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Esteban Suárez: «Con el nuevo Tartiere, Luis Aragonés nos dijo ‘Jaula nueva, pájaro muerto’ y así fue»

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Esteban Suárez

Román Suárez Puerta fue alcalde de Avilés en los años cuarenta, y hay quien reclama —recordando dos medallas concedidas a Franco— que deje de dar nombre al estadio de gradas blanquiazules a cuya vera nos encontramos con Esteban Andrés Suárez (Avilés, 1975), de camino a la cafetería cercana en la que hemos quedado: el New Dream. Cuando le proponemos sacar alguna foto con el campo de fútbol de fondo, lo rechaza educadamente.

Ha jugado en muchos equipos, y no quiere que este repaso a su vida y trayectoria destaque a uno solo de ellos en su acompañamiento gráfico, este que es uno de los mejores porteros asturianos de la historia, al nivel de Ablanedo, Jesús Castro o Andrés Junquera, zamora con el Madrid de la 67/68. Esteban ha defendido los tres palos del Oviedo, el Atlético de Madrid, el Sevilla, el Celta de Vigo y el Almería, pero se enorgullece de una cosa. Cuando lo reconocen por la calle, en Asturias o fuera de ella, lo que se suele exclamar es: «¡Mira, Esteban, el del Oviedo!».

Azul a machamartillo, en 2014 rechazó el año que le quedaba con un Almería en Primera para regresar a un Oviedo en Segunda B, y subirlo a Segunda. Llama la atención una cosa: cuando pronuncia el nombre del estadio del club azul, no dice /tartiere/, sino /tartier/, a la francesa que era la pronunciación correcta del apellido de Carlos Tartiere y Alas-Pumariño, primer presidente del Oviedo.

Una usanza perdida entre las nuevas generaciones, pero que era típica antaño y sobrevive en aficionados bastante mayores que Esteban por lo general; los mismos que llaman «fau» al fuera de banda, «órsay» al de juego, etcétera. El Oviedo no lo trató bien —nos lo contará—, pero él ha tratado siempre bien al Oviedo, entendiendo que hay más club que el que se sienta en el palco, y que del que lo hace en las gradas nunca ha recibido sino el mayor de los cariños. Su ídolo de niño era Andoni Zubizarreta, y él acabó siéndolo de otros.

Naces en Avilés en 1975. Háblanos de tu familia, de tu infancia, de tu entorno.

Yo soy lo que mucha gente de mi edad, hijo de una madre de aquí y de un padre que vino a trabajar a ENSIDESA, cuando ENSIDESA estaba en su esplendor y había ahí veinte mil empleados directos. Murió el 21 de diciembre pasado; era de Burgos.

De un pueblo de Burgos, imagino.

Sí, de un pueblo entre Burgos y Soria: La Gallega. Lo caté muchísimo, porque toda mi familia paterna es de allí. Tengo primos de mi edad e incluso un poco mayores que son cariñosos no, lo siguiente. Y no te voy a decir que voy mucho; desde luego, no tanto como me gustaría. Pero de niño me encantaba pasar allí los veranos, jugar con ellos…

Y ahora, si paso por allí, si voy con mi mujer y con mis hijos, o si vengo de algún sitio de viaje y paramos allí, sabemos que hay casa y comida y que no hace falta avisar. Tenemos una furgoneta camper en la que viajamos mucho, y sabemos que en Burgos no tenemos problemas de alojamiento.

En esa parte de la familia mía tienen un sentimiento de unidad familiar muy atípico. Todos los fines de semana van con los hijos a ver a mi tía; mi tío ya murió. Igual las mujeres no van, o los maridos no van, pero ellos van siempre. En La Gallega, incluso me hicieron una plaza a mi nombre; una pista polideportiva.

¿Pasó allí lo que yo veo que pasa en la zona de León en la que vivo, que en cada pueblo se iban a un sitio, y en uno se iban todos a Barcelona, en otro a Madrid, en otro a Bilbao, en otro a Asturias, etcétera, porque se iba uno de avanzadilla y luego la familia iba detrás? ¿Allí en La Gallega tiraron para Asturias?

No, en mi caso, en la familia de mi padre, alguno se fue también a Avilés, pero casi todos se fueron a Burgos capital.

Tu parte materna sí es asturiana, me decías. ¿De dónde?

De Bayas. Yo nazco aquí, en Avilés, y hago aquí toda mi vida escolar, pero, realmente, mis recuerdos de disfrutar, de jugar, de aprender a andar en bici y todo, son de Bayas, donde vivo ahora. Todos los viernes acababa el colegio —un colegio de aquí cerca, el Santo Tomás, donde ya había estudiado mi hermano—, me cogían y… pa’ Bayas.

Estábamos allí del viernes a las cinco o cinco y media de la tarde al domingo por la noche o lunes por la mañana. Mis recuerdos más felices son allí. Aquí era estudiar, y en Bayas, disfrutar.

¿Qué hacía tu padre en ENSIDESA?

Era mecánico. Siempre me contó que era mecánico. Arreglaba algún tren, vehículos en general, y puedo dar fe de ello, porque en nuestra casa, hasta que llegó la tecnología, los ordenadores y tal, los coches los arreglaba él. Los nuestros, los del vecino… Tenía mano para todo, y muchísima paciencia.

También nos arreglaba las bicis; y yo tengo un quad, y también se encargaba de cosas del quad. Cuando había que reparar algo sin pedir piezas, lo hacía él. Tengo ese recuerdo, y también el de ser el suyo uno de los primeros coches del pueblo, y cuando había algún entierro o lo que fuera, ir cinco o seis en él metidos.

Allí en ENSIDESA, los de la vida laboral de tu padre fueron años movidos, de muchísima movilización sindical. ¿Tu padre era de los reivindicativos?

No, no, mi padre era muy pacífico. Siempre le achaqué, también a mi madre, que trabajaban demasiado. Nos fue bien, gracias a Dios. Mi madre llevaba muchos años trabajando cuando yo nací, y mi hermano y yo no necesitamos mucho plan de futuro, pero a ellos les faltó disfrutar más. Hasta montaron un bar en la playa, en Bayas, con lo que suponía hace años un bar en la playa, donde daban comidas y de todo.

Mi padre nunca fue de problemas, nunca fue reivindicativo de nada, al contrario. Tengo el recuerdo de que a mi padre, que a lo mejor un día se hacía un corte en la cabeza o se operaba de la espalda y al poco ya iba a trabajar, le decían: «¡Urbano, que te lo van a pagar igual! ¡Cuídate un poco!». Nunca le vi reivindicativo, no, no. Todo lo contrario.

¿Era futbolero?

Pues no te creas. En mi familia, nadie jugaba al fútbol. Mi hermano sí, pero tampoco somos una familia de futboleros. Mi padre, no te sabría decir de qué equipo era. Le gustaba el equipo en el que jugara yo, pero por lo demás nunca se decantó.

¿Cómo empiezas a jugar? ¿En la playa de Bayas, imagino?

Correcto. Desde que se acababa el colegio, y hasta que empezaba, cuando se acababan las vacaciones, jugábamos todos los días un partido en Bayas. El primer día se elegían los capitanes y se hacían dos equipos que perduraban todo el verano. Cuando venía gente nueva, uno pa’ ti y otro pa’ mí.

Recuerdo jugar con gente de cincuenta años y que hubiera gente como yo, que teníamos siete u ocho. Nos lo tomábamos en serio; para mí eran la final de la Champions aquellos partidos. También lo típico de las fiestas, solteros contra casaos. Yo, obviamente, iba con los solteros. Luego, también jugaba en el colegio.

En aquel momento, no era como ahora, que todos los clubes tienen equipos desde, no sé, potitos los llaman en algún sitio. En aquel momento, hasta alevines o benjamines, que era cuando ya te podían hacer ficha, era todo más informal. Había torneos intercentros de los colegios, y en el mío hubo una persona que fue fundamental para mí; un profesor, Isidro. Algo vio en mí en aquel patio de asfalto del colegio donde nos ponía colchonetas, y me enseñó a tirarme. Me mandaba fotos. Eran analógicas, no: lo anterior. Fotos de cómo colocar las manos un portero, de…

¿Siempre has sido portero? ¿Nunca jugaste de otra cosa?

No. No recuerdo otra cosa. Recuerdo ponerme de portero siempre, incluso cuando jugaba con los amigos.

Esteban Suárez

Y ¿por qué?

No sé. Algo vería en la tele algún día… De pequeño, iba a mirar una tienda que hay aquí y me fijaba siempre en los guantes. Para mí, los guantes siempre fueron una debilidad. No sé. Quizás los porteros vestían distintos, quizás me gustaba esa responsabilidad que tenían. Siempre, siempre me ponía de portero.

Tu ídolo era Zubizarreta.

Era Zubi, sí, siendo totalmente distinto a mí. Por cuestiones físicas, por cuestiones técnicas, todo. Pero jugaba en el Barça y jugaba en la Selección. Era el portero que más partidos había jugado hasta que llegó Iker. Luego, encima, coincide que mi primer partido entero es contra el Valencia, después de haber jugado la jornada anterior veinte minutos contra la Real Sociedad. El portero era él, y esa semana me entrevistan en Las Provincias.

El periodista, Joaquín Ballesta, me pregunta quién es mi ídolo y yo digo que Zubi. En un principio, no se lo cree, porque cree que es un halago al próximo rival; pero le digo que es verdad, y dos o tres horas después, me llama Zubi a casa. ¡Hostia! Que te llame al fijo de tu casa Zubi, que es tu ídolo, que juegas contra él…

Tembleque de rodillas, ¿o qué?

Bueno, en aquel momento, como en los teléfonos no sabías quién llamaba… «¿Quién es?». «No, mira, soy Andoni Zubizarreta». Y yo: «¿¿Cómo?? ¿¿Perdona??». Me acuerdo de que me dijo una frase que yo la llevo conmigo siempre: «Disfruta como si fuera el primero de muchos partidos o el último». ¡Podía ser el último! Pero por fortuna fue el primero de muchos.

Después me dio sus guantes y su sudadera: muy guay. Luego, encima, voy a la Selección española y es él el delegado, con lo cual, no sé, como que siempre estuvo presente. Primero como ídolo y luego casi como compañero. Más tarde coincidí con él alguna vez de comentarista, y es un chaval la mar de normal. De estos ídolos que dices tú: acerté. Porque a veces idolatras a una persona por la que, cuando la conoces, no te sientes correspondido.

No conozcas a tus ídolos, dicen.

Pues con Andoni no fue así. Es un tío espectacular.

Más tarde, ¿alguna vez te pasó a ti eso: que alguien más joven dijera que tú eras su ídolo, y tú hicieras con él lo que Zubizarreta contigo?

Lo mismo exactamente, no, pero hay una anécdota de lo que significa la afición del Oviedo que a mí me gusta mucho contar. Yo la cabalgata de Reyes de Oviedo solo la vi una vez en mi vida. La veía donde estaba jugando y viviendo o aquí en Avilés, pero un año fui a Oviedo. Y bueno. Veo pasar ahí a los Reyes, lo típico, la ilusión de los niños, y de repente me empiezan a llegar mensajes.

Al principio ves quién te los manda, pero como no ves nada urgente, estás ahí disfrutando. Pero ya de los mensajes pasan a las llamadas, y cuando te llama la gente, pues ya lo coges. «¿Pasó algo?». Resultaba que la TPA había preguntado a un niño que estaba en la cabalgata qué pedía a los Reyes, la típica pregunta, y había dicho que una camiseta de portero.

En aquel momento, estaban Iker Casillas y Víctor Valdés en su máximo esplendor, en su máximo apogeo. Dicen: «¿De quién? ¿De Iker, o de Víctor Valdés?». Y dice: «No, de Esteban». Que un niño, en una cabalgata de Reyes, pida una camiseta de portero y sea la del portero de su ciudad, te marca.

Por otro lado, sí he tenido a muchos jugadores que vienen del filial y te dicen que, jolín, qué bien entrenar contigo y tal. Pero a nivel de como yo con Zubizarreta… Roberto Santamaría, con Las Palmas, estando yo en el Celta, me dijo alguna cosa y cambiamos camiseta y tal; una cosa parecida. Pero no sé si me idolatraba tanto como yo a Zubi.

Empiezas en las categorías inferiores del Navarro, aquí en Avilés.

Por aquel profesor que te decía, Isidro, que era entrenador del Navarro regional. Estaba en Preferente o en Tercera, no me acuerdo ya. Nos llevó a unos cuantos a hacer la prueba con el Navarro y a mí me cogieron. Estoy muy marcado por él, por este profesor del Santo Tomás. Mi hijo mayor jugó en el Navarro también; y ahora, cuando vuelva de Erasmus, volverá a jugar allí si Dios quiere.

Es un club que conserva todavía el sentimiento familiar que yo conocí. Sigo yendo a verles, y es como si no hubiera pasado el tiempo. Ahora, en muchos clubes, priorizan el ganar, priorizan las categorías. Cuando yo era niño, en el Navarro no se priorizaba eso. Nunca me insistieron en que hubiera que ganar, y nunca supe en qué categoría estaba. Creo que nunca estuve en Primera.

Sinceramente, ¿eh? No sé si llegué a jugar en Primera Infantil, Alevín, etcétera. No lo sé. Y ahora está mi hijo ahí, lleva dos años jugando y sigue siendo lo mismo. Siguen pasándolo bien. Sigue habiendo ese ambiente de acabar de entrenar y tomar algo con los compañeros. Yo me fui con diez años al Navarro y volví con dieciocho, cedido por el Avilés; y luego con diecinueve otra vez. Es un club que se portó muy bien conmigo.

Después te vas al Avilés.

Con trece años. Y mira. En aquel momento, para jugar en el Avilés, tenían que ir a buscarte. Ahora, en muchos clubes, tú juegas si quieres. Hay una cuota y la pagas. Si no estás para el A, estás para el B; y si no, para el C; y si no estás para el equipo, pagas y estás en la escuela del equipo. Es difícil que te digan que no, porque ahora funcionan las cuotas. Pagas lo que tengas que pagar y juegas. Yo nunca pagué por jugar al fútbol. Ni pagué para mí, ni pagué por mis hijos.

