Por un corto período de tiempo, muy corto, hubo un equipo de fútbol que fue un sueño hecho realidad para aquellas personas que sueñan con el retorno de las democracias puras. Durante apenas dos años, el Sport Club Corinthians Paulista fue un modelo de gobernabilidad y trato igualitario entre los miembros del club. De 1982 a 1984, el club propuso un modelo de autogestión que el publicista Washington Olivetto tituló Democracia Corinthiana. Los jugadores que encabezaron este movimiento defensor de la libertad y la igualdad fueron Walter Casagrande, Zenon de Sousa, Wladimir Rodrigues y Sócrates. Sobre todo Sócrates. De hecho, eso mismo fue lo que denunciaron los jugadores que no estuvieron satisfechos con el sistema, que decidían todos y Sócrates, más.
Sócrates Brasileiro Saimpaio de Souza, Doctor Sócrates, nació dos mil trescientos años después de la muerte de Sócrates el griego. Por supuesto, el futbolista debe su nombre al filósofo. Ambos compartían el sentido de la rectitud y la coherencia. El centrocampista creía en el gobierno de los iguales y así luchó para importarlo en su club; el filósofo ya sabemos cómo murió.
Marcados por la dictadura
En 1964, el mariscal Castelo Branco arrebató el poder a João Goulart con un golpe de Estado, atajo habitual por aquellos año en Sudamérica, y pasó a ocupar el asiento de presidente de Brasil. Con su mandato se iniciaría una dictadura militar en el país que gozaría de cuarenta y un años de salud. Goulart había llegado solo tres años antes al puesto de mayor responsabilidad política con un programa intervencionista en materia agrícola y educativa, cercano a la Unión Soviética. El país no escapó del vuelo del Plan Cóndor.
Corinthians, uno de los equipos con más seguidores de todo Brasil, encadenaba una deriva de malos resultados que le llevó a tocar fondo en la temporada de 1981. Ese mismo año, los estatutos del club bloquearon la posibilidad de que Vicente Matheus, un clásico del Timão, revalidase el puesto de presidente. En su lugar, las urnas eligieron a Waldemar Pires como sucesor. Este, que rompió relaciones con Matheus, nombró a Adilson Monteiro director general del club. Un sociólogo y ex militante de izquierdas que no sabía de fútbol y, por supuesto, tampoco de cómo manejar uno de los clubes más grandes del país.
Para salvar la delicada situación deportiva e institucional, Corinthians hizo lo que ahora llamamos un rebranding. Su estrategia para crear mayor sentimiento de pertenencia al escudo y, con ello, intentar mejorar los resultados del equipo fue cargarse por completo la jerarquía interna. Es decir, «horizontalizar» –nos inventamos el término– la toma de decisiones al máximo con un sistema asambleario en que cada medida a tomar se votase. La doctrina de esta nueva democracia se resumía en «una persona, un voto». La opinión del mismísimo Sócrates tenía el mismo valor que el de un jugador suplente, un administrativo, los operadores de mantenimiento, masajistas, utilleros o cualquier cargo que se nos venga a la cabeza. Al menos, en teoría.
La nueva fórmula tuvo resultados inmediatos. Los jugadores, cuando salían al campo, defendían algo que era suyo. Y así lo reconocieron muchos en entrevistas posteriores. El Corinthians ya no era solo la empresa que pagaba sus nóminas, sino también la que surcaba un rumbo u otro en función de las asambleas. Se proponía todo lo relacionado con la deriva de un club deportivo: fichajes, sponsors, planes económicos, gestión de la plantilla u organización de viajes. Las asambleas tenían tres niveles. Uno, con la directiva, otro con la comisión técnica y, el tercero con todos los trabajadores.
