Eran las diez de la mañana del jueves 23 de febrero, en Lugo. Hacía un frío del horror en la ciudad con las mejores tapas de la Península, O Gran Camiño se disponía a partir desde la puerta de la Catedral y la organización de esta prueba ciclista debería haber colgado del templo las siguientes palabras, en Times New Roman 350, negrita y subrayado: «Quien no ha afrontado la adversidad no conoce su propia fuerza».
Es una frase de coach de vida, de fanboy del estoicismo, de trader de criptomonedas que ve cómo pierde todo su dinero pero se niega a ver que, ay, mamá, ayuda, lo han timado. Sí, lo sé. Pero Ezequiel Mosquera, que andará contento estos días, puede que me la compre.
Adaptado a su papel de patrón y creador de O Gran Camiño, el exciclista gallego ha visto cómo su criatura con forma de carrera a través de Galicia ha mantenido el tipo en su segunda edición, finalizada el pasado domingo 27 de febrero. Hubo ciertos aspectos que no se pudieron controlar y salieron mal, pero el evento superó las adversidades y conoció su propia fuerza. Fuerza que, visto lo visto, es de carallo.
La edición inaugural de 2022 había sentado un precedente con cierto reverso tenebroso. Se vivieron unas condiciones meteorológicas envidiables en pleno febrero, Alejandro Valverde sufrió un santo Covid que lo privó de la Vuelta a Murcia para enviarlo a las carreteras gallegas de rebote y, en ellas, El Bala se coronó como el primer ganador de la prueba. Victoria que, a la postre, sería la última de su palmarés profesional. Perfecto y, por lo tanto, difícil de igualar.
Sin embargo, con más cámaras y ya ciertas expectativas generadas, con una meteorología excesivamente adversa para un febrero gallego, con todas esas piedras en la mochila, esta edición de 2023 ha sido la que ha confirmado a O Gran Camiño como una realidad asentada.¿Por qué? Pues, precisamente, porque no todo salió bien y, aun así, la cosa funcionó.
El resumen deportivo es que hubo una etapa cancelada por la nieve y otra que se recortó, que Jonas Vingegaard fue dominador total, que Jesús Herrada lo hizo muy bien y que un chavalín llamado Lukas Nerurkar mostró dotes de buen ciclista. Pero todo eso ya se ha podido leer antes y mejor, pues Carlos Arribas andaba por allí. Aquí hemos venido a otra cosa. A contar las intrahistorias de O Gran Camiño a través de cuatro protagonistas.
El primero de ellos, uno de los que partía como favorito entre los mortales en esa fría mañana en la Catedral de Lugo: Ion Izagirre.
Día 1: Ion se cae (por primera vez)
Digamos que los inviernos de Lugo no tienen mucho que envidiarle a los de Ormaiztegi, pueblo del Goierri guipuzcoano, en el que sus 1200 habitantes están curtidos en lluvia, frío e inclemencia invernal. Por ello, cuando una jornada ciclista se pone dura, de perros, todas las miradas apuntan a uno de los ormaizteguiarras más ilustres: Ion Izagirre, ciclista del Cofidis y que el jueves 23 de febrero era candidato a liarla a en O Gran Camiño.
Todos nos fijábamos en él, pues, cuando el Cofidis se disponía a salir de la Catedral de Lugo. VamosIon, aúpa ahí, que vas a salirte como en Formigal hace unos años. Pero no. Ion saludó, salió y pum: tropezó en un adoquín y acabó en el suelo. Se escuchó un ufff de fondo. Izagirre se levantó con un poco de dolor, se incorporó, se puso a pedalear para dar la vuelta a la Muralla de Lugo. No hubo mayores consecuencias, pero la cosa ya empezaba mal.
Tampoco es que la jornada comenzase muy bien para nadie, al menos en el plano meteorológico. El frío era importante, la nieve amenazaba. Y algunos dirán, claro, que bueno, qué te esperas, es Galicia, es invierno, es lo esperable. Pero Galicia no es Islandia ni Laponia ni el Norte del Muro, al contrario de lo que se suele pensar por ahí adelante. Y sí puede hacer un poco de frío. Y sí puede llover y ventar. Pero nieve, como que no. No, al menos, entre Lugo y Sarria, por donde discurrían los 188 kilómetros de primera etapa.
Pasó que, durante gran parte del día, lo de la nieve quedó en amenaza no cumplida. Incluso llegó a salir el sol. Hasta que a poco más de 20 kilómetros de la meta, en el bucle final por Sarria, comenzaron a caer algunos copos primero. Luego muchos. Luego demasiados.
