En la tienda en la que trabaja vendiendo material ciclista, lo primero que hace Rocío Gamonal (Marcenao, 1979) es acariciar las bicis: se lo hizo notar un compañero con humor, el otro día. Llega Rocío a nuestra cita con un jersey en el que aparece dibujada una bici de colores. Hemos quedado en el bar que ella ha propuesto: La Flaca, en La Pola, una cafetería de temática ciclista. Su símbolo es una bici. Dentro, en una vitrina, vemos reliquias de las que luego nos da rabia no haber preguntado a quién pertenecieron, para contarlo aquí: una gorra del Mapei, otra que pone «Colnago», un bidón del Kelme, un maillot que pone «Santini», un par de trofeos. Es agradable la temperatura de las primeras horas de la primavera, y optamos por la terraza. Un guitarrista callejero toca Hotel California y, luego, The sound of silence más o menos en el momento en que Rocío nos habla de su gusto por salir a la montaña, a pie o en bici, sola, con su perro, y paladear el silencio. Su entusiasmo en cada respuesta es contagioso. El fotógrafo pide una caña; el entrevistador, Coca-Cola; y la entrevistada, agua. Dura una hora y media la conversación con esta ciclista que brilló en tres modalidades (carretera, montaña y ciclocrós) y ganó quince medallas de oro. Palpamos lo largo de la misma los cuatro elementos de la filosofía griega: la Tierra (Rocío la ha recorrido de cabo a rabo, de Chipre a Canadá, de Turquía a Australia), el agua (tuvo que aprender a beberla correctamente en sus entrenamientos autodidactas), el aire de los sprints y el fuego de una pasión.
Rocío: naces en 1979, y te crías en un entorno rural.
Muy rural, sí. Yo salí de un pueblín en el que éramos apenas diez vecinos; un núcleo muy pequeño. Pertenecemos a la parroquia de Marcenao. Fui a la escuela allí, desde parvulitos hasta tercero de EGB. Todos los niños en el mismo aula, apelotonados. Y recuerdo que la única que iba en bicicleta a la escuela era yo. Tenía tres kilómetros desde casa y siempre cogía la bici para ir y venir por la mañana, y de tarde otra vez. Así fui cogiendo la afición.
Una niñez echada a la calle, ¿verdad? Te escuché contar en un podcast que la infancia de tu hermano, que es unos años más joven que tú, es diferente: él ya se cría jugando a la videoconsola.
Nos llevamos siete años, pero hay un cambio generacional muy, muy importante. Yo jugaba a los Playmobil, iba al río a pescar pescardos [peces pequeños de río] y renacuajos, me subía a los árboles… También jugábamos al balón. No al fútbol: al balón; a pegar pelotazos contra los fardos de hierba. Y la bici. Teníamos todos la típica BH de paseo. Para mí, la bicicleta era un juguete; jugaba con ella. Me montaba películas: con seis o siete añinos, me imaginaba hasta que era taxista y recorría el pueblo paseando a los guajes atrás, en el portabultos.
En el colegio, ¿practicaste algún deporte?
Practiqué voleibol en el cole y el instituto. Pero lo que me gustaba era la bici.
¿A qué se dedicaban tus padres? ¿Eran campesinos?
Mi padre fue minero, y mi madre se dedicó a llevar la casa y a cuidar a los guajes. La casa era una finca con huerta, con pites, oveyines [gallinas, ovejitas]… Una vida de pueblo total, de libro: cuando digo que soy rural, soy rural de pura cepa. En mi familia no hubo ningún deportista: solo yo. Empecé de cero total.
¿Ancestros asturianos? ¿O procedentes de otros lugares de España, dentro de aquella emigración leonesa, castellana, extremeña, gallega… que llegó a Asturias para trabajar en la industria?
No, no: somos todos de aquí, de Asturias, aunque tenemos familia en Argentina. Todos los hermanos de mi güelu emigraron allá, y, de hecho, murieron allí.
¿Cómo es el paso de ese uso infantil, recreativo, de la bici a la competición? ¿Te descubren, empiezas en el colegio, vas a apuntarte a algún sitio…?
A competir empiezo supertarde para la afición que tenía, con diecisiete años. No había medios, no había absolutamente nada. No sabías siquiera adónde acudir. Ahora hay escuelas de ciclismo, hay muchas chavalas montando en bici, hay clubes que tienen un montón de ellas… Pero antes no había nada. Ver a una guaja por ahí en bicicleta era raro. Las vecinas me decían: «¡Vas matate!». Y se lo decían a mi madre: «Oi, esta guaja anda tol día perhí corriendo, derrapando…». Acababa con todas las cubiertas. Aprendí pronto a reparar pinchazos.
Con respecto a un chaval que anduviera por ahí haciendo el cabra no existía la misma preocupación, ¿verdad?
Claro. Ser guaja era diferente: era más estar en casa, bordar… Mi abuela, a día de hoy —¡y llevo veintidós años sacándome una licencia federativa!—, todavía no ubicó que yo me dedicara a esto. «Déjalo, fía, que ye mui duro…». Pero a mí bordar no me gustaba, y las muñecas tampoco.
Chechu Rubiera me contaba que su madre nunca llevó bien que se dedicara al ciclismo, y que sobre todo era por el tema de las caídas; el miedo a que su hijo se descalabrase.
Bueno, los míos se preocupaban lo justo. Llegaron a acostumbrarse tanto, tanto, tanto a que yo fuese a correr a Alemania, a Bélgica, a Sudáfrica o a Canadá que a veces ni llamaban. Cuando llamaba yo para decirles que había acabado, me decían: «Ah, qué bien. ¿A qué hora vienes?». No me preguntaban ni cómo había quedado (risas). O me llamaba mi padre y me decía: «¿Acabaste?». Y yo: «No, hombre, fáltame una vuelta, ¿tu qué pienses? ¡Claro que acabé, joder!». Era todo muy en ese plan; muy de andar por casa. Como si vinieras de trabajar. No hacían más hincapié en ello. ¿Las caídas? Alguna gorda tuve. Sobre todo, en carretera, donde las hostias son muy gordas.
¿La peor?
La peor, la peor… Igual fue en una vuelta, ¿dónde fue…? Creo que en Castilla y León. Caímos ahí un grupo y acabamos cinco en el hospital. Yo limé toda la cara; la arrastré por el suelo. La chavala que cayó conmigo rompió la cadera. Una montonera bastante fastidiada, pero bueno: no me quedó marca.
Te he leído contar que, en los pelotones, te han pegado hasta mordiscos.
¡Sí! Y hasta pinchazos con alfileres.
Ahí va, ¿sí?
Aquella época fue la guerra. Sí, sí. Ir muy juntas, muy juntas, y notar un pinchazo en el culo. La gente llevaba alfileres clavadas igual en la cinta del manillar, para que te apartaras. ¡Como el ganao, igual que el ganao! (risas). A mí, lo que más miedo me daba en carretera era el pelotón.
¿Cómo empiezas a competir, entonces?
Desde guaja, yo tenía muchas ganas de dar un pasín más. De aquella, no había Internet: había revistas. Había gente que coleccionaba la revista Don Balón, pero a mí me gustaba la revista de la bicicleta. Todavía recuerdo —¡y mira que hace veinticinco años o más!— la primera revista de bicicletas que compré. La compré en Cangas de Onís. Todavía me acuerdo hasta de la portada. Era la revista Bike, que todavía se publica. Yo seguía a todas las corredoras nacionales e internacionales por las revistas. Forraba las carpetas de la escuela con fotos de mis ídolos; ciclistas profesionales de entonces: Paola Pezzo, que fue la primera medallista de oro en unos Juegos Olímpicos; Marga Fullana, que luego fue compañera en la selección nacional de ciclistas profesionales de carretera; Chechu Rubiera, que era de aquí, de cerquina de casa… Los veías en otra galaxia. El caso es que tuve la gran suerte de que aquí, en La Pola, había una tienda de bicicletas; un taller piquiñín. Empecé a pasar por allí: me gustaba el ambiente que había. Y tenían un equipín. Antes, todas las tiendas de bicicletas tenían uno. Ahora no es así; ahora hay cuatro o cinco equipos muy potentes. Pero antes, todos tenían uno pequeño. Estos tenían una chica corriendo, y fueron ellos los que me animaron. Un día me dijeron: «Oye, este fin de semana vamos a correr a Cantabria, ¿te apetece venir?». No hizo falta convencerme: tenía tantas ganas que tardé en decir que sí lo que tardé en ir corriendo a casa a decirlo. No tenía bicicleta, no tenía culotte, no tenía maillot… Me lo dejaron todo. Yo, encantada de la vida. Iba en aquel coche ranchera, con las bicis arriba, y era la tía más feliz del mundo. Aquello me enganchó, y hasta hoy.
Cuentas que tu medalla más especial es la primera que obtuviste, en una carrera popular en Cistierna (León), con diecisiete años.
