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Soldado de día y atleta de noche: la bancarrota del deporte en Líbano

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Desfile de los equipos del Ejército libanés

El Líbano lleva años fascinado con una estrella del atletismo patria que ha batido todos los récords nacionales. Noureddine Hadid (1993) ha registrado marcas récord en cada categoría en la que ha participado: 60, 100, 200 y 400 metros lisos tanto en pista cubierta como al aire libre. Se crió en Arabia Saudí, en una familia humilde que fue expulsada de Riad en 2008 durante una deportación masiva de trabajadores migrantes. En suelo libanés, siempre soñó con ser futbolista, pero no entró en contacto con el deporte profesional hasta llegar a la universidad. Su rutina diaria podría resultar surrealista a ojos de un extranjero, aunque es muy común entre los deportistas de élite libaneses. Entrena, va al gimnasio y sigue una dieta estricta como todos los profesionales. Va al médico y al fisioterapeuta. Sin embargo, gran parte de su tiempo lo dedica a servir como sargento en el Ejército libanés. «Al principio era difícil entrenar y servir al mismo tiempo, pero al ser un trabajo en parte físico, me ayuda en mi carrera como atleta», cuenta Hadid. «Ahora soy más cauto porque tengo que cuidar mi cuerpo. Me acerco a los treinta y cualquier accidente laboral o lesión puede afectar mucho a mi carrera», describe.

Las Fuerzas Armadas libanesas tienen una cincuentena de atletas compitiendo en varias categorías de atletismo, especialmente en velocidad. Estos gimnastas son militares y compiten a título individual, aunque la relación entre el Ejército y el deporte va mucho más allá. Las Fuerzas Armadas tienen sus propios equipos compitiendo en una gran variedad de deportes, desde baloncesto, a fútbol sala, voleibol o judo. Estos equipos compiten en las ligas deportivas nacionales y torneos internacionales.

Noureddine Hadid (Twitter: @nour_hadid)

La conexión con el deporte nació con la liberación del Líbano del yugo de Francia en 1943, cuando tomó el control de varias escuelas de combate creadas por el Ejército francés. En un intento de ganarse el apoyo público, el Ejército empezó a organizar torneos militares abiertos a la ciudadanía y terminó introduciendo sus equipos en los deportes nacionales.

Durante décadas, ser un deportista profesional con el Ejército ha sido símbolo de prestigio, debido a que casi la totalidad de gimnastas de élite no pueden subsistir solamente del deporte. Los militares tenían un sueldo fijo por su servicio al Ejército y su trabajo les permitía cierta flexibilidad horaria para poder entrenar y competir, mientras que el resto de deportistas no siempre podían adaptar sus trabajos al deporte. Esto se debe a que las leyes libanesas no reconocen el deporte profesional, pero también a un cúmulo de errores de las instituciones y clubs deportivos, según apuntan varios expertos. «En el Líbano no hay jugadores profesionales. No hay ninguna ley que los ampare. En otros países puedes tener contrato con un club y estás reconocido como jugador profesional. En Líbano no. Vas a entrenar, a un nutricionista, etc… pero tienes un trabajo al margen de tu perfil como jugador», describe Axel Maugendre, investigador de ciencias sociales y deporte libanés en la Universidad de Estrasburgo. Esta condición implica no solo que los jugadores tengan que trabajar al margen de su perfil como deportistas, sino que en la mayoría de ocasiones se tienen que costear su propio equipamiento, incluso en la selección nacional. «Aún siendo militar es difícil. A veces he tenido que alquilar ropa deportiva para poder competir. Esta condición hace que nos perdamos muchas competiciones dentro y fuera de Líbano. Tampoco nos dan visados fácilmente para poder participar en torneos», explica Hadid.

Maugendre describe que partiendo de estas dificultades, cada deporte se ha desarrollado económicamente de una forma distinta, afectando la competitividad de cada sector. Asegura que el baloncesto es uno de los deportes más exitosos debido a su capacidad de organizarse. De hecho, el equipo nacional quedó este año a las puertas de ganar la copa de Asia hace un mes, al perder por dos puntos ante Australia. «Es de los más competitivos porque se organizan mejor que el voleibol o el fútbol. Los jugadores pueden acceder a becas universitarias y vivir de ello hasta llegar a la primera división. Una vez ahí, pueden trabajar en posiciones que benefician a su club directamente. Por ejemplo, Al Riyadi es un club exitoso en el que sus jugadores son managers de los equipos juveniles. Otros trabajan en asociaciones del mismo club. Viven del equipo y al mismo tiempo lo nutren», cuenta Maugendre.