Se iniciaron las conversaciones entre ciclistas. Ion Izaguirre —que repetimos: es de Ormaiztegi— pasó por delante de la cámara haciendo gestos de como que paren esto ya, que ya basta, que qué sufrimiento. Las imágenes en la tele quedaban maravillosas, vivirlas debía ser un suplicio. Quedaban tan solo17 kilómetros, parecía que podían llegar, pero Vingegaard fue a hablar con el coche de la organización y, pese a la resistencias de los fugados, la cosa se paró: etapa cancelada.
Tras el parón, sin sabor entre los organizadores. Comentarios de que estaban ya casi llegando, que más adelante había salido el sol, que ya no nevaba. No era la mejor forma de comenzar una carrera de cuatro etapas, menos cuando es solo tu segunda edición. Pero la organización dejó claro el modus operandi que le acabó por aportar réditos: priorizar el bienestar de los ciclistas.
Los protagonistas llegaron a Sarria en coches. David de la Cruz bajó con cara de frío, desencajada, como sumido en una crisis existencial. La mayoría de corredores del Jumbo-Visma, igual. Hasta el piloto de una de las motos llegó con cara de, madre mía, la que nos ha caído. En Eurosport, por no quedarse atrás, Alberto Contador hablaba de que un día similar a este, de tanto frío, estuvo a punto de no girar en una curva, a propósito, para no sufrir más. E Ion Izagirre, que, repetimos, es de Ormaiztegi, resopló un ufff similar al que soltamos todos cuando vimos su caída inicial. Sería un buen baremo ese: si uno de Ormaiztegi se queja, la cancelación es válida.
Y así se fue el día, con un ambiente raro, entre tenso y frío, salvo por un personaje: Vingegaard. El danés, lejos de su papel de divo de la carrera, ese que le daba pie a estar cagándose en Galicia, bajó del coche contento, sonriente, tranquilo. Será que en Dinamarca hace más frío que en Ormaiztegi. O, quizás, solo era un aviso de lo que se venía.
Día 2: Apoteosis de Vingegaard
Al día siguiente, se confirmó eso de que dios aprieta pero no ahoga. Tui, al sur del sur de Galicia, amaneció fresquito, muy fresquito, pero con un sol que ofrecía buenas perspectivas. Ion Izagirre se subió a la bici con la misma cara de frío que dejó el día anterior al bajarse del coche. Álvaro Pino, ganador de la Vuelta a España de 1986, departía con Carlos Canal en un encuentro intergeneracional del ciclismo gallego para decir que él, en la París-Niza de hace años, corría con capas de nieve de no sé cuántos metros, comentario que repetirá en todo medio que le será posible en los próximos días. Y Jonas Vingegaard, el mayor atractivo de la carrera, fue presa de todas las fotos que los fans no le pudieron sacar el día anterior.
Porque estaba claro que él, Vingegaard, era el tipo de esta edición de O Gran Camiño. Objetivo de selfies y papeles en blanco para autografiar, el prota, la atracción principal. Y en contra de lo que se podía esperar, parecía llevarlo de diez. Rostro relajado, opuesto al que gastaba en el Tour 2022, tan lacónico, donde se refugiaba tras cada etapa en el teléfono y en las llamadas a su familia. En Tui se vio a un Jonas destensado, confiado en que la iba a liar en un día maravilloso para el ciclismo. Y así fue.
La etapa salió a pedir de boca. Sol, paisajes luminosos por el precioso Baixo Miño y una llegada en el Monte Tegra de A Guarda, con tramo de adoquines final muy fotogénico, con exitazo total de público.
Ganó Vingegaard, obvio. Ion Izaguirre estuvo bien, apuntalando un podio que perdería al día siguiente. Y en la meta, al solete atlántico, todo el mundo parecía tener motivos para estar satisfecho. Ezequiel, porque la exhibición de Vingegaard y la maravillosa jornada de ciclismo habían espantado los fantasmas del día anterior. Periodistas e invitados, porque el cáterin de la meta seguía siendo igual de bueno que el día anterior, solo que con jamón y cortadora de jamón incluida. Álvaro Pino porque podía contar, de nuevo, sus historias sobre la nieve de París-Niza. Y el granadino Alejandro Ropero, del Electro Hiper Europa, porque le habían dado el premio a la combatividad tras su presencia en la fuga.
Al pobre Ropero, eso sí, lo tuvieron esperando en la sombra por su entrevista, mientras las muchedumbres de la prensa preferían rodear a Vingegaard. Un Vingegaard que seguía llevando todo con una alegría y una tranquilidad pasmosa. El granadino, mientras, que se resignaba: «El que manda, manda».
