Historia

Breve historia sobre las consecuencias de la Guerra Civil en el Real Madrid

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Para la historia quedó la icónica imagen captada por la agencia Albero & Segovia, nombre comercial de los fotógrafos Félix Albero Truyen y Francisco Segovia García. Una nube de polvo alrededor de un balón cercano al palo derecha de la portería y a escasos metros de la línea de gol. Próximo a él, y aún en al aire, un guardameta que en horizontal se presta a atajar la pelota. Aquella parada, a escasos 4-5 minutos del final del encuentro, evitó el empate y supuso confirmar la victoria del Real Madrid en la final de Copa que disputaba ante el Barcelona en junio de 1936. El disparo de Escolá tuvo la oposición de Ricardo Zamora, quien, tapado por varios jugadores, no vio por dónde iba el balón aunque lo consiguió atrapar.

Años después, el guardameta madridista, confesaría que se tiró a su izquierda por intuición, al ver la postura y como se colocaba el delantero azulgrana antes de disparar. Alrededor de aquella fotografía hay cierta leyenda. Se le añadió a la imagen el mito de que fue la última parada de Zamora. Sobre todo cuando seis días después del partido, en las páginas del diario YA donde ejercía de periodista, el portero anunció su retirada: «La final de la Copa de España de este año ha sido mi último partido oficial. Esto quiere decir, aficionado al futbol, que me retiro; que abandono el contacto que siempre hemos tenido, tú en la gradería y yo en el marco». Quedaba mejor decirlo de esta forma para adornar una retirada en la cumbre con una parada salvadora y un título. En realidad no fue así. Meses después, el guardameta volvió a jugar en el Niza francés, durante su exilio en la guerra. Pero se obviaba este «pequeño» detalle para potenciar la leyenda de la foto. Una imagen que, además, siempre se suele mostrar distinta a la original, siendo esta recortada de la que se publicó en su momento por el semanario AS Grafico, donde se observa lejano a un jugador azulgrana mirando la parada, añadiendo si cabe mas dramatismo al gol que pudo ser y no fue.

La foto original de la “última” parada de Ricardo Zamora. (foto: Albero & Segovia)

Aquel encuentro fue el último partido oficial que se jugó en España la temporada 1935-36. Atrás quedaban los campeonatos regionales, la Liga y la Copa. Por delante, la incertidumbre. Menos de un mes después, una parte del ejercito se sublevaba contra el gobierno y comenzaba la guerra civil. Casi tres años duraría la contienda hasta que un exiguo y lacónico parte anunció que la guerra había terminado. Este fue el preludio de una larga dictadura que para unos se cerró en 1975 y para otros se modificó para continuar hasta nuestros días. A la hora de recordar el periodo bélico y el posterior franquismo, dependiendo de quién lo haga, y siempre hablando únicamente del aspecto deportivo, solemos encontrar divergencia de opiniones.

Si vamos a ejemplos concretos, podemos ver que al igual que en la final de Copa de 1936, Real Madrid y Barcelona representan las dos posiciones encontradas sobre esos años. Para los azulgrana el conjunto blanco simboliza el equipo protegido por Franco, quien no solo otorgó ligas y copas con ayudas arbitrales, sino que incluso terció para que estos ganaran Copas de Europa. Algo que los madridista rehúsan e incluso, en los últimos tiempos promovido por cierto sector del madridismo, contraponen aduciendo que la guerra casi hizo desaparecer la entidad y fueron perseguidos posteriormente.

Por el contrario, los blancos acusan a los cules de ser un club ayudado por el Generalísimo, y recuerdan las tres recalificaciones, sobre todo la del viejo estadio de Les Corts, que cancelaron la deuda del club, además de las condecoraciones otorgadas a Franco. Algo que los azulgrana niegan, indicando que fueron concedidas por presión, así como recuerdan la diferencia de títulos de ambos equipos en la dictadura. Lo que está claro es que «dato mata relato» y aunque existan aspectos de la historia de ambos equipos que no se cuenten, están para quien quiera investigar y localizarlos.

Un ejemplo. De Manolo Santana siempre se le recuerda con el escudo del Real Madrid en el pecho, levantando el trofeo de ganador de Wimbledon en julio de 1966. Pero lo que nunca se dice es que en noviembre de 1965, y apenas 3 días antes de firmar por el Real Madrid, Enric Llaudet, presidente azulgrana, le hizo entrega al tenista de la insignia de oro de la entidad, en un Camp Nou que aplaudió al hombre que esa misma mañana, en las pistas del Real Club de Tenis de Barcelona, había logrado el pase a España a la final de la Copa Davis. ¿Olvido u omisión interesada? No especularemos con ello y nos centraremos en los datos, por lo cual hoy revisaremos el lado madridista para intentar poner luz en aquellos años oscuros de la guerra civil y sus consecuencias.