Todavía el otro día la tuve en la mano. Es como el Santo Grial (risas). Me llevaron estos chavales y fue la primera carrera que corrí, porque a la de Cantabria solo fui de público, a animar. En la de Cistierna ya participé y fue una pasada. Todavía puedo recordarlo todo: ¡me marcó tanto…! Recuerdo cuando llegué a meta, recuerdo que me paré en una fuente a meter la cabeza del calor tan grandísimo que había, me acuerdo de que me equivoqué con la hidratación que llevaba en el bidón… De aquella, no tenía ni puta idea y llevé Isostar, pero aquello era pastosísimo para beber con aquellos calores. ¡Todavía recuerdo hasta el sabor del bidón!
¿Cuál hubiera sido la hidratación correcta? ¿Qué es lo que aprendiste a hacer con el tiempo?
Fíjate: Isostar, con los años, me llegó a patrocinar. ¿Qué hice mal de aquella? Yo decía: echo cinco cacitos de esto en el bidón y p’alante; cuantos más cacitos de esto, más hidratación. Pero no. Tienes que echar agua. Aquel día aquello me quedó súperconcentrado; estaba para mojar churros. Todo esto lo vas aprendiendo con el tiempo, con charlas de nutrición, con las que nos daban en el CAR de Sierra Nevada cuando nos llevaban con la selección concentrados… Alucinabas; decías: «Joder, estoy haciendo todo lo contrario». Aprendes, por ejemplo, que hay muchos geles que llevan cafeína o estimulantes, pero eso, cuando hace mucho calor, no es recomendable tomarlo, porque deshidrata. Una vez te lo cuentan, dices: «Claro. Es de lógica». Pero hasta entonces no lo sabes.
Yo era una guaja que había salido de Marcenao sin nociones de nada. Lo único que sabía era dar pedales lo más rápido que podía. Con el tiempo vas cogiendo nivel, vas sabiendo lo que te va bien, lo que te va mal, tienes asesores que te echan una mano… Aprendes a entrenar, a descansar, a hidratarte, a hacer masajes, a recuperar lo que has perdido durante el entreno, los hidratos de carbono… Vas cogiendo unas pautas de vida sana. Yo nunca llegué a pesar la comida, ¿eh? He tenido la suerte de que tampoco cogía mucho peso, y no tuve que privarme mucho. Pero tienes que cuidarte. Desde que te levantas hasta que te acuestas, eres ciclista profesional, y tienes que cuidarlo todo. No era un gran sacrificio, porque no me gustaba comer guarrerías: gusanitos, hamburguesas del McDonald’s, estas cosas. Tampoco me gustaba salir de fiesta: el alcohol no me va en exceso; me puedo tomar una cervecina por ahí, que me presta, pero nada más.
Te he leído contar que conservas el trofeo de aquella carrera en Cistierna, pero que no muchos más.
Conservo aquella primera copa y la conservaré toda mi vida, sí. Me acuerdo de que también me dieron de premio un queso, que cabía justo en la copa [Rocío hace un gesto circular con las dos manos]. Medallas, creo que las tengo casi todas, menos un par de ellas que regalé por compromisos con gente muy cercana. Lo que no conservo son los trofeos; solo los que más cariño les tengo, o más importancia tienen: los campeonatos de España, los tres mundiales… También guardo los maillots del campeonato del mundo, los del de España…
¿Tienes cosas de otros ciclistas: estos intercambios que se hacen…?
Algo tengo por ahí, sí. Tengo un maillot de Paola Pezzo, otro de Michael Rasmussen del Tour… ¿Qué más hay por ahí? Tengo algún maillot de Chechu, de cuando estaba en el Kelme y yo empezaba. También tengo unos botines de Lance Armstrong que me regaló él: plateados, muy chulos, muy como de ir a la Luna, con el símbolo de Nike. Tengo unos guantes de José Antonio Hermida, medallista olímpico y campeón del mundo…
Cuentas que en tus primeras carreras llevabas amuletos, pero los fuiste abandonando poco a poco.
Sí, sí. Te aferras a algo que te quiera dar un poquitín de suerte, ¿no?, pero luego te vas dando cuenta de que dejaste en casa la virginina de Covadonga, que siempre llevabas colgada del sillín, y salió bien igual.
Un ajo también, ¿no?
También tenía un ajo piquiñín colgado del sillín, sí. La Virgen y el ajo. Cuando estás ya a un nivel muy alto, te haces un poco supersticiosa; quieres empujar con todo lo que esté en tus manos y te aferras incluso a este tipo de paranoias.
Pero vas cogiendo seguridad en ti misma; vas dándote cuenta de que ganas porque eres buena y no porque te ayude la Santina.
Te vas profesionalizando; ves que esto es a base de esfuerzo y no de ayuda divina.
Competirás en tres disciplinas: el ciclismo en carretera, el de montaña y el ciclocrós. ¿Cuáles son las características, las claves, de cada una de ellas; sus diferencias?
Son diferentes en todo. Se parecen en que vas subida encima de una bicicleta, pero en poco más. Son diferentes hasta en las temporadas: el ciclocrós es en temporada invernal, y el ciclismo en carretera y en montaña son el resto del año. Cuando tienes que estar descansando de la carretera es cuando hay ciclocrós. Por eso encajar en una misma temporada las tres disciplinas es difícil. Yo practiqué las tres y hubo algún año en que fui campeona de España en las tres, que es muy complicado, porque es difícil estar a tope todo el año. Muy, muy complicado. Hay que hacer picos de forma, a veces no salen bien, lógicamente la fatiga se nota… Pero yo tenía tanta ilusión, tanta motivación, tantas ganas… Yo salía a entrenar y salía a tope todos los días; no tenía límites. Y me gustaba todo. A mí, del ciclismo, me gusta todo: verlo por la tele, seguirlo por redes sociales, practicarlo… No podría quedarme con una sola disciplina: me gustan todas. El ciclocrós, porque es una temporada muy corta, muy divertida y muy intensa: tres meses.
Las propias carreras son muy cortas, ¿no?
Sí: cuarenta y cinco minutos, una hora.
Y entiendo que no habrá mucho margen para la estrategia; que se tratará, simplemente, de correr a todo lo que uno dé desde el minuto uno hasta el minuto sesenta.
Es como una carrera de contrarreloj. Tienes que salir a tope y llegar a tope: no hay más. Ni estrategias, ni nada. Luego, entra en juego la técnica. Los pasos por curva, por ejemplo, si un circuito tiene treinta curvas y puedes sacar un segundo por curva, son treinta segundos por vuelta, y si te vas a cinco vueltas es muchísimo. El ciclocrós es mucho de técnica; se practica mucho la técnica. No tocar el freno, sino tocar de atrás, colocar… Es la Fórmula 1 del ciclismo. Elegir el neumático, el dibujo adecuado, la presión adecuada… El material también juega un papel muy importante. Aquí en Asturias hay una buena organización y muchas carreras: catorce o quince; puedes elegir. Se corre con barro, porque en Asturias hay barro todo el invierno. Y de bicicleta de montaña también hay buenas carreras y mucha afición. ¿La carretera? Pf, la carretera es la reina de todas las disciplinas ciclistas.
El ciclocrós también tiene esos momentos en que te bajas de la bici para cargar con ella, y supongo que son como las paradas en boxes en la Fórmula 1: se entrenará también la técnica de bajarse y subirse lo más rápido posible.
Igual, igual. Es técnica pura y dura. Yo a pata no iba muy bien, no me gustaba mucho. Si podía pasar en bicicleta, pasaba en bicicleta, como si era remando. Echar pie a tierra me costaba, y eso que, cuando era guaja, corría bien. En el colegio hacía buenas medias en el kilómetro, y el profesor de gimnasia, de hecho, me quería llevar al campeonato de Asturias de cross, pero en casa no me dejaron. Luego lo perdí todo.
¿Esa parte del ciclocrós tiene un entrenamiento específico, más de atletismo que de ciclismo?
Hay gente que prepara específicamente el correr a pie. Aquí en Asturias, esos tramos suelen ser cortos y los puedes solventar aunque no estés entrenado: igual son veinte o treinta metros. Pero como te vayas a correr a Holanda y te metan en una bancada de arena de trescientos metros… En el extranjero, en la Copa del Mundo, los circuitos son totalmente diferentes a lo de aquí.
¿Cada país se caracteriza por un tipo de obstáculos distinto?
Son circuitos muy diferentes, sí. De la orografía de Asturias a la de Holanda, que son carreras llanas, de mucha velocidad, con medias de treinta y pico por hora… Aquí un circuito de ciclocrós se asemeja mucho a uno de mountain bike.
Dices que te gusta correr con muchísimo barro o con el barro seco sequísimo, no cuando el terreno esta solo un poco húmedo.
El término medio no me molaba, no, porque en el término medio iba bien todo el mundo. Yo destacaba cuando había mucho barro, porque tenía una técnica muy depurada. Sabía que en las zonas muy complicadas iba a sacar tiempo sin esfuerzo. Y los terrenos secos también se me daban muy bien, porque la velocidad me gustaba, y entraba muy bien en las curvas, tumbaba muy bien, colocaba muy bien la bici… Lo que no me gustaba era ese barrillo así como babosillo. Yo, o el chapapote, o el seco.
