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Reinhold Messner: «El arte del gran alpinismo es no morir»

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Reinhold Messner

El currículum de Reinhol Messner (Bresanona, 1944) desafía todas las convenciones. Alpinista revolucionario desde su juventud, idealista, filósofo de las montañas, alguien que no busca conquistarlas, sino comprenderlas. Perdió un hermano durante su primera aventura himalayista, en una travesía alucinante por el Nanga Parbat tras la cual sus rescatadores pensaron que era un espíritu. Pero eso no lo detuvo. Se convirtió en el primer hombre en subir los catorce Ochomiles, el primero en ascender al Everest sin oxígeno, el primero en subir la cima más alta del mundo en solitario. Luego hizo travesías por la Antártida, por el Desierto del Gobi, viajó alrededor del mundo buscando la espiritualidad que vive entre nubes, escribió libros, vendió millones de ejemplares, dio conferencias a las que acudían miles de personas. Como siempre hay un «más allá» de peligro y complicación también entró en Política y fue elegido como europarlamentario.

Estamos en Castel Firmian, muy cerquita de Bolzano, sede de uno de los seis museos que ha ido componiendo durante décadas y que son, dice, el mayor orgullo de su existencia. Allí encuentras ruedas de oración tibetanas, estupas, piolets de hace un siglo, fotografías que muestran ascensiones imposibles, esculturas de Arte Moderno. El espacio es dinámico, provocador. Si quieres llegar hasta la exposición debes caminar un rato por entre brezos y arbustos, y eso parece adecuado con el personaje.

Nos sentamos allí una tarde de estío con mucho calor, en sendas sillas de madera. Reinhold tiene pelo canoso, barba muy cerrada. Apenas deja que ninguna sonrisa asome a sus labios, al menos al principio de nuestra conversación. Y mira, mira fijamente. Con unos ojos de color azul, ojos gélidos, ojos de nieve y roca.

Reinhold Messner, en directo, impone un poquito.

Y así empezamos.

¿Cree que nacer aquí, en un valle estrecho, empujó su ansia de libertad?

Sí, definitivamente. Era un niño viviendo en un mundo muy estrecho, pero tenía el impulso de ver lo que había ahí fuera.

Esa idea de la escalada como superación del mismo horizonte visual.

Pero esa no es la base de mi motivación para escalar… ¿acaso la escalada no consiste en concentrarse en el lugar donde uno se encuentra? Pero el alpinismo es otra cosa, es subir a la montaña. A la montaña debes subir con el deseo de ver más, un horizonte más amplio. En la escalada el mundo puede encogerse si el paso es difícil. Entonces sólo ves dos metros cuadrados, nada más, te concentras en lo tuyo, esa sensación de lentitud. La roca apunta hacia adelante, se convierte en pared, y uno sale. Es otra cosa distinta, incluso en las más altas cumbres. Concentración máxima.

Me interesa la idea del niño que quiere de salir ahí fuera… hoy, con internet y la facilidad de viajar, se escapa a los jóvenes…

Bueno, es que ellos viven en un mundo diferente. Es algo que ocurre con las nuevas generaciones, y que va a seguir ocurriendo. Toda la comunicación cambia y cambia.

¿Cuál es su Heimat («Patria», en alemán)?

No me gusta el concepto de «Heimat», porque se ha comprendido mal, se ha usado mal. Especialmente en los últimos cien años, especialmente en Alemania. Los nazis lo usaron para transmitir otra cosa…

¿Y el saludo clásico del Tirol, el «Berg Heil» (significa algo así como «conquistado», «hecho»? A usted lo incomodaba desde el punto de vista político, pero también porque parecía poner la cima por delante de todo…

No es un saludo tirolés, es un saludo alemán, que nació antes del nazismo. Pero muchas veces se entendió como la conquista de la montaña, sobre todo con los nazis. Una palabra extraña, no creo… Yo uso una palabra tibetana.

¿Cuál?

Kalipe. Significa «siempre con paso lento». Aún mejor… siempre con paso seguro y lento.

Su padre era un hombre severo, tenían enfrentamientos frecuentes.

Yo no lo veo de forma negativa, porque tuve la ocasión afrontar lo que tenía frente a mí. Mi vida ha sido una continúa superación de obstáculos, como en la ascensión a una montaña.

¿Fue él su primera ascensión?

Sí… no diría que un obstáculo, porque era demasiado pequeño como para considerarse un obstáculo, pero sí. Pronto me di cuenta de que existían obstáculos y siempre busqué voluntariamente otros más difíciles, más altos. Uno de ellos fue el hecho de que mi padre, después de cierto tiempo, ya no quería que subiese a las montañas. Temía que tarde o temprano… Tal vez lo hice con más entusiasmo porque esos obstáculos existían.

