Perfiles

El retorno soñado de Ronaldo Nazário

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Verano de 1996. El Atlético era el vigente campeón de Liga y Copa. El Madrid configuró un equipazo a las órdenes de Capello para arrebatarle el cetro. En ese contexto, un ciclón procedente de Eindhoven llegó a España y focalizó su poder en Barcelona. Respondía al nombre de Ronaldo Luis Nazário de Lima y se encargó de que ninguna defensa quedase exenta de padecer su furia. Anotó goles imposibles. Despedazó a las zagas contrarias sin perder la sonrisa. Era un velocista capaz de realizar quiebros prodigiosos, pero, en esencia, Ronaldo se dedicaba a perforar porterías. Y todo apenas cumplida la veintena. El FC Barcelona aprovechó su codicia anotadora para ganar Recopa, Copa del Rey y Supercopa de España. El botín del brasileño ascendió a 47 goles (entre ellos, 34 en Liga) en 49 encuentros. Una salvajada que no sedujo las cuentas económicas de Núñez. En el verano del 97, el joven crack aceptó la oferta del Inter de Milán. Moratti pagó los 4.000 millones de pesetas que constaban en la cláusula de rescisión y se llevó a Ronaldo.

Italia le acogió expectante. Muchos no creían que pudiese mantener sus descollantes números en el despiadado Calcio. Poco tiempo después, los incrédulos se quedaron sin argumentos. La revista France Football se rindió a sus encantos y le concedió el Balón de Oro en 1997. Ese curso, Ronnie se salió con 34 goles en 46 partidos y ayudó a la conquista de la Copa de la UEFA ante la Lazio. Solo en liga consiguió 25 tantos. Su segundo año en el Inter no fue tan brillante, ni en el aspecto individual ni en el colectivo. El resultado, 14 dianas en 19 choques de Scudetto y una participación discreta en la Champions, donde los neroazzurri fueron eliminados en cuartos por el Manchester United.

La frustración originada por la escasa vocación competitiva interista se compensaba con sus presencias en la selección brasileña, con la que fue subcampeón del mundo en Francia 98 y campeón de la Copa América en 1999. En ambas citas resultó clave con sus goles. Nadie discutía su rol de referente en la Verdeamarelha. Los justificados elogios llevaban explícitos las comparaciones con los más grandes. Tenía 23 años y toda una carrera por delante para marcar muchos goles, conquistar un montón de títulos y aumentar una leyenda incipiente.

La pesadilla de las lesiones y la convocatoria para el Mundial 2002

Ronaldo poseía un físico increíble. Era un portento sin precedentes, pero con un talón de Aquiles camuflado entre sus poderosos músculos. La pesadilla comenzó el 21 de noviembre de 1999. En un encuentro frente al Lecce, el tendón rotuliano de su rodilla derecha cedió. Los médicos detectaron una debilidad congénita en esa zona y el brasileño no pudo librarse del quirófano. Volvió a jugar el 12 de abril del 2000. Su retorno, en la Copa de Italia ante la Lazio, tuvo consecuencias funestas. A los pocos minutos de ingresar en el campo, encaró a Fernando Couto y le intentó rebasar con una bicicleta. La dulce maniobra fue frenada en seco por la rodilla maldita. El tendón rotuliano falló de nuevo y amenazó con quebrar la trayectoria de El Fenómeno.

La actitud de Ronaldo en su larga recuperación, un sendero tortuoso de enorme desgaste físico y mental, resultó encomiable. Muchos se hubieran planteado seriamente la retirada, pero él quería volver. Amaba el fútbol y se resistía a perderlo para siempre. La dolorosa espera encontró el premio anhelado poco antes del comienzo del Mundial de Corea y Japón. Scolari, el técnico de la Seleçao, convocó a Ronnie. No había disputado ni 20 partidos con el Inter durante la temporada 2001-2002 y el fantasma de su rodilla derecha vigilaba amenazante. Sin embargo, Scolari sentía que le necesitaba. Los deseos del míster no entendían de tendones rotulianos. Solo atendían al potencial descomunal del delantero, imprescindible en una cita mundialista, y a la fuerza de voluntad que lo había devuelto a los terrenos de juego.

La selección brasileña que acudió a tierras asiáticas no partía entre las grandes favoritas. Era una formación de entreguerras, sin el talento en el centro del campo de sus predecesoras. Contaba con un tridente ofensivo que se revelaría temible en el transcurso del torneo, pero que no infundía miedo en los inicios. Lo componían el recuperado Ronaldo, un Rivaldo en decadencia y Ronaldinho, una joven promesa dispuesta a revelar sus extraordinarias aptitudes al fútbol mundial. Equipos como la elegante Argentina de Bielsa o la experimentada Francia, campeona mundial y europea en ejercicio, parecían muy superiores, pero descartar al país más laureado antes de un Mundial siempre es una temeridad.