El futuro madridista Manolo Santana condecorado por el presidente del FC Barcelona. (foto: Agencia EFE)

Cuando el ejecutivo de Santiago Casares Quiroga, a primera hora del 18 de julio, se dirige al país a través la radio, intenta transmitir tranquilidad y una seguridad indicando que nadie en la península se había sumado a la sublevación. Es mas, esperaba no tardar muchas horas en poder informar sobre el fin de la rebelión. La realidad, como se vio días mas tarde, es que no era tan simple y pequeña la conspiración, sino que España quedó partida en dos. La zona republicana, leal al gobierno surgido de las urnas, y la zona nacional, afín al ejercito sublevado. Por ello, está claro que la contienda bélica, a nivel deportivo, perjudicó a todos los equipos, aunque dependiendo de la zona donde estaban enclavados les afectaría en mayor o menor medida.

Tras el inicio de la lucha, Madrid quedó en zona republicana, por lo cual este era el gran objetivo del llamado ejercito nacional. Por este motivo, todo aquello que no estaba bajo el control directo del gobierno, pasó a estarlo. Ya fuera de manera amistosa o por intervención. Tras la federación española de fútbol y la federación castellana, le llegó el turno al Real Madrid, o Madrid a secas sin el Real en aquellos años.

A comienzo de agosto, el Frente Popular incautó el conjunto blanco sustituyendo a la junta directiva, elegida por sus socios y presidida por Rafael Sánchez-Guerra. Resulta curioso que a quien usurparon del cargo era concejal del ayuntamiento de Madrid y secretario general de la Presidencia de la República durante el mandato de Niceto Alcalá-Zamora. Es decir, nada sospechoso de simpatizar con los sublevados. Es más, al final de la contienda, Sánchez-Guerra no quiso salir de España y se quedó en Madrid tras la entrada de los vencedores. Aquello se saldó con su detención, posterior encarcelación y finalmente ser condenado a una cadena perpetua, que con el tiempo le fue conmutada, tras más de dos años en la cárcel, y forzado al exilio.

El Real Madrid estaba entre dos aguas, respecto a la opinión de los incautadores, y por extensible del conglomerado, alrededor del Frente Popular. Por un lado, se le consideraba un club cercano a las élites, por tanto a la derecha, sin embargo, no estaba ni mucho menos mal visto por la gente de a pie, por los obreros. Prueba de ello fue que el comité que se encargó del club, que constaba de ocho personas, tuvo importante representación madridista. Por un lado, la de tres socios de la entidad, que a su vez pertenecían a organizaciones cercanas o integrantes del Frente Popular, y por otro lado, con dos personas importantes en el día a día del club.

El primero, Pablo Hernández Coronado, quien había sido jugador de la entidad en el pasado y en esos momentos era el secretario técnico del club, es decir, el hombre fuerte para gestionar el futbol; y el segundo, Carlos Alonso, que era empleado administrativo desde 1919 y quien gestionaba la secretaria de la entidad. Como cabeza visible del comité estaba Juan Jose Vallejo, un joven de apenas 24 años que formaba parte de la Federación Deportiva Cultural Obrera, y cuya relación con el club blanco, más allá de poder ser seguidor, era nula.

La nota oficial de la incautación del Madrid FC. (diario El Sol)

Las lagunas sobre quién ostentaba realmente el poder en el club en aquellos tres años son grandes. Las reseñas de la prensa son escasas y muchas veces inconexas. A ello se le suma que las personas del comité no dejaron ningún diario ni entrevistas posteriores sobre aquellos años y los testimonios son escasos. Lo que sí está confirmado es que entre agosto de 1936 y julio de 1937 sería Vallejo quien aparentemente estuvo al mando, para después salir del club, sin tener noticias de los motivos.