Creo que es interesante marcar las similitudes entre su padre y las montañas, porque mas tarde su filosofía ha sido no la de conquistar las montañas, sino la de explicar las montañas.

Sí, comprenderlas y explicarlas. Pero mi padre… la visión de mi padre y las montañas era diferente. Él fue un escalador mediano, reclutado cuando era muy joven por él ejército alemán, la Wehrmacht. Cuando volvió aquí, a este pequeño valle donde vivíamos, intentó mantenerse en contacto con su juventud llevando a sus hijos pequeños a las montañas. Así que su visión era totalmente distinta.

¿Cuál es la primera montaña que escaló?

El Sass Rigais (a 3025 metros de altitud).

¿Qué recuerda de aquello?

Recuerdo poco, solo fue el comienzo de las experiencias en los años jóvenes. Después se ha mantenido en mi memoria porque escribí sobre ello, muchas veces. Pero es muy difícil decir qué ocurrió realmente, lo escrito se confunde con los recuerdos.

«Cuando nos hallamos entre las montañas no surge en nosotros un sentimiento de grandeza o elevación. Hay algo de constreñidor en las rígidas masas de roca y hielo que no es liberador, que nos espanta». Son palabras suyas… normalmente los alpinistas transmiten la visión contraria de las montañas, como lugares de liberación absoluta…

Pero eso es mi literatura, lo que hago como autor, no mis palabras, es solo una traducción. Nosotros, los alpinistas, no tenemos traducciones de calidad. Yo escribo en alemán, no leo lo que me traducen para otros idiomas.

Usted escribe y piensa en alemán.

Es mi lengua materna. Hablo y escribo en alemán.

¿Y en qué idioma sueña?

En alemán, sueño en alemán. También en italiano, a veces. He escrito algunos libros junto a otros coautores en ese idioma. Pero la mayoría de mis libros, el noventa y nueve por ciento, están en alemán.

Otra frase suya: «Escalar una gran pared significa seguir un misterio».

Sí, las paredes… Si entras en una gran pared existe la incógnita de no saber a dónde vas, dónde terminarás, si puedes hacerlo, si encontrarás el camino correcto. Es verdaderamente aventura. Primero hay que leer con los ojos por dónde pasar. Luego, durante la escalada, puede venir esa tormenta cadenciosa que es el ascenso de grandes murallas. Algunas personas asumen riesgos en esas paredes. Pero hoy en día el noventa y nueve por ciento de los jóvenes escaladores no van allí, sino que acuden al gimnasio y andan por los rocódromos.

¿Recuerda la primera vez que vio un muerto en la montaña?

Sí, fue a principios de los sesenta. Iba yo solo a escalar y escuché la voz de una mujer. Voy en su ayuda y ella me dice: “mi marido ha caído”. Así que bajé inmediatamente a buscarlo. Pronto vi que estaba muerto. Es una historia bastante… clásica, no tiene grandes emociones. Llamé al equipo de rescate y no dejé que lo viese.

Usted tenía, desde niño, contacto directo con la muerte en su granja. Eso no ocurre con los chavales de hoy en las ciudades.

En las grandes ciudades hay gente aislada los unos de los otros. En nuestro país llevaban a los muertos a caballo, desde las montañas, desde las granjas al cementerio. Todo el mundo iba siguiéndolos, todo el mundo compartía el dolor. Era algo obvio. Ahora es diferente.

He leído sobre esa forma de organización de estos pequeños pueblos en el Tirol del Sur… casi un concilium germánico, con todos los vecinos opinando y argumentando sobre qué es mejor para todos, con el aprovechamiento comunal de los montes…

Es muy interesante cómo nace históricamente todo esto. Yo tengo una parte del bosque comunal que es mío, aunque no es mío. Igual con los pastos de montaña… tengo un espacio de pastoreo, pero todos los pastores pueden ir allí con sus ganados. La propiedad está repartida muy extrañamente… pero esto es una necesidad del periodo durante el cual el hombre era seminómada, ya no nómada pero sí seminómada. Incluso hoy en día hay sociedades seminómadas que tienen un domicilio de invierno al que llegan tarde, en otoño, y abandonan por primavera. Se van con las bestias, con las cabras, van a las montañas, dividen la superficie, y luego en el otoño vuelven y trabajan en el valle. Si uno pierde su casa por el fuego todos ayudan. Habitan el terreno de esa forma, con una gran responsabilidad por su granja, su hogar. Es una responsabilidad común… casi comunista. Cambiar esa forma de aprovechamiento ha sido el sueño de muchos políticos, pero en el último siglo no he leído de nadie que haya planteado esa posibilidad.

¿Tú te consideras seminómada?

Un poco, desde cierto punto de vista. Viajo con mi mujer, no tenemos oficina, vemos el mundo, hacemos lo que nos gusta. Pero sí tenemos un sitio donde poder retornar. No estamos quietos, pero lentamente nos vamos estabilizando.

