«El baloncesto de hoy es diferente, hay más triples y menos juego dentro de la pintura», ha manifestado Nikos Galis en una de sus últimas entrevistas, «pero nada cambia, si quieres destacar, tienes que trabajar más duro que los demás». También ha mostrado su respeto a Michael Jordan, «no solo era estadísticas, tenía ese algo extra, el carisma que no tienen todos; era el jugador de los momentos finales, siempre estaba ahí cuando el equipo lo necesitaba».
También recuerda que de niño su ídolo era Walt Frazier: «Un base alto para su época, pero un jugador genial, con mucha imaginación. Era muy inteligente, yo intentaba imitar sus movimientos». Además, de Julius Erving opina: «Era la descripción del jugador fantástico, anotaba canastas desde lugares imposibles, sus manos eran tan grandes que sostenía la pelota como si fuera una naranja».
Algo que pone en contraste con LeBron, que le parece «un gran jugador», pero que «a veces se esconde en los momentos críticos». Sobre Giannis Antetokoumpo, orgullo de Grecia actualmente, Galis se ve reflejado en él: «Me identifico con Giannis porque ha comenzado desde cero, como yo. Ha entendido que para llegar a la cima, tienes que trabajar más que todos los demás». Cabe destacar que, cuando se conocieron, Giannis se refirió a Nikos como «Señor Galis».
A la hora de echar la vista atrás y hablar de su carácter, Galis se sitúa en Estados Unidos. En Newark y Nueva Jersey, donde creció. Sus padres eran de Rodas, inmigrantes en la Costa Este, y pasaron las de Caín tratando de salir adelante. «No éramos una familia con dinero», recuerda.
De su padre pudo aprender mucho, no en vano, era boxeador. «Era muy fuerte, muy duro», dice. De su paso por el ring vino la transformación del apellido que le legó. Georgalis era demasiada palabreja para los entornos neoyorquinos. Fue el público del boxeo el que acabó llamándolo Galis.
En otra entrevista anterior, detalló que su padre tuvo que abandonar su carrera deportiva lesionado, «en un combate, se rompió la mano al darle en la cabeza a uno, en aquellos tiempos no vendaban las manos como ahora», y después del boxeo abrió una zapatería, «pero la gente que no tenía mucho dinero no tiraba los zapatos, los llevaba a arreglar». La falta de trabajo paterno coincidió con la enfermedad de su madre, y desde muy niño entendió que tenía que ayudar.
Esas dificultades, en lugar de suponer una vergüenza o un trauma, para Galis fueron un estímulo. Dice que ayudaron a forjar su carácter, su fortaleza mental y su ética de trabajo. «No vivíamos en los mejores barrios», señala, «esto te ayuda como persona, te hace más fuerte para soportar la vida real y construir tu futuro con otra perspectiva». De hecho, el salto a Europa rechazando ofertas de la NBA se debió precisamente a que iba a ganar más dinero en Grecia y si tenía un objetivo en mente era ayudar a sus padres: «Éramos una familia unida».
Inicialmente, cuando jugaba en las calles de Nueva Jersey, tenía metido entre ceja y ceja ser profesional y acabar en la NBA. Ya había decidido dejar atrás el fútbol americano, «mi gran amor», aunque pudo haber elegido universidad con ambos deportes. Ahora reflexiona que haber jugado a ambas disciplinas pudo ayudarle: «Quizás el fútbol me ayudó también. Me dio piernas fuertes porque corría con el balón y necesitaban dos o tres jugadores para derribarme».
Consideró que se le daba mejor el baloncesto y no le cuesta hablar bien de sí mismo: «fingía un ritmo más lento o un movimiento inofensivo para despistar al rival, que de pronto veía mi espalda, había una explosión de velocidad y ya lo había superado, lo dejaba atrás, era como una cobra, primero se mueve lentamente y lo siguiente que sabes es que te ha mordido». Y de ahí, una lección: «El baloncesto consiste en llevar al rival a tu ritmo».
