Champions League

1999: Manchester-Bayern, posiblemente la mejor final de la historia de la Champions

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Ole Gunnar Solskjaer celebra el gol de la victoria (Foto: Cordon Press)

Hubo un tiempo en el que la Liga de Campeones (antes Copa de Europa) solo podían disputarla los vencedores de las respectivas competiciones domésticas. Un país, un participante. La fórmula era coherente con la denominación del torneo, pero el capitalismo futbolístico se la llevó por delante en aras de expandir el producto e incrementar los ingresos económicos. La consecuencia fue la proliferación de equipos de las principales ligas del continente en el gran evento balompédico a nivel de clubes.

En la temporada 1997-98, ni el Bayern de Múnich ni el Manchester United habían triunfado en sus países. Kaiserslautern y Arsenal levantaron la copa de campeón de Liga en Alemania e Inglaterra, pero muniqueses y «Red Devils» se clasificaron para la Champions 1998-99, cuya final iba a celebrarse en el Camp Nou de Barcelona. Desde luego, pese a la pérdida del trono estatal, eran dos de los favoritos al título. Junto a ellos, una lista amplia de potencias. Barcelona, Real Madrid, Juventus, Arsenal o Inter de Milán presumían de plantillas con posibilidades para aspirar a lo máximo.

Como siempre sucede, el desarrollo de la competición colocó a cada cual en su lugar. El Barça de Rivaldo y Figo no tuvo suerte en el sorteo y despertó rápido del sueño de jugar la final en su estadio. Bayern y Manchester pasaron a cuartos y eliminaron al conjunto catalán en la primera fase. El Madrid, por su parte, defendía la copa conquistada en el Amsterdam Arena, pero el sorprendente Dinamo de Kiev de Shevchenko y Rebrov le apartó de las semifinales. Tras dejar fuera al Barcelona, el Manchester ejerció de ejecutor de las aspiraciones italianas. En cuartos superó al Inter y en la penúltima ronda venció a la Juventus de Zidane y Del Piero, finalista el curso anterior.

Foto: Cordon Press

Su adversario en el choque decisivo sería el Bayern de Múnich. La formación bávara tuvo unos cruces más asequibles (Kaiserslautern y Dinamo de Kiev), aunque el club ucraniano, gran revelación del año futbolístico, no se lo puso nada sencillo. Ingleses y alemanes llegaban al partido sin facilitar un pronóstico claro a los apostantes. Se habían medido en la primera fase, pero los dos encuentros acabaron en empate. El Manchester realizaba un juego más técnico y vistoso, mientras el Bayern hacía menos concesiones a la brillantez estética. Sólido atrás y eficaz arriba, el bloque germano no estaba dispuesto a ceder a los encantos de los Fergie’s boys, que afrontaban una reválida histórica.

Un partido especial

El valor simbólico de la cita trascendía el hecho de que por primera vez se encontraban en una final de la antigua Copa de Europa dos equipos que no ostentaban el rango de campeones de sus respectivas ligas. Para el fútbol inglés era mucho más. Se trataba del regreso a la elite, de la posible reconciliación con el éxito internacional después de años de ostracismo tras la tragedia de Heysel. Además, otro dato enardecía el deseo de victoria de los más nostálgicos. El día del partido (26 de mayo de 1999) se conmemoraba el 90 aniversario del nacimiento de Sir Matt Busby, el legendario entrenador que lideró la conquista de la primera Copa de Europa del United, en 1968. Tampoco el Bayern podía sacar pecho por su trayectoria reciente en la máxima competición continental. Desde 1987, cuando Madjer le robó la gloria con un célebre taconazo, no había vuelto a una final (su última orejona databa de 1976).

