Atletismo Entrevistas

José Manuel Abascal: «En el 1.500 el dolor es insoportable, en un momento las piernas no dan más y hay que aguantar otro minuto»

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Tiene el pelo color gris, rostro bronceado y las manos muy grandes. Ah, y sonríe, sonríe mucho.  En los años ochenta José Manuel Abascal (Alceda, 1958) fue casi un icono pop. Aquellos Juegos Olímpicos de Los Ángeles, los de trasnochar, Michael Jordan, el baloncesto, todo ese ambiente festivo de modernidad y disfrute. Y él, claro. Medalla de bronce en 1500 metros. La primera del atletismo español en pista, el comienzo de todo lo que vino después.

Pero reducir una vida a aquel día californiano es injusto, porque Abascal fue muchas más cosas. Fue pionero en el patrocinio individual, corrió sobre pista de madera en el Madison Square Garden, se trajo hasta Cantabria a un futuro campeón olímpico. De todo eso hablamos con él, también de aquel niño al que robaron todo la primera tarde que pasaba lejos de casa, o cuando salió corriendo delante de la policía soviética. Menos mal que era uno de los mejores atletas del mundo…

En la entrevista nos acompaña Carlos Cobo, presidente de la Federación Cántabra de Triatlón y buen amigo de José Manuel, que puso todo de su parte para que la misma fuera posible…

Tú naces en Alceda.

Eso es. Bueno, mi familia era trashumante, como todos los del Valle del Pas. Teníamos varias cabañas, la trashumancia era el pan nuestro de cada día, el modo en que vivían todos los pasiegos.

Esa trashumancia que aquí le decimos muda… ¿Tú llegas a hacer mudas?

Sí, claro, mi madre me llevó en el cuévano (una pequeña cesta que se echaba a la espalda y donde se cargaban los niños pequeños), como cualquier otra a sus hijos. Recuerdo que nos ataba en el petral, que es el poste principal del pajar, cuando ellos salían a hacer sus cosas. Nos ponía una cinta alrededor para que no escapásemos, porque allí todo tiene pendiente y hay peligro de hacerte daño. Eran unas cintas muy suaves, y cuando ellos tenían que hacer una salida corta, de media hora… cuando había que salir por narices a trabajar, nos ataban un rato para que no nos cayésemos… Aquellas casas eran un peligro para niños pequeños. Así que sí… mis padres eran trashumantes como todos los pasiegos, se dedicaban a la ganadería, y yo nací en Alceda porque tenían fincas allí y coincidió. Pero luego vuelvo al Valle del Pas, a la Vega de Pas. Mi padre era de la Vega y mi madre de San Pedro del Romeral.

Imposible ser más pasiegos…

Hay un refrán que dice que no lo hay más pasiego que quien su padre es de la Vega y su madre de San Pedro.

Imagino que naces en la vividora de Alceda, entonces, la cabaña más grande que teníais en esa zona… ¿Cómo era?

Sí, era la vividora, pero yo no me acuerdo. Esa casa… no era como las de las branizas, que se subía solo en verano. Yo nací en marzo así que estábamos en la parte baja, en la parte, entre comillas, cómoda. Pero en el verano me tocó subir en el cuévano a la parte alta, que es donde llevábamos todo el ganado… todos los enseres y todos los animales. Menos mal que nacimos en Alceda, porque si es arriba… A mi madre la ayudó a parir una vecina. Y por la noche ordeñó cuatro vacas. Como te lo cuento. Cuatro vacas.

Era el ganado que teníais, vacas.

Sí, como todos por allí. Es que el 99% menos el panadero, el farmacéutico y el del bar, el resto… Y estaba lleno de gente. Ahora pasas y está muy triste todo, porque las cabañas están cerradas. Pero antes ibas a una cabaña cualquiera y los barrios pequeños estaban llenos de niños.

Os juntabais…

Todas las familias tenían cuatro o cinco niños… El que menos. Eso de uno o dos niños era… algo pasaba ahí (risas), ahora es al revés. Y jugábamos mucho, los vecinos, había ambiente. Jugábamos, para no ser menos, a las vacas. Hacíamos unos palos, pelábamos una parte y esa era una vaca estorregada, una vaca que tenía el lomo blanco… otras eran vacas caretas, otras vacas rojas, y jugábamos a eso. También a la tingla, que se daba con un palo al suelo y a ver quién avanzaba más. A la peonza, un poco más tarde a las chapas… no sé si te acuerdas de la Vuelta Ciclista con las chapas… luego a las canicas. Eso eran nuestros móviles, nuestras redes sociales.

¿Bajabas con tus padres a las ferias de ganado?

No, yo era muy pequeño.

Porque vosotros os vais muy pronto a Zaragoza.

Bueno, mi padre, modestia aparte, creo que fue un avanzado en su tiempo… Él se lía la manta a la cabeza y decide vender todo el ganado y emigrar, porque ve que eso no tenía mucho futuro. Primero vamos a otro pueblo de aquí, en Cantabria, Parabayón, llegando a Renedo de Piélagos, en la recta de La Pasiega, y alquila la cabaña que hay allí arriba. Estamos un tiempo y deja a la madre situada con los cuatro hermanos que éramos, y él marcha para Holanda.

A trabajar en una fábrica.

Sí. Mi madre queda al comando de la familia con los cuatro hijos, primero en La Pasiega, luego en Sarón, la casa de la presa en Sarón, había allí una presa y un molino, estuvimos un par de años… Íbamos alquilando casas que tenían grandes prados, tendríamos treinta o cuarenta vacas. Entonces mi padre abrió camino en Holanda y se lleva a mi madre dos años después de irse, con mis dos hermanas, que eran las mayores. Y los dos hermanos… bueno, deciden mis padres que se quedan un tiempo con unos familiares, y a mí me sitúan en Zaragoza con una tía mía, hermana de mi madre. «Tráelo aquí, que aquí va a estar bien», y deciden mis padres que vaya… pues allá. Fue, probablemente, el momento más doloroso de mi vida. Tendría doce o trece años, ya no me acuerdo, pero estuve llorando dos días seguidos, porque eso de ver a mi madre marcharse, y a mi padre… buah, casi lloro ahora. Me quedaba solo, con alguien que era familia, sí, pero no lo conocía de nada.

Fue un momento trágico.

Mis tíos también tenían vacas, en el centro de Zaragoza.

Es como si te persiguieran.

Sí, claro, más vacas. Pero yo ya venía entrenado de aquí, así que no me cogió de sorpresa. Justo en el centro de Zaragoza, donde había dos calles llenas de coches a un lado y otras dos al otro… y una vaquería en el centro. Venía toda la gente a comprar la leche allí, nadie iba al supermercado a por leche entonces, iban a la vaquería de mi tía. Eran vacas frisonas, como las nuestras en el Pas, solo que no salían a pastar ni nada, les traían alfalfa. Estaba todo rodeado de pisos y en el centro veinte vacas por ahí. Cada día había una cola… igual de cuarenta o cincuenta personas… dos litros de leche, tres, dos… mi tía con un caldero, lo sacaba allí, al porche, llenaba, iba cobrando. Me acuerdo perfectamente.

Y en Zaragoza empiezas con el atletismo.

Voy entonces a los Salesianos.

Ya ibas antes, en Cantabria, ¿no?

Sí. Y atizaban bastante. Aquí había uno… él dice que no, pero es que sí. Un día lo vi, iba yo con otro amigo, y dije «este nos daba unas hostias, caía la gente a plomo». Se lo recordé un día a él y me dijo que no había pegado nunca. No, joder… Entonces llego a Zaragoza y nada más llegar al colegio… a ver, el nuevo, que salga a la pizarra. Yo salía así, cubriéndome. Y me preguntan: «¿qué haces así, hombre? Nada, por si me pegan». Dice: «Aquí ningún profesor pegará a ningún alumno». Y yo, ¿pero qué dice? Y él que eso está totalmente prohibido. Vi a Dios, tú, vi a Dios. Antes… hasta campanazos recibí. Había un profesor que llevaba una campana que tocaba en los recreos, y como te hubiese visto hablando o algo te pegaba un campanazo que a veces te hacía sangre. El Mofles, le llamábamos. Allí jugaba a todo, al balonmano, al baloncesto, al fútbol.

Yo he leído que al fútbol eras bueno.

(Sonrisa) Sí, bueno… No se sabe, a esa edad… Fui máximo goleador del equipo, pero tampoco… No sé si te acordarás de Víctor Muñoz, que jugó en el Barcelona… pues iba un curso por delante de mí, jugaba allí, en el colegio.

¿Era durito ya entonces?

Muy duro, había que decirle «oye, no me pases la pelota, tráemela». No la conducía nunca, no acertaba. Eso le decían después en el Barcelona, «tráemela, no me la pases, porque el pase va a diez metros». Yo luego me hice amistad con él, estudió INEF allí, en Barcelona.

Te descubre Jenaro Bujeda.

Ya estoy integrado, ya me voy adaptando al colegio. Total, que un día estoy jugando al fútbol, como casi siempre, y veo a un profesor que va dando vueltas, mirando al campo… Nada especial, ¿no? Pero al salir se dirige a mí y me dice: «Abascal, he visto que tú tienes buena resistencia, que vas para arriba y para abajo, que no has parado en todo el rato en el partido». Y yo digo que ya, pero que soy muy malo y tal. Pero él sigue. «Oye, te quería pedir un favor». Este hombre tenía un equipín de diez o quince niños que los llevaba a correr, era un entusiasta del atletismo, pero dentro del colegio apenas se conocía porque el atletismo era el deporte peor valorado.

¿Tú conocías algo del atletismo?

No, no… nada.

O sea, para ti era correr.

Sí, pero es que ni eso conocía. Bueno, continúo… él me pide el favor. Mañana hay un cross aquí, en la Universitaria, tenemos un equipo muy bueno, vamos muy bien clasificados, y me falla uno. He visto que tú podrías venir a sustituirlo, hazme ese favor. Pero es que yo eso del atletismo no lo he hecho nunca, ya veré, bueno. Dímelo pronto, porque te tengo que hacer una licencia… Y ya voy para el vestuario y pienso «voy a ir para atrás». Él me daba la asignatura más importante, «Tecnología», así que… «Oiga, ¿a qué hora hay que estar allí?» Y entonces, pues nada, ahí me presenté, a las nueve, pantaloncito corto, pleno enero, en Zaragoza.

Con botas de fútbol, ¿no?

Las botas de fútbol… me dio tacos desgastados porque allí era todo de piedra, piedrecilla de esa fina, no había campos de hierba. Luego me dejaron la camiseta de tirantes, había que llevar la del equipo del cole, y luego una chaquetilla.

Tu primera carrera, nada menos. Y la ganas.

Efectivamente, gano esa carrera. Una carrera sin tácticas, sin estrategias, ya sabes cómo corren los escolares.

¿Qué distancia podría ser?

Infantiles, en un cross… los 3.000 metros. Y yo salí allí tranquilo sobre el quince o el veinte, con unos chavales que no tenía idea de cómo iban. Y de repente crees que on aguantas, pero aguantas, vas cansado. Iba pasando el rato y me iba animando. Hasta que en la llegada, en una pista de atletismo, de ceniza, iba con dos o tres, y al sprint los ventilé. Bueno… cogí una pájara. Claro, un niño que nunca había hecho un esfuerzo así. Solo fútbol y balonmano, que haces una aceleración, paras y vuelves andando… ¿entiendes? Y aquí 3.000 metros… pues llegué espichado, me agarré a un poste, un mareo…

Y veo que viene Jenaro, el profesor, empieza a abrazarme: «ya te lo dije yo, que te he visto correr en el campo, mecagüental, qué bonito». Y yo allí, que me iba a marear, igual ni habría desayunado, vete a saber. Al día siguiente aparece el tío, que era un entusiasta, me pone delante una foto: «El equipo escolar de infantil campeón de regional y Abascal campeón en infantiles». Todo el mundo se descojonaba, porque me tenían visto en el campo de fútbol: «Pero, coño, ¿también hacías atletismo? joder, no sabíamos que corrías» Esa fue mi primera aparición en el atletismo.