Supongo que haya familias que, con estas ilusiones desmesuradas que se generan a veces con la idea de que el guaje triunfe como futbolista, se gasten dinerales que no tienen.

Yo hago muchas cosas, y una de las cosas que hago, que empecé el martes, es dar clase en la escuela de entrenadores. Doy un curso de porteros. Y cuando empieza la clase y les explico las asignaturas que hay, digo que hay una que nunca encontré profesor para darla, ni yo ni nadie, que es la de padres. Esa asignatura nunca la encontré. Creo que los padres, muchas veces, somos los primeros que perjudicamos a los críos, creándoles expectativas, poniéndoles a los entrenadores en contra…

A veces con esa cosa del padre frustrado por no haber triunfado él mismo, y que quiere redimirse con el triunfo del chaval.

Mira, hasta que yo tuve cierta edad, mis padres nunca me llevaron a un partido, ni fueron a verme. Había un tío mío que era el encargado de llevarme desde Bayas. De no ser por ese tío mío, probablemente nunca hubiera sido futbolista. Nunca tuve tampoco presión ninguna, jugase o no jugase. Me preguntaban: «¿Cómo quedasteis?», y sin más. Yo, ahora, tengo dos hijos. Uno es entrenador y el otro, como te decía, juega.

Esteban Suárez

¿Qué años tienen?

El mayor tiene veinte años, es un coco de estudiante, y el otro tiene dieciocho y es un vaguete, pero el fútbol lo ve que flipas, y tiene ya el nivel dos de entrenador y ahora está estudiando bachiller para sacarse el nivel tres. Cada uno… Pero vamos, yo, cuando les iba a ver, nunca les dije nada. Yo no voy a clase de matemáticas a decirle al profesor cómo tiene que darle las matemáticas a mi hijo. ¿Cómo le voy a decir a un entrenador cómo tiene que entrenar? Yo los dejo allí, y el entrenador que haga lo que considere.

¿De pequeño ya eras del Oviedo, o te hiciste del Oviedo solo a raíz de jugar en el equipo?

No, siempre simpaticé con el Oviedo. Pero yo me hago muy, muy, muy del Oviedo —lo cuento siempre— cuando estoy en el Avilés. Con el Avilés profesional —que estaba en Segunda B, y ese año sube a Segunda— empiezo a entrenar con trece años. Medía muy poco y pesaba menos; era una situación muy atípica la mía. Y en aquel Avilés jugaba el que ahora es el delegado del equipo, que se llama Joaquín.

Un jugador, para mí, de Primera División, la Bala lo llamábamos, pero en el fútbol no siempre llegan los mejores, necesitas una cierta suerte. Había venido del Oviedo cedido, junto con varios otros jugadores. Y él decía: «Oye, el que quiera ver al Oviedo mañana…». El típico partido del domingo a las cinco, ¿no? «El que quiera ver al Oviedo mañana, que esté a las cuatro en la puerta cero». Y nos pasaba. No había los controles de seguridad que hay ahora.

Y a mí un día me pasó y ese día me encontré a Viti, el portero; me encontré a Lăcătuş… Estabas ahí al lado de ellos, en el Tartiere, y te decías: «Tiene que molar mucho jugar en este equipo». A Joaquín siempre le digo que soy del Oviedo gracias a él; fue él quien me inculcó ir a Oviedo al Tartiere, ver a los jugadores, salir corriendo para coger el ALSA de vuelta a Avilés…

El Tartiere viejo era un campo muy especial.

Muy inglés, muy cerrado, muy de llegar media hora antes al campo y estar más de la mitad lleno, porque, quitando los socios-socios, que tenían su asiento, el resto era de pie, con lo cual, si querías tener buena ubicación, tenías que ir temprano. Cuando yo jugué en él, para mí era todo muy familiar.

Conocía el campo perfectamente ya, porque un día, si el partido no era de mucha importancia, te daban una tribuna; y si era de mucha importancia, te mandaban a un fondo. Había estado allí de aficionado, y, jugando, yo miraba esa gradas y veía muchas caras de gente que había estado conmigo animando, y que ahora me animaban a mí.

¿Qué tal fue el cambio al Tartiere nuevo?

Luis Aragonés nos dijo una frase aquel año que no renovó. Luis, la gente ya lo sabrá, y si no lo sabe lo cuento ahora, siempre se rodeó de ciertos jugadores de su confianza, y yo tuve la fortuna de ser uno de ellos. Lluís Carreras, Jorge Otero, Camarasa, Eskurza, Patxi Ferreira

Jugadores que, si tú les vas siguiendo su trayectoria, ves que acompañaban muchas veces a Luis Aragonés en sus equipos. Cuando él tomaba una decisión, que era seguir o no seguir en los clubes, a ese grupo de confianza nos lo comunicaba. Y me acuerdo de una frase que me dijo; no sé quién más estaba: «Jaula nueva, pájaro muerto». Efectivamente, así fue.

Al Sabio de Hortaleza no lo llamaban así por casualidad.

Efectivamente. Extrañamos mucho el viejo Tartiere. A la gente le costó. Pero le pasó al nuevo Tartiere como le pasó al Metropolitano, aunque ya va cogiendo olor de Calderón; a todos los estadios nuevos.

Anoeta…

Anoeta, que ahora lo han acercado. Sí. Yo, particularmente, eché mucho en falta el calor del viejo Tartiere. Estaba en medio de la ciudad y tenías que llegar con tiempo si querías aparcar; si no, yo me acuerdo de que dejaba el coche en un parking lejos, porque ya no había sitio, y luego subías caminando, mezclado entre la gente, muchos con la camiseta del Oviedo. Las cafeterías de alrededor… Tenía unas características que todavía echamos mucho de menos; otro olor, otro sentimiento.

Fichas por el Oviedo en 1996. El fichaje se negocia en el emblemático restaurante La Gruta.

Sí. Estaba en el instituto, o a punto de salir, o habiendo acabado de salir. Recuerdo que estaba en casa y suena el teléfono. Me dicen: «¿Eres Esteban?». Digo: «Sí, sí». «Soy Eugenio Prieto, presidente del Oviedo». ¡Hostia! Me dice: «Mira, queremos hablar contigo». La conexión era [José Luis] Quirós, que era mi entrenador en el Avilés, otra persona muy importante en mi carrera; el segundo en la escalera, después de Isidro en el colegio.

Me dice Eugenio Prieto: «¿Qué tienes que hacer esta noche?». «¿Esta noche? Nada». «¿Podéis venir a Oviedo?». «Sí, sí». «Pues a las nueve en La Gruta». Yo no sabía dónde estaba La Gruta. «No te preocupes, a las nueve en el Tartiere». Me acuerdo también de que me dice: «¿Quién es tu representante?». «¡No tengo!». «Pues vienes con tu padre». Y así fuimos. Mi padre y yo.

En la puerta cero del Tartiere nos cogió él y nos cogió Santiago Llorente, que era el director deportivo. El entrenador era Lillo, que acababa de fichar. Fuimos a La Gruta. Cenamos y, después de un buen rato, Eugenio dijo que me quería fichar y que las condiciones eran las que me puso encima de una servilleta.

Yo no soy Messi, pero también firmé en una servilleta (risas). Me acuerdo de que, de camino de Avilés a Oviedo, íbamos hablando mi padre y yo de cuánto podían ofrecerme, y yo le dije a mi padre: «¿Cuánto cobras tú, papá?». Dice: yo cobro esto. Pienso: «Pues me pagarán más o menos eso, ¿no? Buah, ¡si me pagaran eso…!». Mi padre me dice: «¿Cómo te van a pagar eso por jugar al fútbol?». No entendía que él en ocho horas cobrase lo mismo o menos que yo en dos. Al final resultó que me ofrecían bastante más, y seis años de contrato.

Estaba que no me lo creía. Cuando salimos de allí, llamamos a mi novia, que ahora es mi mujer, y yo le decía que no tenía muy claro que fuera verdad; que para mí que me estaban engañando. Pero al día siguiente se firmó, y hasta hoy. Eugenio Prieto, conmigo, siempre tuvo un comportamiento espectacular. Conmigo y con todos los canteranos.

Me contaron que llamaba a cada uno personalmente por sus cumpleaños, Navidad… E incluso iba a buscar a alguno a su pueblo en su propio coche para llevarlo a jugar. Esa cosa de los clubes familiares que decías antes del Navarro, pero en un equipo de Primera.

Lo de las llamadas era así, sí. Uno por uno. Se sentaba en la oficina del viejo Tartiere, le pasaba una lista el secretario que tenía y llamaba a todos los críos al teléfono de sus padres. Desde el benjamín más pequeño hasta el mayor de todos. Si a lo mejor estaba el abuelo enfermo, les preguntaba por el abuelo. «¿Qué tal tu güelu?», tal. Yo, un día, iba por Oviedo con mi mujer, veníamos del Cristo, donde estudiábamos —en Magisterio—, y habíamos aparcado en el Tartiere viejo porque había zona azul, un parking amplio. Y nos lo encontramos por el camino.

Iba a dejar a mi mujer al ALSA en Oviedo, para que viniera a casa, y yo me iba a entrenar. Nos dice: «Coméis conmigo los dos». «¿Cómo vamos a comer contigo, presi?». Íbamos en vaqueros, éramos estudiantes. Nos invitó a comer y yo le dije: «Oye, presi, pero yo me tengo que ir, porque tengo que entrenar». Dice: «Nah, no te preocupes. Vete a entrenar, que yo llevo a tu mujer al ALSA».

Era mi novia, éramos críos, veinte años, veintuno. La relación conmigo siempre fue espectacular. Por supuesto, vino a mi boda. Es de las personas a las que más tengo que agradecerle. Me fichó. Y yo siempre digo que, para mí, es más difícil llegar que mantenerse. Mantenerse depende de ti, llegar depende de mucha gente a tu alrededor a la que tienes que gustarle.

Tienen que darse una serie de circunstancias. Cuando te pongan en una portería, dependerá de ti; pero llegar ahí… Yo lo tuve relativamente fácil, porque fue todo muy rodado, pero muchas personas anónimas me tuvieron que ayudar por detrás.

Esteban Suárez

Ese discurso de «nadie me ha regalado nada», ¿no? Es mentira: necesitas a mucha gente que te regale cosas. Que tu tío te regale su tiempo y te lleve a entrenar, que Eugenio Prieto te regale el calor humano que hace que te sientas a gusto en un club que te mima…

Hombre, sí, sí. A ver, hay que trabajar. Hay muchos padres que te dicen que su hijo es muy bueno y que no está jugando porque el que está jugando es un enchufao. Yo siempre digo: no te preocupes, que el fútbol es un embudo con muchas bolas dentro, y van cayendo con cuentagotas, pero si caes, es porque eres bueno.

Cuando llegas a profesional, es porque eres bueno. No conozco a nadie que haya llegado a profesional que fuera malo. Ahora bien, sí, tienen que ayudarte. Y tienes que tener suerte. La suerte juega un papel fundamental. Yo me lo curré mucho, muchísimo, pero he tenido momentos de mucha suerte a mi favor. Que hubiera cuatro porteros en el Oviedo y tres no pudieran jugar, y entonces jugara yo… Ahora bien, vete preparao, porque luego te lo tienes que ganar.

¿Cómo fue aquella historia? Expulsan a Mora; Buljubasich, que es argentino, no tenía los papeles de comunitario…

Yo llego al Oviedo en el noventa y seis, y están de porteros Mora, Cano —aquel porterazo, que había roto el escafoides— y Rafa, que era un chico de Avilés. Yo era el cuarto. Me habían dicho que jugaría con el filial, pero entrenaría a veces con el primer equipo. Pero llego el primer día a entrenar (ya había empezado la pretemporada, porque fiché con la pretemporada muy avanzada) y le digo a Juanma Lillo: «Míster, ¿qué días vengo?». Me dice: «Todos. Y el viernes, decidimos. Si no pasa nada, te vas con el filial, el sábado entrenas con ellos».

Bueno. Esto es por la mañana; el primer equipo entrenaba por la mañana. Y esa misma tarde, voy con el filial y le digo al entrenador, [Juan] Fidalgo: «Míster, ¿yo qué días entreno contigo?». Me dice: «Todos». De aquella era todo así, trato directo, face to face, no había representantes. Y yo, por no molestar a ninguno, empecé a entrenar doble casi todos los días.

Cogía el coche, iba a Oviedo, entrenaba con el primer equipo, comía en un restaurante en el que me pagaba el Oviedo el menú del día y hacía una medio siesta en el coche en unos terrenos que había, que yo decía: «Si algún día hacen pisos aquí, me compro uno, porque quiero dormir en una cama».

Luego, de hecho, compré un piso ahí. Por la tarde, entrenaba con el filial. Y no me atrevía a decirle a ninguno que no iba. ¿Cómo le iba a decir a Fidalgo que no iba? ¿Quién era yo? Y ¿cómo le iba a decir que no a Lillo? Entrené doble muchos días de ese año, hasta que pasó una cosa, justo en el momento en el que echan a Lillo y viene [José Antonio] Novo. Cano tiene un problema con la afición y deja de ir convocado, y entonces voy convocado yo dos días.

¿Qué problema tuvo Cano?

Lillo decide cambiar a Mora por Cano y Cano comete dos errores en casa, y al descanso pide cambio, y se hace muy público que pide cambio. El nuevo entrenador me llama y me dice: «Mira, ahora mismo, Cano no puede jugar en el Oviedo. Ni puede, ni quiere. Mora es el portero titular y nos quedas tú». Rafa se había ido al Málaga, me parece. Cedido. «Nos quedas tú y hay que jugar contra el Valencia y contra el Sporting». Eran los dos últimos partidos de Liga, en la 96/97, que nos mantuvimos.

Vas convocado, pero no juegas. Tu debut es la temporada siguiente.

Sí. Viene Tabárez, y Tabárez trae a Buljubasich, un portero contrastado. Seguía Mora y estaba Cano, que seguía con nosotros porque no había encontrado acomodo todavía. Y yo. Bueno. En aquel momento se estilaba mucho jugar con el primer equipo a las cinco y que el filial jugara por la tarde, a las siete. Yo, muchas veces, jugaba después de haber ido convocado con el primer equipo.