«A lo largo de mi vida no he estado muchas veces en peligro de muerte, quizás unas cien»… Para alguien como yo es…

(Sonríe). Un número grande. La aventura en la montaña es vivir y no perder la vida, el arte del gran alpinismo es no morir. La supervivencia en terrenos difíciles.

Tenemos que hablar, obligatoriamente, sobre la gran expedición del Nanga Parbat. Usted habla del Nanga como un grial para los alemanes… ¿Cuál era su grial de juventud?

Yo no tenía un grial. No. Intentaba hacer grandes escaladas. El Nanga Parbat me toca más que otras montañas, no sólo por la muerte de mi hermano, también por su historia. Escribí un libro sobre lo que pasó en el Nanga entre 1895 y hoy. Es una montaña que nos lo dice todo. Pero también debo apuntar que en los años treinta allí, por desgracia, se perdieron valores. La camaradería, por ejemplo. Con los nazis todo era un acto de racismo, perdió su grandeza. Todas estas mentiras que el nazismo puso en juego… El nazismo utilizó el alpinismo como estímulo para hacer pensar a la gente: debéis ser como los alpinistas para ser buenos ciudadanos, o buenos soldados.

¿Qué opina de la primera ascensión al Nanga Parbat en 1953, con Hermann Buhl echando mano de los estimulantes?

Eso es un hecho, yo no hago crítica. Ya sabes, todo está escrito. Buhl se lo pidió al líder de la expedición (Herrligkoffer), y ese líder proporcionó a los montañeros anfetaminas. Buhl bajó por los pelos. Esa pastilla disuelta agotó sus últimas reservas. Llegó al campo, pero quinientos metros después se hubiese derrumbado. Al final ya no aguantas nada, esas anfetaminas no te proporcionan más.

Ese líder que ya ha citado, Herrligkoffer… Parece que su personalidad y la suya estaban destinadas a chocar durante la expedición de 1970.

Sí, desde el principio. Firmamos contratos según los cuales solo él tenía derecho a comentar y publicar cosas. Así que ni siquiera pudimos contar nada a la prensa, y él dijo mentiras desde el primer hasta el último día. Como hace ahora Putin y como hacen también los ucranianos. Es un sistema para no permitir que la realidad se conozca por la otra parte si no queremos hablar de ello.

¿Nunca hablo con él después de la aventura del Nanga Parbat (Messner estuvo perdido durante tres días y su hermano Günther falleció en el Nanga. Herrligkoffer siempre declaró que Reinhold llevó a Günther hasta la muerte por un exceso de ambición)?

No.

No sé, buscar una pequeña paz…

No. Después del Nanga, en la primera conferencia que él dio, yo ya no estaba invitado.

Pensaba más en algo directo… una mesa, dos cafés y privacidad…

Bueno, hubo una posibilidad grande. Un colectivo católico que se ocupaba de organizar charlas con gente importante, con filósofos… hizo la invitación. Era muy fácil, él solo debía reconocer que mi hermano murió a ocho mil metros, porque yo sé que murió en la base del Nanga Parbat, sabía exactamente el punto (Herrligkoffer afirmaba que Reinhold abandonó a su hermano durante el ascenso, mientras que éste lo negaba, diciendo que lo perdió bajando por la otra vertiente. En el año 2005 se encontraron los restos de Günther en un lugar que confirmaba la historia contada por Reinhold). Varias veces se ha discutido sobre todo esto, y yo respondía e incluso me puse a disposición para debatirlo en público. Pero…

¿Qué se siente a ocho mil metros? ¿O qué no se siente?

A ocho mil metros o si estás en peligro… solo quieres descender. No es que los ocho mil metros metros o la cumbre del Everest sea puntos claves para la alegría. Estás muy lejos de la seguridad allí. Nos alejamos de la seguridad y sentimos que la responsabilidad crece, el miedo crece, y entonces queremos volver a la seguridad. En realidad lo que hacemos es totalmente ilógico, nadie lo entiende solo con escucharlo. Hay una visión de la vida, una gran fascinación. Ahora van a la cima del Everest en helicóptero, antes ni siquiera era posible. Bueno, hace cinco años se prohibió eso.

Viendo las expediciones comerciales al Everest o al K2… ¿es hoy posible el alpinismo de renuncia de Reinhold Messner?

El alpinismo de renuncia no ganó. Mi alpinismo no se ha mantenido fuerte, perdí la batalla. Lo importante era la renuncia, no la cumbre. Hoy utilizamos cada vez más tecnología, y no es una tecnología necesaria. En la actualidad el alpinismo de renuncia lo hacen los españoles, los alemanes, pero no muchos… Con el tiempo, el montañismo será un escaparate del turismo. No lucho contra ello, pero, hablando filosóficamente, solo quienes conocen la montaña deberían ir. Solo unas pocas personas.

