El fútbol está lleno de historias épicas, de superación; enfrentamientos a cara de perro entre bestias competitivas, pero lo que nunca esperarías de una final es que tenga tintes surrealistas desde antes de que pite el árbitro el inicio del partido. Y eso fue lo que ocurrió exactamente el 4 de junio de 1980 en el estadio Santiago Bernabéu. La noche en la que el Real Madrid se enfrentó a su filial, a su propia sombra, en la final de Copa del Rey.
El resultado acabó 6-1 a favor del equipo senior, pero a nadie le importó. Ni siquiera apareció en las casas de apuestas en España. Las crónicas resaltaron solo dos detalles, uno, lo aburrido que fue el partido, dos, que era previsible que fuera así. Aunque no se puede negar que fue bonito, de hecho, es un hito histórico, que se enfrentaron maestros y aprendices.
El Castilla vestía de morado, haciendo honor a la franja del escudo originada en el espíritu de los tiempos en los años 30 de España, y el Madrid se quedó con el blanco. Los chavales tenían una media de edad de 21 años, pero en su camino no habían dejado atrás a «madres», precisamente. Cayeron Hércules, Athletic de Bilbao, Real Sociedad y Sporting de Gijón. Algunos de estos partidos, como jugado contra los de Alicante, fue una verdadera locura.
El Bernabeu abrió sus puertas gratis al público y, con toda la expectación de las más de noventa mil gargantas que cabían entonces ahí, se firmaron una remontada épica, de 4-1 en la ida a 4-0 esa noche. Y qué decir del Sporting, era el mejor de la historia, con Joaquín, Redondo y Quini, pero les remontaron tras perder 2-0 en Gijón. ¿Y la Real? La de Idígoras, Satrústregui, Zamora y López Ufarte, la que no tardó en ser campeona de liga. Lo mismo que el Athletic de Txetxu Rojo, que fue derrotado en su propio campo por los morados.
Cada ronda de ese torneo fue un espectáculo, mucho más que la final, en las que esos críos se cepillaron a la flor y nata del fútbol español. Sin embargo, el último día, en el túnel de vestuarios, Camacho y Juanito lo tenían claro: «sin piedad». No podían dejar que los niños se les subieran a las barbas, pero es que además todos conocían los trucos de todos, hasta los más íntimos, pues compartían vestuarios. De hecho, para preparar el partido, el club se llevó al Castilla a Navacerrada, lejos de todo, pero con más intención de que desaparecieran de los focos que de prepararlos.
No obstante, fue el Castilla el que llevó la iniciativa durante los primeros minutos. Un tiro al larguero de Pineda pudo haber hecho que el partido fuese muy diferente, pero el que la metió fue Juanito en el minuto 20. Ya no hubo mucho más que hablar. Siguieron los tantos de Santillana, Del Bosque, Sabido y García Hernández. Aquello parecía un alud.
Se criticó desde muchas posiciones que los jugadores del filial no metían la pierna. Uno de ellos, Espinosa, declaró años después que no podían repartir cera a sus mentores: «A Santillana no le ibas a dar como a los demás, es que los jugadores del primer equipo eran nuestros ídolos, y no le íbamos a dar una patada a nuestros ídolos».
Nunca quisieron tener que enfrentarse al primer equipo, habrían preferido a cualquier otro. Por mucho que fueran sus ídolos, en las semifinales, que el Real Madrid las disputó contra el Atlético de Madrid, querían que pasasen los rojiblancos, al menos para poder vengarse, pero los blancos pasaron por penaltis. En la otra orilla, sin embargo, era todo lo contrario. Luis Aragonés le confesó a Agustín que no querían ver ni en pintura a los niños en una final. El Sabio destacaba por su superstición y aquello olía a desafío del karma, aunque al final cayeran antes de verse de esa guisa.
El gol de la honra para el Castilla lo hizo Álvarez, un delantero menudo que pasó sin mucha suerte por Racing de Santander y Hércules para encontrar la continuidad en 2ªB, en las filas del Ávila. Quizá lo más emocionante que le pasó en su vida deportiva fue este y los dos que disputó en Europa contra el West Ham.
Porque lo más relevante de esta final fue que dio derecho al Castilla a jugar la Recopa al año siguiente. Álvarez seguía en el once, esta vez con apoyos como Chendo o Salguero, que luego llegaron lejos, pero el sabor del lance también fue agridulce. En la ida ganaron 3-1, pero en Londres les cayó un inapelable 5-1. Fue una eliminatoria curiosa por ambas partes, el West Ham también estaba en segunda, pero había llegado ahí ganándole la FA Cup al Arsenal.
Peor aún fue que el encuentro se denominara «el partido fantasma», debido a los incidentes con ultras que había habido en la ida. Los hooligans ingleses orinaron sobre las gradas de los españoles en Madrid, lo que desencadenó una batalla campal con 50 detenidos y un muerto atropellado por un autobús. Se jugó a puerta vacía y la cita histórica se quedó sin valor testimonial.
El entrenador de este Castilla que iba como un cohete fue Juanjo Santos, pero el mercado no se fijó en él. Nunca llegó a Primera, pese a haber disputado la Recopa de Europa. Le entregaron al Rayo Vallecano en Segunda división, pero solo pudo dejarlo noveno. Aunque tan mal no debió hacerlo, ya que un año después, el Rayo se iba a 2ªB como colista de segunda. Juanjo tuvo una oportunidad más en el Tenerife, lo cogieron para salvar al equipo y que no le pasase como al Rayo y, con 13 partidos disputados, lo dejó décimo quinto, salvado por dos puntos, pero lo cogió décimo noveno. Nadie apuntó este éxito y Santos desapareció en las nieblas de la 2ªB, Jaén, Cultural Leonesa… Desgraciadamente, la muerte le sorprendió cuando solo tenía 41 años.
Sus jugadores del Castilla le recordaban por transmitirles tranquilidad, por ser muy cercano a todos ellos y por darles libertad a la hora de jugar. Su premisa era que el fútbol de la gente joven tenía que ser alegre y ganador, que ya habría tiempo para envilecerse en campos embarrados, pero que ellos todavía podían disfrutar de un fútbol alegre y refrescante.
Su gran «título» fue esa final. Algo que por lo menos tiene el brillo de lo irrepetible, porque los filiales, desde 1991, ya no pueden jugar la Copa del Rey. Cuentan las crónicas que los jugadores del Castilla vagaban en silencio por el vestuario después de la derrota, pero quizá no eran conscientes de que había sido algo único, que nunca más se enfrentarían hermanos de sangre en el fútbol español.
Paradójicamente, este Castilla tuvo un recorrido limitado de forma individual. Las carreras más notables tal vez fueron las de Agustín y Gallego. El resto, al menos, regularidad en Primera División solo tuvieron Espinosa, con el Sporting durante seis años; Castañeda, once con Osasuna, y Pineda, que alternó Real Madrid y Zaragoza. Nada que ver con lo que vino después, la Quinta del Buitre, que fue la que se llevó toda la atención de los medios, pues estaba llamada a ser la respuesta al Barça de Maradona.
Pero la cantera no la inventó el Barsa? Buen artículo.