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México ’86: el Mundial de los mundiales

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La Copa Mundial de México ’86 consagró a Maradona como el genio que fue

Pensar en una Copa Mundial de Fútbol puede ser una tarea extenuante para el cerebro. Dependiendo de cuántos campeonatos tengamos encima, acumulamos más o menos recuerdos. Este plumilla tiene fogonazos de Alemania 2006, apenas puede poner en pie algo. Lo primero que recuerda con nitidez es el zapatazo de Sipihiwe Tshabalala para inaugurar el Mundial de Sudáfrica 2010. Pero a pesar de esta insultante juventud, cree que el mundial con más luz fue México ’86. No por sus radiantes imágenes, producto del sol abrasivo del junio mejicano, sino por la hemeroteca. Habrá gente que todavía no supere todo lo que sucedió allí. Sobre todo, los que lleven en el bolso pasaporte argentino.

En México ’86 nació la modernidad, la mega inversión publicitaria, el foco mediático sobre las figuras mundialistas y todo aquello a lo que ya nos hemos acostumbrado. En esa Copa del Mundo ya se notaba la enorme maquinaria que estaba construyendo el mundo del fútbol. También fue la primera vez que este torneo inauguraba el formato eliminatorias desde octavos de final. Sí, querido lector, antes, los mundiales tenían dos fases de grupos.

Un mundial que no debió celebrarse en suelo norteamericano sino sudamericano. Inicialmente, la FIFA había adjudicado la celebración del torneo a Colombia, pero el gobierno cafetero renunció a acoger la cita por no poder satisfacer las necesidades de infraestructura y dispositivos exigidos por la federación internacional de fútbol. México pidió el relevó y se lo otorgaron por delante de Estados Unidos, Brasil y Canadá. Y a punto estuvo de cancelarse de nuevo.

El 19 de septiembre de 1985, el suelo de Ciudad de México tembló, y con él se fueron diez mil vidas. Las consecuencias fueron devastadoras. No solo por las escalofriantes cifras de pérdidas humanas, sino también por los destrozos en edificios e infraestructuras. La reconstrucción de buena parte de la ciudad tuvo que hacerse a contrarreloj. El gobierno de México aseguró que las instalaciones deportivas no habían sufrido daños y que, por lo tanto, su Mundial no peligraba.

A la cita acudirían estrellas que marcaron una época, otra característica más de por qué México ’86 es el Mundial de los mundiales. No haga el ejercicio de recordar viejas figuras, en esta pieza le ayudaremos a rescatar algunas de las estrellas que se personaron en aquella Copa del Mundo. Mucha gente se queda fuera, pero a bote pronto salen: Zico, Sócrates, Elkjær Larsen, Laudrup, Hugo Sánchez, Platini, Papin, Luis Fernández, Paolo Rossi, Carlo Ancelotti, Butragueño, Salinas, Gordillo, Belanov, Matthäus, Völler, Rummenigge, Francescolli o Lineker. Nueve Balones de Oro entre todos.

México ’86 estuvo plagado de estrellas

Ahora me dirá usted: ¡Burro, se te olvida el más importante! No, no se me pasa. México ’86 se ha convertido en el Mundial más especial de la historia por su carácter monográfico. ¿Cómo es posible que, con tanta saturación de súper estrellas mundiales del fútbol, la actuación de un solo jugador acaparase todos los focos de ese campeonato casi cuarenta años después? Maradona lo hizo posible.

México fue la sede de la coronación de Diego Armando Maradona como pastor espiritual de la fe futbolera argentina. Sobre los pastos aztecas, el 10 de Fiorito demostró al mundo que un ser humano puede dejar de serlo, y convertirse en otra cosa, dando toquecitos a un balón; que hay leyendas vivas; que el mejor discurso político se queda en paños menores con un demarraje a sprint desde el centro del campo rodeado de ingleses; que el delirio de un entrenador incomprendido puede merecer la pena; que hay goles que pueden maquillar la derrota de tu país en una guerra; o que hay que creer incluso cuando se tiene todo en contra. Antes del mundial, el mundo no sabía todo esto. Después sí. La intrahistoria de la Copa Mundial de Fútbol de México 1986 es el testimonio y la prueba de por qué todos los dedos apuntaban a Argentina para proclamarse justa campeona.

