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Sexo antes de los partidos: discrepancia de la ciencia y los entrenadores

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George Best recibe el premio a Mejor Jugador del Año de 1968

Hace unos días, durante uno de sus ya célebres streamings, Luis Enrique contestó a un usuario de Twitch, probablemente un letraherido con especial predilección por la rima consonante, que le preguntó si en la concentración española en Catar permitía la práctica sexual conocida popularmente como hacer un Vladimir. «Todo lo que signifique liberarse y estar en plenitud es bienvenido. Además, no hace falta que se lo diga al míster. Barra libre. Cada uno que haga lo que quiera, siempre y cuando no moleste a los demás. Ningún problema, todo lo contrario. Felicidad es lo que buscamos aquí». De esa manera, el seleccionador hizo pública su tolerancia ante la masturbación previa a un gran partido —un Vladimir, por si hay algún lector despistado, consiste en una paja y a dormir—.

En tiempos pretéritos, en lugar de una secreción viscosa y blanquecina, varias civilizaciones consideraron el semen poco menos que una sustancia mágica con propiedades casi místicas que otorgaba al hombre fuerza y virilidad, por lo que su expulsión del organismo resultaría contraproducente en términos de rendimiento deportivo. Esa filosofía la resumió Mickey Goldmill, el entrenador de Rocky Balboa, cuando en una escena de la película se le acercaron dos admiradoras mientras practicaba en el gimnasio y Mickey les espetó: «¡Las mujeres debilitan las piernas!».

Aunque esa creencia pueda sonar muy desfasada, existen profesionales reales y reputados que la pusieron en práctica hasta anteayer, como quien dice. Y ese tipo de restricciones, motivadas quizás por el nerviosismo y la excepcionalidad inherentes a un torneo que se disputa cada cuatro años, son especialmente sonadas durante la Copa del Mundo de fútbol. Así, Fabio Capello decidió en 2010, mientras era seleccionador de Inglaterra, que durante la cita en Sudáfrica sus jugadores no podrían mantener relaciones sexuales de ningún tipo. Incluso, se dice que el técnico italiano ordenó instalar cámaras en las habitaciones para cerciorarse del cumplimiento estricto. Inglaterra cayó en octavos de final.

Más recientemente, en 2014, el mexicano Miguel Herrera también optó por esa prohibición, aunque en su caso la extendió a fumar y a la ingesta de alcohol y carnes rojas. «Si un jugador no puede aguantar un mes o veinte días sin tener relaciones, no es un profesional», declaró Herrera. Por su parte, en el Mundial de Rusia, disputado en 2018, tanto el seleccionador de Panamá, Hernán Darío Gómez, como el exitoso técnico alemán, Joachim Löw, establecieron la misma norma antisexo. ¿El resultado? Panamá encajó once goles en tres partidos y quedó eliminada en fase de grupos, igual que Alemania, que además lo hizo por primera vez en su historia y encima venía de ganar el Mundial anterior.

Otros entrenadores no se han mostrado tan rigurosos, pero sí que pretendieron ponerle puertas al campo. Carlos Salvador Bilardo, tan habituado a las injerencias en cualquier aspecto de la vida de sus futbolistas, dijo que debían mantener relaciones sexuales pasivas, esto es, «el hombre abajo y mirando al techo». Pep Guardiola, según desveló el francés Samir Nasri, pidió a los suyos nada más llegar al Manchester City que adelantaran el acto sexual a antes de la medianoche.

Noticia de ‘The Guardian’ del 30 de mayo de 2010. Emine Samer subtitula la noticia con una frase de doble sentido: Fabio Capello no quiere que sus jugadores marquen con demasiada frecuencia

La creencia de que el sexo resulta perjudicial para la práctica deportiva suele basarse en razonamientos como que el desgaste calórico genera pérdida de tono muscular. Además, existe un estudio, realizado por un grupo de investigadores en Ginebra, que determinó que los deportistas de alto nivel analizados presentaban una variación de la frecuencia cardíaca en las pruebas efectuadas después de mantener relaciones, y que por lo tanto estas sí influirían en su desempeño. No obstante, la mayor parte de la comunidad científica se inclina por la tesis contraria, como demuestra la revisión de más de 500 estudios que no encuentran efectos negativos.

