Benzema (cinco Champions) marcó el gol de la victoria. Nacho (cinco Champions) le hizo la vida imposible a Salah, y Modric (cinco Champions) dominó el partido a su antojo. Las cosas no suceden por casualidad. Por supuesto, a lo largo de una década de éxitos puede haber una ración de goles en fuera de juego, de porteros excéntricos y de fallos garrafales, pero hay números que se defienden por sí solos y jugadores que se han ganado un respeto. Los tres mencionados son un ejemplo. Otro podría ser Toni Kroos (cinco Champions) que salió de su letargo de los últimos meses para marcarse un partido portentoso.
La pasada semana, Draymond Green, el ala-pívot de los Golden State Warriors definía el término “rivalidad” de la siguiente manera: a veces gana un equipo, luego gana el otro y así sucesivamente. Real Madrid y Liverpool tuvieron en su momento algo parecido a una rivalidad, tanto en sus enfrentamientos directos (diecisiete años se pasó el madridismo anclado en la nostalgia de la final de 1981, la última que ha perdido el club blanco en la máxima competición europea) como en la distancia de los récords (el Liverpool ganó su cuarta Copa de Europa cuando el Madrid aún llevaba seis, amenazando su dominio estadístico).
Ahora bien, esos tiempos han pasado. Desde la famosa eliminatoria del «chorreo» de Boluda, allá por 2009, con Fernando Torres como estrella «red», Real Madrid y Liverpool se han enfrentado en cinco ediciones distintas: en 2015, los de Ancelotti ganaron sus dos partidos en la fase de grupos (0-3 y 1-0); en 2018, el triunfo llegó en la final de Kiev, con Zidane en el banquillo. En 2021, el Madrid ganó la ida de cuartos en el Bernabéu (3-1) y empató en Anfield (0-0). El año pasado, ya sabemos, volvió a ganar la final con gol de Vinicius… y este año se ha superado: 2-5 en Liverpool, 1-0 en casa.
En total, son siete partidos con seis victorias y un empate. Donde antes había rivalidad, ahora hay dominio, rutina casi. Lo peor para el Liverpool no es ya que pierda, sino que baje los brazos como lo hizo este miércoles en el Bernabéu, donde solo Salah pareció interesado en buscarle las cosquillas al campeón. En lo demás, el Liverpool fue un equipo ramplón y acomplejado, que asumió su inferioridad como lo haría un equipo de mitad de tabla de la liga española y fio a los paradones de Alisson y a los fallos de los delanteros rivales su suerte en el partido.
El balón, a la velocidad que se necesite
Una suerte que pudo haber rozado la vergüenza de nuevo. No fueron cinco, pero pudieron ser tres o cuatro. Hubo momentos en los que aquello parecía un pim-pam-pum. ¿Por qué? Por jerarquía. Por ese punto extra que hace que llegue la Champions y Nacho y Carvajal parezcan los mejores laterales de Europa. Por dominio del balón y del centro del campo, también. Klopp renunció al mismo, colocando a dos medias puntas como interiores. El resultado fue el esperable: ni inquietaron lo suficiente arriba ni pudieron en ningún momento con el eje Camavinga-Kroos-Modric.
Lo que nos lleva al inicio de esta crónica y a la superioridad, por décima temporada consecutiva, del centro del campo madridista. Hay en esto un equívoco importante que convendría aclarar cuanto antes. Siempre se ha dicho que el Barcelona era el equipo del toque y la posesión y el Madrid el de la contundencia cara a puerta y el juego vertical. Nos movemos en esos dos prejuicios y pretendemos que lo expliquen todo. Obviamente, no es posible. Es cierto que el Madrid ha contado durante muchos años con dos jugadores como Cristiano Ronaldo y Gareth Bale que necesitaban esa potencia, esa verticalidad y ese espacio. También es cierto que su rendimiento, sin el dominio previo de los centrocampistas, sin su gestión de los tiempos exactos y la velocidad del balón, habría sido imposible.
Las estrellas son estrellas por mérito propio y así lo han demostrado en otros equipos tanto el portugués como el galés como el nuevo factor diferencial: Karim Benzema. Dicho esto, no hay que obviar que todos han contado con lo que necesitaban. Cuando el Madrid necesitaba recuperar y lanzar el ataque, sus mediocampistas lo hacían a la perfección. Cuando han necesitado más juego por las bandas para aprovechar el desborde de Vinicius, se han adaptado a la situación. Si hay que buscar a Benzema para generar superioridades, se le busca y ya está.
Todo esto parece fácil, pero no lo es. La leyenda negra habla de Karius o de Ulreich o de Juanfran como si los títulos del Madrid fueran una sucesión de calamidades ajenas. Es absurdo. Dominar el medio del campo de la Champions League y hacerlo durante diez años es una salvajada que exige a algunos de los mejores jugadores de la historia en esa posición. Hemos visto al Madrid ganar de todas las maneras posibles y adoptando todos los ritmos. ¿Quién decidía el arrebato o la pachorra? Modric. ¿Quién la ejecutaba al milímetro? Kroos. ¿Quién imponía la seguridad del cruce y el equilibrio? Casemiro y ahora Camavinga.