Solo por curiosidad… ¿cómo suena el mundo a ocho mil metros?

Fuerte, muy fuerte. Es un sonido enorme, el viento… Mucho más que en el campo base. Allí, en el glaciar, escuchas piedras que caen, agua fluyendo, hielo… Arriba, a ocho mil metros, todo eso ya no existe, el hielo no se mueve, o lo hace tan lentamente que no escuchas.

A ocho mil metros la montaña está muerta.

No, no está muerta. El lugar está vivo. Todo. Por eso no únicamente anhelas la cima. Porque está viva.

Usted en el Nanga Parbat tuvo alucinaciones en las que escuchaba corrientes de agua…

Sí, pero el agua que pudiera haber allí arriba realmente no tiene nada que ver con esas alucinaciones. Eso es otra cosa, la sensación de ver algo que no es real.

¿Y puede controlarlo? Quiero decir, ¿en algún momento sabe que eso no es de verdad, que no existe?

No. También me ocurrió que vi caballos acercándose a mí, quizá porque estaba tan agotado que ya no podía caminar. En un momento dado desaparecieron, y me dije que sólo eran alucinaciones. Pero luego vuelven, y de nuevo creo. La realidad es de esa forma. Aquello llegó, se quedó, desapareció y volvió más tarde.

En 2003 retorna al Nanga Parbat y se reencuentras con la primera persona que te auxilió en 1970… ¿Qué se siente en ese momento?

Estaba muy emocionado. Era un hombre anciano, murió hace pocos años. Lo volví a ver entonces, y más tarde en 2006, cuando fui con mi familia para recordar a mi hermano muerto. Él salvó mi vida. Luego volví para construir una escuela en aquel pequeño pueblo de aquel pequeño valle. Era un lugar muy, muy pobre.

Cuando él te ve en 1970 no puede entenderlo. Piensa que eres un espíritu.

No hablaba, no podía imaginar todo aquello. Cuando vieron que era un ser humano normal no podían entender que viniera desde el otro lado de la montaña. Me encontré con tres personas, pero él era el más viejo, el más tranquilo. Fue muy bueno.

¿Qué se hace en todas esas horas muertas del campo base?

Oh, yo no tengo problema, porque escribo y escribo. He escrito la mitad de mis libros allí.

¿No tiene algún hobby?

Toda mi vida es un hobby (ríe). No trabajo, hago lo que me gusta.

El Everest sin oxígeno… Muchos decían que era imposible, lo trataron de suicida…

Se convirtió en un debate público. Vayamos primero al Everest, a ver qué sucede, eso pensaba yo.  La medicina, la fisiología del alpinismo… no se puede calcular. La medicina decía que el límite de lo posible son 8500 metros. Pero ya los ingleses en el año 24 subieron hasta esa altura. Analizando en qué se equivocaron, cambiando la logística, yo creía que se podía hacer… subiendo mucho más rápido hasta los ocho mil quinientos metros, así tendríamos reservas suficientes para ir a la cima. Un segundo problema era el calzado… usábamos zapatos de cuero. Los zapatos de cuero, después de tres o cuatro semanas se convierten en pedazos de hielo, porque el cuero atrapa el agua y ya no sale. Yo conseguí zapatos de plástico, hechos especialmente para nosotros. Fueron dos pequeñas ideas que funcionaron bien. Y luego tuvimos suerte… a ocho mil ochocientos metros corres más peligro que a ocho mil o siete mil metros. Cuanto más alto subes menos oxígeno hay, no tienes oportunidad de calentar el cuerpo.

Durante el descenso sufres «ceguera de la nieve».

Tuvimos una gran ventisca en la cima. No fue larga, pero hubo un viento muy fuerte que azotó las crestas y se nos metió en los ojos. Teníamos gafas de protección, por supuesto, y gafas especiales. Pero hice una grabación en la cresta final, en el lugar más expuesto. Para poder rodar con una pequeña cámara tuve que quitarme esas gafas y olvidé volver a ponerlas. No me di cuenta de que tenía una lesión muy grave, y descendí sin problemas hasta la tienda de campaña, a ocho mil metros. Fue entonces cuando estalló la ceguera. Es como si te destruyesen los ojos.

¿Qué ve?

Una gran nada. En el punto más difícil no podía ver nada. No sabía lo que podía ser, lo que dolía o no… no lo sabía. Y poco a poco, por la noche, empecé a atisbar al camarógrafo y a los dos sherpas. Al día siguiente vi lo suficiente como para seguir la sombra de mi compañero. Pero al principio no pude.

¿Fue el Everest en solitario la cima de su alpinismo?

Bueno, hice el Everest y más tarde el Nanga Parbat en solitario. Era un paso clave para poder ir más allá.

¿Y los dos Gasherbrum?