Del tema más ordinario, como los stocks del comedor, a las convocatorias. Lo más importante era consensuar la hora de llegada a las concentraciones y los horarios del autobús, la mayoría de los jugadores estaban casados y les apetecía estar más tiempo con su familia. Al final, hubo dos grupos, los que se concentraban y los que no, quedaba a elección de cada uno cuál era la mejor forma para estar a punto y para recuperarse. También discutieron sobre el consumo de alcohol. Hasta entonces, en palabras de Adilson Monteiro Alves, los stages en el hotel eran «campos de concentración».
Todo pasaba por el sufragio, incluido el juego. Así ganaron el Campeonato Paulista de 1982 y 1983, luciendo una pancarta que decía «Ganar o perder, pero siempre en democracia». En 1981 habían quedado octavos. El periodista Celso Unzelse manifestó en sus crónicas que la buena atmósfera había mejorado notablemente el rendimiento de la escuadra.
La libertad de elección, en cambio, no gustó al encargado, sobre el papel, de tomar las decisiones. El entrenador Mario Travaglini renunció por el exceso de libertades que se habían concedido los jugadores a la hora de elegir el sistema de juego con el que iban a salir al campo. Llegó un momento en el que el hombre no tenía competencias más allá de sentarse en el banquillo y hacerse el nudo de la corbata.
En nuevas asambleas, los jugadores eligieron a su próximo entrenador. Así llegó al banquillo José María Rodrigues Alves, Zé María, que era un jugador más de la plantilla. Su cargo no sería de entrenador propiamente dicho, sino de «representante» de todos los jugadores. No tenía autoridad sobre la plantilla. Otro problema fue con los fichajes. El portero Emerson Leão nunca se adaptó al funcionamiento autogestionario del Corinthians. Años después, se quejó de que los jugadores más cultos e inteligentes eran los que imponían las decisiones la resto. El modelo lo manejaban entre cuatro o cinco y los demás les temían.
Como prueba de sus palabras, que en su fichaje no hubiera asamblea alguna. La tomaron unos pocos jugadores, entre ellos Sócrates. Por el mismo procedimiento, una conversación de una camarilla, se decidió su salida. Para el guardameta, estar en el Corinthians era un sueño, pero se conoce que rivalizó con Sócrates por el liderazgo y salió el tarifando. Peor fue el caso del portero anterior, Rafael Cammarota, que también denunció que las decisiones se tomaban entre cuatro, Sócrates, Wladimir, Casagrande y Monteiro Alves, a los que directamente les denominó como «los traidores».
No obstante, hubo mucho más. Por primera vez se puso sobre la mesa la desigualdad del futbolista con respecto a otros trabajos, pues no tenía derecho a acogerse a una baja voluntaria para cambiar de pagador. Por otro lado, esta iniciativa también visibilizó la precaria situación de la clase media baja de los profesionales del balón en aquel Brasil. Como dijo el periodista y entrenador João Saldanha: «En este país, la profesión es un medio, no un fin. Los jugadores, en el 90% de los casos, viven de forma itinerante, moviéndose por el país en busca de trabajo temporal, sin garantías ni seguridad». Mientras tanto, el fútbol era un negocio que movía un punto y medio del PIB incluso por aquel entonces.
Un deporte nacional
Cuando hablamos del binomio deporte rey y Brasil, debemos ser conocedores del contexto sociopolítico e histórico en que nos movemos y, sobre todo, escrupulosos. El juego de pelota significa mucho para los brasileños. Distinto estudios confirman lo que ya imaginamos: el once contra once ha formado una parte esencial de la historia reciente del país. A partir de los años 50, por ejemplo, la sociedad se miraba al espejo con el el juego de su selección nacional.
El fútbol en Brasil ha servido como una importante vía de integración social y forjadora de la identidad nacional. Sin ir más lejos, los éxitos futbolísticos de Garrincha y Pelé ayudaron a que el pueblo brasileño abrazase la diversidad étnica y racial como un beneficio genuino, aislando los discursos racistas. En los años 60, jugadores como Alfonsinho, del Botafogo, habían manifestado públicamente su insatisfacción laboral cuando dijo sentirse «como un esclavo de los dirigentes y empresarios».
