Ciclismo

El Águila y el Relojero: Cuando Bahamontes pudo ganar el Tour 1964 en los cuatro Cols

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Bahamontes en 1964 (Foto: Cordon Press)
Bahamontes en 1964 (Foto: Cordon Press)

Bandera.
Charlas, risas, bromas. Pero, hoy, menos.
Hoy menos.
Por todo lo que hay delante, por todo lo que queda.
Nada más salir, y pendientes. Desde el mismo Luchon. Un kilómetro suave, otro duro, un kilómetro de descanso, y paredón hasta arriba. Once al siete, redondeando. No es un coloso, pero puerto serio de narices. Y con lo que falta. Hay ciento noventa y seis kilómetros hasta la meta, en Pau.
No llevamos ni tres desde que se salió, y ocurre.

Ataca.
Él, él ataca.

Él se llama Federico Martín Bahamontes, y es una leyenda. Cuentan que si el mejor escalador que hubo, el mejor que habrá. Ganó un Tour hace ya el lustro, después perdió senda por excentricidades y peleas contra todo y contra todos.
Contra sí mismo, fundamentalmente.

Ahora ha vuelto a Francia. El Margnat-Paloma de Raoul Rémy, buen corredor en la inmediata posguerra. Pero no engaña a nadie. Haremos lo que diga Bahamontes. El genio de Bahamontes, la mala hostia de Bahamontes, los impulsos de Bahamontes.
Como el atacar aquí, tercer kilómetro de la etapa reina, faltando doscientos para el final.

Es, quizá, buscar premio grandote, no conformar con montaña y pódium. Vamos a por París, vamos a por Jaune. Y que sea lo que haya de ser.
Una, dos, tres, cuatro veces ataca Bahamontes. Y, tras él, una figura. Lleva maillot rojo, amarillo, rojo, recién campeón de España. Coulotte de Kas, gorrita, calva debajo. Se llama Julio Jiménez.
Los dos, abulense y toledano, parten.
Quedan seis horas para meta.

Dicen los franceses que el de 1964 fue mejor Tour de siempre. Dicen que nunca se vio nada parecido, que hubo leyendas, y emoción, y campeones luchando en lo más alto de su desempeño atlético. Dicen que nadie podría escribir algo como el Puy-de-Dôme, porque le pondrían de fantasioso.
Dicen todo eso, claro, los franceses.

Los franceses llevan, hoy, casi cuarenta años sin catar la Grande Boucle. Desde Le Blaireau, julio de 1985. Pero antes… joder, antes trincaban una de cada dos, aproximadamente. Así que tenían para escoger. De Garin a Pingeon, pasando por Bobet o Leducq. Pero nadie, nadie, como ellos dos.
Ellos dos.

Raymond Poulidor, Bahamontes y Julio Jiménez en 1964 (Foto: Cordon Press)
Raymond Poulidor, Bahamontes y Julio Jiménez en 1964 (Foto: Cordon Press)

Jacques Anquetil y Raymond Poulidor. El aristócrata y el campesino. Altivez contra inocencia. El rubio de astucia zorruna contra el honrado que es feliz con sus vacas. Es todo mentira, es todo una pose, es todo una ficción, ya les advertimos.
Pero resulta tan perfecta…
Un duelo que duro décadas, aunque durase mucho menos. Uno que tuvo su punto culminante, el mayor momento de popularidad, en este 1964.
En este Tour.
Cuando atacaron Bahamontes y Jiménez.

Julio Jiménez es el futuro.
Bueno, Julio Jiménez es el futuro de aquella manera, porque gasta casi treinta años, ralea su pelo y tiene ese mirar irónico de quien vio mucha senda. Julio Jiménez debuta en el Tour, porque ese 1964 Julio Jiménez debuta con los grandes, con el Kas. Antes… pues Faema sin demasiados galones, el maillot negro, precioso, de la Catigene. Ciclista tardío, pero clase que desborda.
Y un estilo como grimpeur que recuerda a…

Julio Jiménez es, dicen, el nuevo Bahamontes. Solo que Bahamontes aun es Bahamontes, y no le puedes decir a Bahamontes que hay otro Bahamontes. Julio lo admira, porque cuando tu trabajo es subir puertos a la mayor velocidad posible… bueno, entonces has de admirar al Águila. Julio lo admira, sí, como admira un aprendiz especialmente espabiladuco al maestro… con los ojos de quien se sabe (casi) igual de bueno, pero aun espera que menee el escalafón.

