Entrevistas de baloncesto

Anicet Lavodrama: «Magic Johnson me dijo que si das muchas asistencias y haces ricos a tus compañeros, te valorarán»

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Es uno de los pívots más carismáticos que han pasado por la ACB y una leyenda del mítico OAR Ferrol, club que le trajo a España a mediados de los ochenta y donde jugó durante casi una década. Sus increíbles mates y tapones forman parte ya de la historia de la máxima competición del baloncesto español. Con sus 2,04 metros de altura y una fuerza descomunal, Anicet Lavodrama (Bangui, República Centroafricana, 61 años) era uno de los jugadores más espectaculares y temibles de la época.

Enfrentarse a él podía convertirse en una auténtica pesadilla para sus rivales. Sin embargo, es un hombre que ha sabido ganarse el cariño de todos los que han estado cerca de él en algún momento. Participó con su selección natal en los Juegos Olímpicos de Seúl y, desde hace unos cuantos años, es un español más. En la actualidad continúa estando muy vinculado al baloncesto, un deporte que le sigue enamorando a todos los niveles.

Le has dado nombre a un grupo musical.

Es un grupo creo que de Zaragoza, liderado por Benjamín Villegas. Lo llamaban Anicet Lavodrama, como me dijo, por el cariño y la admiración que me tenía. Luego, como hubo mucha gente que me preguntó por sus canciones, que tenían cierto posicionamientos políticos contrarios a los míos, tuve que hablar con Benjamín y quedamos en que pondrían solo Anicet de nombre del grupo.

Has hecho de todo desde que te retiraste, y casi todo relacionado con el baloncesto.

Sí, he tenido el privilegio de trabajar como director general adjunto y responsable de prensa en el Fórum Valladolid. También he formado parte de la secretaría general de la FIBA y trabajar con el Sr. Borislav Stankovic y también con el Sr. Patrick Baumann, dos grandes de la gestión mundial del baloncesto. He formado parte de los Cleveland Cavaliers. También he trabajado en la empresa de representación y marketing deportivo, You First. Por otro lado, he llevado un despacho de patentes y la Chus Mateo Academy en Málaga, lo que me ha dado la oportunidad de ser mentor de entrenadores y jugadores.

Soy analista y comentarista de televisión en la cadena 101TV Málaga y, en radio, en la COPE de Málaga, la de Gran Canaria y en 7.7 Radio Gran Canaria con Jorge Peris. Por otro lado, tengo mis propios campus en verano.

En agosto del año pasado comenzaste un nuevo proyecto en Costa de Marfil.

Desde agosto, soy director técnico de la Federación de Costa de Marfil. Esto se debe a mis cinco años de experiencia en la Federación Internacional de Baloncesto, primero en Munich y luego en Ginebra. Tuve muchas federaciones bajo mi responsabilidad, como FIBA Américas o FIBA África. Cuando salí de ahí, muchas federaciones seguían contando conmigo para asesorarles, orientarles en muchos temas que necesitan.

Costa de Marfil me pidió ser su director técnico porque yo había recomendado al anterior, Slobodan Subotic, que estuvo un año y luego se volvió para ser entrenador del Apoel en Chipre. Ahora soy yo el que coordina todos los calendarios de competición y he iniciado un plan de formación de entrenadores. Mi objetivo es que mejore el nivel competitivo en todo el país. Esto me lleva mucho puente aéreo desde Málaga.

 

También trabajaste como ojeador en Cleveland y descubriste, por ejemplo, a Serge Ibaka.

Cualquier persona a la que le guste el baloncesto que hubiera tenido la oportunidad de sentarse y ver a ese talento de jugador lo habría hecho. Tenía esa lectura de juego, ese físico excelente, típicamente NBA, con buena explosividad en carrera, muy buena coordinación y una gran personalidad. Solo tuve que recabar la información y deducir que, para que pudiera llegar donde está ahora, había que traerlo a España. Hubo quien pensó que llevarlo a Francia era mejor, pero para mí en España se forma mejor a los jugadores de cara a la NBA.

Hablé de él con varios clubes y ahí, Jordi Ardèvol, que estaba en Hospitalet, vio ese mismo potencial que vi yo  y se lo trajo. Yo hablé con la Federación de Baloncesto de Congo Brazzaville, confiaron en mí, y pensaron que era la mejor opción para él, así se hizo, aunque primero pasó por Francia por un tejemaneje que hizo alguien que convenció a su padre. Una vez en Manresa, se aclimató, se adaptó y pasó lo que pasó, que fue drafteado por los Seattle SuperSonics, ahora Oklahoma City Thunder.

Desde tu experiencia como jugador, ¿era complicado practicar baloncesto en la República Centroafricana en los años setenta?

Esa pregunta siempre me hace sonreír. En África, como en muchos otros lugares, el baloncesto lo implantaron los religiosos en los colegios. Se empezó a jugar en los años 50, pero yo di mis primeros pasos en Costa de Marfil, porque mi padre era embajador allí de República Centroafricana. Mi referencia era mi hermana, que jugaba al baloncesto y al balonmano, yo iba detrás de ella para verla entrenar y competir. En el club donde ella jugaba también había categorías inferiores donde jugaban mis dos hermanos mayores. Iban a entrenar allí, un día fui con ellos y así empecé.

En esa época, África estaba en una transición hacia la independencia de los países colonizados y había muchos deportes. Todos los colegios tenían su infraestructura, su Educación Física, sus instalaciones deportivas y equipos de atletismo, balonmano y baloncesto. No era nada complicado empezar a hacer deporte.

¿Y se te dio bien al inicio?

Desde pequeño tenía buena coordinación gracias a la Educación Física, que era parte del currículum junto a las Matemáticas, Álgebra, Geografía  o Historia en todos los colegios. Todos los jóvenes hacíamos atletismo, todos los saltos, lanzamiento de peso y, además, gimnasia, balonmano, voleibol, baloncesto y fútbol.

Creo que gracias a todo esto desarrollé buenas aptitudes. Siempre fui el más alto de mi clase y disfrutaba mucho jugando al baloncesto, aunque no lo veía como algo con proyección profesional, era simplemente pura diversión.

Seguía mucho el campeonato francés de baloncesto porque mi país era francófono. Mis ídolos eran jugadores como Richard Dacoury, por ejemplo. Fui escalando categorías, pero mi objetivo siempre fueron mis estudios. Hay gente que se cree que antes el deporte estaba tan presente como ahora, que todos los niños quieren ser Rafa Nadal, Pau Gasol, Carolina Marín o ahora Alcaraz, pero no era así. Nosotros, de pequeños, para ser alguien, lo que queríamos era una licenciatura o un doctorado.

Eso fue lo que nos inculcaron en mi familia y lo que yo quería. No pensé en ser profesional hasta que me fui a la universidad a Houston en el segundo o tercer año.

De no ser por el baloncesto ¿Qué habrías sido?

Lo mismo que mi hermana, que era mi modelo, médico pediatra. Mi madre tenía en casa, en su despacho, una biblioteca con su enciclopedias de anatomía y eso hizo que mi pasión haya sido siempre la medicina. Me encanta, me parece la base de todo.