Posteriormente, emerge la figura del coronel del Ejercito Republicano, Antonio Ortega, quien seria designado presidente del club hasta el final de la guerra. Tampoco está claro ni quién ni cómo le eligieron. Pese a que varios autores han investigado sobre estos años y estas personas: Juan Francisco Nieva en CIHEFE sobre la figura de Vallejo; Félix Martialay con su obra magna del fútbol en la guerra, con un recorrido sobre el Coronel Ortega; o Juan Carlos Pasamontes con su historia de todos los presidentes del Real Madrid, no se ha logrado determinar con claridad la verdadera gestión de cada uno. Ni siquiera el propio club blanco, en los libros oficiales del centenario, aporta datos que clarifiquen los enigmas.

A todo esto se le suma que Hernández Coronado y Carlos Alonso eran personas con peso en el club, y sin ser de la junta directiva, sí eran conocedores de la casa y del día a día. Es probable que ambos se sumaran al comité incautador, seguramente apoyados por los tres socios que formaban parte del mismo, y sobre todo por los miembros de la anterior junta, con el propósito de estar cerca e intentar salvar el club en la medida de lo posible. Sobre ambos también resulta extraño que nunca, al menos públicamente, hablaran largo y tendido sobre esta época, puesto que ambos siguieron en el club tras la guerra. En el caso de Coronado hasta que, ya con Bernabéu de presidente, tuviera un encontronazo con él, nunca explicado abiertamente, y saliera de manera definitiva de la entidad. Incluso falleciendo centenario y con lucidez, nadie se aprestó a entrevistarle para obtener información de primera mano sobre aquellos años.

En el caso de Alonso, siguió hasta su jubilación en el club, en la década de los 60. Otros motivos para no hablar sobre estos temas es que realmente no es hasta el actual siglo cuando se han empezado a estudiar e investigar estos años. Hasta aquel entonces, todas las historias escritas del club pasan por esta época de manera muy sucinta.

Carlos Alonso y Pablo Hernández Coronado, dos de los incautadores y salvadores del club.

Lo que sí está claro es que aprovechando esta ausencia de datos e investigación se han propagado ciertas informaciones que no se corresponden con la realidad. Ya sea en forma de bulo, para intentar alterar la historia en aras de ciertos intereses, u otras veces por falta de información contrastada y continuar republicando los errores aparecidos en el pasado. Uno de estos ejemplos es sobre el estadio de Chamartín y como quedó tras la guerra. En los últimos años se ha extendido la idea sobre la cual el campo madridista quedó destrozado tras la misma. Algo que no fue así.

Hasta el propio club, en los libros oficiales del Centenario, publicó una foto donde se veía parte del estadio con las paredes derribadas, indicando que eran las secuelas del conflicto bélico. Cualquiera que observe con detalle la imagen podrá ver que en realidad al fondo del mismo se ven las gradas del fondo norte del actual estadio. Y es que la foto en realidad corresponde a las obras realizadas. Hay que recordar que parte del actual estadio esta construido sobre terrenos del antiguo. Es más, el propio club, en el libro de Oro publicado en 1952, ya mostraba esa foto e indicaba que era de las obras para el nuevo campo.

El antiguo Chamartín “destrozado” pero por las obras del nuevo estadio.

Si hablamos de campos destrozados los ejemplos más claros fueron el Metropolitano y Buenanista. El primero estaba en las puertas de la Ciudad Universitaria, uno de los campos de batalla en el intento de los nacionales de tomar Madrid. El campo y las instalaciones acabaron en tal mal estado que el Atlético-Aviación, nombre oficial del Atlético de Madrid tras la guerra, solo pudo volver a jugar en él en febrero de 1942, precisamente en un encuentro liguero ante el Real Madrid. Mientras tanto, tuvo que jugar de prestado en Vallecas y, eventualmente, en Chamartín.

En cuanto a Buenavista, campo del Real Oviedo, también quedó devastado teniendo incluso una trinchera que pasaba por el medio del terreno de juego. El club azulón pidió y consiguió que se le eximiera de jugar esa temporada y se le respetara su plaza en primera división, mientras arreglaba el campo, para volver a disputar el campeonato liguero en la temporada 1940-41. Chamartín no se encontraba así, pero tampoco estaba en ruinas. Durante la guerra el estadio no fue abandonado sino que con la incautación fue escenario de diversos espectáculos deportivos, entre ellos algún partido del llamado Batallón Deportivo. Este no era mas que un combinado de jugadores, entre ellos algunos madridistas, que enrolados en milicias se tenia en mente que jugaran partidos con intención recaudatoria.