¿Cómo sigue eso?

Yo pensaba que ya había cumplido con el profesor, y volví al fútbol. Pero al poco tiempo viene y me dice: «ahora ya la final, solo la final y ya está arreglado». Joder, otro esfuerzo que tendré que hacer, todo sea por «Tecnología», que había subido un poco. Y me presento y lo mismo, mis botitas igual, no había mejorado nada. En esa carrera viene gente de Zaragoza, Huesca y Teruel, era la final. Quedé segundo, un tío que corría de narices me pegó una pasada que no veas. Pero ese fue el momento crucial de mi carrera deportiva… me van a dar un trofeo, lo recojo y claro, yo inocentemente pensé que era igual que en el fútbol, que todo lo que daban iba a las vitrinas del colegio. Así que fui a dárselo al profesor. «No, no. Ese es para ti». Me hizo llorar de la emoción. «¿Para mí seguro? -Sí, sí». Ese momento…

Antes yo a este tío ya no le quería ver, si asomaba lo lejos lo esquivaba. Y cambió la cosa, le dije que cuando hubiese otra carrera me avisasen. Entonces me lleva al poco tiempo, lo del cross fue en marzo y esto sería abril. Me lleva a una pista de ceniza. Él iba con una bolsa, y dentro diez o quince pares de zapatillas. Munich, no se me olvidará en la vida. De clavos, azules. Debía llevar allí todos los números. Como nadie tenía clavos, o igual del grupo solo tenía clavos uno, todos nos lo íbamos cambiando. Él tenía una plantilla hecha… Antonio, tú recoges el de Pedro, Pedro recoge el de Abascal. Tenías que estar atento al 300 vallas, por ejemplo, acababa y a un tío espichado le quitabas las zapatillas, me las ponía y corría yo. Terminé el 200, acabé tumbado y otro, no sé quién era, me quitó las zapatillas ahí mismo. Para que veas cómo ha cambiado la sociedad, que ahora vas a un entrenamiento de chavales e igual alguno lleva 2.000 euros encima en material deportivo.

De esas apariciones de niños yo he leído una leyenda sobre un clavo y un 1.000 metros.

Pues sí, en un Campeonato de España que me llevó y me clavé un clavo en la misma pista de ceniza, casi no podía ni correr. Era el 2.000 metros y quedé segundo. Al día siguiente estaba emperrado en participar en el 1.000, casi ni apoyaba el pie, pero emperrado. Salgo y gano…

Vas subiendo en el escalafón, por así decirlo.

Claro, pero como no había ni redes sociales, ni móviles, ni nada, pues no sabías. Pero todo eso va a la Federación Española, todas las marcas de toda España y ahí hacen un cómputo al final. Resulta que yo estaba entre los mejores. Entonces invitan a diez niños de la categoría infantil a una concentración que se hacía de la nacional en La Toja. Me mandan una carta: «siendo tú uno de los mejores de España», no decía la posición, «en los 2.000 metros, estás invitado a una concentración de dos semanas». Había allí otro chico en velocidad, y marchamos a La Toja. En verano, transbordos… Tardamos, creo, dos días desde Zaragoza. Llegamos espichados, nos tumbamos en la litera… y nada, ya empezamos a entrenar.

Nos llevaban de excursión, había piscina, entrenábamos… A mí, que no lo había visto nunca antes, me pareció maravilloso. Entrenábamos todos los días, y al final hacen una competición de 1.000 y de 2.000, los mejores de España. Quedé segundo en las dos. Se me acerca un responsable de deportes, que se llamaba Grosocordón, hace poco se jubiló en la Federación Española, se acerca y me dice… «Chaval, ¿a ti te gustaría ir a un Centro de Alto Rendimiento?» Y digo, ¿eso qué es? Centro de Alto Rendimiento… un niño que no había hecho nada más que tres carreras en atletismo. «Nada, no te preocupes que ya te mandaremos una carta». Se conoce que ellos hablan… este chaval tiene buena pinta, ha hecho marcas decentes. Y llega la carta, es cuando están mis padres de vuelta, habrían estado fuera cuatro o cinco años.

Decía la carta: «el Comité Olímpico Español y la Federación Española tiene a bien concederte una beca en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid o Barcelona, a elección por tu parte o de tu entrenador». Se lo llevo al profesor y se volvía loco, había descubierto un atleta ahí, en el colegio, corriendo con zapatillas de fútbol. Pero mi padre dice que dónde voy, que soy muy pequeño, que debo seguir allí, que ahora que volvieron ellos, que ni se me ocurra…

¿Qué edad tendrías entonces?

Pues entre quince y dieciséis años. Entonces Jenaro dice «mañana hablo con tu padre, dile que me espere por aquí». Le dice que esto es una oportunidad histórica, que ya lo ha mirado él, que vaya a Barcelona aunque esté más lejos de Cantabria, que en Madrid hay entrenadores muy duros y me acabarán quemando. Qué idea tenía, este tío. Luego, con el paso del tiempo, me di cuenta de la razón que tuvo. Y entonces es cuando escoge la Blume. En aquellos tiempos que te venga un profesor a casa, o el farmacéutico, o un guardia civil…

O el cura.

Claro, eran unas autoridades a las que era muy difícil decir que no. Mi madre me preparó una maleta, dos bolsitas, y a Barcelona. Vía estrecha hasta Bilbao, allí hace cambio y me roban las bolsas.

¿Te roban las bolsas? El primer día…

Me roban. Hice yo dejación, porque me puse en la cola a sacar el billete de Bilbao a Barcelona y digo a una señora «míreme un poco las bolsas, por favor, mientras hago esto». Y cuando volví me las había mirado tanto que ya no estaban.

Y eso con dieciséis años, marchando a vivir fuera de casa.

Yo creo que no había cumplido dieciséis. Iba hasta Barcelona, solo tenía la dirección, Carretera de Esplugas 12, Esplugas de Llobregat. Antes de salir me dio mi padre cinco mil pesetas. Ahora serían unos treinta euros, pero entonces eran un jornal. «Hijo mío, ten cuidado con esto». Y yo lo metí al fondo de las bolsas y ahí marchó también. Solo había cogido mil pesetas para comprar el billete, que costaba setecientas o así en vagones de estos de madera.

Me volví loco, empiezo a dar vueltas, y no veo por ningún lado lo perdido. Así que me pongo en una esquina, pensando qué iba a hacer… me eché a llorar. Ahora tengo que volver para casa, qué dirá mi padre, las bolsas, el dinero. Y tuve la suerte de que viene un guardia: «chaval, ¿qué te pasa? -Que me han quitado las bolsas -Tranquilo, tienen que estar por aquí». Me acompaña, buscamos, baños, todos los sitios… y nada, no encontramos nada. «Pues nada, hijo mío, tendrás que subir aquí, a comisaría». La comisaría estaba justo encima de la estación. Llego allí, documentación, me preguntan dónde voy, digo que a Barcelona, a un Centro de Alto Rendimiento, que soy atleta. Le cuento lo de la beca, la Federación. Me dice: «pero, hombre, ¿cómo has dejado ahí las bolsas -Es que las dejé pensando que una señora me las iba a guardar, y al volver ya no estaban».

Allí, en comisaria. Es fácil imaginar la situación…

No se me olvidará… pega un golpe así en la mesa, que saltó el cenicero y todo lo que había allí… y dice «eso hay que encontrarlo como sea». Fíjate, qué tío más bueno, ¿eh? el jefe de la comisaría. Tenía allí tres o cuatro guardias, todos uniformados, y dice «tú, vete al tren que va a Sondika, tú al que va no sé dónde, y echad un vistazo». Todos iban volviendo, nada. Y el tío coge un mapa y dice «a ver, ¿a qué hora ha sido». Le digo que hace una hora, y calcula a dónde salieron los trenes entonces. Este para acá, este para allá, hay que llamar a las comisarías donde pararán. La que preparó aquel hombre.

A las doce de la noche, en Miranda de Ebro, encuentra la guardia civil mis bolsas. Una roja y una blanca. La señora decía que pensaba que me había marchado… Entonces aquel hombre me llevó un bocadillo y me dejó tumbarme a descansar tras unos barrotes donde metían a los presos. Me compra un billete a Miranda y me dice que baje allí, que me estará esperando la guardia civil. Entonces voy en tren… todo el rato mirando para ver si esa parada era la de Miranda de Ebro, bajo y están los guardias: «¿Quieres denunciar a esta señora?» Y yo que no, que no. Miré y estaba el dinero, así que contento. Me compraron otro bocadillo, dormí en comisaria y al día siguiente me pusieron otro tren, gratuito, hasta Barcelona.

O sea, que tu primera noche en esta nueva aventura la pasas en comisaría…

Pero con la puerta abierta (risas). La verdad es que algún día me gustaría escribir un libro con estas historias. Hombre, todos tenemos una vida, pero yo he rodado mucho. Bueno, llego a las ocho de la mañana a la Estación de Francia y entonces… ¿qué hago yo aquí? Cojo un folleto, empiezo a mirar… no sabía si mirarlo boca arriba o boca abajo… buscando Esplugas, carretera de Esplugas… preguntando todo el tiempo… «¿para Esplugas? -Buff, tienes que ir hasta Plaza de España, luego coges uno hasta Sants y de Sants ya te sube». Joder… Más o menos lo fui haciendo así… imagina, dieciséis años, dos bolsitas, mirando ahí como Paco Martínez Soria, que solo me faltaba el pollo… Hasta que llego. Le había dicho al chófer que me avisase cuando estuviésemos en la plaza o algo, porque pensaba que el Centro estaría por allí. Pero, joder… Esplugas debe ser uno de los pueblos más grandes de España. Estaba en la entrada de Esplugas… y a caminar. Cagondiez, cuando llegué a la Blume… bueno, con deciros que llegué a las tres de la tarde…

Era otro mundo…

Pues eso, que yo venga a preguntar… el Centro de Alto Rendimiento era nuevo, la carretera de Esplugas era nueva, y allí nadie sabía, joder. Hasta que más o menos algunos me van indicando… Llego a las tres, y me dicen «oiga, estábamos esperándolo hace dos días». Sí, perdone, no he podido venir… y le cuento toda la historia. Me dice que me siente, el director está comiendo, saldrá a recibirte ahora. Me siento… y me dormí. Me dormí, macho. Agarré las dos bolsas… pero agarradas bien, eh, y me dormí. Hasta que me despierta el director. Otra vez le explico, dice que si he comido algo. Y yo que no… joder, tenía un hambre… tenía el dinero, ojo, pero ni se me pasaba por la cabeza pararme en un bar, solo tenía la obsesión de llegar al Centro de Alto Rendimiento. Total, que me dieron una perola de alubias con cuatro huevos. Me la comí entera… entera. Me miraban y decían «qué manera de comer».

He escuchado que hacías trabajillos para completar la beca.

Sí, vas a la Blume con la beca, pero la beca… a ver, da para todo… teníamos comida, médico, nos lavaban la ropa, pero no había siempre un plus, si querías comprarte algo tenías que… Cuando yo llego, me tiro otro día entero llorando, porque un chaval joven que lo meten solo a una habitación, que no ha salido nunca de su casa, me volvía a pasar como cuando se fueron mis padres. Pero, bueno, bajo a comer, hago un amigo, luego el reconocimiento médico, viene Gregorio Rojo, el entrenador… alguien que entrenaba olímpicos, campeones de España absolutos, y le llevan allí a un juvenil. Yo creo que Gregorio Rojo es el gran mito del atletismo español.

