Perfiles

Barry John que estás en los cielos

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«¿Cómo se placa a un fantasma?» La pregunta tiene 50 años y aún hoy nadie ha sido capaz de responderla en el mundo del rugby. El autor de la misma, William Fergus McCormick, prestigioso zaguero neozelandés de la época, decidió colgar las botas y no volvió a vestir la camiseta de los All Blacks después de enfrentarse al galés Barry John. A John, que se retiró con 27 años tras ganarlo todo porque detestaba la fama, se le considera el mejor apertura de la historia pese a que sólo compitió a nivel internacional seis años. Durante la histórica gira de los British Lions en el 71 por Nueva Zelanda, los aficionados coincidieron a la salida de un partido con un grupo de religiosos anunciando la llegada de Dios a la Tierra. Un seguidor de Nueva Zelanda se acercó a ellos y les dijo resignado: «Dios ya ha venido. Juega con el 10 en los Lions». Obviamente se refería Barry John, a quien compararon con George Best por su irreverencia y descomunal talento en el campo. Fuera de él era su antítesis.

La década comprendida entre los años 1969 y 1979 está considerada en rugby como la Década Roja, la del reinado del mejor equipo de rugby de la historia. Un equipo que vivió dos etapas dentro de esa era, una primera entre el 69 y el 72, y una segunda etapa entre 1975 y 1979. El cuantioso botín justifica lo grueso de la afirmación. Nueve títulos del V Naciones, tres de ellos impolutos, sin derrota, con Grand Slam (1971, 1976 y 1978). Y a eso se suman seis Triples Coronas. Como bisagra de ambos periodos, dos efemérides rugbísticas de primer nivel: la negativa a jugar en Irlanda por los conflictos del Ulster en el año 72 y el quíntuple empate en el torneo del 73. Al año siguiente Irlanda, tras 25 años de sequía, conquistó el título comandada por Mike Gibson, centro de una clase celestial al que alguien bautizó como «el galés de Belfast». El resto de la década sólo conoció triunfos galeses, con la excepción en el 77 de la Francia más ruín de la historia liderada por Alain Paco. Una selección que sólo utilizó a 15 jugadores, ganando sus cuatro partidos con un único ensayo y el pateo de Michel Romeu. El anticristo de aquel Gales delicioso y orgiástico.

El punto de inflexión se produce el 11 de noviembre de 1967. El día en que dos hombres, Gareth Owen Edwards y Barry John, coinciden por primera vez como medios de Gales. Una efeméride tan celebrada como el día en que se conocieron Stan Laurel y Oliver Hardy o Fred Astaire y Ginger Roger. Gareth Edwards sumaba velocidad y audacia, Barry John, inteligencia y desparpajo. El mejor medio melé de la historia y el mejor medio apertura. Gareth siempre encontraba la puerta, vivía en el intervalo. 20 ensayos en 53 partidos, entre ellos alguna de las obras de arte más celebradas del planeta oval: el ensayo a Escocia del 72 o el de los Barbarians del 73. John era otro tipo de jugador. Flequillo beat, cintura mentirosa, tobillos de goma y patada telemétrica capaz de hacer botar la pelota en una moneda de seis peniques a 40 metros de distancia. «Revolotea como una libélula en medio de una guerra», escribieron de él.

Dice la tradición galesa que los delanteros se modelan en las entrañas de los valles mineros y entre los ejércitos de estibadores de los muelles, mientras que las primadonnas de los tres cuartos procedían de las aulas de Cardiff. Sin embargo, en este caso, no se cumplía la máxima. Edwards era hijo de un minero de Gwau-cae-Gurwen y John había nacido en Cefneithin, un minúsculo pueblo de menos de 1000 habitantes en el que también vino al mundo otro protagonista de esta historia, Carwyn James, el entrenador más influyente de la historia del rugby galés, aunque paradójicamente nunca entrenase a la selección. John decidió dejar el pueblo e hipotecó su plácida carrera de profesor de educación física, mudándose a Cardiff, donde compartió casa con varios jugadores de rugby, entre ellos su compañero en Llanelli y en la selección, Gerald Davies.

El 11 de noviembre de 1967 Edwards y John saltaron al campo para medirse a Nueva Zelanda, país fundamental en la vida deportiva de ambos. En aquel XV militaban jugadores legendarios como John Taylor, delantero inabarcable en lo físico que pasó a la historia en 1971 al dar un triunfo a Gales ante Escocia pateando a palos tras una caer lesionado Barry John. A medida que pasaban los partidos se fueron integrando otros nombres míticos como el de Mervyn Davies, Merv The Serve, tipo que redefinió el juego del 8, intachable en el trabajo sucio, imperial en la touch y animoso a la hora de sumarse a las coreografías ofensivas de sus tres cuartos. Pero si en alguna demarcación destacaba aquella Gales de seda era en su línea de tres cuartos. La coronaba el inconfundible JPR Williams, con sus enormes patillas. Zaguero de fiereza descomunal (llegó a jugar de flanker ante Australia) este médico de profesión fue campeón de Wimbledon en edad juvenil.

Siempre se le recuerda un partido en el que se produjo una aparatosa brecha, tras la cual se acercó a la banda, donde su padre le aplicó 30 puntos, y JPR regresó al campo para completar el encuentro. En las alas actuaban Gerald Davies, en palabras del legendario Bill McLaren «el mejor ala que vi jamás» y un sprinter que salió campeón en los Juegos de la Commonwealth, JJ Williams. Y como centro destacaba John Dawes, complemento perfecto para Barry John a la hora de construir juego y un hombre que tenía un sentido perfecto del timing en el pase, algo que hacía mejores a sus alas y a su zaguero. Dawes, capitán en la mítica gira de los Lions en el 71, llegó a ser seleccionador galés. Aquellos tipos ofrecieron partidos en los que el más tribal de los deportes alcanzó unas cotas de belleza insospechadas. Eran una suerte de ballet Bolshoi que tejió el mejor juego a la mano que se recuerda en un campo desafiando a adversarios obscenamente superiores en lo físico. La Sinfónica de Cardiff, la Filarmónica de Arms Park… Nunca el rugby alcanzó una consideración más aristocrática que con aquel Gales de principios de los 70.

