Ajedrez

La batalla que sí ganaron los indígenas: Breve historia del ajedrez en Latinoamérica

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Simón Bolívar recomendaba el ajedrez a las nuevas generaciones en América.

«La frase más emocionante que se puede oír en ciencia, cuando se anuncia un nuevo descubrimiento no es ‘Eureka’ (Lo encontré), sino ‘es extraño’».
Isaac Asimov

Se ha asegurado que fue gracias al ajedrez que América habría de ser descubierta, por cierto si consideramos ese hecho desde una perspectiva europea y no en la mirada de los pueblos nativos, esos que imbuidos en su propia cosmogonía y valores ni siquiera se planteaban a qué continente pertenecían.

En efecto, si nos atenemos a la lectura de una carta de fines de siglo XV de la colección del historiador hispano Fernando del Pulgar, que se le atribuye a un tal Pedro Bernáldez (o también el Mártir de Anglería), se advierte que la pasión del rey español Fernando el Católico por el juego habría sido definitoria a la hora de tomar la decisión de aprobar el plan de Colón para explorar los nuevos horizontes.

Se cree que fue en abril de 1492 cuando el monarca, jugando con blancas una partida de ajedrez con un Almirante llamado Fonseca, llega a una posición en la que era amenazado de mate, siendo interrumpido por su esposa, la poderosa reina Isabel, quien le indicó la forma en que podía ganar la partida, con una combinación notable que implicaba el sacrificio de ambas torres en juego.

Posición de la partida entre el rey Fernando (blancas) y el almirante Fonseca (quien amenazaba ganar dando un jaque al rey desde la casilla a1). El consejo de Isabel, y el triunfo, fue tras esta secuencia de jugadas:  1.Tg8+ Txg8 2.Tf8+ Txf8 3.e7+, con mate inevitable

Esto nos recuerda, y bien podría ser entonces considerada una recreación en términos de leyenda, de otra historia de fuente oriental conocida bajo el nombre de «el problema de Dilaram», nombre que menta a la favorita de un visir que había sido apostada en el juego. Ella, preocupada de su suerte, le aconsejó a su señor, quien parecía perdido en la partida, una secuencia correcta de jugadas («sacrifica tus torres pero no a Dilaram»), por lo que él ganará el encuentro y ella podrá seguir el vínculo con su señor.

Fernando gana entonces el juego, gracias a la sugerencia recibida. En las competencias modernas desde luego no están permitidas las intervenciones externas pero, en ese tiempo, el ajedrez era solo una práctica social, por lo que todo era menos rígido. Muy complacido, el rey se mostró dispuesto a escuchar el plan de un protegido de la sabia y astuta Isabel, un navegante genovés que aseguraba poder llegar a las Indias rumbeando las embarcaciones hacia el oeste.

Así, gracias a una partida de ajedrez, un monarca que complacido por su éxito frente al tablero quedó más receptivo a las propuestas, toma para sí un plan en el que en principio descreía, deviniendo el consejo en que territorios nuevos serían incorporados a las potencias dominantes europeas. La carta recrea ese momento a esta guisa:

«Ya lo veis, señor doctor, ¿no es el caso de repetir lo que nos decía Antonio Nebrija ‘que las cosas más insignificantes son a veces causa de grandes acontecimientos?’ Si el genovés llega a descubrir un Nuevo Mundo, como así lo espero y ansío, bien podrá decirse que mucho influyó en el supuesto suceso el movimiento de un simple Peón de ajedrez, avanzado con precisión y a tiempo un paso».

¿Habrá traído Colón en sus carabelas algún juego de ajedrez, habida cuenta de que era uno de los pasatiempos predilectos de su tiempo en España y en toda Europa? No lo sabemos, es más, dado el carácter de la aventura inicial, descreemos de ello.

Es que por un lado, la tripulación no era particularmente instruida, y el ajedrez en ese tiempo era más un juego de reyes que de peones. Por el otro, las preocupaciones eran bien otras, por lo que en el bagaje de las excursiones seguramente solo se incorporaron elementos esenciales dado que lo que debía primar era el espíritu de supervivencia y no la distracción.

Con todo, al menos a nivel literario, se ha asegurado que en otra travesía exploratoria fundacional, la encabezada por Fernando de Magallanes, ya el tablero estaba presente como un elemento de a bordo. El escritor austriaco Stefan Zweig así lo indica en su novela Magallanes. El hombre y su gesta, centrada en la figura de quien protagonizó el primer viaje en que se circunnavegó el globo (aunque no pudo personalmente comprobarlo ya que murió en ese tránsito). En una situación presentada en la costa malaya, en ese libro al respecto se dice:

«Sequeira, contento por la obtención de los preciados géneros, manda en efecto, a la ribera todos los botes de que dispone la flota, con numerosa tripulación. Y él, como buen hidalgo portugués, estimándose superior al tráfico, permanece a bordo haciendo una partida de ajedrez con un camarada, la más juiciosa ocupación en el aburrimiento de un día bochornoso a bordo».