Luego, en la universidad, cuando estuve en la NCAA ya no tuve mucho tiempo para acabar esa carrera. O, mejor dicho, creo que mis entrenadores pensaron que me iba a quitar mucho tiempo (risas) y al final hice empresariales.

Menudas zapatillas llevabais en aquel entonces

(Risas) Comparadas con las actuales, que tienen ABS y microondas…

Me lo comentaba Josep María Margall, que diseñó las Kelme del Joventut.

(Risas). Para nosotros la zapatilla top era la Converse Chuck Taylor. Luego, quizá, algunas Adidas, las Top Ten bajas, por ejemplo. Y una marca que había que se llamaba PRO-Keds. En mi país jugábamos en canchas de cemento o asfalto, no nos duraban mucho las zapatillas y nuestros padres no estaban siempre dispuestos a seguir gastando, pero es lo que había.

¿Cómo surgió la oportunidad de irte a Houston?

En 1979, un asesor técnico estadounidense, Christopher Pond, llegó a la Federación de Baloncesto de la República Sudafricana para colaborar en un programa de desarrollo de jugadores en Centroáfrica. Pond, que era de Carolina del Sur, desempeñó un papel clave en la evolución del baloncesto en África.

Un año después, en 1980, dirigió a la selección sudafricana en el primer AfroBasket, celebrado en Luanda, Angola. Bajo su liderazgo, el equipo alcanzó la final, donde fue derrotado por Angola, el anfitrión del torneo. Durante esa competencia, también participó Hakeem Olajuwon, quien más tarde sería elegido en la primera ronda del Draft de la NBA, representando a la selección de Nigeria. Olajuwon y yo nos enfrentamos tanto en ese torneo como en competiciones de clubes, ya que a menudo jugaba con el equipo sénior de mi club.

Durante el AfroBasket, Christopher Pond habló con Olajuwon y conmigo sobre la posibilidad de estudiar y jugar baloncesto en Estados Unidos. Recuerdo que, en una cafetería, Hakeem me comentó que había recibido una propuesta de nuestro entrenador para ir a Estados Unidos, a lo que yo respondí que también la había recibido, pero aún no estaba seguro, ya que priorizaba mis estudios.

Tras el torneo, Pond me preguntó de nuevo sobre mis planes después de la selectividad. Le expresé mi interés en estudiar en un país francófono como Costa de Marfil, Francia, Canadá o Marruecos. Sin embargo, Pond me sugirió que Estados Unidos ofrecía un sistema que me permitiría combinar estudios y baloncesto a través de la NCAA. Hablé con mi padre, quien, tras consultar con el embajador de Estados Unidos, confirmó que era una excelente oportunidad para compaginar ambas actividades.

Finalmente, acepté la oferta y me otorgaron una beca para estudiar en la Houston Baptist University, que era privada, mientras que Hakeem ingresó en la Universidad de Houston.

Así que Hakeem Olajuwon te comentó que estaba pensando en irse a la NCAA en aquel AfroBasket…

Fue un momento muy especial, Hakeem es de Nigeria, un país anglófobo, para él era una opción muy evidente. Yo lo tenía más complicado porque mi objetivo eran los estudios, el deporte era secundario.

¿Había buen rollo entre Hakeem y tú?

Sí, sí, sí. Hakeem es una persona extraordinaria, un ser humano fantástico. Recuerdo un partido de clubes en Nigeria, los dos teníamos diecisiete años, y Hakeem, aunque jugaba con otro equipo, estuvo casi todo el tiempo con nuestra selección. Nos hacía de guía, ¿sabes? Le dijo al chófer del bus: «Voy con vosotros», y nos iba señalando cosas, «Ahí está esto, ahí está lo otro, aquel edificio de allá…». Es una persona que aprecio mucho, hasta hoy, una de las que más admiro. Porque luego logró lo que logró, tenía esa ambición desde joven.

Cuando llegué a Houston, conocí bien su ética de trabajo. Sabía que Hakeem estaba completamente enfocado en ser alguien en el baloncesto. Lo que la gente lee hoy sobre Michael Jordan o Kobe Bryant, Hakeem ya lo decía y lo hacía en ese entonces. Era pura determinación.

En Houston había centros de entrenamiento muy buenos durante el verano. Profesores de la NBA, agentes, todos estaban allí. Había una liga de verano bastante seria. Además, uno de nuestros modelos a seguir era Earl Campbell, un jugador de fútbol americano que tenía un método de entrenamiento impresionante. Su rutina de sprints en cuesta y levantamiento de pesas la seguía todo el mundo. Hakeem también adoptó parte de su fórmula de entrenamiento. Lo complementaba trabajando mucho con veteranos como Moses Malone.

Earl Campbell era famoso por sus muslos enormes. La gente dice que yo soy grande, pero los de Campbell eran como el doble de los míos. Eso lo hacía imparable. Los defensas se le agarraban y él seguía corriendo con ellos colgando. Así que todos queríamos entrenar como él.

¿Qué tal jugador era Hakeem Olajuwon en sus comienzos?

(Risas). Esa pregunta es muy graciosa porque… si hablas con él, te va a decir lo mismo que yo. Yo era mejor en esa época. Yo empecé a jugar baloncesto a los doce años, mientras que Hakeem lo hizo un poco más tarde, creo que a los quince o dieciséis, porque jugaba más al fútbol. Así que en ese momento yo era mejor. Incluso los angoleños siempre lo dicen, me aprecian mucho y reconocen que teníamos una gran selección. Nuestro base era excelente y yo, como pívot, también lo era. Hakeem era muy largo, muy coordinado, con buen toque en el tiro, pero no era tan explosivo ni rápido como yo. Claro, él ya era mucho más alto, así que tenía ciertas ventajas que fue puliendo después, cuando llegó a Houston. Después de ese AfroBasket de 1980, en el 83 ya fue elegido en el Draft. Por eso digo que es extraordinario.

Mucha gente habla de la NBA sin conocerla. En Estados Unidos, el deporte se trabaja mucho, todo está muy organizado. Te cuento una anécdota: cuando llegué a España en el 85, mi universidad, que era pequeña, tenía un equipamiento superior al de muchos clubes ACB de hoy, en 2024, ¿entiendes? Teníamos salas de pesas, baños de hielo para la recuperación, máquinas Cybex, y los métodos de entrenamiento ya estaban muy avanzados. Dos entrenadores de los Houston Rockets incluso venían a escondidas para llevarme a entrenar a canchas pequeñas en un barrio, porque era antirreglamentario para la liga universitaria.

En Houston había cinco universidades con un alto nivel en deporte, especialmente en baloncesto, y mucha competitividad. La Universidad de Houston, por ejemplo, tenía buenos preparadores físicos, como en la mía. Un deportista famoso de allí era Carl Lewis. Hakeem siempre fue muy trabajador. Hakeem tenía la misma mentalidad y motivación que han tenido luego los grandes. Me acuerdo de que siempre decía: «No entiendo a estos americanos, ¿por qué quieren salir tanto? Beben, dan la nota, pero solo hay que trabajar y tomarse en serio lo que uno quiere». Lo decía sobre todo pensando en nosotros, los africanos, que llegamos a Estados Unidos sin querer quitarle el sitio a nadie, solo queríamos merecer estar allí y trabajar para progresar.