Empieza Julio el Tour dubidoso, como buen debutante. Puertos alpinos casi con miedo, siempre entre los mejores, sin osar atacarles. Luego se anima, asciende posiciones en la general, conquista la etapa con final en Andorra, la que es prólogo a otro historión legendario. Nueve minutos casca Beheyt, el siguiente entonces.

Julio Jiménez amanece en Luchon octavo de la general, a cinco minutos de un líder anónimo, a tres y medio de Anquetil. Menudo debut, el suyo.
Y falta, aun, lo mejor. Otra etapa volcánica.
Y lo que pudo haber sido.

Los Alpes fueron… raros. Sobre el papel, y mirando solo subidas, menú de puertos para asustar. Galibier por su cara norte, la de las leyendas, la de Valloire. Col de Vars, el Varsea del siglo XII, el Waracius germánico. O Levens, tan cerca de Niza, tan cordillera cerca del Mediterráneo, tan horizonte giboso mientras disfruto el croissant. Y estaba, sobre todo, la Bonnette, el bucle más chauvinista del mundo, los miles de francos gastaos solo para fotos, instagrams de la época y chulería. Nosotros tenemos el puerto más alto de Europa, oiga. Un gigante de kilómetros al siete, uno que corona a más de dos mil ochocientos metros…
Colosos.

Bahamontes, Poulidor y Anquetil en el Tour del 64 (Foto: Cordon Press)
Bahamontes, Poulidor y Anquetil en el Tour del 64 (Foto: Cordon Press)

Pero, a la hora de la verdad… bueno, Galibier lo coronas y bajas hasta Briançon, que es etapa clásica, y allí acelera Federico Martín Bahamontes, que es veterano mayúsculo, que parecía peleado con el orbe, que corre con su maillot Margnat-Paloma, fue segundo doce meses antes y aun gasta esa pedalada de asustaviejas y bandolero cuando empiezan las primeras pendientes. Con Fede intenta irse Poulidor, pero lo deja marchar antes de la cima, porque seguir a Bahamontes es imposible, seguir a Bahamontes es obra mayor, seguir a Bahamontes lo hizo Charly, el luxemburgués, y ningún otro.

Bahamontes es el mejor grimpeur de siempre, amigos…
Noventa segundos y la sensación de que puede ganar este Tour cuando hay puertos.

Solo que… no hay puertos. O caen lejísimos del final. Miren lo de Bonnette, con el Águila destacada, con pedalada imposible, con imágenes de auténtico dolor, clavadísimo, en ese último kilómetro del lazo más pérfido que hay sobre La Grande Boucle. Pero… queda tan lejos Mónaco. Desde 1952 no hay llegadas en alto por el Tour. Aquel año se ventiló las tres Coppi, y todos dijeron que menuda mierda, que poco espectáculo, que contribuyen al sesteo. Así que… adiós.

Este 1964 vuelve una. A cierto volcán.
Veremos.

Ah, por Mónaco gana, sprint en velódromo, Jacques Anquetil. Un minuto de bonificación (un minuto, macho), casi idéntica ganancia a la de Bahamontes en el Galibier. Uno estuvo escapado más de cincuenta kilómetros, otro aceleró al salir de la última curva…

(Aquella boni, por cierto, debió ser para Poulidor, que esprintó con fuerza, que ganó a todos los demás… que andaba despistado, olvidó que debían dar otro giro. El Tour de todos los Tours, ay).

Bahamontes y Jiménez se miran, Bahamontes y Jiménez hablan. ¿Colaboramos? Colaboramos. Para ti general, para mí montaña… ¿hace? Bueno, eso ya después…
Bahamontes y Jiménez hablan, pasan al relevo, tira más el toledano cuesta arriba, se refugia tras las espaldas del Relojero (bajito, enjuto, todo nervio) cuando pica la carretera hacia el infierno. Hacen camino, los dos, porque nadie quiere perseguirlos, porque los grandes piensan que dónde van, que qué hacen, que es muy pronto, que queda demasiado, queda todo, dónde van. Locos. Poulidor mira Anquetil, Jacques mira a Raymond. El resto les miran a ambos.

Eso es el Tour.