Los dos Gasherbrum fueron la exposición máxima a la que me he sometido. Dos días seguidos a gran altitud, llevando todo conmigo. Todo el recorrido, desde el campamento a las dos cumbres y vuelta al campamento… arriba y abajo, arriba y abajo. Las cuatro crestas.

Es casi una visión filosófica, ¿no?

Sí, no era la subida a una montaña… era estar en una montaña. Habiendo hecho el Everest en el 78 sin oxígeno y el Nanga Parbat en solitario, sabía que tenía la fuerza psicológica, no solo la fuerza técnica, sino también la fuerza psicológica. Volviendo al Everest en solitario… es más difícil por la cara norte. Sabía que, teóricamente, podría escalar sin mascarilla… lo había hecho dos años antes, no diez años, sino solo dos, así que me animé. Pero sin los dos ascensos anteriores no habría tenido el valor de hacerlo.

¿Un ochomil en solitario es más complicado en lo psicológico o en lo físico?

Más duro psicológicamente… estás solo. No se puede comentar el miedo, no se puede reducir el peligro. Te sientes mucho más expuesto.

¿Qué se piensa en momentos así?

Bueno, es difícil decirlo. Toda la concentración está sobre la vía. Es todo muy lento, siempre hay algún pequeño sonido, un guijarro que cae, piensas que viene un alud…

¿Qué opina sobre esas ascensiones a gran velocidad? Lo que hace Kílian Jornet, por ejemplo…

No me interesa eso. Hacen de la montaña una pista de atletismo, la cima del Everest es su meta. Históricamente, alpinísticamente… no tiene importancia, es otra cosa. Si a ellos les gusta, que lo hagan, pero a mí… No es historia del alpinismo tradicional.

¿Qué sintió al coronar el decimocuarto ochomil?

Una liberación, porque desde uno o dos años antes ya tenía un nuevo proyecto en mente. He aprendido a tener siempre una nueva idea en preparación para llenar el hueco que se produce cuando has hecho una grande. Un gran retorno.

Su siguiente desafío le lleva hasta la Antártida. ¿Le asustaba el cambio de lo vertical a lo horizontal? La monotonía, el paisaje homogéneo…

Pero también entiendo eso como una aventura. No como un deporte, no como una competición, sin competencia. Son historias contadas sobre lo más hermoso, porque la exposición es la base de la aventura, la dificultad a superar. La peligrosidad es parte de una aventura, pero su base es la exposición.

Eso de la Antártida era una aventura en sentido clásico. ¿Cree que se ha perdido ese espíritu? Quizá sociedad perdió el interés por las cosas que suponen un esfuerzo aparentemente baldío…

Bueno, hoy siguen existiendo grandes aventureros que mandan a diario historias a través de los medios. Pero es estéril… la aventura no es solo acción, sino también narrativa. El montañismo tradicional, en realidad, es la suma de actividad y narrativa. Estas dos cosas se cruzan, y lo han hecho durante 200 años o más, desde la primera mitad del siglo XVIII. Nosotros, los humanos, ni siquiera tenemos medios para hacer aventuras de ese tipo hoy en día. Ellos se aventuraron para sobrevivir, era obligatorio. Sabían lo difícil que es hacerlo con tantas enfermedades y guerras.

Quizá el comienzo de eso lo podríamos situar en el Romanticismo alemán.

No, el comienzo es la Ilustración y la industralización, que nos dio los medios y la libertad. Así es como nació la aventura. Pero no la aventura solemne y bellísima de La Odisea, sino esa otra aventura, la que deriva en expediciones árticas y antárticas alrededor de 1900. Nansen en el Polo Norte es una de las cosas más bellas que se han hecho.

«No me importa admitir que alguna vez me comporté de forma inhumana» con Arved Fuchs en la Antártida… ¿Es el pragmatismo una cualidad indispensable para este tipo de aventuras?

En este caso sí.

¿Por Arved Fuchs?

Bueno, yo quería terminar la travesía, demostrar que era posible. Estábamos finalizando. Y entonces él…

Quería que un helicóptero los rescatase justo cuando terminaba la Antártida “continental”. Usted deseaba continuar hasta ver el océano…

Sí, porque ese fue el plan. Era mi proyecto, un proyecto que yo financié. Y él demostró que tenía la fuerza y también la voluntad de caminar hasta el final, aunque no quería hacerlo.

También fue con su hermano Hubert a Groenlandia, y luego a la travesía del polo norte… Allí, en el Ártico, tiene lugar un escenario de pesadilla, con el hielo resquebrajándose en mitad de la noche… no sé si conoce El mar de hielo, ese cuadro de Friedrich.

Sí, lo conozco.

¿Es así? La imagen, digo…

Es similar, sí. Los bloques inmensos de hielo. Se ponen en vertical, hay un enorme estruendo (reproduce un bramar profundo)… suena como una fábrica metalúrgica.