A Hakeem le molestaba que muchos afroamericanos no valoraran las oportunidades que tenían. Él veía claro que la clave estaba en mejorar, aprender y aprovechar al máximo la oportunidad de estudiar y practicar deporte al mismo tiempo. Esa era su mentalidad.

Anicet en la portada de la revista Gigantes

Supongo que fue un lujo poder jugar al baloncesto, que se abriesen tantas oportunidades, y encima estudiando

Exactamente. Estoy muy agradecido de que mis padres tomaran esa decisión. La educación que me dieron fue clave para saber aprovechar la oportunidad de estudiar y, después, practicar deporte. También le debo mucho a Christopher Pond, quien como asesor técnico de la federación me ofreció la oportunidad de ir a Estados Unidos. Eso me abrió el mundo, tanto en mi formación personal y académica, como en mi desarrollo como deportista.

¿Te faltó un poco la ambición de Hakeem Olajuwon?

Así es. Todo el mundo me decía: «Tienes talento para estar en la NBA». Y, sinceramente, me hacía gracia, entre comillas. Lo que realmente me motivaba era estudiar, conocer mundo, culturas, hablar de política, de medicina… Todo eso ha sido siempre mi gran pasión, y lo sigue siendo hoy. Hakeem, siendo de Nigeria y anglófono, lo veía más como una meta u objetivo personal. Mucha gente reconoce mi trayectoria a nivel universitario, y lo agradezco, pero para mí la prioridad eran los estudios. El baloncesto vino después, porque todos me decían: «Tú puedes llegar, tú puedes…».

Como te comenté antes, los entrenadores de los Houston Rockets venían, hablaban con mi entrenador, y luego me llevaban a entrenar. Fue en mi tercer año universitario, en el período júnior, cuando todo el mundo comenzó a hablar de mi potencial. Justo antes habían sido drafteados Clyde Drexler y luego Hakeem Olajuwon… y la gente ya hablaba de que yo sería el siguiente. Lo escuchaba, pero para mí era algo lejano. Seguía yendo a clase, entrenando, haciendo mis cosas de siempre, sin estar obsesionado con ser jugador de la NBA.

Cuando me draftearon los Clippers, fui a Los Ángeles, pero me llevé todos mis libros porque tenía que terminar mi TFC, ¿entiendes? Lo terminé en el Campus de Verano de los Clippers, mientras me alojaba en el Hotel Marriott de Los Ángeles, con todos los demás jugadores. Ahí terminé mi TFC (risas).

Has hablado de tu interés por la política…

Mi padre fue ministro, prefecto, embajador… así que la política siempre estuvo presente en casa. Mi hermano mayor fue profesor de derecho en la Universidad de Lyon, en Francia, es decir, la política ha sido algo constante en nuestra familia. ¿Por qué? Para mi padre, ser ciudadano implica contribuir a tu comunidad, a mejorar tu sociedad, tu barrio. Siempre creyó que la política es una herramienta clave para eso, y eso me lo inculcó desde pequeño. Yo también lo adopté como parte de mi forma de ver las cosas.

Cuando estaba en la universidad, en épocas de elecciones, los distintos partidos políticos venían a captar apoyos dentro de las fraternidades. Había debates entre demócratas y republicanos, y esas conversaciones siempre me interesaron. Luego, al llegar a España, seguí con esa mentalidad. En Ferrol, donde me instalé, el entorno sociopolítico siempre ha sido algo que he tenido muy presente.

Cuando fui a jugar a Valladolid, el Partido Popular en Simancas me pidió que apoyara su candidatura. Yo vivía en Simancas, que está a pocos minutos del centro de Valladolid, y así empecé a involucrarme más activamente. Después, Juan Fernández, presidente del OAR Ferrol y consejero de Industria en Galicia, me solicitó que apoyara su candidatura a la alcaldía de Ferrol. Estuve en sus listas.

Desde hace más de 15 años, muchas personas me han dicho: «Anicet, deberías postularte para ser alcalde de Ferrol». Varias personas me lo han comentado por cómo veo las cosas y por mi forma de ser. Hace un tiempo, con un grupo de allegados, amigos y conocidos de Ferrol, formamos un partido llamado Sentimiento Ferrolano. Queríamos proponer una opción nueva para la ciudad, una alternativa que pudiera transformar Ferrol, una ciudad con mucho potencial que aún no se ha explotado del todo.

No llegaste a jugar en la NBA, aunque una franquicia, como los Pistons, te llevaba a entrenar con ellos en verano

Sí, cuando estuve con los Clippers, me cortaron dos o tres días antes de que comenzara la temporada. Tenía 22 años y, claro, en ese equipo había jugadores veteranos en mi posición, como Cedric Maxwell, Michael Cage, Jay Murphy… Todos ellos jugaban de ala-pívot, que era el puesto en el que debía adaptarme, porque aunque siempre fui pívot, para la NBA tenía que desempeñarme como alero fuerte.

Después de ese corte, Moncho Monsalve, que había estado en la liga de verano de Los Ángeles, ya me había ofrecido la posibilidad de venir a jugar a España, y lo hice. Aun así, durante los veranos siempre me llamaban, tanto los Clippers, como los Houston Rockets, los Detroit Pistons… Incluso uno de los asistentes que teníamos en la Universidad de Houston Baptist fue director general en el primer año de los Minnesota Timberwolves y también me invitaron a su campamento de verano.

Fui varias veces, pero, como te dije antes, no tenía esa ambición. Para ser jugador de la NBA, realmente tienes que tenerlo entre ceja y ceja, tener esa determinación absoluta. En mi caso, nunca fue mi objetivo principal. Ahora, mirando atrás, quizá debería haberlo tenido… porque creo que económicamente estaría mucho mejor…

¿Te arrepientes?

Uno es como es. Para mí, lo que siempre tuve claro, lo que tenía entre ceja y ceja, era graduarme en la universidad, tener mi título. Eso era lo prioritario, y sigue siendo parte de mi forma de ser. Para mucha gente, ser deportista es su única salida, y está bien, pero para mí no lo era. Aunque ahora me dedico mucho al deporte, no lo veía como mi única vía.

Hay quien dice: «Mi salida es esta», y se aferran a eso, dedicándose en cuerpo y alma a ser los mejores en su deporte. Yo también quería ser el mejor, porque soy competitivo, me gusta ser bueno en lo que hago, pero no me lamento por no haber jugado en la NBA. Conozco la NBA, trabajé para los Cleveland Cavaliers, he entrenado con varias franquicias y tengo mucho contacto con ellos, pero no siento arrepentimiento.

Quizá a veces me digo: «Bueno, Anicet, tal vez deberías haberte involucrado un poco más», pero no, estoy muy agradecido por lo que he podido hacer en mi formación académica, por haberme graduado, y por haber utilizado eso, junto con mi carrera en el baloncesto en España, para los trabajos que he tenido después.