Y ¿cuál es la técnica del chapapote? ¿Cuáles son los trucos?
Pues, por ejemplo, saber coger el manillar para tirar de él. No solo hay que tirar con las piernas. Según como pongas el cuerpo y como tires del manillar, es como remar en una piragua. En una zona de mucho barro, ahorras casi el cincuenta por ciento de energía si sabes tirar con los brazos. Los brazos no valen solo para conducir. Hay que tirar hasta con el pescuezo, con todo. Yo nunca tuve ningún maestro o maestra que me enseñase ninguna técnica: con el paso de los años vas aprendiendo lo que te va bien y lo que no.
Es curioso, y supongo que tiene mucho sentido, que los mejores ciclistas españoles de ciclocrós sean norteños; y las mejores mujeres, asturianas: tú, Aida Nuño, Lucía González Blanco… Aida Nuño y tú, de hecho, sois del mismo concejo: Siero. Lucía no sé de dónde es…
Lucía es de Siero también. De Viella, que está pegado a Lugones.
Y ¿es casualidad, o eso de ser todas del mismo concejo tiene una explicación?
Esa pregunta me la han hecho millones de veces y no sabría responderla. En Asturias tenemos buen calendario, pero también lo tiene Euskadi, también lo tiene Galicia… Y nosotras no salimos todas de Siero por el apoyo que hemos tenido, precisamente. No creas que nos daban seis mil euros a cada una para que nos preparásemos en el CAR de Madrid. Hombre, tienes competencia; y cuando tienes competencia, mejoras. Si tienes una corredora muy buena cerca, tienes la motivación de pillarla. Cuando coincidíamos las tres en carrera, era como un campeonato nacional: ahí estaban las tres mejores. Y eso era cada fin de semana. Entonces, el nivel, pum, pum, pum, sube, sube, sube… Después de Lucía vino su hermana, Alicia, que está corriendo en el Movistar. Donde hay cantidad, hay calidad. Siempre.
Chechu Rubiera no es de Siero, pero casi.
Sí, es sierense de adopción; es casi de aquí.
La interpretación que yo me hacía es que Siero es un concejo con un paisaje montuoso, que no montañoso, y una variedad paisajística grande; y un concejo rural, con permiso de localidades como La Pola, Lugones o El Berrón, pero próximo a las grandes ciudades de Asturias, en las que entiendo que es más fácil que te descubran o encontrar oportunidades. Si aparece un gran ciclista en Degaña, a lo mejor lo tiene más difícil.
Puede ser, puede ser. Pero yo tampoco era muy de acercarme a las ciudades. A mí me gusta entrenar por carreteras con poco tráfico, en las que puedas hacer tus series tranquilamente, donde no tengas que ir más pendiente del tráfico y del barullo. Tirar para la zona de Oviedo me fastidia, porque tengo que ir por la carretera de Colloto, que tiene mogollón de tráfico. Tirar para Gijón me gusta un poco más, sobre todo pasar La Fumarea. Pero intento no acercarme mucho a las ciudades.
Siempre te preguntan por tus puertos preferidos en Asturias. Yo quería preguntarte por puertos o lugares por descubrir.
Prfff… ¡hay tantísimos sitios que no se conocen! A mí me gusta muchísimo explorar. Ahora tengo menos tiempo y es lo que más echo de menos: tener tiempo para hacer eso. Con dieciocho, diecinueve años, agarrabala bici de monte, marchaba por la mañana y venía de noche. Me metía por todos los caminos que encontraba por ahí. Iba, por ejemplo, para la zona de Peñamayor y a lo mejor aparecía casi en Arriondas, todo por el monte sola, que ahora lo pienso y digo: «¡Uf! Yo ¿cómo andaba sola por ahí, que me podía pasar cualquier cosa?». Me encantaba explorar sitios nuevos, descubrir sitios en los que no había estado nunca. Cogía el mapa y empezaba: fuuuu… Mira esta carretera, va a dar aquí, va a dar allá, entras por no sé dónde. La zona de Morcín, que es súper montañosa, por ejemplo, está toda por descubrir. Carreteras asfaltadas, caminos, pistas…
Un amigo mío dice que Asturias es la región más grande de España, pero no lo parece en el mapa porque está plegada.
Claro, claro. Hay caminos por todos los sitios. Subes a cualquier monte, empiezas a mirar y dices: «¡Mira dónde hay una pista! ¡Mira dónde hay una cabaña! ¡Mira: por ahí se puede subir a no sé dónde!». Todos los que salen conmigo en bici dicen: «Joder, Rocío, siempre estás diciendo ‘mira qué subida’, ¿no puedes decir ‘mira qué bajada’?» (risas).
Ganas tu primera medalla de oro en ciclocrós aquí en Asturias, en Colombres, en el año 2000. Un año después, revalidas en Noja (Cantabria).
Yo no tenía ni puñetera idea de ciclocrós. Me dijeron: «Rocío, andas muy bien, y el campeonato este año es en Asturias: lo tienes que correr». No tenía ni bicicleta. Me dejaron una bicicleta de hierro, pero de hierro es de hierro, ¿eh? De hierro macizo. No podía ni levantarla para subir los obstáculos.
Al lado de una bicicleta de estas que levantas con un meñique, ¿eh…?
De hecho, era una bicicleta de ciudad a la que le pusieron un manillar de carretera, porque las ruedas daban la medida. Pues nada, venga: pum, manillar de carretera y pa’ Colombres. Yo estaba acostumbrada a correr por el prau, pero, me cago en la mar, cuando veo los obstáculos de madera, digo: «Y esto ¿cómo se salta?».
¿Nunca habías corrido en ciclocrós?
¡Nunca! Era la primera de ciclocrós que hacía. Llegamos allá y me acuerdo de que estaba Miguel Ángel Taboada, el ciclista de ciclocrós asturiano, que ganó un montón de medallas. Me decía: «¡Pero niñina…! Ven para acá, mira, esto se hace así. Tú te bajas por este lado, coges la bici por el otro y saltas». Bueno, nada, lo practicamos allí diez minutinos. Y pumba: al día siguiente, campeona de España (risas). Fueron mi padre y mi madre a vernos correr. Y estaba allí el presidente de la Federación Española de Ciclismo, Manolo Pérez. Me dice: «Rocío, ven para acá: ¿tú quieres ser profesional?». Digo: «¿Yo profesional? ¿Profesional de qué? ¡Si yo estoy estudiando peluquería!». Dice: «Tengo un equipo en Valencia, y quiero llevarte conmigo. Quiero que seas profesional de carretera». Digo: «Meca, ¡pero si yo vengo de la mountain bike! Para mí, el ciclocrós es una novedad; la bici de carretera, ya ni te cuento». Dice: «Bueno, hablamos durante la semana». Y me llamó. Me dijo que me ofrecía un sueldín e irme a vivir a Valencia, y ahí empezó todo.
¿Tenías…?
Diecinueve años. Estuve dos años en el Valencia Terra i Mar.
Y ¿fuiste profesional ya ininterrumpidamente desde entonces?
Sí: ahí ya no paré hasta hace cinco años.
¿Qué tal el cambio?
Entendí lo que es ser ciclista de verdad. Era levantarte y, fum, ir a entrenar, no como aquí, donde ya te digo que para mí era un juego. Sí: salía a entrenar, me machacaba, me esforzaba, pero bueno, luego comía un heladín, o iba p’arriba o p’abajo, a ver a mi güelu y a mi güela o lo que fuera. Esto, además, era vivir fuera de casa, conocer a mucha gente nueva… Yo no había salido de Asturias en mi vida. Teníamos un piso en el que vivíamos cuatro o cinco corredoras de fuera. Y las vueltas. Pasé de correr el domingo una carreruca en Cistierna a ir a correr que si la Vuelta a Mallorca, que si la Vuelta a Alemania, que si la Midi-Pyrénnées, que si el Giro, que si la Bira en el País Vasco… Y con las mejores del mundo; pelotones de ciento cincuenta tías, medias de cincuenta y cinco por hora… Espabilas o espabilas.
¿Qué tal ese sueldo? ¿Daba para vivir bien?
Qué va, qué va. Era un sueldín. Hombre, te ponían el piso, y no tenías gastos. El sueldín era…, pues para ti, para comprarte un vaquerín, para poder subir a casa a ver a la familia, para algún capricho…
¿Cuánto ganabas, si no es indiscreción?
¿Qué podíamos cobrar…? Nada, muy poco. Además, cobrábamos al año. Te daban un tanto al año, lo que negociaras. El primer año igual eran tres mil euros y el segundo cinco mil, o cuatro mil. También podías tener algún patrocinador personal por ahí. A mí, aquí en Asturias, me empezó a echar una mano Cafés Toscaf, José Luis [Martínez], que le estoy súper agradecida. El Ayuntamiento de Siero, cuando estaba [Juan José] Corrales, también me echó una mano. Y alguna empresina de por aquí también aportaba.