¿Podría inferirse que ese juego de ajedrez a bordo de la nave pudo haber sido el primero en llegar a continente americano? La respuesta es negativa ya que, mientras que Magallanes arribó por primera vez a América en diciembre de 1519 a un lugar que con el tiempo será Río de Janeiro, si allí se jugó alguna que otra partida, esa no fue la primera en el continente ya que es sabido que al menos para el año anterior se lo jugaba en la Villa San Salvador de Bayamo, al este de Cuba.

En esa escena se los ve enfrentados en partidas al Capitán General Don Manuel de Rojas, por entonces jefe supremo de Bayamo, y Juan Escribano, administrador de los bienes del Gobernador de Cuba, Don Diego de Velázquez (y también Francisco Parada, su primer fraile lo practicaba). ¿Los primeros ajedrecistas en territorio americano? Al menos son los primeros en ser registrados frente a la magia del tablero en las nuevas tierras.

Una vez despejado el camino por parte de los primeros colonizadores y conquistadores, irán arribando al nuevo continente quienes lo ocuparán y administrarán, en general personas más letradas respecto de quienes anteriormente fueron comisionadas como avanzada a esos ignotos destinos. Como dice el historiador peruano Ricardo Palma, ya no solo vendrían aquí guerreros, sino ahora también lo harán hombres de la iglesia. En ambos casos se trataba de gente al que el ajedrez no le era para nada lejano.

En esa línea, el mexicano, Luis Weckmann, otro historiador, podrá asegurar que, para llenar las horas de ocio, los conquistadores, virreyes y frailes trajeron de Europa los juegos de habilidades o de chances que eran populares sobre el fin de la Edad Media (el ajedrez era proverbial en las cortes siendo parte de la educación de los caballeros), los que ulteriormente quedaron naturalizados en el denominado Nuevo Mundo.

Como espejo, si en Europa era una actividad que a la vez era un entretenimiento y tenía un alto valor reputacional, ahora, instalados en América, podía y debía seguir siendo practicada con similar fruición.

Por su parte, además de tratar de imponer la fuerza de la conquista y transmitir sus valores, los conquistadores también habrán de introducir elementos de su cultura compartiéndolo con los locales. Así como antes habían recibido de los musulmanes un shatranj (juego que derivaría en el moderno ajedrez) ahora, los mismos españoles (entre otros pueblos europeos), serán quienes lo introduzcan en las nuevas tierras.

Los pueblos originarios tenían por su parte sus pasatiempos, algunos de tablero, siendo uno de los más populares el taptana o comicon en el que se enfrentaban, como en el ajedrez, también dos jugadores. Se lo jugaba especialmente en América del Sur y eran muy parecidos a otros que se jugaban en Europa bajo los nombres de «juego del león», «juego del león y las ovejas» o «juego del lobo y los gansos» («fox and geese»).

Taptana o ajedrez andino (Foto: Huanta Comunica / Facebook)

Se trata de un juego de caza, en el que existen dos fuerzas desiguales: un jugador tiene sólo una pieza, que puede moverse de a un espacio por vez, o bien optar por capturar una pieza del rival saltando por encima de ésta; mientras que el otro tiene doce piezas que sólo pueden moverse de un espacio sin posibilidad de captura. Por lo visto, pocos puntos de contacto existen entre el ajedrez y este otro al que también supo denominarse ajedrez inca.

A pesar de ello, cuando el inglés Henry Bird especuló sobre orígenes del ajedrez no convencionales, se atrevió a introducir la idea de que pudo haber sido su fuente América por intermedio de los araucanos (los mapuches), pueblo originario que habita el sur de Chile y el suroeste de Argentina.

Para ello, se basó en el trabajo de su compatriota, el historiador James Mill quien, en el segundo volumen de su History of British India, trabajo producido entre los años 1806 y 1809, dice que aquel pueblo aborigen tenía numerosos e ingeniosos juegos, entre los que identificó una suerte de ajedrez, en referencia a aquel comican («juego de comer todo») que, ya sabemos, está bien lejos de poder emparentarse con el ajedrez.

Pese a su antigüedad, el taptana no es el juego de mesa más antiguo de América ya que ese sitial lo ocupa el patolli, que jugaban los aztecas y, en sus diversas variantes, también previamente otros pueblos indígenas como los teotihuacanos y los toltecas, el que tenía un sentido ceremonial y religioso (las cincuenta y dos casillas aludían al ciclo de tiempo de los aztecas).