¿Qué recuerdas de esos campamentos de verano? Tengo entendido que los jugadores se dejaban la piel esos días porque se estaban jugando su futuro ¿No coincidiste también con Dennis Rodman?

Sí, sí. Enfrentamientos con Dennis Rodman no tuve, porque cuando fuimos al campamento de los Detroit Pistons, él y John Salley acababan de ser drafteados. Nos llamaron a mí y a otro gigantón de Houston, y fuimos los cuatro que llegamos a Detroit para el campamento de verano. Pasamos bastante tiempo juntos durante las dos semanas previas a que comenzara el campamento.

Para mí, lo realmente especial fueron los enfrentamientos con jugadores como Magic Johnson, Byron Scott, Tom Chambers, Orlando Woolridge… Eso sí era algo impresionante, sobre todo cuando estábamos en Los Ángeles. Antes de que empezara el campamento de verano, íbamos a jugar a UCLA con los de los Lakers, los Clippers… y en más de una ocasión, el entrenador que me llevaba no podía recogerme, así que en dos o tres ocasiones fue Magic Johnson quien me llevó al hotel. Eso fue algo muy especial para mí, porque Magic era, y sigue siendo, uno de mis jugadores favoritos.

¿Te dijo algo por el camino?

Lo que más destacaba de él era lo buena persona que era, y esos pequeños consejos que te daba. Te hablaba de estar siempre motivado, concentrado, de hacer lo necesario para ser un jugador valioso para la franquicia, y de tener ambición. Decía que era una vida muy buena, pero que también conllevaba mucha responsabilidad.

Yo le preguntaba mucho sobre sus fórmulas de entrenamiento, porque él era un poco más alto que yo y jugaba de base, mientras que yo siempre fui un buen pasador, pero en cuanto a manejo de balón, lo justo para moverme en la zona e intentar hacer un mate. Así que le hacía muchas preguntas sobre cómo entrenaba. Me contó que empezó muy temprano jugando de base, porque esa siempre fue su visión del juego, y que desarrolló su habilidad con ese enfoque. Lo más importante, me decía, era disfrutar y hacer mejores a tus compañeros. Si das muchas asistencias y haces ricos a tus compañeros, te van a valorar mucho.

Representaste a tu país en los Juegos Olímpicos de Seúl y fuiste uno de los máximos anotadores y reboteadores del torneo.

Sí, fui uno de los mejores en Seúl, tanto en rebotes como en puntos, porque ya estaba en mi plenitud. Fue muy importante para mí, era la primera vez que la República Centroafricana se clasificaba para unos Juegos Olímpicos. Ya había participado en el Mundial, pero las Olimpiadas son, creo yo, el súmmum para cualquier deportista. El olimpismo es un concepto muy bonito, porque representa el deporte en su máxima expresión, donde las sociedades pueden competir sin violencia, sin guerras. Es el talento lo que representa a cada país. Hay naciones que no son muy conocidas, quizá no destacan en lo industrial o económico, pero se dan a conocer a través del deporte. Para un país pequeño como la República Centroafricana, estar entre los mejores del mundo es una gran responsabilidad.

Desde el AfroBasket del 80, la federación trabajó mucho en el desarrollo de los entrenadores. Aquella selección júnior, los que luego fuimos sénior en el 83 y 85, en el AfroBasket de Alejandría y luego en el de Costa de Marfil, teníamos que haber sido campeones. Pero siempre nos faltaba un poco, dos canastas menos, no cuidar el basket average… En el AfroBasket del 85, todos pensaban que éramos los favoritos, pero fue Costa de Marfil quien ganó. Luego, en el AfroBasket del 87 en Túnez, ya fuimos insuperables y nos coronamos campeones. Eso nos clasificó directamente para las Olimpiadas del 88 en Seúl, Corea del Sur, y eso es el súmmum para cualquier deportista.

Para mi universidad, Houston Baptist, fue también un gran logro. Éramos dos o tres compañeros de Centroáfrica en esa universidad, y que uno de sus estudiantes fuera a los Juegos Olímpicos era algo muy importante. Para mi país y mi familia fue un orgullo tremendo, un honor representar a la República Centroafricana entre los mejores del mundo. Llegar a la Villa Olímpica y estar allí con figuras como Steffi Graf, Carl Lewis, Arancha Sánchez Vicario, o las grandes gimnastas… La gimnasia siempre ha sido uno de mis deportes favoritos. Y también estaba Greg Louganis, el saltador. Fue una experiencia increíble.

Por entonces no conocías todavía a Oscar Schmidt, ¿no?

No, yo llegué a España con 22 años, en el año 85, jugando en Ferrol. Cuando llegué a Seúl aún no había jugado contra él, pero ya lo había visto en los torneos de Navidad de Madrid, en la liga italiana, y, claro, también todos los puntos que metía con la selección brasileña… Oscar Schmidt siempre fue uno de mis ídolos en el baloncesto mundial.

Coincidís en el mismo grupo del torneo olímpico con dos selecciones míticas, Yugoslavia y la Unión Soviética. ¿Pensabais que alguna de ellas podría derrotar a Estados Unidos?

Bueno, nuestra preocupación no era Estados Unidos. Para nosotros, lo importante era estar en las Olimpiadas y querer ganar a todos. Hay que tener en cuenta que en el 88 Estados Unidos jugaba con universitarios, y para mí enfrentarme a ellos no era ningún problema. Con modestia aparte, en la universidad había dominado a muchos jugadores americanos. No le tenía miedo a la selección de Estados Unidos, porque eran jugadores contra los que ya había jugado.

Mi preocupación eran más bien equipos como la Unión Soviética, Australia y Yugoslavia, esos sí que me tenían inquieto. Los universitarios de la NBA no me decían nada, porque si jugaba contra ellos les metería los mismos puntos que ya había metido contra Yugoslavia y la Unión Soviética, que fueron bastantes, tanto en puntos como en rebotes.

¿Cuál de estas dos selecciones europeas te parecía más potente, Yugoslavia o la Unión Soviética?

Para mí… Arvydas Sabonis era el mejor.

Sabonis llegó a los Juegos Olímpicos después de estar varios meses sin jugar debido a su lesión del tendón de Aquiles. ¿Qué se comentaba allí, en la Villa Olímpica, sobre el estado de forma en el que llegaría Sabonis a la cita olímpica?

Tú haces la pregunta con la ventaja de la información que tienes ahora, pero yo siempre me pongo en el contexto de ese momento. Para nosotros, Arvydas Sabonis era, sin duda, de lo mejor, un pívot casi insuperable. Así que no te hacías esas preguntas, porque no había la cantidad de información que hay hoy. Estamos hablando del año 88, no existía Twitter, obviamente, ni Instagram, ni Facebook, nada de eso. Lo que leías era lo que tenías a mano, y para mí, en ese momento, era Don Basket o Gigantes.

Nuevo Basket también.