Pero tenías que buscártelo tú.
Claro, además de entrenar, tenías que buscarte la vida, porque sabías que, si no, el año siguiente, ¿qué? Pa’ Marcenao otra vez. Al final salió bien, pero pasando miseria, ¿eh? Pasando mucha miseria.
Rosa Fernández, la alpinista, me contaba también lo duro que era ese peregrinaje de empresa en empresa, buscando patrocinios, y que notaba a quienes tenían que decirle que sí o que no, les echaba para atrás ver delante a una mujer menuda en lugar de a un bigardo.
Claro, claro. Eso mejoró muchísimo. Yo he visto un cambio bestial, bestial. A nivel mediático, a nivel de sueldos, a nivel incluso de los ciclistas… Ahora, en España, hay varios equipos en los que las corredoras están cotizando, que es importante. Ya no es «te doy tanto, pero esto no te vale para el día de mañana». Ahora son profesionales. Yo estoy muy acostumbrada a decir que fui profesional porque me dediqué a ello, pero tampoco vivía de ello, ¿eh? Me lo decía mucho Manzanillo, el que fue presidente de la Federación Asturiana de Ciclismo, que me ayudó muchísimo, porque apostó siempre por mí: «Rocío, una cosa es vivir del ciclismo y otra vivir pal ciclismo». Yo vivía para el ciclismo. Lo daba todo por el ciclismo. Aunque no ganase nada. Me daba igual.
Tendrías también ayuda familiar, supongo.
Sí, hombre, claro: en casa apoyaban mucho. Si no, es imposible. No llegas arriba si no tienes ese apoyo económico. Correr en bici cuesta mucha pasta. Gastas más de lo que ganas.
Es un material sofisticado y caro, el del ciclismo. No es hacer un balón con cuatro trapos.
Claro. Yo tuve una larga carrera deportiva, pero creo que gasté más de lo que gané. Bastante más. Y aguanté tantos años por la motivación y la afición y el amor que yo le tengo a este deporte desde muy guaja. Si no, ¡prff! hubiese tirado la toalla hace mucho. Estuve muchos años yendo a correr por nada. Echaba cuentas y decía: «Me cago en diez, este año gasté doce mil euros en ir a correr». Tío, date cuenta: doce mil euros, ¿eh? Y trabajando. Hubo algún año que me tuve que poner a trabajar, porque no tenía ingresos. Decir: «jolín, estoy a muy buen nivel, quiero seguir compitiendo, porque todavía tengo opciones de hacer cosas importantes, pero necesito pasta». Y a trabajar.
Y ¿trabajar de qué? ¿Ya en la sección de deportes de El Corte Inglés, donde estás ahora?
No. Trabajé en alguna tienda de bicis, trabajé en Decathlon, trabajé en Forum… Ahora estoy en El Corte Inglés, sí; enfocada, además, al ciclismo. Siempre me moví en este ambiente. Es el que me gusta, el que me motiva y en el que sé que puedo aportar; es para lo que sirvo. Me gusta la tienda, poder asesorar, tratar con material. Me gusta mucho. Pero es muy complicado compaginarlo con el deporte de alto nivel. Los años van pasando y se nota. Yo ahora tengo cuarenta y cuatro años. A partir de los treinta y ocho, treinta y nueve, ya notas que, hostia, entrenas lo mismo, pero no vas igual. Cuando estás en un punto muy alto, un poquitín que bajes se nota mucho. Y si trabajas ocho horas al día… Esas ocho horas no las puedes reducir. Tienes una hora de entrada y otra de salida y no puedes cortar por ningún lado, así que lo que reduces es el entreno. En vez de tres o cuatro horas, entrenas dos, pero no deja de ser duro. Estás siempre con la lengua fuera. Yo me levantaba todos los días cansada.
Ese cansancio estructural que no se recupera con quince días de vacaciones.
Qué va. Empiezas a acumular fatiga, fatiga, fatiga… En las analíticas, aquello empieza a dispararse; tienes el cortisol, que es la hormona del cansancio, disparado… Las alertas saltan por todos lados. Yo tuve días de entrar a trabajar por la mañana y aprovechar las dos horas de comer para salir a entrenar: pegarte una ducha, comer de pie y bum, a trabajar. Y ganar el campeonato de España y, al día siguiente del campeonato de España, tirarte en la cama con los brazos abiertos y decir: «fua, morí». Alargar eso mucho tiempo no es humano. Y llega un día en el que dices: «Hasta aquí. Márcate un objetivo que te motive, hazlo a saco este último año y se acabó. Sigue vinculada de otra manera; sale cuando te apetezca, cuando disfrutes, cuando te llamen, cuando te inviten o lo que sea, pero déjalo, porque esta vida es imposible llevarla».
Me llamó la atención escucharte contar que te hubiera gustado ser policía; que te sientes líder y te hubiera gustado tener un mando.
Sí, sí, sí. Yo soy muy estricta. Soy súper estricta. Tengo un carácter muy, muy marcado, y eso me lo marcó el deporte. Yo tenía que tener unos horarios supermarcados para poder hacerlo todo: si no, era imposible. Tengo una vida muy centrada, muy cuadriculada, a veces demasiado. Y el tema de la Policía, de la Guardia Civil, me gustaba, me atraía. Miré para alistarme, pero la época no era la mejor, y en casa tampoco lo veían bien. A mi madre nunca le moló el tema de las armas. A mí me gustaba mogollón. Pero de aquella, estaba en casa, y era lo que decían en casa. Lo hubiera hecho y lo hubiera sacado, seguro. Luego, me gusta un poquitín mandar (risas). Me gusta llevar un grupo, dar ideas, que se cumplan… y veo que no se me da mal. Soy un poco líder. Pero aunque tenga cara de pocos amigos, también soy blandina, ¿eh? (risas).
Es importante, eso, para el deporte; quizá tanto como unas buenas condiciones físicas: la seguridad en ti misma.
Claro, es importantísimo. Tener las ideas marcadas, seguir un planning… Yo llegué al punto de que, si no seguía el planning y no lo hacía como debía ser, me ponía nerviosa. Si un día levantaba la persiana, llovía y no podía entrenar, habría otro que, fum, bajaría la persiana y se echaría, pero yo no. Me sentía como incómoda, como que había fallado. Soy muy metódica: me gusta salir siempre a la misma hora, entrenar por las zonas donde conozco mis sensaciones…
Tuve entrenador dos veces y dos semanas cada uno, porque no me adaptaba. Yo tenía que seguir mi método; un método que solo me valía a mí. Se lo enseñaba a él y me decía: «Pero vamos a ver, Rocío, ¿esto qué es?». ¡A mí me valía! Le decía: «No me puedes hacer sprinter cuando soy una tirillas y soy escaladora». Me decía: «¡Pero es que, si llegas al sprint y tienes que disputar…!». Y yo le respondía que no podía perder un año de mi vida haciendo series de fuerza para llegar a un sprint. Prefería mejorar en lo que sé que soy buena, que es subiendo, por ejemplo. «Ya intentaré yo no llegar al sprint», le decía. Flipaban. A veces la gente me dice: «Rocío, échame una mano con los entrenamientos». Siempre digo que no, que no me atrevo, que lo que yo te pueda aportar igual te desgracia.
La gente, normalmente, en invierno hacía base y en verano cosas más específicas, pero yo hacía todo el año lo específico. Y me iba bien, y todo lo que fuera salirme de ahí me iba mal. Era prueba, error, prueba, error, hasta que dabas con lo que se te daba bien. Y ser muy metódica: no saltarte entrenamientos, no saltarte comidas. Eso lo he extrapolado también a mi vida normal. Yo ya tengo toda la semana organizada. El domingo que viene hacemos una cicloturista en Pravia, y ayer ya dejé hecha la bolsa, mañana me voy a entrenar, hoy tenía la entrevista contigo… Lo tengo todo, pum, pum, planificado en mi cabeza. Hay gente que me dice: «Joder, Rocío, sé un poco flexible, tía, que te vas a volver chiflada». Pero si me salgo de esa línea recta, se me tambalean las bases de todo. Empiezo a olvidar una cosa, otra, me dejo el casco en casa…
Volvamos a tu carrera deportiva. En 2005, eres campeona del mundo de mountain bike de relevos en Livigno (Italia). ¿Qué tal esa experiencia?
Buah, espectacular. Espectacular. Aquellos fueron los años de mi máximo rendimiento. Ya era una corredora fija en la selección nacional. Éramos cuatro relevistas. Había que dar una vuelta cada uno al circuito de Livigno, que es un circuito durísimo, de los más duros que haya corrido yo. Corríamos en altura, además, que se nota muchísimo, la aclimatación… E hicimos un carrerón.
Livigno está en los Alpes, entiendo. No lo he mirado.
