Atletismo

Running: entre la colonización lingüística, el consumismo y un deporte con cuatro millones de años

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Es sábado por la mañana. Según las mentes preclaras que me han encargado esta columna, es la hora en la que todo el mundo deja lo que esté haciendo y reserva un rato para salir a correr. Como las ovejas churras. Y Jot Down Sport expele su cálido viento en dirección del cosmos sudoroso. Esta columna aspira a que ustedes la puedan leer mientras menean la cucharilla del café o mientras resoplan después de haber completado esos kilómetros por el parque. Ah. Correr. Esta cosa deportiva y fisiológica que, junto con la de darnos leña, llevamos haciendo desde hace unos cuatro millones de años.

Esto de echar carreras se cae de puro viejo que es. Correr hasta la ermita y volver. Correr para avisar de la victoria militar. Pues nada; un cierto sector de la sociedad se ha sentido invadido por lo del running. Que si es una etiqueta sobada, una moda invadida por malos entendidos, presa de los influencers, un hecho deportivo colonizador, que si es todo postureo. En síntesis, la moda runner ha generado tanta pasión por sus practicantes como rechazo en muchos analistas por el simple hecho de coger una camiseta de colores vivos y calzarse unas zapatillas, engancharse el móvil al brazo y contar al mundo virtual que has salido a correr. El mismo hecho de haberme tirado casi treinta segundos pensando qué palabra usar es indicativo que la cosa no es tan sencilla. En lugar de analistas podría haber escrito el Sanedrín, la Real Academia de Pedestrismo o puristas de sombrero de copa. Pero aquí hemos venido a ganarnos el sueldo y un buen manojo de amistades.

Vamos primero con un asunto clave: el peso específico del lenguaje. Compartimos con muchos países de nuestro entorno la mala suerte de haber conocido el bendito running a través de un combo maldito y colonizador: por un lado la traducción (del término) y, por otra, la importación (ese boom de las carreras populares).

Déjenme emplear dos minutos en lo primero. Yo creo que es lo que más nos fastidia: la colonización lingüística. Y ya sabemos qué ocurre cuando nos enfrentamos a palabras ajenas. O nos caen en gracia y las asimilamos, o las usamos de manera peyorativa. Siempre he pensado que esa facilidad de pasar del chiste a que un extranjerismo se convierta en algo que nos irrita es un síntoma de inferioridad. Yo diría que mejor no pregunten en su vecindario sobre los de las Islas Británicas y sus colonias secesionistas. ¿Existe para esto la excepción ibérica? Pues no. No estamos solos y en este caso no es un consuelo. Franceses, alemanes y españoles presumimos de historia y pureza, de estructuras idiomáticas propias. Y llevamos mil años a espadazos, fundamentalmente porque con estas rígidas estructuras mentales-nación, nadie quiere perder sus líneas de pureza cultural. Una cosa cultural que linda con la cosa mística.

Siendo honestos, el angloparlante no tiene ninguna culpa de que sus verbos en gerundio se puedan usar como sujetos de las oraciones. Running es eso, correr. Pero, porque no nos da la gana o por ineficiencia a la hora de insertarlas en una frase en castellano, pasamos de no usar bien las palabras runner o running, a estofarlas (píllate unas zapatillas para running), a rebozarlas (lleva un mes saliendo con una runner) o a convertirlas en repostería chunga satánica (sé tu mejor versión combinando running y mindfulness).

Porque, en el fondo de nuestro corazón, ¿qué les fastidia a ustedes de los runners? Brevemente y de manera bastante reduccionista creo que son dos cosas: una cierta superficialidad y alejamiento de la llamada pureza del entrenamiento, y su excesivo ruido viral. Ah. Saquen de este estéril debate a los honestos atletas profesionales, que son en su mayoría bastante más sensatos y mejores personas.