Pero un viernes, empezada ya la Liga, me llama el delegado, Vili, y me dice: «Oye, Esteban, tienes que venir a La Campana, el hotel de concentración, porque resulta que a Buljubasich no se le metieron los papeles de comunitario, y entonces ocupa plaza de extracomunitario». Estaba Pompei, estaba Gamboa y estaba Onopko de extracomunitarios. «Vas a venir tú convocado con el primer equipo, y cuando no juegues, juegas después con el filial». Vale. Así se hace. Y un día, esperando a jugar con el filial, echan a Mora y aparezco yo.

Tremenda serie de carambolas.

¡Sí! Que, de cuatro porteros, uno pida un cambio, a otro lo expulsen y con otro haya un error de no meter los papeles de comunitario…

¿Qué recuerdo tienes de Juanma Lillo? ¿Era muy filósofo? Me acuerdo de una vez que dijo que Redondo era «un posibilitador de posibilidades». Tenía esa cosa de intelectual del fútbol.

A ver, seguramente haya pros y contras de él. No deja a nadie indiferente. Para mí, es el que me ficha. De aquella era por vídeos; no había las plataformas que hay ahora. Eran vídeos y también me vino a ver a algún partido en directo, aquí en Avilés, y le gusté porque ya era esa época en la que el portero tenía mucha participación en el juego colectivo y había la tendencia a jugar muy adelantados: presión alta, defensa adelantada, tirar al fuera de juego y un tipo de portero que no solo pasase, sino que hiciese de libre y, por supuesto, tuviera buen toque de balón.

Pero sobre todo la cuestión posicional, ser capaz de jugar detrás de una defensa muy adelantada. A Lillo le gusté y desde el primer momento me trató como uno más. La gente dice que hablaba muy filósofo, pero lo traducía en el campo. Los futbolistas lo entendíamos todo, y muchos jugadores evolucionaron con él, yo los vi evolucionar por la forma como te lo explicaba todo.

Aquellas frases son lo que queda en la retina, la gente te las recuerda cuando pierdes, pero la experiencia que tengo yo con Lillo es haber aprendido mucho: de sistemas, de presiones altas, de ocupación de espacios, cosas de las que hoy habla todo el mundo, pero que en aquel momento no se hablaban.

Y que ibas a jugar un partido y tenías la sensación de haberlo jugado ya, porque él ya te había dicho lo que iba a pasar. Otra cosa era que fuéramos capaces de poner en práctica lo que habíamos trabajado.

Estos entrenadores tipo Guardiola que estudian obsesivamente cada detalle del equipo rival, ¿no?

Sí, pero en el año noventa y seis, cuando yo llego al Oviedo, mira a ver. A lo más que aspirabas era a ver vídeos. No existía Mediacoach y estas cosas, donde ahora lo tienes todo al momento de cada partido. En aquel momento, te lo tenían que explicar, y tú entenderlo. Lillo, por otra parte, anteponía el buen fútbol a los resultados, porque creía que, a través de unas buenas costumbres, llegarían los resultados.

Vuelve a entrenarte en tu etapa en Almería. Es algo que te ha solido pasar. Lo de que entrenadores te entrenaran dos veces, digo.

Sí, yo una de las suertes que tengo es que con casi todos los entrenadores que tuve repetí. Con Lillo, efectivamente, repetí en el Almería. Él llega cuando yo ya estoy allí, pero, por ejemplo, Luis Aragonés me llama otra vez al Atlético de Madrid, Fernando Vázquez me llama al Celta… Me quedo con que los que trabajaron conmigo repitieron.

Lillo fue mi primer entrenador profesional, y desde el primer día me puso a jugar de portero en la pachanga con los profesionales. Y muy bien. En el Almería también estuve muy a gusto aquel año con él. Me parece que es un entrenador que puede hacer muy bien la función de segundo de un Guardiola. Siendo segundo, estás menos en los focos y no te expones ante la opinión pública —que, muchas veces, si no ganas, es devastadora—, pero el conocimiento que tienes se aprovecha.

Una pregunta que me he hecho siempre. A un portero, ¿cuánto le entrena el entrenador propiamente dicho y cuánto el entrenador de porteros? ¿Es un fifty-fifty?

No, manda el entrenador. Siempre el entrenador. Es el que toma las decisiones. El entrenador de porteros puede opinar, y ha ido adquiriendo cada vez más importancia. Yo viví el paso de estar en el Oviedo en el año noventa y ocho en Primera División sin entrenador de porteros a que, ahora, cualquier equipo amateur tenga uno.

Pero en algún curso, alguna charla que me llaman a dar, siempre digo: «¿Entrenador o entretenedor de porteros?». No toma decisiones, las toma el entrenador. Yo de entrenador de porteros tuve a Viti, que había sido portero del Oviedo, y el portero de Europa del Oviedo. Que él sea tu entrenador lo vives con mucho sentimiento, pero siempre tienes en cuenta que el mejor psicólogo que tiene el club, el mejor entrenador de porteros, etcétera, es el entrenador; él es el que tiene la jerarquía. Nunca oirás que echen a Llopis del Madrid. Echan a Ancelotti. El entrenador es el que tiene todos los focos sobre él.

Esteban Suárez

A lo largo de tu carrera, en tu progresión como portero, ¿recibiste algún tip crucial, lo aprendiste a mitad de trayectoria, que sea interesante contar?

Mira, a mí, con cuarenta o cuarenta y un años, me pasó una cosa increíble. Llegó al Oviedo de entrenador de porteros Xavi Valero, que venía de serlo con Benítez en el Liverpool. Llevamos diez días de pretemporada y me coge un día aparte. Me dice: «Mira, si tú eres capaz de, en esta situación, hacer esto, la mayoría de los tiros los vas a poder parar».

¿Qué situación era?

Cuando un delantero está muy cerca de ti, balón botando, primer contacto, y tiene que rematar rápido. Ahí, si tú no te tiras, tienes muchas posibilidades de pararlo. ¿Por qué? Porque el delantero no va a buscar el balón, va a golpear de primeras, fuerte, como le venga. Y ese balón va a pasar muy cerca de ti.

El secreto está en que no te venzas a ningún lado, que te quedes quieto. La tendencia humana, cuando se te quedan cerca, es a intentar adivinar. No, quédate quieto. ¡Ostras!, pues me lo dijo, fuimos a León a jugar un partido de pretemporada, me metieron un gol por moverme y me di cuenta de que era verdad; de que, si en esa situación eres capaz de comportarte como él me dijo, paras muchos balones.

La rabia es haberlo aprendido con cuarenta y un tacos en vez de con, no sé, veinticinco.

Yo se lo decía: joder, si me lo dices hace diez años, hubiera parado algún balón más. Sí, sí. Es que es una situación que se da muchas veces en un partido. Ahora que soy comentarista, me fijo. Es muy fácil fijarse cuando eres comentarista, claro. Pero te das cuenta de eso: ¡si se hubiese quedado quieto…!

Uno de los porteros que más ha evolucionado en ese sentido es Unai Simón. Antes, siempre que le metían un gol, decías: huy, es que está hacia un lado. Ahora ves que para muchos. La gente dice: ¡le pegó al muñeco! Pero es que el muñeco hace algo para que le peguen. A mí eso se me quedó grabado. También me acuerdo mucho de Javi Gracia, al que tuve de entrenador en el Almería.

Con él entrenábamos varias opciones de salir jugando desde atrás; de salida de balón. A veces la gente dice: ¡los centrales abiertos! Y es como: vale, ¿y después qué? El central tendrá que estar abierto, pero, si me la devuelve a mí, ¿qué hacemos después? ¿Cómo es la progresión? Con Javi Gracia teníamos progresión, varias opciones: oye, si te la da y te presiona a la derecha y tiene la zurda… Etcétera.

La pretemporada aquella fue muy dura para mí, porque cada mañana teníamos media hora de vídeo los porteros, y yo no acababa de cogerlo. Me costaba mucho, me costaba mucho. Pero Javi Gracia me decía: «Vamos a ver, Esteban, estamos en julio, estamos en agosto, tranquilo. ¡Hasta que empiece la Liga…!». Al final acababas jugando con naturalidad y dándole normalidad a situaciones: si tengo el balón aquí y aquí tengo un compañero, si…

Él me dio todas las herramientas que necesitaba. ¿Que necesito una llave inglesa? La tengo. ¿Que necesito un alicate? Lo tengo. Me quedo con eso; con que Javi Gracia me moldeó y Xavi Valero me dio después aquel otro consejo.

Volvamos al Oviedo de los noventa. Creo que Óscar Washington Tabárez, aquel entrenador uruguayo, te puso en tu sitio un día.

Tabárez era top, top. Veníamos de Lillo y de un estilo de juego revolucionario, que ahora hacen todos prácticamente, pero que en aquel momento era novedoso; una forma de hablar novedosa también, etcétera. Y pasamos a Tabárez, que venía de Italia y le daba mucha importancia al físico, a la fuerza, pero no a lo que aquí entendíamos por fuerza, que era los miércoles físico, o quince días de pretemporada físico, y no tocar un balón. Era físico con transferencia al campo; ir al gimnasio y ponerse las botas rápido para ir a entrenar. Transferencia.

Tabárez tenía eso y tenía la jerarquía, el orden, el método. Tenía o tiene un entrenador de porteros, Celso Otero, que a mí me ayudó mucho. Pues bueno, la anécdota por la que me preguntas: un miércoles habíamos ganado creo que dos cero al Salamanca en casa; yo llevaba ya mis nueve o diez partidos jugados y lo había hecho muy bien. En esto, me dice el delegado que Tabárez me espera en su habitación en el hotel en el que estamos concentrados, después de comer, antes de ir a entrenar por la tarde. Que quiere hablar conmigo.

Yo pensaba sinceramente que sería para halagarme. Llevaba unos partidos muy buenos y nunca me había dado ningún piropo, nunca había hecho un aparte conmigo para decirme «muy bien, Esteban». Pensaba que me iba a decir que muy bien. Pero el tema era que me habían hecho una entrevista y el titular había sido: «Ahora que soy portero de Primera División…». Bueno. Entro en la habitación, él estaba lavándose las manos, no se me olvidará. Me dice: «Siéntese».

Él se sienta en la cama, yo en una silla pensando que me va a decir «¡qué bueno eres!». Pero me dice: «Usted ¿qué número lleva en la camiseta?». Digo: «el 27». Número de filial. Me dice: «¿Usted sabe que está jugando porque no hay otro? ¿Qué es eso de que es jugador de Primera División? Jugador de Primera División es Berto, que lleva cien partidos. Usted juega porque no hay otro. Igual este domingo se va con el filial y ya no juega más. Dedíquese a entrenar y menos a pensar que es de Primera. Usted es del filial y hoy está aquí y a lo mejor el domingo está con el filial».

Cura de humildad.

Sí, de humildad, de hacerte ver la realidad de que llegaste por circunstancias y en cualquier momento lo puedes perder. Pero todo desde el respeto, ¿eh? Y muy bien. Yo aprendí mucho con él. Aquel año jugué veintiocho partidos, y no jugué más porque estaba Buljubasich, porque en la promoción me tuve que ir con la Selección sub-21… Pero aprendí muchísimo. Con la perspectiva del tiempo me doy cuenta.

A lo mejor él tenía claro que no ibas a volver al filial, pero tenía que meterte en la cabeza esa posibilidad para que no te fliparas y te perdieras.

El entrenador de porteros, con el que tengo relación todavía, alguna vez me dijo: «Esteban, nosotros veíamos portero, pero necesitábamos que no te perdieras. Para jugar, tenías que trabajar mucho. Más que los demás, por tu físico, por… Si bajabas a un nueve de intensidad, eras mediocre. Tenías que dar el nueve y medio como mínimo».

Yo me alegro mucho de eso. La disciplina era espartana. Me acuerdo de que un día estábamos los cuatro porteros entrenando con Celso Otero, una paliza terrible, y cuando nos dejó ir al vestuario, empezó a reírse un compañero, otro portero, y él dijo: «Ah, ¿que todavía tenéis fuerzas para reíros?». Y nos mandó al campo otra vez a entrenar. Pero había respeto, ¿eh?

En la temporada 1998/1999, el entrenador es Fernando Vázquez. ¿Qué recuerdo tienes de él?

Venía del Compostela. Ahora mismo no sé por qué no continuó Tabárez, si fue cosa del club o de él. Fernando Vázquez era un entrenador joven que caía muy bien. Curiosamente, no trajo entrenador de porteros, solo preparador físico. Alguna vez le pregunté: «Míster, ¿y el entrenador de porteros…?». Me dice: «Esteban, en un partido, ¿qué hay? En un partido hay centros, y los centros los entrenamos aquí, no te preocupes».

Oye, pasé una temporada fenomenal, e hicimos una temporada en la que nos salvamos relativamente cómodos e incluso llegamos a ir muy bien hacia la mitad. A veces el mito de la necesidad de ciertas cosas… Con Fernando Vázquez tuve muy buena relación. Más tarde me repescó para el Celta, y cuando estuve en Madrid, en el Atleti, él estaba en el Rayo y quedábamos muchos días para comer, y me llamaba muchas veces para preguntarme por jugadores.

Era fácil. Era un chaval muy normal. No recuerdo nada malo. Nos daba mucha libertad, mucha toma de decisiones, para las marcas, para las barreras… Me decía: «Oye, elígelas tú, porque tú los conoces mejor. ¿Qué te gusta más?». Consensuaba las cosas.

Esteban Suárez

A nivel de vestuario, ¿con quién te llevabas mejor en aquel Oviedo?

Llegué a un vestuario muy hecho. Estaba Manel, que era de Avilés, así que íbamos en el coche juntos. Luego estaba Onopko, que desprendía jerarquía. No hablaba castellano casi, pero se le entendía cuando quería hablar. Estaban Paulo Bento, Abel Xavier, Iván Ania, Jaime —que había estado conmigo en el filial—, Dani Amieva, Tito Pompei… Con Tito Pompei quedábamos todos los días, cuando acabábamos de entrenar, a tirar tiros desde fuera del área. Hacíamos apuestas.