Un hombre muy apreciado por todo el mundo, sí.

Él me pone con los más flojos, porque todos me sacaban tres años por lo menos. Y claro, yo detrás de ellos… dieciocho kilómetros, que no los había hecho nunca, entrenaba tres veces por semana y poco más. Todo lo que llevo dentro lo había sacado del Valle del Pas, caminando por aquellos caminos, trayendo agua, yendo a buscar leña, bajando para ir a la escuela. Yo estaba ya nacido para correr.

¿Y cómo sabe uno que su prueba es el 1500?

Bueno, allí hay un entrenador, que es quien te va indicando, quien ve tus cualidades. Si eres rápido, si eres lento, si eres fuerte…

¿Cómo son esos primeros días?

Como era corredor, se supone que corría larga distancia, mil o mil quinientos, pues de momento me sitúan ahí. Aunque yo empiezo siendo campeón de Europa junior en 3.000 metros. Bueno, corro con ellos, juniors y algún senior, y digo «aquí me tengo que agarrar a estos a muerte». A los tres o cuatro meses iba con aquel grupo a la perfección. Y eso que llevaba unas zapatillas viejas y horribles, porque nos daban unas y las usabas hasta que estaban demasiado gastadas. Así que yo se las enseñaba al del material y él: «no, no, todavía están muy bien».

Y hacías por romperlas.

Pues claro… no sabía qué hacer, las tiraba, las pisaba, y nada. Bueno, que llevaba allí dos meses y Gregorio me dice, chaval, vas a correr la primera carrera, vamos a Sant Hilari, a Girona, un cross que ya no es escolar, bastante prestigioso. Llegamos, me dicen que caliente, que no me vaya lejos. Y en esas que se me acerca un catalán y dice: «tú eres el nuevo que has venido de Cantabria, ¿no? Aquí lo tienes muy mal, ¿eh?, hay uno imbatido desde hace cinco años, no lo gana nadie. Un tal Jaime López Egea». Total, que sale la carrera y uno de melena arranca a una hostia… este es el imbatido, pienso.

Me digo: «macho, tengo que ir detrás de él hasta que me parta el cuadro». Total, que a media carrera mira para atrás, se conoce que estaba acostumbrado a marcharse en solitario y ya… pero ese día topó con otro… En las cuestas tiraba y miraba por debajo del brazo, para ver si me descolgaba, pero yo allí, quieto. A falta de trescientos metros le pegué un cambio de ritmo… Gané, claro.

Después de la carrera viene a mí con los ojos saltones, y pienso que es para felicitarme… Pero dice «chaval, no te creas que esto va a quedar así, ¿eh?, ya nos veremos en la siguiente competición». ¡Hostias! En la foto del pódium salgo con un chándal azul en la parte de arriba, negro en la de abajo y un fuet en las manos. Aquel día gané con unas Adidas blancas que no eran de mi talla. Estaba con Moracho…

Javier Moracho, que es otro mito.

Sí, Moracho. Él llevaba un año más que yo en la Blume, y me dice «¿con esas zapatillas vas a correr mañana?». Y yo contesto que no tengo otras. «Mira, tengo estas Adidas, bastante buenas, pruébatelas». Me las pongo y… joder, los dedos así (encoge las manos como si fuesen garras). Pesaban mucho menos que las mías, pero al día siguiente tenía los dedos negros, una llaga aquí… eran por lo menos dos números más pequeñas que mi talla. Qué mal lo pasé con aquellas zapatillas. A partir de ahí, te digo con modestia, no perdí ya casi ninguna carrera a nivel nacional, quedo campeón de España juvenil en Valladolid, a la semana siguiente quedo campeón de España juvenil de 2.000 metros en pista cubierta…

¿Y los entrenamientos? ¿Tiradas largas a ritmos altos, series?

Pues hacíamos series, como ahora… series de 1.000, series de 300, de 600, otro día 15 kilómetros. Con Rojo se trabajaba todo, trabajaba la fuerza en gimnasio dos veces por semana, todas las cualidades físicas de base, era un hombre organizado y con bastante inteligencia para eso. Luego hacía un entrenamiento que llamaba entrenamiento total, ejercicios en campo libre, multisaltos, hacíamos subidas. También nos llevaba los fines de semana a un parque de Sabadell, unas palizas de la leche.

En juniors llegas a ser campeón de Europa en Donetsk.

Sí, campeón de Europa, y hago mejor marca de España. A la vuelta de Donetsk yo me iba a Cantabria de vacaciones, sería septiembre, y Rojo me dice «no, hijo mío, estás en una forma impresionante, voy a pedirte un control de 1500 antes de que te marches». Me pone dos liebres y hago 3:38,20. Récord nacional absoluto. El récord anterior estaba en 3:40, lo tenía Jorge González Amo.

De hecho es mejor marca que cuando quedas subcampeón del mundo absoluto en pista cubierta una década más tarde…

Sí, pero eso puede pasar. Yo corría aquí una carrera y era mejor que la final olímpica de Moscú, por ejemplo. Cada carrera… si es táctica se va muy lento y el último 300 o 400 a muerte. Cuando llevas liebres vas a tope desde la salida. Cada carrera es un mundo.

¿Después de eso te vuelves a Cantabria de vacaciones?

Sí, me vengo para acá y recuerdo que había un tal Ramiro al lado de mi casa, un amiguete. Y, fíjate lo que era la cosa en aquellos tiempos, para sacarnos un dinero bajábamos al puerto a descargar barcos todas las mañanas. Me levantaba a las seis y al puerto… Descargábamos barcos de madera, de café, azúcar, cemento de cobre. El azúcar iba en sacos de ciento veinte kilos. Lo tiraban allí y había que hacer estrobas… ponían unas redes y nosotros teníamos que coger con un gancho por un lado y con la mano por el otro, entre dos, luego juntábamos la estroba, una grúa levantaba hasta un camión y, cuando estaba lleno, se iba. Ciento veinte kilos por saco, y hacer montones.

Una tarde, cuando terminaba las ocho horas, se me quedó la mano así (muestra la mano cerrada, rígida), pensé que me había quedado paralítico. Era de la tensión que cogía agarrando los sacos. Y nadie quería ir conmigo, porque era muy flaco. Me tocaba con un tiarrón de la leche y él me decía «chaval, me estás descojonando, hay que cogerlo con más fuerza». Perdona, yo hago todo lo que puedo. Un día me pongo en la fila para coger… cuando llegaba un barco había mucha gente que quería descargar, no sé si pagaban ochocientas pesetas o así. Y te daban un ticket, salía un tío y decía tú, tú y tú. Solían seleccionar a los más fuertes. Así que yo me ponía una chaqueta de pichiglás para que abultase, así parecía que estaba más cachas y me pillaban.

Trabajo de temporeros.

Temporeros, exacto. Yo ahí preparado… sale el tío, dice: «cemento de cobre». Y me quedo solo delante de él. Otro de allí me dice «chaval, a eso no vayas, que es tóxico». Hostias, Ramiro y yo nos miramos, ¿qué hacemos? Yo digo de cogerlo, porque hay que hacer, ¿no? Para no tener que pedirle dinero a mis padres, lo que era la cosa. Y vamos allá, no venía nadie más. Ya el tío se cabrea… «el que no coja esto luego no va al café», el café eran sacos de veinticinco kilos que se cargaban así, daba gusto, a eso quería ir todo el mundo. Y luego dice: «el que coja esto tiene trabajo para una semana, ya le pongo después en otra cosa». Entonces se acercan algunos, se conoce que los más jodidos, y pudimos hacer un grupo de diez… Pero la mayoría se marcharon. Lo primero que nos dan es un litro de leche, después nos metemos en la bodega de un barco ruso o de por ahí.

Cemento de cobre. Nos poníamos un pañuelo sobre la boca, para no aspirar aquello, y de vez en cuando un trago de leche, leche de la Sam, que venía en bolsa. Supongo que era para limpiar. Así que subimos a los barcos, hacemos las estrobas, el polvo aquel cayendo, que hacías así (hace gesto de frotar la piel) y no se iba. Total, que a mediodía voy a casa para comer, y no puedo quitarme todo aquello de encima. No salía ni de la piel ni del buzo, ni del pelo… la hostia. Acojonado. Mi madre diciendo que esto es muy malo, que dios mío. Me meto en la ducha y nada, mi madre rascando fuerte y no se iba. Fíjate cómo sería. Total, que volvemos al día siguiente y el paisano aquel dice «hoy solo los que estuvieron en el cemento de cobre». La fe, fue la fe…

Igual sí que tenías que escribir un libro (risas). Avanzamos un poco… siendo muy jovencito vas a los Juegos Olímpicos de Moscú… me imagino que aquello es un contraste alucinante…

Claro, es como ir a otro mundo. Ya me llevan a la preolimpiada un año antes, algo que se llamaba Espartaquiada, allí hacían una especie de ensayo, pero real y pagando a los atletas. Aprendí bastante, no se me olvidará en la vida. Tuve, además, otra anécdota maravillosa… maravillosa, pero mala. Pasé la eliminatoria, pasé la semifinal, quedé segundo o tercero… clasificado para la final, Espartaquiada, año 79. Era el último día… saco el programa, veo que corro a las tres de la tarde. De puta madre. Voy para el estadio y subo arriba, donde estaba la zona de atletas y periodistas. Estaban Jesús Álvarez o Recio, entre otros. Nada, en media hora bajo a calentar y eso… Y me dicen que van a tomar un café, que en nada vuelven.

Bueno, yo allí sentado y de repente, nada más marcharse ellos, veo salir a la pista a los finalistas del 1500. O sea, salen por la puerta de abajo… tío, si ese es Scott, y ese Kírov, y ese Pierre Délèze. Uy, pues con esos tengo que correr yo. Empiezo a pensar, miro el marcador… once atletas finalistas, y debía haber doce… Efectivamente, falta uno… falto yo. Veo que los sueltan allí, dos o tres aceleraciones y a salir. Digo «¿qué ha pasado aquí? ¿han cambiado la hora o algo?» Ojo lo que hice… me pongo las zapatillas de clavos allí mismo, me quito el chándal, dejo todo arreglado, me tiro por el estadio para abajo… Claro, ahí había que pasar unos controles de la hostia para entrar a la pista, cada diez metros. Y nada, le eché huevos, salté al estadio, se ve correr gente detrás de mí, gente de la KGB, otros camuflados, policías… Hasta que llego a la zona de la salida y todos: «¿pero dónde estabas?»

Entonces me acerco al juez y ya me cogen los policías, pensaban que era un terrorista. Vienen allí los otros atletas, los jueces, «Abascal», «Spain», viene un comisario de no sé dónde, se calma un poco el tema, que corra, se retiran los policías. Corro, me parece que quedé sexto o séptimo, tenía posibilidades de haber conseguido algo, porque allí no estaban todos, faltaban los ingleses, pero en esas condiciones… Y entonces ya vuelvo desmoralizado y cabreado a la zona de arriba, de donde había salido. Me costó mucho llegar, porque me había dejado el pase, tuve que ir enseñando el dorsal, y pude llegar al mismo sitio, donde tenía las cosas… todavía no habían vuelto los otros de tomarse el café, mira lo rápido que fue. Me siento allí, sudoroso, y vuelven: «Pero ¿qué te pasa? ¿ya has ido a calentar? -Joder, calentar… si ya he corrido, mira los resultados…» Habían mandado un telefax a todas las delegaciones diciendo que se adelantaba la final por la ceremonia de clausura, pero en la nuestra no se enteraron. Después contándolo con los periodistas hubo muchas risas, sí…

Luego, en el 80, en los Juegos Olímpicos, caes en primera ronda… quizá te pilla muy joven.