Nuevo Basket, exacto. La verdadera preocupación era Arvydas Sabonis, que hasta hoy, incluso con sus lesiones, lo considero uno de los mejores pívots en la historia del baloncesto mundial. La Unión Soviética y Yugoslavia eran los auténticos candidatos a ganar. No me preocupaban los universitarios americanos, ¿sabes? Para mí, eran simplemente eso, universitarios.

En ese momento, yo jugaba en la liga ACB contra jugadores como Granger Hall, Audie Norris, Joe Arlauckas, Kenny Green, Bryan Jackson… Todos ellos eran superiores a muchos de los jugadores de la selección universitaria americana del 88. Así que, para mí, los americanos no significaban gran cosa. Yo creía que podíamos ganarles. En cambio, vencer a la Unión Soviética, Yugoslavia o incluso Australia, eso sí que era un verdadero desafío.

¿Qué jugadores te impresionaron más de la Unión Soviética y Yugoslavia?

Después del partido contra Yugoslavia, donde también jugaba Zeljko Obradovic, cada vez que él viene aquí a entrenar y me ve en alguna rueda de prensa, siempre me recuerda lo que pasó… Incluso Gomelski, cuando fue a entrenar a Tenerife, me lo recordaba constantemente; después de aquel partido, Toni Kukoc y Dino Radja vinieron a saludarme y me preguntaron si jugaba en la NBA, ¿entiendes?

En Ferrol, si te acuerdas, los jugadores de la Unión Soviética y de la ex Yugoslavia venían mucho a España para torneos o partidos amistosos. Nosotros, en La Malata, jugamos varias veces contra ellos, y también contra la selección de Cuba. A muchos ya los conocía de esos enfrentamientos, excepto a los más jóvenes como Kukoc y Radja. Después del partido en Seúl, ambos me felicitaron por mi rendimiento y me preguntaron si estaba en la NBA.

Con la Unión Soviética también había cierta familiaridad. Jugadores como Volkov, Tikhonenko y Walter Magnifico de Italia, nos cruzábamos en diferentes Campus, yo en Detroit y ellos en otros equipos, Volkov creo que en Atlanta. Nos conocíamos de esos campamentos de verano de la NBA y de los partidos en Ferrol.

Hasta hoy, Tikhonenko viene mucho a Málaga, Tarakanov también, y el propio Sabonis, con quien compartí agente, Arturo Ortega. Había una conexión, claro, pero también mucha competitividad, porque yo siempre quería ganarles con mi selección, ya que eran jugadores realmente buenos.

Centrándonos en tu etapa en la ACB, ¿cómo se produjo tu llegada a España y qué tal fue tu adaptación a Ferrol?

Cuando estaba en la universidad, en mi tercer año, dos jóvenes jugadores de Ferrol, del club OAR, llegaron a nuestra universidad, Houston Baptist University, a través de un contacto. Eran José Manuel Pérez, de Almería, y Alfonso Martínez, que era un gigantón. En España, había pocos jugadores como Alfonso Martínez y Miguel Tarín, que superaban los 2,12 m. Alfonso medía 2,13 y José Manuel, 2,08 o 2,09. Yo, como uno de los veteranos del equipo, les servía de anfitrión. Les orientaba, recogía, les guiaba durante su estancia.

Recuerdo que llevaban chándales del OAR Ferrol, chándales Adidas que luego reconocí cuando llegué a Ferrol. Vinieron a probar suerte, pero no tenían el nivel necesario para quedarse y volvieron a España. Un año después, cuando fui drafteado por los Clippers y llegué a Los Ángeles para la liga de verano, donde van muchos entrenadores europeos, me encontré con Moncho Monsalve. Me dijo: «Anicet, habíamos oído hablar de ti y ahora te veo en esta liga de verano. Si no te quedas con los Clippers, te ofrezco un contrato para jugar en Ferrol, en mi equipo».

No me sonaba mucho Ferrol en ese momento, pero me mencionó a José Manuel y Alfonso, y ahí lo recordé. Aún no había internet para informarse bien de las cosas. Cuando los Clippers me cortaron y Moncho Monsalve llamó a mi entrenador en la universidad, me mandaron el contrato para ir a Ferrol. Al llegar, me reencontré con José Manuel y Alfonso, lo que fue de gran ayuda para mi adaptación. Junto con la forma de ser de Manolito Aller, Miguel Ángel Loureiro, Alfonso, José Manuel y Nate Davis, me hicieron la transición al baloncesto europeo y a la vida en Ferrol mucho más fácil.

Además, tener a Moncho Monsalve como entrenador también lo facilitaba. Es una persona que sabe disfrutar de la vida, le gustaba la buena comida y los paisajes de Ferrol. Aunque durante mis tres primeras semanas allí llovió sin parar. Recuerdo tener jet lag, despertarme a las 2 o 3 de la madrugada, mirar por la ventana y ver que llovía. Y al día siguiente, igual, llovía.

¿Cuándo llegaste a Ferrol?

Llegué en noviembre del 85, justo después de que los Clippers me cortaran tres días antes de empezar la NBA. Como he dicho, cuando llegas desde fuera, desde Estados Unidos, te encuentras con muchas cosas a las que tienes que acostumbrarte. Recuerdo que, por ejemplo, pedí una secadora, y en el club se rieron de mí. Les dije: «Jolín, es que cuando lavo la ropa necesito una máquina secadora». Me respondieron: «Eso no existe aquí». Les dije: «Sí que existe. En la universidad teníamos. Lavas la ropa, la pones en la secadora y en 30 minutos está seca». Pues resulta que no había secadoras en todo Ferrol, simplemente no existían en esa época.

También pedí televisión por cable, tampoco había. Pedí un coche automático, y creo que solo había uno en todo Ferrol. Así que me tuve que acostumbrar a esas cosas. En Estados Unidos siempre había conducido automático, porque aunque aprendí un poco antes de ir a Houston, fue allí donde saqué mi carnet y siempre manejé coches automáticos. No tener secadora, televisión por cable o coche automático, para mí, eso era un problema.

Luego llegabas al vestuario y no había taquillas, solo una percha para colgar la ropa, y eso no me parecía normal. Y jugar partidos viendo la niebla en el pabellón porque todo el mundo estaba fumando… eso, para mí, tampoco era normal.

Allí, en Estados Unidos, no se podía fumar en los pabellones, ¿no?

No, no se fumaba dentro, claro. Había gente que fumaba, por supuesto, pero fuera. Lo que pasaba es que en La Malata había niebla en muchas ocasiones, y yo pensaba: «Pero jolín, ¿cómo puede haber niebla dentro del pabellón?». Era algo que me sorprendía bastante.

¿No te diste cuenta al principio de que la niebla era por el tabaco?

No, no lo sabía. Para mí, en un evento deportivo no se podía fumar, era algo impensable, quizás por mi mentalidad traída desde Estados Unidos. Me parecía extraño. Recuerdo que Nate o Ricardo García me decían: «No, no, es la gente que está fumando». Al final te acostumbras, pero al principio fue problemático. No quería oler el humo ni que mi ropa se impregnase de ese olor. No pasaba solo en Ferrol, también en Huesca, en otros pabellones como el Congost de Manresa, el de Cajamadrid o el Magariños.

