Al ver imágenes de escaladores enfrentándose a paredes de roca gigantes y escarpadas montañas, suspendidos solo mediante cuerdas —y a veces ni eso— a cientos de metros de altura, muchos se preguntan: «¿Y a estos qué se les pasará por la cabeza?». Voy a intentar dar aquí respuesta a esa pregunta.
Todos conocemos el papel de gran importancia que juega el factor mental en el rendimiento deportivo. Pero éste ¿es el mismo en todos los deportes? ¿Es igual la concentración que debe tener un tenista, siguiendo a cada instante la pelota, que un corredor de maratones, constantemente en marcha durante 42 kilómetros? ¿Salen al campo con la misma actitud un jugador de rugby y un golfista? ¿Necesitará la misma agilidad mental a la hora de tomar decisiones un esquiador y un arquero olímpico? ¿Y qué ocurre en los deportes de riesgo, donde el miedo entra en escena? Obviamente, cada disciplina deportiva requiere conducir el pensamiento de una manera diferente acorde a las características de ésta. ¿Y en la escalada, como debe ser ese estado mental?
Según Rudolf Tefelner, escalador checo y entrenador de campeones de esta disciplina como Tomáš Mrázek o Adam Ondra: «La escalada es un deporte psicológicamente exigente porque el escalador tiene tiempo para pensar. Y si tiene tiempo para pensar es difícil mantenerse en el flow». Con esto quiere decir que a diferencia de otros deportes en los que se ejecuta una rutina previamente ensayada, o en los que se corre o se nada a la máxima velocidad posible — gimnasia, atletismo y natación son algunos ejemplos—, en la escalada, aunque por supuesto también entra en juego la memoria muscular y las capacidades físicas del escalador durante los movimientos, hay numerosas interrupciones —al chapar la cuerda o descansar, entre otras— que pueden dar lugar a perdidas de la concentración.
Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de la concentración? Garry L. Martin nos dice en su libro Psicología del Deporte que generalmente este término incluye dos procesos de conducta. El primero es una conducta que «orienta, observa, atiende o enfoca» de forma selectiva hacia cierto tipo de estímulos válidos para obtener la respuesta que queremos, dejando de lado aquellos que no ayudan a obtenerla; en el caso del escalador, estos estímulos pueden ser los distintos agarres presentes en la pared: una fisura, una regleta o una presa que puedan ser útiles a la hora de subir la pared a la que se está enfrentando.
El segundo tiene que ver con la respuesta que provocan esos estímulos en el deportista; si las respuestas que da éste a los distintos estímulos están acorde a la importancia de éstos, diremos que está concentrado. De esta forma, la suma de estos dos procesos, el captar bien los estímulos y la respuesta adecuada a ellos, tiene por resultado lo que llamamos concentración. Si el escalador es capaz de captar los distintos recursos de los que puede hacer uso para subir la pared, pero no los usa de forma adecuada o si físicamente rinde bien, y sin embargo está dejando pasar agarres más cómodos o que le harían gastar menos energía, no diríamos que está concentrado. Cuando éste capta bien las posibilidades disponibles en el muro y las utiliza correctamente, entonces sí diríamos que está concentrado.
Una de las mayores distracciones para la concentración en la escalada es el miedo. En lo que a escalada se refiere, lo podemos distinguir en dos clases. El primero, puede resultar útil, ya que impide hacer cosas como por ejemplo colgarse a cientos de metros sin ningún tipo de cuerda, poniendo en situaciones de alto riesgo la integridad física —bueno, se lo impide a la mayoría. Existe una modalidad de escalada conocida como «solo libre», practicada por solo unos pocos, que consiste en escalar sin ningún tipo de dispositivo de seguridad, por lo que cualquier paso en falso puede ser el último paso dado por el escalador. La famosa película Free Solo, ganadora del Óscar al mejor documental en 2018, narra la proeza llevada a cabo por Alex Honnold al escalar en esta modalidad la pared de más de 900 metros de altura conocida como El Capitán en Yosemite—.
El segundo tipo de miedo, sin embargo, si puede ser contraproducente a la hora de escalar. Pese a que en la actualidad el equipamiento garantiza un alto nivel de seguridad, la escalada no deja de ser un deporte de riesgo, y aunque en la mayoría de situaciones —en las que se lleva a cabo una práctica adecuada— no corremos ningún peligro, el miedo a caerse siempre está presente. Es un miedo muy común debido a la naturaleza dinámica y antinatural de las caídas, en las que se tiene un sentimiento de pérdida del control.
El miedo a caerse puede afectar enormemente a la concentración del escalador, por lo que es necesario entrenarlo y trabajarlo. Para ello es necesario condicionar al cuerpo y acostumbrarlo a las caídas. En 1988, durante una de las primeras ascensiones en modalidad libre —en la cual se dispone de elementos de seguridad, como cuerdas y anclajes, pero solo se utiliza el cuerpo como medio de ascensión— a una de las rutas de El Capitán, Todd Skinner y Paul Piana, al darse cuenta de que el miedo a caerse desde esa altitud —unos 600 metros— dificultaba su ascenso, comenzaron a practicar caídas desde una distancia progresivamente más larga cada día para deshacerse de los nervios que les provocaban. Gracias a ese método, acostumbraron su cuerpo a la sensación de la caída, de forma que el miedo, una vez desaparecido, no afectaba a su concentración, enfocada de nuevo plenamente al ascenso.
«Cuando estoy en una pared es importante no estar presente racionalmente, si no de una forma intuitiva». «Todas las decisiones son hechas de manera automática. No pienso, simplemente escalo». Estas son frases de Adam Ondra, uno de los mejores escaladores de esta generación, hablando acerca de su estado mental durante las ascensiones. Al vaciar su mente de pensamientos conscientes, intenta evitar toda clase de distracciones que puedan afectar a su concentración. En su libro Guerreros de la Roca. Entrenamiento mental para escaladores, Arno Ilgner, uno de los pioneros de la escalada en roca, propone un camino para conseguir este estado mental, en el cual «al entrar en acción, el cuerpo reemplaza a la mente consciente en el papel de actor principal».
El objetivo del método de Ilgner es acallar la mente mediante técnicas orientadas al cuerpo como la respiración controlada, escalada continua o lo que él llama enfoque de «ojos blandos», un tipo de atención receptivo a los distintos tipos de estímulos disponibles en el entorno del escalador. Rudolf Tefelner coincide también en que el estado ideal es el de una mente vacía: «El impacto de las emociones en el rendimiento es negativo, incluso con las emociones positivas. Si estas libre de emociones, concentrándote, libre de pensamientos, libre de emociones, entonces puedes dar todo lo que tienes».
Una mente despejada, concentrada únicamente en la pared y el propio cuerpo, libre de distracciones, emociones o miedo. Muchos profesionales de la disciplina coinciden en que ese es el estado mental idóneo para la práctica de ésta. Dejarse llevar de forma intuitiva a lo largo de la pared, centrado solamente en ella. Nada más importa, solo el muro y la forma en la que el cuerpo del escalador se mueve a lo largo de él. Los pensamientos son una distracción, hay que dejarlos de lado al acercarse a la roca. Así que, probablemente, la respuesta a la pregunta «¿Y a estos qué se les pasará por la cabeza?» sea: «Nada, simplemente escalan».
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Buen artículo, me ha llegado por una recomendación y pensaba que iba a ser algo flojo, pero el que escribe sabe de trata escalar y casi seguro que practica este deporte.
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