El colofón fue la gira de los British Lions en el 71 por Nueva Zelanda, donde no habían ganado hasta la fecha. Aterrizaron liderados desde el banquillo por un galés, el inimitable Carwyn James («en el rugby se ataca desde cualquier parte»), y desde el campo por otro, Barry John, autor de 30 de los 48 puntos con los que ganaron dos veces a los All Blacks por una derrota y un empate. Además, ocho de los 14 tres cuartos de los Lions eran galeses. La gira confirmó que John además de una mano magistral tenía un pie milimétrico. «Nunca fui considerado la primera opción como pateador en ninguno de los equipos en que jugué hasta que llegó aquella gira». El primer partido terminó con victoria visitante gracias a dos patadas del Rey, sobrenombre que le pusieron los neozelandeses, y un ensayo de Ian McLaughlin, Los All Blacks hablaron de «exceso de confianza» y en el segundo arrasaron a los Lions (22-12).

El tercero fue considerado como el partido más importante de la historia de Nueva Zelanda. Algo lógico teniendo en cuenta que no habían perdido una gira en 75 años en su campo y estaba en peligro el récord. Aquel día millones de británicos pudieron presenciar en sus televisiones la mayor exhibición de Barry John, y de cualquier jugador en un campo de rugby hasta ese momento. Un ensayo, dos conversiones y un drop le coronaron definitivamente como Rey del rugby. Dios había vuelto y vestía la camiseta número 10 de los Lions. El empate del último partido confirmó lo que todo el mundo sospechaba, Gales era la sensación del momento. Un drop de JPR Williams desde 45 metros evitó la derrota británica y ratificó el triunfo de los Lions por primera vez en una serie en Nueva Zelanda. El jogo bonito del rugby, el hwyl galés, regresaba triunfal de la tierra de la Nube Blanca.

Tal fue el impacto de la gira y del triunfo de Gales, que en una encuesta realizada por la BBC Barry John resultó ser la tercera personalidad más relevante del momento tras la princesa Ana de Inglaterra y George Best. John detestaba la fama. Jugó su último partido el 25 de marzo de 1972 en Cardiff ante una Francia en la que se entremezclaban precursores del rugby champagne como Jo Maso o Pierre Villepreux con iconos del rugby espartano como Alain El Asesino Esteve. El rugby comenzaba a desarrollar su perfil más físico con la profesionalización y el estajanovismo industrial de Béziers. En aquella tumultuosa edición del V Naciones Escocia y Gales se negaron a viajar a Irlanda por el aumento de la violencia en el Ulster que desembocó en los atentados del Bloody Sunday.

Hasta entonces John acumulaba 35 puntos ante Inglaterra, Escocia y Francia. Después de ganar a Francia, en el que sería el último partido de Barry John, la Unión de Rugby de Gales comunicó su negativa a viajar a Irlanda. Un día, mientras paseaba por Cardiff, un niño se acercó a John y le hizo una reverencia. Aquel gesto le abrumó tanto que resultó definitivo para el introvertido apertura galés. Días después anunció que colgaba las botas ante la sorpresa general. «Salgo al campo a divertirme y hace tiempo que he dejado de hacerlo. El rugby galés debe salir de la pecera en la que vive aislado». La persona que mejor lo conocía, su compañero en los medios de Gales, Gareth Edwards, le definió como «un tipo con una maravillosa mente que reduce los problemas a su forma más simple. Físicamente es perfecto para el trabajo de apertura porque tiene un tren inferior fuerte y firme, y es esbelto desde la cintura hasta los hombros».

Un Mozart incomprendido que sigue viviendo feliz en Cefneithin, donde no ve mucho rugby porque «puedo levantarme tranquilamente a preparar la cena y sé que en esos diez minutos no me habré perdido nada». Padre de cuatro hijos y abuelo de nueve nietos, en 2009 Barry John vendió todas sus pertenencias de rugby, incluyendo sus caps como internacional galés. «No siento nostalgia de las cosas materiales. Me quedo con el honor de haber jugado con la camiseta de Gales», sentenció entonces. La salida de Barry John puso fin a la etapa de seda de la Década Roja del rugby. Para escribir la segunda se incorporan nuevos actores como la legendaria «Primera de Pontypool» con Graham Prince, Bobby Windsor y Charlie Faulkner, o el sustituto de John, el no menos genial Phil Bennet. Pero eso corresponde a otra futura entrega…

 

Un comentario

  1. Un placer rememorar todo esa maravilla que has descrito tan bien. GRACIAS.
    Gerald y Gareth fueron compañeros en el Cardiff jugaron alli, no en el Llanelli.
    Te cuento que creo haber sido el primer Argentino que ha jugado en Gales en esa década, en Llanelli Athletic y Penarth R.F.Club
    Juge de 9 y mis maestros Carwyn James como entrenador y Gareth como jugador.
    Ray Gravell me llamaba Pampa’s bull y Phill Benett Crackers.
    Mi compañero de entrenamiento fuera del campo Gareth Jenkins
    Regresé a Argentina en el ‘ 80 pues Maggy no me renovó el permiso de trabajo

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