Entrevistas de fútbol

Jorge Otero: «A nosotros si perdíamos en Balaídos las pitadas eran monumentales, ahora aplauden»

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Jorge Otero
Jorge Otero

Tenía apenas dieciocho años cuando debutó en Primera División con el Celta de Vigo a las órdenes de Maguregui y colgó las botas con treinta y cinco después de dos temporadas en el Elche. Entre medias, Jorge Otero (Nigrán, 1969) tuvo la oportunidad de jugar en algunos de los equipos más importantes de nuestro fútbol, convertirse en internacional y estar presente en un Mundial y una Eurocopa.

Jugó en Valencia, Real Betis y Atlético de Madrid, estuvo a las órdenes de técnicos de la talla de Luis Aragonés y Javier Clemente, tuvo como presidentes a Jesús Gil, Ruiz de Lopera o Paco Roig y ahora repasa con nosotros una carrera que tuvo de todo y de la que guarda un notable recuerdo.

Tu niñez.

Soy hijo de madre soltera, trabajaba como interna en una casa realizando las tareas del hogar de lunes a viernes y venía a casa únicamente los fines de semana, por lo que me crie con mis abuelos durante muchos años, a excepción de un tiempo en el que estuve interno en Vigo, a unos veinte kilómetros de Nigrán.

En mi familia no había ningún futbolero y curiosamente no tengo muchos recuerdos de jugar al fútbol en el colegio, sino de los partidos en el pueblo contra gente más mayor. Eran chavales de unos veinticinco años, yo era un renacuajo, pero siempre me metía ahí, jugaba y como no paraba quieto todos me querían en su equipo. Era la época de poner dos piedras en la carretera para hacer la portería, tener que parar el partido cuando pasaba un coche o aprovechar la entrada a la finca de alguno como si fuera la portería.

Era un guerrero desde pequeño. Creo que jugar con gente mayor desde niño te forja un poco el carácter pues, pese a la diferencia de edad, ellos querían ganar y eran unos cabrones. Por suerte, yo no me arrugaba y eso me ayudó a desarrollar la personalidad y el carácter que me llevó después a convertirme en futbolista profesional.

Ahora se escucha mucho eso de «cuidado, que hacen daño al niño», pero cuando yo era chaval no era así, a mí me daban patadas y codazos y tenía que buscarme la vida. De todos los vecinos era de los más pequeños, pero era de los que jugaban bien y todos estaban con el «neno, neno». Mi familia era humilde, pero tengo muy buenos recuerdos de aquella época. Mi madre trabajó mucho y a mí nunca me faltó de nada. No eché de menos absolutamente nada. Fui un niño muy feliz que siempre tenía sus regalos de cumpleaños y en Reyes. En ese sentido, la infancia fue muy buena.

¿Cómo llegas a la cantera del Celta?

Mi padrino fue un poco el artífice de todo eso. Salieron anunciadas en prensa unas pruebas para entrar en la cantera del Celta y él fue el que me animó a hacerlas. «Venga, nos vamos a ir a Alcabre, que han salido unas pruebas». Recuerdo que jugábamos en unos campos de tierra que, por supuesto, no tenían nada que ver con lo que hay ahora, y después de un tiempo, Pepe Villar, mítico jugador y entrenador del Celta llamó a mi casa y habló con mi madre para comentarla que querían contar conmigo.

A partir de ahí, con diez o doce años empecé en la cantera. Salía del colegio por la tarde, iba a casa de mis abuelos para dejar la mochila, mi abuelo me daba la bolsa con las cosas del entrenamiento, cogía un par de autobuses para ir a la Madroa, caminata hasta el campo, entrenamiento… y vuelta.

Regresaba a casa a las diez y media u once de la noche, los días de lluvia estaba por allí mi abuelo esperándome, aunque hubo una época en la que mi abuela enfermó, mi madre vino a casa y era ella la que iba a buscarme. La gente pensará ¡vaya esfuerzo!, pero para mí no lo era, pues estaba haciendo lo que quería hacer cualquier chaval: entrenar y jugar al fútbol.

Jorge Otero
Otero ante Butragueño

Luego, te puedo contar que ya con el primer equipo, no sé si habrá un campo de la provincia de Pontevedra en el que no hayamos entrenado. Cogíamos el autobús en Balaídos y nos íbamos a Baiona, Puenteareas, La Guardia… nosotros no teníamos campos de entrenamiento y, evidentemente, en Balaídos no se podía entrenar porque con la lluvia se estropeaba.

Me hablabas de tu padrino.

Era el hermano de mi madre, un hombre muy serio. Era el encargado de llevarme a los partidos cuando jugaba y no se me olvidará que cuando acababa y volvíamos juntos nunca me decía si había estado bien, había estado mal, o tenía que haber hecho algo distinto. Me montaba en el coche y si habíamos ganado, bien. Si habíamos perdido, también bien. Eso es importante para un chaval, porque lo libera de tensión.

¿Tú primer flash de un partido de fútbol?

Quizás el Mundial de 1982, aunque tengo muy pocos recuerdos, no fui a ningún partido y está todo muy vago. Pero es que no paraba quieto. Acababa de comer y a la media hora estaba en la calle dando patadas al balón. Mi madre, como era tan habitual en aquellos años, siempre se preocupaba y estaba con el típico: «se te va a cortar la digestión».

Casi toda mi vida era en la calle y no me quedaba en casa viendo la televisión. Sí que me gustaban mucho las películas de vaqueros o aquello de Orzowei o Mazinger Z, que eran los únicos momentos en que prestaba un poco de atención, pero habitualmente estaba dando patadas al balón o haciendo el loco con la bicicleta. Era otra época, pero viendo la actual, no lo envidio para nada. En esos años no necesitábamos mucho para ser los niños más felices del mundo.

Dejaste de estudiar joven.

Estudié solamente hasta BUP, que es algo de lo que estoy muy arrepentido, pues debería haber seguido. Siempre lo recuerdo y cuando tengo la oportunidad de hablar con los chavales, porque me llaman para dar alguna charla, se lo recalco a ellos.

A mí me gusta mucho la arquitectura, el dibujo técnico se me daba muy bien y era una carrera que me gustaba. Al final, siempre insisto en ello: tienes tiempo para todo y, si al final no sacas la carrera en cinco años, la puedes sacar en siete. En mi caso, llegas al primer equipo, pretemporada, partidos… y te dejas ir un poco.

Mi madre, la pobre, hacía lo que podía, pero igual no estaba una figura que te pudiera guiar en ese momento y decirte que, aunque estabas haciendo lo que te gustaba, también era importante seguir con los estudios y pensar en el futuro.

¿Siempre del Celta?

Es curioso, pero la primera camiseta que tuve fue del Atlético de Madrid. Me la trajeron unos amigos de mi madre que fueron a Madrid y la compraron allí. Mira luego lo que pasó con el paso de los años. En esa época yo me fijaba mucho en los jugadores del Atleti como Dirceu, Leal, Ayala… tengo ciertos recuerdos de todos esos futbolistas.

Sí que es cierto que, una vez llegas al Celta, la idea siempre es que se trata del equipo de tu casa y no piensas ir más allá, o por lo menos en mi caso. Lo que quería era estar en el Celta, llegar al primer equipo, jugar y, poco a poco, vas dando pasos en el que es el equipo de tu vida y que me dio la oportunidad de estar tantos años como deportista profesional, ser capitán, internacional e, incluso, jugar un Mundial.