Y vaya si manda.
Día 3: Carlos Canal firma autógrafos
Porque el sábado llegaron otra vez los problemas con forma de nieve. Todo empezó horas antes, todavía de noche, cuando operadores y organizadores se habían ido a montar la meta del día a O Barco de Valdeorras. Spoiler: las pasaron canutas.
Abro hilo #OGC23 @ograncamino_igt , ahora que ya nadie tendra el culo en el sofa. Hace 24h se comenzo a gestar la 3 et, con las condiciones del video, resulto imposible ubicar la meta arriba, estamos hablando de las 4-5 de la madrugada pic.twitter.com/wYmXfklnHs
— Gonzalo Rabuñal Rios (@zalorabunal) February 25, 2023
Primero, se tuvo que poner la línea de llegada varios kilómetros más abajo de lo planeado. Luego, viendo el panorama, asustados o utilizando el susto del jueves en Sarria, los equipos comenzaron a dudar de si se podía hacer la etapa, de si no era mejor eliminar los puertos intermedios que la convertían en la etapa reina, de qué perezca correr con este frío, ¿no?
Hubo reunión entre directores y organización, la salida se retrasó mucho mientras no se llegaba a un acuerdo y Esgos, el pueblo que acogía la salida, bajó de revoluciones. Y en la carretera principal, donde habían aparcado los autobuses de los equipos, pasaba la vida.
Andaba por allí la madre de Carlos Canal, referente del ciclismo gallego, natural de Xinzo pero criado en la escuela de ciclismo de Maceda, a pocos kilómetros de Esgos, y el segundo corredor después de Vingegaard que más autógrafos firmó en toda la mañana. Y la progenitora, orgullosa como debe ser, ataviada con banderitas con la cara de su hijo, decía que el frío no le daba miedo, que era parte del trabajo, pero que las bajadas sí. Que lo pasa fatal. Quién sabe, igual su opinión fue clave para la reunión, pues ese fue el argumento utilizado para el recorte final de la etapa: el miedo a las bajadas de los puertos intermedios.
Unos metros más abajo, en el Burgos-BH tenían visita de sus inversores taiwaneses. Les podrían contar que vaya competición está haciendo Victor Langelotti, que qué progresión la de este chico, que qué euros más bien invertidos están poniendo en el equipo, que la etapa se recorta, que yo qué sé. Pero no ,en el Burgos-BH, inteligentes ellos, lo que hicieron para contentar a los inversores fue otra cosa: ponerlos a comer empanada. Bravo, de diez. En una clásica técnica para que me ofrecieran un cachito, les pregunte de qué era, pero me dijeron que de carne, y ya.
En el bus del Kern Pharma, Juanjo Oroz, departía en tono desenfadado con sus amigos, con sus compañeros, con todos, pero fue ponerle una grabadora y puso voz y mirada de director serio. En el del Jumbo-Visma, que estaba enfrente, hicieron al revés: muy serios analizando entre ellos la etapa, hasta que intentaron sonreír para las cámaras. Las diferencias culturales, imagino.
Por último, en el bar Ondo Txema, situado donde todos los malditos autobuses aparcaron, los camareros estaban ya hasta el moño. «Nunca puse tantos cafés en mi vida; si me piden otro más, no se lo pongo», afirmaba el camarero tras el paso de la marabunta de periodistas, masajistas, técnicos, aficionados y demás calaña, por no decir que, además, le ofrecería unas hostias al que pidiese otro café más. Todo mientras, ojo, servía unos callos que recomiendo encarecidamente.
Al final, el día mejoró como se esperaba, y las estampas de nieve y niebla fueron quedando atrás según el pelotón se adentraba entre bosques de carballos y castaños. El desenlace, el esperado: Vingegaard ganó con una pierna y la sensación, otra vez, fue que el recorte se podía haber evitado. Ruben Guerreiro entró segundo. E Izagirre, que tardó en aparecer por meta, lo hizo con una rodilla ensangrentada y cojeando luego de caerse en el ascenso. En Rubiá, Izaguirre era la imagen de la derrota. Mal acaba, se supone, lo que mal empieza.
Entretanto, por la meta andaba Miguel Indurain en plan Miguel Indurain, con su parsimonia habitual. Contando alguna anécdota, majo, campechano. En la entrega de premios, le puso varios nombres diferentes a la carrera: «Vuelta a o Camiño», «Vuelta a Galicia», cualquier cosa menos a O Gran Camiño. Pero qué más da, es Miguel, la gente lo quiere, lo vitorea. Luego contó unos chistes en el backstage, y a vivir, todos conquistados.