También fue usado para festivales deportivo-militares, promovidos por el Frente Popular. No sería hasta la mitad de 1938 cuando el estadio dejaría de tener este tipo de usos. Al finalizar la guerra, el estadio volvería a ser usado como campo de clasificación de presos durante algunas semanas, pero no como campo de concentración como a veces se menciona. Cuando, en abril de 1939, los dirigentes madridistas de la última directiva, junto a expresidentes o socios históricos de la entidad, se reúnen, será el momento para hacer un resumen del estado actual de la entidad.

En esa reunión, entre otros temas, se hace un listado de los daños del campo. Lo peor que estaba era el terreno de juego que prácticamente era tierra. Parte de las gradas de general y los fondos estaban con vegetación y con bastantes zonas con el cemento roto o dañado. La cubierta de la tribuna estaba perfecta,, no así lo asientos de la misma que habían desaparecido, puesto que estos eran sillas de madera. Mismo destino sufrió la cerca que rodeaba el campo. Posiblemente, en ambos casos, sustraídas para alimentar hogueras.

Dada la ubicación del campo, por aquellos años en las afueras de la ciudad, le salvó de ser afectado por algún bombardeo del ejercito nacional. El coste de las reparaciones era importante pero no prohibitivo, y entre los socios de la llamada Junta de Salvación, que impulsó el resurgir del club, se sufragaron las obras. Algo normal puesto que el club estaba sin dinero. Comenzadas estas a finales de julio consiguieron que en octubre se volviera a jugar en Chamartín con un derbi del campeonato regional. Con lo cual se demuestra que tan mal no estaba el estadio.

La tribuna madridista con su cerca y sillas de madera que desaparecieron durante la guerra. (foto: Agencia EFE)

La llegada de la junta de salvación fue vital para la continuación del club. Respecto a la junta directiva de 1936, que era de apenas seis personas, hubo cambios. Sánchez-Guerra estaba preso; Valero Ribera y Gonzalo Aguirre habían sido asesinados durante la guerra; mientras que Hernández Coronado, Laureano Ortiz y Luis Coppel si pudieron formar parte del nuevo comité. A ellos se le añadieron algunos socios con peso en la entidad y expresidentes como Pedro Parages y el general Adolfo Meléndez. Este, dado que Parages tenia nacionalidad francesa, sería el elegido para ser el presidente del club. Pilotaría los años oscuros de la postguerra hasta la llegada de Bernabéu, quien a pesar de que muchas veces se dice, el no estaba entre los socios que formaron esta junta de salvación.

Sobre la sede social del club y los trofeos también existe otra leyenda negra. El Madrid tenia el local en pleno centro de la capital, a escasos metros de la Plaza de Cibeles. En concreto, estaba en el edificio que hacía esquina en el Paseo de Recoletos numero 4 con la calle Marqués de Duero. Allí, además de las oficinas y gestionar los asuntos de la entidad, se tenían las reuniones de la junta directiva, se almacenaban los trofeos y banderines, y se juntaban los socios en algunos salones disponibles para ellos.

Normalmente, se dice que la sede quedó destruida durante la guerra. Sin embargo los profesores Enrique Bordes y Luis de Sobrón, en su excelente libro-plano Madrid bombardeado (cartografía de la destrucción 1936-1939), no localizan que dicho edificio sufriera daño alguno durante los raid que la aviación nacional realizó sobre la capital. Los trofeos tampoco fueron robados, como se dice habitualmente. Sino que el directivo Luis Coppel, que había continuado el negocio relojero de su padre, sacó la gran mayoría de los mismos y se los llevo al almacén que tenia, donde entre material de relojería y joyería, logró ocultarlos hasta el final de la guerra. Prueba de ello es que dichos trofeos se encuentran actualmente en el museo del Real Madrid. Desde las primeras Copas de España a los campeonatos regionales. Incluso el primer triunfo obtenido por la sección de baloncesto, la Copa Chapultepec.

Como curiosidad, cabe indicar que la «Casa Coppel» estuvo muchos años luciendo su publicidad en el marcador que existía en el fondo norte de Chamartín. Además de los galardones también se logró librar de la desaparición gran parte de la documentación del club, por obra y gracia de Hernández Coronado y Carlos Alonso, quienes lo salvaguardaron del expolio. Por desgracia, algunos listados recientes de socios tuvieron que «desaparecer» para evitar que se filtraran sus nombres y direcciones y prevenir que pudieran ser localizados y ajusticiados por los elementos radicales del Frente Popular.

“Viva la URSS” durante una concentración deportiva-militar en el campo de Chamartín en 1937.