En Dolomitas, sí. El sitio, espectacular, guapísimo, de los sitios más guapos que yo he estado. El típico pueblo todo con casas y hoteles de madera, con geranios en las ventanas, el lago de Livigno, un lago glacial precioso… Una pasada, una pasada. La presión era estratosférica, porque teníamos equipo para hacer medalla, pero para ganar el mundial, pff, estaba Francia muy fuerte, estaba Italia fortísima y corría en casa… Pero ganamos. Cuando llegó Hermida a meta, aquello fue una explosión. Éramos campeones del mundo, la mejor selección del mundo.
¿El equipo era mixto?
Era mixto. Corremos un relevista por categoría: un élite, un sub-23, un junior y una fémina.
Al ganar el mundial, adquirís el derecho a llevar toda la vida un arcoíris en el maillot.
Sí. En el cuello y en las mangas. La verdad es que fue todo una explosión de felicidad. Decías: «Esto es la guinda a todo el sufrimiento; por fin el ciclismo me devuelve algo de todo lo que yo he puesto». Subirte al pódium, escuchar el himno nacional, que te pongan la medalla, el ramo de flores, el maillot blanco…Es lo máximo. Bueno, lo máximo no, que me quedó ahí una cosita.
¿Los Juegos Olímpicos?
Me quedó eso. Una participación en los Juegos. Los rocé con los dedos de la mano.
Pekín y Londres, ¿no?
Sí.
¿Qué falló?
Bueno, la clasificación para unos Juegos es una cosa complicada. Es complicado de explicar, imagínate de entrar. Va por países, no por corredoras. Las tres mejores corredoras de cada país puntúan para ese país, los ocho primeros países se llevan a dos corredoras, del ocho al catorce se llevan a una, y del catorce para atrás va alguna por invitación y tal y cual. Pero luego, el hemisferio en el que estés compitiendo influye. Aquí, en invierno, no hay carreras, y no puntuamos, pero en Australia están corriendo y están cogiendo puntos. Nosotras, o nos vamos allí, o no rascamos. Estuvimos dos años recorriéndonos el mundo entero buscando puntos donde fuera: en Chipre, en Israel, en Sudáfrica, en Canadá, en Escocia… A Chipre nos fuimos, estando el país en guerra, para coger veinte puñeteros puntos.
¿Guerra en Chipre?
Media isla estaba en conflicto y la otra media no.
Ah, ya. La partición de la isla, sí.
En el hotel nos decían: «No crucéis esta línea, porque no nos hacemos responsables de nada». Hicimos dos pruebas, y en las dos quedé segunda. Habíamos llegado allí diciendo: «Seguro que aquí no viene nadie». Oye, llegamos allí y Sabine Spitz, campeona olímpica; Petra Henzi, campeona del mundo de maratón… Decimos: «Oye, tío, no puede ser verdad». Bueno, salimos allí e hice segunda detrás de Sabine. Fue apoteósico. Aquí no llegaban las noticias, pero quedar a treinta segundos de la campeona olímpica era muy gordo. Y en la siguiente carrera también hice segunda, ganando a Petra Henzi. Nos trajimos un puñado de puntos muy, muy importantes. Pero era todo una locura. Te acostabas un jueves por la noche estando la ocho y teniendo dos plazas y al día siguiente habían puntuado las australianas y estabas la doce y no tenías plaza.
Y no dependes solo de tu calidad, sino de la de tus compatriotas. Con la misma calidad personal, naces en un determinado país y entras y naces en otro y no entras.
Teníamos una corredora que era puntera a nivel internacional, que era Marga Fullana, que fue varias veces campeona del mundo y tiene dos medallas en Juegos Olímpicos, pero se rompió el brazo en Israel y nos dejó de puntuar. Ahí ya íbamos muy justas. Yo hago top ten, quedo décima, en el campeonato de Europa, que era un puestazo, pero Marga hubiese hecho tercera o cuarta, y ahí lo hubiéramos tenido y hubiéramos ido las dos. Pero no pudo ser. Al final nos quedamos fuera por nada, por un puñado de puntos. Yo tenía hasta la credencial con la foto para entrar en el estadio olímpico, todo el protocolo, todo. Lo toqué con los dedos, joder.
Con Marga Fullana te he leído contar que viviste las batallas más duras de tu carrera. Le ganaste una vez, en 2009.
Yo tendría veinte campeonatos de España si no llega a ser por Marga. Ha sido de las tres mejores corredoras que ha habido en mountain bike a nivel mundial. No en España, sino a nivel mundial. Y coincidió justamente con mi época de deportista de bici de montaña. No reprocho absolutamente nada, al contrario: cuanta más calidad, mejor. Yo salía en las carreras a recortarle tiempo a Marga; mi objetivo era ese. Salía ahí a puñar, a puñar. Me fijaba en Marga. Me gustaba su pedaleo, su físico, la manera de correr que tenía, cómo subía todo. Le copiaba todo a la mejor y le gané una, sí. Un campeonato de España. ¡Por un tubular!
¿Qué es un tubular?
Un neumático. Veinte centímetros.
Empiezas tu carrera en un momento en el que hay pocas mujeres compitiendo, y te he escuchado contar que, en aquel momento, teníais que mendigarlo todo, desde duchas en las carreras para vosotras hasta unos premios dignos.
Cuando empecé yo, no había nada. ¡Nada! Había categoría femenina porque, pf, yo creo que decían: «Ostras, hay que poner categoría femenina». No porque se quisiera, ni se apoyara, ni se fomentara. Así, ¿quién se iba a apuntar? Salíamos dos. A veces salía yo sola. «Oh, Rocío, no tienes categoría. Tienes que correr con los junior». Pues bueno, vale, corro con los junior. ¿Qué más me daba salir tres tías que salir con los junior y meterles cachava? En alguna carrera les gané, y me montaron una pirula gorda. No había nada, no había duchas, yo tenía que esperar allí, muerta de frío como un pitín, a que acabaran los tíos de ducharse para entrar yo. Con el tiempo, la cosa mejoró muchísimo. ¡Por poco que evolucionara…! Empezamos a tener premios, pódium, categoría separada… Antes nos metían allí con todos: venga, las últimas de la fila. Luego ya no; ya teníamos una salida tres minutos por detrás de ellos o por delante de los cadetes. Empezó a haber también material específico para chicas: sillines, bicicletas, culottes…
¿Se nota mucho la diferencia del material masculino al femenino?
Hombre, fisiológicamente somos diferentes: extremidades más cortas, los sillines tienen que ser diferentes, las badanas de los sillines, los isquiones, las bielas más cortas, todo. Los frenos: los dedos son más cortos, no llegamos a las manetas. Todo eso que no se sabía o en lo que no se pensaba ha evolucionado.
Supongo que, por otro lado, te bregaría mucho utilizar un material que no estaba hecho para ti. Cuando por fin agarraste una bici hecha para ti, sentirías que volabas.
Y ya no solo con el tema mujer u hombre, sino, joder, de correr con una bici de catorce kilos a correr con una de ocho y medio… Imagínate llevar una mochila de siete kilos a la espalda. La sujeción de las zapatillas, los pedales automáticos… De correr con un rastral agarrado con una cincha a correr con un pedal automático, que ya no solo pisas, sino que también tiras, pedaleas en redondo. Buah, una gozada. Las suspensiones… Yo, cuando empecé a correr, no llevaba suspensión delantera: era una suspensión rígida por encima de las piedras. La bici que tengo ahora, doble suspensión, suspensión inteligente. Se llama brain. Nota tal y desbloquea, cuando va en llano va rígido… Es acojonante. Cambios electrónicos: pum, con un dedín cambia atrás. Antes teníamos que remar con el cable lleno de barro, se congelaba con el hielo…
Más allá de ese machismo, digamos, estructural, consistente en que los hombres se ducharan primero y tú tuvieras que esperar, o en que tuvieras que usar material masculino incómodo para ti, ¿te topaste alguna vez con expresiones concretas de machismo hacia ti?
Nah, machismo no. Lo que había era otra mentalidad. Yo prefiero decir que es otra mentalidad, más que machismo.
Pensaba, no necesariamente en cosas muy graves, sino más de andar por casa. Eso que llaman el mansplaining, por ejemplo, esas explicaciones condescendientes de un hombre a una mujer dando por hecho que sabe menos que él, o nada. ¿Te topaste con ciclistas amateur explicándole cosas de manera paternalista a una campeona del mundo como tú?
Mira, hace poco, ¡y me pareció de mal…! Estando en el curro, ¿eh? Trabajando. Estaba yo por allí y veo a un cliente y a la mujer. No era mayor: tendría mi edad. Por eso digo que es cuestión de mentalidad. Si quieres abrir la mente, la abres; y si no, no. Estaba viendo algo, unos cascos o así. Y dice la mujer: «Pregúntale a la chica, joer». Y dice: «¡Qué le voy a preguntar a la chica, si sé yo más que ella!».
Ay. ¿Se llegó a enterar de qué chica era?
No, no, no. Me pareció muy mal. ¿Porque sea tía vas a saber más que yo? Pero bueno, son pijadas, cosas puntuales de gente puntual. La gente en general es más abierta de mente. No es machismo, es mentalidad. Cuestión de mentalidad. Como cuando ves una mujer conduciendo un ALSA y dices: «¡Hostia, mira!». Todavía te choca.