El más catastrófico quizás es el fútbol pese a su éxito entre la población. El deporte estrella del país ha desarrollado su economía a base de patrocinios, un tipo de ingreso muy inestable en el Líbano debido a su situación política y económica. «Los patrocinadores vienen con dinero. Se quedan en la presidencia y si no funciona se van. Es el caso de Al Ansar, Safa Sc… Hay muy pocos clubs que sean estables y al final caen en las manos del sectarismo. Por ejemplo Hezbollah es el patrocinador oficial de Al Ahed. Al ser una organización tan estable, con fondos, con alcaldías, funciona», explica Maugendre. «Los deportes en el Líbano son lo mismo que el ambiente político o bancario. Un desastre», añade.

Equipo de futsal Bob Futsal Team

También se han dado casos en los que todo un equipo trabaja para una empresa privada. Es el caso del Bob Futsal Team, un club histórico creado en 2013 que arrasó en todas las competiciones de fútbol sala. En su palmarés luce cinco ligas, cuatro copas, tres supercopas y cuatro medallas del campeonato asiático. Su principal patrocinador, Bank of Beirut, uno de los gigantes financieros del país, daba nombre al equipo con sus siglas. Sus jugadores competían y trabajaban para el banco. «Fichaban a los jugadores y los empleaban en las oficinas. Tenían dos salarios, uno del banco y otro por jugar para el equipo del banco», explica Nadim Nassif, entrenador de la selección libanesa de futsal. «Tenían al mejor equipo. Queríamos a todos los jugadores de Bob Futsal para la selección», remarca. «Los que no tenían título universitario tenían trabajos menores, en las oficinas. Los otros tenían posiciones más altas. Por ejemplo, el portero era gestor de una oficina. Aún así seguían una rutina estricta. Por la mañana trabajaban en el banco y por la tarde entrenaban a fútbol sala», describe.

La crisis económica que azota el país desde 2019 ha arrasado con esta estructura tan débil. Con una inflación del 154% y una caída de la moneda del 96% respecto al dólar, muchos equipos han quebrado y los jugadores profesionales han perdido sus trabajos paralelos. El fútbol de primera división ha interrumpido en dos ocasiones la liga desde 2019. En una ocasión por protestas por la situación económica, en las que el Gobierno temía que las movilizaciones crecieran en los estadios. La otra, por el quiebre de varios clubs. En fútbol sala, Bank of Beirut vendió el club y el equipo aún no se ha recuperado. «Dos jugadores se pasaron al fútbol, otro emigró a África y el resto se repartieron entre otros equipos. El nivel de jugadores ha caído un montón. La selección ha perdido once niveles en Asia. Este año ni siquiera hemos pasado la primera ronda», lamenta Nassif. «No es solo la inflación. El principal problema es la devaluación de la moneda. Antes podías ir a un banco y sacar dinero, ya no. Los jugadores a veces cobran la mitad en dólares y la otra mitad en liras libanesas», matiza Maugendre. Algunos jugadores de fútbol sala aún resisten trabajando en el sector bancario. «Eran los reyes antes de la crisis y ahora están asustados porque los bancos también están haciendo recortes de plantilla. Antes los directores de los bancos tenían miedo de hablar con ellos, todo el mundo los admiraba. Ahora con la crisis son ellos los que nunca quieren ver al director», ríe Nassif.

Durante años la lira libanesa se mantuvo estable frente al dólar, con 1.500 liras por dólar al cambio. Ahora el valor de la lira libanesa ha caído a 40.000 unidades por dólar, pero algunas empresas y organismos oficiales, mantienen el cambio antiguo de 1.500. Es el caso del Ejército. «Antes de 2019 cobraba unos 1.000 dólares al mes, ahora cobro 50 dólares. Sí, créeme que cobro 50 dólares», remarca el atleta Hadid. «Con la crisis no he podido participar en muchas competiciones. Por suerte mi entrenador me ha cedido una habitación para dormir cerca del pabellón donde entreno y acceso gratuito a las instalaciones», explica Hadid.

La insistencia del Ejército en pagar con el cambio antiguo a sus soldados ha provocado que competir entre sus filas sea mucho menos atractivo que antes. «El Ejército no es capaz de atraer a deportistas nuevos. Casi todos sus atletas tienen más de treinta años. Nadie quiere ir al ejército ahora», explica Nassif. «No hay ningún tipo de motivación. Van una vez por semana a entrenar. Otros dicen que están lesionados. El Ejército no los tiene bajo control y tampoco están haciendo nada porque saben que la situación es terrible. Están compitiendo por cuatro cacahuetes».

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