Llega el salto al primer equipo.

El amiguete de una prima mía tenía un bar, era verano y me ofreció la posibilidad de trabajar allí por si quería sacar unas pelillas. Era una especie de ayudante en la cocina, yo no tenía ni idea porque malamente sé freír un huevo, pero fui y allí me puse a hacer ensaladas y limpiar calamares. Y fue precisamente así como me entero que voy a hacer la pretemporada con el Celta, limpiando cajas y cajas de calamares congelados.

Cuando me enteré, se lo tuve que contar: «Oye Vicente, que me ha llamado el Celta y tengo que hacer la pretemporada». «Pues ya estás tardando», me espetó él. Eso fue con diecisiete o dieciocho años.

Cuando irrumpes en el primer equipo no era muy habitual ver canteranos asentados en el Celta.

Fue una época en la que era muy difícil para los canteranos del Celta. No recuerdo que ninguno de los jugadores que estuvieron conmigo en las inferiores lograra llegar. Curiosamente, cuando estaba en categorías ya cercanas como juveniles, veía a algunos compañeros y pensaba: «Estos juegan muy bien». Había varios que eran muy buenos técnicamente y yo no era un virtuoso, pero creo que luego ninguno alcanzó el fútbol profesional.

Jorge Otero
Otero ante Bebeto.

De hecho, cuando a mí me llaman para hacer la pretemporada con el primer equipo, todo el mundo era muy pesimista y en vez de darme ánimos me decían: «¡Buah! Pero si no te vas a quedar, todos los años suben jugadores pero luego no se queda ninguno…» A mí, eso no me afectó y sólo estaba focalizado en hacerlo bien. «Yo me lo voy a trabajar y ya veremos si esto es así».

Y, evidentemente, todo el mundo falló, porque llegué al primer equipo. ¡Menos mal que no les hice caso! Pese a ser joven, físicamente era un jugador muy fuerte, potente y rápido, y con esas condiciones poco a poco me fui haciendo hueco, ganándome un sitio.

Y ya desde el primer momento, con dieciocho años, fui titular indiscutible con jugadores mucho más veteranos y fichajes por delante. Cuando ahora echo la vista atrás sí que pienso que me lo curré mucho y nadie me ayudó en nada. «Tienes padrino». Sí, mi padrino trabajaba en Citroën, así que fíjate. Estoy muy orgulloso de mis orígenes en Nigrán y dónde llegué.

El debut, contra el Español de Javier Clemente.

Cuando empecé aquella pretemporada no pensaba que eso pudiera llegar a darse, pues incluso se habían fichado jugadores que jugaban en el lateral derecho. Lo veía como algo lejano. Sin embargo, según pasaban los días iba tomando consciencia y sí que pensaba: «Igual esto va a ser verdad». Durante la semana previa vas viendo cosas y todos los jugadores en esos días saben quién va a jugar. Incluso los compañeros me decían en aquellos días: «Neno, espabila, que el domingo vas de titular».

Sí que noté cierta intranquilidad y la noche de antes me costó un poco coger el sueño porque estaba pensando qué iba a hacer y a quién me iba a enfrentar. Claro, tendría en frente a Losada, a Pichi Alonso o Lauridsen, jugadores de mucho nivel. Yo por aquel entonces era un pipiolo, pero tampoco me amedrentaba y una vez que sales al terreno de juego ya sabes que depende de ti.

Hice un muy buen partido, además ganamos 0-1 y yo ya pensaba: «De aquí no me mueve nadie». Y así fue, porque creo que esa temporada jugué más de treinta partidos.

El gol lo marcó Baltazar.

Era un poco cabronazo e iba a lo suyo (risas). Sin embargo, yo siempre digo: cuando tienes esos jugadores que siempre van a lo suyo, pero después en el terreno de juego lo solucionan para el bien del equipo, como en este caso sucedía con Baltazar y los goles que metía, no se les puede objetar nada.

Recuerdo que un día, nada más subir al autobús para el primer o segundo partido de Liga, vi que todos los compañeros ya estaban en los asientos con los ojos cerrados. Me preguntaba qué pasaba hasta que de repente vi a Baltazar con una Biblia y empezó a soltarme el rollo.

Cuando acabó, los compañeros se empezaron a reír: «¿Qué, otro más para el grupo?». Se hacían los dormidos para que no fuera allí a contarles. Él era atleta de Cristo y creo que todavía tengo por ahí firmada la Biblia de Baltazar.

Tan joven y ya en la primera plantilla, ¿en quién te apoyaste esos primeros meses, que imagino que serían complicados?

Todos me ayudaron, la verdad. Sería injusto que mencionara a unos por delante de otros, pero siempre tienes algunos como Vicente o Julio Prieto, que también llega ese mismo año; esos jugadores más veteranos como Javier Maté, Atilano

Aterrizas un poco con las orejas gachas, muy tranquilo, humilde, sin levantar la voz y poco a poco te vas granjeando el favor de los más veteranos porque eres currante, no te escondes, siempre estás para sumar, das la cara, vas con ellos a por todas y si hay que pegarse cabezazos contra el poste, tú vas y lo haces.

Si cuando jugábamos entre nosotros yo tenía que dar una patada a alguno o alguien me tenía que hacer una entrada fuerte, pues se hacía y no me amilanaba. Los veteranos, que no son tontos, se daban cuenta y pensaban: «este nos va a ayudar y va a aportar», y hace que te apoyen. Era una época en la que nos necesitábamos todos, porque el Celta era un equipo que siempre estaba en las quinielas para pelear por no descender. Eso hace que el grupo esté más unido.

¿Con quién compartías habitación en aquellos viajes?

Eran habitaciones dobles, ¡y porque no había triples!, que había que ahorrar dinero. Siempre compartía cuarto con Patxi Villanueva, que era el portero suplente y un chaval de la hostia. Cuando llegué al primer equipo me pusieron con él, que era una persona muy callada, pero con el que tengo una gran amistad.

Creo que es al portero al que más he visto trabajar. Jugó muy poco, pero siempre estaba dispuesto a quedarse después de los entrenamientos y a hacer lo que fuese, con una sonrisa tremenda. No jugaba, no jugaba y no jugaba, pero entrenaba como un animal. Fue el portero del ascenso, pero mientras yo estuve allí, poco más jugó. Era un futbolista muy nervioso, que no paraba quieto, y tal vez eso le pudo en su carrera profesional. Era puro nervio.

¿Cómo era el Vigo de esa época?

Nosotros acabábamos de entrenar en la Madroa y a unos veinte metros había un bar. Ese era el lugar de concentración después de los entrenamientos y allí nos tomábamos una cervecilla con un pincho de tortilla, cacahuetes, aceitunas… recuerdo llegar muchas veces a casa a las tres y pico de la tarde y ni comer. Y eso era un día tras otro.

Bar Casqueiro, un lugar mítico, celtista a tope, por supuesto. Mi madre, desesperada: «¿Cómo no vas a comer?». Pero es que estábamos allí prácticamente todos los compañeros y haciendo el tercer tiempo como en el rugby. Luego, si ya ibas de marcha estaba la zona del Arenal, que en esa época había mucho ambiente.