El sugerente Manchester ansiaba reeditar el triunfo de 1968 y el eficiente Bayern anhelaba su cuarta copa de campeón. Ambos aspiraban a lograr el triplete esa temporada. Las circunstancias tenían su importancia, pero quedaban subordinadas al extraordinario grupo de futbolistas que comparecían en el césped del Camp Nou. La escuadra de Ferguson, con el mítico Schmeichel bajo palos, un centro del campo delicioso (aunque mermado por las ausencias del enérgico Keane y el polifacético Scholes) y una delantera demoledora (Yorke y Cole) ante la formación de Hitzfeld, técnico que buscaba repetir la inesperada victoria obtenida con el Borussia Dortmund frente a la Juventus en 1997. Para ello, podía apoyarse en la seguridad y los reflejos en la portería del carismático Kahn, el muro compuesto por el eterno Matthäus, Kuffour, Linke y Babbel en la retaguardia, y el toque y desequilibrio a cargo del temperamental Effenberg y de Basler en el medio. La baja del peligrosísimo Elber reducía el poder ofensivo bávaro, aunque Jancker y Zickler tampoco permitían la relajación de las defensas rivales.

Foto: Cordon Press

Las previsiones dictaban el dominio en la posesión del Manchester, con el Bayern replegado a la espera de que el balón llegase a las botas de sus hombres más talentosos. Lo que no esperaban los de Ferguson era que el esférico obedeciese tan pronto los designios de las individualidades adversarias. En el minuto seis, una falta de Johnsen sobre Jancker (clásico delantero tanque) cerca de la frontal del área volteó las expectativas británicas. Mario Basler, jugador muy preciso a balón parado, teledirigió la pelota hacia el poste cubierto por Peter Schmeichel, transformado en estatua y despistado por los movimientos en la barrera. El gol alemán aturdió al United, que apenas tuvo oportunidades para salir de su azoramiento durante los 90 minutos. La más clara la protagonizó el sueco Blomqvist a centro del refinado Giggs, pero, ante la salida de Kahn, mandó el balón por encima del larguero.

El Bayern, por su parte, no imaginaba un choque tan plácido. El puerto de alta montaña se había convertido en una extensa planicie. Con el Manchester falto de ideas, y por tanto de profundidad (Keane y Scholes eran claves), se dedicó a salvaguardar su escasa renta mientras buscaba la picadura mortal a la contra. Jancker y Effenberg pudieron dinamitar el partido con sendas ocasiones, pero la jugada de la noche (antes del tiempo de descuento) vino propiciada por la clase de un futbolista tan excelso como intermitente, Mehmet Scholl. Había entrado en el minuto 71 en sustitución de Zickler y no tardó en exhibir sus habilidades. Un contraataque basado en una conducción perfecta de Basler finalizó en el pie derecho de Scholl, que frotó la lámpara y elevó con sutileza la pelota frente a un adelantado Schmeichel. Pero el genio se olvidó de conceder el deseo principal y el poste impidió un gol histórico. La madera también evitó la sentencia en un remate acrobático de Jancker tras un saque de esquina de Basler. En este caso fue el larguero el que se ejerció de frontera caprichosa entre los muniqueses y el anhelado trofeo de campeón. Tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.

La aparición de Sheringham y Solskjaer

La batalla agonizaba, y con ella las opciones de los fatigados Diablos Rojos, que se resistían a la rendición. Ferguson introdujo a Sheringham y Solskjaer y retiró a Blomqvist y Cole. Esos cambios se revelarían como una genialidad. Era la última baza del preparador escocés, que recurría a la segunda unidad de la delantera más brillante del curso europeo. En el otro banquillo, Hitzfeld cambió a Matthäus, que se marchó convencido de que al fin le había llegado el momento de ganar la Liga de Campeones. No podía esperar lo que vendría después. El discurso épico y trágico llevado al extremo. La intensa e inolvidable emoción de los vencedores inesperados. El destino cruel teñido por el lamento inconsolable de los derrotados a última hora.

Los tres minutos de descuento decretados no parecían un obstáculo relevante para la férrea y eficaz defensa germana, impresionante durante todo el partido. Puede que su solidez deviniese en confianza, porque el fallo llegó en el peor momento, cuando Effenberg concedió un córner al rechazar un centro de Neville.