1986, la verdadera historia

Así se titula el libro escrito por Gustavo Dejtiar y Óscar Barnade que repasa el largo camino que tuvo que recorrer Argentina para levantar la copa de ganador al cielo del Distrito Federal. Un trayecto arduo, complicado, que comenzó con la eliminación del combinado nacional en la segunda fase de España ’82. Venían de proclamarse campeones en su mundial, en 1978, y en suelo ibérico se la pegaron.

La eliminación temprana tuvo consecuencias inmediatas. La primera, la destitución de César Luis Menotti como seleccionador. Una decisión tomada por el entonces presidente de la AFA, el inagotable Julio Grondona. El despido fue sorpresivo, el batacazo en España no se achacó al Flaco, que había ganado en 1978. Pero para entender todo esto habría que desarrollar una tesis doctoral sobre el poder que ejercía la revista El Gráfico en la opinión pública futbolera argentina. El caso es que ellos mismos lo quitaron y propusieron como sucesor al estandarte del modelo opuesto de Menotti: Carlos Salvador Bilardo.

El enfrentamiento Bilardo–Menotti, Menotti–Bilardo, superaba cualquier barrera. El Doctor era un obseso, un loco formado, pues era doctor, que solo hablaba de fútbol y que lo revolucionó a su manera. Un loco del juego que dejó claro que este juego de pelota era el más fácil del mundo: veintidós jugadores, una pelota, dos porterías, los de un equipo tienen que meter el balón en el arco del rival y viceversa. Esa era la ley sagrada de Bilardo y de su escuela, el bilardismo. Menotti no tenía estudios superiores, pero tenía una conversación más nutrida que el Narigón.

Su carácter aguerrido, confiesa Bilardo, lo forjó a golpes. Primero en el colegio, relata en el libro: «Si vos llegabas un poco más tarde a la escuela, te ponían en penitencia. ¿Te acordás que te ponían un gorro de burro y en un rincón? Después se armó lío con eso, no se podía, pero te lo hacían. ¡Castigaban! Vos llegabas tarde a la escuela y no te dejaban entrar. Eso fue la escuela primaria: fuerte». El segundo episodio que marcó esa obsesión llegó más tarde, en unas prácticas en la facultad de Medicina. Estaba auscultando a un paciente cuando llegó su tutor de prácticas y le preguntó que qué tal. Nada, respondió un Carlos Salvador estudiante. El doctor cogió su estetoscopio y le corrigió, el paciente tenía un soplo. Ah, sí, dijo Bilardo, ya lo noto. Y se quedó con la cara de tonto, su tutor le había tendido una trampa: «Si tú dices que este chico tiene el corazón sano, lo tiene y punto. No te dejes manipular por nadie, es tu paciente. Tienes que estar seguro del diagnóstico».

El Gráfico propuso a Bilardo como seleccionador. Venía de hacer campeón de liga a Estudiantes de La Plata con solo tres derrotas. Los rivales tenían dificultades para marcar a sus equipos y ser el contraestilo de Menotti le sirvió para ocupar el puesto que todo entrenador argentino desea. Grondona, que había despedido al Flaco a disgusto, no quería firmarlo, pero una reunión provocada por el periodista Ernesto Cherquis Bialo llevó a Bilardo a firmar el contrato más importante de su carrera el 24 de febrero de 1983. A partir de ahí, el Doctor hizo una gira europea para aprender de grandes personajes del fútbol mundial.

Hemos dicho que los caminos que tuvo que atravesar la selección argentina hasta el Estadio Azteca fueron largos. Los más espinosos comenzaron años atrás. Uno de los primeros con Bilardo en el cargo fue cambiar por completo el estilo, demostrar que daba comienzo otra época para el equipo nacional y que necesitaba girar el timón hacia nuevas corrientes.

La Francia de Platini tuvo que conformarse con el bronce

La primera pasarela amarga

Es sabido que a Maradona le dolió mucho ser descartado por Menotti para el Mundial de 1978. Sobre todo, a sabiendas de que ser perdió la medalla de oro. Juventud, falta de experiencia, sobrepoblación de futbolistas en su puesto, ningún argumento acabó de contentar al Diego. Se quedó fuera y ya está.