Ganas todas tus medallas en casa, en España (Alcobendas, Valladolid, Segorbe…), a excepción de la de Livigno, pero…
Tengo otras dos medallas en máster treinta, en Andorra. Seguía muy vinculada al deporte, pero ya estaba trabajando, tenía menos tiempo para preparar y dije: tengo treinta y cinco años y sigo teniendo buen nivel, pero no tiempo. Así que me voy a sacar la licencia máster. Vimos que el campeonato del mundo era en Andorra y me dije: ¿por qué no?
¿Máster que es?
De treinta a treinta y cinco. Son grupos de edad. Te dan esa opción. Puedes sacarte una licencia élite, ¿eh? Pero yo consideraba que, para sacarme una licencia élite, tenía que ser élite de verdad, con dedicación plena, no ser élite y estar corriendo contra chicas de veintitrés años que tienen dedicación plena, mientras yo trabajo ocho horas, o hasta diez los sábados. Vas con un lastre que… A nivel físico lo podrías dar, pero el descanso no es el mismo, la preparación no es la misma… Me dije: «Voy a sacarme una licencia con gente como yo, que está trabajando y que tiene mi edad. Y vamos a medirnos con las mejores del mundo en esto».
Andorra estaba relativamente cerca y para allá nos fuimos. Lo preparé como hubiese preparado los Juegos Olímpicos de Londres, porque no sabes qué te vas a encontrar. Me dejé la piel. Conocía el circuito, porque había corrido alguna copa del mundo en élite, y ganamos el mundial, pero lo ganamos de calle, no sé si con cinco minutos y medio a la segunda. No te digo que fuera un paseo, porque yo no me he paseado en mi puñetera vida: podía llevar media hora a la segunda que yo, en la última vuelta, siempre me dejaba la piel; era lo que me hacía mejorar.
Te comentaba que, aunque ganaste tus medallas en España —y Andorra—, has viajado por todo el mundo, de Turquía a Israel, pasando por Suiza o Canadá. Antes me hablabas de Chipre. ¿Qué recuerdos especiales, qué anecdotario, tienes de estos desplazamientos internacionales?
Pues miles… Viajar, ver otras culturas… Hombre, cuando estás a pleno rendimiento, es verdad que no disfrutas de esos viajes. Tú le cuentas a la gente: «He estado en Canadá», y te dicen: «¿Has visto las cataratas del Niágara?». «No». O has estado en Venecia en el sentido de que has aterrizado en el aeropuerto de Venecia, pero no has dado un paseo en góndola, o has corrido un campeonato de Europa en Pisa y no has visto la torre de Pisa. No son viajes de placer, no son vacaciones. Aterrizamos, nos llevan al hotel, te concentras en el hotel, al día siguiente circuito, circuito, circuito, descanso, correr y pa’ tu casa. Te puedes dar una vuelta, un paseo, pero como estar de pie es malo (¡y ahora me paso diez horas de pie al día!), tampoco es lo más recomendable. Pero disfrutas. Haces grupo, haces piña. Éramos una gran familia. Al final, a los compañeros de la selección nacional los conoces desde hace muchos años. Vas pasando por distintas categorías, pero siempre son los mismos.
¿Con quién tenías más amistad?
Puf, con todos. Con Hermida, con [Rubén] Ruzafa, con, desgraciadamente, Iñaki Lejarreta… [falleció en 2012 en un accidente] Con todas las chicas de la selección: Sandra Santanyes, Marga… Marga era, no especial, pero otro nivel.
¿Os llevasteis siempre bien, o hubo momentos de enemistad motivada por aquella piquilla?
Piquilla, había, pero bueno: dentro de los circuitos. Fuera de los circuitos, había convivencia normal. Marga siempre iba con su staff técnico, era una estrella. Nosotros éramos, pues bueno: la selección. Pero era buena tía. Nunca se le subió a la cabeza. No era una flipada, ni una chula: al contrario, era introvertida.
Una vez se te cruzó un mono en Sudáfrica bajando un puerto y casi no lo cuentas, ¿no?
Sí, antes de una Copa del Mundo. Como aquí se te cruza un jabalí o un corcín, allí estábamos entrenando para el circuito y de repente se me cruzó un mono, y a la cuneta. El viaje a Australia, la Copa del Mundo, los puntos… Imagínate que se te estropee todo eso, tres meses de preparación, porque se te cruza un mono y se te mete entre los radios.
¿Te pasó alguna vez la de Carlos Sainz: quedarte a las puertas de una victoria o de un objetivo que perseguías por alguna avería técnica; por un demérito, no tuyo, sino de la máquina?
Huy, claro. Sí, sí. Psicológicamente, te preparas para eso también. Sabes que pueden pasar muchas cosas: que te pongas malo, que tengas una avería, que no tengas el día, que digas «joder, lo he hecho todo matemático, como lo hago siempre», pero ese día no vayas y no vayas y no vayas. Es duro, porque preparar una carrera son meses. La gente que no sabe de esto te dice: «¿Por qué no vas al campeonato de España?». Dices: «Porque es la semana que viene». Y te dicen: «Joder, pero tienes siete días todavía». Un campeonato de España se prepara con siete meses de antelación. Tienes que hacer un período de base, un período específico, luego unas series, compensación, supercompensación… Es todo una milonga. ¿Averías? Puf, las que quieras.
¿Cuál recuerdas con más rabia?
Ir a correr un campeonato del mundo a Canadá, irnos quince días antes allí, llegar a Estados Unidos, coger una autocaravana, subir hasta Quebec, estar en la línea de salida con una forma física para quemarlo, salir y, en la primera curva, arrancar el cambio de cuajo, después de gastarte tres mil y pico euros en billetes de avión. De cuajo. Y nada: pa’ Marcenao.
O en el campeonato del mundo de ciclocrós, el último que yo iba a disputar, habiendo sido campeona de España quince días antes, llegar con una forma espectacular, sabiendo que era el último y que al día siguiente te ibas a quitar toda la presión de encima y a empezar a disfrutar de esto de otra manera. Salir con las ganas de que ya te da igual, pero quieres hacerlo bien. No tener puntos para salir en parrilla de salida adelante, sino atrás del todo, y cuando digo «atrás del todo» es atrás del todo, con cien metros de pelotón por delante, pero en la primera vuelta pasar la décima, y luego ir en el mejor puesto de cualquier corredor de ciclocrós de la historia, pero, en la última vuelta, arrancar el cambio. Y eso con toda la afición viéndote aquí en La Pola, desde una pantalla gigante en un bar al que se convocó a la de dios de gente.
¿Has vivido momentos duros en cuanto a salud mental; períodos de, no sé, ansiedad, depresión…?
Cansancio mental. Yo fui una corredora que estuvo muchos años en activo, y además rindiendo a un nivel muy alto. Eso, año tras año tras año. Pasaban los años y pasaban corredoras y lo dejaban, y venían otras y lo dejaban también, pero Rocío siempre estaba, y nunca bajaba el pistón. A mí, además, entrenar me gustaba, sufrir me gustaba, la bici me gustaba, el ambiente me gustaba, pero los nervios, la presión, ¡buf! Sufría muchísimo por culpa del factor psicológico, y creo que eso fue lo que precipitó un poquitín que yo colgase la bici. Al final te quemas. Acabé entrenando como por obligación, lo hacía todo por obligación. Decía: buf, el domingo tengo carrera, buf. Era todo buf, buf. Hacer la mochila sin ganas, hacerlo todo sin ganas, cansada de la rutina, de hacer siempre lo mismo, de sufrir, de no poderme ir de vacaciones, de no poderme ir a una cena con amigos y venir a las cuatro de la mañana, que nunca me gustó, pero un día, joder, te apetece, y no puedes, no puedes. Cansada de ganar muy poco dinero para invertirlo todo en esto. Al final, ese pensamiento te puede.
Y que ganar ya no sea tan especial, pero quedar segundo se sienta como un fracaso.
Total.
Como una droga que requiera dosis más fuertes cada vez.
Yo iba a las pruebas a ganar. A mí, hacer segunda no me valía de nada. Venía para casa enfadada, pero no porque me cayese mal la primera, sino porque el trabajo que había hecho no había sido suficiente. Trabajaba para hacer primera, no para hacer segunda. Entré en un círculo vicioso muy malo. Llegaba a meta, ganaba y venga, pum, lo metía todo al coche y para casa. No disfrutaba ganando. Era como cumplir con mi obligación, con lo que tenía que hacer. No lo celebraba, no decía: «Buah, qué contenta estoy». Era como volver del trabajo por la tarde, pum, fichar y para casa, sin euforia ninguna. En un momento dado me dije: «Esto me gusta mucho, y le voy a coger manía». Me marqué el objetivo de dejarlo siendo la mejor y dejarlo en el campeonato de España de ciclocrós que se iba a celebrar en Gijón.