Pero ninguno de ellos constituye juegos de estrategia, y por ende asimilable a nuestro ajedrez, por lo que indudablemente este vino de Europa, continente en el que evolucionó a partir de otras prácticas que le antecedieron que corresponden a una fuente oriental.

Sabiendo que quienes procedían del otro lado del Atlántico fueron quienes lo jugaron por vez primera en el continente que ocuparon, se podría formular el interrogante sobre quién pudo haber sido el primero de sus cultores nacido en suelo que, algo extrañamente, recibiría el nombre de América (en homenaje a un cosmógrafo florentino).

La respuesta habitual, aunque algo convencional y probablemente inexacta, remite al último inca, Atahualpa, quien aprendió a jugarlo mientras estaba cautivo, en tableros toscamente pintados sobre las mesas y con piezas hechas del mismo barro que empleaban los indígenas para la fabricación de idolillos y demás objetos de alfarería local.

Atahualpa juega al ajedrez con los conquistadores (Foto: Cortometraje «Atahualpa», de Jimmy Entreagües)

Concretamente, se cree que fue Hernando de Soto, el explorador y conquistador español, y uno de sus cancerberos (aunque también sería su amigo), quien se lo enseñó en Cajamarca, ciudad ubicada al norte del actual Perú.

El juego le habría sido fatal al emperador ya que, por su intervención en una partida en la que aconsejó a uno de los rivales, le significó la definitiva enemistad de quien perdió el juego, alguien que votó más tarde por ejecutarlo, en decisión que sería determinante para el destino de Atahualpa y de su imperio. Ese episodio es registrado por Palma del siguiente modo:

«Pero una tarde, en las jugadas finales de una partida empeñada entre Soto y Riquelme, hizo ademán Hernando de movilizar el caballo y el inca, tocándole ligeramente en el brazo, le dijo en voz baja: -No, capitán, no … ¡El castillo! (Nota: se refiere a la pieza de la torre) La sorpresa fue general. Hernando, después de breves segundos de meditación, puso en juego la torre, como le aconsejara Atahualpa, y pocas jugadas después sufría Riquelme inevitable mate.

Después de aquella tarde, y cediéndole siempre las piezas blancas en muestra de respetuosa cortesía, el capitán don Hernando de Soto invitaba al inca a jugar una sola partida, y al cabo de un par de meses el discípulo era ya digno del maestro. Jugaban de igual a igual. Comentábase que los otros ajedrecistas españoles, con excepción de Riquelme, invitaron también al inca: pero éste se excusó siempre de aceptar, diciéndoles por medio del intérprete Felipillo:

-Yo juego muy poquito y vuestra merced juega mucho. La tradición popular asegura que el inca no habría sido condenado a muerte si hubiera permanecido ignorante en el ajedrez. Dice el pueblo que Atahualpa pagó con la vida el mate que por su consejo sufriera Riquelme en memorable tarde. En el famoso consejo de veinticuatro jueces, consejo convocado por Pizarro, se impuso a Atahualpa la pena de muerte por trece votos a once. Riquelme fue uno de los trece que suscribieron la sentencia».

‘Pizarro se apodera del Inca del Perú’, John Everett Millails (1845)

Contrariando la teoría de que Atahualpa fue el primer nativo del continente en jugar al ajedrez, se ha podido sostener que Moctezuma II lo habría hecho antes. Aunque no hay demasiado sustento en el vínculo con el juego del emperador de los mexicas, quien falleció en 1520, habiendo regido los destinos del territorio desde la mítica ciudad de Tenochitlan.

No obstante, como Atahualpa murió en 1533, y aprendió el juego en su tiempo final de cautiverio, bien podría decirse que el primer ajedrecista del continente, aunque innominado, probablemente haya surgido en Cuba, en la Bayamo donde seguramente aficionados nacidos en este suelo, que por siempre quedarán innominados, lo habrán seguramente aprendido al contemplar las partidas disputadas por los poderosos señores españoles desde el temprano año de 1518.

Quedándonos en el imperio inca, tenemos el caso de Manco Cápac II, quien tomará residencia en Vilcabamba donde comandará un reino independiente, el que será introducido al ajedrez por Diego Méndez y Gómez Pérez, dos españoles seguidores de Diego Almagro (enfrentados a Francisco Pizarro, el que había condenado a Atahualpa). Más, en un extraño sino que lo vincula a aquel con el último de los incas, de nuevo el ajedrez le habría jugado una mala pasada, tal como nos lo recuerda Palma:

«Una tarde hallábanse empeñados en una partida el Inca Manco y Gómez Pérez, teniendo por mirones a Diego Méndez y a tres caciques. Manco hizo una jugada de enroque no consentida por las prácticas del juego, y Gómez Pérez le argüyó: —Es tarde para ese enroque, seor fullero. No sabemos si el Inca alcanzaría a darse cuenta de la acepción despectiva de la palabreja castellana; pero insistió en defender la que él creía correcta y válida jugada.