Sí, claro, veintiún años, por un puesto no pasé a la semifinal. Fue decepcionante, semifinales era mi ilusión. Pero eso, los nervios, la tensión, tanto a González como a mí nos tumban, éramos dos pilares importantes dentro de la selección. Había mucho nivel en esa prueba y caemos eliminados, yo por un puesto y él todavía peor. Fue un momento difícil y amargo, salimos un poco desmoralizados, pero también habíamos visto una olimpiada por dentro, que es algo maravilloso.

Y además aquella, que era particular.

Yo recuerdo que desde fuera de la Villa Olímpica hasta llegar a mi habitación había seis o siete registros y cacheos. Era la leche, una seguridad espectacular. Muchas veces no salías para que no te dieran la trisca, pero te cacheaban en el hall antes de subir a tu habitación, luego en el pasillo, luego la acreditación, lo miraban al milímetro, las medidas de seguridad más grandes que he visto. Y no había niños, no veías ningún niño, los habían llevado a campamentos para que no se mezclaran con la gente de otros países y vieran que había otras cosas.

¿Tú por qué crees que los soviéticos no tenían tanta tradición en medio fondo?

Por varias circunstancias. A lo mejor no tienen entrenadores que conozcan bien los sistemas, por ejemplo. Nosotros tenemos una tradición histórica desde nuestra época, desde González y yo mismo. Con algunos bajones, pero siempre hemos tenido a Cacho, a Reyes Estevez, a Higuero, un montón de atletas que nos han dejado en primera línea. Yo considero que es tradición y buenos técnicos. Y, lógicamente, tener suerte.

¿Tú te sientes un poco padre de esa tradición?

Sí, tanto González como yo… somos los pioneros. Teníamos 19 años y encontramos el 1500 en 3:40… diez años después lo dejamos en 3:30… Uno subcampeón del mundo, yo una medalla olímpica… hemos marcado un hito, abriendo el camino.

Y ellos, los siguientes, ¿te reconocen como pionero?

Sí, siempre… nosotros abrimos el camino, no somos mejores ni peores, pero yo me considero un pionero. No solo en esto, sino en más cosas. Yo fui el primer atleta español en llevar publicidad en una camiseta.

Cuéntame eso, porque te pudo acarrear problemas.

Mira, vino a una empresa de Valencia, creo que fue el año antes de Los Ángeles, que yo soy quinto en el primer Mundial de atletismo de la historia… Ya soy subcampeón de Europa, soy subcampeón del mundo indoor, gano millas importantes, corremos la milla de la Quinta Avenida y somos primero y segundo, González y yo estamos en la élite. Y entonces llama una empresa y dicen que son de Valencia, de Tabernes, una empresa de naranjas y mandarinas, y querían hablar sobre patrocinio. Yo estaba aquí, en Cantabria, había venido a correr la milla del Paseo Pereda, en Santander. Y ellos vienen a hablar conmigo. Cuentan que tenían un departamento de marketing y habían decidido que fuera su escaparate y preguntaban cuánto les cobraría por carrera, por evento. Yo no sabía cómo iba eso, no tenía ni mánager entonces, pero la empresa ya había montado un dispositivo de marketing, con unas carpas, regalaban naranjas. Les pido a ellos una cifra…

Pero eso ¿puedes hacerlo? El atletismo era amateur, y a los Juegos Olímpicos no podían ir profesionales.

Ya, pero yo no lo sabía, de momento iba a intentarlo, había que romper moldes. Nadie dice nada si te pones la ropa de un club y el club llevaba su publicidad o lo que sea…

Es la época de las famosas dietas superinfladas, auténticos contratos «alegales».

Yo les digo: «miren, pertenezco al FC Barcelona, cuando sea liga o campeonato de España yo esta camiseta no la puedo llevar». Pero entonces estaban muy de moda las millas, y a veces no estaban muy controladas todavía por la federación. Y cada uno, pues….

Serían como carreras de pueblo.

Sí, pero vaya carreras de pueblo… En Santander hubo más de 30.000 espectadores, imagina. Bueno, entonces ellos querían que me pusiera la camiseta en esas, y una pegatina aquí, en el pecho, y también querían asociarme a la marca en todos los sitios. Pero cuando se pueda, tú tranquilo, me dicen. Iremos con un póster, te harás foto aunque no hayas podido ni correr. Ellos me dicen que 200.000 pesetas por carrera, yo no tenía ni puta idea, porque probablemente hubiese pedido menos, pero ahí veo que vienen fuertes. Entonces contesto «miren, yo les iba a pedir un poco más».

Muy pasiego eso.

Entonces pusieron otro precio diferente, «para que veas que queremos estar», yo corría cuarenta carreras al año, imagina. Firmé el contrato esa noche, y aparezco en la milla del Paseo Pereda con una camiseta naranja y un pantalón naranja con ribetes blancos. Naranjas La Infinita. En la salida están todos los atletas: «¿Pero qué es eso?, ¿de dónde sacas esas camisetas?, ¿qué dices?, háblales de mí…» Empiezan a hacerme pósters, tuve que ir a Madrid dos veces, postales… la hostia.

Nadie dijo nada de momento, hasta que empecé a competir y me llamaron la atención, porque la medida de la publi debe ser más pequeña. También te digo… en aquel momento los líderes del atletismo éramos González y yo, así que no se atrevían a machacarme mucho. Así que íbamos cobrando, participando, la camiseta con un rótulo más pequeño. Hasta Los Ángeles. Allí hago medalla, entro en sala de prensa… que si muerde la medalla, que si esto… Yo miro el chándal y digo «a estos de La Infinita les tengo que sacar rendimiento»… A España no la voy a tapar así que puse una pegatina redonda encima del logo de Adidas…

Joder, casi nada… ¿Qué te hicieron?

Pues me quisieron demandar. Estaban los representantes de Adidas en España y yo, instintivamente, pensando que tenía que poner allí al que me pagaba. Hoy en día los chavales de dieciocho años ya saben cómo ponerse para que se vea esto o aquello. Yo pensé, «me paga, pues a tomar por el culo». Y en todos los medios. Me llamaron desde Valencia, estaban como locos. Salgo al día siguiente, y me están esperando los de Adidas, que patrocinaban la selección… yo era de Nike, solo podía llevar zapatillas Nike. Bueno, pues el jefe de deportes me dice «nos has hundido la Olimpiada, nos has tapado Adidas, sales en todos los periódicos de España, de todos los países, nos han llamado de la multinacional, nosotros pagamos mucho dinero al Comité Olímpico Español».

Así que llamo a los de Naranjas La Infinita… mira, que me equivoqué, debería haber puesto la pegatina más abajo, que me quieren demandar los de Adidas, que esto, lo otro… Se partían de risa. No te preocupes, que tendrás ahí a nuestro departamento jurídico. Quedó en nada, intervino el Presidente del Consejo Superior de Deportes, Romá Cuyás, y quedamos en compensarlo de alguna manera, sacando unas fotos…

Aquello te dio una popularidad enorme.

Otra anécdota. Llega el 747 a Barajas desde los Juegos Olímpicos, y dice Romá Cuyás que los medallistas bajen los últimos. Éramos cinco… bueno, más, por el baloncesto. Así que me coloco el último, van bajando, pongo el pie en el suelo y todos los periodistas… booom (hace gesto de abalanzarse). Y ya no avanzo. Que si el bronce tuyo ha sido más que el oro de ninguno, que si fue la hostia…

Fuiste mejor deportista español del año 84 para la Agrupación Española de Periodistas Deportivos… hoy en día parece imposible con un atleta…

Es que se valoró a tope… ya me di cuenta en lo que te dije, en el aeropuerto, cuando vi que no avanzaba, porque todo el mundo quería foto, todo el mundo quería quedar. Cuando salgo el equipo se había ido… Y entonces veo a mi amigo Chuchi (Jesús Bedoya), el de «Picos de Europa» le dicen, porque tiene una cafetería que se llama así en Santander. Y está Chuchi, y amigos, familia, hermanos, todos con la bandera de Cantabria, que había venido un autobús desde aquí… fue muy bonito.

Llegué a Cantabria de noche, sin haber visto aun a mis padres, sin haberlos llamado, que no teníamos teléfono en casa. Entro en la cafetería de este amigo, que me dice de ir a tomar algo… y estaba llena, se pone la gente en pie y empiezan a aplaudirme. Me quedé… Empecé a sudar, a ponerme colorado. Yo pensaba, pero ¿quién habrá visto la carrera? si fue a las cuatro de la mañana. Pues parece que sí, que la vieron.

Y la tercera vez que me doy cuenta de la repercusión de esa medalla es cuando llego a casa, medio muerto de fatiga, cansadísimo. Saludo a todos, besos, me voy a dormir. Y a la mañana oigo de fondo el timbre y la puerta. Sobre las nueve viene mi madre, me dice «hijo mío, levántate, que tienes todo el salón lleno de periodistas». Me cago en la leche, me pongo el pantalón y salgo. El Día, el Marca, el As, El Mundo Deportivo, Cambio 16… todos los periódicos de entonces… Todos diciéndome de hablar, de esto, de lo otro. Hasta que uno empieza a poner orden… ¿Quién ha llegado primero? Pues yo, y necesitaría dos horas en el parque de no sé dónde, por la tarde; luego yo, para que entres en directo en no sé qué. El tío me lo iba apuntando en un papel. Yo he venido de Madrid exclusivamente para hablar contigo. Fue acojonante… quiero decir, fue algo que me superó de emoción, de alegría, de ver que había hecho algo importante y se había valorado.

¿Tú con qué expectativas vas a esos Juegos Olímpicos?

Yo quería llegar a la final, cuando salí de Moscú me dije que en la siguiente debía hacer algo, que esa Olimpiada había sido floja.

¿No te veías opciones de medalla?

No, muy difícil. Sólo con el Imperio Británico era casi imposible. Hay un momento en la carrera que tengo a los tres detrás… al campeón olímpico anterior, al campeón del mundo del año 83, y al campeón Olímpico de 800. Coe, Cram y Ovett.

Luego está ese momento icónico en el que Ovett se retira.

Él fue el único que llegó un poco flojo. Bueno, entre comillas, porque la carrera fue casi al récord del mundo, hicimos 3:32 y el récord era 3:30. Y eso que eran tres carreras seguidas, ahora dan un día de descanso entre una y otra. Yo hice 3:37, 3:35 y 3:34.

Pasas todas con solvencia.

Primero, además.

Sin despeinarte, sí. A la final llegarás cargado de confianza.

Claro, pero ves a esos tres tíos, que no les batía nadie, que ellos solo se juntaban en Olimpiadas, en Mundiales, o cuando les pagaban un pastón en Suecia, Noruega, algún sitio de estos.

¿Eran tan diferentes como parecía desde fuera? Esa imagen de Coe aristocrático y Cram más llano.

Sí, era así. No se hablaban, además, con el resto. Para que te saludaran, había que…

Curiosamente en la actualidad todos dicen de Sebastián Coe que es un encanto de persona.

Ahora ha cambiado, sí, pero en aquellos tiempos eran inaccesibles. Es el nivel, ellos eran bastante mejores. Ya les teníamos como… No miedo, pero tú decías: «hostia, Coe». ¿Me entiendes? Y claro, se acercaban y no saludaban. Yo con Pierre Délèze, con Chesire… joder, ¿cómo estás?, ¿todo bien?, y ¿la familia?… majos. Éramos todos de un nivel bastante parecido, pero ellos eran muy superiores y no se relacionaban con la plebe. Así que cuando les cascábamos no les gustaba nada.

¿Tenían mal perder?

Claro, no les gustaba, porque se creían omnipotentes. Hasta entre ellos se llevaban regulín.

Una curiosidad… tus entrenamientos en los Picos de Europa… casi de leyenda. ¿Eso cómo es? 

A ver, tenía ya una trayectoria de entrenamientos en altitud

¿Dónde ibas?