Él me llamaba Telepizza, porque había veces que yo decía: «¿Qué? ¿Llamo a Telepizza para comer?». Estábamos allí siempre. Con Tito mantengo todavía relación. En los vestuarios de antes no había móviles, no había redes sociales, era llegar media hora antes mínimo y conversar, hablar. Ibas a comprar un piso y le decías a Antonio Rivas: «Antonio, ¿un piso en Oviedo…? ¿Dónde me aconsejas? ¿Conoces a alguien?».

O hablabas con Berto. O Buljubasich te enseñaba a golpear de medio lado para que el balón fuera menos alto y más lejos. Los vestuarios eran muy sanos de aquella.

No estaba cada uno con su móvil y sus cascos, ¿no?

¡No! La música, yo no sé si se ponía música de manera habitual. Llegabas y hablabas, no había más. Me acuerdo de la novedad de cuando llegaron los móviles aquellos con el juego de la serpiente, fíjate lo que te voy a contar. No había más. Tenías que hablar y hablabas. Tampoco teníamos tanta gente alrededor como después.

Si ibas a comprar un coche, hablabas con alguien que tenía un conocido en un concesionario, iba contigo y comíais. Con Gurrutxaga, otro chico que jugó conmigo, y Óscar Pérez, cogíamos y decíamos: «Venga, vamos a comer un menú por ahí y luego a los karts». O: «Vamos a una ruta en quad, ¿quién viene?». Ocho, diez, doce… Era así. Casi todos los jueves había cena de equipo en Oviedo.

En la temporada 1999/2000 le paras un penalti a Hasselbaink, lo que consuma el descenso del Atlético a Segunda.

Teníamos un equipo muy justo. Estábamos mal económicamente, e hicimos un equipo muy con gente de casa. Pero teníamos a Luis Aragonés, que era un conseguidor de cosas. Cuando a mí me preguntan quién fue mi mejor entrenador, digo: «Luis Aragonés».

Cuando jugamos aquel partido, sabíamos que no iba a seguir. Se iba a Mallorca. Y sí. Viene el Atlético de Madrid y viene muy apurado. ¿Quién pensaba que se iba a meter el Atlético de Madrid en problemas? Tenía un equipazo: Hasselbaink, Chamot, Gamarra, Molina de portero, Aguilera, Santi Denia, Kiko, Vieri… ¡Un equipazo! Valerón, Baraja…[Vieri, pichichi con el Atlético en la temporada 1997/1998, no formaba parte ya de la plantilla de aquel año; tal vez Esteban se confunda con el también italiano Venturin].

Un equipo para ganar la Liga.

Para pelearla, sí. Pero ay, amigo, vienen aquí y se juegan la vida contra otros que se la jugaban también. Si ganábamos, descendían. O si empatábamos. Pero si nos ganaban, nos metían en problemas a nosotros. Luego nos quedaban todavía otros dos partidos, en Vallecas y San Sebastián.

Ganarles era una manera de quitarnos un enemigo. El partido lo empezamos ganando dos cero, pero nos empatan. Me acuerdo del segundo gol de Hasselbaink, de cabeza. Y al momento, penalti en contra. Tú ahora mismo te metes en Internet y no te hace falta tener plataforma: si quieres ver penaltis de Hasselbaink, ves cien.

Pero en aquel momento lo que yo hacía era, por ejemplo, preguntarle a Toni Prats, el portero del Betis, con el que hablaba mucho: «Oye, Toni, ¿a ti estepor dónde te tiró el último penalti?». Yo había visto que la semana anterior había tirado un penalti Hasselbaink —contra el Málaga, creo— y lo había tirado a la derecha del portero, y lo había fallado. En el Tartiere yo dije: joder, se colocó igual. Es diestro. Tiene presión. No sé. Hay tres del equipo suyo ahí. Yo creo que lo va a tirar por este lado. Y así fue.

Pero todo esto, estas cábalas, te pasan por la cabeza en tres segundos.

Bueno, a mí me sacan tarjeta amarilla por perder tiempo. Siempre digo que un delantero, cuanto más tiempo tiene, más se aleja del gol.

¿Por sobrepensar, digamos?

Claro. Si tú tienes una sola opción, pumba, tiras. Tienes claro lo que vas a hacer. Cuanto más tiempo pasa, empiezas a preguntarte: ¿y si…?

Y ¿cómo pierdes el tiempo? ¿Demorándote mucho en ponerte los guantes o algo así?

Bueno. Fácil. Sales a protestar. Le cogí el balón a Hasselbaink cuando lo tenía colocado y forcé la tarjeta. Te pones en su pellejo, fallar un penalti en esa situación… Que a ver. Lo cuento porque lo paré. Si lo hubiera tirado para el otro lado, estaba liquidado. Pero lo paré y nos quitamos a un rival de encima. Después, todavía nos quedaron dos batallas: Vallecas, donde ganamos, y el último partido en casa con la Real. Casualidades de la vida, dos años después yo juego en el Atlético de Madrid.

¿Qué tal le sentó a Luis Aragonés descender a su equipo de toda la vida?

Buah. Luis era un profesional. Descendió al Atlético de Madrid y al año siguiente desciende al Oviedo. Aquel partido lo preparó como si hubiera nacido en la calle Uría [la más conocida de Oviedo].

¿Pero estaba fastidiado?

Sí, él estaba fastidiado. Muy contento por nosotros, porque yo creo que salvar al Oviedo fue lo que lo puso a él otra vez en el escaparate. No nos olvidemos de que Luis llega aquí sin muchos pretendientes. A partir de aquí es cuando vuelve a resurgir. El corazón le tiraba cero; era un profesional.

Todo el mundo tiene su anécdota divertida con Luis Aragonés. ¿Cuál sería la tuya?

Yo hablaba muchísimo con él, porque él hablaba mucho con los jugadores. Y una muy, muy buena que tengo es que un día estaba yo ahí entrenando con el entrenador de porteros, que creo que era Viti en aquel momento (fíjate, de compañero tenía a Unzué, un porterazo), y viene a nuestra zona. Yo seguía siendo joven; llevaba dos o tres años jugando. Dice Luis Aragonés: «Tírale cuatro balones a Esteban y que las pare. Dos a cada lado».

No entendía muy bien por qué. Bueno. Me tira uno, me tira otro, lado derecho, lado izquierdo. Y cuando acaba, me dice Luis: «Mira. La primera que paraste es para Hacienda. La segunda, para tu mujer. La tercera, para tus hijos. La cuarta, para ti. Esto es lo que tienes que parar para vivir del fútbol». ¡Y es verdad!

Al final de tu carrera, miras el porcentaje y es verdad. Tienes que tener una carrera larga y tienes que tener cuidado con lo que gastas, porque aquello es muy bonito, pero con treinta y pico años se acaba. Son esas lecciones de vida que… Yo había partidos que perdía dinero, claro, porque paraba un balón o dos nada más.

También me acuerdo de otra vez que me dijo: «¿Sabes cuál es el contrato más importante que tienes que firmar? El de la rubia». «¿La rubia, míster…?». «Tu mujer. ¡Como te equivoques ahí…!». Él conocía a mi novia, que hoy es mi mujer. También me acuerdo de otra. Aquel equipo encajó muchos goles, porque peleábamos por no bajar.

Y un día me dice: «Mira, Esteban: cuando te metan tres o cuatro goles, ¿a ti qué es lo que más te gusta hacer así de relax?». Digo: «Míster, lo que a mí me gusta es andar en quad». «Pues cuando vayas perdiendo tres o cuatro cero, piensa que mañana vas a estar en quad por el monte. Olvídate de lo que está pasando en el partido, porque ya solo te puede hacer daño».

Se las sabía todas. Era espectacular. Todo el mundo debería tener la suerte de que le hubiera entrenado Luis Aragonés una temporadina. Para ver lo que es el fútbol, el día a día, los detalles, todo.

Esteban Suárez

De aquella plantilla formaba parte el añorado Dubovský, que aquel verano después de salvaros muere trágicamente en Tailandia.

Yo creo que el año que bajamos, bajamos entre otras cosas porque Dubovský era nuestra estrella; un jugador nivel Barça, Madrid, Atlético…

Venía del Madrid, de hecho.

Sí. ¿Qué pasa? Que él encuentra aquí un entorno muy favorable, un entorno donde es muy querido, donde su novia es feliz, donde el grupo de trabajo éramos todo buena gente… Le llamábamos Furia, pero no en plan aquello de la furia española, sino por lo contrario; por la calidad que tenía y que, cuando la sacaba, normalmente el equipo ganaba. Cuando él te decía «hoy furia sí», sabías que probablemente ibas a ganar. Era diferencial.

¿Un jugador irregular, pero que el día que estaba inspirado era espectacular?

Sí… No sé si irregular o…

Yo soy del Sporting, y eso se decía mucho de Lediakhov.

Pero para mí era mucho mejor este. Si este chaval está el año aquel, no bajamos. Dubovský era un jugador espectacular, un jugador de Madrid, de Barça, puesto en un equipo que peleaba por no bajar. Era como si Bellingham, hoy, se fuese a jugar a, ¿qué te diría yo?, el Celta, y tú dijeras: «¿Por qué juega Bellingham en el Celta?». Pues porque está agusto en Vigo, le tratan bien, tiene buen salario, es feliz, y en el Madrid a lo mejor hay un entorno, unas exigencias, que no le hacen disfrutar.

Aquí Dubovský disfrutaba. Era nuestro jugador franquicia, y que falleciera en las circunstancias en las que falleció también nos afectó mucho. Es un compañero al que ves todos los días, ¿cómo no te va a afectar? La gente no se da cuenta de que en un vestuario estás mucho más que dos horas; de todo lo que compartes. Ahora menos, pero en aquel momento eran muchas horas juntos.

Un desplazamiento del Oviedo para jugar contra el Levante a lo mejor era marcharse de viernes, o de sábado muy temprano, y llegar de vuelta el lunes. Y era el viaje y era el café y eran las risas. Ir viendo una película todos juntos. Escogerla. Nos pasaban una lista de películas del videoclub y yo iba con Manel una hora antes de que saliese el autobús a coger la que fuera, y cuando la película era buena, muy bien, pero cuando era mala te criticaban.

Había esa convivencia y hoy hay menos, porque hay muchísimos más factores que te despistan o que te pueden entretener. En aquel momento llevabas dos periódicos, una revista o dos, la película y al autobús. Y todo el día juntos. El disgusto de que uno de esos compañeros muera y tener que ir luego a un vestuario en el que estaba su taquilla es duro.

Fue justo antes de empezar la temporada, además.

Serían diez días antes de empezar la pretemporada, y no solo eso, durante la pretemporada, otro compañero nuestro sufre un accidente aquí, en la carretera del aeropuerto, y fallece su novia, y algún familiar más se queda en silla de ruedas. Todo eso en el mismo mes. Más luego, que tampoco nos sobraba calidad. Éramos un equipo que íbamos apretados para no bajar.

Más lo del campo nuevo.

Más campo nuevo, más Antić, que yo creo que en ningún momento nos entendió o le entendimos o era un entrenador para el Real Oviedo.

La generación de Carlos y compañía sí guarda buen recuerdo de él.

Pues yo no. Él llega después de Luis Aragonés y es totalmente distinto. No fue un acierto y no salió la cosa bien.

De la muerte de Dubovský, ¿cómo te enteraste? Yo tenía trece años, pero me acuerdo. Fue una conmoción en Asturias.

Me acuerdo perfectísimamente. Estaba en Menorca. Casualmente, yo me iba a ir a Tailandia de vacaciones también, pero mi mujer tenía al abuelo pachucho y no nos atrevimos a irnos tan lejos, por si pasaba algo. Que luego pasó, pero muchos años después. Decidimos quedarnos en España y nos fuimos a Ibiza —cuando no era Ibiza-Ibiza— y luego a Menorca. Me enteré allí, en la playa; me acuerdo de la playa y de cómo estaba. A las cuatro o cuatro y pico me llamó para contármelo Vili, un delegado espectacular.

¿Billy, con B?

No, no. Con uve. Vili.

¿De Viliulfo o así?

¡De Evilasio! Fue jugador del Oviedo; llegó a jugar un partido en Primera, creo. Un tipo fenomenal.

Descendéis en un partido contra el Mallorca de, casualidades de la vida —y ya lo comentaste antes—, Luis Aragonés.

Bajar, bajar, yo creo que nuestra sentencia fue contra el Real Madrid aquí, el penúltimo partido de Liga. Ellos no se jugaban nada y nosotros sí. Si hubiéramos ganado, nos hubiéramos salvado. Y empezamos ganando uno cero, pero nos empatan. Creo que lo mete Munitis o Helguera, no me acuerdo ahora [en realidad lo mete Solari]. Y nada.

Luego vamos a Mallorca y yo no estoy bien ese día. Perdemos dos-cuatro. Y teníamos que ganar. No nos valía ni el empate, porque el Osasuna gana en San Sebastián de una manera cuando menos sospechosa, o atípica. Pero no somos capaces de ganar ese partido y llega el descenso. Y la sensación de que iba a hacer daño ese descenso.

Que no iba a ser una vuelta rápida a Primera, ¿no?

No, no. Teníamos la sensación, o yo la tenía, de que no. Muchos cambios, Eugenio ya no estaba en el club, empezaba a haber algún problemilla económico… Luego es verdad que empezamos la pretemporada con mucha ilusión, porque teníamos un equipazo en Segunda. A nosotros nos hizo mucho daño la marcha de Dely Valdés al Málaga.

Era un jugador diferencial, y no solo por los goles, que también. Un chico que mete diecinueve goles con el Oviedo en Primera División… Eso es cuantitativo, pero es que además venía a defender los córneres, hacía en todos mis saques unos pases medio buenos… Era un jugador muy importante.

Esteban Suárez

¿Cómo vives todo aquel proceso dramático del descenso del Oviedo a Segunda y finalmente Tercera, la creación del ACF, etcétera?

Me pilla ya fuera. Yo estuve un año con el Oviedo en Segunda, con Quique Marigil de entrenador. Creo que ahí se perdió un gran entrenador. Quedamos sextos, creo, pero en aquel momento no había playoff, y subían tres. Hubo un partido muy importante aquí contra el Atlético de Madrid que perdimos, y ahí se nos fue. Si hubiéramos ganado, hubiéramos podido engancharnos de pleno a la lucha.

