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Una vida demasiado corta: la tragedia de Robert Enke

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«Los futbolistas alemanes solían saludarse con un apretón de manos bien sonoro, pero Robert mantenía el hábito que había adquirido en Portugal de dar un abrazo a la gente que le gustaba. El impulso de abrazar a Sven Ulreich en aquel hotel de Colonia fue algo espontáneo que hizo que se olvidara de su depresión por unos momentos, como le pasaba algunas veces. Ya había pasado más de un año desde que había consolado al joven portero por teléfono. Durante ese tiempo, Ulreich se había convertido en el portero titular de la selección sub-21 alemana. (…) Hablaron unos minutos y, al despedirse, Ulreich le dijo:
—Si antes no nos volvemos a ver, mucha suerte en el Mundial.
De repente, Robert se perdió en sus pensamientos.
—Sí, ya veremos si nos volvemos a ver —contestó finalmente, un poco ausente.
Fue una despedida extraña, pensó Sven Ulreich una vez que los dos siguieron su camino»

«Ya no siento nada. —dijo apenas sin voz desde el otro lado del teléfono— Ni nervios, ni felicidad, nada. Estoy ahí, en el campo, y todo me da igual»

Si existe un libro sobre fútbol que recomendaría leer a cualquier persona, incluso a quienes no conocen nada sobre fútbol o sienten cierta animadversión hacia dicho deporte, ese libro podría ser perfectamente Una vida demasiado corta. Decir que se trata de la biografía de un futbolista, aunque realmente lo sea, sería quedarse excesivamente corto. Sí, el libro habla mucho de fútbol porque esa era la profesión del protagonista. Pero habla de algo más que usted jamás encontrará en las páginas de un diario deportivo; algo mucho más profundo y serio sobre lo que nunca se hace suficiente trabajo de divulgación: la depresión clínica. Es más; si tiene usted algún familiar, amigo o allegado que sufra esa terrible lacra, probablemente sea este de esos libros que querría usted leer. Y si no es así, no importa: tiene usted la ocasión de toparse con una de las biografías más conmovedoras de los últimos años.

Robert Enke estaba punto de ser convocado para acudir como guardameta de la selección alemana al Mundial de 2010 cuando, para horrorizado estupor de todo el «planeta fútbol», se quitó la vida arrojándose delante de un tren en marcha (algunos aún recordamos las lágrimas de Oliver Bierhoff al anunciar la consiguiente suspensión de un amistoso de la selección). La prensa y el público habían creído que sus ausencias de las últimas semanas se debían a una infección intestinal. Esa infección existía, pero apenas producía síntomas y no era más que una excusa.

En realidad, Enke había caído en las garras de otra enfermedad, la depresión, que ya había padecido años atrás, pero de la que había conseguido emerger y en la que no había recaído durante mucho tiempo. En su vida había superado algunos momentos difíciles, especialmente la trágica muerte de su pequeña hija Lara, gravemente enferma del corazón desde el nacimiento, en el año 2006. Sin embargo, al estar sano cuando perdió a su pequeña, el guardameta pudo superar la tremenda desgracia con una entereza que admiró y sobrecogió a toda Alemania. Y en el 2009 parecía tenerlo todo para llevar nuevamente una existencia feliz: su mujer Teresa y él habían adoptado otra niña, dispuestos finalmente a seguir adelante con sus vidas una vez superado —si es que algo así se supera— lo peor del luto por su primera hija. Además, a sus treinta y dos años, la carrera profesional del arquero alemán estaba indudablemente en su mejor momento, a punto como estaba de acudir a su primer Mundial (su gran sueño) después de una trayectoria muy accidentada.