El sorteo había colocado a Brasil en el grupo C, junto a Turquía, Costa Rica y China. Pasar a octavos como primera era una obligación. En el primer choque, contra la imprevisible Turquía, Ronaldo inició su cruzada contra las dudas de los escépticos. Hasan Sas, uno de los jugadores revelación de aquel torneo, había adelantado a los otomanos al final de la primera parte. El bloque carioca encaraba la segunda mitad con dudas, pero El Fenómeno no tardó en cercenarlas. En el minuto 50, Rivaldo colgó con precisión el balón desde la izquierda y Ronaldo, más rápido que sus marcadores, remató a la red. Anticipación y remate. Dos de las cualidades que mejor definían la carrera del astro de Río de Janeiro. Un penalti producto de una falta fuera del área y convertido por Rivaldo puso el 2-1 en el 87. Turquía acabó con nueve después de que el propio Rivaldo, en un lamentable ejercicio de teatro, fingiese una agresión de Hakan Unsal. Brasil ganó, pero no asustó. Su delantero centro, eso sí, había lanzado el primer aviso.

El segundo encuentro fue mucho más plácido. La modesta China sucumbió rápido al potencial ofensivo de los sudamericanos. Roberto Carlos, Rivaldo y Ronaldinho, este último desde los once metros, trazaron una goleada que culminó Ronaldo en el minuto 55. Era su segundo tanto en la competición. Cafú, con su profundidad habitual, atravesó el área china hasta la línea de fondo y habilitó al 9 para que empujase el esférico a puerta vacía. 4-0 y rumbo a octavos. El tercer partido, contra la débil Costa Rica, se transformó en un torrente de goles. Un contexto propicio para que Ronnie volviese a hacer lo que mejor sabe. Consiguió su primer doblete del torneo en los trece minutos iniciales y su efectividad ante la portería recordó a la versión afinada del ariete en Barcelona y Milán. No tenía demasiada ascendencia sobre el juego colectivo, pero compañeros y rivales compartían la misma sensación. No se le podía dejar ni medio metro. Brasil se impuso 5-2 y encaró el primer cruce a vida o muerte con optimismo. Volvía a tener al delantero más mortífero del mundo.

Bélgica, Inglaterra y Turquía, la ruta hacia la gloria

Ronaldo estaba recuperando la confianza. La rodilla había decidido dejarle tranquilo y la consecuencia lógica era su facilidad goleadora. Argentina y Francia, las dos grandes candidatas al título mundial, estaban fuera tras una decepcionante primera fase. El pentacampeonato comenzaba a dibujarse en el horizonte de la Seleçao como un objetivo realista. En octavos el contrincante fue Bélgica. Los chicos de Scolari tardaron en acreditar su supuesta superioridad. De hecho, con empate a cero, encajaron un gol de Wilmots mal anulado por el colegiado. En ese encuentro acabaron con un correoso rival gracias, una vez más, a Rivaldo y Ronaldo. Una dupla sospechosa en la víspera del torneo que dedicó toda su energía a cerrar las bocas de los suspicaces. Rivaldo abrió el marcador y Ronaldo lo clausuró, de nuevo con un solo toque. La precisión quirúrgica en el disparo había sustituido a las jugadas imposibles y la brillantez estética.

Cuatro partidos y cinco goles. El rendimiento coral allanaba el camino de los récords individuales. El punta del Inter aspiraba a uno muy especial. Marcar en todos los encuentros del Mundial para emular a Fontaine y Jairzinho. La trayectoria de Ronaldo en territorio asiático invitaba a creer en sus opciones de reeditar la gesta, pero la férrea defensa inglesa apareció en cuartos para dejar sin plusmarca al ariete y cuestionar seriamente la supervivencia de Brasil en la competición. Owen puso en ventaja a los británicos en el minuto 23 y Campbell y Ferdinand, dos sacos de músculos, colocaron el cerrojo en los dominios de Seaman. El bloque carioca, falto de ideas, pero sobrado de talento, se encomendó al joven Ronaldinho Gaucho, figura emergente del PSG. La estrella en ciernes recogió el guante y reventó el muro levantado por los zagueros de Inglaterra con dos acciones de genio en un intervalo de apenas cinco minutos. En el descuento de la primera parte, arrancó con brío desde el centro del campo para descolocar el sistema defensivo de los Pross y dejar en buena posición a Rivaldo, que batió a Seaman con un disparo cruzado con el interior. En la segunda secuencia (minuto 49) nadie robó protagonismo al crack de Porto Alegre. Ronaldinho envenenó una falta muy escorada a la derecha para convertirla en un centro chut que superó a un desconcertado Seaman. Ronaldo no había aparecido, pero Brasil estaba en semifinales. Vivo y reforzado como un ejército después de librar la batalla fundamental.