Teníamos un equipazo, pero claro: estaba el Atlético de Madrid, y había muy buenos equipos por lo demás. No ascendemos y además empiezas a ver que hay muchos problemas económicos. Pero yo tengo la suerte, entre comillas, de que Luis Aragonés me llame para ir con él otra vez al Atlético de Madrid. Como cedido.

Me voy en agosto, y todo lo que pasa después, o sea, la temporada siguiente en Segunda y ese descenso deportivo y luego económico, a mí ya me pilla en Madrid. Seguía al Oviedo, por supuesto, y el primer mensaje que yo miraba siempre era cómo había quedado el Oviedo, pero no seguía tan de cerca el problema que condujo a ese descenso administrativo a Tercera.

Me entero, me acuerdo, en Unquera, tomando un café, que venía de pasar el día en Santander. Me lo cuenta un amigo: «Esteban, tiene mala pinta esto».

¿El ACF habló contigo; te tentaron de alguna forma? No me refiero a ficharte, sino a utilizar tu imagen en aquellas campañas que se hacían, con caras de jugadores históricos del Oviedo validando que el ACF heredara la legitimidad histórica del club.

No, no, no. Tsk, tsk. Para nada. Cuando tú sabes que te van a decir que no… Yo sé que, si voy a un banco y pido diez millones de euros, no me los van a dar, así que no voy. Yo creo que ellos fueron a los que había opciones de que dijeran que sí. Conmigo no hablaron en ningún momento.

¿Qué opinión tienes de lo que hizo Oli, que se convirtió de algún modo en el villano de esta historia para la afición oviedista, debido a su rechazo a retirar una denuncia al club por impago, que abocó al Oviedo a descender a Tercera?

Oli no era de los jugadores con los que más afinidad tuviera. Al final, ¿con quién tienes más afinidad, con quién tengo yo más afinidad por ejemplo en el Almería? Con el que está casado, con el que tiene hijos, con el que es más o menos de tu edad… Con Olino tuve mucha.

Y en cuanto a lo que me preguntas, como no estaba allí… Yo no estuve en esas reuniones, ni sé lo que pasó, y leía lo que se publicaba, pero te das cuenta muchas veces de que lo que se dice o se escribe va muy en función de quién lo cuenta y qué intereses tiene. No sé lo que pasó.

Estaba fuera y ni siquiera sabía que la situación fuera tan sumamente grave. En aquel momento, que un club bajara era muy raro, no bajaba casi nunca ninguno. Y hay que estar ahí. Cada jugador es un mundo. A mí me denunció el Oviedo y no guardo rencor, pero cada uno es cada uno.

Te iba a preguntar por esa denuncia del Oviedo.

Al bajar a Tercera y ser categoría amateur, el club perdió los derechos sobre mí y sobre todos los jugadores que tenía, y yo empecé a buscar equipo. Me llamó el Racing de Santander, me llamó el Betis, me llamó el Bolton… Pero no concreté con ninguno de ellos. A última hora, en mitad de agosto, apareció el Sevilla y a Sevilla me fui.

Me marché asesorado por la AFE, por la Liga y por mi abogado, que me decían que el Oviedo no tenía derecho sobre mí, pero el Oviedo, presidido en aquel momento por Manolo Lafuente, consideró que sí lo tenía y me denunció, a mí y a unos cuantos jugadores: Oli, Geni, Keita, Dani Amieva…

Perdieron todos los juicios, pero hay que estar cuatro años, como estuve yo, preocupado porque te piden dieciocho millones de euros por una decisión que no depende ni de ti, ni del Oviedo, sino de un juez, una juez en mi caso.

Qué época tan fea, ¿no? Jugadores denunciando al club, el club denunciando a jugadores…

Sí. Me acuerdo como si fuera ahora mismo. Estábamos entrenando en Isla Canela, en Huelva, y un día por la tarde, después de entrenar, me llama Monchi, director deportivo del Sevilla: «Oye, Esteban, que llegó al club esto, certificado; un juicio del Oviedo». Yo: «¿¿Cómo??».

Nunca había tenido un juicio, no sabía lo que era. Lees aquello sin tener ni idea de nada y tu conclusión es que has recibido una denuncia y que te piden dieciocho millones de euros. En aquel momento, no tenía abogado.

¿Y dieciocho millones de euros?

¡Por supuesto que no!

¿Qué pasó después?

Me puse en manos de, para mí, el mejor abogado que hay, Ignacio Álvarez-Buylla, y ahora amigo mío. Y nos salió bien, pero insisto, hay que estar cuatro años, y sobre todo el año y pico o dos años hasta que sale la primera sentencia, pensando cada día y cada noche en eso. Me acostaba todos los días pensando en aquel juicio. Pensaba en mi hijo que iba a nacer y en aquel juicio.

¿Y dices que no guardas rencor?

No. Con Manolo Lafuente incluso como a menudo. Entiendo que él tiraba para el Oviedo y yo tuve que defenderme y tirar para mí, y ya está.

Antes de todo esto, vives aquella temporada de cesión al Atlético, donde vuelve a entrenarte Luis Aragonés y te pasa lo que con Mora. Empiezas siendo suplente del Mono Burgos, por cierto hoy de actualidad, por un comentario que hizo el otro día…

Sí…
…y luego te haces titular.

Yo en mi carrera tuve suerte, pero también algo de mala suerte. Llego al Oviedo en mitad de la pretemporada, con la Liga a punto de empezar; al Sevilla en agosto, con la Liga a punto de empezar; al Atlético de Madrid a finales de agosto, con la Liga a puntísimo de empezar… Y sé que me va a costar entrar.

En Sevilla tampoco empecé jugando. Pero tenía muchas ganas. A Madrid me voy sabiendo que me va a costar, pero que lo voy a pasar bien, a disfrutar y a aprender. Lo tenía clarísimo. Era mi primera experiencia fuera de casa. Hasta que me voy a Madrid, que me voy recién casado, yo no salgo de una casa que sea mía. Cuando jugaba en el Oviedo, vivía en mi casa y en mi entorno de siempre.

En Madrid cambia todo. Pero disfruté muchísimo. Conocí a muy buena gente. Conocí a Lluís Carreras, a Jorge Otero, a Movilla, a García Calvo… Nos juntábamos todos los días, siete u ocho parejas a comer y a cenar, y muy bien. Y sabía que Luis Aragonés era justo, que no te regalaba nada, pero que era justo, y si mi oportunidad tenía que llegar, llegaría.

El portero suplente nunca gana el puesto, lo pierde el titular. Tenía que esperar. Pero tenía una cosa clara, debía estar preparado. Cuando me tocó, me puso y al final jugué veintiséis partidos de treinta y ocho.

Esteban Suárez

Sin embargo, al final de la temporada no ejercieron la opción de compra. ¿Te dolió?

Mucho. Con el paso del tiempo, creo que lo entiendo. No la ejercieron porque ellos me querían gratis con el descenso del Oviedo. Seguramente tuvieran información que yo no tenía. Seguramente los clubes, en sus reuniones internas en la Liga, sepan los números de cada uno. Lo que ellos me transmitieron es que me querían a toda costa.

Yo tenía un precontrato firmado de tres años más, pero tenía que darse, o que me compraran, o que jugáramos la UEFA. Cuando llega la fecha de compra, me dicen que lo van a hacer, pero no el treinta de mayo, cuando se cumple el plazo, sino en julio. Digo que no.

El Atlético de Madrid, además, tenía una deuda conmigo. El día que me reúno con ellos, les digo que hay dos opciones: o que me firmen con fecha equis el contrato que tenemos pactado y escrito o que me paguen lo que me deben, pero que yo no me voy de allí sin una de las dos cosas.

Me dicen que haga lo que quiera y decido denunciar. Yo, pensándolo a día de hoy, hubiera hecho cosas diferentes en el fútbol y una de ellas hubiera sido no denunciar al Atlético de Madrid. Pero en aquel momento, con un hijo a punto de nacer, con una deuda, con una situación de incertidumbre sobre mi carrera; y además solo, con un entorno muy pequeño, mi mujer y poco más, decido eso.

El ya te dije funciona mucho, y con perspectiva la cosa hubiera cambiado, pero yo, en aquel momento, decidí asegurarme a corto plazo cobrar lo que había trabajado.

Aquel año en el Atlético, coincides con un chaval de dieciocho años llamado Fernando Torres.

Ya tenía mucho tirón mediático. No lo voy a comparar con un Julen Guerrero, pero era un boom. Mucha gente en los entrenamientos para verle, muchas cámaras… Y un chaval súper llano, fantástico. Él y Jorge Larena eran íntimos amigos, me acuerdo. Y los dos vinieron varias veces a mi casa a comer, porque mi mujer hacía unos macarrones con una salsa o algo que les gustaba mucho.

A veces paseábamos por Madrid, e ibas con bastante tranquilidad, con tu sudadera, o ibas a comer donde fuera. Un chaval normalísimo, aunque mediáticamente, a nivel de prensa, la cosa era terrible. Ya tenía pinta de estrellón. Por todo, porque era guapete, porque era goleador, porque tenía cualidades.

Además, tenía detrás un club que estaba necesitado de ídolos. El Atlético de Madrid siempre tuvo un ídolo; el anterior había sido Kiko. Necesitaba un ídolo y Luis Aragonés lo moldeó muchísimo, a Fernando. Pero su comportamiento hacia los compañeros y hacia todo el mundo era espectacular, espectacular.

Siempre me llamó la atención una cosa de él: hay ese estereotipo del superfutbolista que sale con la supermodelo, pero él sigue —por cierto, como tú— con su novia de toda la vida, a la que conoce desde que eran niños.

Sí, sí, llevan toda la vida. Nada, eso, un chaval muy normal. Yo compré un ordenador en una tienda que era de un amigo de Fernando Torres en Fuenlabrada. Era lo típico. «Fernando, ¿dónde compro un ordenador?». «Pues en Fuenlabrada conozco a este». «Lluís Carreras, ¿dónde puedo comprar un jamón». «Vete a tal sitio».

¿Qué tal llevó el Mono Burgos que le quitaras el puesto? Alguna vez has dicho que es muy difícil que dos porteros sean amigos.

Yo creo que sí, y te lo explico con un ejemplo. Llego al Almería y el presidente, con el que tengo una gran relación, me dice una cosa muy clara: te ficho, te quiero. Pero te quiero como portero suplente. Y el portero suplente va a cobrar casi la mitad que el portero titular.

El titular es Diego Alves y es muy difícil que yo me lleve bien con Diego Alves, porque si voy al cine con él, no puedo hablar de fútbol, y si él juega, yo cobro la mitad, así que yo estoy deseando que le pase algo para que no juegue.

No le vas a dar consejos.

Bueno, consejos puedes dárselos. Yo entiendo, por ejemplo, que Kepa fue muy importante para Lunin de cara al partido contra el Manchester City, en cuanto a conocer a muchos jugadores de su época allí: a Kovačić, a… Cuando eres portero, analizas muchas cosas. Juegas en sentido contrario al que otros muchos juegan y, cuando no participas, estás pensando, estás siempre en alerta. Analizas a los porteros rivales, y puedes decirle a un delantero: oye, este portero tiene esta tendencia. O viceversa, decirle al portero cómo es el delantero.

Que las estadísticas en el fútbol no valen para nada, ¿eh? Yo pienso que no valen para nada, porque al final son decisiones individuales. Pero hay tendencias. Oye, si a este portero le chillas, es más miedoso; oye, cuidado con este delantero porque siempre va al choque, así que es mejor que saques los puños a que intentes blocar; oye, a este delantero le gusta romperla, o jugar a un lado, o al regate, o siempre va al rechace; oye, este portero se mueve más, o te aguanta más, o es más valiente, o menos.

Pero bueno, sí, volviendo a lo de la amistad entre porteros que compiten por un puesto, eres profesional, y tu contrato y tu bienestar y el de tu familia dependen de que a ese tío no le vaya bien. Es como el Barça y el Madrid, son vasos comunicantes. Si a uno le va bien, al otro no, y viceversa. ¿Que me llevé bien con muchos porteros? Pues sí. Me llevé muy bien con Unzué, que era un espejo, alguien de quien aprender; me llevé muy bien con Julián, que era un chico que venía del Sevilla y al que, como yo había estado en Sevilla, Pablo Blanco le había dicho «júntate a Esteban, que es buena gente».

Tampoco me dejé nunca de hablar con ningún portero, y el no ser muy amigos no quita que compartas habitación, que te llamen, que te digan «oye, qué buen partido hiciste», o «oye, joer, te pondrán ya a ti». Pero es difícil. Yo traté a muchos que dicen que se llevan bien con otros porteros, pero conocí a muchísimos más que te dicen lo contrario.

Y en un equipo que es el tuyo de siempre, el Oviedo en tu caso, puede haber un interés en el bienestar del club que llegue a estar por encima del deseo de tu bienestar personal, pero en Almería, lejos de casa, solo piensas en ti, ¿no es así?

Claro. La gente tiene que entender que eres un profesional y que no es lo mismo jugar en un entorno que sea tuyo, que lo quieres cuidar, a que vayas a jugar a un Almería, un Sevilla o un Atlético, donde tu estatus mejorará si rindes, y donde, si juegas, recibirás más ofertas que si no juegas, y tu familia vivirá mejor si juegas que si no juegas.

Esteban Suárez

¿Con Burgos, entonces…?

No acabó la cosa muy allá… Es muy importante saber ser titular, pero, sobre todo, saber ser suplente. Y yo creo que a él le costó perder o, mejor dicho, compartir el cariño que él tuvo con aquel anuncio magnífico de la alcantarilla, el de «estamos aquí»; con que llegase un asturiano, le compitiese el puesto y en veintiséis partidos jugase él. Incluso con que la gente del Calderón me aplaudiese. Es difícil. A mí me costaría vivirlo en el Tartiere, y creo que a él le costó ahí.

Conociste a Jesús Gil. ¿Qué tal?

Solo puedo hablar muy bien de él. Jesús Gil me ficha. Bueno, me ficha Paulo Futre, que era el director deportivo, y sobre todo Luis Aragonés. Pero el presidente es él. Lo conozco en un partido que se hace en su pueblo, El Burgo de Osma, contra Osasuna. Un partido amistoso, claro, pero es donde yo debuto. Y me acuerdo de que bajé del autobús y escuché: «¡Quiero conocer a Esteban!». Yo había perdonado mucho dinero al Oviedo para poder irme al Atlético.