Pues bien, fue justo entonces, en el momento en que todo pintaba ya estupendamente bien, cuando repentinamente se vino abajo y terminó suicidándose. ¿Por qué? No hay una respuesta clara, excepto que Robert Enke sufría una enfermedad, la depresión endógena, que no mucha gente comprende si es que alguien la comprende en absoluto. Podía estar haciendo paradas espectaculares antes 45.000 personas en un partido de primera división, convirtiéndose en héroe del encuentro… y salir del estadio sumido en un estado de letargo, diciendo a sus allegados «no he sentido nada», incapaz de levantarse de la cama a la mañana siguiente. ¿Es tal cosa posible? Evidentemente, para alguien que padece este tipo de disfunción cerebral, lo es.

Ronald Reng es un reputadísimo periodista deportivo alemán, lo cual se hace patente en el cuidado con que ha documentado el libro y en su remarcable (por momentos diré que sencillamente extraordinaria) habilidad como narrador. Pero también fue amigo de Robert Enke, con quien ya en vida había conversado sobre la posibilidad de escribir una biografía, algo que fue idea del propio guardameta y en lo que al parecer insistía mucho. Reng intuye que para el futbolista, una biografía publicada tras su retirada sería la ocasión de hablar de la depresión, trastorno que no se atrevió a hacer público mientras era jugador, temiendo por su carrera y temiendo además que ello sirviese para que le quitasen la custodia de su hija adoptiva.

En Una vida demasiado corta, el periodista rescata los diarios del futbolista y compone finalmente esa biografía. Comprobamos que utiliza las armas lingüísticas del reportero, pero que en realidad no es el Reng periodista —sino más bien el Reng amigo— quien la escribe. Eso no significa que el escritor maquille la realidad llevado por la subjetividad: de hecho, el texto desprende un cristalino aura de verosimilitud. Pero esa amistad se percibe en muchos detalles: la delicadeza con que Reng trata los momentos más difíciles de la vida de Robert Enke, no evitándolos ni suavizándolos, pero sí poniéndolos cuidadosamente en contexto. O el escrúpulo a la hora de no concederse a sí mismo un papel demasiado protagonista —tentación de muchos periodistas—, y cediendo ese protagonismo a los recuerdos de todos los demás implicados, aun cuando por momentos notamos que el asunto no es indiferente para el escritor.

O el respeto con que parece haber querido transmitir lo más fielmente posible las emociones de todas las personas cercanas al malogrado futbolista alemán a las que ha entrevistado para la confección del libro. Y sobre todo la preocupación por describir de manera lo más certera y realista posible los devastadores efectos de la depresión, el terrorífico trastorno que se llevó por delante a Robert Enke. Da gusto ver cómo un periodista puede emplear toda su sabiduría narrativa en escribir un magnífico libro, pero que sin embargo uno pueda notar que no lo hace para lucirse como escritor sino sencillamente para ofrecer el mejor recuerdo de su amigo. No hay exageraciones melodramáticas, solamente una ocasional y afectuosa poesía llena de respeto. Es más, aunque Reng apenas emite opiniones personales, hay muchos momentos en que uno juraría detectar que parece ciertamente resentido por la superficialidad e insensibilidad de la prensa deportiva de la que él mismo forma parte; el autor del libro es bueno no dejando traslucir sus emociones, pero también sabe cómo proyectar hacia el lector una sorda desaprobación hacia la gente que, sin necesidad, hizo sufrir a Robert Enke.

Aunque cabe aclarar una vez más que Una vida demasiado corta tiene un formato biográfico y que es la narración de la vida de un futbolista, no un libro de autoayuda ni un manual psiquiátrico. Pero precisamente por la naturalidad con que el libro ilustra cómo la depresión formaba parte de la existencia de Enke, se facilita mucho la comprensión sobre esa terrible enfermedad; un mal que de puertas afuera no parece una enfermedad, hasta el punto de que ni siquiera el propio enfermo consigue a veces identificarla como tal. Ronald Reng está empeñado en romper los tabúes y el desconocimiento en torno a la depresión clínica, hacia ese «perro negro» que se llevó a Robert Enke a la tumba.

