Ciclismo

El Tour nunca ha engañado, el interés comercial ha estado presente desde el nacimiento mismo de la carrera

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Tour de Francia 2023 (Foto: Cordon Press)

El Tour de Francia ha vuelto este año al País Vasco, en lo que se conoce como Grand Départ Pays Basque 2023. Un formato que incluye la presentación de la carrera en Bilbao, además de tres etapas por carreteras vascas, con finales en Bilbao, Donostia y Baiona y una amplia variedad de eventos paralelos. Todo un espectáculo ciclista para exhibir el País Vasco en todo su esplendor, gracias a la producción que France Television ofrece a los miles de millones de espectadores que siguen el Tour en los más de 190 países en los que se emite. Un producto muy preciado que Amaury Sport Organisation (ASO), organizador del Tour de Francia, ha vendido a la empresa pública Bilbao Ekintza S.L. y por el que las diferentes instituciones vascas han pagado no menos de 12 millones de euros. Es el ciclismo moderno y la carrera más importante del calendario. Quien crea en un pasado romántico en el que sólo contaba el deporte y la competición, se equivoca.

El Tour de Francia nació en el año 1903, cuando el director del periódico L’Auto, Henri Desgrange, pensó que una carrera por etapas que recorriera el país captaría el interés de los aficionados y ayudaría a aumentar las ventas de su diario. Ya ven, el Tour nunca ha engañado, el interés comercial ha estado presente desde el nacimiento mismo de la carrera.

Desgrange vio pronto que el relato de las hazañas épicas de los ciclistas captaba la atención de los aficionados y permitía triplicar las ventas del diario. Al mismo tiempo, tomó conciencia de que contaban con una herramienta de propaganda política muy útil; que, el mero paso de los ciclistas por una localidad o un territorio, transmitía un mensaje a la audiencia. En 1905 incluyeron en el recorrido el paso por el Balón de Alsacia, una de las primeras cotas de montaña ascendidas en el Tour. Con esta modificación, la organización buscaba añadir dureza y épica a la carrera, pero también transmitía una idea de Francia en un momento en el que el fervor nacionalista se expandía por Europa, porque el Balón de Alsacia está situado en un territorio que el país galo había perdido a manos de Alemania en 1871. El paso se repitió al año siguiente y en 1907 añadieron un final de etapa en la ciudad de Metz, capital de la Lorena, también perdida tras la derrota en la guerra franco-prusiana. El entusiasmo de la población local ante el paso de la carrera fue tal que, en 1912, el emperador Guillermo II prohibió al Tour entrar en territorio alemán.

Tour de Francia de 1912 (Foto: Cordon Press)

Al finalizar la I Guerra Mundial, cuando Francia recuperó las regiones de Alsacia y Lorena, Desgrange no dudó en volver a incluirlas en el recorrido del Tour. Al mismo tiempo, prohibió la participación de corredores alemanes. La prueba más importante del calendario ciclista seguía siendo un fiel reflejo del país galo y su realidad geopolítica.

La variable nacional

Para entonces el éxito de la carrera ya era rotundo y eran varias las marcas comerciales que habían visto en el Tour una oportunidad de publicitarse. Desde las primeras ediciones habían ayudado a los ciclistas más conocidos a sufragar sus gastos a cambio de que lucieran su marca y, para 1909, ya aparecieron los primeros equipos comerciales. El patrocinado por Peugeot no tardó en convertirse en el primer gran equipo de la carrera y los años 20 marcarían el dominio del Alcyon-Dunlop.

Desgrange veía cada vez con más suspicacia a estas marcas que trataban de reunir a los mejores ciclistas para asegurar la victoria en París y lograr mayor publicidad. En 1929, el corredor del Alcyon-Dunlop, Maurice de Waele, consiguió llegar de amarillo a París, a pesar de caer enfermo gracias a la ayuda de sus compañeros. Aquello fue la gota que colmó el vaso para Desgrange. Al año siguiente desaparecieron los equipos comerciales y fueron sustituidos por selecciones nacionales. Para compensar el dinero que dejaban de ingresar los ciclistas, se ideó la caravana publicitaria; una larga fila de vehículos cargados de publicidad que abre la carrera, varios kilómetros por delante de los corredores y que ha terminado convirtiéndose en un espectáculo en sí mismo.

Con el cambio a los equipos nacionales, además, aumentaba el interés del público por la carrera, en un momento en el que los nacionalismos volvían a estar en auge y el fascismo crecía en Europa. Ganar el Tour no tardó en convertirse en un acontecimiento de orgullo nacional, que Mussolini quiso capitalizar cuando, en 1938, Gino Bartali se alzó con la victoria final.

