Fútbol Femenino

El termómetro de la vergüenza: o de cómo hay selecciones que siguen poniendo en riesgo a sus futbolistas

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Grace Chanda (Foto: Cordon Press)

Cada cuatro años se produce un acontecimiento deportivo que sirve para coronar a la mejor selección del mundo, menear el avispero de los mercados de fichajes, encontrar promesas desconocidas o encumbrar a leyendas del fútbol. Pasa esto en el fútbol jugado por hombres igual que en el jugado por mujeres, y también pasa que sirven los Mundiales de Selecciones para analizar las brechas económicas y de inversión en los distintos países del mundo, quién le mete pasta de verdad a generar talento futbolístico en sus fronteras y quién aporta lo que puede -o lo mínimo que quiere- para que el fútbol sea un deporte de referencia en su país. 

Sin embargo, en el fútbol femenino esta brecha sirve para analizar también el trato que le da a las mujeres un país. Podríamos aquí hablar de la diferencia de Estados Unidos con el resto, como ya hicimos en otro artículo, y sacar a la palestra que mientras las yankees han aprovechado su paso por Nueva Zelanda para construir un segundo campo de entrenamiento y un gimnasio para que sus futbolistas disfruten de las mejores condiciones y medios durante la cita, las madres de las jugadoras de Jamaica han tenido que lanzar un crowdfunding (Reggae Girlz Rise Up) para que puedan pagar, entre otras cosas, la comida. 

Podríamos contar también que nuestra selección lleva por primera vez un nutricionista, cuando Jorge Vilda presumía durante ruedas y ruedas de prensa de que «viene gente de todas partes del mundo a Las Rozas» porque somos la envidia global, el «paraíso del fútbol», y no escatimamos en medios, aunque una de las cosas de las que se quejaban aquellas 15 era que ni siquiera había fisios suficientes para todas (llevamos ahora la ingente cantidad de uno más). Podríamos hablar de que Nigeria denuncia que su Federación no quiere repartir la subvención FIFA entre sus jugadoras, o que Inglaterra y Alemania no recibirán un bonus en caso de ganar el Mundial. Podríamos hablar de muchas cosas, selección a selección, que no se están haciendo bien y que serían impensables en el fútbol masculino, con la consecuente dimisión forzada de los dirigentes que estén al mando de tales despropósitos, como pasó afortunadamente con Canadá o Francia, donde el plante de las jugadoras sí sirvió para un cambio. Pero vamos a ir más allá. Vamos a hablar de Zambia.

Zambia debutó el pasado viernes frente a Japón con marcador final de 0-5. Japón, una selección que también vivió su revolución, discreta y a escondidas, con Yuki Nagasato como protagonista, que reconoció este mismo año haber renunciado a ser internacional porque entendía que el trato que se dispensaba en el combinado nipón no era profesional. «No había respeto por las jugadoras ni dentro ni fuera del campo. He estado en silencio siete años, pero no quiero callarme más».

El destino quiso que el primer choque de su mundial fuese contra la selección africana que ha puesto en jaque a FIFA. Primero, denunciando los abusos sexuales de su seleccionador, Bruce Mwape. Después, viendo cómo quienes encabezan la denuncia y añaden a ella otros tratos vejatorios por parte de su federación, desfilan en avión a casa. Su portera Hazel Nali, despedida en medio de una supuesta lesión que dice no conocer. Su delantera Grace Chanda, fuera un día antes de debutar por «enfermedad». Ambas, al frente de la denuncia por impagos antes del amistoso frente a Irlanda a principios de junio. 

Cuando una Federación tapa un escándalo de acoso sexual y desoye a jugadoras que hablan de que su seleccionador se acuesta con las jugadoras que él desea, y ellas tienen que acceder, cuando se queda el dinero que les pertenece a ellas, y cuando desprotege a sus futbolistas firmando incluso partes de lesiones falsos que les pueden condicionar en un futuro, el trabajo de FIFA ha de ser, sin excusas y sin pretextos, entrar de oficio a investigar qué está pasando.

Cuando el sistema falla y deja de proteger a las jugadoras frente a los abusos continuados a su profesión y a su integridad personal, la opinión pública tiene que señalar de forma constante estas prácticas, porque si se consienten en un país, sea el que sea, se extenderán a otros. Si los dirigentes hacen la vista gorda, ignoran a las futbolistas, cuestionan su palabra y minimizan sus demandas, cualquier futbolista del mundo es vulnerable. Para esto también sirven los mundiales, no solo para medir la inversión real de los países, también para establecer un termómetro que nos señale dónde sigue siendo peligroso jugar al fútbol. Y si lo es para las que llegan a lo más alto, imaginen cómo está la base. 

 

Un comentario

  1. Serían impensables en el fútbol masculino…de ahora, Zambia a parte

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