Por alguna razón, hay quien sólo asocia hacer deporte en serio con rondar la agonía, como si se tratara de una redención profunda. Hablar de cerca a la muerte te acerca al geist mismo del correr. Bueno; es una manera de verlo y es muy respetable. Desde ese extremo argumentan que, alguien que sale a corretear media hora un día a la semana, no se toman en serio ese deporte. El corredor (dice) entrena, mientras que el runner (insisto en el paréntesis) hace el moñas a ritmos pachangueros, no estira, no calienta y no bracea porque está sujetando el iphone.

Créanme que después de cuarenta años corriendo puedo asegurar que hay muchos tonos grises en esa escala. Dejen que les cuente: hasta en los grupos del atletismo más agraz el modelo depredador se trocea como si fuera un fractal. De arriba abajo se repite ese intento de separar qué es realmente atletismo y quién representa mejor esa entidad de aniquilador de las pistas. Si uno entrena a mil siempre se querrá diferenciar del que va a novecientos noventa y nueve. Es una posición estúpida por la propia crueldad del correr, porque siempre hay quien corre más deprisa que tú.

Los primeros días Olímpicos de 1896

Por tanto, empiezo a sospechar que el homínido moderno necesita vivir buscando su sitio en una especie de escala de méritos deportivos. Ya digo que en los grupos de entrenamiento más dedicados hay quien ni bracea al correr ni sabe estirar. Ni se molesta en hacer bien los ejercicios de coordinación. Por el contrario, ríete tú de la técnica de carrera natural y eficiente que tienen algunos jóvenes runners ocasionales, a los que Poseidón otorgó presencia y estilo y se dedican a pasearlos por su paseo marítimo de referencia. ¿Esfuerzo y dedicación? Unos lo miden en minutos por kilómetro y otros consideran esfuerzo el hecho de plantearse si, por qué no, puede ser una opción levantarse del sofá y probar con lo del running. En mi balanza todo se coloca al mismo lado. Gente que se coloca unas zapatillas y sale a sudar de las mil maneras existentes.

Luego está lo de la viralidad. Según el bando contrario (a poco que buceen verán que todo Dios está deseoso de pasarse de bando), un runner gasta más tiempo en postear en Instagram o en Facebook que en minutos netos de correr y correr. Es una comicidad un poco de barra de bar. Quien más y quien menos se ve atractivo en un posado. Las mallas de lycra pasan de prenda proscrita a ser esa prenda que te hace culito y marca tus cuádriceps y gemelos, trabajada patorra que luces innecesariamente en barbacoas familiares, reuniones de vecinos o bajando a por el pan. Sin ninguna necesidad, uno acaba comprando gafas de triatlón, afeitándose el cráneo y picando en las ofertas de gadgets electrónicos, shorts y faldas de todos los largos de tiro y combinaciones cromáticas conjuntadas de guante, calcetín y gorra visera. Al final el éxito popular del correr, una de las prácticas deportivas más comunes y antiguas, hace que las fronteras no existan.

¿De qué lado ponerse? Líbreme el espíritu de Fanny Blankers-Koen de decirles yo a qué deben alistarse. Para empezar, ya desde hoy dejo de utilizar la cursiva para hablar del running y de los runners. Hemos adaptado más tontadas digitales y no nos hemos quejado. Decimos Thermomix y denim y unfollow y, miren, seguimos adelante. Para mí, cualquiera que levante el bulla de su asiento y se anime a correr, trotar, corretear, entrenar, hacer cambios de ritmo o farlek, es uno más que sumará a este lado de la raya.

Por hoy, sale y vale. Ya ven que es una pelea de etiquetas. Corredores y runners visten y jadean al unísono. Jóvenes o viejos, con quien te cruzas es con un corazón bombeando y unos kilos de máquina cuasi perfecta. Lo dicho. Quédense con mi cara por si nos cruzamos corriendo un día. Entre tanto, dejaré mi columna hecha los viernes por la noche para que el contraste con sus kilómetros sea todavía más notorio. Espero y deseo que los remordimientos me dejen dormir.

Un comentario

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