Con el estallido la II Guerra Mundial el Tour volvió a parar, aunque, durante la ocupación nazi de Francia, las autoridades germanas trataron de mantener un aire de normalidad y, en 1942, celebraron una carrera similar que llamaron Circuit de France. Henri Desgrange había muerto en 1940 y su sucesor, Jacques Goddet, prefirió no colaborar con esa prueba. Aunque sí debió aceptar algunas exigencias para que L’Auto siguiera publicándose; entre ellas publicar los comunicados de la autoridad nazi o que el diario fuera tutelado por un director alemán. Esta colaboración terminaría por sellar el cierre definitivo de L’Auto cuando, tras la liberación de París, De Gaulle decretó el cierre de todos los medios que habían seguido publicándose durante la ocupación nazi.

A pesar de la desaparición de L’Auto, para 1946 se crearon dos pruebas diferentes que reivindicaban ser sucesoras del Tour. Por un lado, el diario deportivo Sports, financiado por el partido comunista, organizó una carrera por etapas entre Burdeos y Grenoble, pasando por los Pirineos y los Alpes. «Nosotros revivimos el Tour» anunciaron desde sus páginas. Jacques Goddet, por su parte, sin el respaldo del diario L’Auto y señalado por su colaboración con los nazis, se asoció con otro periodista, Émilien Amaury, gaullista, héroe de la resistencia y fundador del diario Le Parisien Libéré. Juntos crearon el diario deportivo L’Equipe y organizaron una prueba por etapas entre Monaco y París. «El Tour de Francia de Henri Desgrange renace, más fuerte, más amado que nunca» decía L’Equipe.

Jean Robic en el Tour de Francia de 1948 (Foto: Cordon Press)

En plena posguerra, con escasez de papel y ventas limitadas, no había mercado para dos diarios deportivos y organizar el Tour de Francia podía suponer un espaldarazo determinante. Tanto Sports, como L’Equipe reivindicaban ser los legítimos herederos del Tour e iniciaron una pelea feroz por ser los organizadores de la edición de 1947. La decisión final la tomó el gobierno de De Gaulle y, por más que Sports insistiera en recordar el controvertido pasado de Goddet, entre un diario comunista y otro con un gaullista y héroe de la resistencia al frente, el gobierno se decantó por L’Equipe. Así, Goddet volvió a ser el director de la prueba y lo seguiría siendo hasta 1987. El diario Sports, por su parte, desapareció un año más tarde y con él, la idea de un Tour de orientación comunista.

Concordia

El equipo alemán volvió a no ser invitado al Tour y no participaría hasta 1958, cuando el proyecto de mercado común europeo ya daba sus primeros pasos. «La bicicleta sigue siendo el medio de transporte más seguro en tiempos de dificultad. Espero que el Tour de Francia le dé suficiente importancia para que siga siendo la última y única arma útil» declaro el director de cine y apasionado de la bici, Jacques Tati. Era el reflejo del espíritu que empezaba a extenderse por Europa y del que no fue ajena la prueba francesa.

Si a principios de siglo la entrada de la carrera en suelo alemán había provocado un conflicto diplomático, tras la II Guerra Mundial, las ciudades más próximas a Francia recibían con los brazos abiertos el paso de los ciclistas. Formar parte del recorrido ya no era visto como una reivindicación patriótica y sí como un orgullo para la propia ciudad.

En 1947 Bruselas y Luxemburgo fueron llegada y salida de etapa. En 1948, sería el turno de San Remo, Lausana y Lieja. Un año más tarde, la llegada del Tour a San Sebastián fue decisiva para que el equipo español volviera a ser invitado. El ciclista Bernardo Ruiz explicó años después que debieron ser protegidos por los gendarmes franceses ante los ataques de los exiliados españoles. La actuación del equipo no estuvo a la altura de las expectativas y para cuando la carrera llegó a Donosti en la novena etapa, habían abandonado todos sus componentes. La prensa franquista cargó las tintas sobre Julián Berrendero, ganador de la Vuelta a España en el 41 y 42 y líder del equipo en aquel Tour; también un ciclista que se había manifestado a favor de la República y que pasó buena parte de la Guerra Civil en diferentes campos de concentración.

En los años siguientes el Tour seguiría explotando el espíritu de concordia europeo y para 1964 puso fin al distanciamiento con Alemania, al incluir a la ciudad de Friburgo en el recorrido. Un año más tarde, la prueba partió de la ciudad de Colonia. Era consecuencia también del Tratado del Eliseo, firmado en 1963 y que ponía fin a la histórica rivalidad entre franceses y alemanes.

Escaparate internacional

Hacía tiempo que las marcas comerciales venían invirtiendo cada vez más dinero en equipos que participaban en las pruebas ciclistas más importantes, mientras que el Tour mantenía el formato de equipos nacionales. Goddet era un convencido defensor de los equipos nacionales, pero, en 1958, cuando la carrera empezó a ser retransmitida por televisión, se multiplicó la presión de las marcas sobre los organizadores.