Fui a México, para la Olimpiada de Moscú.

Debes ser de los primeros, ¿no? Es cuando empezaba todo esto de la altitud.

Sí, muy pocos iban a entrenar en altura. Bueno, el caso es que un día subo con este Chuchi que te decía a Picos, para ver unas yeguas que tenía allí. Tenía como cincuenta caballos por Áliva. Subimos para el refugio de Áliva y digo, hostias, esa campa tan verde, todo bastante planito… ¿me puedes llevar allí? Y me dice que sí, que vamos. Lo miro, hago una carrerita, digo «esto es maravilloso», ya no tengo que ir a México cuando tengo esto aquí a 1600 metros de altitud. Y hay allí un refugio, además. Nada, no me tengo que ir a ningún sitio por el mundo, con la soledad que es eso. Aquí me veo con gente, estoy cerca de casa. Y le digo a la Federación si me pagan allí la concentración, y ellos que sí. Llego al refugio, me concentro… veinticinco o treinta días estuve.

Hay que ser una pasta especial, ¿no crees? Es un lugar remoto.

Sí, pero tuve suerte. Fui y les digo, miren, oiga, vengo aquí a estar un tiempo, soy atleta… Me coge un tal Ángel Lama, que era el director… y me meten en una litera, el baño al final de un pasillo… Para ducharme, para ir al servicio, todo… tenía que recorrer ese pasillo entero. Al día siguiente ya se ha enterado la prensa, sacan un reportaje de dos páginas en El Diario Montañés, y ya vuelve este Lama y dice, oye, que me he enterado… Vamos a darte una habitación mejor. Y me dieron la habitación de Franco.

¿De Francisco Franco?

Sí, sí, joder. Una cama doble, baño interior, era la que usaba Franco cuando iba a cazar. Gané en calidad, claro. Me dejaron un todoterreno, un Nissan, y me voy para allá, para la campa. Entreno allí por las mañana, ocho o diez kilómetros. Me llevo unas pesas, me llevo unos balones medicinales, dos vallitas para hacer fuerza… trabajo natural en una campa donde no había nada. Pero eso es lo que me transforma a mí. Después de aquel primer entrenamiento subo hasta los lagos que están pegados al cable.

El cable es el teleférico de Fuente Dé, entiendo… la cabina superior.

Sí, sí, el cable. Entonces voy a esos lagos, a meter las piernas en agua helada… nos metemos en series de tres minutos, cuatro o cinco veces, congelados. Por la tarde estábamos como nuevos. Luego cogimos unas piedras y medimos cada cien metros con cinta… milimétricamente… Y las ponemos en línea recta para hacer series. Para arriba y para abajo, hacía solo un poco de caída aquella campa. Entrenar a tope mañana y tarde, sin parar. Solo bajo a Espinama (el pueblo más cercano) dos veces en veinticinco días. No había teléfono, la televisión funcionaba de vez en cuando. Entrenaba, un libro para leer, alguna cosa. Muchos días me quedaba solo, me llamaban para comer en la cocina porque no había nadie.

Lo que te decía antes, que hace falta ser de una pasta especial para hacer eso. No sé si te he recordado también, en parte, a tu infancia.

Sí, sí, claro. Pero salí de allí… no te imaginas. Con la vida ajetreada que tenía, cuando iba a meetings y eso. No es solo que saliese formado físicamente de Picos, sobre todo fue psicológicamente. Ibas a la campa a entrenar y solo encontrabas vacas, caballos y cabras. Miras alrededor y todo montañas, idílico, espectacular. Y subías al refugio, te preguntaban qué querías comer. Producto natural, todo a la plancha, verdurita, ensalada. Yo salí de allí reforzado espiritualmente.

Al oso no lo viste nunca, ¿no?

(Risas). No, no. Cabras y caballos, sobre todo. De hecho hay un video que me lleva un potro por delante.

¿Cómo es eso? Cuenta…

Pues que sube Televisión Española y me hacen una entrevista allí, en la campa. Ese día estaba Mariano también, el padre de Chuchi, y venía con sal para las vacas. Así que el reportero me está haciendo preguntas muy interesantes y yo dándole sal a las vacas.

¿Tu entrenador subió allí?

¿Gregorio Rojo? Subía a ratos, no podía quedarse siempre, tenía que trabajar abajo. Venía, se quedaba una semana, marchaba, volvía otro rato… Otras veces subían algunos atletas, acampaban con una tienda, entrenaban tres o cuatro días conmigo y se bajaban.

Me estabas contando una cosa bastante rara sobre un potro…

Pues eso, que estaba haciendo series, yo voy a bastante velocidad, el potro estaba de espaldas, no me ve, se cruza delante de mí y me lo llevo por delante. Y, joder, eso lo cogió la tele.

Cuidado con un golpe de esos.

(Risas). No, nada, sería un potruco de un mes…

Vale, vamos otra vez a Los Ángeles.

La final. Sí.

Atacas como un loco a seiscientos metros. ¿Era tu táctica o te dejas llevar?

Era, era. Mira, Rojo me había dicho… me lo dijo por teléfono, por cierto, porque a él no le llevaron allí, hoy en día eso sería inadmisible… bueno, pues me dijo «chaval, has llegado hasta donde querías, a la final olímpica, viendo el plantel que hay no tenemos nada que perder, si haces lo que tienes que hacer por lo menos intentamos coger algo, pero si te metes en el pelotón puedes quedar el quinto o el doce. Así que tienes que tirar sí o sí a falta de seiscientos… si va lenta en el seiscientos, si va rápida entre el quinientos y el seiscientos. Acuérdate que es una Olimpiada, en cuatro minutos te juegas cuatro años de esfuerzos. Te has dejado la vida, esfuérzate».

Me lo metió tanto en la cabeza… en una Olimpiada, bajo mi punto de vista, debes seguir tu táctica, porque si vas, te acomodas en el pelotón y haces como el resto, que quieren correr solo en los últimos trescientos, ahí ya… yo no era el más rápido. Entonces, ¿qué debes hacer? Dejarte la vida, aunque te ganen… dejarte la vida donde sabes que tienes el potencial, que es en la fuerza y la resistencia. Y eso hice.

Carrera rápida, aquella.

A mí me vino muy bien, porque inesperadamente se puso a tirar Steve Scott. El mejor americano de toda la historia, y corriendo en casa, con los tres ingleses a quienes no podía ganar al sprint… Aceleró e hizo una vuelta en 56 segundos, ya puso el pelotón en fila, me vino genial. Y justo a los seiscientos pegué otro castañazo y ya todo se deshizo. Iba casi para record del mundo, fíjate, en una final olímpica, donde llevas dos carreras durísimas antes. Y así fue. Llego al doscientos en cabeza y digo, oye, que no me ha adelantado ningún inglés, a ver si voy a ganar, miro así, de reojo, veo que no viene Ovett, y ya no miro para atrás, porque mirar para atrás lo que hace es que pierdas tiempo y te crees tensión.

¿Tú no ves venir a Chesire, entonces, que casi te alcanza al final?

No, no veo a nadie, no miro para atrás en ningún momento. Yo sigo tirando, tirando… aguanta aquí hasta que te partas el cuadro. Y entonces cambian el ritmo aun más, meten otra marcha en la recta final, y yo dejándome la piel y pensando que por allí tiene que estar Ovett. Pero no miré para atrás.

¿Cuántas veces lo has visto?

No sé, cientos, miles. Pero porque doy muchas charlas por ahí, en colegios, en clubes.

Y tú, en casa ¿no te lo pones a veces en el YouTube?

No, ya no. Porque ya la tengo tan trillada que me la sé de memoria. En charlas y eso pues les explico un poco. Para mí la clave de la carrera fue Steve Scott y su arreón en la segunda vuelta, cosa poco habitual. Y se acaba desfondando, porque eso no era normal. Scott pega un leñazo, el público se levanta, y se vuelve loco.

Hay una cosa que curiosa… de los tres primeros el único que entra celebrando eres tú.

Cuando quedo tercero no me lo creía, es indescriptible. Después de ochenta y cuatro años nadie había conseguido una medalla en atletismo sobre pista… Me he cargado a Ovett, aunque no lo había visto… llegó muy justito de forma, tres carreras y encima esa que iba a récord del mundo… fue la estocada. Si es una carrera táctica te metes en el pelotón y en el último trescientos esprintas y aguantas, vete a saber qué hubiese pasado, igual hubiese tenido posibilidades. Pero lo que se corrió, más las dos anteriores… aquello fue una selección por fuerza y por desgaste.

Cómo es ganar una medalla olímpica, qué se siente. ¿Alegría, descanso?

Que ha merecido la pena tanto esfuerzo. Alegría también, claro, pero es más como satisfacción interna, no sabría describirlo, es una amalgama de cosas tan grande que no sé qué destacar más. Pero luego fríamente lo piensas… Pienso de dónde salí, de aquel colegio, la Blume, cómo fui, lo que me esforcé. Todo eso se pasa por la cabeza. Once años después ha merecido la pena tanto esfuerzo.

En esos últimos 100 metros, ¿tú piensas algo?

No, solo pienso en pegarme a ellos para intentar que no me alcanzase nadie. La clave era esa, que no me pillase otro, porque hubiese sido… Si me pilla otro no me conocen ni en mi casa a la hora de comer.

¿Cómo es el dolor en un 1500? Porque el 1500 es una prueba que duele.

El dolor… el dolor es insoportable. Hay un momento en que las piernas no dan más y hay que aguantar otro minuto aun no dando más. Yo sabía que cuando el cuerpo iba al límite, al límite absoluto… ese límite había que soportarlo otro minuto. Incluso, si podías, dar un plus, porque si no eras capaz de soportar ese dolor no tenías posibilidad de hacer nada.

¿Qué duele más, las piernas o el pecho?

Las piernas, las piernas. Se bloquean, el ácido láctico no te deja avanzar. Por línea general, el pecho tenía buena resistencia…. yo tenía kilómetros a punta pala, velocidad, fuerza. Pero hay un momento donde el ácido láctico se acumula en las piernas y se bloquean. Ahí es donde tienes que imponerte con la cabeza, ir a tu cabeza y decir «esto lo tengo que aguantar a este ritmo, a este mismo ritmo, durante otro minuto». Se suele dar cuando quedan cuatrocientos metros, aunque eso depende de cómo vaya la carrera, lógicamente.

Es buscar cómo hacerte más daño a ti mismo…

Es un poquito feo decirlo así, no es lo típico que se dice a los chavales el primer día. Pero tienes que aguantar un minuto de dolor intenso, de una intensidad brutal. En el fondo eso es lo que diferencia al deportista profesional de quien sale por aquí a trotar. La mentalidad te hace superar eso.

En esa época de la medalla tú bates el récord de la milla, en New Jersey, en mitad de una gira americana de esas que te hacías durante un mes o un mes y medio.

También soy un pionero ahí, porque nunca nadie había ido. Estaba entre los mejores del mundo, lo de la Olimpiada me hizo mucho bien, porque un paisano de España, que es un poco pintoresco para mucha gente de fuera, metiéndose con los ingleses y tal… Pues ese tío les caía bien. Y encima iba allí, me pagaban un buen dinero… era llamativo. Había una temporada de pista cubierta en Estados Unidos que duraba un mes y medio o dos, y a mí me contrataban por todos lados.

Pistas de madera, la mayoría.

Sí, todas. Yo corrí en el Madison Square Garden el campeonato americano, tres veces. El impacto en las piernas, en todo el cuerpo. Y, además, la tabla cedía un poco y te impulsaba para arriba, con lo cual te rompía el ritmo. Ahí hice 3:52, cuarenta años se tardó en batir ese récord. Mira, el otro día me llama Mario García Romo (atleta español de 1500) y me dice, «he ido a correr a Cleveland y todavía tienes allí el récord de la milla». Ponía: «José Manuel Abascal, récord de la milla». Eran pistas que no tenían ni doscientos metros, igual eran ciento setenta y tantos, ciento ochenta… Para hacer marcas tenías que ponerte en una salida más rara que la hostia, y luego ir a mirar que no se equivocaran, porque te ponían el marcador para ver el mil, el cuatrocientos, y aquello era una locura.