¿Y qué se piensa en ese momento?

Bueno, todavía no estaba oscuro… era el mes de marzo, pero sin llegar a la medianoche. Decidimos coger los bártulos y volver hacia la costa, porque la tormenta venía desde el Polo. Así que tuvimos que ir hacia la costa de Siberia para volver a casa.

¿En ese instante empiezas a notar que el tiempo de las grandes expediciones está tocando a su fin?

No es que me haya dado cuenta que me he hecho mayor… Pero vuelvo a casa y tengo un accidente, en Juval. Eso cierra la posibilidad de retornar al Polo Norte. Paralelamente empecé un estudio sobre montañas sagradas. Por todo el mundo aparecen montañas sagradas, algunas se pueden subir parcialmente, pero otras están completamente vetadas. Fui por todos los continentes para estudiar la razón por la que esa montaña tenía, para la gente de allí, una cierta sacralidad…

Entre 1999 y 2004 fue parlamentario en el Parlamento Europeo. Siempre he leído de usted una defensa de Europa, pero de una «Europa de las Regiones»…

Sí, salí elegido por la región del Friuli-Venecia Julia. Sobre las regiones tenemos el ejemplo de Suiza, un conglomerado de cantones, y funciona bastante bien. La mayor parte del poder tendría que ir a las regiones, las naciones deberían desaparecer lentamente. Los habitantes del Tirol del Sur tenemos una gran ventaja. No soy austriaco, no tengo pasaporte austriaco, soy europeo, tirolés. Tampoco me siento italiano, hablo alemán pero tengo ciudadanía italiana. Aunque también creo que conozco mejor la historia de Alemania que la del Estado italiano. Me gustaría que todos se sintieran ciudadanos del mundo. Hemos visto lo que acaba de ocurrir en Ucrania. El sueño de hacer una política globalmente aceptable no es, para mi generación, muy halagüeño. Pero es simple… tarde o temprano, si no lo hacemos, tendremos un enorme problema todos…

¿Qué le sorprendió de la vida política?

Aprendí mucho. No fui el clásico político, nunca fui alcalde, nunca hice carrera política, no formé parte de un partido. Y, cuando me pidieron que me presentara a las elecciones, dije que lo haría sin cobrar, solo por el coste de mis gastos, y que no me afiliaría a ningún partido. Nunca estuve en el partido, pero sí en la Fracción de los Verdes del Parlamento Europeo. Allí vi a gente que realmente se desvive por un tema, por un asunto.

¿Qué opina del panorama político italiano?

Los italianos siempre han sido así. Tienen mucha creatividad, mucha habilidad para salir adelante en el último instante, pero ahora están sin aliento. En la actualidad tenemos muchas posibilidades, con fondos provenientes de la Unión Europea que podrían reestructurar Italia. Pero si Fratelli d´Italia, con Berlusconi, y Matteo Salvini se alían para hacer gobierno será muy difícil para nosotros (esta entrevista tuvo lugar antes de las elecciones italianas que, efectivamente, dieron la victoria a la coalición de Meloni, Salvini y Berlusconi). Suma a eso el populismo, que aparece en toda la política… Pero ahora ya no estoy tan conectado…

En lugar de presentarte a la reelección te fuiste al desierto del Gobi, a caminar más de 2000 kilómetros… parece una declaración de intenciones.

Mi intención era liberarme, una liberación masiva. Tenía dos solicitudes para volver a presentarme, y dije que no, que quería hacer otras cosas, cosas que tenía en mente desde antes de entrar en política. Fue entonces cuando decidí dejar las grandes expediciones y aceptar el hecho de tener 60 años. Quiero disfrutar la vida, sufrir la vida mientras sea posible. Pero no quiero cometer un error y morir.

Si me permite… siempre pensé que usted era como un niño grande, siempre a la búsqueda de aventuras, explorando su propio camino, disfrutando con la vida…

Sí, todos los montañeros, todos los aventureros, somos como niños de trece años. Si piensas cómo Shackleton y Scott van juntos hacia el polo… Scott, líder de la expedición, envía a Shackleton a casa, aunque están en el mismo rango militar. Pero lo echa, porque es el líder. Y Shackleton está tan ofendido que hace su propia expedición, con enorme riesgo. Se acerca mucho más al polo que Scott, pero no tiene éxito, y cuando Robert Scott muere decide ir al polo para vencerlo de forma póstuma. Voy a ir ahora y voy a cruzarlo para demostrar que Scott no vale nada. Y así…

Me hace pensar sobre tu propia situación con Walter Bonatti. Muchos años con silencio entre vosotros y, al final de su vida, una cierta amistad…

