El béisbol es un juego de números. La obsesión de este deporte por la estadística es abrumadora; todo, absolutamente todo, lo que sucede en el campo está asociado a alguna cifra, un porcentaje, un índice o un código de alguna clase. Hablamos del único deporte que tiene una película entera (Moneyball) dedicada a su análisis estadístico, al fin y al cabo. Ser aficionado al béisbol es ser aficionado a la cabalística, la numerología, al análisis de datos.
Esta obsesión por los números hace que el béisbol tenga unos récords especialmente valiosos y valorados por los aficionados. Los jugadores son evaluados cuidadosamente según sus resultados en el campo. Esos resultados tienen estadísticas asociadas. Y estas estadísticas indican el grado de leyenda.
De todos los récords, de todas las cifras sagradas rodean a este deporte, no hay ninguno más importante que el récord de home runs[i].El home run en béisbol es la jugada que define este deporte. Sucede cuando un bateador golpea la bola con tal energía, tal fuerza, que la saca literalmente del campo. Un home runes más que un tiro imparable; es un acto incontestable, una jugada que implica inevitablemente que un equipo ha conseguido como mínimo una carrera.
El jugador que revolucionó el béisbol e hizo del home run algo que definía este juego fue Babe Ruth, en la década de los veinte. Aunque empezó su carrera en la élite en los Boston Red Sox[ii], Ruth realmente se consagró en los New York Yankees, donde dominó el deporte como nunca nadie había hecho antes. Fue en ese equipo, en 1927, dónde Ruth consiguió una marca que fue considerada como totalmente inalcanzable durante décadas: sesenta home runs en ciento cincuenta y cuatro partidos, lo que duraba la temporada regular en esa época.
No fue hasta más de 3 décadas después, en 1961, cuando Roger Maris, también de los New York Yankees, superó esa marca. Maris bateó sesenta y un home runses a temporada.
Aunque Maris era un jugador extraordinario, querido por la afición y admirado por sus rivales, el debate sobre el récord de Ruth persistió. Ese año la American league había añadido dos nuevos equipos, los Washington Senators y Los Ángeles Angels[iii], así que Maris obtuvo su marca en una temporada regular con ciento sesenta y un partidos. Ruth había bateado 0,389 home runs por partido; Maris 0,378. Era una diferencia insignificante, pero el debate entre números absolutos y números relativos siempre ha sido una constante en el béisbol. Para muchos puristas, Ruth seguía siendo el más grande; Maris era un coloso, pero sólo era segundo.
La marca legendaria de Babe Ruth se mantuvo en el cénit del deporte profesional americano, intocable. La mejora técnica de los pitchers, los jugadores que lanzan la bola al bateador, había reducido considerablemente la producción ofensiva del béisbol. Babe Ruth, deportista a pesar de ser un fumador empedernido, un juerguista y un borrachín, fue un revolucionario. Un tipo con un talento sobrenatural capaz de reventar las convenciones de su deporte. El béisbol había cambiado por culpa de Ruth y esos cambios se habían hecho que un nuevo Ruth fuera imposible.
Hasta 1998. Ese año Mark McGwire, de los St. Louis Cardinals, y Sammy Sosa, de los Chicago Cubs, empezaron la temporada regular golpeando home runs con una frecuencia que parecía indicar que el récord de Maris y Ruth estaba a su alcance. La rivalidad entre ambos copó todas las portadas del país durante meses. Estados Unidos se mantuvo en vilo para ver si el récord más importante de todo el deporte profesional iba finalmente a caer setenta y un años después. Tras una temporada legendaria, con récords de audiencia televisiva, ambos jugadores superaron no sólo a Ruth, sino también a Maris. Sosa golpeó sesenta y seis homers ese año en ciento sesenta y dos partidos (0,407 por partido). McGwire consiguió unos increíbles setenta (0,432).
Parecía una proeza estadísticamente imposible, así que pronto empezaron las sospechas. McGwire había sido un buen jugador de béisbol, pero no extraordinario, hasta pasada la treintena, cuando sus estadísticas mejoraron radicalmente. Sosa había sido muy buen bateador hasta 1997, pero en 1998 se convirtió misteriosamente en un jugador legendario. Ambos sufrieron una transformación física parecida: sus hombros se ensancharon, su cuello y cabeza parecieron hincharse, su musculatura creció hasta unos niveles nunca vistos en este deporte. Los jugadores atribuyeron al cambio a mejoras en su entrenamiento, nuevas técnicas deportivas para revolucionar un juego anquilosado. Los críticos, sin embargo, señalaron que hacer pesas no suele aumentar el tamaño de tu cráneo. Se empezó a hablar del uso de esteroides, de drogas para mejorar el rendimiento deportivo.
El béisbol, en aquella época, no tenía controles de antidopaje sistemáticos.
El récord no cayó otra vez el año siguiente, pero súbitamente el béisbol se convirtió en un deporte donde el home run era dominante. La producción ofensiva de los bateadores se disparó, y ver bolas lanzadas a gran velocidad fuera de los estadios se convirtió casi en rutina. Tres años después, en 2001, Barry Bonds, jugador de los San Francisco Giants, Demolió el récord de McGwire con unos increíbles setenta y tres home runs en una sola temporada.