El año 1988 viene marcado por dos desgracias: el accidente de Alvelo y la muerte de Quinocho.

En el fútbol puedes ganar o perder, y evidentemente te puede dejar algunos malos recuerdos como pudo ser la derrota en la final de la Copa del Rey ante el Zaragoza. Sin embargo, esto no es nada en comparación con lo que significaron el accidente de Alvelo y la muerte de Quinocho. Fue algo tremendo, que no te esperas y sí que se trató de golpes muy duros de los que nos costó mucho salir para volver a la vida normal.

Recuerdo que estaba en las fiestas del pueblo cuando recibí la llamada para decirme que había habido un accidente de un jugador del Celta. No es hoy en día, que con las redes sociales y las comunicaciones te enteras de todo mucho antes: estaba esa incertidumbre de saber quién es, llamas a uno y a otro, no hay móviles y no puedes localizar a la gente.

Fue un momento muy duro, pues hablar de Alvelo es hacerlo de un gran compañero, un tipo extraordinario, un chaval de la casa criado aquí… Son esos golpes que te hacen madurar rápidamente. La vida viene con esos palos tan duros que llegan de repente y además no te da tiempo ni a quejarte, porque la competición te lleva a que tengas que volver a jugar unos días después e intentar sobreponerte lo mejor que puedas.

Jorge Otero (Foto: atlantico.net)

De hecho, cuando sucedió lo de Quinocho, nos íbamos a ir a San Sebastián a jugar contra la Real Sociedad y se suspendió ese partido, pero ya la semana siguiente había que volver a pensar en otro partido y centrarse en los entrenamientos. Recuerdo que Quinocho fue quien me llamó para decirme que iba a hacer mi primera pretemporada con el Celta, era una persona que apostó por mí, me dio muy buenos consejos y siempre me ayudó a tener los pies en el suelo.

Maguregui.

Suelo salir a montar en bici con Javier Maté, que es muy amigo, y hablamos mucho de él. El año anterior, el Celta había subido en Sestao con Colin Addison de entrenador, pero había surgido un problema a la vuelta de las vacaciones, se quedó en Inglaterra y el equipo fichó a Maguregui.

Evidentemente, él no me conocía, llevábamos pocos días de entrenamiento, íbamos a jugar un partido en Orense y Maguregui se quedó sorprendido. Tanto, que le preguntó a Maté: «¿Y quién es ese? Si ese chaval va en moto». Yo venía de juveniles, ni había tenido ficha del filial porque había jugado cuatro o cinco partidos, e incluso en el primero me marqué un gol en propia puerta, pero apostó por mí pese a lo que había en la plantilla y lo que vino.

Al final, los jugadores salen si tienen condiciones, pero también tiene que haber un entrenador que te ponga y apueste por ti. Y él tuvo los huevos de apostar por mí, me dio la oportunidad y yo no la solté. Podría fallar pases o no estar acertado con el balón, pero trabajo y disciplina no faltaban. Yo ponía la barrera ahí y decía: «Por aquí no puede pasar nadie». Peaje y todos para atrás.

Balaídos era una olla a presión.

Nosotros perdíamos un partido en casa y salíamos con una pitada monumental, pues hoy sales con aplausos. Los que tenemos más años lo comentamos muchas veces: «Es una maravilla jugar en casa: pierdas o ganes, te reciben como un héroe». Ha cambiado mucho. Antes estaban las cuatro personas mayores que te esperaban a la salida del partido y te ponían a parir y ahora hay muchísima gente joven en el fútbol que a lo que va es al espectáculo y a animar al equipo.

Si se gana, genial, pero si se pierde, la semana siguiente hay otra oportunidad. La afición no tiene esa exigencia que había antes, y lo digo para bien, aunque hay veces que el futbolista necesita ese toque de atención para darse cuenta que no vale todo y hay que apretar un poco más. Antes entrabas al campo y ya te estaban metiendo presión: «¡Hoy hay que ganar!», algo que ahora no es así, en que se apoya mucho más.

Tu tercera temporada acaba con un descenso a Segunda División en 1990.

Al final, el Celta era un poco ese equipo ascensor que un año asciende y otro puede descender. Después de dos años buenos crees que haciendo lo mismo la temporada siguiente también te llega o va a ser suficiente para mantener la categoría, bajas el pistón, a lo mejor te vienes un poco arriba… son esas circunstancias, y que por suerte el fútbol no es una ciencia exacta.

Piensas: «Pero si este equipo, con los mismos jugadores los dos años anteriores ha sido séptimo y octavo, ¿cómo ha podido acabar así?», pero es que no empiezas bien, hay muchos cambios de entrenador, las que antes daban al palo y entraban ahora salen… esa bola va creciendo y al final te ves inmerso en esa situación. Fue un año con muchos problemas.

Después de ese descenso, ¿no pensaste en marcharte?

No. Fíjate como eran las cosas en aquellos años que cuando firmé mi primer contrato con el Celta, llegué allí, sin representante ni nada, vino Quinocho y «Jorge, este es el contrato, firma aquí». Si eso llega a ser una sentencia de muerte, mi sentencia de muerte que hubiera firmado.

No era como ahora, que los jugadores tienen abogados y representantes, yo ni sabía lo que iba a ganar y lo único que sabía es que quería jugar al fútbol en el Celta. Y cuando se dio aquel descenso, nadie me dijo que me marchase o si me tenía que ir, así que a seguir.

El primer año en Segunda es complicado, pero en el segundo se logra el acenso con Txetxu Rojo.

Txetxu por aquel entonces era un entrenador joven y uno de los que más aprendí a nivel táctico y personal. Me ayudó mucho, era un grandísimo entrenador y, sobre todo, un tipo excepcional. Le tuve muchísimo cariño porque me sentí muy respaldado, ya que era un entrenador que daba confianza, te hablaba mucho, te ayudaba… todo eso que los jugadores valoran.

Además, aquella segunda temporada teníamos un auténtico equipazo con Gudelj, Salillas, Dadíe, Vicente… Luego, en Primera, hubo un crecimiento. Cañizares hizo un año extraordinario en el que acaba como Zamora, yo estoy a buen nivel, Engonga exactamente igual, Gudelj es vital con sus goles tanto en Segunda como en Primera…

Cañizares.

Tenía una personalidad arrolladora. Era un tipo con una tranquilidad increíble y capaz de hacer paradas inverosímiles. Además, hacía unas salidas impecables. Muchas veces, cuando los rivales hacían un centro al área y le veíamos salir, los defensas ya íbamos al centro del campo porque sabíamos que ese balón era de Cañete sí o sí.

Estábamos muy confiados con él en cualquier situación, porque también era un portero muy ágil bajo los palos. Para mí, el mejor guardameta con el que he jugado. Una bestia.

En 1994 perdéis la final de Copa del Rey por penaltis ante el Zaragoza.

La tengo muy fresca, pues siempre que empieza la competición para el Celta hablamos de ese partido y que si la Copa nos debe algo y si este año sí. Imagina lo que significó llegar a la final para aquel Celta, que tenía un buen equipo y aunque no tenía ninguna estrella sí que era combativo, todos sumábamos y por encima de las individualidades estaba el grupo.