Ochenta millones de pesetas.

Eso es. Decía Jesús Gil: «¡Este es de los míos!». Y nada, bien, el trato con él era espectacular. Es verdad que delegaba mucho en su hijo, Miguel Ángel, y en otras personas. Él en el Atlético era más la imagen pública, no era tan ejecutivo.

El rey que reina, pero no gobierna.

Sí. Y eso. El trato, espectacular. Te podía decir de todo, pero nunca había rencor. Aquel partido empezamos ganando dos-cero, pero en la segunda parte nos metieron tres, y Jesús Gil vino a decirme: «¡Eh, Esteban! Esto no es el Oviedo, ¿eh? ¡Aquí hay que pararlas! Si no, te vas otra vez al Oviedo. En el Atlético de Madrid, no puede ser que tres tiros sean tres goles». Pero al día siguiente, estaba como si nada. Yo no puedo no hablar bien de él. Otra cosa son sus líos y sus problemas.

En Sevilla, tu siguiente equipo, te encuentras a otro presidente ilustre lo mismo por su personalidad que por sus problemas con la justicia: José María del Nido. ¿Qué tal con él?

Igual que con Jesús Gil. Todo lo que yo hablé con él lo cumplió, y cuando necesité algo de él —por ejemplo, que viniera como testigo cuando me denunció el Oviedo—, lo tuve. No solo eso, sino que me presta toda la colaboración, toda la ayuda, pone al abogado del Sevilla a mi disposición, aunque yo prefiero ir con el mío de confianza.

Después no me faltó ni un céntimo. El día que me tenía que ir, y que me debía algo, me llamó para decirme: «Pásate por el club, que te firmo lo que te tengo que firmar». Espectacular. Es ahora cuando tengo bastante contacto con él.

Te entrena Caparrós. ¿Qué tal con él?

Motivador. Muy fiel a algunos jugadores. Conocí a Pablo Alfaro y a Javi Navarro. Conocí a David Castedo, conocí a Baptista, conocí a Dani Alves. Conocí —siempre lo digo— lo fácil que puede ser adaptarse a un grupo. Los capitanes, que eran Pablo Alfaro y Javi Navarro, eran dos chavales fenomenales y estaba todo marcado, era imposible desviarse de ese camino.

La jerarquía que tenían sobre el club, el trabajo que hacían, la disciplina, la cultura de trabajo que había… Aquella plantilla era de jugadores de seis, pero rindiendo como para jugar la UEFA. Muchos venían de Segunda. Algunos habían estado hasta en Segunda B. Pero muy bien.

¿Qué tal Alves?

Futbolísticamente, otro nivel. Vuelvo a lo mismo. Ahora suena que va a fichar Dani Alves por el Sevilla y a los veinte minutos tenemos vídeos, highlights, estadísticas. En aquel momento, no. En aquel momento llega uno nuevo de fuera que te dice «me llamo Dani», tú le dices «yo me llamo Esteban, encantado», y te dices «bueno, a ver qué tal». Luego dices: «Oye, parece que bien». Al día siguiente dices: «Oye, parece que bien». Y al siguiente dices: «Oye, qué bueno es».

Pero es que además se junta con Baptista, que en principio viene de pivote, pero acaba de segundo punta, porque es goleador. Teníamos un equipazo. Tres centrales: Pablo Alfaro, Javi Navarro, Aitor Ocio. Teníamos a David Castedo de lateral izquierdo. Al año siguiente vino Adriano, creo, o esa misma temporada. Teníamos a Reyes. A Jesús Navas. A Puerta, que en paz descanse. A Darío Silva. Más luego los Antoñito, los Paquito Gallardo

Sergio Ramos…

¡Sergio Ramos! Todos muy jóvenes. Pero lo de Sergio fue llegar y ver que ahí había central. Yo creo que le debe muchísimo a Pablo Alfaro y a Javi Navarro, que se portaron muy bien con él; pero desde los primeros días que llegó tú ya estabas diciendo: «¡Joder…!».

Esteban Suárez

¿Cómo has vivido el juicio a Alves por violación?

Pues a ver, me da mucha pena, porque fue compañero mío, porque el trato conmigo fue sensacional y porque, bueno, cuando te equivocas, tienes que pagar. Pero a mí me gusta hablar de una persona desde lo que yo conozco, no desde lo que me cuentan; y yo, y mi familia, de Dani lo que vimos siempre fue que se portara excelentemente con nosotros.

Lo vi en Barcelona poco antes de que pasara lo que pasó. Ahora está pagando por algo que cometió. Tiene que ser responsable, tiene que pagar lo que la justicia decida que pague, y ya está. Pero el trato conmigo siempre fue de diez.

Te preguntaba antes por la trágica muerte de Dubovský, y en Sevilla también coincides con dos futbolistas que fallecen trágicamente, aunque ya después de que tú te vayas: Reyes y Puerta.

Reyes ya era la estrella del Sevilla cuando yo llegué, pero esa Navidad lo venden al Arsenal. Puerta era un chico que salía y que era muy polivalente y muy, muy buena gente. Muy trabajador. Talentoso, talentoso, era Reyes. Puerta era talento más trabajo; tenía que trabajar para tener talento. Pero era un futbolista de vestuario, de generar buen ambiente en el vestuario.

Yo estaba ya en el Celta cuando pasó lo que pasó. Estaba concentrado con el Celta, de hecho, y viendo el partido por la tele. Por la noche llamé creo que a Javi Navarro, con el que mantengo todavía muchísima relación, igual que con Pablo [Alfaro]. Ellos tenían que ir a Europa a jugar un partido de UEFA; creo que a Grecia. Javi, en aquella llamada, ya me lo pintó muy mal. Él había bajado a verle al vestuario y allí le había dado otro ataque, y los médicos ya lo habían puesto muy mal.

En 2005 te vas al Celta con Fernando Vázquez, pero eres suplente de Pinto.

El mejor portero del que yo haya sido suplente. Al Celta me voy quedándome dos años de contrato en el Sevilla porque me llama Fernando Vázquez. También es verdad que Monchi me había dicho: «Mira, te queremos dos años más, pero no te voy a engañar: voy a fichar a un portero top, top».

La primera opción era Hildebrand, y como se fue a Valencia ficharon a Palop. Pero me voy fundamentalmente porque me llama Fernando Vázquez. Cometo un error, y él otro, que es convencerme de que voy a jugar de titular. Ni él tenía que prometerme nada, ni un jugador tiene que creerse todo lo que le digan.

Yo, en aquel momento, no era consciente de que el Celta había subido a Primera y el mejor de la temporada había sido Pinto. Me fui para allá y en el primer partido no me puso. Me sorprendió mucho. Luego, en octubre, vino a hablar conmigo, era la primera vez que hablaba conmigo del tema. ¡Pero yo no podía decirle nada! Pinto estaba siendo el mejor. Acabó siendo Zamora.

Al año siguiente sí que jugué los partidos europeos, pero el portero de la Liga siguió siendo Pinto. No eran los datos, era todo lo que paraba. Lo hacía muy, muy, muy bien. Luego hubo un cambio de entrenador y acabé jugando, pero bajamos a Segunda División.

Stoichkov, ¿no?

Sí. Stoichkov llega todavía en Primera y me pone, pero cometo un error en San Sebastián. Cometo dos, pero uno muy grave. Al siguiente partido, me vuelve a quitar, vuelve a poner a Pinto. Y al final bajamos.

¿Qué tal era como entrenador?

Bien… Yo con Stoichkov tengo muy buena relación, hablo con él, nos vemos. Ahora coincide que mi hijo se fue a hacer un Erasmus a Bulgaria, y estuvimos cenando con él. El tema de Stoichkov es que yo creo que sería un buen gestor, un buen director deportivo, un buen buscador de posibles jugadores, incluso un buen entrenador de selección, pero como entrenador tiene un problema que suelen tener los que han jugado en esos superequipos donde se juega domingo-miércoles-domingo, donde se entrena muy poco y se compite mucho y tienen que entrenar a un equipo donde se entrena mucho y se compite poco, donde se entrena seis días y se juega uno.

Es difícil para ellos, no han vivido ese tipo de día a día. Yo vi que le pasaba a Stoichkov, le pasaba a Fernando Hierro, que fue entrenador mío en el Oviedo… No lo han vivido. Han jugado mucho, pero no han vivido eso, y creo que ni siquiera les apetece.

En Primera apenas juegas con el Celta. En Segunda, cuando bajáis, ya sí. Lo que sí juegas es la UEFA.

Sí. Debuto contra el Standard de Lieja, jugamos también contra el Newcastle, el Palermo, el Fenerbahçe… Pasamos la fase de grupos y luego eliminamos al Spartak de Moscú, pero en octavos ya nos manda para casa el Werder Bremen, que en Balaídos nos gana con un gol de Hugo Almeida, un delantero portugués. Y nada, bien. Eso me vale para que la gente en Vigo me valore como un portero que jugó de titular varios partidos.

Esteban Suárez

¿Te dio mucha rabia marcharte del Sevilla justo antes del ciclo de las UEFAs de Juande Ramos?

¡Sí! Mucho. Je, je. Mucho. Me marcho y ganan al año siguiente. Ese día, al poco tiempo de acabar la final contra el Middlesbrough, recibo un mensaje de Monchi que dice: «Esto es tuyo también». Y es como: ya, pero no es mío.

Me alegré mucho por toda la gente que estaba alrededor mío cuando vivía en Sevilla. Pablo Alfaro tampoco levantó la copa, porque se había ido en diciembre, su caso fue peor que el mío. Pero me alegré mucho por Javi Navarro y por mucha otra gente que se lo merecía, y también por el club, donde me trataron fenomenal. Pero también decía: «Me he perdido esto por querer marcharme; podía haberme marchado un año después».

¿Es verdad que Jesús Navas tenía miedo a los aviones?

A los aviones no, a las concentraciones lejos de casa, de su entorno. Él no quería irse fuera de casa. Lo ponían casi siempre en la habitación con Javi Navarro, porque Javi, igual a la gente que solo ve fútbol y solo ve que era contundente le sorprende, pero es un gran chaval, y era un poco el protector de Jesús.

Le costaba mucho eso, salir fuera de casa, dormir fuera. En un momento dado apareció un nutricionista por Sevilla, y a nosotros nos ponía a dieta, pero a Jesús, que era muy delgadito, le daba bolsas de chucherías (risas). Pero bueno, al final se hizo. De todas maneras, si te das cuenta, Jesús, donde rindió bien, bien, bien, es en Sevilla, en su entorno.

Hay ese tipo de jugador.

Sí. Pasaba también con Reyes. Jugadores que necesitan su entorno.

¿Tú te adaptaste bien al sur; a Sevilla y a Almería, tan lejos de casa?

Sí. Muy bien. Sevilla es muy fácil. Yo siempre digo que llegar a un vestuario es tener veinticuatro o veinticinco posibles nuevos amigos. Para la familia puede ser otra cosa, pero yo me adapté perfectamente. El primero que me recibió fue Pablo Alfaro, que me lo contó todo, y el primer día ya fuimos todo el equipo a cenar. Espectacular.

Luego, en Almería, me pasó una cosa curiosa. Nada más llegar, tuve una impresión muy mala. Era un día de mucho calor, y además el típico día de reconocimiento médico, presentación, bum, bum, bum, todo muy nuevo, muy distinto.

Le dije a mi mujer: «Me equivoqué. Estamos once meses como mucho y nos vamos». Al final estuve seis años y porque decidí volver al Oviedo, pero, si no hubiera vuelto, no descarto que me hubiera quedado a vivir allí. El día que nos fuimos, mi mujer y yo sentimos que dejábamos parte de nosotros allí.

¿Tu familia sí se resintió de tus cambios de club y de ciudad? ¿Los críos llevaban bien los cambios de colegio y demás?

Sí, sí. Es verdad que, cuando hablamos de los futbolistas, y los analizamos por lo que hacen en noventa minutos, no sabemos lo que hay alrededor, y una de las cosas que hay alrededor es llegar a tu casa y que tu familia esté bien. Somos futbolistas, pero somos personas con problemas escolares, de buscar un crédito, de… Pero yo nunca he tenido ningún problema con eso.

Si mi rendimiento ha sido de siete, un siete era todo lo que yo podía dar; no puedo decir que no llegara al siete y medio porque mi familia tal. Todo lo contrario. Mis hijos, en Almería, adaptadísimos. En Sevilla solo tenía uno y era muy pequeño, pero muy bien…

Toda la gente que me acompañó o que conocí en Sevilla, por ejemplo, la persona que venía a casa a ayudarnos con la limpieza, toda la gente que tuve alrededor, y con la que compartes muchas cosas, desde temas escolares hasta cumpleaños, me ayudó; tuve esa suerte. Mi entorno fuera del fútbol siempre fue de diez.

En el Celta, coincidiste con otro chaval joven que apuntaba maneras: David Silva.

Espectacular. Viene cedido del Valencia. No lo conocíamos, más allá del Eibar. Yo no lo conocía. Y me impresionó. Un chaval muy, muy tímido en aquel momento, que no era de los extrovertidos, que era simpático, pero al que tenías que ir a buscar tú, pero que en el campo, con balón, ¡chico!, se transformaba: ¡un atrevimiento…! Un crack, pero un crack con el balón. Con balón, hago lo que me dé la gana, ahora, si me pides que te cuente un chiste, igual me cuesta.

Silva, además, era de estos que cada partido que veías suyo era mejor. Le doy mucho mérito a Fernando Vázquez, que lo vio y se dio cuenta de que jugábamos con un estilo que le venía muy bien. Fue diferencial. Nuestro problema, de hecho, es cuando se va.

Hay gente con la que pasa al revés: extrovertida, pero que en el campo, con la grada llena, con esa presión, se arredra.

Hay jugadores de jueves y de domingo, dicen.

Aquel Celta fue un matagigantes; derrotasteis a todos los grandes.