Esa historia es muy compleja. Bonatti fue el mejor alpinista de los años 50 y 60. Hizo su carrera. Era muy, muy fino en todo lo que hacía, despertaba mucho interés. Me dedicó su segundo libro, sin conocerme de nada. «A Reinhold Messner, la última esperanza del montañismo tradicional», escribió. Bonatti hizo su camino con dedicación, recorrió todo el mundo. No fue conmigo, yo hice mi propia carrera, me siento bien con esto. Sucede que mi primer contrato era similar al suyo. Él decía que yo gastaba mucho, incluso en esto, en mi trabajo del museo, aunque él tenía todos sus gastos pagados por el Estado, mientras que yo, esa era mi intención, me autofinanciaba. Eso no debe hacernos olvidar, sin embargo, la calidad de su alpinismo, especialmente lo que hizo en el K2. Ahí estábamos en el mismo nivel. En 2004 el Club Alpino Italiano de Trento hizo una gran recuerdo del cincuentenario de ese K2. Me pidieron que diera una conferencia sobre esa historia. Dije que sí, pero solo si todos los participantes en aquello aun vivos acudían. Así que entré en el Club acompañado de estos señores. Compagnoni, Lacedelli, etcétera. Bonatti dijo que si iba Compagnoni él no iría. Y no fue.

Otra vez como…

Sí, como niños pequeños, sí. Dos semanas antes de la conferencia me avisan que Bonatti no acude, por lo de Compagnoni. Entonces digo que no hago la conferencia… me falta la persona clave. Y ellos empiezan a preguntarse… ¿qué hacemos?, ¿qué hacemos? Pensé en contar la historia del 54 con fotografías originales, con película original. Me proporcionan esos materiales, pero no hay nada filmado entre el Campo 7 y el Campo 9. Del Campo 9 en adelante, hasta la cima, se hizo un film bellísimo, Compagnoni hizo algo precioso sobre la cima. Pero de esos momentos clave de la expedición solo tengo una foto de Bonatti en blanco y negro. Walter ha contado una historia que va muy en contra de Lacedelli, pero es que no fue bonito lo que le hicieron. Ellos lo reconocen… estábamos dispuestos a dejarlo morir solo para excluirlo. Porque era el mejor de todos… el más joven, el más valiente.

¿Cree que usted es competitivo?

¿Competitivo con quién?

Con los demás, consigo mismo.

Con los demás no. Quiero hacer las cosas bien. Este museo, por ejemplo, que son seis. El proyecto más grande de mi vida.

Muchas veces se ha definido a sí mismo como egoísta, pero este proyecto parece llevar la contraria a esa opinión.

No, no hay ninguna contradicción. El museo es lo que me ha dado más alegría y satisfacciones en mi vida. Sé que sin las experiencias que tuve no podría haber hecho esta estructura, porque necesitaba esa base vital mezclando mis emociones con las de los grandes aventureros. Y encontré mi forma de expresarlo aquí, por ejemplo, en una estructura con una pared de roca. Cuando empecé este proyecto, hace más de treinta años, puse todas mis ganancias, todos mi tiempo para poder hacerlo. Invité a tres directores de museos, uno de Roma, otro de Múnich y otro de Turín, y todos me dijeron que era imposible. Cuesta tanto dinero que nunca encontrarás financiación de gobiernos, municipios, patrocinadores. Y lo haces en una provincia, en una región donde no hay gente, donde no hay consumidores. No tienes seguridad económica, ni un patrocinador que te dé millones, ni el respaldo de la política local. Tampoco lo quiero, en realidad. Quería llevarlo a esta periferia, a las montañas, donde la naturaleza está presente.

Acabó, entre otros lugares, aquí, en Firmiano. O en Kronplatz.

Ese Museo de la Roca es el más hermoso para el visitante. Un lugar también bello, los Dolomitas. Aquí estamos cerca de Bolzano, pero en plena montaña. Y mira todos los que han venido hoy, cientos de personas. Es autosuficiente, no tomamos ni un euro del gobierno. No queremos.

El museo es una experiencia muy original, muy envolvente. La exposición busca dialogar con el visitante.

He encontrado mi propia forma de contar historias. Todo lo que hago es hablar sobre el alpinismo, sobre la tensión entre el hombre y la montaña, entre nosotros y la vida. Este es mi sueño. ¿Qué pasa cuando el hombre se busca a sí mismo? Respondo con algunos textos, con arte. También podría contar cosas del alpinismo español, por ejemplo. De los Picos de Europa.

Eso está muy cerca de donde yo vivo.

Son montañas de roca con un gran valor. Valoro mucho el montañismo español. Aunque, en realidad, llega muy tarde, en los años 60 y 70. Antes solo había montañismo francés, suizo, alemán, inglés… Incluso el montañismo polaco únicamente aparece en los años 70 y 80. Hoy en día el alpinismo es algo global, y hay individualidades que surgen, pero no como los polacos de los años ochenta, que eran los mejores del mundo, hacían todo lo que se podía hacer.