Nadie apostaba por nosotros y la afición estaba loca, ilusionadísima. Llegamos a Madrid y vimos a toda esa gente, que había hecho un esfuerzo brutal para ir al partido en autobús, en tren o en coche, con el Calderón a tope. Es algo indescriptible, sobre todo para nosotros que no estábamos acostumbrados a ese tipo de choques.

He visto ese partido infinidad de veces y, con el paso de los años, creo que tuvimos mala suerte. Aunque sí que es cierto que el Zaragoza estuvo un poco más ahí en la primera parte, pienso que merecimos más. Luego, cuando llegamos a los penaltis, creo que todos en nuestro interior pensábamos que íbamos a ganar, porque teníamos a Cañizares de portero, él en alguna eliminatoria ya había sido decisivo así y estábamos convencidos de que esa Copa se venía para Vigo.

Eso provocó, incluso, que la desilusión fuera mayor, con la mala suerte de que Cañizares se tiró al revés en todos los penaltis. Pero si algo tengo en la memoria, es la vuelta a Peinador, donde nos estaban esperando una barbaridad de celtistas y parecía que veníamos de ganar la Copa del Rey. Es algo que me sigue poniendo la piel de gallina al recordarlo. No sé si el Celta volverá a estar tan cerca de ganar una Copa del Rey como aquel año.

Esa noche de antes…

La cabeza estaba donde estaba. Salías a dar un paseo para intentar olvidarte o ibas a cenar, pero el partido estaba ahí. Sí que se notaba tensión y cierto nerviosismo. Evidentemente, no era un partido más, sino una final, y para todos nosotros era algo especial, pues no estábamos acostumbrados a jugar ese tipo de partidos.

Tratas de llevarlo de la mejor manera posible, pero además de estar muy felices por poder jugar una final, ver a toda esa gente que se desplazó de Vigo también te daba una responsabilidad de no fallar por ellos. Sin embargo, una vez que llegas al campo y ves ese ambiente que hay, parece que se quita toda esa tensión, aparecen las ganas de jugar y el convencimiento de vencer.

Alejo falló el penalti definitivo.

Los tiraba bien y su elección no fue algo improvisado. ¡Vaya baño de lágrimas! Al pobre Alejo están recordándole siempre ese penalti, las obras del metro que pasaban debajo del Calderón y todas esas coñas con el paso de los años, e incluso nosotros. Pero bueno, alguien tenía que tirar y alguien tenía que fallar.

Con la mala suerte de que le tocó a él y luego le estuvieron llamando durante varias temporadas por el famoso penalti. Sin embargo, como decíamos nosotros, nadie llama a Cañizares, que no paró ni uno el cabrón (risas).

Disteis el pie para el equipo que en 2001 pierde ante el Zaragoza en otra final.  

El club ahí ya da un salto de calidad tremendo, con fichajes muy importantes, económicamente también se mejora y se hace un equipo que lucha con los grandes, pues a pesar de no lograr ningún título es una época que ha quedado marcada en la mente de los aficionados.

Era un equipo que jugaba realmente bien al fútbol, dominaba, las goleadas a la Juventus, al Benfica… siempre digo que ese equipo de Mostovoi, Karpin, Penev, Cáceres, Míchel, etcétera es uno de los mejores, si no el mejor, de la historia del Celta. Por plantilla y cómo jugaba, ese equipo merecía títulos más allá de la Intertoto.

Aquella temporada 1993/1994 se cierra con el Mundial de Estados Unidos.

Ir a la selección… ¡un chaval de Nigrán! Ya cuando empecé a ir convocado me dio una ilusión tremenda, pero ir al Mundial fue el no va más. En esa época, que un jugador del Celta, del Tenerife, como fue el caso de Felipe, o del Sporting, fueran al Mundial no era fácil, sobre todo porque años antes iban a la selección los jugadores de los grandes: Real Madrid, FC Barcelona, Sevilla, Valencia, Atlético de Madrid y pocos más.

Otero en el Betis (Foto: Cordon Press)

Fue una satisfacción enorme y valorabas: «Algo habré hecho bien». Un auténtico subidón, pues no era fácil que un jugador surgido de la cantera como yo estuviera entre los elegidos. Y sobre todo para un Mundial en el que había dudas acerca de cómo iba a ser, cómo estarían los estadios… y resultó ser todo un bombazo con unos campos a tope en todas las sedes y una afición entregada.

Además, con Javier Clemente, más que una selección, éramos un equipo. El ambiente que teníamos era el de cualquier equipo en el que los jugadores se conocen, van a entrenar todos los días y comparten la idea de jugar y ganar el domingo. Pues eso era la selección, un ambiente fantástico donde Clemente fue el principal culpable. Él aglutinaba todas las críticas, llevaba todo el peso de las cosas malas que se decían y eso nos liberaba a los jugadores, algo que el equipo notaba.

¿Cómo fue aquella concentración?

Al final, la concentración tampoco varía mucho con respecto a lo que estábamos acostumbrados: estábamos en el hotel, campo de entrenamiento, ruedas de prensa, regreso al hotel… en ese aspecto era muy similar. Lo que sí cambiaban eran los desplazamientos, que de repente podía aparecer un helicóptero sobrevolando la instalación mientras estabas en la zona de entrenamiento.

Recuerdo aquellos vestuarios de fútbol americano gigantes, los bicharracos de seguridad de dos por dos en algunos lugares como la entrada a la planta donde nos alojábamos o que cada vez que nos desplazábamos desde el hotel a la zona de entrenamiento o al estadio venían nosecuántos coches de policía escoltando. Lo significativo era toda la parafernalia que se organizaba alrededor más que lo que era la concentración en sí.

¿Hubo oportunidad de conocer Estados Unidos?

Cuando acabábamos los partidos, Javier Clemente nos daba libre el día siguiente y como estaban allí las familias de todos siempre tenías la posibilidad de ir al hotel o salir fuera. Claro, pero siendo un país como Estados Unidos, donde tampoco estabas muy acostumbrado, la mayoría volvíamos al hotel. Había otros como Zubi o Bakero que sí pasaban la noche fuera, pero excepto ellos…

Recuerdo poner la televisión para el partido de Corea, escuchar el himno… y de repente veo a todos con perilla.

El liante de todo eso fue Camarasa. Lo que pasa es que yo, que apenas tenía barba y pelo, ¿qué me iba a hacer? Él era un bromista de los buenos, que después ya cuando fui a Valencia hice muy buena amistad con él y toda la idea de las perillas nació de él. Como te decía, había un ambiente buenísimo que recordamos muchas veces gracias a Clemente, que era un tipo muy legal, honesto, que lo tenía muy claro y  ponía al jugador por encima de todo.

Cuando tienes a un entrenador que te defiende a capa y espada públicamente, aunque luego en privado te ponga las pilas, es lo que un jugador quiere. Puedes estar más o menos de acuerdo con su forma de jugar, pero lo que sí tienes claro es que vas a muerte con él.

No lo parecía, pero, ¿crees que aglutinar todas las críticas pudo afectarle personalmente?