Gómez Pérez volvió la cara hacia su paisano Diego Méndez y le dijo: — ¡Mire, capitán, con la que me sale este indio pu. . .erco! Aquí cedo la palabra al cronista anónimo, cuyo manuscrito, que alcanza hasta la época del virrey Toledo, figura en el tomo VIII de Documentos inéditos del Archivo de Indias: ‘El Inca alzó entonces la mano y diole un bofetón al español.

Este metió mano a su daga y le dio dos puñaladas, de las que luego murió. Los indios acudieron a la venganza, e hicieron pedazos a dicho matador y a cuantos españoles en aquella provincia de Vilcampa estaban’. Varios cronistas dicen que la querella tuvo lugar en el juego de bolos; pero otros afirman que el trágico suceso fue motivado por desacuerdo en una jugada de ajedrez».

En el largo periodo de la época colonial, se vio cómo en América el ajedrez podía ser practicado aquí y allá. Por caso, el primer arzobispo de Lima, el dominico Fray Jerónimo de Loayza y González, designado en ese cargo en 1547, que tenía bajo su jurisdicción la Arquidiócesis más grande del mundo (se extendía a Charcas, Santiago, Cusco, Quito, Asunción y Nicaragua, entre otros territorios), era un devoto ajedrecista, una pasión tan absorbente que le generó imputaciones por desatender sus obligaciones.

Uno de los primeros ajedrecistas en el continente, el Arzobispo de Lima Jerónimo de Loayza y González

Fray Antonio de Valdivieso, el obispo de Nicaragua, en la primera mitad del siglo XVI fue también un apasionado del juego, a punto tal de que en el momento en que es asesinado se dice que estaba apaciblemente en su casa jugando una partida con el reverendo Fray Alonso de la Veracruz.

Otras referencias primarias al ajedrez correspondientes al continente están dadas por las partidas que en México jugaba el virrey de Nueva España, Luis de Velasco Ruiz y Alarcón (y lo fue en dos oportunidades, entre los años 1590-1595 y 1607-1611), teniendo como habitual contrincante al fraile dominico Vicente de las Casas. También se lo tiene por ajedrecista al gobernador y capitán-general de Yucatán Guillén de las Casas, quien lideró ese territorio entre 1577 y 1585.

Más al sur, en un Virreinato del Río de la Plata en el que tomará importancia creciente una Santa María de los Buenos Aires cuyo puerto tendrá puntos de contacto con España (y también con ingleses y franceses que querrán establecer vínculos comerciales, no siempre dentro del marco de la legalidad), sabemos que el ajedrez llegó en forma muy temprana.

En efecto, a principios del siglo XVII en la esquina de las actuales calles Bolívar y Alsina de la que será con el tiempo ciudad capital de la Argentina, había una casa de juegos en donde se practicaba naipes, dados, «truques» (especie de billar) y ajedrez.

La referencia apunta a 1610 (es decir apenas treinta años después de la segunda fundación de la ciudad), cuando la Sociedad del Cuadrilátero decidió diversificar sus negocios instalando en ese predio, propiedad de los españoles Juan Vergara (un notorio contrabandista) y Simón de Valdez (el Tesorero de la Real Hacienda), el casino más importante del Río de la Plata.

Allí, además de los pasatiempos indicados, se ofrecía los servicios de «mujeres enamoradas» y se permitía beber con discreción, teniendo entre otros parroquianos a algunos provenientes de los pueblos originarios, entre ellos el cacique Tubichamini quien, algo sorpresivamente, desde luego que en la mirada de los europeos, logró vencer al ajedrez a varios de sus contrincantes de tez blanca.

No hay demasiados registros conocidos sobre el ajedrez en tiempos coloniales en lo que será la Argentina. Aunque se sabe que para fines del siglo XVIII existían en Buenos Aires varias canchas famosas, como las de Pedro Foguet, Sotoca (donde se dieron las primeras prácticas de lo que luego sería el fútbol) y una denominada El Lavado, en las que se practicaban juegos de salón, siendo los predilectos los del chaquete (un derivado de las tablas reales), el dominó, el de la oca, el de damas (jugadas ‘a la española’ en un tablero de sesenta y cuatro escaques) y el ajedrez.

En cualquier caso, como sucedió en todo el continente en la porción bajo dominio español (y no solo), su práctica correspondía a quienes ejercían el poder, fueran referentes políticos, militares o del mundo eclesial, en sintonía con una tradición europea que asociaba desde la Edad Media al juego con las cortes y las aristocracias.

