Historia del fútbol femenino

Sociedad Deportiva Valeránica femenino, el equipo que hace que la gente vaya a Berlanga de Duero, no que se vaya

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«Se pueden ganar partidos y torneos, pero gana en tu pueblo, con tu hija, con las chicas del pueblo y el púbico entregado os aseguro que es especial», escribió Félix Puente en Twitter hace unas semanas tras el trabajado y sufrido triunfo del equipo femenino de la Sociedad Deportiva Valeránica contra el Club Deportivo Castroviejo (2-1) en la liga provincial de Soria. «Sois un ejemplo y un orgullo. Gracias a todas. Nos habéis hecho muy felices», dice una respuesta al tuit.

Félix (1974) es el técnico del primer equipo femenino de la historia de la Valeránica, de Berlanga de Duero. Él mismo impulsó la creación del conjunto en verano. Había que armar un equipo de jugadoras de entre 12 y 18 años, de primer año de infantil hasta último año de juvenil, según el reglamento del torneo. Pero no fue fácil: por la despoblación, endémica y crónica, que descose al pueblo, a la provincia y a la España vacía o vaciada. Es el 13º municipio más poblado de Soria, pero no llega a los 1.000 habitantes. Ni a los 900. En 2022 eran 870, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). En 1996 eran 1.238. A mediados del siglo pasado eran 2.300.

Berlanga es el pueblo más pequeño representado en esta liga provincial, de solo cinco equipos. En toda la provincia de Soria tan solo hay cinco equipos femeninos de 12 a 18 años: el San José, de Soria (39.450 habitantes), el Uxama, del Burgo de Osma (5.023), el San Esteban de Gormaz (2.910), el Castroviejo, de Duruelo de la Sierra (1.603), y la Valeránica. El campeonato, debido a la escasez de contendientes, se juega a cinco vueltas, para un total de 20 encuentros por equipo.

«Mi hija y su grupo de amigas jugaban a fútbol sala en los Juegos Escolares, con niñas de colegios y institutos de otros pueblos de Soria, pero ya no podían seguir porque se les acabó por edad al llegar a los 16 años, y con otros padres hablábamos que estaría bien que este curso pudieran continuar haciendo deporte. ‘A ver si sale el equipo’. Y me dije ‘pues venga, vamos a intentarlo’. Entre la generación de mi hija y las que tienen un año más ya teníamos una base. Pero era una base de nueve o diez, no de 20. Como es un pueblo, y en verano está toda la gente por la calle, iba preguntando una por una: ‘Oye, ¿querrías jugar al fútbol?’. Y al final lo conseguimos sacar. Estuvimos pendiendo de un hilo hasta el último momento, pero al final conseguimos reunir 15 jugadoras», cuenta Puente. Él encarna un caso atípico: si su padre dejó atrás Berlanga para establecerse en Barcelona, él dejó atrás Barcelona para establecerse en Berlanga. Deshizo el camino. «Por amor», sonríe.

 

«En Soria capital cuelgan un letrero abriendo inscripciones y las chicas se van a apuntar adonde sea para jugar a fútbol, como en Barcelona o en todos sitios. Aquí hemos ido a buscarlas para que se apunten», destaca. De pie junto al bello campo de fútbol Rodrigo Díaz de Vivar, un padre añade: «Aquí hay que hacerlo todo a base de mucho más esfuerzo de lo que sería lo lógico para hacer un equipo del fútbol en una ciudad o en un sitio donde hay mucha gente para elegir. Aquí no se han elegido las chicas. Aquí se ha dicho ‘todas las chicas que hay en esta edad tienen que venir a participar’. Y todas han participado. Porque si no es imposible». «Si no es imposible», mastica. Se llama Francisco y es el padre de Lucía, la número 8. Es el único padre de un grupo de cuatro o cinco hombres que observan un partido del equipo.