Así que hacen camino, digo, Julio y Fede. Suben Peyresourde, Julio y Fede. Suben Aspin, Fede y Julio. Suben Tourmalet, el gran Tourmalet, el eterno Tourmalet. Llevan, en cima, seis minutos a los líderes, son más de siete pasando Luz-Saint-Sauveur. Bahamontes está ganando La Grande Boucle, está golpeando a la mismísima leyenda, está haciendo algo digno de Coppi, de Bartali. Bahamontes va a ser más que Anquetil, mucho más que Poulidor. Detrás gatean los ases, menudean golpes de Manuel Martín Piñera (montañés, manos enormes, espaldas para hacer eclipses, siempre me daba caramelos cuando niño), de Junkerman, de Pauwels. Los galos esperan, entre el terror y la confianza. Caerán, sí. Pero igual no caen. Caerán, sí.
Pero igual no caen.

Anquetil está triste, qué le pasará a Anquetil.
Quién supo, nunca, qué le pasaba a Anquetil.

Digamos que lo de este año tenía origen definido. Antes de empezar el Tour un tal «Mago Bellini» publicó sus cuartetas nostradamurianas en France Soir. Nada, fruslerías. Que si este hará buena clasificación, que si Fede gana en montes. Ah, y lo de Anquetil. Jacques Anquetil sufre una caída en la etapa catorce y fallece. Ahí, en prensa de tirada nacional. Es increíble, ríanse ustedes de Telecinco.

Bahamontes y Poulidor (Foto: Cordon Press)
Bahamontes y Poulidor (Foto: Cordon Press)

Digamos que Jacques era un tío tirando a racionalista, pero es que algo de ese pelaje te deja intranquilo. Así que Raphaël Géminiani, su director, quiso calmar al normando. Mira, Jacques, hoy que no tenemos etapa, hoy que hacemos reposo en Andorra, vayamos a la fiesta que organiza la radio del Principado. Sí, mira, es allá arriba, casi donde Els Cortals. Y Anquetil acude, y allí le sacan una foto comiendo cordero. No, cordero no… una pata entera de cordero.
(Algunos dicen que solo cogió la carne para solaz de cámaras y celebrities. Otros cuentan que si comilona y más sangría que una excursión de ingleses. Quién sabe).

Al día siguiente atacan todos los escaladores, picados por el asunto, y Anquetil sube Envalira más despacio que Marcos Pereda. Vale, igual no tanto, pero entienden… Va de los últimos, delantito del coche escoba, perdiendo el Tour, con el rostro congestionado, pensando que, oye, vale, está haciendo el ridi, pero es mejor eso que morirse, como decía el Mago aquel. Cuentan que se le acerca Louis Rostollan, que le grita. «¿Has olvidado quién eres? Tu nombre es Anquetil, no tienes derecho a rendirte sin luchar». Pero él nada, apagado. Casi en Envalira, a dos mil cuatrocientos metros, entre la niebla más espesa que usted imagine, se acerca el coche del equipo. Y Gém habla. Jacques, amigo, si mueres que sea al menos con los de delante, y no cerrando pelotones. Y ahí, sí, sonríe el rubio. Descenso suicida. Otra vez Rostollan: «cuando lo vi tomar las primeras curvas, perderse entre las nubes, me dije que era la última vez que veía a aquel hombre vivo». Los campeones… ay, los campeones. Anquetil enlaza con los de delante, ha salvado el Tour.

Unos kilómetros más y lo gana. Poulidor pincha, y su mecánico es torpe, su mecánico es un chavalín sin experiencia, porque a Tonin Magne, Tonin el Taciturno, Tonin su director, no le gustaba demasiado pagar peones. Así que tardan en arreglarlo, se ponen nerviosos, empuja el chaval al ciclista, se tropieza, ambos caen. Drama.

Poulidor llega dos minutos y medio más tarde que Anquetil a Toulouse. El normando salvó la vida y ganó la carrera en una misma tarde.
Aunque aun quede lo más mítico…

Empieza Aubisque, y los españoles han perdido ventajas por el valle, llevan «solo» cuatro minutos, porque es contra el viento como mejor ruedan veinte que dos. Pero para arriba… vuelan, de nuevo.

Vuelan.
Vuela.

Jiménez sufre. Cuentan que si se siente apajarado, que si advierte a Bahamontes. Mira, Fede, estoy con mal momento, bajamos ritmo, me esperas, colaboramos hasta Pau. Es mejor, sabes cómo es la etapa, es mejor. Pero Fede es ambicioso, Fede quiere la montaña, y la etapa, y el Tour, y tres Oscar, el Premio Planeta, un Nobel de Física. Fede hace caso omiso, sigue con su pedalada arrítmica, con esa forma que tuvo él de escalar, siempre en pie, cadencias imposibles, pinta de cicloturista que recién compró su bici. Pero a qué velocidades, macho, a qué velocidades. Jiménez grita, jadea, piensa, Fede, piensa.