Nunca hay que dejar de reparar que, al menos en tiempos previos, para practicarlo había que tener el recurso más valioso, el de disponer tiempo de ocio. Aunque había un valor intangible adicional ya que sus cultores podían sentirse satisfechos al involucrarse con un juego de estrategia de muy alta reputación intelectual.

En la Argentina, con la independencia desde los inicios del siglo XIX, de a poco el ajedrez gana protagonismo social, siendo practicado en clubes fundados a partir de mediados de esa centuria por las comunidades inmigrantes de ingleses y franceses (cuyos ciudadanos habían venido a desarrollar el sistema del ferrocarril) y locales, como el Club del Progreso, el principal de la época, en donde discurría la elite (tiempo después será germen del Club Argentino de Ajedrez a fundarse en 1905, el principal del país y de la región), en donde se daba la combinación de discusiones políticas y ajedrez (varios exPresidentes y hombres fuertes del país tuvieron al juego en su radar). Habrá otros clubes de ajedrez específicos en Buenos Aires fundados más hacia fines de ese siglo, aunque su duración será efímera.

En cambio, en forma más continua, se lo jugará en los tiempos inmediatos posteriores a la libertad, en cafés (¿de nuevo siguiendo el modelo europeo, ese que tan bien representó el de la Regénce?), como el de los Catalanes (hay registro que se jugaba al ajedrez en 1819, es decir tres años después de la independencia argentina), el de Lloveras y el Tortoni (que aún hoy tiene abierta sus puertas, más sin presencia del ajedrez).

La mujer, recluida a ámbitos hogareños, como sucedía también en otros puntos del globo, quedará excluida de estos ámbitos, y de la práctica del juego, aunque se sabrá de algunas excepciones, como la de Delfina Mitre, hija de Bartolomé, el exPresidente argentino, que habría sido buena cultora mas, desde luego, confinada a partidas disputadas en residencias privadas y nunca en ámbitos públicos.

De los inicios del proceso revolucionario tenemos al general José de San Martín en la Argentina (libertador de tres países), que lo practicaba, quizás modelizando con las partidas, como Napoleón y tantos otros generales lo habían hecho antes en Europa, esas batallas por la ansiada independencia. Lo practicaba con otros militares en campaña, entre ellos el patriota chileno Bernardo de O´Higgins.

El argentino y universal Jorge Luis Borges, en tono de ficción, supo recrear el encuentro de 1822 en Guayaquil entre San Martín y Simón de Bolívar (el otro gran libertador del continente, de quien sabemos que sugirió el juego como parte de un programa recreativo infantil) en clave ajedrecística, diciendo: «Algunos conjeturan que San Martín cayó en una celada». En sintonía simétrica, el escritor uruguayo Eduardo Galeano dirá que San Martín, al reconocerle su condición de gran jugador de ajedrez a Bolívar, evita la partida y le dice a su colega: «Estoy cansado de mandar. Usted o yo. Juntos, no cabemos».

En 1890 se realiza en Buenos Aires un match entre los mejores valores locales, el que debió ser interrumpido por una Revolución que, tiempo después, en su operativo de combate, será descripta por el escritor Juan Balestra como una acción en la que se adoptó la táctica del «Jaque Mate Pastor». Podía verse, entonces, cómo el ajedrez ingresaba fuertemente al mundo literario en tanto metáfora.

En lo que respecta al Imperio del Brasil, que funcionó desde 1822 hasta fin de siglo, con Pedro I de Portugal como primer emperador, se considera que en su viaje desde Europa trajo en sus alforjas uno de los pocos ejemplares que se conservan del primer libro sobre el ajedrez moderno, el de Lucena de 1497, ese que fue dado en la ciudad de Salamanca bajo el título Repetición de amores y arte de axedrez, con CL (ciento cincuenta) juegos de partido.

En la corte imperial con sede en Río de Janeiro (en la Biblioteca de esa ciudad se conserva el ejemplar de aquel incunable), se practicó el juego con delectación, siguiendo el modelo europeo y oriental, que se remontaba a la Edad Media, por el que asociaba realeza y ajedrez (ajedrez en tanto «juego de reyes»).

Para 1880, se hará en el país el primer torneo de relevancia, siendo los primeros ajedrecistas reconocidos desde bastante antes, el escritor Joaquim Machado de Assis y el músico luso-brasileño Arthur Napoleão dos Santos, recreando en esta tierra americana un vínculo que se dio en todo tiempo y lugar: el de la cultura (especialmente las expresiones que provienen del mundo de las letras) y el ajedrez.

En esa sintonía, además de los casos citados, se podrá sumar el de José Martí en Cuba y el de los escritores José Mármol (lo practicó en la cárcel) y Domingo Sarmiento (también educador y político) en la Argentina, y el del poeta guatemalteco José Batres Montúfar, todos notorios aficionados al ajedrez, desde la propia primera mitad del siglo XIX.