En la penúltima ronda aguardaba Turquía, causante de la despedida de la increíble Senegal en cuartos. Se habían medido en la primera fase y los brasileños intuían que el partido no sería fácil. No lo fue. En parte por la falta de puntería de Ronaldo, Rivaldo o Roberto Carlos y en buena medida por el acierto del meta Rüstü, que se ganaría en el Mundial su futuro fichaje por el Barcelona, la contienda se decidió en una acción. Y ahí estaba O Fenômeno para protagonizarla. En el minuto cuatro del segundo tiempo, el astro recibió el balón en la parte izquierda del ataque, se revolvió para zafarse de su marcador y resolvió con un disparo cruzado de puntera que superó a Rüstü. Turquía se lanzó a por el empate descuidando su organización defensiva. Su planteamiento pudo costarle el segundo en más de una ocasión, pero estuvo a punto de otorgarle el empate en un remate de su histórico delantero centro, Hakan Sükür, que repelió el portero Marcos. El silbato de Kim Milton Nielsen decretaría la conclusión unos minutos más tarde. Un sonido que devolvió a Ronaldo a la final de un Mundial. Como en Francia 98, solo que esta vez se iba a encargar personalmente de que el marcador no fuera el mismo.

La sombra de la final del 98, superada

Cuatro años antes, Ronaldo disputó el partido decisivo afectado por sus problemas de salud en las horas previas. Vital en el resto del campeonato, en la final estaba apagado, incapaz de evitar el festival galo. Cuatro años después, su instinto depredador se preparaba para engullir la resistencia de Alemania en el Estadio Internacional de Yokohama. El equipo teutón compartía con Brasil las escasas expectativas de éxito generadas en la previa del torneo. No deslumbró a nadie, pero su solvencia defensiva (apoyada en un Kahn descomunal) y los goles de Ballack y Klose fueron suficientes para ir superando rondas hasta despachar en semifinales a la anfitriona Corea, coleccionista de arbitrajes escandalosos.

El primer tiempo de la final fue muy igualado. Alemania, consciente de sus fortalezas y debilidades (Ballack no pudo jugar por sanción) no dejaba huecos atrás. El problema era que su rival tenía la capacidad de generarlos sin necesidad de invitación. A los 18 minutos, Ronaldo perdonó ante Kahn tras una asistencia letal de Ronaldinho. Cerca del descanso, la traca final carioca estuvo a punto de derruir la retaguardia germana con un espectacular disparo de Kleberson al larguero y un remate a bocajarro de Ronaldo que se topó con el portero del Bayern. Las mejores ocasiones eran brasileñas. Un decorado muy peligroso para Alemania, que comenzó el segundo tiempo amenazante. Neuville envió el balón al poste con un trallazo que llegó a tocar con los dedos Marcos. Era la constatación de la tradicional pegada teutona, capaz de desatarse sin tener dominado un encuentro.

La segunda parte avanzaba y algunos aventuraban la llegada de la prórroga, pero Ronaldo no quería esperar para levantar su segunda Copa del Mundo. Ya había tenido bastante paciencia. En el minuto 66, robó la pelota a Hamann y cedió a Rivaldo, que armó su poderosa zurda y la descargó hacia el centro de la portería de Kahn. El mejor guardameta de la competición falló en el peor momento. De héroe a villano. No supo blocar el balón y Ronaldo, atentísimo, fue el más rápido para aprovecharse del inesperado rechace. Pifia de Kahn, gol de Ronaldo y la final de verde y amarillo.

Con la presa herida, el depredador descubrió la sangre y remató a su víctima. Doce minutos después, una carrera de Kleberson por la banda derecha finalizó con una asistencia a Rivaldo, que dejó pasar el balón entre sus piernas y despistó a todos menos a Ronaldo, preparado para culminar la faena. El 9 controló, se acomodó el balón y disparó. Fue un golpeo suave, pero raso y colocado. La estirada del taciturno Kahn no sirvió de nada. Gracias a los dos goles de El Fenómeno, Brasil acariciaba el título.

Los últimos minutos trajeron un sobresalto a cuenta de Bierhoff, frenado por Marcos con una brillante intervención. Fue el último arrebato de la orgullosa Alemania. La final expiraba y Ronaldo lloraba en la banda. Sabía que el esfuerzo derrochado en la durísima rehabilitación valía la pena, pero quizás no se imaginaba que los frutos iban a llegar tan pronto. Mundial, Bota de Oro del torneo (ocho tantos), FIFA World Player y Balón de Oro. Ese mismo verano, Florentino Pérez se obsesionaría con su fichaje y Ronnie se incorporaría al Real Madrid galáctico. Tenía las rodillas de cristal, pero el remate, la colocación y el instinto de los goleadores implacables. El mejor delantero del mundo había vuelto.

4 Comentarios

  1. «Verdeamarelha» no. «Verde-Amarela» si.

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