Al igual que sus rivales, Bonds había sido muy buen jugador hasta 1999. En el 2000, pasada la treintena, el que fuera un tipo esbelto y ágil, de brazos largos y zancada de gacela, se convirtió en alguien con el aspecto de tanque, un rinoceronte armado con un bate de una fuerza descomunal. Era obvio que Bonds se estaba dopando. No hacía falta ir a un laboratorio; bastaba con ver dos fotografías del jugador separadas por dos o tres años.
Al año siguiente, las autoridades federales iniciaron una investigación a BALCO, un laboratorio farmacéutico que trabajaba con jugadores de la Liga profesional de béisbol. Bonds estaba en su lista de clientes; McGwire y Sosa fueron relacionados con otros laboratorios similares. No fueron los únicos, pero eran los más famosos. Era obvio que se habían dopado. De los tres, sólo McGwire acabó admitiendo, años después, haber tomado esteroides; Sosa y Bonds siguen negándolo.
El problema, sin embargo, es que la liga nunca pilló a ninguno de estos jugadores utilizando sustancias ilegales mientras jugaban, así que sus marcas permanecen en los libros de estadísticas oficiales. Técnicamente, el récord de home runs en una sola temporada regular está en manos de Barry Bonds, no de Babe Ruth o Maris, para consternación de los puristas de este deporte.
Hasta este año. Aaron Judge, de los New York Yankees, ha tenido una temporada absolutamente extraordinaria, histórica, la culminación de una carrera que le ha convertido en el bateador más dominante del béisbol actual. Judge golpeó sesenta y dos homers en ciento sesenta y dos partidos (0.382 por partido), mejorando a Maris, y permitiendo que el debate sobre si Ruth es o no es el GOAT (Greatest of All Time) vuelva a su cauce.
El récord de Judge, además, es mencionado con una acotación especial. Judge tiene la marca absoluta de homers en la American League, la una de las dos “grandes ligas” que componen el sistema de béisbol profesional en Estados Unidos. Bonds, Sosa y McGwire jugaban en equipos de la National League, el otro circuito profesional. Los puristas del béisbol, cuando hablan hoy del récord más importante del deporte profesional americano, siempre indicarán, a partir de ahora, que el récord que cuenta es este, no el de la liga “en general”.
La historia tiene dos epílogos. Por un lado, tenemos el debate sobre si los jugadores que rompieron esos récords durante el cambio de siglo merecían entrar en el salón de la fama del béisbol en Cooperstown, Nueva York, el máximo honor para los veteranos de este deporte. Sus defensores dicen que Bonds, McGwire y Sosa quizás tomaron substancias prohibidas, pero definieron, igualmente, una década. Además, los pitchers a los que enfrentaban iban a menudo tan colocados de esteroides y anabolizantes como ellos. Sus detractores, mientras tanto, señalan que rompieron el código de honor de ese deporte, y que no merecen compartir reconocimiento alguno con otras leyendas que no hicieron trampas.
Las votaciones para entrar en el salón de la fama son complicadas y no me voy a detener con los detalles. El jurado lo componen varios centenares de periodistas y veteranos de la Liga; un jugador necesita el apoyo de un 75% de sus miembros para ser reconocido, y solo pueden estar en la papeleta durante 10 años. Tras una década de debates, polémicas, y controversia, ni Bonds, ni Sosa, ni McGwire recibieron apoyos suficientes. Tendrán sus récords, pero no los honores.
La bola con la que Barry Bonds golpeó el home run número setecientos cincuenta y seis de su carrera (otro récord), mientras tanto, sí está en el museo. Tiene literalmente un asterisco. Mark Ecko, el diseñador de moda, la compró por setecientos mil dólares el día que consiguió esa marca. Y le grabó uno utilizando un láser antes de donarla al salón de la fama. Bonds nunca, nunca, nunca será visto como un jugador normal.
Aaron Judge, mientras tanto, Jugó en los playoffs de la Liga tras su gloriosa temporada regular. Los Yankees derrotaron a Cleveland en la primera ronda, ganando tres a dos una serie de cinco partidos. Desafortunadamente, perdieron cuatro a cero su serie al mejor de siete contra los Houston Astros en la final de la American League. La mejor temporada de la historia (para un jugador de la American League, en números absolutos, sin drogas), no se verá culminada con una victoria en la World Series.
Babe Ruth, por cierto, ganó el título con los Yankees en 1927, demoliendo a los Pittsburgh Pirates en cuatro partidos en la final. El GOAT es él, digan lo que digan.
[i]Sé de sobras que la RAE insiste en llamarle a los home run jonrón, algo que me parece tan absurdo como hilarante. Voy a utilizar la voz en inglés para que no me duelan los ojos.
[ii]Me niego a traducir los nombres de los equipos también; las “Medias Rojas de Boston” suena estúpido.
[iii]Sí, hay un equipo que se llama Los Ángeles de Los Ángeles. El departamento de redundancia redundante del deporte americano.