En lo que respecta a lo que con el tiempo será Venezuela, hay referencias a su práctica en Nueva Cádiz de Cubagua (la primera ciudad de Suramérica, erigida después del tercer viaje de Colón al continente) que se retrotraen a 1545 (cuatro años después del terremoto que la devastó). Existen algunas menciones posteriores correspondientes a este territorio, en documentos coloniales de los siglos XVII y XVIII mas, será en el siglo XIX cuando comience recién a popularizarse, en un fenómeno que se dio en esa centuria en buena parte de América.

Para Costa Rica, el dato más antiguo corresponde a 1858, un año después de finalizada la campaña contra los filibusteros prohijados desde el norte. Pareciera que primero debían culminar las guerras reales para consolidar la independencia y solo luego habrán de poder acontecer las batallas pacíficas simuladas sobre un tablero de ajedrez.

En todo caso se sabe que el juego llega al país debido a la importación de artículos de ocio y a la inmigración, sobre todo de europeos, personas de muchos recursos que se podían dar el lujo de adquirir sets de piezas que en varios casos se hacían de metales y maderas preciosas

Yendo bien al norte, tenemos un primer registro importante correspondiente a 1641, referido a colonos neerlandeses que jugaban al ajedrez en un asentamiento, el de Nueva Ámsterdam, ese que devendría en Nueva York.

Tiempo después, en lo que serán los EE. UU., Benjamin Franklin será un notorio ajedrecista (juego que fue parte del placer y de las intrigas diplomáticas en París y Londres en tiempos prerrevolucionarios), quien habrá de publicar The Morals of Chess, libro aparecido en entregas en The Columbian Magazine en 1786, un ensayo en el que se reconoce que el ajedrez llegó al país en forma algo tardía respecto de lo sucedido en los puntos del continente ubicados al sur.

Benjamin Franklin jugando en contra de Lady Howe (1774)

Esa obra es muy relevante ya que, si bien se sigue con poca originalidad la tesis sobre la clásica parábola que asocia al ajedrez a la guerra, a la vez se minimiza la importancia del resultado en el juego, destacándose la relevancia de practicarlo de manera ética. Se consagran los valores (en el ajedrez, y eso era susceptible de ser extendido a la vida), de la cautela (caution), la prevención (foresight) y la circunspección (circumspection).

Antes de este texto (algunos han asegurado que su germen deviene de un escrito de Franklin de 1732 que no fue publicado), tenemos otro que podría ser el primero en aparecer en América. Se trata de un aporte atribuido al Reverendo Lewis Rou de 1744, un manuscrito de veinticuatro páginas perdido, que tendría el título Critical Remarks upon the Letter to the Craftsman on the Game of Chess, redactado en la ciudad de Nueva York.

Se asegura que se incluiría en él un poema sobre el ajedrez escrito en latín para aproximadamente 1735. Pero hay voces que descreen de esta teoría y lo atribuyen a engaños de un ulterior copista de ese trabajo que está convenientemente perdido y que nunca fue publicado.

Más al norte, en Canadá, se cree que el ajedrez se jugaba desde fines del siglo XVII, al especularse que el reconocido aficionado Alexandre de Chaumont, ayudante de campo de un teniente general francés, quien lo habría seguramente jugado en su residencia de dos años en tierras que serán la actual Quebec.

Por otra parte, hay diseños del juego que representan a los Generales Sir John Hale y James Wolfe, de las tropas británicas practicando el pasatiempo, cuando se aprestaban a dirimir fuerzas contra los franceses en el marco de lo que será la batalla de Quebec de 1759, la que será determinante para el destino de ese gran territorio del norte del continente. Una vez más, como realidad o como versión modélica, el ajedrez quedando muy vinculado a acciones de guerra.

Los EE. UU., nación que precozmente obtendrá su independencia, será la que habrá de mostrar los progresos más relevantes en todo el continente en materia de ajedrez, siendo el punto más alto de ello la aparición ilustre de un Paul Morphy, nacido en la ciudad de Nueva Orleans en 1837 quien, tras rampantes éxitos locales (en 1857 ganó en Nueva York el primer campeonato nacional), en vertiginosa carrera emprenderá una gira europea en donde vencerá sin atenuantes a las máximas figuras del continente, con la excepción de Howard Staunton.

El jugador inglés evadió la porfía contra su rival norteamericano, atemorizado con perder un predominio que venía ejerciendo frente a sus rivales europeos. Desde ahora, quedaba claro que ya no bastará con ser el mejor de un continente como para creerse el mejor de todos a escala global. Podría decirse que con Morphy, por primera vez en la historia, el mejor jugador de ajedrez del mundo ya no era europeo.