Yo sinceramente creo que algo sí le afectaría, pues no es agradable. Pero sí que es cierto que no tanto como pueda pensarse. Hubo un periodo de crispación tremendo con la prensa, él era el que acaparaba todo para que los jugadores estuviésemos más tranquilos y nada nos descentrase de nuestro objetivo, pero él no se encontraba a disgusto en esa situación. Nosotros, incluso, íbamos a algunas ruedas de prensa porque sabíamos que algo que iba a soltar, o decía: «Hoy la voy a liar». Ese era Javi.

Y llega el debut: 2-2. Una decepción.

Sí. En esa época España siempre era favorita, pero nunca pasábamos de cuartos. Vas como favorito, empatas contra Corea y sí que es un poco chasco. Ya decíamos de cachondeo allí: estos, como son todos iguales, igual cambiaron a diez en el descanso. ¡Cómo corrían! Al final, el primer partido siempre es complicado, y más con un rival ante el que a priori eras favorito e iba a ser un camino de rosas, pero no es así.

La selección de Vicente del Bosque que gana el Mundial perdió contra Suiza y fíjate cómo acabó el cuento. Es cierto que en condiciones normales España debería haber ganado a Corea, pero no se logró aunque pusimos todo lo que teníamos, por lo que no había nada que reprocharse.

En ese sentido, Clemente también era muy claro y muy honesto: el partido ha acabado, hemos cometido errores, se analiza, ya no hay marcha atrás y hay que centrarse en mejorar eso en los siguientes partidos. Había que sacar conclusiones de lo que se hizo bien o mal, pero no flagelarse, pues ese partido no iba a volver y había que focalizarse en ganar el siguiente.

Después, nuevo empate ante Alemania con un gol de Goico que me recuerda a uno que tú marcaste años después. ¿Tiro o centro?

No, eso es uno centro. Un centro igual que el mío contra el FC Barcelona cuando jugaba en el Atlético de Madrid. Yo siempre bromeo al respecto del mío: «Si yo vi a Valdés adelantado…» (risas). Al único que he visto tirar desde ahí ha sido a Roberto Carlos contra el Tenerife.

Caminero.

Hizo un Mundial excepcional. Era un grandísimo jugador que además se encontró en el hábitat perfecto, Javi le dio muchísima confianza y era una pieza determinante en esa posición, pues jugaba muy bien por el medio, tenía mucha llegada y poseía una visión increíble.

Eres titular en cuartos ante Italia.

Otra vez en cuartos, contra la bestia negra y caemos de una manera muy cruel por cómo fue, la forma en que se desarrolló el partido y la jugada con Luis Enrique. Pienso que fuimos superiores, sin embargo aparece otra vez el «pero». Nuevamente la maldición de esta ronda y nos tocó volver a casa con mal sabor de boca y sabiendo que merecimos más.

¿Recuerdas el nombre del árbitro?

Sandor Puhl, que además falleció no hace mucho.

¿Cómo viste a Julio Salinas al llegar al vestuario?

En ese momento, imagínate, después de tener una jugada tan clara. Acabó muy tocado, se lo tomó mal y se quedó jodido. Al final, ¿es un grupo? ¿un colectivo? Sí, pero si Salinas hubiese metido ese gol… claro, él se hace responsable, igual que si Zubi va a coger un balón y falla. Pero esto es fútbol.

Jorge Otero
Otero con el Betis (Foto: Cordon Press)

Posiblemente hubiera estado ahí la clasificación, pero si hubiésemos ganado a Corea, tal vez nos hubiésemos enfrentado a otro rival. El fútbol, al final, es un deporte colectivo con errores individuales. Cruyff decía que el fútbol es un juego de errores y quien comete el menor error, gana. Pues si lo decía Cruyff que era un jugador y un entrenador bestial…

Lo de Luis Enrique fue distinto.

Tenía una impotencia tremenda al llegar al vestuario. Estaba fuera de sí, porque fue una agresión clarísima, no había disputa de balón.

¿Tú lo viste?

Yo estaba por el centro del campo rival y no lo vi, como tampoco lo vio el árbitro y el línea que estaba en ese lado. Sin embargo, el golpe sí se escucha. «¿Qué fue eso?» Y ves a Luis Enrique con la nariz así. Son esas cosas que son difíciles de explicar pero a veces suceden. No quiero ser malpensado ni muchísimo menos, pero sí que fue una jugada determinante y que pudo cambiar el devenir del partido.

¿Llegasteis a pensar que ese Mundial se podía ganar?

Había una muy buena selección, que era muy competitiva y de esos años era la que estuvo más cerca de pasar a semifinales. Pero tampoco hablábamos de ese tema en la concentración. Nosotros íbamos pensando tan solo en el partido siguiente, también mucho por Javi, y no mirábamos más allá. Es un poco como nos sucedió en el Celta: cuando comenzó la Copa del Rey, si nos dicen que íbamos a llegar a la final, habríamos respondido: «Tú estás borracho».

Además, aunque España era favorita, no teníamos esa obligación, pues no se es realmente favorito hasta que has ganado alguna vez. La clasificación es otra historia, pero para ser favorito hay que demostrarlo en las grandes competiciones y España no había estado ni tan siquiera cerca. Nosotros teníamos la ilusión de llegar lo más lejos posible, pero sin plantearnos el ganar.

El equipo llega más cuajado a la Euro del 96.

No sabría qué decirte. Yo no tenía esa sensación. Sí que en el partido ante Inglaterra fuimos superiores, incluso más que contra Italia en el Mundial, pero llegas a la tanda de penaltis y caes.  Al final, esos lanzamientos los vives acojonado. Sufres, lo pasas mal, es una lotería.

Por mucho que ensayes en los entrenamientos, otra cosa es tirarlos delante de 50.000 personas y jugarte un pase a semifinales. Esa tensión no está cuando practicas. Evidentemente, cuanto más ensayes, mejor vas a lanzar y va a ser más fácil, pero luego está la tensión, cómo has estado en el partido…

Tras el Mundial de 1994 llegas al Valencia. ¿Por qué abandonas el equipo de toda tu vida?

El salto es difícil, pues abandono el equipo en el que me había criado y donde tuve la oportunidad de ser profesional, pero el Valencia era uno de los grandes en ese momento, el Celta era un equipo que habitualmente estaba peleando por no descender, pagaban un buen dinero y creía que era un paso adelante en mi carrera y decidí darlo. Y pensaba que era bueno tanto para mí como para el propio Celta, que ingresaba una buena cantidad y quedaba satisfecho con ese dinero.

También hubo algo con el Deportivo de la Coruña.

Sí. Ahí hubo un mal rollo entre un representante con el Dépor y conmigo. Fue algo muy desagradable, con un documento firmado y fue una situación de la que, evidentemente, yo soy el culpable, pero en la que un representante me engaña y caí en la trampa. Son situaciones muy desagradables que suceden por fiarte de gente de la que no deberías hacerlo, y aunque te hacen aprender, lo haces tarde.

Coincides por primera vez con Luis Aragonés, que te entrenó en tres equipos.

En mi primera temporada, cuando llegué, estaba Parreira, pero las cosas no salieron muy bien y el club apostó por Luis Aragonés para la campaña siguiente. Para mí, él fue un entrenador fundamental en mi carrera, pues cuando llegó a Valencia me cambió un poco la posición poniéndome de central en una línea de tres y, la verdad, acertó plenamente: hice una temporada fantástica en esa posición con un equipo que estuvo compitiendo con el Atleti prácticamente toda la Liga.