Uno de los jugadores que llegaba a México y que había celebrado la victoria en Buenos Aires era Daniel Passarella, sagrario de la iglesia de César Luis Menotti. El brazalete de capitán se había convertido en una prenda más de su uniforme, distinguido y reconocido por todo el país. El Gran Capitán, que acababa de aterrizar en Florencia para defender la camiseta de la Fiorentina, ya no era intocable.

Diego Maradona tampoco. Por aquellas fechas ya tenía credenciales de su talento, pero ni de lejos se había consagrado como la deidad que fue tras el recital brindado en México. Al igual que ocurre con Messi en su país, donde ha recibido palos de la prensa de todos los colores y sabores imaginables, Maradona también lo sufrió.

Sin entrar en detalles de este duro episodio, Bilardo cambió la capitanía del equipo. Passarella confesó esperar la noticia, incluso entenderla. Maradona pasó a enfundarse el brazalete. Aunque no jugaría para Argentina hasta el 9 de mayo de 1985, tres años después. Fue un amistoso en el Monumental contra Paraguay. Diego marcó un gol. 1-1.

El Mundial argentino

Italia, Bulgaria y Corea del Sur. Antes, en enero, Bilardo se llevó a varios jugadores a hacer una pretemporada en Jujuy, con el mundial en junio. El entrenador estaba en la cuerda floja por la pobre imagen que daba el equipo en los meses previos. México pondría a prueba a los jugadores con unas condiciones climáticas extremas. Además del sol, la altura. Buenos Aires está a veinticinco metros sobre el nivel del mar; Ciudad de México a dos mil. En aquel stage faltaron los jugadores que disputaban campeonatos europeos. Entre ellos Maradona, claro. Una experiencia que Dejtiar y Barnade documental como positiva y aburrida a partes iguales. Los jugadores se quedaron en Tilcara, un pueblo de dos mil habitantes, y allí poco o nada había para matar el tiempo.

Tres meses después, la tensión salta por los aires. Un lío de despachos, el runrún de que el equipo no iba bien, el presidente de la AFA Grondona fuera de Argentina y la maquinaria mediática funcionando prepararon un golpe contra Bilardo. Lo querían cambiar por su predecesor, Menotti, pero el Narigón salvó la bola. Varios sectores del fútbol cerraron filas en favor suya. Sobre todo uno, Diego Maradona, que dijo que si echaban a Bilardo, no jugaría en México. ¿Y quién es el bonito que pondría la cara para que Maradona no fuera al mundial? Bilardo se quedó.

La delicada situación se trasladó al vestuario. El enfrentamiento Menotti–Bilardo, que no era personal sino mediático y estilístico, se coló por las entrañas del equipo. Maradona y Passarella no se soportaban, cada uno hacía su grupo y sus ambientes. Ambos se acusaban de crear mal ambiente, la convivencia no sumaba al bien del grupo.

Pasarella llegó a acusar de envenenamiento a los equipos de Bilardo. Días previos al mundial, el Gran Capitán sufrió un problema intestinal. Solo él. Y cuando la bacteria desapareció, un desgarro. Pasó todo el campeonato postrado en el hospital. Valdano ha reconoció haber sufrido por el estado de salud de su compañero. Con el tiempo, el propio Passarella y los servicios médicos del combinado nacional fijaron que se trataba de un percance fortuito y, por supuesto, inintencionado.

El día que Argentina debutó en México, no hubo colegio. Este hecho, que demuestra la importancia con que se toma el fútbol en la tierra del río de La Plata, sirvió a Bilardo para arengar a los suyos antes de estrenarse contra Corea. Dos goles de Valdano y uno de Ruggeri. 3-1.

Empate contra Italia y victoria contra Bulgaria. Argentina pasa como primera de grupo. Uruguay, que se cuela por los pelos en Octavos de Final como la cuarta mejor tercera de grupo con dos empates, espera. Gol de Pasculli y a la siguiente ronda.

La camiseta

El partido contra Uruguay provocó un hecho insólito: la compra de nuevas camisetas en mitad del campeonato

Aflojemos el ritmo, estimado lector. En este partido ocurrió algo trascendente. En concreto, la lluvia. El agua mojó las camisetas azules argentinas durante la segunda parte. Los chicos de Bilardo llevaban dos equipaciones, y de cada una de ellas, cuatro juegos. La primera, la albiceleste clásica, tenía la tecnología AirTech que las hacía más ligeras y resistentes al calor mejicano. La alternativa no, Le Coq Sportif no tuvo tiempo de aplicarle la misma técnica en la tela. Al acabar el encuentro contra Uruguay, el entrenador pidió que pesaran una de las camisetas. Los jugadores acabaron cargando nada más y nada menos que tres kilos de más. Una armadura.