Imagen de los participantes del primer campeonato norteamericano de ajedrez de 1857

Así, con un poderío creciente, será en el norte del continente donde en 1886 se habrá de disputar el primer campeonato mundial oficial, cuando Willhelm Steinitz, el nacido en Praga, que dejará su residencia británica para radicarse en los EE. UU., venza a Johannes Zukertort para convertirse en el mejor de todos. Un Steinitz, que adoptará la ciudadanía de su país de residencia definitivo, será entonces quien inicie la nómina de los campeones mundiales oficiales de la historia alguien que, si bien tenía origen europeo, ya era ciudadano norteamericano. En su figura vemos una simbiosis europea-americana que representa para fines del siglo XIX a qué punto geográfico le correspondía la máxima potencia en el universo del ajedrez.

Además, los encuentros por la corona, el inicial y los sucesivos, se disputaban en América y no en Europa, continente que había prevalecido con exclusividad en materia ajedrecística en tiempos anteriores a la hora de analizarse los principales torneos internacionales. Más, y eso era del todo evidente, ya no era ni será así. La Habana será la ciudad anfitriona de las primeras y exitosas defensas del título (en 1889 y 1892) por parte de un empoderado Steinitz, ante el ruso Mijaíl Chigorin.

Imagen inspirada en el match Steinitz vs. Chigorin de 1892 en La Habana

La isla caribeña seguirá siendo colonial hasta bien entrado ese siglo, quedando bajo un dominio español que, en lo que al ajedrez se refiere, le seguirá siendo propicio, ya que se lo practicará con mucho interés permitiendo que en ese suelo se dieran aquellos eventos ajedrecísticos de escala mundial y floreciendo el juego en sus círculos locales.

Ya antes, en 1836, su ciudad capital, La Habana, había sido visitada en la que será una de sus últimas presentaciones públicas, por el famoso autómata ajedrecístico. En rigor, se trataba de una representación escénica focalizada en un dispositivo, de una imagen que remitía a una expresión otomana, en cuyo interior se escondía un jugador que enfrentaba, y habitualmente vencía, a quienes lo desafiaban y caían rendidos frente a la supuesta máquina que jugaba al ajedrez.

Es en este marco en donde, en buena medida, comienza el fin de un fraude que venía de Europa. La máquina se la llamaba el «Turco» (por los ropajes orientales y el perfil de la figura que accionaba las piezas), habiendo enfrentado en París a Napoleón y Franklin y, antes, en el palacio imperial vienés se presentó en sociedad ante la soberana María Teresa I.

Si bien se venía sospechado de que lo de autómata era una engañifa (el más sagaz en esa pesquisa fue el escritor Edgar Allan Poe), todo se derrumbó a partir de la fiebre amarilla que contrajo en Cuba William Schlumberger, el ajedrecista que se ocultaba en su interior, quien murió en 1838 en el puerto venezolano de La Guaira. Poco después, a partir de un incendio, quedará destruido en Filadelfia un dispositivo que había sido inventado en Europa, del que se descubrirá su concepción fraudulenta en su excursión por tierras americanas.

El autómata que inició el camino declinante definitivo en La Habana en 1836

Un caso notable que se dará en una isla caribeña tan cercana al ajedrez, es el del padre de la patria cubana, Carlos Manuel de Céspedes, el primer Presidente de la República, quien fue el traductor del francés al español de Las Leyes del Ajedrez, reconocida obra del francés Louis Charles Labourdonnais, quien fuera el mejor ajedrecista de su tiempo, publicado en Santiago de Cuba en 1855. Se sabe que, poco antes de hallar la muerte de manos de unos españoles, este patriota había estado ocupado jugando al ajedrez.

Otro punto importante se dio en 1863, cuando el fuerte jugador español Celso Golmayo se afinque en la isla. Bajo su impulso, en 1885 se fundó el Club de Ajedrez de La Habana en donde jugó, entre tantos otros, el sabio cubano Carlos Finlay, quien estableció la conexión de la fiebre amarilla con el agente que la provocaba, contribuyendo por tanto a la extinción de esa enfermedad.

Otro notable aficionado al ajedrez, como dijéramos antes, fue el poeta y revolucionario José Martí quien lo aprendió en tertulias literarias locales, aunque sería en México cuando en 1875 lo practicó más reiteradamente. La influencia de los oriundos de la isla caribeña alimentó al ajedrez mexicano, máxime si se tiene en cuenta que otro cubano, Andrés Clemente Vázquez, fundó en 1876 la revista de ajedrez La Estrategia Mexicana, acontecimiento que fue celebrado por Martí en la Revista Universal.