Cuando acabó el año tuve alguna oportunidad de salir, pero él me quería ahí y yo estaba encantado de continuar, pues Valencia fue una ciudad que me acogió francamente bien y la tengo muchísimo cariño. Luis era un entrenador muy directo y claro con el futbolista, algo muy de agradecer.

Además, se trataba de una persona muy exigente que no te permitía nada cuando estabas entrenando o en el partido, que no fuera trabajo y hacer lo que tenías que hacer. Luego, en las distancias cortas, era un fenómeno. Todo ese aspecto de gruñón que podía tener en las ruedas de prensa, en el cara a cara era alguien extraordinario, con mucha guasa y tremendamente gracioso.

Aunque el enganchón con Romario fue de los más famosos, también tuvo otros importantes.

Engonga ya contó la de Mijatovic en el partido ante el Compostela en que ganamos 0-4 y le echa una bronca de cojones. A Romario también le dijo un día en el vestuario: «La única diferencia que tiene con estos (señalándonos a todos) es lo que cobra. Todo lo demás, como el resto». Los que estábamos ahí y no éramos top, vimos quien era Romario y la bronca que le echó y pensamos: «Ya puedo ponerme las pilas, porque esto no va de coña».

Jorge Otero
Jorge Otero con el Atlético de Madrid (Foto: Cordon Press)

Para Luis Aragonés nadie estaba por encima del equipo. Es algo que parece obvio, pero en mi época, por desgracia, no era así para todos los entrenadores. A Luis le tenía un cariño muy especial.

Hablando de Mijatovic, ¿cómo se vivió ahí dentro su salida al Real Madrid?

En el vestuario se vivió como una situación normal. Era un grandísimo jugador y, aunque el Valencia era uno de los grandes de España, sabíamos que podía llegar otro equipo importante para llevárselo, por lo que lo asumimos con naturalidad. Creo que lo dijo en alguna ocasión, pero se él equivoca porque en las peñas comenta que no va a irse de Valencia, sino a continuar un año más… y luego se va al Real Madrid.

Todo ese jaleo que se forma con la afición, que se siente engañada, es un poco el problema, entre comillas. Pero al final para nosotros era un compañero que se marchaba porque creía que iba a mejorar y estábamos contentos por él, ya que se lo merecía. Cuando a los amiguetes les pasan cosas buenas, siempre te alegras.

Es ley de fútbol. Desde el punto de vista egoísta, ojalá se hubiese quedado, porque futbolistas de ese nivel siempre los quieres tener en tu equipo. Hablamos de un grandísimo jugador y una persona excelente. Un gran tipo. Cuando llegué hice cierta amistad con él y era alguien siempre dispuesto a sumar y ayudar al equipo. Un delantero con una potencia tremenda, goleador… sensacional.

Engonga.

Llega conmigo a Valencia. Un jugador de la hostia, el «negro», como le llamábamos. Ahora si lo dices, te meten en la cárcel, pero antes era «negro» para allí, «negro» para allá. De esas, tenemos muy buenas en la ciudad deportiva. Estar recogiendo allí los balones y soltar: «Venga, negro, recoge los balones». Después salías y te preguntaban que por qué le llamábamos «negro» y le decíamos que recogiera los balones… imagínate hoy en día. A parte, él quería que le llamásemos «negro» y nos llamaba «blancos» a nosotros: «A ver, blancos de mierda…» (risas). Un tío espectacular.

¡Vaya golazo os marcó Ronaldo en el Camp Nou!

Es el mejor jugador con el que me enfrenté en toda mi carrera. Aquel partido, cuando nos metimos al vestuario, Luis nos quería matar a Ferreira, Engonga y a mí. Le dije: «Míster, es que es muy rápido». «¿Muy rápido? Le meto una hostia que le saco la cadena de la bicicleta», chillaba él.

Con el Valencia vuelves a quedar subcampeón de Copa.

Estaba lesionado, con una rotura de fibras. La final más larga de la historia. Viajamos todo el equipo a Madrid. Fue una lástima, y encima nos marca gol Alfredo, que medía uno setenta, el cabrón (risas). Después del chaparrón y todo lo que había pasado en el partido, otra desilusión, pues fue una jugada un poco rara con Zubi, Alfredo… y otra vez subcampeón.

Esperaba que a la tercera fuera la vencida, pero ya no hubo una tercera y me quedé sin Copa del Rey. Dos rayitas en subcampeón pero ninguna en la de campeón.

¡Campeón dos veces en Segunda División!

Bueno, si vamos por ahí, perfecto (risas).

Paco Roig.

Valencia, Real Betis y Atlético de Madrid. Probablemente haya estado con los tres presidentes más peculiares de la época en Primera División. Paco Roig era un buen presidente para el equipo, nunca tuvo una mala palabra y consiguió hacer un buen Valencia pese a que no hubo esa continuidad que posiblemente esperaba.

Te faltó Ruiz Mateos.

¡Exactamente! Me faltó Ruiz Mateos, y que conste que me hubiera gustado estar en el Rayo Vallecano. Una afición sensacional, de esas que aprietan al rival, pero era algo que a mí me motivaba.

En tu tercera temporada despiden a Aragonés, llega Valdano y el siguiente verano te marchas.

En un principio, Valdano cuenta conmigo, pero luego no. Después de decirme que iba a ser un jugador importante en el equipo, finalmente no fue así y ahí no estuve de acuerdo. Luego, en un momento en que hubo posibilidad de que lo echaran y finalmente no se concretó, salí haciendo unas declaraciones que ahora con el paso del tiempo a lo mejor sí fueron desafortunadas (afirmó que había recibido la noticia de que el entrenador seguía «no muy bien, debido a que últimamente he vivido una situación bastante extrema. El fútbol da muchas vueltas y voy a esperar, aunque la continuidad de Valdano significa para mí no jugar», ndr), y ahí no hay otra solución que el traspaso.

En ese momento surgió la posibilidad de marcharme al Real Betis, me fui para allá y un tiempo después también lo hizo Luis Aragonés, por lo que volvimos a reunirnos.

Aquel Betis era un equipo muy notable.

Un equipazo. Precisamente tengo en casa a un amigo de Bilbao y estábamos recordando aquella época del equipo con Finidi, Jarni, Alfonso, Alexis, Merino, Cañas, Márquez… un gran conjunto. Alfonso estaba superlativo en esa época: era un jugador que te salía por los dos perfiles, iba bien de cabeza, muy potente… era un jugadorazo. De hecho, de ahí se marchó al Barça. En esa época, en el Real Betis, Lopera era dios y Alfonsito la virgen María.

Don Manué.

Llegaba al aeropuerto y pedía «un café y un zumo de naranja natural hecho a mano». Recuerdo que todos los sábados venía a la concentración del equipo y en un momento en que las cosas no iban bien, algunos jugadores nos quejamos pidiéndole que la afición tenía que animar más. Él se quedó callado y respondió: «A ver, chavales, está lloviendo y tienen en una mano el paraguas y en la otra el bocadillo, ¿cómo cojones van a aplaudir?» (risas).