Él es periodista, no psicólogo ni psiquiatra, así que no se mete en camisas de once varas… pero hasta donde yo sé la información general que aporta sobre la enfermedad es más que correcta. Reng ha querido ser muy serio y cuidadoso al respecto. No resulta difícil suponer que el escritor lo hace de este modo porque piensa que es el mejor homenaje que podría ofrecerle a Enke, además de el mejor servicio que puede hacerle a su familia, así como a los lectores a quienes el libro pueda ayudar a entender mejor lo que quizá le esté sucediendo a alguien de su entorno o, esperemos que no, a ellos mismos. Nunca podría decirse que una muerte semejante sirve de algo, pero al menos Ronald Reng parece haber intentado que el libro sí sirva.

Eso sí, está tan maravillosamente bien escrito que me atrevo a vaticinar que incluso aquellos capítulos en los que no hay drama y donde solo se habla de fútbol interesarán a unos cuantos lectores ajenos a este deporte. Para mí resulta difícil de decir dado que el fútbol sí me interesa y por tanto me resulta evidente la brillantez con que Reng trata el asunto meramente deportivo: creo que esos capítulos me hubiesen interesado igualmente si tratasen en torno a una disciplina de la que nada conozco, pero no puedo ponerme en el lugar del lector que nada sepa de fútbol. Sí puedo decir que Reng sabe qué testimonios incluir y cuándo, qué detalles resaltar, sobre qué aspectos de la historia centrar el foco para que la narración resulte vibrante y entretenida en cada momento.

De hecho la enfermedad de Enke no lo centra todo: se narran bastantes partidos, se cuentan anécdotas de fichajes y se describe el ambiente en los vestuarios, incluso se llega a tratar de refilón asuntos como las primas y sobornos, la corrupción, o las puñaladas, traiciones y falta de solidaridad que se dan dentro del mundillo. Es ciertamente un libro trágico, pero hay lugar para muchas otras facetas de la vida del guardameta: Reng quiere que como lectores lleguemos a conocer al Robert Enke sano, que conozcamos su vida normal y su profesión para que entendamos lo que suponía verlo enfermo de repente. Quiere que lo apreciemos y para ello no necesita esforzarse ni inventar demasiado: Robert Enke era esencialmente un buen tipo, una persona considerada, noble y honesta que no merecía que le sucediera lo que le sucedió… pero, como bien nos recuerda el autor con la escalofriante cita final del libro, no todo el mundo obtiene lo que merece ni la vida resulta siempre como se ha planeado.

En resumen: un libro entristecedor —necesariamente entristecedor, como cada vez que se nos destapa un asunto que la sociedad, por desconocimiento, suele preferir ignorar—, por momentos ligero ya que habla bastante de fútbol pero en otros momentos casi insoportablemente descorazonador. La demostración de que Ronald Reng es un escritor de primer nivel que no solamente conoce los recursos de su oficio, sino que es capaz de anteponer la elegancia y el aprecio que le tiene a su amigo a la tentación del uso indiscriminado de esos recursos. Cada detalle simbólico y cada metáfora están elegidos con sumo cuidado pensando más en el efecto que tendrá sobre la gente que conoció y quiso a Enke, que en un efecto facilón sobre el lector anónimo. Reng podría haber escrito un libro todavía más lacrimógeno, o haber utilizado un lenguaje más literario y florido, pero no lo ha hecho: quizá por ello, por su cuidadosa sencillez, termine el relato resultando tan abrumadoramente conmovedor.

Imprescindible a pesar de lo angustiosa que resulta su lectura por momentos. A los aficionados al fútbol les cambiará la manera en que ven a algunos futbolistas y a la prensa deportiva. A ellos y también a los no aficionados les servirá para aproximarse un poco más a esa terrible enfermedad sin sentido aparente llamada depresión y sus devastadoras consecuencias. Es un libro que hace pensar —y mucho—, y es posible que los más sensibles de entre ustedes lleguen a necesitar tener un kleenex cerca en bastantes ocasiones. Desde luego no será la lectura más alegre a la que enfrentarse, pero así es la vida. Y no me resisto a decirlo: enhorabuena a Ronald Reng; evidentemente pretendía algo más que sencillamente hacer una buena biografía.

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