Sí. Al Madrid en el Bernabéu, a… Aquel año salió todo redondo. Pinto hizo una temporada fantástica, Baiano estuvo muy bien, la aparición de Silva, teníamos a Diego Placete, un lateral izquierdo argentino muy bueno…

Al final teníamos un equipazo. En aquel momento la gente no se daba cuenta, porque el Celta venía de la época de Giovanella, que todavía estaba con nosotros, pero ya no jugaba; de Gustavo López, que lo mismo; de Revivo, Mazinho, Karpin, Mostovói… El equipo al que yo llego ya no es lo mismo o no lo parece, tiene jugadores con menos nombre, Jorge Larena, tal. Pero resultó ser un equipazo. Silva, al final, no tuvo nada que envidiar a Mostovói.

En Almería te entrena otro mito: Hugo Sánchez.

Fíjate, otro al que le pasaba lo que a Stoichkov. Era muy mediático. Toda la presión era para él. Tú ibas a jugar a Madrid, contra el Madrid, y por supuesto se acordaban de Hugo Sánchez, pero también se acordaban en Gijón, cuando ibas a jugar contra el Sporting, por la movida que tuvo con Ablanedo.

Esteban Suárez

El más famoso del equipo era él.

Sí, claro, sí, sí. Muy, muy famoso. Era uno de los mejores goleadores de nuestro fútbol. Y creo que le pasaba lo mismo que a Hierro o a Stoichkov, que de lunes a viernes llega un momento como que te estancas. Los entrenadores tipo Lillo, tipo Javi Gracia, saben estar constantemente evolucionando y buscando novedades, saben que hay que hacerlo porque, si no, no digo que te acabes aburriendo, pero hay cierta monotonía, y el fútbol no puede ser monótono.

Pero a este otro tipo de entrenador que ha sido estrella de un superequipo eso tal vez le cueste más, y suele acabar siendo consciente de que no le merece la pena tanta exposición, tanto sufrimiento, cuando puede ganar mucha más pasta siendo comentarista o analista o tal.

¿Qué le enseña uno de los mejores delanteros de la historia a un portero? Tiene que ser curioso, eso, ¿no? Los consejos de un experto en meter goles a alguien que vive de pararlos.

Yo creo que, sobre todo, él mejoró mucho a nuestros delanteros. La evolución de Negredo con él fue espectacular. Mejoró mucho. Él insistía mucho en las finalizaciones a un contacto dentro del área, en estar preparados para eso.

Que habían sido su especialidad. Hubo aquella temporada en la que metió treinta y ocho goles al primer toque, un récord que sigue sin superarse.

Sí. Eso lo ensayábamos mucho, casi todas las semanas nos quedábamos algún día practicándolo. Finalizaciones, pero no las habituales, sino otras un poco más atípicas; finalizaciones de estas reactivas, cerca. Y sobre todo esas circunstancias en las que el delantero tiene ventaja si hay un código, un idioma futbolístico por así decir. Que el que está en la banda sepa que tiene que poner el balón en tal sitio y que el delantero esté ahí y sepa que si está ahí va a meter más goles, porque ahí se la va a poner el de la banda.

Esa coordinación que él tenía con Míchel cuando jugaba en el Madrid la extrapoló a lo que se encontró en el Almería. Y a Negredo, que era nuestro delantero de referencia, le vino muy bien. Pero de porteros nos dijo que no entendía mucho y delegaba en el gran entrenador de porteros que teníamos, que era Ángel Férez, con quien estuve cinco años y tengo una magnífica relación.

De todas maneras, quien decidía quién jugaba al final era él, le gustaba que el portero tuviese un buen desplazamiento, que tuviese jerarquía… Y apostó mucho, mucho por mí. De hecho, sentó a Diego Alves, que en aquel momento no era fácil.

A Hugo Sánchez, aun como entrenador, ¿se le seguía viendo la calidad de su época de jugador? En plan, yo qué sé, que echara un rondo con vosotros, o que te tirase una falta o lo que fuera, y dijeras tú: «¡hostia!». A veces preguntas a algún futbolista cuál es el jugador más impresionante con el que coincidió en un equipo y te dice un entrenador; alguien que fue un gran jugador en su momento y que tal vez perdió velocidad, pero no técnica.

Nah, Hugo Sánchez no participaba, no. Una cosa parecida a lo que tú dices yo la vi con Antonio Álvarez, que me entrenó en el Sevilla y que, cuando faltaba alguien, se metía. O con Fernando Hierro, que alguna vez se metía en alguna pachanga y jugaba muy bien. Pero en general eso no pasa. Los entrenadores marcan distancia, intentan no acercarse demasiado al futbolista.

Yo he ido a entrenar alguna vez al Barça este año y a Xavi no le vi participar en los rondos. El entrenador quiere marcar eso; quiere decir «soy el entrenador, ¿vale? Yo he sido tal, pero ahora mismo soy el entrenador».

En algún momento sonaste para el Barça.

Sí, dos veces. Una en Oviedo, el año de Antić, que ganamos cero-uno en Barcelona previa pañolada en el Camp Nou  y dimisión de no sé cuántos directivos entre los cuales estaba el director deportivo, o vicepresidente ejecutivo o no sé, qué que me quería fichar. Y otra en Vigo, un año que se lesiona Jorquera y me llaman, pero el problema es que yo acabo de empezar a jugar, y el Celta invita al Barça a que mejor se lleve a Pinto, que cobra más que yo y en ese momento es suplente.

Con el Almería llegas a unas semifinales de la Copa del Rey, históricas para el club.

En aquel momento se sorteaban ya cuartos y semifinales, así que sabíamos que al que pasaba le tocaba el Barça. El Barça de Messi, de Villa, de… En el partido de ida en Barcelona, ya nos meten cinco. Pero posiblemente sea el partido, junto con los ascensos, que más se recuerda en Almería: desplazamiento masivo por semana y tal. Muy bien. El entrenador era Oltra, ya no estaba Lillo.

¿Cuál es el jugador más impresionante al que hayas visto en persona —jugando tú, quiero decir— en un campo de fútbol?

Tuve la gran suerte de jugar contra Ronaldo Nazário, contra Messi, contra Cristiano, contra NeymarZidane, Figo… Lo que pasa es que, cuando yo juego contra Messi, a Messi todo el mundo lo conoce ya. De Messi, ¿qué te voy a decir? Todo lo que haga se lo crees posible.

En el sentido del contraste entre la información que yo tenía y lo que vi en el campo, me impresionó más Ronaldo Nazário. El mejor jugador que yo vi fue Messi, pero el jugador del que dije «¡ostras, cuidao!», fue Ronaldo Nazário. Tenía problemas de rodilla, pero la potencia, la finalización, el…, ¡uf!, era como un bisonte. Luego, te impresiona la calidad de Beckham, o lo que hacía Figo en la banda, Zidane dominándolo todo…

¿Cuál fue el mejor gol que te metieron?

¿El mejor gol? Bueno, hay uno de falta muy bueno que me mete Messi en el Nou Camp, que él dijo en su día que estaba en el top-3 de faltas que había metido. Y hay uno muy, muy icónico que es aquella volea de McManaman desde fuera del área, poniéndosela Roberto Carlos desde la banda.

Esos goles fueron… Cuenta también el escenario —el Camp Nou , el Bernabéu— y quién te los haga, ¿no? Pero me quedo con aquella falta de Messi, por saber que seguramente la tirase allí, por saber que iba allí y por no poder hacer nada. Era como teledirigido.

¿Y tu mejor parada?

Buf… No te sabría decir, porque en veintidós años… Seguramente ese penalti a Hasselbaink, por lo que representaba de casi asegurar la permanencia.

También hiciste una parada clave con el Almería, al Girona en un playoff de ascenso a Primera.

A Felipe Sanchón, creo recordar. Sí. Luego, le daría mucho valor a una parada contra el Cádiz que no fue muy paradón, pero que supuso que el Oviedo volviera al fútbol profesional. Paradas que no son espectaculares en el momento, pero que igual en el conjunto de una trayectoria son más importantes.

¿Y tu peor cantada…?

Sin duda, en Soria, con el Sevilla. Empezamos ganando cero uno, gol de Puerta. Hasta el minuto ochenta, es un partido de estos completos, que controlas con bastante tranquilidad, pero en el ochenta y pico nos meten un gol de córner. Y en el minuto noventa y dos o así, un defensa del Numancia, desde prácticamente su área, juega un balón con un delantero muy alto, Perico Osorio, el balón bota y yo la pido.

Entonces Pablo Alfaro y Javi Navarro la dejan pasar y yo salto, pero el balón me pasa por encima y entra. Mejuto, que era el árbitro, me dice: «Me cago en mi madre, ¿qué haces?». Digo: «Quita p’allá, Kike» (risas). La peor fue esa, porque fueron setenta metros de gol, porque era el minuto noventa y dos o noventa y cuatro de partido, la última jugada, y porque pierdes. Una jugada completa.

Esteban Suárez

¿Esos «tierra trágame»son duros?

El portero está acostumbrado a vivir con el error, y yo tuve la suerte, entre comillas, de que no hubo más jugadas aquel día. Pero fue duro. Yo no sé esquiar, pero me fui dos días a Sierra Nevada a escapar un poco de… No había redes sociales de aquella, pero sí había programas locales, prensa… No quería envenenarme con lo que pudiera leer o escuchar de mí, quería llegar puro al siguiente partido, dentro de lo que cabe.

El portero es pocas veces el héroe y muchas veces el villano de un partido, ¿verdad?

Si te pregunto por Zubizarreta, la imagen que te viene es la de Nigeria, el gol aquel. Si te pregunto por Arconada, aquel error en aquella final contra Francia. Solo hay un portero del que se hable más que nada de una parada, que es Casillas, con aquella parada a Robben.

Ahora, si te pregunto por cualquier delantero, siempre te saldrán goles, nunca fallos. El portero vive del error. Cuantos menos cometas, mejor, pero serás recordado por el error. Para que hablen de ti, tienes que ser un héroe, y casi siempre compartido. Lunin fue el jugador más importante del Madrid contra el Manchester City, pero se habla de él y se habla de Rodrygo y de Rüdiger, que meten los goles.

El año que consiguen la Decimocuara, el más importante para mí es Courtois, pero lo comparte con el goleador de la final, Vinicius, y con el del campeonato, Benzema. Un delantero no comparte elogios, un portero siempre los comparte. Pero también es el puesto más bonito que hay. Nos vestimos distinto, los demás visten igual. Llevamos guantes. Y participamos mucho en el juego. La gente no se da cuenta de que el portero es el que más tiempo tiene el balón en su poder.

En el repaso a tu carrera nos queda tu regreso al Oviedo en 2014. Renuncias a un contrato con el Almería en Primera para jugar en Segunda B.

Si escribo yo el guion, no me sale así de bien. Yo llego a un acuerdo con el Oviedo mucho antes, pero lo comunico en febrero. Le digo al presidente del Almería mi situación: quiero irme de aquí y necesito un papel tuyo, firmado por ti, que diga que me permites negociar con el Oviedo. Él me lo hace y luego hablo con el director general, Pepe Bonillo, un tipo espectacular.

Me va a ver al hotel de Almería en el que estamos previo a un partido con el Osasuna. Me tomo un café con él como ahora contigo, eran como las siete. Me dice: «Te voy a pedir dos favores. Uno, que sigas como hasta ahora. Y el otro, que no digas nada a nadie, por no desestabilizar ni el vestuario, ni a la afición». Le digo: «Cuenta con ello». Al día siguiente, perdemos uno-cuatro contra Osasuna (risas).

Me dice: «Mal empezamos, ¿eh?». Pero en el último partido de la temporada, me hago una parada en un mano a mano con Guillermo, un jugador del Athletic de Bilbao, que significa que empatemos a cero y que nos quedemos matemáticamente en Primera División. Final perfecto. Pero claro, llega lo siguiente, y lo siguiente es un club que lleva diez años fuera del fútbol profesional, que cuando llegas te das cuenta de que es un desastre.

Y hay que subir a Segunda División, porque, si no, no tiene sentido ni que haya venido, ni nada. Pero subes, y subes en Cádiz, contra el rival más difícil, y viniendo de un empate a unos. Espectacular.

En el Atleti hablan de los «dos añitos en el infierno» por aquel par de temporadas en Segunda, pero infierno-infierno era lo del Oviedo.

Mira, yo soy del Oviedo, y soy uno de los jugadores que tienen la suerte de haber jugado en el equipo del que son aficionados. No todo el mundo puede decirlo. Muchos de los que juegan en el Almería no son del Almería, muchos de los que juegan ahora en el Oviedo no son del Oviedo, y lo entiendo. A mí me pasó en Almería, Sevilla, Atlético o Celta. Yo soy del Oviedo.

Pero lo que voy a decir ahora no es por corporativismo. Si me preguntan cuál es la mejor afición, yo tengo que decir la del Oviedo, pero lo digo con datos objetivos. No hay ningún equipo, me parece, que haya estado en Tercera División con diez mil socios. El Atleti tiene una gran, grandísima afición, y lo demostró en Segunda. El Sevilla también. El Dépor lo está demostrando en Segunda B. Pero después de Segunda B está Tercera, y ahí lo demostró el Oviedo.

Jugar contra el Mosconia de Grao y el Titánico de Laviana.

Y contra el Gijón Industrial, y contra el Sporting B. A mí me tocó jugar contra el Sporting B.

Y perder cuatro cero.

Yo no perdí. Yo gané en casa y empaté fuera. Pero vi al Oviedo perder contra el Sporting B, yo que hacía años había jugado en Primera contra el Sporting.

Y habías visto a los dos jugar la UEFA el mismo año.

Sí. Yo no estaba en ese Oviedo, pero lo viví como espectador. Jugar contra el Sporting B era algo que yo no entendía, y creo que a la gente que dirigía el Oviedo en aquel momento le costó mucho entender que nos estábamos equivocando si nuestro rival era el Sporting B. Nuestro rival tiene que ser el Sporting, como lo es ahora.

¿Qué tal te llevas con el Sporting, y con la gente del Sporting?

Muy bien, muy bien, muy bien.

Carlos me contaba que una vez le quisieron agredir en Gijón con unos palos de billar.

Yo nunca he tenido ningún problema. Mi hermano vive en Gijón desde hace unos años, tengo sobrinos allí, y voy muchas veces a Gijón a comer y a cenar. Doy clases a gente del Sporting y he tenido que hacer mil cosas en Mareo, y espectacular.