Pero Fede no, Fede tira…
Serán tres y medio a Julio en el Aubisque, serán otros tres a los favoritos. Pero queda tanto…

Bahamontes seguido de poulidor (Foto: Cordon Press)
Bahamontes seguido de poulidor (Foto: Cordon Press)

Años más tarde, cuando los dos eran veteranos, abuelos contando batallitas, terminaban enzarzaos al recordar aquel momento, entre Soulor y Aubisque. Que si me atacaste, que si no podías con el maillot, que si no eres inteligente, que si me tenías envidia.
Nunca se pusieron de acuerdo.
Los genios son así.

¿La etapa más mítica?

Al menos el trazado más mítico. Entre Luchon y Pau, o viceversa. Si son cañeros sigan dirección Bayona. La tetralogía pirenaica, el Círculo de la Muerte, el «asesinos», Steinès con los pantalones mojaos, épica, ánimos. El Tour era grande.
Tras coronar Aubisque se convierte en un gigante.

Y este año vuelve. La clásica. Peyresourde de salida. Luego Aspin por Arreau, que es la vertiente durilla, Tourmalet por Campan, mirando al cielo desde aquel cruce mítico, desde la fuente de todas las aguas. Después, por último, Aubisque. Etapón de montaña, doscientos kilómetros, última oportunidad para que Anquetil marche lejos, muy lejos. Al día siguiente hay crono, después otra crono.
Entre medias Puy-de-Dôme. Pero aun no hablamos, aun, de Puy-de-Dôme.

Pinta a zafarrancho, porque están las cosas en segundos. Hace dos días de Andorra, de Envalira, la niebla. Hace un día, uno, desde que Raymond sacó su raza, su orgullo, atacó sin guardarse, atacó con toda la confianza del mundo. Nunca lo había hecho con tal arrojo. Aquel día le renta. Aspet, Ares, Portillon. Un minuto a Gabica, que persigue. Casi dos al resto. Casi dos a Anquetil. Están en nueve segundos. Groussard sigue líder, como (casi) todo el Tour, pero en Groussard nadie se fija.

Ah, Federico Martín Bahamontes va quinto.
Dos minutos pierde con Jacques.
No cuenta, no, Fede.
Pero es Fede.

Hay cincuenta kilómetros, redondeando, desde la cima del Col d´Aubisque hasta Pau. Cincuenta kilómetros. Los primeros veinte, otra vez redondeando, con descenso fuerte, revirao, descenso de vértigos y brañas, de sombras y bosques. Después… rectas. Un valle, dos o tres subiditas, pero un valle. Carretera rectilínea. Y viento, siempre aparece el viento. A favor o en contra, no hay más opciones.

Un valle.
Una tumba.

Allí, en esos cincuenta kilómetros, claudicaron muchos campeones. Allí cogieron a Trueba, que se había caído, que luego sufre atropello por un coche de la organización, que escalaba como los ángeles, Trueba, menudo personajazo, Vicente Trueba. Allí encontrará el dolor, gloria y agonía, Eddy Merckx. Un lustro, falta aun el lustro. Eddy atacando casi en el café del Tourmalet sin necesidad, Eddy que no espera, Eddy que se come Soulor y Aubisque, que es imperial, que lleva un cuarto de hora, que siente morir en los llanos hasta Pau. Dicen que le dieron un bidón con champán, para mitigar la caraja. Dicen. Llegó a Mourenx, fue leyenda.

Pero dejó minutos de ventaja (dejó meses de vida) en aquella carretera maléfica.
Y le pasa a Fede. Detrás todos relevan, él va en solitario. Su egoísmo, su carácter. Indómito siempre, suicida tantas veces. Lleva seis horas escapado y los otros rumian distancias.
Tanto dolor para esto.
Para el mito.
Solo el mito.
Suficiente.