Esa personalidad se manifestó desde el primer día. Ya en Seton Hall, bajo la dirección de Bill Raftery, exigía ser titular: «Yo creía que, como freshman, debía jugar en el quinteto titular. Lo creía porque pensaba que debía hacerlo, por lo que veía de mis compañeros de equipo». Y abandonó el equipo.
De este gesto, que repetiría al final de su carrera, se arrepintió. «Afortunadamente, mis amigos de la infancia me convencieron para regresar. Entendí que había sido un error, un acto de egoísmo, y lo fue, era un niño en ese momento».
Pero todo pegó un giro inesperado cuando llegó la llamada del país de sus padres. «No sabía que Grecia tenía baloncesto, pensaba que solo tenía fútbol», explica. «Estaba en los Celtics junto con Larry Bird y el entrenador era Bill Fitch y de repente llegaron ofertas de Grecia, yo no sabía que tenía baloncesto en aquel entonces». La decisión de plantarse allí era únicamente para hacer caja: «Al llegar, me dije: ‘me voy a quedar dos o tres años, voy estar aquí jugando solo por motivos económicos’». En 1979, la NBA en los setenta se encontraba en un estado financiero que era más rentable jugar en Europa: «No lo niego, era más dinero que en un draft con los Celtics».
Es impresionante cómo sedujeron a su madre para llevárselo al Mediterráneo: «La primera persona que se acercó a mí fue Kastrinakis, del Olympiakos, después el Panathinaikos y, finalmente, llegó el Aris. Vino mi difunto amigo Tsiligaridis y se acercó de una forma muy humana. Le dijo cosas muy bonitas a mi madre, le llevó imágenes, concretamente, una de la Virgen María y otra de San Demetrio. Ofrecieron menos dinero, pero dije que sí».
Le conquistaron con su calidez, pero el flechazo se produjo nada más poner un pie en Europa: «Salónica me pareció un verdadero pueblo, en el buen sentido, me gustó tanto… Al crecer en Nueva York y Nueva Jersey, venía de un lugar lleno de gente, de ruido…».
«Los dos años se convirtieron en 42», se ríe. De repente, encontró que estaba en perfecta sintonía. Era como los hijos de la diáspora que ven que hay algo distinto en sus familias cuando viven en Estados Unidos, pero luego regresan a su lugar de origen y lo entienden todo. «Algo encajó con mi carácter», revela Galis, «aun no había jugado ni un partido, pero me dije: voy a conquistar esta ciudad y este país». Lo cierto es que hasta su llegada, Grecia estaba dominada por el fútbol. Con su juego, logró revertir la situación: «Conmigo y el equipo, la gente aprendió de baloncesto».
Le costó, aun así. Al principio los números no eran los esperados: «La pelota no quería entrar; entraba, salía, entraba. Muchos desde fuera, que igual no sabían mucho de baloncesto, decían ‘¿qué ha pasado? ¿quién es este?’, pero había unos pocos que sí sabían y decían: Hay que esperar, no seáis impacientes’ y luego ya estuvo Petalidis, que fue a mis compañeros y les dijo: ‘cuidado, chavales, porque donde ahora escupen, luego lamerán’».
Con su llegada, el Aris se convirtió en un equipo temido tanto en Grecia como en Europa. En esa parte de la entrevista, parece más Pressing Catch que un exjugador de baloncesto, pero todas sus frases van en la misma dirección. Sobre el pabellón del Aris, el Alexandreio Melathron, comenta: «Cuando entraba al Alexandreio, me decía que nadie podría detenernos ahí». Sobre su técnica, suelta «nadie podía marcarme, no solo en Grecia, en todo el mundo». Y sobre su rendimiento: «Anotaba 25-40 puntos por partido».