Esta suerte de fusión entre Cuba y México, expresada en diversos campos, se dio en el notable caso de Manuel Márquez Sterling, alguien que será por unas horas Presidente en la isla (en 1934), quien en ajedrez fue campeón nacional de ambos países, además de editar una revista especializada en 1886 en México (diez años más tarde repetirá la experiencia con la Revista Internacional de Ajedrez que publicará en Madrid). Sterling, en prueba de su fuerte vínculo con el pasatiempo, llegó a dar simultáneas y conferencias, además de haber escrito un libro sobre el juego («Tratado analítico del juego de ajedrez para aprender a jugarlo sin necesidad de maestro«).

Cuba, aún dominada por los españoles, dio a su hijo ajedrecístico más ilustre cuando, en 1888, nazca en su capital uno de los grandes genios de todos los tiempos: José Raúl Capablanca, un día 19 de noviembre, el mismo que en algunas geografías se lo suele aún considerar como aniversario del Día Internacional del Ajedrez (sin embargo el día oficial en que el juego debe ser celebrado es el 20 de junio de cada año por recomendación de las Naciones Unidas).

Así se dio todo, a grandes trazos desde los comienzos, en este continente de América descubierto por los europeos, que recibió, como uno de los preciados legados culturales de una relación establecida en términos demasiado asimétricos, un ajedrez milenario que fue definitivamente aceptado por los habitantes de su suelo.

Aquí habrá de florecer, desde aquellos comienzos en los que se lo jugaba en forma residencial y en principio solo por quienes formaban parte de los círculos de poder, para decantar más tarde en otros ámbitos, con cultores de sectores sociales más variados, y definitivamente locales, desde la consolidación de los procesos revolucionarios en pos de una libertad que se alcanzará a lo largo del continente americano.

Así, los EE. UU. rápidamente, se convierte en potencia mundial, con referentes ajedrecísticos propios (el más notable Morphy) y otros adquiridos, al radicarse en su suelo (Steinitz y el prusiano Emanuel Lasker, el segundo campeón mundial que vendrá ya para el siglo XX a sus promisorias tierras), país que tendrá la voluntad y capacidad de organizar sus primeros torneos nacionales de creciente importancia (con la presencia de algunos jugadores europeos dando señales inequívocas de integración).

También esa Cuba, donde probablemente se haya jugado al ajedrez por vez primera en suelo americano, tuvo desde el siglo XIX una destacada proyección mundial. Aunque prevaleciendo en este caso aún la perspectiva colonial, dado lo tardío de su proceso independentista, viéndose albergar en su capital encuentros mundiales, en una La Habana en la que alumbrará José Raúl Capablanca, alguien que con el tiempo se convertirá en el más dilecto ajedrecista latino de la historia mundial.

En los demás países del continente, la cosa se dará hasta esa centuria solo en forma progresiva, con un despertar particularmente enjundioso en el sur, en una Argentina que se fortalecía internamente para dar el salto en el siglo XX cuando, por caso, se la aprecie en 1924 como el único país no europeo en participar del Torneo de las Naciones de París. En esa oportunidad, además, junto a Canadá, serán las únicas naciones no europeas en ser miembros fundadores de la FIDE.

Pero la historia de este siglo XX, que para el continente estará marcado por las figuras emblemáticas de Capablanca y Robert Bobby Fischer, en el que los EE. UU. habrá de convertirse rápidamente en múltiple campeón olímpico (en el periodo de entreguerras), en el que Buenos Aires organizará en 1927 el campeonato mundial entre Capablanca y Aleksandr Alejine y en 1939 las Olimpiadas y el campeonato mundial femenino (los primeros disputados en ambos casos fuera de Europa), en el que Argentina será triple vice campeona olímpica en los primeros años de la posguerra, en el que brillarán Samuel Reshevsky, Miguel Najdorf (ambos polacos radicados en los EE. UU. y Argentina, respectivamente), el estadounidense Reuben Fine, el mexicano Carlos Torre Repetto, el peruano Esteban Canal, el malogrado jugador chileno-alemán Klaus Junge, entre tantos otros, marcan hitos, y son solo algunos, de otra historia.

Una historia que corresponde a un registro más cercano de experiencias, en un siglo XX que comenzó con sendos encuentros telegráficos entre clubes de Buenos Aires y Río de Janeiro, en un alarde tecnológico de sociedades que querían ingresar decididamente en la modernidad.

Una historia que, dado su interés, relevancia y proyección, merece ser contada, por lo que habremos de abordarla próximamente.

Una historia que nos permitirá seguir profundizando en el vínculo del ajedrez con un continente que, con el tiempo, pasó a ser un actor central en la escena ajedrecística universal, desde aquel momento iniciático en que descubrió el juego.

 

Un comentario

  1. Como siempre muy interesante nota ajedrecistica de Sergio Negri; ahora sobre la práctica del juego en nuestro continente en tiempos remotos.

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