Poulidor, Anquetil yBahamontès (Foto: Cordon Press)
Poulidor, Anquetil yBahamontès (Foto: Cordon Press)

¿Has ido a reconocer el Puy-de-Dôme?
Magne pregunta a Raymond. Hay ciento y pico kilómetros desde su casa hasta el volcán, pero Poulidor remolonea, Poulidor está muy a gusto tranquilito, Poulidor hace oídos sordos. Y miente. Sí, monsieur, fui al Puy-de-Dôme. Y Tonin continúa… Dicen que es muy duro… ¿necesitas que te montemos el piñón de veintitrés dientes? Raymond sigue con la farsa. No, monsieur, cómo voy a necesitar eso, con veintiún dientes se suben hasta las paredes. No pensaba, Poulidor, que hubiera nada tan pindio como para meter veintitrés dientes…

Quizá ahí perdió el Tour.

Porque llegó lo otro. El ataque, Anquetil y él uniendo sus hombros, instantánea de leyenda, reconocible. El colapso del rubio, el avanzar con esfuerzo de Raymond. Tiene ahí, cerquita, el Jaune. Lo tiene, lo tiene. Entra Jacques, conserva el liderato. ¿Cuánto llevo a Raymond? Catorce, Jacques, catorce segundos.
Me sobran trece, dirá.
(Por delante vuelven a estar Bahamontes y Jiménez. Esta vez gana Julio, por once segundines. El relevo se plasma).

Llega Bahamontes, culmina su epopeya más grande, la más hermosa. La que pudo ser mayor, la que es más linda por ser inútil.
Llega Bahamontes, son seis horas y casi-diecinueve minutos. Se escapó cuando no llevaban ni diez…
Llega Bahamontes, y después los demás favoritos, los que fueron menos que Bahamontes, los que no osaron. Son dos minutos con ellos.
Llega Bahamontes, y luego el grupo de los Anquetil, Poulidor, Adorni, Jan Janssen. Allí está, claro, Julio Jiménez. Quizá se miran. Quizás sonríen.
Quizás saben lo que se perdió.
Sigue Groussard líder, pero le quedan solo veinticuatro horas. Es Fede segundo, a medio minuto del francés. Cincuenta segundos detrás… Anquetil. Otros nueve y Poulidor.

Tanto dolor para nada.
Faltan dos cronos.
Falta un volcán.

Uno de los mejores pódiums de siempre. La quinta victoria de Anquetil, el tercer cajón de Fede, la gloria eterna para Poulidor. Esta vez los parisinos sí aplaudieron a Jacques, porque aplaudiendo a Jacques aplaudían a los tres. Y había sido… había sido tan hermoso aquel Tour de 1964.
El que pudo cambiar allá, por los Pirineos.
En la etapa de los cuatro cols.

5 Comments

  1. Me gusta el ciclismo y veo todos los vídeos sobre su historia. También sigo su especialidad invernal: el cyclo cross. Un gran deporte!

  2. Vicente Díez

    Fantástico el reportaje. Enhorabuena al autor

  3. Me encanta que los putos gabachos lleven casi 40 años sin ganar su Tour.Lo más divertido es que todavía no hay ningún gabacho capaz de hacerlo.Que sigan por otros 40 más,por favor.

  4. Juan Ramón de Rafael Nerpell

    Muy buen reportaje. Falta el desarrollo de los últimos 60 km. Desde la cima del Aubisque hasta Pau. Bahamontes saca 6′ a los ases en la Cima. Después, según la televisión, a 18 km de la meta, ya descendido el puerto, todavía conserva 4′ de ventaja. Que aumenta a 6′ a sólo 11 km de Pau ! . Parece ya casi vencedor del Tour, pero en esos últimos km, con viento en contra, y llegada a una larga recta antes del velódromo de Pau, llega vencedor Bahamontes pero le han recortado 4′ en esos 11 últimos km. Debido a los 200 km de escapada, pero sobre todo, al viento en contra en las largas de rectas finales que favorecen mucho al pelotón de ases relevándose cada 50 m, en su persecución. Y por unos pocos segundos, no consigue el maillot amarillo. Una lastima, pues en la siguiente etapa contra el reloj, Anquetil le sacó muy poco tiempo, y creo que pinchó Bahamontes antes del ascenso al mítico Puy de Dôme. Lo que le restó energías para sacar más ventaja a los franceses Anquetil y Poulidor. Por todo va ello, se tuvo que conformar con el tercer puesto . Pero bien pudo haber ganado ese segundo Tour que merecía. Las largas bajadas del Galibier y del Aubisque, 40 y 60 km hasta las metas de Briançon y de Pau, tuvieron gran parte de culpa para un hombre destacado en solitario contra un pelotón de figuras relevándose sin parar.

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