2015. Cuando te preguntan por el momento más especial de tu carrera, hablas de aquella primera carrera en Cistierna y de esta última en Gijón.
A nivel sentimental, sí.
En casa, con diez mil personas viéndote…
Una gozada. Me llevaron en volandas. Yo ya llevaba casi dos años trabajando. Sacaba tiempo de debajo de las piedras; entrenaba en las horas que tenía para comer. Preparaba las bicis, y llegué con el material justito, justito, porque en ciclocrós se rompe todo: ruedas, cadenas, absolutamente todo. Yo le rezaba a la bici: «Aguanta hasta el domingo, como yo, ¡hasta el domingo!». Llegué en una forma física espectacular. Estaba fina, motivada… El viernes ganamos el campeonato de España de relevos y el domingo gané en Gijón. Yo creo que el destino me ayudó ese día, porque no solo gané, sino que gané con tiempo suficiente para disfrutarlo. ¡La última vuelta la disfruté…! Fui saludando a la gente, respirando, no llegué apurada.
Y agarras una bandera de Asturias por la que te ponen cien francos suizos de multa.
Me montaron un pifostio muy gordo.
No era algo preparado, ¿no?
¡No, para nada! Me dieron una bandera de Asturias y la cogí, y si me dan unas castañuelas las cojo también. La línea de meta estaba petadísima de gente por un lado y por el otro, tocando las vallas, sonando la gaita, me asomaron esa bandera y la cogí. Decían que si era algo ideológico. Salió a nivel nacional, en programas de la tele y todo, diciendo que si era algo como reivindicativo, como de Asturias independiente o no sé qué. Yo decía: «¡Meca, chaval, cómo se puede dar la vuelta a todo! ¿Qué ideológico ni qué…?». Cogí la bandera de Asturias porque el campeonato era en Asturias, porque soy asturiana y porque hubiese cogido la gaita y el tambor y me hubiera vestido de aldeana si hiciera falta. Me quisieron quitar el campeonato, sancionarme… Yo tenía el control antidoping, y se estaba montando una fuera de la del demonio. Tuvo que intervenir el presidente de Asturias, que dijo que, si le quitaban el campeonato a Rocío, que se prepararan.
El Partíu Asturianista se ofreció a pagar la multa. Al final, ¿se pagó, o no se pagó? Y si se pagó, ¿quién la pagó?
Si te soy sincera, no sé en qué quedó aquello. Yo me aparté de todo y decidí no entrar, porque si quieres arreglarlo, al final te buscan las cosquillas por otro lado. Pasé de todo. Dicen que se pagó, que no se pagó… Decían también que se había dicho en la reunión de antes que no se podían coger símbolos y que yo no había hecho caso. Yo decía: «Pero si a la reunión de antes no fui. ¿Qué reunión?». A mí no me dijeron nada. Si me lo dicen, no la cojo: eso ya para empezar. Pero que se monte todo este follón por ese detalle… ¡Por la bandera de Asturias! Lo puedes interpretar como quieras, pero la intención no fue esa: todo lo contrario. Era a nivel de aquí, de sentimiento, nada más.
¿Sigues compitiendo, o lo que haces con la bici ya es puramente recreativo?
Sigo compitiendo, porque me pica mucho el niqui. Me gusta la competición, me gusta colocarme un dorsal, la adrenalina esa de ser competitiva, sentirme bien físicamente. Salgo en bici todos los días. Me gusta sentirme ágil, y si voy a una prueba, no salir a hacer bulto. Si te puedo pisar la cabeza, te la voy a pisar (risas). El otro día, íbamos en un grupo tres, pero dije: «Si os puedo dejar antes de llegar, os dejo, ¿eh?». Aunque sea una cicloturista. Como si ye jugando a les chapes (risas).
Pero compites con amigos, no en carreras organizadas, entiendo.
Últimamente, me están invitando mucho a pruebas deportivas de aquí de Asturias y me presta por la vida. Yo agradezco mucho que sigan contando conmigo. Pero si voy, es para dar la talla, no para hacer la foto. Voy a disputarla. El otro día, salimos ciento cincuenta y quedé la veintiocho, y me dio rabia. Si hubiera quedado la dieciocho, me hubiera dado menos. Por eso sigo entrenando todos los días y currándomelo. A ver, no estoy al nivel que estaba ni de broma, pero porque no tengo tiempo: si llego a tenerlo, saco licencia de élite y estoy corriendo con los chavales de veinte. En serio.
¿Hay un límite de edad para la licencia de élite?
Puedes tener cincuenta años y sacar una licencia de élite. Lo que pasa es que corres con los de élite, ¿eh? Y dentro de los de élite, los hay pros y los hay que no son pros, pero casi. Yo este año saqué la licencia Master 40, pero me lo pensé. Sacar la Elite, digo. Pero dije: «¿Adónde vas, Rocío? Centra la perola, saca la Master. Si quieres correr algo, vas a correrlo igual, pero por lo menos con la tranquilidad de que hiciste lo que pudiste, y sin comerte la olla». Pero bueno, sigo vinculada de alguna forma. Al final, tengo saraos todos los fines de semana, porque ya te digo: donde me invitan… Me da igual que sea una carreruca de pueblo que una multitudinaria como es la Cantabrona, que son ciento setenta y cinco kilómetros. Lo preparo igual, con la misma afición y mentalidad de ir a tope que si fuese una carrera de Elite.
¿Qué hobbies tienes, fuera del deporte?
Pff, no tengo. No tengo tiempo, Pablo. No tengo tiempo. Yo solo pido tener tiempo; que el día tuviese más horas. Si las tuviese, haría bici, porque es lo que me gusta hacer. Me gusta que me dé el aire en la cara, no meterme en el gimnasio, estar ahí cerrada entre cuatro paredes. Ya me paso muchas horas metida entre cuatro paredes. Me gusta el campo. Soy una tía de campo. Me gusta estar con el perrín y me gusta ir de monte, el silencio, la tranquilidad, sentarme por ahí a echar unas fotucas. Casi prefiero hasta ir sola, para desconectar, para no oír ruidos, para no oír el bullicio, para que nadie me toque las narices. Soy una tía muy tranquila. Tengo una vida súper estresada, pero a mí lo que me gusta es todo lo contrario. Tiro mucho para Picos. Este año, menos, pero me gusta la nieve, raquetear.
¿Esquías?
No, esquiar no creas que me llama mucho. Siempre lo vi peligroso a nivel de lesiones, y nunca lo llegué a practicar. Pero las raquetas sí que me gustan mucho. Tengo equipo para ir, y vamos cuatro o cinco veces al año.
¿Y como espectadora? ¿Qué deportes te gustan, aparte del ciclismo?
Me gusta todo. Me gusta ver el fútbol, la Liga, el balonmano… De noche, cuando llego, pongo en diferido la Vuelta a Cataluña… Me gusta todo, me mola todo.
Te quería hacer dos preguntas para acabar. La primera, relacionada con tu vertiente de vendedora de material deportivo. ¿Qué cosas están pasando en cuanto a material deportivo, cuáles son las innovaciones más interesantes del momento?
Fua, eso avanza como todo, como la informática. Te diría las bicis eléctricas. Compré una bici eléctrica, Pablo (risas). Me miran y me dicen: «¡Sacrilegio!». Yo digo: «A ver, hombre, a mí me gusta probar el material, testarlo. Para luego ofrecértelo, si no sé cómo va…». Y es una pasada. La bici eléctrica va a revolucionar el mercado. Pero no por vaguitis, ¿eh?, sino porque te da una autonomía para todo tipo de usuario que es una pasada. Es acercar la bici a todo el mundo. Yo, que tengo buen nivel, disfruto con la bici eléctrica, me lo paso bien, porque no sufro. Puedes hacer rutas largas, los desniveles que tú quieras…, pero sin ir con el corazón en la boca.
Disfrutas de la naturaleza, llegas a sitios a los que era impensable llegar para gente más de a pie. Hace poco, con un compañero que entrena conmigo, estuvimos por el lago Ubales. Tenemos buen nivel: competimos los dos, pero, después de hora y pico por una pista de hormigón que debía de tener un setenta por ciento de desnivel, ¡llegamos arriba con una riñonada…! Mi compañero tirado encima del manillar, tal. Y en esto llega allí un señor fiu, fiuuu, silbando, «hola, hola», tan tranquilo, se baja, empieza a echar fotos… Yo decía: este hombre no llega aquí en la puñetera vida si no es así. Y disfrutando. Son experiencias. Y todas las marcas están desarrollando lo eléctrico, igual que los coches. Es un campo que tiene mucho que desarrollar.
No es que no tengas que pedalear, ¿no?
