Fútbol Femenino

Cuando jugar te cuesta la vida, o de cómo hay niñas y mujeres que siguen sin poder ser futbolistas

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Mogadiscio es una ciudad de aproximadamente 2 millones de habitantes. En ella, a pesar de la inestabilidad política y la falta de infraestructuras adecuadas, el fútbol es el deporte más popular, igual que en el resto de Somalia, un país que ocupa el puesto 203 en el ranking FIFA y que tiene como éxito deportivo haberse clasificado para la Copa CECAFA (Copa de Naciones de África Oriental y Central) o que algunos de sus futbolistas hayan logrado jugar en ligas extranjeras.

Pero cuando hablamos de fútbol y Somalia, no hablamos de fútbol femenino. Las normas culturales y religiosas restringen la participación de las mujeres en el deporte y los recursos para el desarrollo del fútbol femenino en el país africano son nulos. Los grupos extremistas las amenazan de muerte. El Gobierno no las apoya. Y a pesar de todo ello, la Asociación de Fútbol Somalí y la ONU han intentado saltar estos obstáculos para organizar torneos femeninos e incluso crear una selección.

Que la columnista haya venido a hablar hoy de Somalia, en la semana del 8M, no es arbitrario. En una semana en la que las reivindicaciones de las mujeres futbolistas pasarán por Canadá, Francia, Chile, Perú o España, hay que recordar que dentro de toda la lucha de derechos sociales, deportivos y culturales que las mujeres van conquistando quedan rincones en los que jugar al fútbol te puede costar la vida. Es el caso de Maymun, una joven somalí que disfrutaba corriendo y pateando una pelota de cuero por las calles de Mogadiscio. Era buena, tanto que llegó a ganar una gorra y una medalla en un campeonato local. Algo que aquí pasaría inadvertido, pero que llamó la atención de las milicias de Al-Shabaab. «Me dijeron: ‘A las mujeres no se les permite practicar deportes. Tienes que dejar de jugar y poner tu hijab (prenda tradicional islámica que cubre la cabeza dejando sólo al descubierto la cara)», dijo Maymun, contando su historia en el campo de refugiados de Ali, en Yibuti a responsables de ACNUR.

Maymun intentó explicarles que en ningún caso jugar al fútbol sin el hijab era un desafío a la ley islámica, sino que la falda le impedía moverse con agilidad. La respuesta de la milicia fue contundente: si seguía jugando al fútbol la ejecutarían. Avisaron a su marido para que la controlara, que impidiera que volviese a tocar una pelota. Pero Abdi Abu Bakar, de tan solo 23 años, prefirió la felicidad de su esposa y les dijo que se metieran en sus asuntos. Y murió por ello: entraron en su casa una noche y lo asesinaron a sangre fría. Maymun estaba embarazada de cuatro meses cuando esto pasó. Esperó en Mogadiscio a que su hija Fahima naciera, vendió la medalla y la gorra que representaban su único éxito deportivo, y escapó al campo de refugiados de Yibuti. «No quiero dinero. Yo no necesito dinero», dice. «Sólo quiero la oportunidad de seguir jugando al fútbol y ser feliz».

Somalia es solo uno de los países donde las mujeres no pueden jugar al fútbol en libertad, como Afganistán, Pakistán, Irán o Arabia Saudí. En ellos, los grupos extremistas armados las controlan, vigilan y coartan. Sí, es cierto que la Real Federación Española de Fútbol aprovechó el aperturismo del régimen Saudí y su propaganda futbolística para hacer baños para mujeres en los estadios y promocionar una selección nacional, pero el desafío de la comunidad internacional para proteger a las futbolistas de todas partes del mundo tiene que ir mucho más allá de recibir dinero a cambio de publicidad. Proteger a las mujeres futbolistas no es crear una liga aislada y sin recursos, sino garantizar que cualquier niña con una pelota en medio de una calle pueda llegar viva a su casa.

Cuando hablamos de igualdad no hablamos de salarios, ni siquiera de visibilidad. Hablamos exactamente de esto: de que cualquier niña pueda jugar al fútbol, y que lo haga, además, en las mismas condiciones que cualquier niño. Que el acceso al deporte no les sea negado por nacer en países olvidados por la comunidad internacional, gobernados por políticos que las olvidan, o amenazado por integristas que las relegan a objetos. Hablamos de que el fútbol es un lenguaje universal que no se habla en todas partes, y que está silenciado para la mayoría de niñas que viven en países en vías de desarrollo, y que, a pesar de nacer con un talento innato para él o con, al menos, un interés, jamás podrán desarrollar sus capacidades por falta de acceso a la formación, o porque su vida peligra si deciden enfrentarse al entorno y ser futbolistas. Niñas que serán casadas con diez años, apartadas de la escuela, y también condenadas a una vida sin deporte.

Linda Motlhalo

El fútbol es la menor de las violencias que sufren por ser mujeres, pero es una más que adquiere importancia cuando escuchamos a una de ellas, como la capitana de la Selección de Pakistán, Meher Jan Abdul Jabbar, «Dicen que las chicas sólo deben cocinar y ser buenas esposas, buenas hijas. Pero yo creo que las chicas que juegan al fútbol también son buenas hijas. Las chicas necesitan hacer deporte, les da la confianza necesaria para triunfar en todos los ámbitos de la vida», o vemos a las futbolistas de la Selección de Afganistán huír de los talibanes y jugando en el exilio, en Australia, un partido sin nombres en las camisetas para proteger a sus familias de una muerte segura.

Llegará un 8 de marzo en el que para hablar de historias como estas tendremos que tirar de hemeroteca, hablar de un pasado oscuro y no de un presente desolador. Llegará, igual que llegará el día en el que hablaremos de fútbol femenino sin tener que nombrar a Presidentes y directivos de Federaciones que ningunean, insultan e ignoran a las futbolistas que intentan conseguir derechos y profesionalidad en el ejercicio de su actividad. Llegará la paridad a los Consejos, las medidas efectivas por la promoción y desarrollo del fútbol femenino, los relevos en los puestos de dirección, el reparto de fondos con sentido y responsabilidad, las mejoras en el fútbol base femenino, la visibilidad mediática con perspectiva de género que tenga en cuenta a la mitad de la población. Pero mientras llega, no se olviden de que hay niñas que mueren si juegan con una pelota, porque por ellas también luchamos cada día.

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