¿Tú cómo vivías en esas giras?

Ellos me llamaban, me daban dinero y me iba a otro estado. A veces iba con un manager, otras fui con el presidente de la Federación… un año o dos fui con él y hacía un poco de manager. El momento de ensueño era en el Madison Square Garden, cuando se apagaba la luz y cantaban el himno nacional. Eso era antes de salir en la milla, con el Madison lleno de gente. Yo la noche anterior había visto jugar allí a los Knicks, y pensaba ¿dónde van a poner una pista? No, es que lo desmontan todo. Era una pista de atletismo con seis calles, de colores y madera. Íbamos corriendo y hacíamos un ruido de la hostia.

Así conoces todo Estados Unidos

Sí, corrí en Phoenix, Arizona… Estuve allí una semana o diez días. Corrí en Los Ángeles por segunda vez, corrí en Cleveland, en Philadelphia, en New Jersey. La milla de la Quinta Avenida igual la he corrido cinco veces, y dos o tres he subido al podio.

En el año 86 es cuando haces tu mejor marca, el famoso 3:31,30. ¿Cómo surge eso, cómo se prepara?

Me veo tan bien que en dieciséis días… Qué lástima no haberlo traído, no pensé que era una entrevista tan técnica y tan buena… yo tengo muchas entrevistas de diez minutos que te dicen las cuatro cosas superficiales y ya. Si llego a saber que haríamos esto te traigo mi historial, para que veas cómo en quince o dieciséis días hago menos de 3:33 en cuatro ocasiones. En Barcelona corro 3:31, a la semana en Zúrich 3:32 y pico, a los dos días en Colonia 3:32 y pico, acabo ganando la final del Grand Prix dos días después, otro 3:32 en Bruselas, en el Ivo van Damme.

¿Lo tienes entre ceja y ceja?

Hay muy pocos atletas que lo hayan hecho en la historia, eso de los quince o dieciséis días con esas marcas. Entonces me siento y digo, hostias, lo que tengo que hacer es un poco menos e intentar el récord del mundo. Y voy a Barcelona, a intentar el récord del mundo. No el de España, porque el de España lo tenía a centésimas, no… el del mundo. Me traigo a un tío que es subcampeón del mundo de 800, el holandés Rob Druppers, para que me haga de libre. Era muy amigo de él, y me dijo que me ayudaba. Gratis, además, el tío se vino aquí, yo le pagué hotel, viaje, todo. Y claro, la clave es llevarme hasta el 1100, a ver si me puedes llevar hasta el 1100, que eso sería maravilloso. Pero al 1.000 se retiró y me jodió, tuve que ir en solitario.

¿Tú crees que de haber cumplido Druppers hubieras batido el récord del mundo?

Pues hombre, hice 3:31,30, me faltó muy poco. Recuerdo que montaron ese meeting con varias pruebas más, para que sea oficial el récord, y entonces lo anuncia El Mundo Deportivo. Salgo yo con el dorsal 1992, que empezaban a promocionar los Juegos. Y se llenó el estadio, seis mil espectadores en la Ciudad Universitaria, en Barcelona, pleno agosto. Solo había un salto de longitud, un 100 y otras pruebas sin nadie muy conocido. Junto a diez atletas para correr el 1500, que nadie quería correr… los buenos porque no querían estar, y los otros decían que les iba a sacar media vuelta. Me costó mucho convencer a diez. Al final fueron casi por amistad y participaron.

¿Hubieras cambiado la medalla por el récord del mundo?

No, la medalla es insuperable. Ahora, tener un récord del mundo también debe ser algo bonito.

El tuyo del 1500 duró bastante.

Sí, tenía también el de la milla. Ahora me queda el 2.000… me llamó Mostaza un día para decirme que se me acababa el récord, que estaban Fermín Cacho y Reyes Estévez con dos liebres, en Jaén. Al rato me llama… «Abas, tranquilo, que estos se han reventado, han hecho 4:58». Coño, de 4:58 a 4:52 que es lo que hice yo aquí… Fue en La Albericia, en Santander, ante 15.000 espectadores. Pusieron gradas supletorias y se llenó.

Luego eres plata en los primeros campeonatos del mundo de pista cubierta, en Indianapolis, año 1987… te gana el irlandés O´Sullivan por una décima… ¿lo ves como una oportunidad perdida?

Él era muy bueno… Éxito u oportunidad… es muy difícil decir eso. Yo lo di todo, hice mi táctica pero me ganó un tío en la misma línea de meta. Pero si das todo sales satisfecho. Fue, además, la única medalla española en aquellos Campeonatos y la primera de la historia en pista cubierta.

Después empiezas a tener problemas con las lesiones.

Bueno, es que de ahí para adelante yo me doy cuenta de que tengo una edad, y es muy difícil bajar de 3:30 en 1500, y entonces dices… Mira, yo creo que tomé una decisión buena, porque no quería arrastrarme por las pistas.

Llegas a renunciar a Seúl.

Sí, bueno, eso fue una lesión, sí, me hice una osteopatía de pubis y llegué tarde.

Pero a ti te reservan la plaza… ¿Cómo toma uno esa decisión?

Joder, porque no podía entrenar. A los Juegos tienes que ir a… Alguien que viene con medalla olímpica no puede caer en primea ronda, y no me veía capaz de llegar a la final. O vas a hacerlo bien o mejor dejar la plaza a otra persona.

¿No se te ocurrió nunca pasar a distancias mayores?

Bueno, yo corro 5.000 y soy cuarta marca mundial del año…

¿Por qué no persistes?

Pues porque se me echa encima el tiempo, tenía treinta y un años y decido terminar. Había sido una vida muy intensa, muy dura, viajando seis meses al año por el mundo, y así durante muchos años. Ya estaba un poco cansado de rodar, y veía que a partir de ahí llega un momento que el organismo retrocede. Hoy se aguanta un poco más, pero entonces no tanto. Yo no quería arrastrarme ni tener lesiones.

En 1988, diario El País, solicitas una figura que llamas «Defensor del atleta», para ayudaros en casos de controles irregulares… Fue a raíz de un positivo de Cristina Pérez, esposa de Eufemiano Fuentes…

Ahí no tengo nada que decir, eso es una cosa de claro y en botella… Todo el mundo conoce esas etapas…

Cuando ella después reconoce todo lo que ha hecho, ¿tú te sientes decepcionado?

Bueno, ahí… yo siempre he dicho que en el atletismo no se puede engañar a las personas que están contigo, y si te dopas estás engañando. A la gente, a los deportistas y a ti mismo, porque vas contra tu propia salud. No tengo más que decir.

¿Llegaste a coincidir con Eufemiano Fuentes en la Federación Española de atletismo?

Sí, hay una etapa en que él está en el cuadro técnico con Pascua Piqueras, que era responsable de medio fondo. Entonces yo me lo encuentro, pero solo cuando voy a la selección.

¿En algún momento te han ofrecido algo? Él o cualquier otra persona…

No, nunca. Yo tenía los médicos de la Federación, que estaban en el Centro de Alto Rendimiento. Pasado el tiempo me río un poco de ver lo inocentes que éramos… Venía un médico de la Blume diciendo que tenían un producto buenísimo… era Pharmaton. Yo me tomaba esa pastilla negra y ellos me iban preguntando, qué tal, ¿mejoras? No sentía nada, pero por animarlos un poco decía que sí, que me iba de puta madre…. Fíjate, la inocencia.

Otro artículo en El País. Lo firma Juan Mora el 15 de febrero de 1985: «Los atletas españoles nunca habían disfrutado de las ayudas que gozan rivales de otros países. Las capacidades orgánicas del individuo disminuyen con los entrenamientos de alta intensidad, inevitables para obtener buenas marcas, y es necesario compensar estas carencias, producto del esfuerzo, con ayudas extras, que no siempre resultan permitidas y son detectadas en los controles antidoping». Él aquí parece abogar abiertamente por el dopaje…

Sí, bueno… yo abogo por la limpieza del deporte. Nosotros siempre decíamos que hasta donde permitiera la ley. Con vitaminas, complementos para compensar esos entrenamientos tan salvajes, siempre decíamos que sin superar la raya roja. Y, modestamente, yo siempre pasé todos los controles sin problemas.

En ese mismo artículo de El País hay unas declaraciones de Eufemiano Fuentes que estremecen: «A quijotes pocos nos ganan. Nadie se escandaliza porque lanzadores de la URSS y de la RDA no acudan a última hora a competiciones donde se realiza control antidoping porque todavía no han eliminado los efectos de determinadas sustancias ingeridas. Ni tampoco porque en Estados Unidos 67 deportistas seleccionados para los Juegos Olímpicos no compitieran porque antes se les hizo un control y aún presentaban sus organismos síntomas de medicaciones prohibidas». ¿A ti esto te parece un punto de vista ético?

Yo sé que había rumores de los países más allá del Telón de Acero.

Y él, Fuentes, va allí a estudiarlo…

Sí.

Y se lo trae.

Se lo trae, ya sabemos todos para quién lo trajo. Yo no puedo decir otra cosa que… que sentirme abochornado, ver que hay trampa por parte de otros atletas y que esto no es lícito.

¿Eufemiano Fuentes nunca se dirige a ti?

…yo tenía buena relación con él, porque me saludaba siempre…

Todos dicen que es una persona muy carismática.

Muy carismática, muy agradable, siempre animando… yo lo veía siempre entrenando en las pistas, y a mí me ha tratado siempre correctamente.

Pero no te ha puesto nunca la mano encima, ¿no?

No, nunca.

Ya la última pregunta sobre este tema, que entiendo es desagradable.

Pues sí, porque el problema es que cuando entras en estos campos siempre hablas de gente, y como digas cualquier cosa de alguien enseguida salta, y yo no quiero… el que se haya querido dopar es problema de él…

Pero no busco eso… si te pregunto es porque quiero saber sobre ti mismo y sobre lo que piensas.

Pues eso… ahí está mi trayectoria. El doping, desgraciadamente, ha existido, existe y probablemente existirá. Pero hay un organismo que cada vez lo ataja más, que es la Federación Internacional. Con el pasaporte biológico, con controles constantes y, sobre todo, volcándose en el seguimiento a atletas que consiguen marcas, entre comillas, desorbitantes.

Acabamos con este tema, como dijimos… ¿Qué es para ti el doping?

Es jugarte la vida, porque lo que haces es perjudicarte a ti y perjudicar a los demás, engañando.

¿Tú has visto atletas que hayan acabado mal por esto?

Bueno, ha muerto mucha gente por ahí, y los hay con muchos problemas. Problemas que te dan de un día para otro, además… A veces no sabes si es por doping o por otra cosa, pero puede ser sospechoso. Para mí el doping es un tema de salud personal… vas en contra de tu propia salud. Y, luego, haces algo que enturbia tu imagen y tu situación entre los demás deportistas. Me gustaría que se pudiera erradicar por completo, y que todos fueran en las mismas condiciones a una final olímpica, mundial o lo que sea, porque sería señal de que eso está limpio y todos sacan su rendimiento a base de talento y entrenar.

Al hilo de eso pienso en la final de Seúl, la de Ben Johnson y tal… ¿vosotros comentabais algo sobre aquello, sobre esas marcas loquísimas que se iban haciendo en el 100?

…mira, a mí me encantaba verlos, Johnson y Lewis, a los dos, porque era un espectáculo. Pero debajo de la cama ya no los miré nunca, a saber lo que pasa.