La onda expansiva de la Democracia Corinthiana traspasó las fronteras de la afición del Timão. Sus reivindicaciones sociales y políticas alcanzaron la calle cuando los propios jugadores del club plantaron cara a una agonizante dictadura militar promoviendo distintas protestas por las ciudades más importantes del país. Este movimiento sociopolítico o, mejor dicho, «sociofutbolísitico», estuvo muy cerca de los postulados del Partido de los Trabajadores (PT). La Democracia Corinhiana apoyó a Lula, de hecho.
Final del sueño
Uno de los elementos visuales más potentes de este corto período fue el dorso de las camisetas del Corinthians. El equipo, que no llevaba publicidad, aprovechaba la parte trasera de sus camiseta para lanzar mensajes políticos. El más famoso, el de Democracia Corinthiana, tenía un diseño especialmente llamativo porque la palabra Corinthiana estaba ilustrada con la reconocible tipografía que siempre ha usado Coca-Cola, pero en realidad estaba escrita en rojo y con goterones que simulaban sangre para transmitir el mensaje de que había que «derramar sangre» por la camiseta. Otro de las consignas defendidas en la elástica fue Diretas Já(voto directo).
En 1985, las calles se movilizaron para exigir la votación de la enmienda a la constitución de Dante de Oliveira, un diputado que propuso cambiar la Carta Magna de los militares para que la elección del futuro presidente se hiciera por votación directa. De ahí Diretas Já. Hasta entonces, se hacía de manera indirecta vía colegios electorales.
Sócrates, el jugador, aseguró que abandonaría el país si la enmienda no salía hacia adelante. El congreso la votó favorable, pero sin la mayoría suficiente de dos tercios necesarios para su aprobación. ¿Qué hizo el jugador? Fichar por la Fiorentina. Poco después, la Democracia Corinthiana acabó en paralelo con la modernización del fútbol brasileño, la llegada de entrenadores más autoritarios y la necesidad de que los clubes tuviesen un organigrama corriente, como el actual.
Sin embargo, el legado de la Democracia Cortinhiana, sin embargo, ha seguido vivo. En 2013, cosas de la vida, fue tomada como base de las protestas contra el gobierno de Dilma Rouseff, del Partido de los Trabajadores, en el marco de la Copa Confederaciones 2013. Los manifestantes exigían al gobierno acometer las reformas necesarias en sanindad y educación que habían postergado durante once años. Durante la pandemia del COVID, también salieron a denunciar la gestión de Jair Bolsonaro en las grandes urbes. En las últimas elecciones presidenciales, en las que Lula da Silva ha retornado al poder, las redes sociales y medios de comunicación se inundaron de imágenes de Sócrates y de la Democracia Corinthiana.
La retirada
El Doctor apenas jugaría cuarenta partidos tras abandonar el Timão, repartidos en la Fiorentina, Flamengo y Santos. Platón, discípulo de Sócrates el filósofo, dejó por escrito cómo fue la retirada de su maestro en el Fedón. Mientras el pensador griego esperaba que el veneno de la cicuta hiciera efecto, imploraba a sus amigos que no lloraran su marcha. Pudo eludir la pena de muerte a la que fue condenado, pero prefirió acatarla y morir rodeado de los suyos.
Platón cuenta en las páginas del citado libro que las últimas palabras de Sócrates, cuando ya sintió su cuerpo frío y envenenado, fueron las siguientes: «Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides». Los jóvenes seguidores de Sócrates se encargaron de que su pensamiento no muriera con él. Tal y como ocurre con la Democracia Corinthiana. Sócrates Brasileiro se retiró sin hacer ruido, cumpliendo su promesa de abandonar el país. Falleció en 2011, víctima de una cirrosis hepática. Su democracia sigue viva, aunque en otros terrenos. Al club llegó la publicidad, la del BBV en los noventa, y también inversores estadounidenses.
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