Jéssica Mínguez, central, apunta que en Berlanga son dos chicas del 2004 y las dos juegan en el equipo. Luna Puente, central o mediocentro e hija de Félix, asegura que en Berlanga de Duero son cuatro chicas del 2006 y las cuatro juegan en el equipo. «Del pueblo estamos casi todas. Hay gente que no había jugado al fútbol en su vida», dice Luna al volver del instituto en autobús. Los estudios en Berlanga terminan en segundo de la ESO: luego siguen en el Burgo de Osma, a unos 25 kilómetros.

El equipo se completó con cuatro o cinco niñas que son hijas de berlangueses que residen en Soria, pero veranean en el pueblo. Como Duna Moreno, extremo y prima de Jéssica. Es la más joven del equipo: alumna de primero de la ESO, aún no ha cumplido los 13 años. «El fútbol siempre me ha gustado, pero nunca había jugado así en un equipo», cuenta desde Soria. Félix habló con su padre para reclutarla. «Y dije que sí». Soria está a 45 minutos en coche: no más, porque casi nunca hay tráfico. «Siempre que puedo suelo ir a los entrenos. Las de Soria solemos ir en un coche. Nos apañamos como podemos, pero sí que solemos ir», señala. Suelen entrenar los miércoles y los viernes y, como suelen jugar los sábados, muchas semanas ya se quedan a cenar y a dormir en Berlanga, con sus compañeras o con sus padres. Incluso a pasar el fin de semana. «Antes solo íbamos en verano y en los puentes como mucho, pero entre semana o los findes de semana como ahora no. Ahora voy cada poco», añade la joven jugadora.

 

El equipo femenino, en cierto modo, ha invertido el flujo: es una cosa nueva en una tierra en la que parece que cada vez tienen que pasar menos cosas y es una cosa que hace que la gente vaya a Berlanga, no que se vaya. Prosigue Félix: «Hay padres que nacieron aquí y ahora por circunstancias del trabajo y la vida están trabajando y viviendo en Soria. Pero les gusta venir al pueblo, que su hija juegue en el equipo del fútbol de su pueblo. Vienen, traen a sus hijas, se quedan para el vermú, para comer, y están más rato en el pueblo del que vendrían si sus hijas no jugaran en el equipo. Esto da vida al pueblo. La gente baja al campo del fútbol. Ahora incluso abren el bar del campo de fútbol. Antes solo abría en verano, con la piscina. Y es otra cosa más que hay. Esto da ambiente al pueblo». Los días de partido decenas de personas, mucha gente de muchas edades, hacen y deshacen precioso paseo que une el campo de fútbol con la plaza del pueblo. En la plaza hay un letrero que prohíbe jugar al balón a los mayores de seis años. Y un balón de la Champions League. No es que alguien se lo haya olvidado ahí: es que se guarda en la plaza porque nadie se lo va a llevar.

«Es bonito porque viene todo el pueblo. La gente nos viene a ver aunque perdamos. Les da igual», enfatiza Luna. «Todo el mundo está muy orgulloso del equipo. Conocer a la gente que juega también te hace bajar. ‘Esta es la hija de no sé quien’, ‘esta es la nieta de no sé quien’, ‘esta no sé qué’. La idea es que dentro de lo posible sea una cosa del pueblo. Y por eso baja también muchísima gente, porque la gente se siente orgullosa de lo del pueblo. Todas las chicas tienen vinculación del pueblo», subraya su padre. El equipo se ha convertido en un motivo de orgullo alrededor del que germina un sentimiento de pertenencia, una identidad: como sucede con el castillo, tan vasto e imponente, que contempla el pueblo desde lo alto y que ha convertido Berlanga en una visita obligada para los turistas. Pero la diferencia es que el equipo es algo nuevo, no de hace siglos, y que es algo humano, no de piedra. El castillo queda justo detrás del campo, particular y hermoso. «El marco es incomparable», acentúa Francisco.