Ferdi Kubler en el Tour de Francia de 1950 (Foto: Cordon Press)

Por otro lado, ya en 1950, el equipo italiano se había retirado de la carrera después de que Gino Bartali fuera agredido por aficionados franceses y la etapa que debía terminar en San Remo cambió su llegada a Menton para evitar problemas al entrar en suelo italiano. En 1961, el equipo Mercier se negó a que su estrella, Raymond Poulidor, hiciera labores de gregario en el Tour para Jacques Anquetil. Además, Rik Van Looy, el mejor corredor de clásicas del momento, no participaba en el Tour por no poder contar con su «guardia roja», el grupo de gregarios fieles que corrían a su servicio.

Finalmente, en 1962 el Tour abrió la puerta a los equipos de marcas comerciales, aunque cinco años más tarde, Goddet impuso su criterio y volvieron a los equipos nacionales. Como respuesta, varios equipos impidieron a sus estrellas acudir al Tour. Así, la edición de 1968 se disputó sin Anquetil, Ocaña, Merckx, ni Gimondi. Goddet claudicó y, desde la edición de 1969, el Tour se ha disputado siempre con equipos de marcas comerciales.

Para entonces la carrera era ya un gran escaparate internacional, abierto a nuevos participantes, como el inglés Tom Simpson, el portugués Agostinho o el sueco Petterson. En 1975 participó el primer ciclista colombiano, Martín «Cochise» Rodríguez, y en los años 80 se incluiría, por primera vez, a un equipo del país cafetero. La aparición del estadounidense Greg Lemond aceleró el asalto del Tour al mercado americano. Sus tres victorias finales multiplicaron la audiencia televisiva en los Estados Unidos y marcaron un nuevo impulso en la comercialización del ciclismo.

Al mismo tiempo, desde el Tour, seguían con sus guiños a la diplomacia francesa. En 1987 la prueba partió de Berlín Oeste y se proyectaron a todo el mundo las imágenes de los ciclistas rodando junto al muro que todavía dividía las dos Alemanias. Cinco años más tarde, coincidiendo con la firma del Tratado de Maastricht, el Tour salió de San Sebastián y pasó por otros cinco Estados de la Unión Europea. Era el reflejo de un mundo que acababa de vivir la caída del bloque del este y al que el Tour estaba dispuesto a abrir los brazos. En 1993 el polaco Jaskula subió al tercer escalón del podio. Un año más tarde lo haría el letón Ugrumov. En 1997, el alemán Jan Ullrich se convirtió en el primer ganador nacido en la Europa socialista.

El elefante en la habitación

Con el Tour consolidado como un evento global, en 1998, el estallido del caso Festina puso contra las cuerdas a la joya de la corona del deporte francés. Durante años, la organización había hecho equilibrios para esquivar el fantasma del dopaje, hasta que el juez, Patrick Keil, ordenó a la policía registrar las habitaciones de hotel de los equipos del Tour y puso, de un plumazo, el problema encima de la mesa. El gobierno francés respondió aprobando en 1999 una nueva ley antidopaje mucho más estricta. Años más tarde, el propio Keil denunciaría presiones para no imputar a diferentes personalidades en el caso Festina, entre ellas, el entonces director del Tour, Jean-Marie Leblanc.

Los hermanos Yvon y Marc Madiot frente al Muro de Berlón en el Tour de 1987 (Foto: Cordon Press)

Durante aquellos años, desde Amaury Sport Organisation (ASO), priorizaron mantener el prestigio de la carrera, sin hacer demasiadas preguntas y tratando de mantenerse al margen de los escándalos que periódicamente saltaban a su alrededor. La misma prueba que había conseguido sobrevivir a dos guerras mundiales, vivió sus años más difíciles cuando los positivos de muchos de sus mejores ciclistas pusieron en cuestión el relato de hazañas épicas que tanta fama le había dado.

Con la sombra del doping todavía rondando, el Tour logró sobrevivir y mantenerse como uno de los eventos deportivos más importantes del mundo. A día de hoy, integrado dentro del UCI World Tour, sigue siendo un escaparate codiciado por las marcas comerciales y muy atractivo para países emergentes que ven en el ciclismo una vía perfecta de promoción y lavado de cara. Así, en la edición de 2023, estarán presentes los equipos financiados por los gobiernos de Kazajstán, Bahrein o Israel. El esloveno Tadej Pogacar, el gran ciclista de esta generación, ya ha ganado dos ediciones del Tour corriendo para el equipo de los Emiratos Árabes Unidos y tratará de lograr el tercero este año.

Mientras tanto, ASO sigue manteniendo el equilibrio entre el apoyo a los intereses geopolíticos franceses y la posición oficial de no significarse políticamente. Así es como han logrado consolidarse como uno de los eventos deportivos más seguidos en todo el planeta, protegido por el gobierno galo y deseado por numerosas marcas comerciales. El éxito del ciclismo moderno es también el triunfo de la diplomacia.

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