Ganó el Real Madrid al Getafe, con otro gol de Bellingham que ya lleva cinco en cuatro partidos y con estreno del techo retráctil en el Santiago Bernabéu, se suspendió el partido entre el Atlético y el Sevilla por la DANA mientras el mensaje de Protección Civil y los pitidos en los móviles metieron el susto en el cuerpo y el Barça venció a Osasuna de penalti, jugando mal y sufriendo. Volvió el fútbol, en fin, cuando se cumplen ya dos semanas del triunfo de la selección femenina en el Mundial, del beso sin consentimiento de Luis Rubiales a Jenni Hermoso en el césped y de su tocada de huevos en el palco, del vídeo en el que se justificaba, de su discurso misógino en la Asamblea y la ovación de la cloaca, de la suspensión de la FIFA y de la resolución del TAD que no considera ni el beso, ni el agarre del escroto como falta muy grave. Volvió Luis de la Fuente a dar su lista de convocados y a pedir disculpas por aplaudir porque no sabe qué le pasó, él creía que Rubiales iba a dimitir y, ups, se le fueron las manos. Vuelven todos como si no pasara nada cuando ha pasado de todo aunque se empeñen en disimular y mirar hacia otro lado. Y, especialmente, vuelven a dejar solas a las jugadoras de fútbol en sus reivindicaciones, así que el #SeAcabó no ha hecho más que empezar.
El silencio mayoritario, general, del fútbol masculino les retrata como lo que son: unos privilegiados encantados de serlo. En la frase de Pellegrini afeando la decisión de Borja Iglesias -de los pocos que se colocó del lado de las futbolistas, el único que ha renunciado a la selección- está todo: «Uno como jugador siempre tiene que estar dispuesto a defender los colores de su país independientemente de la persona que hizo una estupidez, no se pueden juntar las dos cosas».
Siguen sin enterarse porque no se quieren enterar de que el problema no es la estupidez de un tipo, no es sólo Rubiales, sino una estructura entera que le ha sustentado, que aún no ha sido capaz de expulsarle, que le aplaudió, que se resiste con uñas y dientes a cambiar, que pretende perpetuarse en el poder. Ahí sigue su delfín y mano derecha, Pedro Rocha, que aún no ha echado a Jorge Vilda y mantiene a De La Fuente porque ovacionar un discurso misógino, machista, no es razón suficiente ni para dimitir ni para que te echen. Si ya ha pedido disculpas, hombre, ¿qué más quieren? Y otra vez implícito el mensaje de que no nos pongamos así, el no exageres que no es para tanto.
Aitana Bonmatí y Sarina Wiegman también se quedaron solas en sus denuncias en la gala de la UEFA en la que fueron premiadas como mejor jugadora y técnica respectivamente. Ellos están a sus cosas y como prueba irrefutable ahí tenían a Aleksander Ceferin escuchándolas pedir respeto y señalar el abuso de poder mientras él tampoco ha sido capaz de cesar a Rubiales como vicepresidente.
Ni una pancarta se ha visto, ni una en el fútbol español, como la que desplegaron los aficionados del Borussia de Dortmund en la grada: «¡Yo te creo, hermana! Solidaridad con Hermoso». La estrategia parece ser dejar que pase el tiempo y tal día hará un año mientras las futbolistas siguen luchando por sus derechos y diciendo se acabó ante el ninguneo de sus colegas masculinos. Y, lamentablemente, no se ha acabado, no, pero ellas han aprendido que el silencio no las ha protegido ni las protegerá y ya no se callan. Deberán seguir demostrando que son valientes para conseguir ser libres e iguales. Lo mínimo que podemos hacer el resto es apoyarlas, que no se nos olvide, no dejar de hacerlo, porque será la presión social la que, al final, les eche a todos.
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