La lista de jugadores que se han referido públicamente a este asunto es corta, pero a nadie debe sorprenderle encontrar en ella a George Best y a Ronaldinho. El norirlandés afirmó que jamás había tenido problemas en su juego por practicar sexo —«aunque mejor si no se hace una hora antes», especificó—, mientras que el brasileño explicó que, durante su etapa como jugador superlativo, la del FC Barcelona, lo hacía antes de los partidos porque le ponía de buen humor y eso beneficiaba a su juego.

No es ninguna tontería lo defendido por Ronaldinho, al menos si nos atenemos a opiniones médicas que aseguran que el sexo libera endorfinas, con la consiguiente sensación de bienestar y subida de autoestima. Además, también aumenta la producción de otras hormonas como la testosterona, que fortalecen el tejido muscular.

Por tanto, es lógico pensar que muchos entrenadores no temen al acto propiamente dicho, sino a otras cuestiones derivadas. Luiz Felipe Scolari, antes del Mundial 2014, advirtió que «si hablamos de sexo normal, no hay problema», pero la cosa cambiaba cuando entraban en juego «las posturas acrobáticas y otra gente que hace acrobacias». Parecido se mostró Luis Enrique recientemente, en el tono relajado que emplea en Twitch, donde dijo que las restricciones sexuales le parecían una tontería, ya que confiaba en que cualquiera lo practicara si lo necesitaba, aunque poniendo el límite en el sentido común: «Si te pegas una bacanal es evidente que no es lo mejor para un día antes de un partido».

También fue muy claro el doctor argentino Donato Villani, jefe médico de la AFA, antes del Mundial de 2010: «El sexo forma parte de la vida social de todos y en sí no es un problema. Los inconvenientes aparecen cuando surgen los excesos, los aditivos, se hace con alguien que no es la pareja estable o en horarios que pertenecen al descanso».

En resumen: la culpa no es del sexo, es de la fiesta. Ese pensamiento ya lo expresó en su día Casey Stengel, exjugador de béisbol y entrenador legendario de los New York Yankees: «El problema no es que los jugadores tengan sexo la noche antes de un partido, el problema es que se pasan toda la noche fuera buscándolo».

Quizás el argumento definitivo para desterrar la disyuntiva entre sexo y deporte no corresponda al plano teórico, sino al práctico: en los Juegos Olímpicos, la organización entrega cada vez más condones a los deportistas. Durante la cita de 2016, en Río de Janeiro, el número ascendió hasta los cuatrocientos cincuenta mil preservativos —trescientos cincuenta mil masculinos y cien mil femeninos— repartidos gratuitamente por el COI en la villa olímpica a atletas, entrenadores y demás miembros de las delegaciones. Si se hace la división, salen cuarenta profilácticos por cabeza para diecinueve días de competición. Una cifra verdaderamente alta, pero que no parece reñida con los triunfos deportivos, porque, hasta donde sabemos, en cada edición de los Juegos Olímpicos se siguen batiendo récords mundiales en todas las disciplinas. Tan malo no será.

Por último, un apunte que aspira a cerrar el debate: la prohibición del sexo antes de los partidos ya puede provenir de entrenadores con fama de duros, o incluso directamente de la ley, como sucede en este Mundial de Catar —cuyo retrógrado Código Penal castiga las relaciones extramaritales con hasta siete años de prisión—, pero al final cualquier medida quedará como un gesto de cara a la galería, porque los futbolistas, como en casi cualquier tema pero especialmente con todo lo relacionado con el follar y sus asuntos, terminarán haciendo lo que les dé la gana.

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