Humor

Una vez me apunté a taekwondo

Es noticia
José Jesús Márquez (Foto: Cordon Press)

Una vez me apunté a taekwondo. Siempre que cuento esto alguien se ríe. Con solo decir «una vez me apunté a taekwondo» consigo que alguien se ría. Lo único que hace falta para que alguien se ría con esto es que me conozca desde hace tiempo. Si no me conoces y te cuento «una vez me apunté a taekwondo», me dirás «pues muy bien, suélteme el brazo, señor»; pero si me conoces un poco te ríes porque yo en taekwondo es lo mismo que un oso amoroso en taekwondo.

Soy lo menos taekwondo que pueda haber en el mundo. Soy alérgico al conflicto y todavía más al combate. Si me tuviera que pegar con alguien me tumbaría en el suelo como los que se tumban detrás de una barrera, en el fútbol, y esperaría a que el otro se cansara de darme golpes. Y estoy convencido de que se cansaría, porque yo soy muy bueno tumbándome. Muy malo pegándome, pero muy bueno tumbándome. Ese sería mi lema y esa sería mi táctica de combate.

No sé muy bien qué ocurrió entonces para que yo me apuntara a taekwondo, pero en la memoria guardo algunos recuerdos. Lo primero fue que ofertaran artes marciales como extraescolar, algo quizá discutible, pero al menos no era como en el otro colegio al que fui, que había mecanografía de extraescolar. Mecanografía, en los años 90, que ya casi teníamos ordenadores, que lo único más antiguo sería Arte rupestre. Mecanografía, de verdad, mis dieses: una visión de futuro impecable.

El caso es que yo tendría 6 o 7 años y un día salí del cole con una hoja y un deseo: apuntarme a taekwondo. Recuerdo a mis padres preguntarme si estaba seguro y yo contestando que segurísimo. De lo que estoy seguro ahora es de la influencia de Bola de Drac en el asunto. Nos dio muy fuerte por Bola de Drac, que la veíamos todos en TV3, tanto que durante un tiempo jugar a «peleas» relevó a jugar a fútbol como actividad favorita en el recreo. Juntas todo esto en una coctelera y se puede empezar a entender por qué, siendo alérgico al conflicto y al combate, apareció la opción taekwondo en las extraescolares y pedí apuntarme.

Recuerdo también que yo no veía muy claro lo de jugar a «peleas». Se me daba mejor lo del fútbol. Recuerdo también a los profesores en el recreo lanzarnos una pelota de fútbol, como si fuera un documental de animales, para que dejáramos de jugar a ‘peleas’ y saliéramos corriendo detrás de la pelota. Es especialmente gracioso porque ahora en los patios de muchos colegios, según tengo entendido, prohíben jugar a fútbol porque el fútbol es una fuente de conflictos. Quizá si empezaran jugando a «peleas» el fútbol estaría mejor visto. Es un consejo que regalo a mis amigos los niños.

Después de mucho insistir, mis padres accedieron y me apuntaron a taekwondo. Nos metieron en un gimnasio con colchonetas y nos dieron un papelito con la dirección de la tienda de kimonos. De ese primer día recuerdo dos momentos. Nos ordenaron pegar puñetazos al aire, y el gran maestro-profesor-entrenador se acercó y me dijo que al cerrar el puño metiera el pulgar bajo los otros dedos, porque así, si le pegaba un puñetazo a alguien no me rompería el dedo. Esto es algo que me impactó muchísimo, porque yo no había pensado en pegarle un puñetazo a nadie, y mucho menos hacerme daño con eso. Si no tenía bastante con defenderme cuando jugábamos a «peleas», resultaba que también podía caer herido por mí mismo. La violencia esconde una complejidad alucinante.

Nunca he puesto en práctica lo de dar un puñetazo con el pulgar escondido, pero es algo que he dicho mucho para sentirme integrado en ciertas conversaciones, en plan «controlo de esto de pegarse». También es un consejo que regalo a mis amigos los niños.

El otro momento que recuerdo de aquel Día 1 resultó definitivo. Cuando dejamos de dar puñetazos al aire, y cuando estaba a punto de pensar que el taekwondo era pan comido, mandaron que nos pusiéramos por parejas. Yo era el más pequeño de todos, por edad y por tamaño. Me juntaron con uno de Quinto y lógicamente me convertí en su muñeco. Me cayeron hostias por todos lados. Hostias sin rencor ni malicia, hostias deportivas, hostias homologadas por el Comité Olímpico Internacional, pero hostias al fin y al cabo. Cuando llegué a casa y mi madre me preguntó por la dirección de la tienda de kimonos, le dije que me lo había pensado mejor, que lo del taekwondo lo dejábamos para otro año.

Contra pronóstico, ese otro año no fue 1991, por lo que fuera. Tampoco alguno de los siguientes y tampoco va a ser 2023, por lo que fuera, también. Siguen sin cuadrarme los horarios.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*