El Brighton mola. Sí, todos alucinábamos con aquel Manchester United de Ferguson y Cantona, también «sentimos cosas» viendo al Manchester City de Guardiola (este año, un poco menos); pero a servidor le atrae sobremanera el aura que desprenden esos equipos que no han dado una nota en más de 100 años y que, con un trabajo y una planificación cabal y clara dan pasos adelante. Entre perdedores nos entendemos y por eso el Brighton me mola, por su aura de perdedor.
Club y ciudad representan todo lo contracultural que pueda haber en el fútbol, particularmente en el de Inglaterra. Si el origen de los equipos históricamente dominantes era el norte, ellos se enclavan en el sur.
Si el fútbol es un deporte asociado a comportamientos homófobos y misóginos cavernarios y casi atávicos, Brighton es la ciudad «gay-friendly» del Reino Unido por antonomasia. Cosa que se ha trasmitido al propio club.
La rivalidad del Brighton debería ser con algún equipo cercano tipo Southampton o Portsmouth… pues tampoco. Su rivalidad es con el Crystal Palace. Un equipo enclavado en el sur de Londres, a más de 70 Km de distancia. El llamado «M23 Derby». ¿Por qué?
Nos vamos a 1976. Aquel año el Palace nombró a Terry Venables como entrenador. El mes siguiente, el Brighton hizo lo propio con Allan Mullery. Ambos ya eran acérrimos rivales desde hacía una década, cuando eran compañeros en el Tottenham.
«No sé cómo comenzó», confesó Mullery al Guardian en septiembre de 2011. «Quizás se debió a que fui capitán del Tottenham antes que él. Estoy seguro de que Terry quería ser capitán, pero Bill Nicholson me concedió la capitanía y le nombró segundo capitán. No puedo dar ninguna otra razón. Pero fue una rivalidad amistosa, nunca fuimos enemigos. Solíamos compartir habitación en el Tottenham y todavía me tropiezo con él de vez en cuando».
El caso es que, aparte de la rivalidad entre Venables y Mullery, en aquel 1976 ambos equipos tenían como fin el ascenso a Segunda División; ambos mantuvieron una lucha encarnizada que los llevó a la consecución del objetivo y ambos se enfrentaron en hasta 5 ocasiones, contando liga y Copa. Desde aquel año se forjó la rivalidad y se dio origen a uno de los derbis más atípicos del fútbol mundial.
Tan contraculturales que son la zona turística de playa en un país como Inglaterra. Un lugar del mundo donde cualquiera con dos dedos de frente se pasaría 9 horas en un pub engullendo pintas de cerveza Ale, pero jamás en una jodida playa.
Brighton & Hove Albion F.C. Un nombre rimbombante como pocos para una escuadra con una historia dilatada en el tiempo —su fundación data de 1901, que ya está bien, aunque no es de los más antiguos de Inglaterra— y que a la vez es sumamente limitada en cuanto a títulos: Una Community Shield en 1910. Ya está. Esto es todo amigos.
Los primeros 80 años de vida de nuestras gaviotas favoritas son un penar por las categorías inferiores del fútbol inglés… pero inferiores de narices. Como que estar en la segunda categoría era ya la leche.
Allá por 1979 (debería decir el lejano 1979 pero no voy a tirar piedras contra mi tejado) los «seagulls» ascendieron a la ya extinta First Division. Cuatro temporadas se mantuvieron en la élite hasta que en 1983 —y tras perder su única final de FA Cup, ante el Manchester United)—, se vieron relegados de nuevo al segundo escalón del balompié anglo.
Esos 4 años fueron la época dorada y después volvió el ostracismo. El ostracismo más terrible. Hasta tal punto que el equipo terminó los años 1997 y 1998 luchando por no descender a Conference League (la quinta división, categoría semi-amateur).
Especialmente traumático fue lo sucedido en 1997. El equipo se mantuvo tras empatar a un tanto frente al Hereford. Un empate que según el periodista Ed Aarons, de The Guardian: «No solo los salvó del descenso, también del olvido». Y sí, mantengo lo de traumático ya que aquel «annus horribilis» se tuvo que vender el estadio de Goldstone, hogar de los «seagulls» desde 1902, para pagar las deudas.
A nadie le importaba lo que ocurría en el sur. Ni siquiera los mods de Quadrophenia aparecían por la playa para inflarse a leches con los rockers. El club se veía condenado a vivir una muerte dulce y a ser un inquilino de los sótanos futbolísticos, por los siglos de los siglos.