Minuto 91. El guante de Beckham acarició el balón, que se elevó hacia el punto de penalti lanzando un órdago al destino. Allí Schmeichel, que había abandonado la portería, estuvo cerca de rematar. La pelota, tras un toque de cabeza de Yorke y un mal despeje de la zaga del Bayern, acabó en el vértice del área. Giggs empalmó en semifallo y el veterano Sheringham batió a Kahn a bocajarro y libre de marca. La final estaba igualada. Matthäus, en la banda, se quedó petrificado.

Foto: Cordon Press

Los bávaros, en estado de shock, regalaron la posesión tras sacar desde el centro del campo. El Manchester percibió la herida en su oponente e intentó que la hemorragia fruto de la lanzada anterior fuese mortífera. Gary Neville envió un pelotazo recogido por Solskjaer en las inmediaciones del área alemana. El delantero noruego protegió la bola ante la llegada de Kuffour y forzó un nuevo córner. La afición inglesa jaleó a sus paladines, sabedora de que el rival estaba tocado. Beckham se aproximó al banderín. Con él, cada jugada de estrategia era una pesadilla para la defensa contraria, a la que desnudaba de continuo.

Minuto 93. David colgó el balón con su diestra de seda. Sheringham volvió a incordiar a los zagueros teutones cabeceando al segundo palo, donde esperaba Solskjaer, infiltrado entre Kuffour y Tarnat. El punta nórdico, de tez angelical pero instinto asesino, metió la pierna derecha y superó a Kahn por segunda vez. A partir de ese momento se escenificó el drama entre los vencidos. Mientras Schmeichel celebraba la proeza con una pirueta, las cámaras apuntaron a un desolado Tarnat. Varios jugadores del Bayern se quedaron tendidos sobre el césped, prisioneros de la crueldad argumental de la superproducción. El árbitro del choque, el ínclito Pierluigi Collina, intentó consolar a los perdedores. Misión imposible. Tocados y hundidos, no se querían levantar para acabar el partido. Kuffour, desesperado por la oportunidad perdida, golpeó varias veces el suelo y se echó a llorar. Collina no había pitado, pero todos daban la contienda por concluida. De manera totalmente imprevista.

Nadie se lo podía creer

El contraste de sentimientos en el campo continuó en las gradas abarrotadas del Camp Nou. Los seguidores ingleses, incrédulos, gritaban y saltaban de alegría en pleno éxtasis. La afición alemana, también atónita, fundió su sorpresa en lágrimas y un silencio estremecedor. Lennart Johansson, entonces presidente de la UEFA, se había marchado del palco antes del gol de Sheringham, convencido de que el resultado era inamovible. De hecho, la copa ya estaba engalanada de cintas con los colores del Bayern de Múnich, pero fue Schmeichel, en su última temporada como portero del Manchester, el que gozó del privilegio de levantar la orejona. Junto a él, alzó el trofeo Alex Ferguson, consciente de que el título que estaba celebrando le otorgaba la condición de entrenador leyenda para los Red Devils. El escocés, para sintetizar el desenlace de la final, pronunció una sentencia elocuente: «Fútbol, maldita sea». Al poco tiempo, sería nombrado Caballero del Imperio Británico.

El United logró el triplete ese curso (Premier, FA Cup y Champions League), con lo que los miembros del plantel se erigieron en dignos sucesores de los pioneros de 1968. No era para menos. Protagonizaron un instante único en la historia del fútbol con un grupo de jugadores formidable. Estrellas mundiales que quedan en un segundo plano al recordar la final del Camp Nou. Allí los suplentes Sheringham y Solskjaer entronizaron a su club mientras hundieron al Bayern. Constataron que la gloria no siempre está reservada a los más brillantes. A veces se posa sobre los que saben estar en el lugar adecuado y en el momento oportuno, con más razón si esa secuencia es el tiempo de descuento de una final de Liga de Campeones. Gloria para Sheringham y Solskjaer. Miseria para el Bayern de Munich. Y un día a recordar para el fútbol.

Un comentario

  1. Así fue … El capitalismo rampante no deja ya disfrutar de las buenas cosas de la vida.
    Hay que crear nuestro propios paraísos y no desfallecer en el intento
    Acá los mejores tenis y zapatos en general son mexicanos de marca Flexi
    Ven a comprar!!
    Abrazos todos!

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