Con Miguel Ángel Ramírez me llevo muy bien. Con el entrenador de porteros, Jorge Sariego, me llevo muy bien. Mario Cotelo me parece un chaval fantástico y una persona ideal para representar y ser delegado. No tengo ningún problema. Yo quiero ganar al Sporting siempre; quiero quedar por encima de ellos. Nos necesitamos, porque nos complementamos, nos comparamos.

Y quiero quedar por encima de ellos, pero el trato hacia mí, y sobre todo cuando estaba Quini, siempre fue espectacular. Venía a Gijón a jugar y Quini me llamaba por semana y me decía: «¿Cuántas entradas necesitas?». Amén de que, cuando acababa el partido, mis padres, mi mujer, mi familia, mis suegros, todos estaban dentro del campo, para que yo no saliese fuera. Solo puedo dar gracias al trato que he tenido del Sporting.

¿Eres de los que quisieran que estuvieran los dos en Primera, o te gustaría que, al menos durante unos años, en plan karma, pasara lo contrario de lo que pasó estos años, y llegara a estar el Oviedo en Primera y el Sporting en Tercera?

A mí, si está el Oviedo en Primera, no me importa quién sea mi compañero. No soy de los que quiere ver al otro ciego y yo tuerto; no, no, no. Si están los dos en Primera, me parece perfecto. Además, siempre digo a los del Sporting: «Si estáis donde nosotros, tenemos cuatro o seis puntos garantizados, que de cara a la permanencia son muy importantes» (risas).

Del Oviedo sales de forma brusca y por la puerta de atrás, sin incorporarte luego al staff del club, como estaba previsto. ¿Qué pasó ahí? Hay habladurías al respecto: una especie de complot de vestuario que acabó con Sergio Egea dimitiendo, David Generelo de entrenador y el equipo, que iba tercero en liga, cayéndose; y también unos chanchullos del hombre de confianza de los mexicanos, Del Olmo, para beneficiar a jugadores de su cuerda, entre los que no estabas tú. Eso, al menos, se cuenta por Oviedo. Lo cierto es que perdiste la titularidad y al final de ese año saliste del club.

Bueno. Van saliendo cosas y la gente se va dando cuenta. Era un club mal dirigido, un club donde había una guerra civil constante y no se hablaba solo de fútbol. Cuando llegué, me di cuenta de por qué llevaba tanto tiempo fuera del fútbol profesional. El edificio parecía sólido, veinte mil personas yendo a verte en Segunda División, quince mil en lo que ahora es Primera RFEF, desplazamientos masivos. Pero tenía aluminosis. No funcionaba por dentro. Y se vio.

A Egea se le trató muy mal. No era un entrenador puesto por el que mandaba, que ni siquiera era el dueño, y se le hizo muchísimo daño desde dentro. Y así nos fue. El día que lo echaron perdimos todas las opciones de subir, y las teníamos. Podíamos haber subido aquel año. La dinámica era de un equipo que sabía a lo que jugaba, que tenía las cositas claras.

Teníamos tres virtudes, pero, para mí, que un equipo tenga tres virtudes ya es muchísimo. Y las explotábamos al máximo. Tengo la sensación de que alguna gente se prefirió rodear de aduladores que enfrentarse a las carencias. De lo que me alegro es de que el Oviedo, ahora, parezca que está mejor gestionado, y solo se hable de fútbol, y juguemos con ilusión. Tenemos la oportunidad de ilusionarnos.

El Oviedo ha solido tratar mal a sus héroes, ¿no te parece? Ha sido habitual que sus grandes estrellas salieran por la puerta de atrás. Pasó con Carlos.

Bueno, pero no es el Oviedo. A mí el Oviedo siempre me trató fenomenal, la afición siempre me ha querido mucho. El problema eran los dueños que había; dueños a los que ya te digo que ni siquiera creo que se les pueda llamar dueños. Ni siquiera me refiero a ellos, sino a los que estaban aquí gobernando y que tuvieron que salir por la puerta de atrás, y cuya situación no es cómoda en Oviedo.

Yo se lo dije muchas veces: cuando yo salga por Oviedo, y voy mucho, no me tendré que cambiar de acera, pero no sé si vosotros os tendréis que cambiar de acera o no. Simplemente animaría a que la gente investigara cuántos de esta última gestión del Real Oviedo han tenido que pasar por un juzgado. Allá ellos.

Te echaron el día de tu cumpleaños. ¿Fue adrede, o casualidad?

Pues no lo sé. Supuestamente iba a renovar ese día. Casualidades, en aquel momento, creo en pocas. Pero insisto: como decía, el fútbol son equis años y luego eres persona y la vida es muy larga, y te recordarán por la persona que fuiste.

Yo voy tranquilo por la calle, y, sobre todo, mis hijos no se pueden avergonzar de mí. Nunca me tengo que esconder, nunca tengo que decir «aquí no voy a comer, porque si me ve no sé quién…». Eso para mí tiene mucho valor.

En este momento, el Oviedo es finalista del playoff de ascenso a Primera División. Ha eliminado al Eibar y se enfrentará al Espanyol. No sabemos aún qué pasará, pero ¿qué supone para ti que el Oviedo acaricie al vuelta a Primera más de veinte años después; cómo estás viviendo este playoff?

Con una alegría enorme, tremenda. Espero ganar, obviamente. Fui jugador en tods etapas, perfo sobre todo soy aficionado del Real Oviedo. Todo esto, además, da más sentido a cuando volví en su día a Segunda B.

No te he preguntado por las dos selecciones por las que pasaste: la española, con la que fuiste convocado seis veces, pero no llegaste a jugar, y la asturiana.

Lo de la asturiana fue festivo, pero muy guapo. Si ves la foto ahora, era un equipazo: Manjarín, Manel, César, Juanele, Luis Enrique… Uno de los partidos fue aquí, en el Suárez Puerta. Pero eso es festivo. La selección española es otra cosa. Verte en el Bernabéu, con ochenta y pico mil personas, el himno, verte ahí con Raúl, con Fernando Hierro, con Luis Enrique, Abelardo, Xavi, Puyol… ¡Y eso que no jugué! Pero no dejé de tener la sensación de tocar techo; de que «más arriba de esto no hay más».

Porteros, de aquella, íbamos dos, ahora van tres. Yo fui suplente de César dos veces, y cuatro de Casillas. Ahora, en cada amistoso se cambia, pero yo no tuve esa suerte, y no debuté. De todas maneras, sigue siendo una cosa indescriptible. Como cuando tienes un hijo y te dicen: «Va a ser indescriptible». Verte allí también es indescriptible.

Todo. Las comodidades, estar entre los mejores futbolistas. Era una buena generación. El Mundial de Corea podíamos haberlo ganado, más allá de lo del Ghandour aquel. Teníamos un equipazo.

¿Cuál es el campo más impresionante en el que has jugado?

A ver, obviamente, el Nou Camp y el Bernabéu tienen algo especial. Primero, porque estar ahí significa algo bueno. Si estás ahí, sabes que estás en la élite. Mucha gente me decía: ¡te metió Messi tres, te metió Cristiano tantos! Ya, pero el problema es que no te los metan porque no has dado el nivel para estar ahí.

Si el que tiene que esforzarse en meterte un gol es el mejor jugador del mundo, es que algo has hecho bien.

¡Claro! Estás en buen sitio. Luego ya veremos si te meten más o te meten menos, pero estás en buen sitio. También me encantaba jugar en El Sadar: campo pequeño, cerrado, aprietan mucho… Y me encantaba jugar en el viejo Tartiere, un campo que imponía, que prestaba. Y en el Calderón, tanto de rival como de local, porque hay mucho sentimiento de pertenencia ahí también. Y jugar un derbi en el Pizjuán o en el Villamarín, estadios que, en ese momento, se transforman.

¿Y en El Molinón…?

En El Molinón muy bien, también. Para mí, ir a El Molinón siempre fue especial, porque o ibas con el Oviedo, o te recordaban que eras del Oviedo. Aunque fuera con el Almería o con el Celta, en El Molinón eras Esteban, el del Oviedo.

Un orgullo, aunque te lo digan escupiéndote, ¿no?

Por supuesto. Yo, cuando voy por la calle, lo que más oigo es «¡mira! ¡Esteban, el del Oviedo!». Y eso es un orgullo. Si me dijeran Esteban, el de no sé dónde, me gustaría menos, porque me relacionarían con un club con el que yo no siento ese vínculo. Ser Esteban, el del Oviedo, es el vínculo que me gusta. Es como un cordón umbilical.

¿Tuviste alguna vez alguna mala experiencia de presión de grada rival?

No. A ver, el fútbol genera emociones. Es un deporte que genera emociones de masas. Las genera el partido, las genera la previa y las genera el pospartido. Pero nunca he tenido una mala experiencia. A veces incluso interactué con la grada, y seguramente me equivocara. Pero en España el futbolista vive muy tranquilo.

No son los setenta o los ochenta, hay policía, la gente ya no se pone a tirarte almohadillas. Sí hay presión, pero nos gusta jugar con ese ambiente. De hecho, te he mencionado estadios con mucho ambiente. Me encanta el ambiente. los futbolistas lo demandamos. Pedimos que la gente intervenga y anime.

¿Te ves entrenando? La licencia la tienes, ¿no? Pero aún no has ejercido.

Tengo todas las licencias. Me saqué el título de entrenador, el de director deportivo y el de entrenador de porteros, y la idea era que sí. De hecho, cuando vengo al Oviedo, es con la idea de engancharme después al cuerpo técnico, de que haya un punto y coma ahí. Pero como acabó como acabó… Al poco, además, me llaman de la tele.

Solo he tenido dos ofertas para entrenar: una, entrenador de porteros del Mirandés, que no voy porque a Pablo Alfaro lo echan. Y otra, entrenador de porteros del Ibiza, también con Pablo Alfaro de entrenador, y con Fernando Soriano de director deportivo. Pero en ese caso no voy por un problema económico; era muy poco dinero.

No he tenido muchas más posibilidades. Es verdad que yo no exploto la imagen de «soy entrenador», ni tengo representante, ni llamo a clubes. Es fundamental que se acuerden de ti. Yo estoy preparado, pero tampoco voy solicitándolo, ¿sabes?

Terminamos, Esteban. Un placer.

¡Espero que te haya prestado!

 

8 Comentarios

  1. Poner a Esteban a la altura de un tío como Ablanedo II, un señor con 3 zamoras. Lo que hay que leer.

  2. Esteban fue todo un profesional y parece un tipo estupendo, llano y buen representante del fútbol «de antes». En Almería le recordamos bien. Pero es cierto que no se puede comparar a Ablanedo, fue mucho más irregular que el mito del Sporting . Te pones a repasar sus estadísticas y Esteban encajó 820 goles jugando 650 partidos, y creo recordar que una Liga con el Oviedo le marcaron más de 70 en los 38 partidos.

    • Claro, y es culpa del portero exclusivamente encajar tantos goles? Cuando Ablanedo consiguió los Zamora dónde estaba el Sporting? Cuántos goles encajó la temporada de loa 13 puntos? Te lo digo yo: 80

  3. Falar de «uno de los mejores porteros asturianos de la historia, al nivel de Ablanedo, Jesús Castro o Andrés Junquera», y escaecete nesos exemplos d’Oscar o mesmo de Lombardía tien delitu. Y por supuesto que ye comparable a Ablanedo. Que un porteru tea trofeos Zamora nun tien que ver solo cola calidá del porteru, sinón tamién cola del equipu, lo mesmo que los delantreros pichichi. Esteban militó mayormente n’equipos que lluchaben por salvar categoría en Primera o que ficieron temporaes modestes (fasta l’añu que ta col Atlético queden 12º). ¿Ablanedo nel Sporting de los 13 puntos consiguió dalgún Zamora? ¿De verdá creyemos que Quini tendría algamáu dalgún pichichi nesi Sporting?

    Como anézdota, cuando diz: «Con Tito Pompei quedábamos todos los días, cuando acabábamos de entrenar, a tirar tiros desde fuera del área. Hacíamos apuestas», pueo constatar esti fechu, darréu que yo esto vilu en primer persona. Alcuérdome un día, y ehí taba Esteban na portería. Con goñes ente ellos… recuerdo en concretu a Abel Xavier tirando a puerta.

  4. Entrevistón, lo mejor, cuando habla de Luis Aragonés

  5. Qué pedazo de entrevista, y qué pedazo de persona y de portero Esteban.

    La misma suerte que tuvo para poder debutar en el Real Oviedo (como él dice, había tres por delante de él y todos fueron ‘cayendo’) le faltó luego con el timing y las decisiones para proseguir su carrera. No quiso esperar por el Atleti cuando estaba asentado como titular y ya habían pasado su primera temporada en Primera; se fue del Sevilla por iniciativa propia justo antes de que empezasen a caer los títulos; se fue al Celta sin pensar que Pinto subía como un tiro, y cuando por fin le quita el puesto de titular, resulta que el Barça necesita un portero, llama al Celta, y el Celta les manda a Pinto porque cobra más y es suplente (y ya sabemos lo que hizo el gaditano luego con el Barça).

    Dejar el Almería en Primera, habiendo sido el guardameta con más paradas de la 2013/14, para bajar a Segunda B y sacar del pozo al Real Oviedo es algo que no se va a olvidar nunca.

    Y por supuesto que puede estar en la misma lista que Ablanedo II, lo cual no quiere decir que fuese mejor portero (que parece que tengáis unas ganas de indignaros de la leche, aunque me imagino que el motivo va más allá de los dos futbolistas) . Esteban llegó a la Selección siendo el portero de un equipo que se salvaba en las J37 ó 38, y Ablanedo II jugaba en un equipo que se metía en Europa y que le ganó en UEFA al Milan de Sacchi; comparar goles encajados cuando los equipos son tan distintos no tiene mucho sentido. Obviamente el Gijón llegó a grandes cotas gracias a su portero también, pero es que sin el suyo, el Real Oviedo hubiese descendido bastante antes de 2001.

  6. Entrevista top, top. Profundísima, superpreparada…Muchas veces se os escapan vivos entrevistados de mayor renombre. Felicidades a Pablo Batalla.

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