A veces se habla de los extranjeros y de lo difícil que es para ellos adaptarse. Creo que no se tiene en cuenta que, en ocasiones, se nos exige adaptarnos a situaciones que son complicadas. Para mí, por ejemplo, no tener secadora o un coche automático era un problema. Que te falte televisión por cable era algo fácil de asumir

La secadora te hubiese venido de maravilla en Ferrol por todo lo que llovía.

Con la secadora tenías la ropa seca… y allí en Ferrol estaba mojada durante dos o cuatro días… (risas)

¿Cómo se vivían el baloncesto en La Malata? Tengo entendido que cada partido que jugabais allí era una olla a presión.

Para mí, era… (resopla) el mejor pabellón. ¿Por qué? Porque la gente lo vivía intensamente. Como mencioné antes, cuando llegué a Ferrol a finales de 1985, España aún estaba en plena transición social y política. No era consciente en ese momento, pero poco a poco te das cuenta de que Ferrol es una ciudad muy particular, pues es donde nació el generalísimo. El baloncesto tenía una importancia enorme para Ferrol, para la población y para las familias. Había razones para que la gente se ilusionara con algo que les daba tanta felicidad.

En el equipo estaban figuras como el capitán Miguel Loureiro, un joven talentoso como Manolito Aller, y, por supuesto, El extraterrestre Nate Davis. Para el público, aquello era… ¡buah! lo máximo. Incluso los entrenamientos parecían partidos, la gente acudía a verlos y eso era fantástico. Recuerdo que los Hombres G hicieron una canción en la que mencionaban al OAR Ferrol y decían nuestros nombres. Era algo increíble.

Los fines de semana, la ciudad estaba en plena ebullición cuando llegaba cualquier equipo: el Fórum de Valladolid, el Magia de Huesca de Brian Jackson y Granger Hall, el Madrid, Estudiantes, el Claret de Canarias, el Breogán de Lugo… Había mucho baloncesto, y se vivía con gran intensidad y de manera muy personal. Muchos de nosotros nos quedábamos en el club durante varias temporadas, lo que fortalecía ese vínculo con la ciudad.

Para un ciudadano de Ferrol, el OAR Ferrol no era solo su equipo, era parte de su vida, de su familia. Incluso hoy, cuando asisto a una Copa del Rey, por ejemplo, la gente se me acerca y me dice: «Hola, Anicet. Soy de Ferrol». Y eso lo dice todo

Creo que en aquellos años los aficionados se identificaban más con los equipos de baloncesto y los jugadores teníais un trato más cercano con ellos. ¿Es verdad que los niños te esperaban después de los partidos para que los acompañaras a casa?

(Risas). Eso, para mí, es de lo mejor que me ha pasado.

En la actualidad esto es impensable.

Exactamente. Para mí, esa identificación, esa ebullición que se vivía en Ferrol gracias al OAR o al Clesa Ferrol era increíble. Que La Malata fuera el lugar al que todos querían ir, donde la gente se vestía con sus mejores galas para vernos jugar contra los equipos de la ACB, era fantástico. Y al final del partido, ver a los chavales esperándonos, felices, con esas sonrisas… Para mí, eso era lo mejor.

Como te comentaba antes, nunca tuve esa ambición o ese hambre de jugar en la NBA. Mi mayor satisfacción era estar en Ferrol, jugar en La Malata y salir después a ver a esos niños esperando para que les firmaras un autógrafo o te tomaras una foto con ellos. Algunos incluso me decían: «Anicet, papá aún no ha llegado, mamá aún no ha llegado, ¿nos puedes llevar tú?». Y yo les respondía: «Claro, yo os llevo». Entonces, se subían al coche; en aquella época los policías no eran tan estrictos como ahora, así que podía llevar a 6 u 8 chavales sin ningún problema, y los dejaba en sus casas.

Los fines de semana, si no teníamos partido o ya habíamos jugado el sábado, los niños venían a mi casa el domingo, llamaban a la puerta, y cuando abría me decían: «Hola, Anicet». Y yo les respondía: «¿Qué tal?». Se sentaban 8 o 10 chicos y chicas en mi salón, les ponía música, dibujos animados, y charlábamos. Algunos de ellos, hoy en día, me dicen: «Anicet, esta es mi hija. Y mira, aquí está la foto que me tomé contigo cuando era pequeño». A veces me muestran fotos donde los tenía en brazos o en mis hombros.

Esas experiencias para mí no tienen precio.

La temporada 93/94 fue la última del OAR Ferrol en la ACB, al año siguiente perdió la categoría por motivos económicos y tú abandonaste el club. ¿Cómo llevaste tu salida de Ferrol después de casi una década allí?

No fue fácil ver cómo desaparecía un proyecto que tantas personas sentían como propio. Los directivos trabajaron incansablemente. No es sencillo, en un entorno como Ferrol, generar los recursos necesarios para tener un equipo competitivo en la liga ACB. Hoy en día sería impensable, pero en aquella época, en los años ochenta, ya era muy caro mantener un equipo así. Muchos directivos, como Juan Fernández, Juan Roca, Tomás Blanco o Vicente Villa, avalaban con sus propias casas y propiedades para que pudiéramos tener un equipo que daba tanta felicidad a tanta gente.

Llegar al año 1993 y ver que el club estaba a punto de desaparecer porque no se presentaron los avales necesarios fue un golpe duro. Algunas instituciones que debían apoyar no respondieron, y así fue como el club tuvo que desaparecer de la liga ACB. Eso duele, y sigue doliendo hasta hoy. Mucha gente aún me lo comenta por la calle. Hay muchos ferrolanos que viven en Málaga, por ejemplo, y cuando me reconocen, me dicen: «Qué pena, a ver si podemos recuperar aquello en Ferrol». Cuando yo llegué, Ferrol tenía casi 98.000 habitantes, y hoy está más cerca de los 50.000. Para muchas personas, el OAR Ferrol les daba esa felicidad, ese optimismo, y así era.

No fue fácil marcharse de Ferrol. De hecho, cuando fiché por Valladolid, mi mujer estaba embarazada, pero nuestra hija nació en Ferrol. Más tarde también nació allí nuestro hijo. Siempre volvimos.

Tienes dos hijos, ¿no?

Dos hijos, una hija, que es nuestra primera, y luego mi chiquitín, bueno, los dos son ya mayores, tienen 27 y 28 años.

En Valladolid fuiste compañero de Oscar Schmidt.

Lo primero que recuerdo es haber visto, en los Juegos Olímpicos de Seúl 88, a Oscar Schmidt corriendo y sudando en la Villa Olímpica, con Gerson y los demás jugadores detrás de él, preparándose para competir. Años después, recibir una llamada del Fórum Valladolid, cuyo entrenador era Wayne Brabender, fue algo muy especial. Brabender es una institución del baloncesto. Cuando yo era pequeño, en las revistas que llegaban a la República Sudafricana, él y Corbalán eran figuras emblemáticas del baloncesto mundial y europeo. Así que para mí, jugar bajo las órdenes de Brabender ya era el no va más.