La vida, como el fútbol, es una partida de cartas en la que a los blanquiazules les había tocado siempre una mano malísima. Pero oye, de buenas manos y de buenas cartas sabía mucho Tony Bloom. Anthony Bloom es un jugador profesional de póker oriundo de Brighton que en 2009 se marcó un buen «all-in»: Compró el equipo de su ciudad, que por aquel entonces deambulaba por la League One (tercera división).
Por no tener, el Brighton no tenía ni estadio propio desde lo de 1997. En 2008 comienza la construcción del Falmer Stadium (conocido como Amex Stadium por el patrocinio de American Express) y, bajo la tutela de Bloom, el proyecto se revigoriza hasta concluir en 2011. Terminaban así 12 años sin localía. Aquel mismo año, aparte de la inauguración del nuevo estadio, se consigue el ascenso a Championship de mano de un viejo conocido de los aficionados españoles —de los maños sobre todo— en el banquillo: Gustavo Poyet.
El uruguayo permanecería hasta 2013 al timón de los sureños y tras un año convulso con Óscar García primero y el finés Sami Hyypiä después en el banquillo, llegaría la segunda gran piedra que cimentó al actual Brighton: Chris Houghton.
Con el irlandés, los del Falmer Stadium se asientan en Championship e incluso se meten en un playoff para ascender a la Premier League. La ilusión se la robó el Sheffield Wednesday. Para colmo, los «owls» no ascendieron ya que cayeron en la final ante el Hull City.
La decisión que se tomó tras el varapalo fue renovar por 4 temporadas a Houghton y las gaviotas no tardarían en encontrar el soñado banco de peces del que alimentarse. El siguiente curso, los blanquiazules ascendían directamente a Premier League tras quedar segundos clasificados en Championship.
Sí, 34 años después, el Brighton estaba en la élite. Lo mejor iba a ser que pese a su errática trayectoria histórica, esta vez el alegrón no iba a ser flor de un día y se iba a estabilizar en la máxima categoría.
Houghton había mantenido al equipo (a veces bordeando el descenso como un equilibrista) y gozaba de popularidad en la ciudad. Sin embargo, la apuesta de crecimiento por parte de la propiedad incluía un cambio en el paradigma. Era muy arriesgado cambiar un juego bastante «inglés» —dicho con la connotación más negativa que podáis imaginar— pero efectivo, por un juego alegre y vistoso. Guardiola ya maravillaba en Manchester y (casi) todos los equipos de la liga querían jugar así.
Siempre se dijo que ese fútbol posicional trasladado a Inglaterra sería un fracaso. El tiempo demostró no sólo que estaban equivocados, sino que terminó siendo el modelo que ha tiranizado los últimos años.
Bloom, como buen jugador de póker, decidió tirarse otro buen farol. Si el Manchester City puede jugar así, ¿Por qué el Brighton no? No se paró a pensar en los millones de libras de diferencia y eso —dicho como espectador— le honra. La delgada línea que separa la valentía de la inconsciencia.
En la temporada 2018/2019 sonaría la tercera trompeta. Inesperada. Llega al banquillo Graham Potter.
Siguiendo con el símil del póker, el buen jugador es el que juega con la psique y el engaño a sus rivales. Crees que va de farol y de repente te saca un full de ases-reyes. Eso es lo que hizo el dueño del Brighton cuando contrató a Graham Potter como nuevo inquilino del banquillo de los «seagulls».
Hablar de Graham Potter ahora, es mencionar a un técnico reconocido y reconocible. Hacerlo en 2018 suponía hablar de un tipo que había estado una temporada entrenando al Swansea y con una trayectoria que se ceñía al fútbol sueco, en el Östersunds, y a un año de fútbol femenino.
A ver, al Östersunds lo coge en cuarta categoría y lo lleva como una locomotora ya no sólo a la primera división del país escandinavo, sino que lo clasifica para la Europa League. Pero no vamos a negar que a priori, a casi todos nos olía a farol.
Bajo la batuta del inglés, el equipo sureño fue creciendo en base a ciertos conceptos tácticos que, poco a poco, fueron implementándose en el juego. Empezó utilizando un 4-2-3-1 y poco a poco fue mutando a un 3-4-2-1 donde los carrileros (Lamptey y Cucurella) tenían un protagonismo claro a la hora de atacar.