Una curiosidad… ¿llegó a escalar en los Picos de Europa?

No, quería ir, pero justo antes de ese viaje estuve un poco enfermo. Tengo que ir, sí.

¿Qué es para usted la libertad?

La libertad de ir donde quiera. Tiene que ver con eso de dar sentido a la vida. No dejo que el cielo dé sentido a mi vida, no acepto que ningún Dios entre en mi vida. Este es el camino correcto.

Ha citado a Dios… ¿qué es Dios para Reinhold Messner?

Oh, pero dale la vuelta a la frase…

¿Qué es Reinhold Messner para Dios?

(Ríe) No, no… Hablo de todos los dioses, más bien. Todos los dioses que conocemos. Todos ellos, invenciones del hombre.

Siempre se ha definido como panteísta.

Bueno, estoy cerca de esa idea, pero soy posibilista, todo es posible. Sabemos que los dioses también son importantes, pero los hindúes tienen cien mil de ellos. Eso es prueba de que la religión no es una imagen del cielo. Lo que no demuestra que no exista un orden, sobre todo si tiene una dimensión que no podemos intuir. Pero todo lo que se nos han presentado como divino… Moisés era muy inteligente, bajó de la montaña llevando los diez mandamientos e impuso a los demás la prohibición de subir, porque de otra forma habrían entendido lo que es la sociedad.

Quizá usted es más existencialista…

¿Por?

Bueno… Mallory, Nansen, Shackleton… Sus héroes fracasan en conseguir los objetivos que se proponen.

Pero Shackleton no fracasa. Los que aspiran a demasiado suelen ser así.

Entonces usted entra en esa tipología…

(Sonríe). Bueno, un poco, sí… Existencialista.

Usted habla abiertamente del miedo, y eso es algo que puede llamar la atención…

Bueno, siempre dije que solo voy a las montañas si el día es claro. Con la oscuridad no vemos lo que ocurre. Si la muerte está cerca todo se convierte en una cosa distinta…

¿Cuándo fue la última vez que tuvo miedo?

(Piensa). Últimamente no.

¿No?

No, este año no hice nada especial como para tener miedo.

¿Cambiaría algo de la imagen que tiene su personaje público?

Pero es que el personaje público no soy yo… yo soy solo Messner. No me preocupo por eso. Hasta en internet… buscas mi nombre y sale un millón de entradas, pero yo no respondo de lo que pone ahí…

Estaba pensando en cosas que se curan con el tiempo. Polémicas pasadas con otros alpinistas italianos, por ejemplo.

Creo que te refieres a la historia de Maestri y el Cerro Torre. Escribí un libro, me he ocupado de ello desde el punto de vista histórico. La historia del 59 no es posible, sencillamente eso… Como la ascensión de Mallory en 1924 era imposible. Es lo mismo.

¿Niegas la posibilidad de que Mallory hallase la cima del Everest?

Sí, totalmente. Su calzado podía funcionar en nieve dura, en hielo. Pero en roca no… La dificultad del Segundo Escalón en esas condiciones era tal que ningún inglés podría haberlo superado, ni siquiera en su casa. Incluso los alemanes… los escaladores alemanes eran mejores que los ingleses, algún alemán podría haber escalado el Segundo Escalón, pero no a 8600 metros. Imposible.

Así que la famosa visión de Odell sobre Mallory e Irvine en el Segundo Escalón es un error…

Era el Primer Escalón, sin duda. Tuve la fortuna de pasar una velada completa con Odell, y habiendo hablado de esto con él llego a la conclusión de que Odell no vio el Segundo Escalón. Eso es seguro. Desde el punto en que se encontraba no era posible ver la silueta de los dos hombres. Demasiado lejos.

Otra frase suya: «El alpinismo no es un deporte, ni un juego, ni mucho menos una religión». ¿Qué es entonces?

No puedo decir qué es, no. Pero sé lo que provoca.

La montaña más hermosa que ha escalado…

El Machapuchare, en Nepal. Pero no la he escalado, solo la he visto.

¿Es imposible?

Oh, no se puede… es una montaña bellísima.

¿Es usted feliz?

(Ríe). Es muy fácil decir “soy feliz”, pero eso solo es una posibilidad que se expresa. Yo he estado expresándola durante muchos años. Soy feliz si encuentro un equilibrio para hacer las cosas que me gustan.

¿Se sigue reuniendo toda su familia una vez al año, como quería su madre?

Sí, el veinte de agosto. Seguimos haciéndolo todos.

Y la última…Si pudiera subir una montaña más, solo una… ¿cuál sería?

Probablemente alguna montaña en África. Lo último que hice fue antes de la pandemia, en Etiopía. Al norte, en Tigray. Subí al pico más alto de allí con mi pareja. Un cuatro mil, no muy difícil.

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