Jorge Otero
Jorge Otero con el Atlético de Madrid (Foto: Cordon Press)

También alguna hablando de Clemente, cuando después de perder un partido, llegaba la semana siguiente y nos decía: «Me dicen que lo eche, pero el hijo puta este, es que encima me cae bien. ¿Cómo lo voy a echar?». Y Clemente le respondía: «Pues échame, Manolo, échame». Eran charlas de caerte las lágrimas.

También estaban las tarjetas regalo del Corte Inglés.

Sí. Venía y decía que nos iba a dar tanto de prima y «unas tarjetas regalo para que vuestras mujeres suban y bajen las escaleras del Corte Inglés». Nunca tuvo palabras malas, y eso que hubo una época en que éramos una banda buena. Siempre estaba apoyando, disculpando al equipo y exigiendo, pero sin un mal gesto hacía nosotros.

Cuando llegó Clemente al club, ¿nunca le preguntaste porque no te había llevado al Mundial de 1998?

¡Me dejaste tirado y ahora quieres que te saque aquí las castañas del fuego, no! (risas). Con Clemente tuve una relación jugador-entrenador, pero de mucha confianza. Hay entrenadores a los que puedes hablar de una forma muy clara y ellos a ti, también. Pero claro que se lo recordé.

¿Y él que te respondió?

«Pero si las tirabas todas fuera» o algo así. Ya no recuerdo.

¿Qué es lo que más recuerdas de tu etapa en el Real Betis?

Me costó un poco adaptarme, pero la afición era brutal. Tal vez un poco exigente, pero muy volcada con su equipo y esa rivalidad con el Sevilla. En los cuatro años que estuve allí hubo momentos en que no lo pasé bien, pero estás haciendo lo que más te gusta en un equipo con la solera del Real Betis, mi hija nació en Sevilla y evidentemente es un club al que tengo un cariño especial.

Es un club de los grandes, con una masa social bestial y que con el paso de los años ha crecido a un nivel para poder estar con los grandes de arriba.

¿Qué le pasó a ese Real Betis para acabar descendiendo?

Un poco lo que había pasado con el Celta: empiezas con el «hay que ganar, hay que ganar», pero pasan los partidos y no lo haces. Había muy buenos jugadores, pero se empiezan a mirar unos a los otros, comenzamos a no creer en lo que hacíamos y esas situaciones, por muy buenos futbolistas que tengas, acaban del mismo modo, descendiendo como pasó en su día con el Valencia o el Atlético de Madrid de Hasselbaink.

Son situaciones que desde fuera te pueden parecer inexplicables, pero las cosas empiezan a no salir y se acumulan pequeños problemas que cuando vas ganando no se notan pero cuando pierdes se van haciendo cada vez más grandes.

Descenso, nuevo ascenso con el Betis y te llama Luis Aragonés para el Atlético de Madrid: «Gallego, vente conmigo».

Todavía no se sabía claramente que Luis Aragonés iba a ser entrenador del Atlético de Madrid y tan solo se rumoreaba, pero él me llamó a principios de año para preguntarme: «Gallego, ¿qué va a hacer la temporada que viene?». «Pues no lo sé míster, yo acabo aquí y creo que no voy a seguir», le respondí. «Bueno, que sepa que yo me voy al Atlético de Madrid y quiero que venga conmigo».

Quedaban todavía seis meses para que acabara la Liga, yo tenía la preocupación y se lo comenté: «¿Y si me lesiono que pasa, míster?». Ahí, me soltó: «Gallego, váyase a tomar por culo. Si yo le digo que se venga conmigo, se viene conmigo. No hay más que hablar». «Pues vale». Esa fue mi conversación con Luis Aragonés para irme al Atlético de Madrid.

Estaba en Segunda División, pero el Atlético de Madrid era el Atlético de Madrid. Era el equipo del que había tenido su camiseta cuando era un niño y poder estar ahí nunca iba a ser un paso para atrás.

¿Cómo es el Atlético de Madrid que te encuentras?

Luis Aragonés supo rodearse de gente con la que sabía que esa presencia en Segunda División no iba a ser un problema, iban a ir al cien por cien y con las que era conocedor que iba a pelear para estar arriba. Desde el primer momento estábamos convencidos de que podíamos lograrlo y Luis supo armar un grupo, pese a todos los fichajes que se hicieron.

Buscó todos esos jugadores que, además de ser buenos, pudieran sumar independientemente de jugar más o menos, hacer grupo y que no se iban a dejar nada. Yo no noté una presión excesiva y estábamos muy confiados en el trabajo.

Además, Luis en la gestión de grupos era un auténtico fenómeno y te hacía creer mejor de lo que eras. Te convencía que si hacías lo que él decía, ibas a ganar y consiguió crear un grupo con una fortaleza mental tremenda. Además, la afición siempre estuvo con el equipo a pesar de que pudieran existir ciertas dudas o intranquilidad debido a la presencia en Segunda.

Dani Carvalho.

Un jugadorazo. Técnicamente tenía unas condiciones bárbaras y es de lo mejorcito que he visto a nivel técnico. Luego le faltaba algo. Siempre digo que la cabeza para el futbolista es fundamental y pienso que ahí le fallaba un poquito. Era muy blandito, se venía abajo y eso le condicionó lo que pudo llegar a ser. Todos pensábamos que iba a ser el jugador diferencial del equipo y por desgracia no fue así.

El que lo llevó fue Futre, que le llegó a sacar una pistola en el despacho.

Futre era un director deportivo que lo vivía como un futbolista, prácticamente. Era muy cercano y el hecho de conocer a Luis Aragonés hacía que la relación fuera muy buena. Él es como se le ve, un tío muy dicharachero, alegre y que estaba ahí para cualquier problema que pudieras tener y le necesitaras para que te ayudara.

Jorge Otero
Otero en el Valencia

Luis era un entrenador que acaparaba mucho y estaba pendiente de todo… y en eso Futre también era de ese perfil. La intención de ambos siempre fue sumar y que el único problema del que tuviera que preocuparse el jugador fuera jugar el fútbol.

Años atrás, yo marcaba a Futre. En la época en la que empezaba en el Celta de Vigo le hacía un marcaje individual. ¡Le daba unas patadas! Él se quejaba, y yo le respondía: «¿Qué quieres que haga? A mí  me han dicho que vaya contigo hasta a mear». Yo para un marcaje así, individual, no tenía problema, pues era rápido y potente. Teníamos unas peleas espectaculares y después, cuando llegué al Atlético de Madrid, las recordábamos. «¡Qué pesado eras, Otero!», me decía.

¿Cómo se vivió el ascenso? Porque tú llegas después de una temporada en la que el equipo no había logrado el objetivo.

Es cierto, ellos venían de una temporada en la que no se había conseguido el ascenso, e incluso estaba la duda acerca de si un equipo como el Atlético de Madrid tenía que celebrar o no volver a Primera División. ¿Pero cómo no vas a celebrar el ascenso? ¿Estamos locos? Hombre, lo celebramos bien, y además restando varias jornadas. No lo vas a celebrar como un equipo que acaba de llegar desde Segunda División B, pero un ascenso no es nada fácil y hay que celebrarlo.

Por ahí estaba un Fernando Torres todavía imberbe.