De nuevo, Camavinga
Nos quedamos en el francés. Si la edad no puede servir de excusa en la élite, tampoco debería valer para exagerar el elogio, pero, con todo, hay que recordar que cumplió veinte años durante el Mundial de Qatar. Veinte años. A esa edad, el chico -Manuel Jabois lo definía en Twitter como el hijo secreto de Seedorf y Redondo– parece que lleve toda la vida jugando partidos de la máxima. No solo aporta tranquilidad y sentido común a la posición de pivote sino que se atreve con la aproximación al área contraria y puede jugar incluso de lateral izquierdo llegado el caso.
De nuevo, hay que valorar el hecho de que, aunque media plantilla del Madrid está al borde de la jubilación, la otra media tiene diez años de su mejor fútbol por delante. Eso no implica otra década de dominio, porque la excelencia no se predice, pero obliga a pensar que, con Camavinga, Tchouameni, Militao, Vinicius y Rodrygo en el equipo, más dos o tres jugadores comprometidos y tres o cuatro fichajes de calidad, el Real Madrid va a seguir dando mucha guerra durante mucho tiempo.
Porque, además, independientemente de los nombres propios, el club se ha instalado en la dominación. La más alta capacidad competitiva en los momentos donde más importa. La confianza absoluta en las fuerzas propias incluso cuando estas flaquean. El Madrid no va a ganar cinco Champions en los próximos nueve años porque eso es una locura en los tiempos que corren. Lo más probable, incluso, es que no gane ni este año porque solo el club blanco ha repetido título desde que empezó la Champions League como tal. Pero todos saben que lo va a intentar y todos lo van a enfrentar con una mezcla de miedo y respeto.
Hará falta algo distinto para tumbarle. La joven insensatez de un Nápoles que se resiste al vértigo, la sed de un Benfica que vuelve a por sus glorias pasadas, la solidez sin estrellas del nuevo Bayern de Munich o la anomalía histórica que promete ser Erling Haaland. Con el tú a tú no va a bastar y menos ante equipos del pasado. El Madrid no solo ha acabado con la rivalidad contra el Liverpool, es que, desde 2011, solo ha caído dos veces antes de semifinales. En 2019, contra el Ajax y en 2020, contra el Manchester City.
Fueron justo los años de entreguerras, en los que, tras la ausencia de Cristiano y con los jóvenes madurando, la prensa pedía ceses, dimisiones y apocalipsis. Dos años. Punto. Ni uno más. En 2021, llegó a semifinales. En 2022, ganó la final. Lo que sucederá en 2023 lo sabremos en tres meses, pero no esperamos grandes sorpresas: el Madrid tendrá su plan y lo ejecutará hasta el último minuto de descuento. Quedará en las botas de los rivales no venirse abajo como el Liverpool en Anfield ni temblar como el París Saint Germain, el Chelsea o el Manchester City en los minutos finales del año pasado. El Madrid será el Madrid. Tendrán que ser los demás los que se pongan a su altura.
Muy buen artículo como siempre Guillermo, da gusto leerte.
También creo que el elogio es quizá exagerado; es lo que toca, porque el Madrid ha sido muy superior en esta eliminatoria. Sólo un gran Allison y la mala puntería impidieron un resultado más abultado.
Algunas puntualizaciones necesarias, ya que el elogio debilita.
Si el Madrid cae en cuartos (contra el Nápoles, contra el Benfica, contra cualquiera) la temporada será considerada un fracaso, con una liga decepcionante que parece decidida (independientemente de lo que pase el domingo) y una Copa del Rey también muy complicada. Quitando estos octavos y algunos ratos (vs Barça en la ida de Liga en el Bernabéu, vs Real Sociedad a pesar del empate), la temporada no ha sido ni mucho menos excelente y se empiezan a ver las costuras de una plantilla ya mayor, aún capaz de brillar en las noches grandes pero cada vez menos excelsa en el día a día de la Liga.
Apunta a (pen)último baile, con un Benzema poco fino (ayer también estuvo más fallón que de costumbre), un Kroos que hasta su partidazo de ayer parecía una sombra de lo que fue un Modric cansado, un Valverde gris este 2023 tras un inicio fantástico de curso. Se acerca el final de una generación irrepetible y los que vienen detrás ya están aquí (Vini, Militao, Camavinga o Rodrygo) pero no parece suficiente para mantener el nivel de uno de los mejores equipos de siempre; el tema del 9 me mosquea (lo del noruego apunta a anomalía histórica y error histórico del Madrid por no hacer todo por traerle) y también el de los laterales; yo a Carvajal sigo viéndole muy flojo y Nacho ya tiene una edad.
En fin, no hay que dormirse en los laureles, porque las transiciones son duras y si bien nos sobepusimos al adiós de Cristiano y Ramos, despedirse de Kroos, Modric y Karim va a ser mucho mucho más difícil