Después, estar en el mismo equipo que Oscar Schmidt, a quien ya había visto en los Juegos y cuyas hazañas como anotador admiraba, fue un auténtico privilegio. Y, además, otro jugador que me marcó mucho fue Lalo García, un producto de la cantera local. Valoro mucho a los jugadores que vienen de la cantera.

Todo esto se sumaba al hecho de que justo antes había estado en el equipo uno de mis mejores amigos, Mike Schlegel, y que el año anterior había jugado en el Fórum Valladolid un pívot llamado Arvydas Sabonis. Todo eso hacía que, para mí, jugar en Valladolid significara mucho, por todas estas razones que acabo de contar

Me contó Oscar Schmidt cuando lo entrevisté en Jot Down Sport que os encantaba Chiquito de la Calzada.

(Risas). Cuando empezó aquel programa de chistes en Antena 3, donde salía Chiquito de la Calzada con su famoso «¡Unooo!», para nosotros, y en particular para mí y para Oscar Schmidt, fue el no va más. Chiquito es uno de mis ídolos en el humor. Admiro a varios cómicos: algunos americanos, franceses, argentinos, y, por supuesto, a Cantinflas. Pero cuando Chiquito de la Calzada apareció en la televisión, para mí fue como ver a un dios del humor. Su estilo era maravilloso, un humor físico, sin meterse con nadie, tocando aspectos muy graciosos de la vida cotidiana. Sus expresiones como el «cuidadín», «dar el paso», «dar marcha atrás» o el famoso «auuuu» me fascinaban.

Chiquito de la Calzada era mi ídolo. Y luego, descubrir que a Oscar Schmidt también le encantaba fue increíble. Pasábamos mucho tiempo juntos, con nuestras familias y nuestros hijos, y nos dedicábamos a imitar a Chiquito. Ver a Oscar, a quien todos consideraban tan serio, haciendo esas imitaciones, era un auténtico descojone, tanto para nosotros como para quienes nos rodeaban.

Recuerdo que en los viajes en autobús, Oscar traía cintas VHS con el programa grabado, aunque ahora no recuerdo cómo se llamaba. Verlo imitándolo en esos momentos era impagable, nos hacía reír a carcajadas.

Estaba Juan de la Cosa, y para mí y para Oscar Schmidt, ese programa era nuestro favorito. En todos los viajes desde Valladolid, ya fuera a Lugo, Valencia o cualquier otro destino, siempre llevábamos en el autobús los sketches de Chiquito de la Calzada. Ver esos vídeos era casi una tradición para nosotros.

Recuerdo que en Málaga hay un semáforo dedicado a Chiquito de la Calzada. Fui a grabarlo y, por supuesto, le pasé el vídeo a Oscar. Era nuestro ídolo del humor, y esos momentos compartidos viendo sus sketches en VHS hacían que los viajes fueran mucho más divertidos

OAR Ferrol, Fórum Valladolid y Joventut fueron tus equipos en la ACB. ¿Te llegaron ofertas del Real Madrid, Barcelona o de otros conjuntos del extranjero?

El Real Madrid quiso ficharme en dos ocasiones. La primera vez, si mal no recuerdo, Wayne Brabender era el entrenador del equipo. Vino a verme jugar y entrenar en la Liga de verano Pro Am en Houston. Hicieron una oferta, pero Juan Fernández, que era el presidente del OAR Ferrol en ese momento, no aceptó. Yo no tenía una cláusula de salida en mi contrato con el OAR, y según entendí, Fernández le pidió a Mendoza, el presidente del Madrid en aquella época, una cantidad inasumible.

La segunda ocasión fue en 1997, pero coincidió con una meniscectomía que me realizaron en una rodilla. Esto me impidió estar recuperado a tiempo para el calendario de competición europea en el que el Real Madrid tenía que participar. Al recuperarme, volví al Fórum Valladolid. Además, recibí ofertas de varios equipos de Grecia, Italia y del Limoges

Participaste en el primer concurso de mates organizado por la ACB, en Don Benito en diciembre de 1985.

Personalmente, disfrutaba mucho más con los tapones a tablero y las asistencias. Muchísimo más.

Eras uno de los rivales más duros, más físicos, de la época

Habladurías, habladurías. Eso lo dice la gente para hablar mal de mí. Yo era un blando, ¿entiendes?, era un cacho de pan.

¿Cómo eran aquellos enfrentamientos con los grandes pívots tu época, como Arvydas Sabonis, Fernando Martín, Audie Norris, Granger Hall, Stanley Roberts, Ramón Rivas, Corny Thompson, Joe Arlauckas, John Pinone…? Esos duelos han marcado a mucha gente.

Cuando comento estas cosas, algunos de los jugadores jóvenes con los que hablo, como Darío Brizuela, Alberto Abalde hijo, o incluso mi propio hijo y algunas de las chicas que entreno aquí en Málaga, me dicen: «Anicet, tú eres mayor, por eso piensas así». Pero no, el baloncesto de nuestra época era baloncesto para hombres, ¿entiendes? Era un juego donde nos teníamos mucho respeto y cariño, y por eso había tanto contacto en la zona, porque nos gustaba el contacto humano. (risas).

Prefiero no hablar de mí, pero lo cierto es que me encantaba jugar al baloncesto. No tenía esa ambición de llegar a la NBA, como he dicho antes, pero disfrutaba mucho compitiendo y me encantaba el juego físico. En la universidad, el nivel de nuestros entrenamientos era tan alto que cuando llegaban los partidos, nuestro entrenador solía decir: «Vamos a jugar como caballeros, pero como hombres». Yo estaba acostumbrado a jugar siempre muy duro. La liga universitaria también era muy exigente, y cuando llegué a España, entrenaba mucho, hacía pesas casi todos los días. Recuerdo que mis compañeros y mi preparador físico, Rogelio Bermúdez, pensaban que estaba loco, pero no. Yo sabía lo que hacía. Mido lo que mido, y delante de mí tenía a jugadores como Sabonis, Piculín Ortiz, Audie Norris, Fernando Martín, Ramón Rivas, Fernando Romay… todos enormes.

Pero con mi preparación, enfrentarme a ellos no me parecía nada del otro mundo. Si quieres saber cómo era jugar contra ellos, pregúntales a ellos cómo era jugar contra mí (risas). Disfrutaba mucho de la competición, jugar contra los mejores me motivaba. Ese contacto, esa fuerza… era un juego para hombres, ¿entiendes?

¿Con qué rivales disfrutabas más en la cancha?

(Risas). Me encantaba, era como una adicción. Buscaba esa sensación para el fin de semana, para la competición. Me gustaba muchísimo. Todos los jugadores eran bastante duros, porque en mi época los pívots eran pívots de verdad, auténticos machos ibéricos, de los de pelo en pecho.

De todos ellos, el más duro para mí era Clarence Kea. Luego estaba Stanley Roberts, que era casi imposible de enfrentar. Era muy grande, pero también tenía mucha movilidad y talento, a pesar de ser muy joven. Era demasiado enorme para mí. Y, por supuesto, Sabonis y Fernando Martín. Pero uno de los jugadores que creo que la gente subestima, y que fue fundamental para el baloncesto español, es Fernando Romay. Romay era enorme, pero sabía jugar al baloncesto y te obligaba a buscar muchos recursos. Enfrentarme a él, a Stanley Roberts y a jugadores de ese calibre te exigía muchísimo.