Bilardo encolerizó y, tijera en mano, trató de hacer los agujeritos de la AirTech en la segunda equipación. En el siguiente partido, contra Inglaterra, sus jugadores no podían soportar tamaño fastidio. Cualquier detalle importaba. La marca francesa le informó de que no tendría las camisetas listas para el partido.

El Narigón no se quedaría de brazos cruzados. Hoy sería impensable cambiar las camisetas en mitad del campeonato, sobre todo por cuestiones contractuales, pero el Doctor lo consiguió. Una vez supo que la firma gala no le enviaba la ansiada camiseta colada, envió a miembros del equipo de utilleros a buscar un uniforme así por toda la capital. En el libro de Dejtiar y Barnade se detalla la odisea que tuvieron que pasar estos integrantes del staff para contentar a Bilardo. A veces no encontraban el color en las tiendas de deporte, no había unidades suficientes o no servían porque no tenían el escudo de Le Coq, directamente.

Uno de ellos encontró dos camisetas ligeras y muy parecidas, una de tela brillante y otra mate, similar a la que venían utilizando. Llegaron a la concentración para enseñárselas a Bilardo; no tenían agujeritos, no valen. Los utilleros se miraban fatigados, desesperados por no encontrar una camiseta con la que enfrentar a Inglaterra. Entonces ocurrió un nuevo milagro. Quizás esto le resulte un cuento, pero no lo es. Maradona apareció por el hall del hotel en que se hospedaban, cogió la camiseta brillante y opinó que era bonita. No había más discusión, se quedaban con ella.

Pero había nuevo problema: no tenían el escudo de la AFA. En 1986, sin telecomunicaciones inmediatas ni medios que hicieran posible encontrar una solución a corto plazo. De nuevo, los milagros: un aficionado mejicano, hincha del América y de la albiceleste, tenía en su casa un escudo de la AFA. Pero uno antiguo, el de 1978, sin la corona de laurel. Daba igual, lo copiaron y cosieron en todas las camisetas. Por eso, si usted revisa imágenes del partido, caerá en la cuenta de que las camisetas usadas en los partidos contra Uruguay e Inglaterra son completamente distintas. Cambia hasta el cuello.

El partido

Bucear en el conflicto político de las Malvinas solo puede traer contratiempos a este texto. Sobre todo, por respeto a un conflicto que causó tanto dolor a muchísimas familias argentinas. Es por ello que solo lo nombraremos para poner de relieve la importancia de aquellos Cuartos de Final entre Argentina e Inglaterra. Cuatro años antes, a pocos meses de comenzar el mundial de España, comenzó un conflicto que acabó con la vida de 649 argentinos en combate. Una vez finalizada la guerra, entre 350 y 450 personas se suicidaron a consecuencia de esta. Sirvan estos datos para enmarcar la trascendencia del encuentro.

Aquellos cuartos, relatan varios testimonios recogidos en el libro, no se prepararon como una revancha bélica. Se impuso la norma expresa de no desviar la atención de lo deportivo, de no hablar del tema. Pero los nervios se apoderaron de algunos jugadores. Jorge Valdano, tantos años después, reconoce aquel encuentro como el peor de su carrera.

Pumpido; Cuciuffo, Brown, Ruggeri; Enrique, Giusti, Batista, Olarticoechea, Burruchaga; Maradona y Valdano. La primera vez en todo el torneo que Bilardo alineaba su revolucionario 3-5-2, en un mediodía azteca que partiría la historia del fútbol en dos. Las crónicas de este deporte podrían hacerse como las de la Biblia: antes del nacimiento de la estrella y después. Antes de Diego y después de Diego; porque bajo ese caluroso sol mejicano nació la deidad futbolística maradoniana. Su actuación contra los ingleses es historia de este deporte. Ya la conocerá.