Era un chaval encantador. Cuando yo llego, él ya estaba en el equipo, pero siempre estaba aprendiendo, pendiente de todo lo que se decía. Una auténtica esponja. Era un chico extraordinario, muy majo y uno de los jugadores que más aprendió con Luis Aragonés. Tuvo un buen maestro en ese sentido y se veía el potencial que tenía: un jugador rápido, fuerte, de mucha potencia. Todo eso lo fue puliendo hasta ser el delantero en que se terminó convirtiendo.

Subís a Primera División, te traen a Contra y pierdes protagonismo.

Sí, juego menos. Contra era un gran jugador y yo hice como siempre que no jugaba, apretar el culo para ponerlo difícil y esperar una oportunidad. Tengo alguna anécdota con el míster, porque decía que Contra era un jugador que conducía mucho el balón e incluso un día le dijo: «Contra, parece usted un cartero». Ahí le salté yo: «Coño, míster, parecerá un cartero, pero siempre es titular, me cago en la leche» (risas).

Lo bueno que tenía con Luis Aragonés es que se podía hablar así con él: «Míster a ver si cambia de cartero alguna vez». «Gallego, usted es un cabronazo bueno», me contestaba él. Pero el domingo siguiente, ahí estaba Contra otra vez. Es normal que cuando juegas y las cosas van bien todo vaya genial y cuando no lo haces estés un poco cabreado, pero si algo he sido en mi carrera es honesto, un jugador de equipo que intentaba sumar y ser positivo.

Con Jesús Gil la relación sí fue más complicada. Después de un partido ante el Villarreal criticó duramente a varios jugadores entre los que estabas y le respondiste que: «Dice que no merecemos cobrar, pero de momento nos debe dos mensualidades».

Él era también un presidente de los que cuando le ponían una alcachofa delante, se volvía loco. Evidentemente, yo también tenía mi carácter y no podía consentir que se dudase de mi profesionalidad, pues nunca fue así. Siempre pueden decir que lo hago mejor o peor, pero de ahí a señalar que no trabajo, no sumo y no soy honrado con el equipo, va mucho y es una falta de respeto total.

Recuerdo que en sus declaraciones decía que Carreras, Santi y yo no éramos casi ni jugadores, ni que valíamos para el Atlético de Madrid. Perdimos un partido ante el Villarreal y nos puso a parir a los tres e incluso salió en la portada del Marca. Al día siguiente el míster nos dijo en el entrenamiento que no hiciéramos caso al presidente para quitar hierro al asunto, pero yo se lo comenté: «Como vaya a rueda de prensa le voy a contestar», pues no iba a dejar que se dudara de mí trabajo.

«Haga lo que le salga de los huevos», me respondió Luis. Le contesté, no siendo muy contundente pero sí lo suficiente para dejarlo claro. Además, en esos momentos no estábamos ni al día en los pagos, por lo que son situaciones que todavía duelen más.

Después de esa temporada no sigues en el club. ¿Pudieron afectar estas declaraciones?

Nunca me lo preguntó nadie, pero sí creo que pudo influir. No lo sé, pero es la sensación que tengo. Tampoco era un jugador titular indiscutible, pero eso pudo influir algo en la decisión de que no siguiese.

¿Tu relación con Luis acabó bien?

Sí, después nos volvimos a ver varias veces y siempre nos fue bien. Todo acabó muy bien porque además de ser un tremendo entrenador era una gran persona que siempre iba de frente.

Cierras tu carrera en el Elche

Estaba en casa y cuando me llamó mi representante para ir a Elche no estaba muy por la labor, pero mi mujer empujó un poco y acabé aceptando. Curiosamente, cuando llegué a Madrid, tuve un flash, se me cruzó el cable y la llamé para decirle que volvía, aunque finalmente sí que fui. Y lo cierto es que los dos años que estuve en Elche fueron muy buenos: una ciudad pequeñita pero encantadora, con un buen grupo y una afición que me recibió fantásticamente

¿Eres nostálgico?

Mi mujer tiene recortes y mi madre también los tenía, pero no me gusta ver muchas fotos del pasado, no soy nada nostálgico de eso. Cuando estás con amigos, hablas de fútbol, pero poco más. Camisetas sí que guardé algunas como las del Mundial o las de la Eurocopa, también algunas de los rivales, aunque en aquella época si cambiabas una camiseta tenías que pagarla. Hay por ahí alguna de Roberto Carlos, Felipe, Aguilera… también Savio, el extremo del Real Madrid, al que metí un patadón sin querer en el Santiago Bernabéu.

Yo iba muy fuerte, de esto que te tiras, le enganché en la rodilla y hasta me asusté. Luego fui en el vestuario a pedirle perdón y hasta me cambió la camiseta, el pobre. Además, era uno de esos jugadores que nunca te decían nada en el campo ni te pegaban una vacilada. Si alguno no se merecía esa patada, ese era Savio.

Con Diego Simeone sí que hubo enganchadas.

Sí, con él tuve varias. Simeone era duro para eso, pero yo tampoco me amilanaba. También con Fran tenía unas peleas de la leche. En aquella época era a muerte, yo me acordaba de su madre, él de la mía… antes no había VAR ni nada de esto, así que imagina como eran los córners.

Me acuerdo de un partido con el Celta en que nos enfrentamos al Oviedo y estábamos de coña en el vestuario porque Patxi Salinas decía que con ese cuerpo quién le iba a pegar a él. Pues resulta que hubo un córner y el central del Oviedo, que era Rivas, le metió un codazo que le partió la mandíbula. Imagínate el cachondeo en el vestuario con el otro con la mandíbula colgando y nosotros: «Patxi, qué fuerte eras, ¡eh!». Antes eran auténticas salvajadas.

Años después comienza tu experiencia como entrenador. ¿Te picó rápido el gusanillo?

No, estuve algunos años aterrizando, porque sí que hay un momento en que te cuesta después de dieciocho años viviendo en una nube, haciendo lo que te gusta y donde tienes una rutina diaria que se va al traste. Todo cambia radicalmente, estás en casa, los partidos los ves por la televisión, y ahí me costó un poco adaptarme a la nueva situación.

Sin embargo, ya cuando pasó un poco de tiempo me fue picando el gusanillo, mi mujer me animó a sacarme el UEFA Pro después de haber estado entrenando un poco en categorías inferiores y ahí empecé de segundo entrenador en Tercera División del Rápido de Bouzas, donde luego cogí el equipo. La manera de estar más cerca del fútbol y del futbolista es ser entrenador, porque árbitro no me gustaría.

¿Dónde te ves en diez años?

No pienso tanto en el futuro. No soy de hacer planes a largo plazo, es mi personalidad.

6 Comments

  1. Carl8smo

    Muy buena entrevista.

  2. Qué «entrevista» tan divertida y qué gran tipo parece Otero!

  3. Del patadón a Savio me acuerdo porque es una de las peores entradas que he visto en mi vida. Todos cometemos errores pero que no diga al menos que fue sin querer.

  4. Fútbol puro de los 90, cuando pusieron el España-Italia del mundial 94 antes del España-Italia de la Eurocopa 2008, lo que más me sorprendió fue las ganas de comerse el mundo de Otero, una velocidad y lucha inusitadas. Lo de jugar en 3 equipos distintos con Luis Aragonés y haber jugado para Roig,Lopera y Gil tremendo dato y de más anécdotas que ha tenido que tener y no poder contar. Gracias por la entrevista

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