No, no. Es una ayuda asistida, no es un ciclomotor. Si dejas de pedalear, la bici no tira. Siempre tienes que ayudarla. Pero es como si te fuesen empujando; como si tuvieses una mano en el culo que te fuese empujando. Luego, tienes cinco modos de asistencia: el uno, el dos, el tres, el cuatro y el cinco, que es el turbo, que anda que se las pela, ¿eh? Yo, cuando cojo la mía y marcho hasta Marcenao a ver a mis padres, la tengo que frenar en las curvas, porque se encabrita. Tira mucho. Y mola mucho. Muchísimo. Y ha mejorado mucho. La autonomía: pasamos de cincuenta kilómetros a ciento y pico. Y de pesar veinticinco kilos a ir menguando el peso. Cuanto menos peso, menos esfuerzo y más te dura la batería. Aquí todavía vamos un poco por atrás. A mí, todos los veranos, me gusta irme una semanina a Pirineos con la bici, hacer los puertos del Tour, y es subir el Tourmalet y no ver más que bicis eléctricas, conducidas a lo mejor por paisanas de setenta años. Llegas aquí y no ves a nadie. Aquí siempre vamos con uno o dos años de retraso, pero ya se están viendo. De hecho, en las carreras ya hay modalidad e-bike. No me digas cómo es, será al que se le acabe antes la batería, no sé, tengo que investigar cómo es el rollo.
En la tienda, ¿eres buena vendedora? ¿Se te da bien?
Sí, yo creo que sí. Llevo tantos años en este mundillo, conozco tan bien el producto y estoy tan de tratar con gente de todo tipo que… sí, yo creo que se me da bien. A ver, no está bien que lo diga yo: lo tendrán que decir mis jefes. Pero creo que sí.
Te toparás con clientes de todo tipo.
Claro, tienes que tratar con gente súper profesional que te pide cosas súper específicas y con gente que te va a comprar la cestita de la Barbie. Y te está vendiendo la cestita de la Barbie una campeona del mundo (risas). Pero tienes que atender igual a esa persona que al que te viene pidiendo una bici de seis mil quinientos euros, y al que tienes que explicar cómo va el basculante trasero, cómo va la bieleta, cómo va el amortiguador trasero… Y yo eso lo sé porque soy una friki. Yo llego a casa por la noche, sé que sacan un grupo nuevo de bici y me pongo a buscar por Internet cómo va, cómo funciona, dónde se vende, cuánto cuesta, cuándo lo lanzan. Es que me mola mucho. Será raro que una tía se dedique a esto, que le interese tanto, pero a mí me gusta. Me encanta la mecánica. La bici mía no va al taller: tengo un tallerín en casa de mis padres, con mi banco y todas las herramientas que necesito, y allí desmonto, monto, quito, pongo, tubelizo, cambio ejes de pedalier, rodamientos, lo que le haga falta. Me gusta y además se me da bien.
Supongo que te habrás encontrado mil veces con ese perfil de hombre al que le sobreviene la crisis de mediana edad y decide, sin relación previa alguna con el ciclismo, que quiere correr la Quebrantahuesos o algo por el estilo.
Sí (risas). Así [Rocío hace el gesto de la «plaza abarrotá» con las manos]. O gente que no viene a comprar, sino a pedir asesoramiento. «Oye, Rocío, es que tengo una carrera dentro de tres semanas, ¿cómo me preparo?». Digo: «Oye, tío, estoy trabajando, ¿yo qué quieres que te diga? ¡Si no te conozco de nada!» (risas). «¿Tomo geles? ¿Hago series? ¿Qué hago? ¿Compro un potenciómetro o no lo compro?». Y yo: «¿Cómo vas a comprar un potenciómetro? ¿Vas a gastar seiscientos euros en un potenciómetro? ¿Para qué, si no sabes interpretar los datos?». No sé. De todo.
Ahora tenemos acceso a todo. Antes, solo lo tenían los profesionales; ahora lo tiene todo dios. Y la gente se piensa que por comprar un potenciómetro va a andar como si fuese Contador. Y gasta pasta, ¿eh? Yo, desde que estoy en la tienda en Oviedo, pasé de tener bicis de quinientos euros a tenerlas de seis mil quinientos, y se venden. Es una pasada. Pasa mucho que la gente empieza a salir en bici, sales con la bici del Carrefour, los otros dos van con bicis de carbono con cambios electrónicos y dices «¿cómo ye, ho? ‘Pera, ‘pera». Y vas y compras. Luego ya no te vale con las zapatillas de velcro: tienen que ser de cierre milimétrico. Pum, compras. Y al final es una burbuja. A veces veo grupetas de diez por la carretera y digo: «¡Me cago en diez, si el que menos lleva va con una bici de siete mil euros!».
Y tú fuiste campeona de España con una bici de hierro de ciudad con el manillar cambiado.
Totalmente (risas).
¿Ha perdido el ciclismo autenticidad, épica…?
Nah, yo creo que no. En cada época toca una cosa. Hombre, sí que se nos está yendo un poco de las manos. ¡Tenemos acceso a tantos datos…! Lo que te digo del potenciómetro. Ves a cicloturistas con potenciómetro que no saben interpretar los datos. ¡Pero si tienes que tener entrenador y un médico deportivo, tío! Yo entreno sin pulsómetro. En eso sí que me he quedado un poquitín estancada. A todos nos gusta tener una bici de carbono muy guapa, ruedas de perfil, tal, pero esos datos barométricos a mí se me escapan. ¿Qué se yo cuántos vatios muevo? ¿Qué más me da? En fin, la gente invierte mucho dinero. En ciclismo y en deporte en general. Está cambiando un poquitín la mentalidad, no sé si desde la pandemia, si desde qué, pero se nota. Antes teníamos un ratín libre e íbamos al bar y ahora salimos a hacer deporte.
En la tienda, ¿los clientes te reconocen?
Bueno, ese es un tema un poco escabroso… Es complicado. Hay de todo. Hay gente que dice: ostras, qué bien que nos asesore alguien con, bueno, con tanto palmarés, o con tanto reconocimiento. Pero también hay gente que te dice: «Ostras, Rocío, qué pena que hayas acabado aquí». Yo digo: «Pero bueno, ¿qué tengo que ser? ¿Ministra de Deportes?». No sé, tengo un trabajín normal y corriente.
Cuando competía, sabía que en cuanto lo dejara tenía que trabajar como cualquiera, en lo que fuera. Yo tampoco es que haya estudiado, además. Pero te ven como una figura tan importante dentro del deporte y luego te ven dentro de una tienda y lo ven como… no sé, como una especie de sumisión. Como ir a comprar unas chanclas y que te atienda Mireia Belmonte. También hay gente que no te reconoce. Hay de todo, pero bueno: normalmente, sí, a ver, los que van a comprar y saben un poquitín del tema, y te piden algo muy específico, te reconocen.
Y ¿firmas autógrafos?
Alguna vez, sí, y me da corte. Ir con el uniforme, con la chapa y tal, y estar ahí con un guajín haciéndote una foto y la gente mirando es un poco raro. Es que es muy raro. Tienes que, ¡uf!, centrar mucho la cabeza. Es como que fuera de allí eres una persona y allí eres otra. Muy raro. Hay compañeros que no saben que yo fui campeona del mundo. Yo, allí, trabajo como la que más. En el curro soy igual que en el deporte, súper polvorilla. Entrenando me dejo la piel, y allí también. Llego a casa arrastrando la mochila. E igual me tengo que quitar el polo, ponerme la americana e irme a una cena con Canteli, el alcalde de Oviedo, o a la entrega de la insignia de oro de la Vuelta a Asturias con Javier Guillén, el presidente de la Vuelta a España. Es que es muy raro todo.
Última pregunta: ¿qué corredoras jóvenes te gustan? ¿Quién va a ser la Rocío Gamonal o la Aida Nuño o la Marga Fullana de las próximas décadas?
Ostras, no lo sé. Estoy un poco desconectada del ciclismo femenino. ¿Corredoras punteras…? Me gusta mucho Mavi García, mallorquina como Marga. Es una de las mejores corredoras del mundo ahora mismo. Está en un equipo internacional: el UAE, como Pogačar. Pero yo, ahora, estoy siguiendo más el ciclismo masculino. Hay una generación ahora que te engancha. Está Pogačar, está Evenepoel, está Pidcock, está Van der Poel, está Van Aert… Hay un abanico de corredores ahí que es súper divertido. Ves la Milán-San Remo, ves la Strade Bianche, y es una puta gozada, como un videojuego. ¡Andan todos tanto…! No es como cuando corría el equipo de Armstrong o el INEOS, que amarraban mucho las carreras y se hacía más aburrido. Ahora hay una gente joven que ha revolucionado el ciclismo; corren de manera más individual: hachazo, hachazo, hachazo. Y es una pasada.
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Me ha encantado la entrevista,conozco a Rocío y siempre la admiré, ella también me conoce y lo sabe, es cercana y amable siempre, gracias por ser auténtica, Ro.🤗😘
Que maravilla de entrevista,como ella!!Y vaya como anda todavía,a mi me mete 1h en cada BTT,jeje.
Gracias.
El deporte verdadero es eso, que te cueste esfuerzo/tiempo/dinero y que por lo tanto lo hagas únicamente porque te gusta y lo disfrutas…
Todo lo demás son negocios y cosas raras que la gente hace por otros intereses.
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