Primero, la conocida mano de dios. El gol que probó la existencia de Dios, el de las religiones monoteístas, para Mario Benedetti. Una reacción involuntaria, dicen algunos; una trampa, otros. Más tarde, el gol del siglo. No hace falta volcar más literatura para describir aquel cambio de ritmo desde el medio del campo para dejar sentado a tantos embajadores del país que inventó el fútbol. Resuena el relato de Víctor Hugo Morales, cuyos comentarios son ya una melodía universal que traspasa las barreras del idioma. El barrilete cósmico, un calificativo raro, que baila entre el insulto y la alabanza, convertido en el mayor título que un futbolista puede recibir. Todo esto se conoce ya y recordarlo ahora puede ser visto como un acto apócrifo.

Tras aquellos dos tantos, recortó Gary Lineker a diez del final. Fue entonces cuando el Señor volvió a bajar al pasto para ayudar a Argentina. Lo hico desde la nuca del Vasco Olarticoechea. La nuca de Dios. A escasos segundos de acabar el partido, un centro lateral rifado supera a Nery Pumpido, que sale a por uvas, para que Gary Lineker lo empuje a placer. En ese momento, completamente de espaldas al balón, la nuca de Olarticoechea despeja el balón hacia afuera. El esférico choca con el obstáculo más superable que podría haber encontrado. Ni una pierna, un cuerpo o las palmas de Pumpido. Nada de eso, una nuca. Y lejos de quedar muerto en la línea de gol, el peligro salió despejado por la banda.

Todo esto valió para que Argentina pasase a la semifinal. El único pero del Mundial ’86 es, quizás, que la consagración de Maradona no fuese en una final. De hecho, durante muchos años de infante tuve la seguridad de que todo esto sucedió en la final. Inocente de mí, cuando veía las imágenes repetidas, pensaba que jugaron el partido con la segunda equipación y, a la hora de recibir el trofeo de campeones, se la cambiaron por la primera para salir en la foto. Como hizo España, ni más ni menos.

Victoria cómoda sobre Bélgica con dos goles de Maradona y Argentina se planta en la final. Aguardaba la vigente subcampeona, la RFA de Rummenigge entrenada por el ya campeón Beckenbauer. Un equipazo con nombres que asustaban, pero los goles del Tata Brown, Burruchaga y Valdano superaron los de Rummenigge y Völler. Los argentinos se proclamaban mejor equipo del mundo.

Aquel último partido merece dos comentarios. El primero para el Tata Brown, que no solo abrió la lata para Argentina sino que jugó medio partido con el brazo en cabestrillo. Un choque con Norbert Eder le luxó el hombro y, antes de salir sustituido, se hizo un agujero en la famosa camiseta AirTech y jugó el resto de la final así.

También debe hacerse un aparte para Bilardo. No solo por haber conducido hasta el campeonato mundial un barco que muchas veces parecía viajar a merced de la corriente, sino porque renunció a la medalla. Los dos goles teutones de la final, a pelota parada, produjeron tal irritación en el Narigón que no se creyó tal reconocimiento. La recogió un amigo suyo, pero él no preguntó cuál. El bilardismo puede brindar enormes alegrías futbolísticas, la defensa encarnizada de lo que es la esencia de cada uno, pero también la exacerbar de los peores sentimientos. A Bilardo no le valió ganar de cualquier manera.

Yo no viví México ’86, todavía faltaban doce años para que llegara a este mundo esférico, pero mi padre, un sevillano que jamás pisó Buenos Aires, me juraba que aquello fue el evento futbolístico más excelso de la historia. Un tipo que no se vio afectado de ninguna manera por la guerra de las Malvinas me contaba con entusiasmo que los goles del Diego eran, una realidad, una revancha por el dolor causado en un conflicto en el que, entre otros, perdió la vida el primo de Ardiles.

La cantidad de elementos icónicos que dejó México son prueba irrefutable de que se trata del Mundial de los mundiales. Es imposible leer «Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial» sin que la voz de Víctor Hugo Morales invada nuestro subconsciente, como un verso de nuestra canción preferida. Esta Copa del Mundo es patrimonio histórico del fútbol mundial, probó la existencia de la deidad hasta para los más ateos y dejó un legado que, casi cuarenta años después, no ha perdido potencia. Hasta ahora, ninguna victoria mundialista ha hecho tanta época como la argentina.

5 Comentarios

  1. ¿ Escrito por «Redacción» ? Va esto camino de El Mira;OkDiario o qué.. No hombre no, vosotros no.. 🙁

  2. Excelente artículo!!!!!!👏👏

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