Te retiras en el 89, en Santander, un día que ni siquiera corres…

No, ahí yo solo quiero dar las gracias a todos los que me ayudaron en mi carrera. Hay una anécdota… Precisamente Juan Mora me dice que me he portado muy bien con ellos, que he sido un tío leal, que esto, que lo otro… «Dime las tres personas que quisieras que estuvieran en tu retirada, nosotros pagamos viaje, hotel y estancia, y escribiré dos páginas sobre el asunto». Y le digo… Gregorio Rojo, el primero, un hombre intachable, que me ha ayudado muchísimo, que ha sido un educador más que un entrenador, persona extraordinaria… Otro debe ser Jenaro Bujeda, el de los Salesianos, no tenía ni puta idea de dónde podía estar. Juan Mora llamó al colegio, pregunta por él, tiran de archivo y ven que está en Madrid. Lo localizan, llama y le cuenta del asunto. Jenaro decía «¿Abascal se acuerda de mí? Yo pensaba que cuando empezó a ganar ya no se acordaría de mí». El tío vino aquí llorando, emocionado. Y el tercero… ¿sabes quién dije? El comisario que pegó aquella hostia en la mesa, en la estación de Bilbao, ¿te acuerdas? Ese fue más difícil, pero también…

Joder, cualquier otra persona hubiera tirado, no sé… De Coe, de Cram… Hubiera sido adornar tu retirada.

No, no jodas… Llamo a la gente que me ayudó. Años más tarde me hicieron un reportaje en Televisión Española y volví a citar a Jenaro Bujeda… bueno, pues las hijas lo vieron, consiguieron mi correo electrónico y me escribieron un mail que casi me hizo llorar, imagina… Ese hombre no se me olvidará en la vida.

Seguimos ya con tu época tras la retirada… Tú eres uno de los primeros europeos que viajas hasta Kenya para ver cómo es aquello, cómo entrenan… y te acabas trayendo un futuro campeón olímpico como es Mathew Birir. ¿Cómo sucede?

Bueno, en realidad vienen tres. Mira, me pide Juan Mora, otra vez, que le acompañe allí, porque yo conocía a Mike Boit, que corrió conmigo muchos años y teníamos buena relación. Y resulta que a Mike le hicieron Ministro de Deportes. Entonces me pidió Mora que le hiciese la gestión. Yo llamo a Boit… joder, salió a buscarnos hasta al aeropuerto, el tío, y nos llevó a su casa. Entonces preguntamos… dónde vive Paul Kipkoech, campeón del mundo en 1987.

Cogen un mapa y nos hacen un círculo así de grande (risas). Boit, Ministro de Deportes, no sabía exactamente dónde vivía Paul Kipkoech. Entonces vamos al redondel, el primer día… y preguntamos a todos, ¿Paul Kipkoech?, ¿Paul Kipkoech? Coño, nadie sabe… joder, vienes a Cantabria, y más o menos todos te señalan dónde vive Ballesteros, y tal. Que era campeón del mundo, Kipkoech. Bueno, empieza a anochecer y vemos a tres tíos tirados ahí, en el suelo, chavalucos, dieciséis, diecisiete años. Mira, tal, venimos de Europa, somos reporteros, queríamos entrevistar a Paul Kipkoech. Sí, sí, yo lo conozco, está por aquí, a unos ocho kilómetros, pero ya es de noche, hay muchos animales, es difícil llegar… Y dicen «nosotros también somos atletas, entrenamos cada día». Les decimos de quedar mañana, que volvemos al hotel y quedamos mañana. No, no, no, os venís a mi casa. Pero, coño, ¿tienes una casa muy grande? No, pero cabéis todos. Vamos para allá y efectivamente… era un poblado así cerrado, cuatro o cinco chabolas, arriba cañas y de mitad para abajo barro.

El fotógrafo dice que ahí no duerme, que duerme en el coche, el cámara que tampoco. Mora y yo sí, queríamos probar a ver cómo vivían ellos. Así que le dijimos a aquel chico de pagarle y él se negaba, que su padre era el maestro ahí, que nos iba a hacer una cena especial. Nos cocinan un poco de arroz en una lumbre, un poco de ugali que no había quién lo comiera, y una carne correosa que no sé si sería mono o qué, porque ellos a veces cazaban monos. Empezamos a cenar, unas velas, todo oscuro, telarañas espesas… la hostia. Y vosotros qué hacéis, y tal. Y uno dice que es campeón del mundo de atletismo. Pensábamos que nos vacilaba. Y entonces uno de los nuestros dice «yo tengo la biblia en el coche».

La «biblia» era una especie de libro con todas las marcas, las competiciones… ¿no?

Sí, exactamente. Pues trae el tío la «biblia»… a ver, tú, nombre… Mathew Birir. Y efectivamente, era campeón del mundo junior, había sido el Mundial un mes antes, en Canadá. Y entonces nos dice «mañana a la seis entrenamos». Joder, las seis de la mañana. Mora y yo dormimos sobre un jergón y una tabla, sin desvestirnos ni nada, solo nos quitamos las zapatillas. Y sin pegar ojo, veías fieras de vez en cuando… Y, efectivamente, a las seis de la mañana vienen con una linterna y nos dicen que empieza a salir el sol. Nos despiertan a todos, a Mora, al cámara que durmió en el coche, y por allí que me llevan por unos caminos llenos de polvo. De repente hay una subida de la hostia y les digo: «¿esto no lo subís?» Algunos días lo subimos diez veces, contestan. Imagina, a 3.000 metros… yo culeando, ellos eran jóvenes, yo estaba al final de mi carrera… lo pasé muy jodido detrás de esos chavales. Volvemos al rato y pregunto dónde ducharnos… allá que me vienen con un caldero de agua.

Y a ellos te los traes aquí.

Sí, luego fuimos a ver a Kipkoech, pero él no estaba, estaba su padre. A mí me dieron la vara de mando de su ayuntamiento, que me la traje para Cantabria, imagina. Nos llevaron después a una competición, todos corriendo descalzos, las chicas saltando longitud con faldas…

Pero iban a toda velocidad…

Yo vi allí correr un 1.500 en 1:46 sin zapatillas. Luego vi a ese keniata en Oslo, en una competición que yo estaba comentando por la tele.

¿Cómo los traes? Eran los hermanos Birir, Mathew y Jonah, y Kipyego Kororia.

Pues Mora estaba tan agradecido que quería corresponder a esos chavales. Entonces yo tenía un mitin en La Albericia, y él me dice que, si yo les pago la estancia a través del mitin, él paga el viaje. Y a tres que nos trajimos. Fui a recogerlos al aeropuerto… traían una bolsuca, un pantalón ancho, una chaquetilla… Los llevo al complejo de La Albericia y les presento a Teo, que tiene el bar allí. Teo, digo, ponles a estos lo que quieran, atiéndelos, yo me pasaré por aquí cada día. Cuando vuelvo era un espectáculo… todos los niños maravillados con ellos, ellos haciendo series que era una cosa increíble, levantaban la cadera y parecía que volaban. En el mitin uno gana el 800 y otro gana el 3.000. Se quedaban otra semana, iban a marcharse al lunes siguiente, pero en medio, el jueves, me llama un tío del cross de Elgoibar. Elgoibar era el cross más prestigioso de España con Lasarte. Bueno, pues me dice, «oye, Abascal, me han dicho que tienes allí tres atletas keniatas». Pues sí, se portaron muy bien, hicimos un reportaje, y los trajimos aquí. Mira, me podías hacer un favor… es que me han fallado cuatro o cinco atletas etíopes y keniatas que tenía contratados y se me han caído todos, en el avión solo vino el entrenador. Bueno, pero los míos son junior, no sé… Y, ¿no podríamos hacer algún apaño?, es que sin keniatas esto se viene abajo…

Eran la atracción.

Eso era el sábado, imagina. Así que voy al complejo de La Albericia, a ver si estaban allí… y no estaban. Unas niñas les habían invitado a un cumpleaños, a su casa… cogieron amistad con los de aquí y lo estaban pasando de puta madre. Las nueve, las diez, no había móviles… ya llegan, y les digo, pero dónde estabais. No, las niñas, el cumpleaños… Vale, ¿queréis ir mañana a una carrera? Está aquí cerca, igual os dan algo de dinero. Ese día habíamos ido a los pinares de Liencres y entrenamos quince kilómetros, para que veas. Pues vale, venga, para Elgoibar, lo que tú digas. Quedamos a las seis al día siguiente… no había autopista ni hostias. Así que vamos todos en un Mitsubishi que había ganado yo en una carrera en Estados Unidos, y para allá tiramos. Piensa que es uno de los mejores crosses del mundo, una expectación acojonante.

Bueno, pues llegamos, nos para la ertzaina, ¿usted es Abascal?, pues sí, y empiezan a escoltarnos hasta Ipurúa, que se salía de ahí. Entro, aparco debajo de la tribuna, y viene el organizador, a agradecerme. Sí, pero estos chavales son muy jóvenes, ¿eh? Bueno, no pasa nada, me habéis salvado la carrera. Y les digo entonces «tú y tú, Mathew y Jonah, vais a correr los cinco kilómetros con los junior, y tú, Kororia, como aguantas más, vas con los senior, a los diez mil metros». Se le salía un poco, pero… Estaban nerviosos, pero yo les dije que tranquilos, que lo hicieran lo mejor posible.

Me imagino cómo acaba.

Se ponen los clavos, dan la salida, la vuelta para allá, vienen acá y veo dos keniatas delante y el pelotón a tomar por el culo. Me viene Egido… Egido era el seleccionador de la selección de Nike, que iban todos muy ordenados y muy uniformados… y me pregunta si son de la edad, si esto, si lo otro. Mira, mira, en el pasaporte lo puedes ver. Nos vino genial, lo del pasaporte, porque hubo quien protestó… imagina, contra los mejores de España y estos se pasean. Ya, chico, pero estos son campeones del mundo, en un Campeonato del Mundo no engañas. Yo les decía que fueran más suave, más suave, para que no ganasen por mucho… Hicieron primero y segundo, claro. Y en el diez mil… Ese día lloré, ya verás, ya. Al de diez mil, Kipyego Kororia, que era junior de primer año, fíjate, de primer año… a Kipyego Kororia le digo que fuera siempre a cola del grupo, tú allí, agarrado. El circuito que era la hostia, pasando por una fábrica y todo. Primera vuelta… diez o doce y él a cola de grupo. Segunda vuelta, siete y va el séptimo. Tercera, cinco y va el quinto. Yo pensaba que si quedaba ahí sería ya… Allí iban Martín Fiz, Abel Antón, Steve Jones, los hermanos Castro, que eran portugueses… Última vuelta y van cuatro… Fiz, Jones, un Castro y él, que iba cuarto, claro. Pasan un montículo, pega un acelerón Kororia, sube las caderas, y gana. Impresionante…

Cómo aceleran los keniatas, además, que es una cosa muy estética.

El tío entra sin levantar los brazos, me busca, me mira como diciendo «¿lo he hecho bien?». ¿Bien? Cago en la madre que te parió, ¿pero tú sabes lo que has hecho? El organizador encantado, me dice que allí siempre van a tener invitación, abrazándome. Bueno, vamos a comer después y todos se levantan, nos aplauden… imagina, el junior que gana a los sénior, los otros dos haciendo doblete. Les pagó un dinero bueno, que no estaba ni previsto… A la semana que viene los piden en Lasarte… los dos vuelven a hacer doblete en junior, y Kororia hace segundo detrás de Paul Bitok. Corre la voz, luego los quieren en Jaén, gana también, ya van cobrando mejor. Se les acaba el visado, se tienen que ir a Kenia otra vez, luego vuelven, entrenan en La Albericia y hasta la Olimpiada.

Y se acuerdan de ti, claro.

Joder, cómo no… los tengo en el Facebook, me hablan mucho.