Pero, verdaderamente, fue un tifón: «Los jueves no circulaba ni una cucaracha en Grecia. Las calles estaban vacías en Atenas, en los pueblos, en Salónica, en todas partes». El repaso a su carrera deja la impresión de que la siente como si hubiese sido un depredador voraz: «Trabajaba muchísimo, eso lo sabían todos». Pero por una competitividad fuera de serie: «Quería demostrarle a los rivales quién soy, iba a ganarles incluso en su casa». Ahí la guinda se la llevaba el PAOK: «La rivalidad con ellos era realmente una guerra, tenías que ganar ese partido aunque perdieras todos los demás».
Lo cierto es que su establecimiento en Grecia sí que supuso un hito cuando logró que la selección se hiciera con el EuroBasket de 1987, un torneo dominado por la URSS y Yugoslavia que solo había sido desafiado por Italia en 1983: «Fue el mejor momento de mi vida… hasta el siguiente», en alusión al celebrado en Zagreb en 1989, cuando perdieron contra Yugoslavia 98-77. El esfuerzo fue sobrehumano: «Jugamos siete partidos en ocho días. Eso es imposible, creo que perdí diez kilos durante el torneo. No podía dormir, tenía mucha tensión; dormía muy poco».
Aún así, la experiencia fue histórica: «Un país entero estaba con nosotros, lo creímos y lo logramos. Ese año, el baloncesto se convirtió en una religión en Grecia. Fue como una revolución, una explosión para el público griego. No imaginaba lo que iba a pasar en las calles, toda Grecia salió a celebrarlo. De un día para otro, me convertí en la persona más conocida en el país. Todo el mundo quería abrazarme, como si fuera su propio hijo. No era solo un jugador, era una persona que unió al país. Desde entonces, los niños querían ser jugadores de baloncesto, no futbolistas. Hicimos que los griegos sonrieran y creyeran en sí mismos».
Hubo una canasta que pasó a la historia como algo icónico, y eso que había donde elegir, porque metió cuarenta puntos. Sin embargo, esta fue algo fuera de lo normal. Ni siquiera él sabe cómo lo hizo: «Estaba entre cinco gigantes, hice tres movimientos de cintura y no me preguntes cómo me sostuve en el aire, ni yo lo sé…».
Sin embargo, pese a momentos de euforia como este, Galis destacó en su época por su hermetismo. Pese a ser un personaje tan reconocido en su país, no se prodigaba por los medios: «No era alguien que quisiera dar entrevistas y hablar. Quería estar centrado en mi trabajo. Jugar al baloncesto, entrenar y ayudar a mi equipo a ganar. Algunos lo entendieron, otros lo malinterpretaron». Quizá esta cerrazón guardase relación con un mal encaje de las críticas. Todavía sigue sin aceptarlas: «No podían criticar mi trabajo, en mi trabajo todos sabían que siempre hacía lo que debía. Como persona, te molesta cuando ves una mentira o algo injusto».
Esta personalidad complicada fue lo que le llevó al retiro, pese a seguir manteniendo unas estadísticas top: «Podía seguir jugando. El año anterior fui el máximo anotador y líder en asistencia de Europa». Sin embargo, en un partido, Kostas Politis, entrenador del Panathinaikos, no le puso en el quinteto inicial. Jugaban contra el Ambelokipi y Galis se negó a salir del banquillo. Decidió no jugar. «Me carcomía por dentro», explica hoy, «pero somos hombres, me retiré por orgullo; el orgullo combinado con el respeto a veces es lo importante. Quieres que te respeten. Debes respetarte para que te respeten. Si eso desaparece, ya no tiene sentido».
La espantada fue de órdago: «Fui al vestuario en el descanso y dije: presidente, hablamos después. Cogí un taxi y me fui. Intentaron retenerme, Pavlos Giannakopoulos hizo su esfuerzo, pero en ese momento yo ya estaba en otra fase. La vida son momentos, esto pasó así y me retiré. Si me preguntas qué haría ahora, te diría que habría tomado la misma decisión».
No obstante, eso no cambió que ahora cuando va por la calle se le adore «me abrazan como si fuera de su familia, ese es el mayor reconocimiento para un deportista. Todas las medallas y los títulos no son nada al lado del amor de la gente».