Había muchos jugadores muy buenos. Granger Hall era excelente, Corny Thompson también, y Art Housey… En todos los equipos había jugadores emblemáticos, icónicos, y con muchísima fuerza. El juego era físico de verdad.

En otra ocasión me comentaste que algunos rivales, como Joe Arlauckas, intentaban hacerte reír para no que no te mosquearas con ellos durante los partidos.

Joe Arlauckas es un listo. Joe y Fernando Romay, ambos lo son. Sabían que, detrás de esa fachada que tengo, la gente se cree que soy uno de esos Terminator, así que cuando me veían siempre intentaban hacerme algún chiste o me saludaban con una gran sonrisa. Ellos, muy astutos, siempre venían con la intención de hacerme sonreír, para que no fuera tan duro con ellos en la pista.

Recuerdo que Ramón Rivas también lo hacía. Uno de mis compañeros, Miguel Juane, jugó después en el Baskonia con Ramón, y cuando llegábamos a Vitoria, Ramón solía decir: «¿Dónde está ese Lavodrama? ¿Dónde está Aniceto? Le voy a dar…». Pero los que ya me conocían le advertían: «Cuidado, cuéntale un chiste y salúdale bien, porque si no, te pasa por encima». Eso es lo que me han dicho, pero es mejor que les preguntes a ellos. Yo prefiero no hablar mucho de mí mismo.

Creo Roger Esteller te quiso intimidar durante un partido. 

Roger Esteller es una de las personas que más quiero, y uno de los deportistas que más admiro. Recuerdo un partido en Manresa, donde Roger, que también era de los duros, de los G.I. Joe, jugaba de 2 y de 3. Sus entrenadores le avisaron: «Llega Anicet, es bastante duro, hay que intentar intimidarle, aunque en el fondo es buena gente».

Así que Roger, fiel a su estilo, intentó intimidarme… y bueno, eso es lo que pasó. Pero para saber más detalles, mejor pregúntale a él

Se lo preguntaré. Digamos que no le salió muy bien la jugada, ¿no?

(Risas). Lo intentó, porque Roger es bastante duro también, fuerte y contundente. Pero, la verdad, me hacía más gracia que quisiera intimidarme. Siempre me resultaba divertido cuando alguien intentaba hacerlo… y bueno, ahí lo dejo.

Recuerdo también una anécdota que me contaste de una madre y su hija cuando te vieron por la calle.

(Risas). Sí, es que es muy gracioso. Cuando llegué a España, cada vez que estaba con amigos y aparecía aquel anuncio de Stevie Wonder, el de ‘Si bebes, no conduzcas’, todos se giraban para mirarme. Y yo pensaba: ‘¿Por qué me miran?’ (Risas). Luego descubrí que muchos españoles, cuando veían a un negro en la tele, querían ver cómo reaccionabas, pero para mí era solo una persona en la tele, sin más.

Al principio, cuando no entendía bien el español, paseando por la calle escuchaba la palabra «negro» repetida muchas veces, y notaba que me miraban de reojo, como esperando ver si me iba a ofender. Con el tiempo entendí que en inglés la palabra «negro» tiene una connotación ofensiva, mientras que «black» solo describe el color. En español, al haber una sola palabra, «negro», muchas personas sentían la necesidad de aclarar: «No te queremos ofender». Y hasta hoy, en 2024, aún hay gente que, cuando habla conmigo, dice: «Bueno, Anicet, con perdón… el libro negro, el color negro». Y yo les digo: «Yo no os pido perdón por usar la palabra ‘blanco’, porque tampoco es siempre un cumplido en todos los casos».

Para mí, es importante destacar que no tienen que pedir perdón por usar la palabra «negro». Esa palabra no me pertenece. Alguien dictaminó que la gente con piel oscura se llamara «negro», y a los blancos se les llama «blancos». Así es.

Recuerdo una anécdota en Valladolid o Ferrol. Iba andando por la calle y una madre paseaba con su hija. De repente, la niña dijo: «Mira, mamá, un negro». La madre tiró del brazo de la niña y le dijo: «No, no, no es un negro, es un jugador de baloncesto». (Risas). Me acerqué, choqué los cinco con la niña, que estaba feliz, mientras la madre, toda roja, me pedía perdón. Y yo le dije: «¿Perdón por qué? Ella tiene razón. Usted es blanca, yo soy negro, punto. No pasa nada».

Qué cantidad de anécdotas

Yo encantado de compartir estas anécdotas, me hace muy feliz hacerlo. Una de las más interesantes para mí fue cuando trabajaba para el Fórum Valladolid como asistente del director general. Recuerdo que fuimos a jugar a Manresa y, en el descanso, entré en la zona de cortesía del Nou Congost. Allí estaba Jordi Pujol, y nos pusimos a conversar en una esquina. Fue una conversación muy amena. Él conocía mis orígenes en la República Centroafricana, y hablamos sobre eso. Después, mucha gente me comentó: «Anicet, esto es muy raro, es la primera vez que se pone a hablar así con uno de los jugadores o exjugadores de baloncesto». Me sentí privilegiado, ¿entiendes? Muchas de las cosas que me ha ofrecido el baloncesto son precisamente estas anécdotas.

Por ejemplo, cuando trabajé en la FIBA, viajé a muchos países. En una reunión del Comité Olímpico Internacional en Lausana conocí a Alberto Juantorena, uno de mis ídolos de la infancia como atleta. Más tarde, cuando visité la Federación de Cuba, fui a jugar al pabellón de La Habana, que tiene un mural enorme del Che Guevara. Jugué allí con gente del Ministerio de Deportes, incluyendo a Juantorena. Para mí, eso fue el no va más.

Otra experiencia impagable fue cuando fui a Cabo Verde para visitar su Federación de Baloncesto. El presidente del país me recibió en su despacho sin ningún protocolo, simplemente para tener una buena conversación. En un país como Cabo Verde, el presidente puede caminar por las calles o ir a la playa sin escolta. Esas son experiencias que no tienen precio.

Estoy muy agradecido a mis padres, por la educación y los valores que me inculcaron, y también a la suerte que he tenido de conocer a gente extraordinaria. En esta conversación, es importante recordar a personas como Ricardo Hevia, que fue mi entrenador y amigo, a Rogelio Bermúdez, nuestro preparador físico, y a otros como Javier Imbroda, Alfonso Queipo de Llano, y José María Martín Urbano, que ya no están, pero que siguen muy presentes en todo lo que hago.

También he perdido amigos cercanos, como Mike Schlegel, Sergio Luyk, Lalo García y Quino Salvo. Eso te hace sentir una gran responsabilidad. Por eso, para mí, la política, hacer las cosas bien y la educación de los jóvenes son cuestiones clave.

Un comentario

  1. Debería ser el logo de la ACB. El más grande.

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