Otro punto importante de divergencia es sobre los fallecidos que tuvo el Real Madrid durante la contienda. El propio club, a instancias de la federación, emitió una lista oficial en diciembre de 1939 con un registro de los mismos. Además de los directivos Ribera y Aguirre, enuncio una relación de quince socios, de los cuales los mas conocidos eran los exjugadores Narciso Lambán del Rio y Ramón «Monchín» Triana, además del fundador de la Falange, que era al mismo tiempo socio del Real Madrid y el Atlético de Madrid, José Antonio Primo de Rivera. Aunque no aparecen en esta lista oficial, por no ser socios, también fallecieron durante el conflicto varios exjugadores luchando en alguno de los dos bandos. Este seria el caso de Juan Caballero, Ramón Mendizabal, Eugenio Moriones o Gonzalo Díez Galé, por citar alguno de ellos.

Lo que queda claro es que ningún jugador del primer equipo madridista falleció siendo victima directa del conflicto bélico. Tampoco hay constancia de que ningún jugador de la plantilla, acabada la guerra, permaneciera preso. Lo más aproximado fueron los procesos de depuración que sufrieron algunos jugadores, al haber estado durante la guerra en zona republicana o haber tenido sospechas de que hubieran colaborado, o formado parte, del ejercito republicano.

En cuanto a la plantilla de antes y después de la guerra también se habla mucho. Se suele decir, como queriendo buscar una excusa, que esta había perdido muchos jugadores. Algo que en cierta manera podría ser lógico. Hay que tener en cuenta que pasaron tres temporadas completas, en unos años en los cuales ni los jugadores tenían la forma física actual, ni se podía vivir toda la vida de las rentas que otorgaban los contratos. Pero esto es algo que afectó a la gran mayoría de los equipos, aunque también es verdad que al estar en disputa la capital por ambos ejércitos, la plantilla madridista no volvió a jugar ni a entrenarse hasta meses después del final de la guerra.

Si miramos los once iniciales del ultimo partido oficial en 1936, la final de Copa con Zamora, Ciriaco, Quincoces, P. Regueiro, Bonet, Sauto, Eugenio, L. Regueiro, Sañudo, Lecue y Emilin., y el primero de 1939, el campeonato regional con Espinosa, Mardones, Quincoces, Villita, Bonet, Ipiña, Sauto, López Herránz, Gaspar Rubio, Leoncito y Emilio, podremos comprobar que tan solo repiten tres jugadores: Quincoces, Bonet y Sauto. En esos tres años Zamora y Ciriaco se habían retirado; los hermanos Regueiro y Emilín se habían embarcado en la gira de la selección de Euskadi y se encontraban exiliados en México; Lecue estaba en proceso de depuración al haber luchado en el bando republicano y se incorporaría semanas después a la plantilla; Sañudo volvió a Torrelavega para ayudar en el negocio familiar, mientras que Eugenio pidió la baja para retornar a Tolosa. En cuanto a los ochos jugadores «nuevos» que comenzaron en 1939 también hay que matizar.

Mardones, López Herranz y Leoncito ya pertenecían al Real Madrid en la temporada 1935-36; Ipiña y Espinosa, aunque eran nuevos, ya estaban fichados en 1936; Villita era jugador madridista desde 1934 aunque jugando en el equipo amateur y posteriormente cedido al Valladolid, algo similar que sucedió con Emilio, mientras que Gaspar Rubio si había fichado por el Madrid en lo que era su tercera etapa en el club blanco. Lo que no se puede refutar es que había diferencia de calidad entre ambos equipos. Es innegable. El que si estuvo antes y después de la guerra fue el entrenador Paco Bru, quien tras su vuelta y con el nuevo equipo logro un 4º puesto en la Liga y ser subcampeón en el campeonato regional y en la Copa. Tras esa temporada vendrían los años oscuros con un club huérfano de éxitos hasta la Copa de 1946, aunque entremedias, tras la polémica del 11-1 al Barcelona en Copa, llegaría Bernabéu a la presidencia en septiembre de 1943. Pero eso, ya es historia para otro día.

El once inicial que jugó el primer partido oficial en Chamartín tras la guerra: Emilio, Mardones, Espinosa, Quincoces, Masagué. Bonet, Ipiña, Leoncito, Villita, Lecue y Sauto. (foto: Santos Yubero)

 

3 Comentarios

  1. Se ha olvidado de Mestalla

  2. Pingback: Escudero, todo un señor que rescató del abismo al Athletic

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