Coma y A Song for Our Fathers, y se emociona. Toda esta gente se tumba boca arriba con los auriculares en la cama, escucha Postcard from 1952 y The Only Moment We Were Alone y de repente se siente pequeñísima ante la inmensidad del universo, pero viva, y también se emociona».

«Toda esta gente que está aquí dando voces, encadenando cañas en la barra como si nada, se pone súper intensa cuando está a solas. Está rodeada de gente, pero si frena un segundo y lo piensa, se siente de veras sola. Toda esta gente ya no cumple los 40 y se le escapa la vida de gira en gira de Explosions in the Sky. La última fue justo semanas antes de la pandemia del covid. ¿Cómo han podido pasar más de tres años? Aquí algo falla. Son los mejores Explosions in the Sky, pero nosotros no. El post-rock nunca morirá, pero nosotros sí. Aquí algo falla».

Observar a los demás es mi afición favorita. Al menos, la más barata. Cuando mi acompañante llegó al bar, me preguntó si estaba incómodo esperándolo, si no me molestaba estar solo. Y no, al contrario. A menudo lo que me incomoda es la compañía, tener que hablar y todo eso. Cuando estoy solo, simplemente observo y tomo nota. Solo hay un problema: tiendo a imaginar la vida de aquellos que observo, me dejo llevar, y siempre acabo dibujando los peores escenarios. Veo siempre un drama en las pupilas del resto. Me dan un poco de pena, sin saber yo nada.

Cuando era niño y jugaba al fútbol en partidos de verdad, me ocurría algo parecido. En cualquier pausa del juego –un cambio, una falta, una atención médica–, me daba por pensar en la vida de aquellos niños del otro equipo que no conocía de nada. No sé por qué, pero me daban pena mis rivales, aunque me ganaran. Siempre trataba de despejar un pensamiento malísimo para la competitividad. Yo era un niño sin problemas, demasiado feliz, e imaginaba que esos niños necesitaban más que yo ganar ese partido. Era consciente de que podía convivir con esa derrota. Si perdía tampoco era un drama. En el fondo, no me importaba.

Si hubiese llegado a profesional y me hubiera tocado jugar, por ejemplo, aquella eliminatoria mágica entre el Real Madrid y el PSG, no se habría producido ninguna remontada. Si yo hubiera sido Karim Benzema, habría observado la angustia de los futbolistas del PSG y habría aflojado. Me habrían dado pena, como aquellos niños de ligas regionales que no conocía de nada. Si yo hubiera sido Karim Benzema no habría escuchado rugir al Bernabéu. Ni sangre en el colmillo ni pasión en las entrañas ni pupilas inyectadas. Habría recordado las Champions ganadas y habría empatizado tanto con el rival que habría resuelto que ellos necesitaban más que yo esa victoria. Habría pensado que podía convivir con esa derrota.

Quizá por eso nadie me llama para ir a la guerra ni para hacer una mudanza. Soy un desastre como enemigo. Mejor: para ir a conciertos sí que me llaman.

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