No, decía en Barcelona.

Claro, hombre, si casi los entreno yo. Voy a los Juegos Olímpicos con ellos, y Mathew Birir es el atleta más joven de la historia en ganar los 3.000 obstáculos, que es una prueba complicada, para gente madura, más hecha. Y Jonah Birir, el hermano, llega a la final y hace quinto.

En el 1.500, ¿no?

Sí, en el 1.500. Después ellos quieren volver aquí, pero yo estaba en televisión y apenas paraba, así que… Total, que les coge un mánager italiano, el que llevaba a Aouita. Yo los veía por los mitines, los Birir, Kororia… quedaban bien, pero no les llegaba el dinero, porque se quedaba la pasta el mánager. Querían volver a Cantabria, claro, pero es que yo no estaba casi en Cantabria. Lo de volver a Cantabria me lo dijeron en Helsinki, que de allí iba yo a Hamilton, a la reaparición de Ben Johnson. Un viaje bestia… Bilbao, Londres, Nueva York, Montreal, Hamilton… Llegamos y hace Johnson dos salidas nulas. Cagonlamadre. Y ya en Madrid, de vuelta, nos dicen que iba a correr en Chicago… y vuelta para allá. Era una locura. Ahora se hace todo desde Madrid, pero entonces íbamos siempre a los sitios. Dos años estuve con la televisión… Me había retirado, pensaba que ya no iba a viajar, ya verás qué gusto, y con la tele… el doble. Lo único que conocía la ciudad, porque yo antes había ido a Estocolmo o a Zúrich a correr y solo conocía la pista…

¿A qué se dedica hoy José Manuel Abascal?

Soy responsable técnico de deportes del Ayuntamiento de Calafell, en Tarragona. Entrenar no… aquí, a un grupito de atletas en Cantabria, pero nada más.

¿Ningún profesional te ha pedido que lo lleves?

No, porque no me dedico, ahora tengo mi trabajo y…

¿Y volver a la tele?

Bueno, es que es otra época… a mí me gustaba entonces ir al atleta, a su vida, contar historias. Eso lo disfrutaba mucho, contar historias.

Y la última pregunta… ¿alguna vez sueñas que te atrapa Cheshire?

Sí… joder, sí, sí… fue una carrera muy ajustada y estuvo… buff... es lo que separó la gloria del cuarto. No es un fracaso, pero es la gloria y pasar desapercibido. Magnífica clasificación, pero… Entonces hay veces que sí, que me acuerdo que Cheshire va detrás de mí, que me coge, pero… Acabo despertándome antes de que me alcance. Y siempre saco la medalla.

29 Comments

  1. Pingback: José Manuel Abascal: «En el 1.500 el dolor es insoportable, en un ... - Jot Down - dulavi

  2. Brutal entrevista. Enhorabuena.
    Solo conocía a Abascal por su medalla y poco más.
    Pero después de leer sus orígenes y la intrahistoria de su carrera me ha provocado una admiración sin límites, tanto en lo personal como en lo deportivo.
    Las tres personas que seleccionó en su retirada le definen como persona.

    Fantástico

  3. Pingback: Alan Wells, el corredor que ignoró a Margaret Thatcher y ganó la guerra fría

  4. Rufino Pérez Rea

    …sin palabras. De obligada lectura para las nuevas generaciones.

  5. Qué gran entrevista y qué gran personaje.
    Tiene un libro y una película
    Gracias!!!!

    • María José

      ¡Buenísima entrevista! ¡¡¡Grande, Abascal!!! Un ejemplo de vida.
      Entrevistas así hacen falta para educar al público en lo deportivo y en lo humano

  6. Cómo he disfrutado de leer a mi gran ídolo deportivo, al que me hizo gritar de enorme alegría a las cuatro de la mañana de aquel verano de 1984. Fiel seguidor siempre de su figura como deportista pero también como persona.

    Extraordinaria entrevista
    Grande siempre «Abas»

  7. Gonzalo Villanueva

    Impresionante entrevista!!! Dos cracks.

    • Pedro Pablo Fernández

      Abascal simplemente una buena persona, con unas capacidades psicofísicas increíbles. Quizá fue tan extraordinario, porque sus principios fueron no-fáciles.

  8. Manuel Llano

    No me gusta el atletismo, pero acabo de adorarlo. Está entrevista es el oro que deja al cobre en nada. Menuda gesta y que grande eres Abascal. Estoy ya pensando en el guión de la película. Esto da para superproducción de Hollywood

  9. Vicente Borja

    Marvillosa entrevista, se me han puesto los pelos como escarpias. Un abrazo fuerte a mi ídolo Abascal.

  10. Gracias por la entrevista, José Manuel Abascal da para mucho. Un genio en un país donde nunca se han valorado a los deportistas individuales lo suficiente. De adolescente le llevé en mi carpeta del colegio, la imagen de esa mítica final olímpica de L.A. 84. Luego coincidí con él a través de un amigo suyo manager para el que trabajé, Gerardo Prieto.
    El artículo lo he leído por recomendación de otro gran sabio del atletismo Gerardo Cebrián, pero me parece demasiado largo para una entrevista y con demasiados puntos suspensivos y poca edición. Por otra parte, las fotos que lo ilustran bellísimas son dignas para una o dos, pero creo que hubiera mejorado con fotos de las épocas que describe: el sprint final olímpico, los entrenamientos, las vacas pasiegas. En cualquier caso enhorabuena por la divulgación.

  11. Javier Luna

    No conocía todas estas historias tuyas. Vaya crack!! Habrá que ponerse serio con la idea de un libro autobiográfico…sería algo muy bonito. Un abrazo Abas!!

  12. Menuda pasada de entrevista. Fenomenal el periodista, extraordinario Abascal, un tipazo.

  13. Pablo Manuel Gomez

    Preciosa entrevista. Siempre le he seguido y ahora, casi somos vecinos por LiencresEjemplar en mayúsculas.

  14. Miguel-Ángel Rivero

    ¡Jóer Abas! ¡Cómo me ha emocionado todo lo que cuentas! ¡Con qué facilidad te has echado a rodar kilómetros de palabras en esta martoniana entrevista! Felicidades al periodista Marcos Pereda que tan bien ha ejercido de liebre tirándole de la lengua hasta la meta.
    A mí también me han tiritado las piernas de la emoción de los recuerdos… Cuando durante aquellas “Olimpiadas” de los Ángeles-84 dormía intermitentemente tirado en una colchoneta en el suelo del comedor, delante de la tele, para despertarme a toque del ¡RING! del reloj a presenciar las finales atléticas y sentir que mereció la pena vibrar en vivo con la consecución de aquélla primera medalla olímpica para el atletismo español. Con esa valentía de Abascal tirando en el último 500, que además ejerció de bálsamo sanador para la tristeza por no haberse clasificado para esa final José Luis González, el otro pionero. Porque es cierto lo que subrayas en la entrevista -y que yo cuento a mis atletas- que ambos juntos, con aquéllas escapadas mochila a la espalda y maleta de la mano a hacer las américas, por esas pistas cubiertas del otro lado del océano, ejercisteis de punto de inflexión en el atletismo español que hasta entonces a la mayoría de atletas parece que se nos encogía el ombligo cuando salíamos al extranjero a competir.
    Me he emocionado además cuando mentabas a tu entrenador, el mítico Gregorio Rojo, tan sensible con los atletas, tan humano en el trato, con el que tuve el placer de compartir junto contigo, algún entrenamiento de esos Fartleks naturales por el monte en aquéllas concentraciones de la etapa juvenil y junior. O al amable Grossocordón, eterno adalid de la RFEA, encargado de la promoción.
    Me identificaba contigo cuando en la primera concentración a la que acudí a la Blume, mi entrenador, Álvaro González, me metió en el tren expreso Salamanca-Barcelona con la bolsa de deportes de la mano y un papel con esa dirección de la carretera de Esplugas de Llobregat, que yo al taxista de la estación de Sants le traduje por “Espulgas” provocándole una carcajada que me produjo un sonrojo bochornoso.
    Estoy del todo de acuerdo con el comentario de Johan cuando apunta que las tres personas que el “Abas” quiso que no faltaran en su despedida, es lo que define su categoría humana.
    Y a Marcos Pereda me atrevo a sugerirle una próxima entrevista a José Luis González, el otro pionero, quien a buen seguro, tiene otro montón de experiencias que contar para el deleite de los amantes de la mítica de este entrañable deporte.
    En fin, un placer de entrevista que leí ayer al acostarme, junto con los 13 comentarios que había hasta el momento, manteniéndome en perfecta vigilia hasta la 1:42 en que la terminé, para dormir soñando con el placer del correr y el “milqui” de Los Ángeles-84. Y despertarme con la satisfacción de que Cheshire nunca llega a alcanzar al “Abas”.

  15. José A. Ibañez

    Fabulosa entrevista. Gracias por darnos a conocer a la gran persona que hay detrás del atleta.

  16. ¡Qué entrevista y gran personaje! Estaba paseando por internet y me quedé pegado leyendo. Qué historias entretenidas de este formidable atleta y su mundo. Para un libro tiene de sobra.

  17. J. Carmelo Antón.

    Muy bueno.

  18. Felicidades por la entrevista, maravillosa. Una puntualización, el Cross de Elgoibar sale del Estadio de Mintxeta, no de Ipurua. Ipurua es el estadio del Eibar.

  19. Enorme entrevista, recuerdo a su perro Lolo.
    En Cantabria no le han reconocido lo suficiente.

  20. Enhorabuena a Marcos Pereda y Gema Rodrigo por el trabajo realizado por plasmar esas manifestaciones e imágenes del gran José Manuel Abascal, con quien me he sentido muy identificado en la frase:
    «… y ya no miro para atrás, porque mirar para atrás lo que hace es que pierdas tiempo y te crees tensión.»

  21. ¡¡¡Que gozada de entrevista!!! PERIODISMO con mayúsculas.
    Soy de Cantabria y era un crío cuando fue la medalla y me acuerdo pero no conocía su historia y vivencias.
    Que duro todo.
    ¡Que elección los tres que busco para su despedida!. Ahí se nota quien es y que sabe de donde viene. Ganas de conocer al comisario del golpe en la mesa, ayudando a un pobre chaval. Gente buena que te cruzas en la vida y sin enterarse ni darse mérito te dan el empujón que te lleva a la gloria.
    Voy a la Albericia a pasear con mi hijo pequeño de vez en cuando y no te imaginas la de vivencias personales que han tenido que pasar ahí. Genial la época de los Keniatas también cuidados en el bar del complejo de la Albericia.
    Gracias a los dos. Entrevistador y entrevistado.

  22. Fernando Tafalla

    Que gran entrevista! Enhorabuena al reportero y por supuesto a Abascal, grandísimo atleta y mejor persona. Si fuera americano o británico, ya habéis una película con su biopic. Carros de fuego una tontería a su lado.

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  25. Eugenio

    un documental ya , madre mia , no podía para de leer , gracias a los tres!

  26. Alfonso

    Gran entrevista, maravillosa. Muchas gracias.

  27. Las circunstancias de la vida me han llevado hace dos días a pasar por Santander, y conocer a Soto Rojas, he podido ver todos los trofeos tanto de él , como de Abascal. Ambos pioneros en sus especialidades. Soto Rojas como introductor del Ultrafondo en España, en la década de los 70, y Abascal como una figura deportiva que utilice para incentivar la motivación de mi alumnado en el ámbito del deporte extraescolar.
    En ese museo de trofeos pude percibir el regusto de mi juventud, pues también fui atleta.
    Siempre he percibido a Abascal como un ejemplo a seguir, pero leer este artículo ha sido impresionante, y revelador. Se, que estos días tienen por allí una comida de amigos, que lo disfruten mucho. Sensacional reportaje. Bravo 👏

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