A su vez, Álvaro Pino aprovechaba el momento para contar una historia desconocida en el canal de Twitch de A Cola del Pelotón: la de cuando nevó en la París-Niza. Y Carlos Canal, héroe de la provincia, llegó a meta en 23ª posición, reventado por las pendientes del Alto do Castelo.
– Carlos, ¿qué tal?
– Pfff, estos porcentajes no son sanos.
Por lo menos, su madre y los directores se quedaron más tranquilos: frío y muritos los que quieras, pero bajadas como que no.
Día 4: Ezequiel lo cierra
Ya el domingo, para cerrar la ciclotimia climática, Santiago de Compostela amaneció con buen tiempo, con sol, lista para la contrarreloj. Y Ezequiel listó para cerrar su, también, ciclotímica semana.
No debieron ser días fáciles para una organización que, rara avis del circuito, quizás imbuida todavía por la mentalidad de ciclista, quiere poner a los corredores como prioridad. Fueron cuatro días de entrevistas, explicaciones, mediaciones, arreglos, charlas, viajes. Después de la nieve del primer día, dicen que Ezequiel se marchó al final de la tercera —a hora y media en coche—, la que era etapa reina entre Esgos y Rubiá, para ver que la carretera estaba en buen estado. No sirvió de nada, porque también acabó nevando ese día. Y otra vez: explicaciones, reuniones, cesiones, preguntas, contrariedades. La cosa fue un poco como la carrera de Ezequiel, como aquella victoria en la Bola del Mundo que no le sirvió, por poco, para ganar la Vuelta de 2010 ante Nibali. Un triunfo con cierto sinsabor.
Vingegaard, claro, volvió a ganar en Compostela después de una crono espectacular. Tras su llegada, hubo abrazos entre Ezequiel Mosquera y el director del Jumbo-Visma, que le agradecía el trato, igual que lo hizo el corredor danés en entrevistas posteriores, afirmando que le gustaría volver a O Gran Camiño 2024. Carlos Canal, héroe patrio, lo petó en la contrarreloj y dejó orgullosa a su madre, que estará con la banderita de su cara por algún lugar de Galicia, y a todo el Euskaltel: hizo decimocuarto en la general. Ion Izagirre no apareció por la meta, ni se le esperó, pues se retiró tras el golpe del día anterior. Y su sitio en el podio lo alcanzó su compañero Jesús Herrada, que anduvo genial contra el reloj.
Casi todos contentos, pues, y con el sol iluminando la Catedral, la Praza do Obradoiro dejaba ciertas estampas curiosas, mezcla de la realidad de los dos caminos que se encontraron allí. Héctor Carretero y Will Barta, del Movistar, se confundían con el resto de viajeros a Santiago allí, apoyados en el muro de la Catedral, su bici parada por fin, buscando qué hacer ahora con su vida, parecía que decidiendo entre seguir hasta Fisterra o marcharse para casa. Su compañero Iván Ramiro Sosa se cruzó con varias personas y todos debieron pensar que estaba haciendo el Camino, el otro, pues por la carrera ciclista nadie lo vio. Y un chico del Human Powered, Bart Lemmen, semejaba un anciano desorientado, metido dentro del Museo Catedralicio, esperando a que le llegase su turno para salir al podio.
En cualquier caso, final feliz. Porque la carrera, como ese gobierno del que usted me habla, había sobrevivido a solo saber que había nieve, a los recortes (de etapas) y a haber tenido a un candidato incontestable. Y, pese a todo ello, ofreció una gran imagen. Corredores y equipos se fueron contentos, el principal líder también, y el público ha disfrutado. Si el año pasado todo había sido inmejorable, este no ha sido así, pero gracias a ello se demostró que el futuro de la prueba está asegurado.
Y antes de que se cerrase el telón, una escena final sintomática: un político que no sé quién era ni realmente creo que le importa a nadie, le puso a Jonas Vingegaard el maillot amarillo. Lo hizo, oh, sorpresa, mal: la cremallera quedó mal enganchada. Al rato, discreto, Ezequiel subió al podio antes de que el danés se despidiese del público, hizo un apaño en nombre de O Gran Camiño y sus organizadores, y solucionó el problema del maillot. Buena metáfora de lo que llevaban haciendo él y sus compañeros los últimos cuatro días: superar las adversidades.
Si O Gran Camiño 2023 dejó una cosa clara, fue precisamente esa: que el año que viene, llueva o nieve, también lo harán.
Pingback: Trescientos kilómetros entre Milán y San Remo: sobre La Classicissima