Continúa Félix: «Es una cosa nueva. Y cuando se hacen cosas nuevas la gente del pueblo está contenta, sobre todo la gente joven. Aquí la población está muy envejecida: la media de edad no sé de cuanto años será, pero de 50 para arriba». En 2021 se registraron 16 fallecimientos y tres nacimientos. «Un señor de 80 años ya es difícil que se vaya a ir de Berlanga, pero es importante que los jóvenes puedan hacer cosas en el pueblo, donde viven ahorra. Es importante que los jóvenes tengan un arraigo en el pueblo y un motivo más para volver. Porque el castillo ya lo han visto todas», destaca el entrenador. Habla de un motivo para volver, y no para no irse: «Hay que ser realistas».

Francisco asiente, al lado del campo: «Lo más importante de todo esto, además de lo importante que es hacer deporte, que dejen por un rato las pantallas y que rompan los estereotipos de lo que es el fútbol, es que integra a todas las niñas, aunque sean de edades diferentes y no vayan en los mismos grupos. Crea mucha afinidad, un grupo. Es como un punto de encuentro, tanto para los que son de aquí como para las que son hijas de padres que vienen a veranear. Y esto es súper importante, porque luego vemos que las niñas que tienen amigas aquí continúan viniendo. Esto es muy bueno». El fútbol las ha unido entre ellas y las ha unido al pueblo.

Duna, la más joven, dice que «con todas las que jugamos ya nos conocíamos del pueblo, de siempre, porque son chicas que viven aquí o que siempre han bajado en verano, pero ahora somos una piña. Me hablo con todas. Yo en verano me las miraba como con vergüenza porque era más pequeña, pero ahora que ya son de mi equipo sí que las saludo y tal, aunque sean mayores». «Antes nos llevábamos bien, pero ahora mucho más. Porque estamos mucho más tiempo juntas», argumenta Luna. «La verdad es que cada una iba con su quinta y ahora hemos hecho más lazos. Con las de Soria, por ejemplo, que algunas no venían tanto o solo iban con las de su quinta, ahora hay mucha más relación. A partir de lo del fútbol hemos creado una unión muy guay entre todas. Yo ahora veo a las chicas diferentes, como más unidas, con más confianza», remarca Jéssica, la más veterana: alumna de segundo de Bachillerato. «Además el equipo salió con nosotras. Nunca había habido. Es un orgullo».

La felicidad deja paso a la incertidumbre. «El problema es que yo quería hacer Trabajo Social y en Soria como tal no hay. Tendría que ir a cualquier otro sitio. A Madrid o a Zaragoza. Fuera, lejos. Yo seguiría, pero no es lo mismo este año que estoy aquí y puedo ir a todos los entrenos y todos los partidos que el año que viene si me voy fuera. A la mitad de los entrenamientos no podría asistir y a los partidos dependería de si puedo bajar ese finde o no. Si sigo con esa idea me tocará irme fuera, pero tengo pensado apuntarme y cuando pueda bajo. En el equipo hay varios casos de jugadoras que estamos en segundo de Bachillerato y si no nos quedamos en Soria se nos va a complicar, pero seguir en el equipo estaría muy bien», admite Jéssica. Piensa en cómo bajar, en cómo volver, no en cómo irse. De hecho, según la normativa de la liga, las dos jugadoras del año 2004 tendrían que dejar de jugar porque ya tendrán más de 18 años, pero Félix confía en llegar a un acuerdo con el resto de equipos para flexibilizar los límites. «O abrimos las posibilidades o nos quedamos con un equipo menos, no uno más. Lo que queremos todos es que esto crezca y el año que viene haya seis o ocho equipos, no cinco».

Mientras la pelota bota baja el castillo, Francisco, padre de Lucía, concluye: «Los resultados son lo de menos. Pero de verdad. Son lo de menos. Ellas están contentas de verse tan, tan identificadas con su pueblo y con un grupo de chicas».

 

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