Hablamos de un equipo que fue quitándose complejos de «equipo pequeño» y desarrolló una apetencia por la posesión y el juego combinativo que ha maravillado —y sigue haciéndolo— a propios y extraños. De Potter, Guardiola llegó a decir tras jugar ante su equipo que «estuvimos ante el mejor entrenador inglés de la actualidad».
Defensivamente no era el típico equipo que iba a la presión de manera asfixiante, pero sí de una forma increíblemente eficiente.
En cuanto a los resultados, los datos son concluyentes: Su primera campaña termina con un puesto 15 y la salvación conseguida de manera desahogada. En la 2020/2021 vuelve a conseguir una permanencia holgada en la 16ª posición y la siguiente temporada, la 2021/2022, sería la de su confirmación al dejar a los blanquiazules en 9ª posición. La mejor clasificación en la historia del club.
Siempre nos quedará la duda de qué hubiera conseguido con un delantero de esos que tienen el gol por castigo. Ver jugar a aquel Brighton era amor, era esa cerveza fría en un caluroso día de verano. Un placer para los sentidos del futbolero.
La actual campaña, el Brighton estaba empeñado en reventar la banca. El equipo se situaba cuarto y la excelencia pululaba por el Amex Stadium. Todo era sol, vino y rosas y entonces… llegó una apisonadora azul llamada Chelsea, se llevó al mago Potter a Stamford Bridge y nos sumió a todos los perdedores que simpatizamos con los perdedores—permítaseme tamaña cacofonía— en esa depresión que sabes que, tarde o temprano, tiene que llegar.
El, probablemente, proyecto más fresco y atractivo de la Premier League parecía que llegaba a su fin. Pero de nuevo el plan salió a relucir, también de manera bastante inesperada, y ahora nos encontramos en una situación que, no lo vamos a negar, puede propiciar que esta vez el chaval feo del instituto tiene serias opciones de acabar llevándose a la rubia cañón tras el baile de graduación.
El plan, que pensábamos que dependía del pelirrojo Graham, sigue adelante. Y es que todo responde a una estrategia como club en la que se ha demostrado cómo las gaviotas pueden volar con otro mapa… siempre que el mapa se ciña al plan.
Por lo general hay poca coherencia en el mundo del fútbol. Es curioso que en un ámbito donde se mueven millones de euros como quien mueve carretillos llenos de cemento por la obra, la improvisación suela ser norma.
Cuando hay un cambio en un banquillo, no es raro que se especule con sustitutos tan similares entre ellos —y con su antecesor—, como lo pueden ser una paella, un yogur y un cocido. No fue el caso.
Ante el terremoto por la salida de Graham Potter, en la planta noble del Amex se decidió contratar a Roberto De Zerbi. Nada más y nada menos que el ideólogo del Sassuolo. Un equipo italiano al que llamar modesto era sobrevalorarlo de manera clara y que terminó jugando la Champions League.
El técnico transalpino es una vuelta de tuerca al sistema Potter. ¿Un Potter 2.0? Quizás sea un poco mezclar churras con merinas, pero se podría llegar a decir.
De Zerbi busca, aún más que su predecesor, la posesión de la pelota y que su equipo sea el protagonista. El juego de posición y de posesión sin caer en la planicie y el sueño de Morfeo cuando no hay espacios. Y es que el técnico sabe cuándo hay que meter una marcha más al coche y cuando hay que llevarlo a ralentí.
Y ahí estamos, con el Brighton jugando como los dioses del Olimpo, en puestos que dan acceso a la clasificación europea y mirando con el rabillo del ojo a las plazas Champions.
Un equipo modesto con un campeón del mundo en el centro del campo (Mac Allister) y con el samurái más molón desde Oliver Atom en el ataque, un tipo llamado Kaoru Mitoma, dedicando sus fines de semana a hacer diabluras. Puede parecer carne de highlight pero estamos ante un exquisito filete de carne Wagyu.
Lo de Mitoma daba para otra pieza. Un futbolista que prefirió posponer su carrera futbolística para estudiar, graduarse en la universidad y realizar su tesis basada en el estudio del regate… maldita mentalidad nipona. Esa tesis y su estudio proporcionó a Mitoma una mejora exponencial en sus propias prestaciones y es lo que le llevó a la Premier League (previa cesión al Royale Union Saint-Gilloise de Bélgica).
El plan, amigas y amigos. Entre faroles, fulles de reyes-ases y el azar que acompaña al fútbol de manera innata; el plan y su correcta ejecución es eso que convierte al perdedor crónico en un ganador… y si no termina ganando, al menos termina diciendo: «Joder, qué viaje más guapo hemos tenido».